The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
22 de septiembre
02:38

Todo daba vueltas, tantas y tantas que no estaba del todo segura si se sentía peor con los ojos abiertos o cerrados. Cuando los abría los edificios se inclinaban hacia ella, cuando los cerraba era la rubia la que se inclinaba y acababa cayendo o apoyándose en lo primero que quedara a su alcance. Un malestar general la acompañaba pero, sin duda, quedaba en segundo plano teniendo en cuenta la euforia que sentía. Mucho tiempo había transcurrido desde la última vez que se rio por cualquier estupidez, nada la preocupaba y entablaba con tal facilidad conversaciones con completos desconocidos. Y se sentía tan bien que solo le quedaba reírse de sí misma cuando despertaba sentada en el suelo después de caerse por decimoctava vez.

Una risa incontrolable la atenazó, viéndose obligada a apoyar la espalda contra la pared más cercana, frotándose los ojos con una mano. Hacía rato que dejó atrás a los que se convirtieron en sus compañeros de bebidas aquella noche, unos improvisados amigos de los que, probablemente, no se acordaría la mañana siguiente. Tenía que llegar hasta el traslador más cercano, sabiéndose incapaz de volver a casa mediante aparición, pero, por más que caminaba, no tenía ni la menor idea de donde se encontraba. Bueno, en realidad si sabía dónde estaban pero había acabado perdiéndose en algún momento que no alcanzaba a recordar. Alzó una mano, señalando las tres opciones que un cruce le ofrecía, tarareando una canción y girando hacia la derecha cuando acabó siendo la seleccionada. Regresó las manos a sus bolsillos, encontrándose sus dedos con la varita y cayendo en la cuenta de que ella tenía un teléfono en algún lugar. Clavó las rodillas en el suelo, vaciando el pequeño bolso y todo lo que había en sus bolsillos, tanteando la cantidad de objetos inútiles que portaba con ella. —Me han robado el teléfono— anunció desperdigando todo por el suelo con las manos —Esa puta loca borracha me ha robado— agregó levantándose del suelo tan rápido que se mareó. —Tengo que llamar a los aurores, ¿dónde he metido el teléfono?— habló mientras se arrodillaba en el suelo y tomaba las cosas una a una, anunciando en voz alta todas ellas antes de guardarlas nuevamente.

Caminó mirando los nombres de las calles, tratando de volver sobre sus pies y desembocar en el bar, donde poder recuperar el teléfono, hasta que sus ojos claros se quedaron fijos en un edificio. Inclinó la cabeza hacia un lado, examinándolo desde la puerta de entrada hasta el ático. —¿De dónde has salido?— preguntó en voz alta, sabedora de que algo le resultaba familiar. —Tú…— acarició los barrotes de la entrada cuando una luz se iluminó, tanto que le dolieron los ojos por… ¿detrás?  Allí vivía Jakobe, y él era auror así que podría denunciar el robo de su teléfono, ¿verdad? ¿Qué estúpido le robaba a una jueza? —Kobe— dijo de súbito, retrocediendo hacia la calle e inclinando la cabeza hacia atrás para observar los pisos. —¡Kobe!— gritó con todas sus fuerzas antes de meter la mano en el bolso y sacar lo primero que pilló para lanzarlo contra su ventana. O al menos la que esperaba que fuera su ventana. Lo lanzó con fuerza, sintiendo el alma abandonarla cuando se percató de que era su monedero y que se había quedado enganchado. —No, no, no— se quejó dando saltitos en un absurdo intento por alcanzarlo.
Arianne L. Brawn
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Jakobe V. Solberg
Personal de Defensa
Demasiadas preguntas sin respuesta y un dolor de cabeza intenso eran lo único que el auror hubo conseguido aquel día tras un fatídico juicio que hubo acabado en somnolencia. La intromisión del nuevo jefe de aurores en su área de influencia le habían conseguido ganarse una reprimenda y una amenaza que el moreno nunca olvidaría. Todavía perduraba el estrés y la ansiedad por el enfrentamiento que hubo derivado en un recuerdo lejano del pasado. Y ese recuerdo le perseguía la cabeza, impidiéndole dormir y provocando un malestar que se conseguía vislumbrar en su rostro cada vez que su puño golpeaba el saco de boxeo con fuerza. El goteo intermitente del sudor en la moqueta de la pequeña sala donde se ejercitaba molestaba a sus sienes, y cuando tuvo que parar se sintió presa del esfuerzo. Respiraba con dificultad. Jakobe pensó que una buena ducha era lo que necesitaba para paliar todo aquel entrenamiento.

El agua caer lo calmó, por unos segundos, pero el tembleque de su labio inferior todavía le hacía darse cuenta de que no estaba recuperado del todo. Maldijo por lo bajo, ¿cómo era posible que su debilidad hubiese quedado plasmada delante de Magnar en tan poco tiempo? Le dolía reconocer que aquel hijo de puta sabía cómo tenerlo atado por los huevos.

El golpe en la ventana lo alarmó cuando la toalla fue colgada en su lugar y el noruego se colocaba la ropa interior y sus pantalones. Con una ceja en alza, el ático cobró vida por la luz que encendió y el sonido de una voz en el exterior le preocupó pues pocas personas lo llamaban por su apodo. Ni siquiera tuvo que preguntárselo dos veces, la reconocería hasta en la oscuridad más profunda. Sus ojos, abiertos de par en par, parpadearon y su rostro negó cuando llevó su mano a la frente, golpeándola con fuerza. —Debe ser una broma... —mencionó, apresurándose a bajar, no sin antes tomar el monedero de Arianne que hubo quedado encallado en el alféizar, para ver qué demonios estaba pasando.

La peste a alcohol inundó sus fosas nasales automáticamente. —Por todos los... joder, apestas a alcohol —terció, moviendo su nariz y sintiendo el frío de la noche golpear su torso el cuál había quedado desnudo sin darse cuenta. No le prestó mayor importancia, no había nada de lo que avergonzarse—. ¿Se puede saber qué haces aquí? —preguntó, abriéndole la puerta de la entrada y ayudándola a no caer en el vestíbulo de entrada a su departamento. El suspiro fue acortado por la presencia de un conserje que los miró con el rostro desencajado. Por supuesto que reconocía la figura de la jueza, no había pasado desapercibida.

No es la única que ha tenido un día de mierda, ¿eh? —indicó, sonriendo forzadamente, mientras se aparecía con ella encima. Error, se dió cuenta de ello cuando aterrizaron con complicaciones en el salón de su casa, y el auror tuvo que sujetar a la rubia con fuerza—. Eh, escúchame. ¿Cuántas? —cuestionó, observándola para comprobar que seguía de una sola pieza. ¿Cuánto tiempo hacía que no hablaban?
Jakobe V. Solberg
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Los saltitos se sucedieron con rapidez, incluso estiró los brazos hacia arriba tratando de alcanzar el monedero. —¡Kobe!— volvió a gritar desesperada, golpeando el suelo fuertemente con los pies, presa de la frustración. No podía llamar a nadie, no podía aparecerse, no encontraba los trasladores, le habían robado el teléfono y acababa y de perder el dinero. Sus pies acabaron de puntillas, retrocediendo en un intento de ver un poco mejor, pero tropezando y acabando nuevamente en el suelo. Comenzaba a hacerle poca gracia todo lo que la rodeaba, cuando estaba en el bar todo era mucho más divertido que ahora, cuando se encontraba sentada en el frío suelo sin saber hacia dónde ir.

Se dejó caer, quedando tumbada en la carretera con sus claros ojos fijos en las pocas estrellas que se podían ver en el contaminado cielo del Capitolio. En el Distrito cuatro había muchas más estrellas que allí. Estiró brazos y piernas, forzando su cuello cuando el lejano sonido de una puerta abriendo llegó hasta ella. —¿Jakobe?— preguntó incorporándose hasta quedar sentada pero, siendo incapaz de levantarse, gateó hasta él y se arrodilló a sus pies. —¿Desde cuándo vives aquí?— su voz sonó sorprendida y sus cejas se alzaron de manera cómica, mientras trataba de agarrarse a sus brazos en un vago intento por ponerse en pie. Era mucho más fácil agacharse que levantarse, ¿a todo el mundo le pasaba aquello o solo a ella? —Qué haces tú aquí— pronunció recalcando el ‘tú’ y golpeándolo con un dedo en mitad del descubierto pecho. Bajó la mirada, arqueando una ceja y luego regresándola hasta su rostro, prensando los labios tratando de no exteriorizar comentario alguno. Aunque podría decir muchos, demasiados.

Pasó, como pudo, los brazos por encima de los hombros de Jakobe, queriendo ser arrastrada para no tener que seguir esforzándose en andar; separando una mano de él únicamente para saludar alegremente al conserje del edificio que los observaba con clara sorpresa. Sorpresa debía ser poco, estaría flipando. Un auror despechugado y una jueza ebria entrando a las tantas de la madrugada, serían un buen chisme. —Vam— comenzó a quejarse tratando de pellizcarle en los hombros pero desapareciendo antes de poder terminar su queja. Se tambaleó, retrocedió y tropezó, salvándose cuando la sujetó. —Antes de decir eso tienes que enseñarme algún dedo para que pueda decirte cuantos veo— le corrigió liberándose de su agarre y tomando la mano del contrario. La alzó al frente, subiendo y bajando sus dedos un par de veces. —Espera, creo que los he mezclado demasiado— pronunció entrecerrando los ojos y acabando por entrelazar su mano con la contraria. —Da igual, ¿vale? Todo el mundo sabe contar— se excusó con rapidez.
Arianne L. Brawn
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Jakobe V. Solberg
Personal de Defensa
Ari... —replicó, intentando hacerla volver en sí misma cuando ante la pregunta no consiguió más respuesta que la chica tocando a su antojo el cuerpo del moreno. Sus ojos viraron hasta convertir sus labios en una mueca. No porque ella le desagradara, sino porque no le gustaba verla en ese tipo de situaciones. Se veía demasiado estúpida cuando, en realidad, era más lista de lo que el resto se pensaba—. Hey, Ari... —Perplejo, observó con delicadeza la mano de la rubia que, lenta pero convencida, entrelazaba sus dedos con su propia mano. Observó ambas manos unidas por unos segundos, soltando un suspiro leve a causa del cansancio, y luego oteó con la mirada el estado lamentable en el que la jueza del Wizengamot se encontraba. Ternura, eso le causaba, pero aquello no restaba gravedad al hecho de que, para olvidarse de todo, Arianne prefería beber antes de afrontar la cruda realidad que estaban viviendo.

Llevo seis años viviendo aquí y no es la primera vez que vienes —le aclaró, cortando el agarre y acercándola con cuidado al sofá donde, tratando de mantener las formas, la dejó caer para que se acomodara—. Así que es normal que esté aquí porque ésta es mi casa, y la pregunta sigue siendo la misma —Casi quiso hacerse con toda la fuerza del mundo antes de que la chica del distrito cuatro se mostrara impertinente o hiciera algo de lo que terminara arrepintiéndose. Aunque, de igual modo, ¿no había ido a beber para arrepentirse de todas maneras?

Joder, Ari, ni siquiera sabes lo que dices, ¿cuánto has tomado? —volvió a preguntar, pero sabía que ella hasta habría perdido la cuenta. Desapareció del salón de varias zancadas, tomando el camino hasta la cocina para llenar un vaso de agua que mezcló parte con la botella fría que reposaba en la nevera y parte con la misma del grifo para mezclarla. Una pequeña manía, algo que llevaba haciendo desde que era pequeño. Sin embargo cuando quiso volverse paró, unos segundos, llevándose ambas manos a la cara, exhasperado. Sus idas y venidas con la chica que había dejado en el salón eran, sin duda, una de las mejores partes de su vida. Conocía a la rubia tanto o mejor como pudo haber conocido a su madre, más no por ello la primera dejaba de sorprenderle.

Regresó, dejándose caer al lado de ella, y le tendió el vaso. —Bebe, todo —ordenó, entornando los ojos y frunciendo el ceño. Le alivaba saber que al menos mantenía consigo todas sus pertenencias. Abrió el monedero, buscando sus identificaciones y las encontró todas en su sitio. Rebuscó en su bolso, encontrando su varita, un teléfono móvil olvidado en el fondo y diferentes cachivaches que, a su modo de ver las cosas, le resultaban innecesarias. Pero no dijo nada, callaba demasiado. Tras el reconocimiento de que no le habían robado nada, volvió a buscar los ojos contrarios. Desorbitados, así se encontraban, y Kobe tomó el mentón de la chica para que lo observara. Sopló, una vez, en su nariz mientras rodaba los ojos.

No puedes pretender solucionarlo todo así, ¿sabes? Hay otras... formas, entiendo —se encogió de hombros. Su afirmación al conserje no había sido desmedida o poco premeditada. Verdaderamente pensaba que Arianne no era la única que había tenido un día de mierda.
Jakobe V. Solberg
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Alzó ambas cejas, tratando de centrar sus claros ojos en él cuando la nombró nuevamente. Iba a desgastarle el nombre, o al menos la parte de éste que estaba utilizando. Afianzó la unión entre ambas manos, dejándolas caer y balanceándolas lentamente siguiendo el ritmo de una canción que era más que probable habría escuchado en el bar. ¿Cuál era? Frunció el ceño. Estaba segura de que le había gustado y preguntado el nombre de la misma, pero no conseguía dar con la misma cuando más la necesitaba. —Claro que vives aquí, por eso gritaba tu nombre en la calle— acompañó sus palabras con un fuerte asentimiento de cabeza, completamente segura de que él vivía allí y que, por ello, lo había estado llamando. —Ey— se quejó cuando cayó sobre el sofá, tratando de incorporarse a tal velocidad que la gravedad la atrajo de nuevo hacia la mullida superficie. Rodó los ojos, ignorando deliberadamente su pregunta, para removerse en el lugar en busca de acomodarse. Dobló las piernas, estirándose hasta una posición imposible para golpear con la palma de la mano la zona del sofá que quedaba libre, invitándolo a que tomara asiento. Pero, como no, siendo completamente ignorada.

—Vuelveee— pataleó en el sillón, dejándose caer después de un par de quejidos que no fueron atendidos. Resopló con la mirada fija en la bombilla que colgaba del techo del apartamento, entrecerrando los ojos pero sosteniendo sus ojos allí hasta que le dolieron y acabó por cubrirlos con el antebrazo. Respiró profundamente, cerrando los ojos lo que pareció un instante, pero que le sirvió para abstraerse de tal modo que, cuando él regresó, casi dejó el sillón de un salto. Su corazón se alteró, latiendo con velocidad y resonando dentro de su cabeza. —Kobe— volvió a quejarse, tomando el vaso y tomando su mano para llevarle hasta su pecho para que sintiera los latidos. —¿Quieres que una magistrada muera en tu piso? ¿Qué le dirías a los aurores cuando aparecieran?— acusó alejándolo de ella y acunando el vaso entre ambas manos. Pensar en beber, que algo más pasara por su garganta, conseguía que su cabeza se agitara, y mucho más si se trataba de agua. —Si quisiera agua volvería al distrito cuatro—. Giró el vaso en sus manos, viendo las ondas que el movimiento provocaba.

Observó de soslayo como trasteaba lo que pudiera tener entre sus pertenencias, prefiriendo no perder el tiempo en regañarle. Se inclinó al frente para dejar el vaso sobre la superficie más cercana, entrecerrando los ojos y enfocando toda su concentración en no dejarlo caer al suelo. Sonrió cuando lo consiguió, girando hacia él pero parándose en seco ante el repentino contacto. No es como si ella no se hubiera agarrado como un koala a su espalda minutos antes; mas no lo había esperado tan cerca repentinamente. Sonrió tontamente, acercándose más a su cara y permaneciendo así durante unos instantes, hasta que colocó la mano contra la mitad inferior de la cara contraria. —Apesto a alcohol, no te acerques— se rió de sus propias palabras, alejándose de él, pero no lo suficiente puesto que acabó tumbándose en el sofá con la cabeza apoyada sobre sus piernas.

—¿Qué otra forma hay de apaciguar mi conciencia? O al menos que deje de molestarme— preguntó alzando la mirada hasta él. —Ahora me siento bien— aseguró con una tonta sonrisa dibujada en los labios a la par que alzó la diestra y, aprovechando la cercanía, picó su mejilla.
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Jakobe V. Solberg
Personal de Defensa
El tacto cálido de la mano de la rubia tremuló en su pecho, haciéndole sentir un completo imbécil. Por ventura o desventura, su situación era tan extraña que por unos instantes hubo olvidado el miedo, la sensación agobiante, que recorría el cuerpo de Arianne cuando alguien se le acercaba de aquella manera. Sintió el latido de su corazón con increpancia, a sabiendas de que en cualquier otra ocasión las cosas, quizás, hubiesen acabado en un golpe en la mejilla bien merecido. Podía creerse que pocas personas la conocían tan bien como él, pero aquello era mentirse. La distancia le hubo dejado un vacío considerable. Tanto que había olvidado cómo su cuerpo reaccionaba ante el calor corporal de ella ante el más mínimo roce.

Bufó, sonriendo, pues una parte de él no podía evitar hacerlo al ver la borrachera que Arianne llevaba encima. Algo que podría recordarle durante toda su vida en otro momento, pero no cuando la causa de aquello se refería al juicio que hubo acabado en quema. Y ella... ella había estado a favor. —Pero estás en el Capitolio, Arianne, y necesitas beber agua —mentó, observándola colocar el mismo sobre la mesa con cierta dificultad. Estuvo tentado a frenarla, a rozar una vez más la mano de ella, pero pese a todo su agilidad seguía estando un poco más atrofiada por la sensación asfixiante que seguía recorriendo su cuerpo, y la jueza del Wizengamot consiguió evadir sus intentos sin ningún problema.

Además no vas a morir, ¿qué tonterías dic...? Por el amor a Merlín, Ari... —Su rostro se descompuso ante las risas y la cercanía del rostro contrario. ¿Cuántas veces la había mencionado ya? Aquel diminutivo hasta llegaba a sentirse confuso en sus labios. Su garganta parecía resentirse cada vez que la llamaba. Lo único que necesitaba era calmarse. Que se calmaran. Pero Arianne no ayudaba. Y, acabando tumbada sobre el regazo del auror, lo único que Jakobe pudo hacer fue observarla mientras llevaba su diestra a la siniestra de ella, y su siniestra descansaba en su frente. ¿Tendría fiebre? ¡Por todas las madres del mundo! ¡¿Qué tendría que ver eso ahora?! Cayó en cuenta de sus palabras, y dibujó con su índice el perfil de la barbilla de ella.

No tuviste otra opción —le reconoció, convencido—. Era eso o servirte en bandeja ante Hans. No puedes culparte por algo que se te ha presentado a causa de la influencia de ese imbécil maniático —argumentó, sintiendo la sobriedad en sus labios y la ebriedad emanar con fuerza de la garganta de Arianne. Confundía, hasta mareaba, y seguramente a nadie le dolía más que a ella. Siempre hubo sido lo más justa posible, y entonces...—No te sientes bien. Tienes los sentidos desinhibidos, y aunque entiendo que fuera eso lo que buscabas, no deberías haberte vuelto tan... ¿loca? Es irresponsable, supongo —Aunque quién era él para siquiera juzgarle.

Intenté hablar contigo cuando todo acabó, pero desapareciste. Ahora entiendo lo que fuiste a hacer —suspiró, rodando los ojos mientras echaba su cuerpo hacia atrás y dejaba reposar la cabeza contra el respaldar del sofá. Aflojó el agarre con la mano de ella, y trató de ayudarla a calmarse, a dejar atrás todas sus penas.
Jakobe V. Solberg
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
El mareo había abandonado su cuerpo, o al menos ligeramente, pero aún tenía dentro de ella aquella agradable sensación que cosquilleaba en sus extremidades, la hacía sonreír ante cualquier pensamiento que cruzara su cabeza o conseguía que todo le resultara un poco más positivo. Cuando desapareciera de dentro de ella se quedaría vacía de nuevo, sin un lugar que la protegiera o donde se sintiera segura. Pensaba haberlo encontrado, realmente lo pensó durante unos instantes, por ello se sentía mucho peor consigo misma. Nunca le importó lo que los demás pensaran de ella, ni siquiera lo que pensaba de sí misma, pero ahora le preocupaba lo que una persona en concreto podría pensar de sus palabras, cuál sería la forma en la que las habría interpretado.

Bufó, cansada, su rostro se mostró en desacuerdo con él. No quería beber agua, no quería beber absolutamente nada. Quería acomodarse sobre sus piernas y quedarse durmiendo cuanto antes mejor, pero una parte de su cabeza tenía demasiado miedo a cerrar los ojos durante demasiado tiempo y que los recuerdos acudieran a ella. Amenazantes, intimidantes pero, sobretodo, dolorosos. Se acomodó, estirando las piernas hasta acabar apoyando los tobillos en el reposabrazos del sofá. Alzó la mirada, teniendo que inclinar la cabeza para poder obtener un mejor ángulo de visión de su sus expresiones. Dejó que una sonrisa apareciera en sus labios aunque, a diferencia de minutos antes, pareció mucho más triste que todas las anteriores que le hubo dedicado. Torció los ojos hacia dentro, tratando de ver la mano contraria apoyada sobre su frente. Colocó la mano libre sobre la de él, frunciendo el ceño. —¿Estás tratando de leerme la mente?— preguntó divertida.

Rió por lo bajo, notando como su pecho dolía con las subidas y bajadas provocadas por las risas. Quizás se habría reído demasiado durante aquella noche, ¿lo había hecho? Vaya. Trató de registrar en su cerebro por unos segundos, queriendo devolver al presente alguna situación acontecida pero no alcanzando a localizarlas con claridad. —Voté a favor porque mataron a personas inocentes—. Las claras orbes de la jueza quedaron prendadas en alguna parte del techo. —¿Sabes a cuántas personas he sentenciado a muerte o a cadena perpetua?— preguntó entonces, dirigiendo la mirada hacia él. —Siempre he tratado de aplicar la ley sin pensar demasiado en ellos, solo hacer mi trabajo, pero… siento que cada vez se me hace más complicado— farfulló a medias cuando alcanzó, medianamente, a ordenar parte de sus pensamientos.

Se acercó más a él, colocándose de perfil y dolando las rodillas, girándose para rodear el cuerpo contrario con ambos brazos y apoyando la mejilla contra su descubierto abdomen. —¿Y si hubiera acabado en otro lugar?— el pensamiento la divertía a la par que aterraba. ¿Acabar dónde? Probablemente no habría dejado que nadie desconocido la arrastrara consigo, pero quizás un jardín del Capitolio habría acabado convirtiéndose en su improvisado dormitorio. —Tenía trabajo que terminar…— masculló. Y era verdad, pero también necesitaba de salir de la sala y poder volver a respirar con tranquilidad, dejar de contener el aire en sus pulmones después de todo lo escuchado. Vió a solas los rostros que aparecieron en pantalla y, en cierto modo, fue lo que terminó de empujarla a caminar durante un par de horas hasta acabar en una barra de bar pidiendo lo mismo que la persona que había sentada a su lado. —Quiero dejar Wizengamot— anunció, de súbito, sin pensar demasiado en las palabras antes de que éstas surgieran. —¿Y si nos vamos a algún otro sitio?— propuso con una sonrisa asomando a sus labios. Realmente quería irse, nunca antes se había sentido con tal urgencia de dejarlo todo atrás.
Arianne L. Brawn
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Jakobe V. Solberg
Personal de Defensa
Puso los ojos en blanco. Realmente le estaba siendo demasiado difícil tratar con aquella Arianne a la que, si forzaba los recuerdos, en realidad tampoco le costaba tanto reconocer. Quizás no por fruto del alcohol, pero sí por fruto de sus niñerías. Ambos habían pasado por una edad que, digna de recordar, dejaba momentos vergonzosos en sus vidas. No pudo evitar sonreír ladino, pues tampoco podía negar que echaba en falta aquellos días. Pero la posición de la chica empezaba a hacerle sentirse incómodo.

«Está borracha, no sabe lo que hace. Se mueve y se acomoda como le da la gana porque no es capaz de estarse quieta a causa del alcohol. Necesita descansar, necesita descansar, nece... ¡joder!»

Haces lo correcto. No es tu culpa que hayan televisado una condena a muerte. Era innecesario, no podías saber que terminaría haciéndolo. Ni nosotros estábamos en sobreaviso —argumentó, pues era la pura realidad. El rostro de todos los presentes era una imagen que terminaría persiguiéndolo en sueños. Ni por asomo llegó a imaginar que aquello sucedería. Que llegaría el día en el que las atrocidades terminarían siendo el punto más favorable para todo aquel regimiento. No obstante, si lo pensaba, los juegos seguían sucediéndose y no era algo que a la gente le importara. Estaban ahí, disfrutaban y se entretenían con ellos. Todo seguía siendo como antes, sólo que la gravedad de la situación empeoraba por momentos.

La incomodidad no se hizo presente solamente en su mirada, sino también en su entrepierna. Se removió, violento pero sin moverla demasiado, y carraspeó sintiendo cómo incluso comenzaba a faltarle el aire. Como fuera que era imposible que Arianne estuviera haciendo todo aquello. Sus mejillas, acaloradas, se templaron cuando el rostro de ella descansó en su abdomen. No pudo más que observarla, intentando no mover ni un sólo dedo.

¿Y a dónde quieres acabar? No me imagino un lugar mejor ahora mismo —razonó, no porque se sintiera especial. ¿Aunque acaso lo sería? Para ella no era más que un juego propiciado por el estímulo del alcohol—. Ah, vamos, ahora también me dirás que quieres escapar de este sitio —repuso, sardónico, pero su estupefacción fue notoria cuando ella continuó hablando—. ¿Irnos? No estás hablando en serio, ¿verdad? —No podía estarlo, no podía estar proponiéndole aquello. Movió sus brazos, alcanzando a atajarla a la altura del cuello y, con suavidad, levantó sus manos hasta propiciar una caricia que llegó hasta sus mejillas para, segundos después, quedar observándola con el ceño fruncido—. Ahora mismo, marchar, sería condenarnos a muerte —inquirió, con una sonrisa falsa y una ironía que le recordaba al jefe de aurores. —Tampoco he tenido un buen día, ¿sabes? Si nos vamos, a Magnar no le hará demasiada gracia —rodó los ojos, pero paró para tomar aire sin desprender su mirada de los orbes de la rubia.

Acalló por unos instantes, observando el rostro empañado de Arianne. Parecía perdida, obnubilada, falta de aprecio. Quizás lo que necesitaba no era dejar el Wizengamot, sino dedicarse unos días a descansar. —Pero estaría dispuesto —atajó, con miedo. No quería que la chica pensara que no se arriesgaría si de verdad era lo que quería. ¿Para eso estaban los amigos? El pensamiento rayó y caló hondo en su cabeza.
Jakobe V. Solberg
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Trató de ahogar una risa que acabó resonando en su garganta como un grave gruñido que, entonces, sí la hizo reír. Meneó la cabeza en señal negativa, acomodándose con cuidado, haciendo una rápida palanca con uno de sus pies para poder sacarse un zapato y, luego, repetir lo mismo con el otro. Los balanceó suavemente en el aire, dejando que sus ojos quedaran fijos en el ir y venir de estos. —Eres muy inocente— se burló, centrando entonces sus claras orbes en él, estirando el cuello hacia un lado para poder encontrar sus ojos. —Fue un claro ‘ver quien la tiene más grande’ se rió en cuanto las palabras fueron pronunciadas. ¿Realmente ella había utilizado una frase como aquella en voz alta?  Siguió riendo durante un par de segundos más en los que tuvo que cubrir su rostro con ambas manos en un vano intento de cesar en ello.

Así que aquel era el sentimiento que se sentía. Unos segundos podía estar en la cima, y al siguiente en la falda de la montaña. Idas y venidas, subidas y bajadas que no era capaz de controlar por más que su cerebro quisiera tomar las riendas de su cuerpo y  traer de vuelta la cordura. Retiró las manos de su rostro, rodeando, con cierta torpeza, el cuero contrario y apoyando la mejilla en su abdomen. Cerró los ojos tan solo unos instantes antes de soltar un ligero bufido, molesta. Quizás un sitio desde el que se pudiera ver las estrellas. La idea de tumbarse en el césped de algún parque cercano cada vez se presentaba con más fuerza aunque, teniendo en cuenta la época del año en la que se encontraban,  a la mañana siguiente podía tener algo más que un dolor de cabeza.

—¿Por qué crees que no hablo en serio?— preguntó separándose ligeramente de él para poder enfrentar su mirada con la de él. Parpadeó un par de veces, tratando de lucir lo suficientemente adorable como para conseguir que tomara en serio su propuesta; una que no había contemplado nunca pero cada vez ansiaba más. Poder desaparecer, tratar de dejar todos sus problemas atrás e intentar vivir como otra persona. Esbozó una pequeña sonrisa, inclinándose hacia él cuando ante su caricia, casi convencida de que había conseguido lo que deseaba; hasta que se dio cuenta de que no. Deshizo el abrazo, picándole varias veces con los dedos en el descubierto costado. —Tramposo— se quejó cuando se dio por satisfecha y dejó caer las manos, incorporándose y  moviéndose en el sofá para quedar sentada a su lado con las piernas cruzadas.

La muerte estaba tan presente en su vida que la infravaloraba, ni siquiera le mostraba un verdadero interés. Sentía que era algo que no la podía dañar en absoluto. Mordió su labio inferior con insistencia, acabando por quitarse la chaqueta y dejar a un lado, como si sentir algo de frío pudiera ayudarla a pensar mejor o, al menos, enfriar su mente.

Lo miró de reojo, entrecerrando los ojos, confundida. —¿Magnar? ¿Quién es ese?— ¿Ese tipo iba a sustituir de Annie Weynart como jefe del área científica? Aún recordaba el momento en el que le dispararon en plena cara, como se desplomó en el suelo a mitad de una frase. No había escuchado su nombre, había estado demasiado ocupada entre papeles de casos como para prestar atención a los nuevos nombramientos políticos. —¿Qué te ha hecho? ¿Algo ilegal? Puedo meterlo en la cárcel, nadie se mete contigo sin mi permiso—. Habían pasado años sin hablarse, separados por malas interpretaciones por un lado y el otro, pero aquello no le quitaba el derecho.

Dobló las rodillas, abrazándolas con los brazos y presionando su cuerpo contra éstas, girando el rostro hacia él tras sus palabras. Al final parecía que, en parte, lo había conseguido convencer. —¿Fuera de Neopanem?— propuso con una inocente sonrisa que distaba mucho de serlo. Bufó, enterrando el rostro contra las rodillas y negando con insistentes movimiento de su cabeza. —Bah, olvídalo. Antes podía irme, ahora no puedo—. Estaba ligada a aquel estúpido país, atada. Nunca había pensado si pertenecía a algún sitio, ahora era uno de aquellos recurrentes pensamientos que la molestaba.
Arianne L. Brawn
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Jakobe V. Solberg
Personal de Defensa
«Porque estás borracha y no piensas lo que estás diciendo...»

Cuestionó, mentalmente, el hacer y deshacer de la rubia. Quizás sus circunstancias fuesen pésimas en ese instante. Seguramente tendría que revisar, todos los días, que seguía cuerda en su casa. ¿Propiciaría un nuevo encerramiento? No estaba seguro de soportar eso. Odiaba que el mundo desapareciera para ella cuando las cosas no salían como se esperaba. Sacudió la cabeza, soportando entonces a Arianne por unos segundos hasta que decidió apartarse. Se contrajo ante el contacto en su costado que cosquilleó, haciéndole proferir una carcajada que acalló al rato. Segundos que se le hicieron eternos, pues no sirvieron más que para afianzar lo que ya pensaba que sentía. Una nueva sacudida y descartó aquellos pensamientos.

El auror se incorporó buscando su camiseta. La encontró y, sin esperar, la acomodó alrededor de su torso y tomó el vaso de agua que ella no había querido. Bebió un largo trago, mirándola de reojo por si se quedaba dormido, pero parecía más despierta que nunca.

El nuevo jefe de aurores —comentó, con los ojos perfilados en la mirada escrutinadora de Arianne. Parecía costarle atar cabos, o al menos recordar el nombre de una cara nueva que para todos seguía siendo desconocida—. He ido a cantarle las cuarenta, aunque quizás no ha sido una buena idea. Pero tampoco voy a martirizarme por ello, necesitaba que alguien le dijese cómo funcionan las cosas —Rodó los ojos, distendido, volviéndose a sentar en el sofá que crujió dando señales de que necesitaba un cambio más pronto que tarde—. La serpiente me ha dejado claro que tengo que andarme con ojo, no se anda con rodeos —Se encogió de hombros, soltando todo el aire contenido y volviendo a tomarlo en una gran bocanada.

¿Por qué no puedes? ¿No te gustaría conocer Europa? —preguntó, con la cuestión en sus ojos. También entendería que no quisiera abadonar el continente realmente. ¿Dejaría atrás toda una vida para volver a empezar de cero? Sonaba sustancioso, pero era un acto suicida. No durarían ni un par de semanas en cuanto el gobierno se enterase. Aunque, si lo pensaban bien, tampoco era tan complicado esconderse de ellos. Los rebeldes llevaban haciéndolo toda su vida. —Olvídalo tú también, no podemos dar de lado a la gente que tenemos aquí —respondió, aún cuando su vida estaba más fuera que dentro. Pocas personas tenía en NeoPanem que le merecieran la pena. Una de ellas estaba precisamente allí delante.

¿Tienes hambre? No prometo nada, pero la pasta se me da de maravilla —ofreció. Sabía que una buena borrachera iba siempre acompañada de un apetito encomiable.
Jakobe V. Solberg
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Una diminuta sonrisa se colgó de sus labios cuando lo vió sonreír. Se parecían en demasiados aspectos. Caminaban por la vida como si ésta los odiara, siempre con una expresión seria y observadora, cuando, en realidad, disfrutaban riendo en los momentos que transcurrían juntos. El tiempo reptaba rápido cuando se encontraba junto a él, aunque también era cierto que, en aquel momento, todo sucedía demasiado rápido a su alrededor, de una forma tan frenética que la obligaba a cerrar los ojos de tanto en tanto para que el mareo no regresara nuevamente a ella.

En el momento que se alejó de él, despojándose de su chaqueta cuando lo hizo, el castaño aprovechó para vestir una prenda superior, provocando que la mirada de la rubia se posara sobre él mientras lo hacía, no retirando la mirada del mismo, si quiera, cuando comenzó a beber el agua que previamente le hubo ofrecido. —¿Por cada prenda que me quite te pondrás una?— preguntó, retándolo, arqueando las cejas con gesto divertido.

Abrió la boca ligeramente, dispuesta a concederle la razón cuando comenzó a explicar de quién se trataba pero, por más que lo pensaba, no tenía ni la menor idea. No podía, simplemente, asentir con la cabeza como una loca cuando no ubicaba un rostro al nombre recién aprendido. Al menos ya podía relacionarlo con un cargo. —Los aurores sois todos unos…— comenzó a pronunciar, quedándose a medias por no encontrar la palabra exacta que los definiera, esa que había acudido a sus pensamientos segundos atrás pero no alcanzaba a encontrar nuevamente. —¿ególatras? ¿Presumidos?— probó suerte, meneando la cabeza con rotundidad. Usar palabras a lo loco no era lo suyo, las seleccionaba a conciencia, y su cabeza no estaba por la labor de hacerlo en aquel instante. Suavizó el agarre sobre sus rodillas, volviéndose hacia él y sometiéndolo a una mirada escrutinadora que lo recorrió con seguridad. —¿Una serpiente literalmente o que así lo consideras a él?— Si el hombre era así... era un problema, pero mucho más una serpiente literal teniendo en cuanta la fobia que Kobe sufría con aquellos reptiles. Eran asquerosos, sí, pero su modo de reaccionar a ellos no tenía nada que ver con el asco.

Alejó sus claras orbes de él en el mismo instante que la cuestión surgió de sus labios. Había sido la artífice de la idea, pero también la que la había tumbado minutos después. —Si fuera a Europa no volvería— aseguró tras unos segundos pensando en ello. —, pero antes tengo cosas que atender aquí—. Personas a las que no quería dejar atrás, otras a las que no podía dejar atrás. Alzó la mirada hacia los ojos contrarios cuando leyó su mente, una pequeña sonrisa se dejó ver.

Estiró los brazos al frente y luego hacia arriba, moviendo el cuello hacia ambos lados y sintiendo el silencioso crujir de éste. Dolía demasiado en las últimas semanas. El estrés acumulado, trabajo extra, recuerdos, idas y venidas… todo se había sumado en un corto espacio de tiempo que la asfixiaba. —¿No estás cansado?— inclinó la cabeza hacia un lado y luego hacia el otro, sonriéndole con dulzura. —Creo que podría quedarme dormida mientras la haces— anunció volviendo a dejarse caer sobre el regazo contrario, entrelazando las manos sobre su abdomen y cerrando los ojos. —, así que no te alejes— pidió volviendo a abrirlos acompañados de un suspiro triste que no pudo reprimir.
Arianne L. Brawn
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Jakobe V. Solberg
Personal de Defensa
Mientras luego no digas que te forcé a hacerlo —indicó, rodando los ojos con una sonrisa apagada en su rostro. Arianne seguía siendo, a su manera, una figura importante en todas las decisiones que atañían al Winzengamot. Definitivamente había dejado de ser como hubo sido antaño gracias al puesto que ostentaba. Y, sin embargo, Kobe la seguía viendo como el primer día.

Frunció el ceño, observándola de cerca, conforme sus dedos se entrelazaban a medida que escuchaba lo que la rubia tenía para decirle. —¿Ah sí? ¿Unos ególatras? —preguntó, cerciorándose de que no había mentira en sus palabros—. ¿Sabes eso de que sólo los niños y los borrachos dicen la verdad? —inquirió, fingiendo molestia—. Entenderé que lo piensas de verdad, pero no voy a molestarme por ello porque... —Se encogió de hombros, resolutivo—...ya lo sabía —aclaró, picándole la nariz pese al sueño imposible que recorría el rostro de la jueza. El recuerdo de la serpiente todavía mellaba en su mente, provocándole ciertos espasmos que se traducían en sudores fríos recorriendo su mente.

Para no conocerlo bien has dado en el clavo con su forma de ser —reconoció, pues aunque él se hubo referido al reptil, la figura de Magnar no se le antojaba tan diferente a aquella escurridiza especie—. Puedo imaginármelo reptando y no me sorprendería por ello —bufó, cansado. Pero terminó asintiendo, sin mediar más palabras. Porque torturarse de aquella manera provocaría que no durmiese en toda la noche. —Treinta y cuatro años tengo, ¿sabes? Y todavía me dan pánico esas cosas —comentó, mofándose de sí mismo. Suponía que todo el mundo tenía ciertas taras, pero la suya no era comparable al espíritu sociópata de ciertas personas, Aminoff entre ellos.

Dejó que su amiga se acomodara, y pudo entonces observar el tinte nostálgico en sus ojos mientras, atrevido, acariciaba su cabello y se entretenía enredándolo con los dedos. —Te encantaría Noruega —aseguró, pues los países nórdicos siempre habían formado parte de sus preferencias—, o lo que queda de ella. Pero en ambos casos te gustaría —sonrió, pudiendo sentirse un completo despreocupado. —Está bien no estar bien algunas veces —terció, volviendo a echar su rostro hacia atrás para acomodar su cuello al respaldar del sofá—. Sólo no intentes tomarlo como filosofía de vida, ¿vale? —Ni sabía por qué le estaba diciendo todo aquello. Seguramente infundado por su nerviosismo o por el hecho de que ella parecía quedarse por alguien más.

No pensaba hacerlo —comentó. Quiso agregar algo más, pero no podía abrir la veda después de tanto tiempo. Echarle algo en cara era impensable, aunque su preocupación hubiese estado a flor de piel en los últimos meses. —De todos modos, ¿qué nos ata aquí exactamente? —preguntó, curioso—. Dejé de tenerle interés a muchas personas hace tanto tiempo que ni estoy seguro de querer seguir aquí, no al menos en el Capitolio —Bajó el tono de su voz, pues las paredes tenían oídos.
Jakobe V. Solberg
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
La rubia se rió, golpeándolo con el hombro en un vano intento de desequilibrarlo que desembocó en ella quedando apoyada contra su hombro. —No podrías forzarme a nada— se burló de él con la sonrisa aún prendida de los labios, apoyando la cabeza sobre su hombro y recorriendo, por primera vez desde que había llegado al apartamento, el lugar con la mirada. Dejando que sus ojos, cansados, vagaran por la estancia y se posaran sobre algún objeto de tanto en tanto. Era tan minimalista como ella. Lo mejor era no aferrarse a nada, no merecía la pena hacerlo. Presionó los ojos, con diversión, regresando, de reojo, la mirada hacia él apenas el tiempo que duró hablando. Asintió con la cabeza, dándole la razón en todo lo dicho pero arrugando la nariz cuando le dio un leve toque. Se giró hacia él, frotando el rostro contra su hombro en busca de volver a activarse, estaba empezando a notar como el cansancio hacía mella no solo en sus movimientos sino también en sus palabras. Viéndose incapaz de seleccionarlas correctamente o vocalizarlas como deseaba.

Separó el rostro de él, alzando la mirada en su dirección. Examinando lentamente todos y cada uno de sus gestos mientras hablaba, para acabar frunciendo el ceño ante sus palabras finales. Poco le interesaba aquel tal Magnar, solo era un tipo más dentro del Gobierno, pero había algo que no le gustaba, una desagradable sensación de malestar. —¿Te amenazó con una serpiente?— alcanzó a preguntar con el ceño fruncido. Unos minutos de lucidez vinieron a ella, fruto de la confusión y el desagrado ante las artimañas utilizadas por aquel hombre. —Estoy segura de que hiciste algo que no debías, pero aun así… —. Se mordió el labio inferior, inclinando la cabeza hacia un lado, contrariada, antes de dejarse caer nuevamente sobre su regazo. Tendría que saber quién era aquel tipo. No es como si la rubia pudiera hacer algo, mucho menos teniendo en cuenta sus circunstancias, pero, al menos, saber de dónde había salido no podía ser una mala idea. —Todos tenemos pánico de algo— acabó diciendo, cerrando los ojos y casi pudiendo visualizar una infinita lista de cosas que la aterraban —, no tienes que avergonzarte de ello—.

Respiró profundamente, dejando que la sonrisa permaneciera en sus labios, y tamborileando con los dedos en su propio abdomen. Asintió lentamente, dejando que un ruidito surgiera de sus labios cuando rió. —Hay veces en las que todo está mal pero se siente bien— pronunció casi en un hilo de voz, abriendo los ojos y buscando los contrario que no alcanzó por su posición. Suspiró, acomodándose en su regazo y estirando las piernas al frente hasta que hicieron tope en el sofá. Una triste sonrisa apareció en sus labios. —Nada— contestó, simplemente. —creo que cada vez nos atan más cosas fuera de todo este sistema que dentro— continuó hablando, convirtiendo su voz en casi un murmullo que solo se podía escuchar estando cerca de ella. —Siento que… ahora mismo solo necesitaría un par de palabras para decidirme a dejarlo todo— reconoció. Un par de palabras que le dieran las suficientes fuerzas para ser egoísta y dejarlo todo atrás de una vez.

Alzó una mano para retirarse el flequillo del rostro cuando sus dedos chocaron con los contrarios, que aún acariciaban su rubio cabello. —¿Alguna vez te dejé hacer esto?— preguntó de súbito alejando la mano de él. Se conocieron poco antes de que descubriera la verdad sobre su padre y se aislara del mundo, rehusara de todo contacto con los demás y las palabras comenzaran a ser mínimas.
Arianne L. Brawn
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Jakobe V. Solberg
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Claramente no podría. Era de las pocas cosas de las que podía estar completamente seguro. Pues si aquello no surgía, ¿qué ganaba forzando algo que no sería mutuo en ningún momento? El cariño que ambos se profesaban rayaba más en un camino diferente al que Jakobe tenía implantado en su cabeza. Y aquello no podía molestarle. No cuando también podía disfrutar de ella a su manera. Y ella de él. La complicidad y los gestos divertidos, las bromas cuando el mundo de la rubia no parecía tambalearse... se quedaba con aquellas cosas. Incluso con la Arianne borracha.

El auror asintió, llevándose una mano a la nuca. —Soy un ángel, nunca le haría daño a una mosca. Quizás cuando caiga del cielo —Rodó los ojos aunque ella no fuese capaz de verlos debido a la posición que guardó una vez más encima de su regazo—. No me avergüenzo, simplemente no es algo que me guste ir enseñando a todo el mundo que veo por la calle, ¿sabes? —replicó, con un tono de voz que pretendía sonar despreocupado pero que terminó sonando más violento de lo que pretendía. —Lo siento, es solo que me encantaría retorcerlo hasta que se ahogara en su propia sangre —finalizó, esbozando una dulce sonrisa que dirigió hacia la jueza, volviendo a quedar atento a los movimientos de su cuerpo cada vez que ella se acomodaba.

¿Y cuáles son esas palabras? —se atrevió a preguntar, frunciendo el ceño con curiosidad—. A lo mejor hasta te convenzo antes de que te vayas —inquirió, pues sabía que poco tardaría la rubia en irse cuando se despertase por la mañana. —Mi madre sigue en Noruega, y mi padre es un imbécil que lleva años rehaciendo su vida —Aquello no era algo nuevo para ella. No cuando Arianne conocía su vida mejor que cualquier otra persona. —No tengo nada que me importe aparte de tí y tu hermano —y Synnove, y quizás aquel crío que lo rondaba de tanto en tanto.

Jakobe negó, un par de veces, cuando el contacto con los dedos de ella volvió a desaparecer. La calidez de su rostro seguía sonrojando las mejillas de la chica, y parecía enternecerse como un estúpido que ve el amanecer por primera vez. —Creo que ha mejorado mucho desde entonces —terció, sonriendo—. Al menos hasta que vuelvas a desaparecer —suspiró, esperando que aquel día no llegase nunca. No se lo echaba en cara, pero sí le hacía ver lo crudo que era todo cuando se encerraba y no dejaba apenas espacio para que la viesen en el día a día. Encerrarse estaba bien, hacerlo todos los días era una tortura para la gente que la quería.

Pero bueno, es parte de tí. Sabemos que necesitas tu espacio —reconoció, no obstante, soltando un leve suspiro que no denotaba cansancio, si no alegría. Alegría porque Arianne parecía más receptiva aún cuando fuese a causa del alcohol. —Y si te incomoda puedo dejar de hacerlo —explicó, parando por unos segundos. Sentía su pecho a flor de piel, salirse desbocado. La tensión era notoria, y no por la posición, sino por lo que ella significaba en su vida.
Jakobe V. Solberg
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Frotó sus ojos con el dorso de la mano. Demasiados sentimientos, sensaciones y pensamientos vagaban libremente por su cabeza. Todos ellos desordenados y tratando de captar su atención de la manera que fuera. Golpeando y martilleando sus sienes, incluso estremeciendo su estómago. El juego limpio estaba sobrevalorado. Una muequita se dejó ver en sus labios, suspirando. Ni siquiera sabía cómo había llegado hasta allí. Si se trataba de una coincidencia o si sus pasos habían querido llegar hasta allí. De todos modos estaba bien. Se sentía bien tener cerca a alguien como Kobe. Alguien que no la juzgaba en excesivo y permanecía a su lado; aunque quizás no lo haría de saber todo lo que había estado pasando en su vida durante los últimos meses.  Prefería pensar que no se comportaría de tal modo. Jasper la juzgaba constantemente, sus conversaciones siempre desembocaban en discusiones, y estaba cansada de volver a ser señalada con el dedo cuando solo trataba de revivir a la que solía ser en el pasado.

Dejó la mano apoyada contra sus ojos. Incluso la tenue luz comenzaba a molestarla, quizá presa del sueño que comenzaba a apoderarse de sus más lentas reacciones y vocablos. —De acuerdo— contestó, llanamente, a sus palabras, no queriendo agregar nada nuevo que le molestara. Ella había tardado tiempo, quizás demasiado, pero aceptaba sus miedos. No estaba interesada en mostrarlos ante los demás, algunos de ellos ni siquiera era capaz de pronunciarlos en voz alta, pero formaban parte de su vida. Arqueó ambas cejas, soltando un suspiro acompañado de una negativa con la cabeza.

—¿Uhm?— susurró girando el rostro en su dirección, parpadeando con confusión. ¿Había pronunciado aquellas palabras en voz alta? Boqueó en un par de ocasiones antes de morderse la mejilla. —Que me pida ir con él— acabó pronunciando con la mirada fija en el, retirándola en otra dirección a los segundos. Era la primera vez que reconocía ante otra persona que aquella debilidad existía; que exteriorizaba que alguien tenía tal influencia sobre ella. Frunció los labios, notando como la sensación de culpabilidad se extendía por su pecho, y consiguiendo que se girara para dejar de mirarlo. Cada uno era libre de tomar la cantidad de egoísmo que quería, y ella parecía querer abarcarlo todo para sí.

Dejó todo el aire ir, golpeteando con la lengua la zona posterior de sus incisivos. —No puedo prometer que no vuelva a pasar— reconoció lentamente. Podía controlar otras muchas cosas, pero no la repulsa que le provocaba el contacto con los demás. Con el paso de los años se había atenuado hasta encontrarse donde se hallaba, una nueva tolerancia que no siempre se daba por completo pero trataba de contener por los demás. —Hay momentos en los que me gustaría volver a encerrarme, regresar a la burbuja que me protegía y en la que me sentía cómoda—. Aislarse la tranquilizaba, puede que hubiera sido duro para los demás, pero nunca le había provocado el dolor que, en ocasiones, le causaba el exterior.

Negó automáticamente, aunque tampoco dejó tiempo para que reanudara las caricias, puesto que se reincorporó tan de súbito que las paredes se cernieron sobre ellos durante los instantes en los que el mareo perduró. —¿Tienes cama de invitados? Sino... Creo que compartiremos la tuya por esta noche. Prometo no darte patadas— se inclinó hacía él tratando de lucir lo suficientemente inocente como para que accediera. —Ops. Sentencia firme— dijo cuando golpeó con la parte baja de la mano su pierna, asemejándose aquel movimiento a un mazo judicial. —No cabe recurso, así que, vamos—. Se levantó del sillón, dejándose unos instantes en los que afianzar bien los pies en el suelo, antes de estirar ambas manos para tomarlo de los antebrazos y tratar de levantarlo. —Venga, no te hagas el difícil— se quejó golpeteando el suelo con los pies a modo de queja.
Arianne L. Brawn
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Jakobe V. Solberg
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El contacto visual fue efímero. Por unos segundos, el auror esperó una reacción diferente, algo que le indicara que podía estar tranquilo mientras la tenía cerca. Pero entonces los ojos de Arianne se desviaron de su rango de visión, mirando hacia otro lado tras lo que acababa de decir que, una vez más, pilló desprevenido al noruego. —Pero si te lo acabo de p... espera, ¿qué? —Sus ojos parpadearon un par de veces, suficientes para encontrarse tan confundido como ella parecía despreocupada. Parecía algo normal para ella—. ¿Él? ¿Quién es él? —replicó, sin comprender lo que estaba sucediendo.

Sin querer comprenderlo.

El resto no tuvo importancia entonces. Sus dedos temblaron, perplejos con la situación que acababa de desvelar, mientras que sus ojos buscaban los contrarios sin consecución alguna. Las palabras de la rubia seguían llegando pero apenas entraban por un oído para salir el otro. Su mente había viajado a otro plano. A uno diferente. Ese en el que Arianne no compartía su vida en NeoPanem con él, ni tampoco acudía a Noruega. No era algo que le molestara, pues a fin de cuentas él no hubo hecho nada por sincerarse en ningún momento. ¿Pero aquel silencio pretencioso que la chica hubo mantenido sin contarle nada? No estaba seguro de qué le sorprendía más.

¿Es que la jueza no confiaba en él? Claro, que él no era el él que ella quería. Seguramente las cosas habían cambiado con inmersiva urgencia, y era lo que no toleraba el auror que, no obstante, se mantuvo metódico y no resopló en ningún momento.

Olvídalo —repuso, dejándose levantar con el tironeo insistente de ella en sus antebrazos. Marcados, aún se sentían cansados y dolidos por los golpes contra el saco de boxeo de la habitación contigua al dormitorio donde dormiría ella. Sí, ella, sola. —Dormiré en el sofá, no te preocupes —expuso, tirando entonces él de ella con suavidad, esperando que no se estampara contra el mueble más rinconera del salón—. En serio, lo hago a veces. Esa cama es demasiado grande, no la lleno nunca —Rodó los ojos, esquivo, acusando en el pasillo el cúmulo de ropa sin lavar que había dejado hacía ya un par de días. Sería un desastre toda su vida con los temas de la organización en su propia casa.

Y no tienes que prometerme que no va a volver a pasar, pero es bueno saber que al menos vas a intentar no encerrarte demasiado —suspiró, ya entonces, cuando la puerta de su habitación se hizo a un lado para dejar a ambos entrar. El interior, escuetamente amueblado, apenas sí disponía de un par de mesas de noche, un armario empotrado bastante envidiable y una mesa de escritorio destartalada. La cama, deshecha, quedaba justo en el centro apoyada contra la pared del lateral, y varios restos de ropa interior, pantalones y camisetas descansaban a ambos lados de la cama. —Esto... joder —empezó a recoger todo lo que pudo, con urgencia, limpiando de su presencia uno de los laterales de la cama—. Si quieres puedes usar uno de mis pantalones y una de mis camisetas como pijama —sugirió, nada más que por hacerla sentir cómoda—. Estás en tu casa —sonrió, dispuesto a abandonar la sala.
Jakobe V. Solberg
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Una fuerte carcajada escapó de sus labios, acompañada de un par de suaves golpes que le propinó al castaño en el pecho. —¿Cómo que quién es él?— preguntó con otra risa, quizás demasiado forzaba y que sospechaba que sonaba más culpable que otra cosa. Definitivamente había perdido su toque mágico, o éste estaba demasiado ebrio cómo para tomar el control de la situación. —Era un él hipotético, un él que no existe— agregó con constantes asentamientos de cabeza. No iba a hablar de lo que pasaba en su cabeza, mucho menos si le provocaba aquel extraño cosquilleo en el estómago cuando los recuerdos acudían a ella.

Parpadeó confusa, tirando aún de sus antebrazos para que se levantara y le dijera donde se encontraba la habitación, además de que la acompañara. Realmente de trataba de un día en el que no quería estar ni un segundo sola, quería mantener a alguien a su lado en todo momento... O estar ebria y con las facultades anuladas, para lo cual estaba nuevamente predispuesta viendo que los efectos estaban disipándose y, en su lugar, solo le quedaba un regusto amargo en la boca del estómago. —He dicho que no cabe recurso, ¿tengo que darte una clase de derecho a estas horas?— cuestionó girando sobre sus pies descalzos cuando él tiró de ella, entrelazando su brazo con el contrario y recorriendo, de tanto en tanto, su expresión.

Estaba molesto. Lo conocía mejor que nadie y no hacía falta nada más para saberlo. Arqueó una ceja, pegándose más a él. —Es demasiado grande por lo que cabemos los dos perfectamente— contraatacó a su negativa. No prestando atención a aquello con lo que se cruzaron en el camino, permaneciendo su claro mirar fijo en él. Soltando un sonoro bufido al entrar en la habitación, el cual se vió acentuado ante la súbita distancia que los separó. Sopló su rubio flequillo hacia arriba, cruzando los brazos bajo el pecho y alejando la atención de él para centrarla en la escueta decoración. Incluso podría decir que le recordaba a la propia, salvo por la ropa desperdigada por todo el suelo.

Se mordió la punta de la lengua, caminando en dirección al armario y abriéndolo de par en par en busca de algo con lo que poder acomodarse. —He tenido un día horrible y no quiero dormir sola— pronunció sacando una camiseta gris y unos pantalones deportivos negros. Lo cierto era que con la camiseta estaba más que servida, o al menos lo habría estado en casa. Lo miró de reojo, cerrando las puertas y girándose hacia él con ambas prendas entre las manos. —No te estoy pidiendo nada del otro mundo, sólo... que estés ahí— susurró sentándose en el borde de la cama, estirando las piernas al frente y fijando la mirada en sus pies. —pero tampoco te voy a insistir si tanto te molesta— agregó mordisqueandose la mejilla a la par que le hacía un gesto con la mano para que se girara y pudiera cambiarse de ropa.
Arianne L. Brawn
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Jakobe V. Solberg
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Jakobe entornó los ojos unos segundos pues sabía que la rubia le estaba mintiendo. No había un deje nervioso en su voz, ni tampoco algo que la desinhibiera como para darse cuenta de lo que acababa de decir, pero eran demasiados años como para no entender que la chica había conocido a alguien. Y que estaba deseando que ese alguien la hiciera desaparecer. El auror soltó un bufido, sin ahondar mucho más en el tema, aún vuelto de espaldas a la habitación donde ella se había acomodado para empezar a vestirse con sus prendas.

Vas a tener calor, en cualquier momento terminarías dándome una patada y valoro demasiado mi integridad física... algún día espero tener descendencia —comentó, con los ojos en blanco. Ni se lo había planteado. Pero tener un comentario ocurrente con Arianne era lo que le había sacado una sonrisa todos los días. Quizás no era el más inteligente, ni la persona más bromista del universo. Seguramente hasta era un comentario de mierda. Pero no le importaba. Aquello hacía sonreír a la jueza. El noruego negó, un par de veces, convencido de que no se quedaría allí para dormir con ella. Pero Arianne sabía cómo ahondar en sus sentimientos, y tocar fibras sensibles con Jakobe no era tarea complicada si sabías a dónde ir a hacer... ¿daño? No era daño porque sí.

No puedo —insistió, volviéndose a verla. Su cabeza baja provocaron un sentimiento desolador que se instauró en su pecho. Su abdomen se mantuvo rígido ante la tensión y sus pulmones se inflaron y desinflaron un par de veces antes de dar media vuelta otra vez. Sin embargo algo lo retuvo. Era la primera vez que ella no quería que se alejara. Que necesitaba de su compañía. ¿Era alguna especie de chantaje? Golpeó el marco de la puerta justo cuando llegó a su umbral, haciéndose daño en el proceso, para luego terminar volviendo al borde de la cama y, saltando hasta rodar hacia el otro lado, se instauró en el lateral contrario lo más pegado al filo que podía y le permitía su cuerpo.

Sólo porque ambos hemos tenido un día de mierda —explicó, cerrando los ojos mientras llevaba sus manos a la nunca y trataba de relajarse. El reloj marcaba las tres y cuarto de la madrugada. ¿Con qué cara madrugarían al día siguiente? No había luto que guardar por las muertes de indeseables a manos del gobierno. —Yo no dudaría en pedírtelo todos los días si hiciera falta —reconoció, dejando a un lado que había abierto los ojos de nuevo y ahora observaba el perfil de la figura de Arianne al otro lado de su cama—. Sigo diciendo que te encantaría Noruega... —sentenció, colocándose de lado de espaldas a ella.
Jakobe V. Solberg
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Arianne L. Brawn
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Suspiró, cansada. Sus ojos se cerraban a cada instante que transcurría, y la molestaba. No quería aparentar indiferencia ante su reacción, quería tratar de compensarle de algún modo el hecho de haberle creado aquel 'malestar' que, aunque entendía, prefería no abarcar. Habían cosas que era mejor dejar a un lado, no conocerlas a ciencia cierta. Muchos preferían vivir en la ignorancia, ella también en algunos aspectos, sobre todo en aquellos que podían desembocar en un cambio que no quería. Se podía denominar como egoísta, y no lo negaba. Lo observó de reojo, rodando los ojos mientras enredaba los dedos entre las prendas de ropa. —No seas quejica— replicó, bufando. —Si sigues con ese humor nadie va a querer soportarte— agregó moviendo las piernas al frente, frotando ligeramente los pies contra el suelo.

Aprovechó que estaba de espaldas para levantarse y cambiarse de ropa en apenas unos segundos, terminando de acomodar la ancha camiseta cuando se volvió hacia ella. Quiso insistir pero, en lugar de ello, apretó los labios bajando la mirada, dejando ir el aire que quedaban en sus pulmones, aquel que empezaba a molestarle por mantenerlo más tiempo del necesario. Parpadeó, fijando su mirar en él cuando accedió, esbozando una pequeña sonrisa por convencerlo, obviamente no porque su día también hubiera sido malo. En otras circunstancias habría tratado de consolarlo, pero tenía demasiadas cosas en la cabeza, entre ellas el insistente martilleo que la molestaba de tanto en tanto.

Lo siguió con la mirada hasta aterrizar en la cama, por lo que se acercó al extremo contrario de la misma, sentándose en el borde con el cuerpo girado hacia él. Observando su espalda, el suave subir y bajar de su cuerpo con las respiraciones. —Todos los días no creo que pueda, pero sabes que siempre estoy aquí cuando me necesites— contestó cuando se giró hacia ella, levantando las piernas y tumbandose en la cama, girada hacia él. Suspiró, esbozando una sonrisa triste cuando volvió a darle la espalda, estirando un brazo para desordenarle el cabello pero dejando la mano a medio camino y dejándola caer sobre la cama. —Gracias por no haberme dejado en la calle— pronunció en un  hilo de voz, arrastrando la mano de regreso y entrelazandola con la otra cuando se colocó boca arriba. Probablemente se iría antes de que él despertara, posiblemente las pesadillas no la dejaran descansar más de un par de horas.
Arianne L. Brawn
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