OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Principios de octubre...
Me lleva poco más de una semana tomarme el tren que me deja en la estación del cinco, si no me aparezco directamente es porque necesito de esos minutos de viaje para pensar en lo que haré y en armar una explicación para Kenny sobre por qué no me siento con el espíritu como para continuar como un voluntario de la radio clandestina. Hace poco más de un mes estaba convencido de que quería una sociedad que no excluyera a ciertos grupos, de que era necesario el esfuerzo y el compromiso de los más jóvenes. Toda lucha es válida para construir el futuro que queremos. ¿Y qué hay de eso ahora? Nada. Raven murió. Ferdia murió. ¿Qué sentido tiene todo esto? Mi cuerpo se hunde en el cuero sucio del asiento del tren y me quedo mirando a la nada a través de la ventanilla empañada por el polvo.
Por algún confuso cálculo, me encuentro con más miembros de la radio de los que había hace unos días antes, así como con un cambio de edificio. Me pican los dedos para sacar la cámara de la mochila cuando veo la estructura de la vieja fábrica, el techo alto y sus vigas de metal. Lo hago un rato después, cuando estoy fuera y mirando una pared con un mancha de graffitti, el marco de la ventana con cristales rotos. Tomo la cámara, enfoco y se escucha el disparo sordo. La imagen queda capturada en la memoria. Es extraño cómo puedo perder el ánimo para todo y que pulsar el botón de mi cámara siga siendo lo más natural de mi vida, casi tanto como respirar. El mundo siempre se ve mejor a través de la lente, y es por este cristal que veo a la chica de la que me habló Kenny hace un rato.
La he visto un par de veces, como a los demás, eran multitud en el loft así que evité permanecer allí más de unos minutos cada vez para no incomodar a nadie. Suelto la cámara para que caiga contra mi pecho sujetada por el cordón y camino hacia ella. —Soy Dave— me presento, con mi mano extendida hacia ella. —Me han dicho que quieres colaborar con la Red y que podría mostrarte lo que hago— explico, no le hablo abiertamente de qué irá su trabajo. Contarlo puede asustar, es hasta que se hace que se le toma el gusto de andar por ahí y prestar atención a todo lo que se dice, se ve y no se dice también. —Vamos a dar un paseo— muevo mi barbilla para apuntar más allá de los terrenos baldíos que rodean la fábrica, y vuelvo a tender mi mano hacia ella para que la sujete.
Me lleva poco más de una semana tomarme el tren que me deja en la estación del cinco, si no me aparezco directamente es porque necesito de esos minutos de viaje para pensar en lo que haré y en armar una explicación para Kenny sobre por qué no me siento con el espíritu como para continuar como un voluntario de la radio clandestina. Hace poco más de un mes estaba convencido de que quería una sociedad que no excluyera a ciertos grupos, de que era necesario el esfuerzo y el compromiso de los más jóvenes. Toda lucha es válida para construir el futuro que queremos. ¿Y qué hay de eso ahora? Nada. Raven murió. Ferdia murió. ¿Qué sentido tiene todo esto? Mi cuerpo se hunde en el cuero sucio del asiento del tren y me quedo mirando a la nada a través de la ventanilla empañada por el polvo.
Por algún confuso cálculo, me encuentro con más miembros de la radio de los que había hace unos días antes, así como con un cambio de edificio. Me pican los dedos para sacar la cámara de la mochila cuando veo la estructura de la vieja fábrica, el techo alto y sus vigas de metal. Lo hago un rato después, cuando estoy fuera y mirando una pared con un mancha de graffitti, el marco de la ventana con cristales rotos. Tomo la cámara, enfoco y se escucha el disparo sordo. La imagen queda capturada en la memoria. Es extraño cómo puedo perder el ánimo para todo y que pulsar el botón de mi cámara siga siendo lo más natural de mi vida, casi tanto como respirar. El mundo siempre se ve mejor a través de la lente, y es por este cristal que veo a la chica de la que me habló Kenny hace un rato.
La he visto un par de veces, como a los demás, eran multitud en el loft así que evité permanecer allí más de unos minutos cada vez para no incomodar a nadie. Suelto la cámara para que caiga contra mi pecho sujetada por el cordón y camino hacia ella. —Soy Dave— me presento, con mi mano extendida hacia ella. —Me han dicho que quieres colaborar con la Red y que podría mostrarte lo que hago— explico, no le hablo abiertamente de qué irá su trabajo. Contarlo puede asustar, es hasta que se hace que se le toma el gusto de andar por ahí y prestar atención a todo lo que se dice, se ve y no se dice también. —Vamos a dar un paseo— muevo mi barbilla para apuntar más allá de los terrenos baldíos que rodean la fábrica, y vuelvo a tender mi mano hacia ella para que la sujete.
A veces tenía ráfagas de valentía, seguía por otras tantas de cobardía. Había pasado ya un tiempo desde que dije que quería ayudar, y otro poco desde que había empezado a pagar mi parte del trato que consistía en enseñarles a todos a defenderse, tal como Echo había hecho conmigo desde que pude sostener un arma. Esos tiempos, después de todo lo sucedido, parecían tan lejos, que creía sentir como un inmortal se sentiría, viendo el paso de la vida que parece no tener fin en absoluto. Kenny me había dicho que David, uno de los chicos que trabajaban en el exterior (el solo escuchar exterior me hizo estremecer) iba a servirme de guía, mientras aprendía los entresijos del espionaje.
Cada fibra de mi cuerpo gritaba que esto era una muy, pero que muy mala idea. ¿Estaba a tiempo de arrepentirme?
No, claro que no.
Deslicé mi cabeza por el cuello de la camisa terminando de ponérmela antes de bajar las escaleras metálicas hacia la primera planta de la fábrica. Llevaba ropa que no era mía, aunque para mi sorpresa, tampoco de una chica mucho más grande. Había dejado atrás la época en la que la ropa me quedaba gigante, y parecía que un saco de patatas me quedaría puesto mucho mejor que una camisa de Arleth o de Ava, de donde sea que la hubieran sacado; aunque seguía sin ser bonita. Era la primera vez que pensaba en que una ropa debía ser bonita.
Distraída en esa tontería, la voz de David me llegó a los oídos y me hizo levantar la cabeza del feo dibujo estampado en la ropa. No era la primera vez que lo veía, ni tampoco que escuchaba su nombre; pero sí la primera vez que interactuaba directamente con él. Intenté sonreír, pero solo salió una mueca rara, evidente de nerviosismo. — Delilah, todos me dicen Lilah. O Del. — dudaba que él supiera quien era, por eso se presentó. Hasta hace nada era solo un mueble al fondo de la sala que no aportaba absolutamente nada. — Si — Murmuró, cogiéndome el codo del brazo contrario con una mano y apretando, intentando parar de temblar. Aunque no sabía si realmente estaba temblando o era solo una sensación automática. — ¿Afuera?... ¿afuera, afuera? — si, definitivamente era una mala idea.
Baje la vista hacia su mano cuando me la tendió y por inercia, mis ojos se desviaron hacia la cámara que colgaba contra su pecho. Antes no le había prestado atención. Echo me había traído una de regalo cuando era pequeña para que tomara fotografías y todavía recordaba las mil que tenía guardadas en... no, guardadas no, estaba incineradas en lo que había sido mi habitación en el 14. Había tenido una pared llena de ellas pegadas con celo o con chinchetas, con fotos de todos haciendo tonterías. Eramos tan pequeños entonces... Ken la había robado para hacer el ganso con Beverly y Zenda y al final, la habían destrozado entera. Echo nunca pudo conseguirme otra como esa; o tal vez lo olvidó. Pensar en Echo, y pensar en esa cámara, al final disipan el miedo que salir al exterior me causa.
No estoy segura de cuanto tiempo pasó antes de que soltara todo el aire que habían retenido mis pulmones mientras mi mente se perdió entre recuerdos y al final, alargué mi mano también para coger la suya. Era la primera vez que tocaba la mano de un chico que no era Seth, o Ben, o Ken, o Papá, o Jared... Fue un poco raro la verdad.
— Me han dicho que cazan secretos. Que solo tengo que prestar atención y escuchar. Eso es lo único que sé por ahora — comenté, y aunque las circunstancias estaban claras, no podía imaginar que fuera tan fácil. — Pero... yo no soy una bruja y a los humanos los odian aquí. — No estaba segura de como funcionaba exactamente eso de la identificación, ¿Me lo verían en la cara si me miraban fijamente?
Cada fibra de mi cuerpo gritaba que esto era una muy, pero que muy mala idea. ¿Estaba a tiempo de arrepentirme?
No, claro que no.
Deslicé mi cabeza por el cuello de la camisa terminando de ponérmela antes de bajar las escaleras metálicas hacia la primera planta de la fábrica. Llevaba ropa que no era mía, aunque para mi sorpresa, tampoco de una chica mucho más grande. Había dejado atrás la época en la que la ropa me quedaba gigante, y parecía que un saco de patatas me quedaría puesto mucho mejor que una camisa de Arleth o de Ava, de donde sea que la hubieran sacado; aunque seguía sin ser bonita. Era la primera vez que pensaba en que una ropa debía ser bonita.
Distraída en esa tontería, la voz de David me llegó a los oídos y me hizo levantar la cabeza del feo dibujo estampado en la ropa. No era la primera vez que lo veía, ni tampoco que escuchaba su nombre; pero sí la primera vez que interactuaba directamente con él. Intenté sonreír, pero solo salió una mueca rara, evidente de nerviosismo. — Delilah, todos me dicen Lilah. O Del. — dudaba que él supiera quien era, por eso se presentó. Hasta hace nada era solo un mueble al fondo de la sala que no aportaba absolutamente nada. — Si — Murmuró, cogiéndome el codo del brazo contrario con una mano y apretando, intentando parar de temblar. Aunque no sabía si realmente estaba temblando o era solo una sensación automática. — ¿Afuera?... ¿afuera, afuera? — si, definitivamente era una mala idea.
Baje la vista hacia su mano cuando me la tendió y por inercia, mis ojos se desviaron hacia la cámara que colgaba contra su pecho. Antes no le había prestado atención. Echo me había traído una de regalo cuando era pequeña para que tomara fotografías y todavía recordaba las mil que tenía guardadas en... no, guardadas no, estaba incineradas en lo que había sido mi habitación en el 14. Había tenido una pared llena de ellas pegadas con celo o con chinchetas, con fotos de todos haciendo tonterías. Eramos tan pequeños entonces... Ken la había robado para hacer el ganso con Beverly y Zenda y al final, la habían destrozado entera. Echo nunca pudo conseguirme otra como esa; o tal vez lo olvidó. Pensar en Echo, y pensar en esa cámara, al final disipan el miedo que salir al exterior me causa.
No estoy segura de cuanto tiempo pasó antes de que soltara todo el aire que habían retenido mis pulmones mientras mi mente se perdió entre recuerdos y al final, alargué mi mano también para coger la suya. Era la primera vez que tocaba la mano de un chico que no era Seth, o Ben, o Ken, o Papá, o Jared... Fue un poco raro la verdad.
— Me han dicho que cazan secretos. Que solo tengo que prestar atención y escuchar. Eso es lo único que sé por ahora — comenté, y aunque las circunstancias estaban claras, no podía imaginar que fuera tan fácil. — Pero... yo no soy una bruja y a los humanos los odian aquí. — No estaba segura de como funcionaba exactamente eso de la identificación, ¿Me lo verían en la cara si me miraban fijamente?
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Ensancho mi sonrisa en un gesto que pretende ser tranquilizador, al notar que la chica no está particularmente entusiasmada por esta expedición, se ve más bien asustadiza, puedo entenderlo después de todo lo que ha pasado en las últimas semanas, pero no puedo evitar comparar la primera impresión de su carácter con la de las otras chicas que conocí, Zenda y Beverly. No sé nada de la Zenda, de la segunda me han dicho que también se quedará con Kenny y Jeff. Delilah se ve… no enojada como Zenda, no atrevida como Beverly… actitudes que me han hecho querer tirarles de las orejas cuando las descubrí en el baño fumando algo. Esta chica se ve… bueno, asustada. No es de quien se esperaría que esté metiéndose entre los escondrijos del distrito para escuchar algún rumor, o por el contrario, puede llegar a ser la persona más adecuada.
—Sí, digamos que… afuera—. En realidad, estamos afuera. En el exterior de la fábrica, con un terreno alto en pastizales al otro lado de una alambrada rota. —No tienes que preocuparte de nada— le aclaro con las palmas en alto, lo primero y más importante es calmar su ansiedad, animarla a dar los pasos que la alejen de aquí. —Soy un mago, siempre que te mantengas al alcance de mi mano, podremos aparecernos y desaparecernos. También tengo una varita…— la saco del bolsillo de mi pantalón para mostrársela y me descuelgo la mochila al hombro. —Y chocolates— abro el cierre para rebuscar entre lo que tengo dentro, tanteo un par de medias limpias hasta dar con la barra de chocolate.—Toma, necesitarás energía para esta travesía…—. No es por eso que se lo doy, pero no quiero que parezca que la estoy… no sé, no quiero que crea que creo que es débil para esto, que no se sienta subestimada, tengo mi esperanza puesta en ello y quiero demostrarle a Kenny que he podido entrenar a alguien para que pueda cumplir en detalle lo que yo hago, o quizás lo haga aún mejor.
—También tengo esto— le muestro la cámara que cuelga de mi cuello. —Es un escudo, me coloco detrás de la lente para ver el mundo y me protege. ¿Tienes… algo que te pueda servir como escudo? ¿Un par de gafas? ¿Una libreta?—. No me pregunten en qué manual barato de psicomagia leí sobre esto. El calor tibio de la mano de la chica sobre mi palma hace que cierre mis dedos a su alrededor en un apretón que quiere darle seguridad. Es raro… volver a sostener la mano de una persona con el convencimiento de que nada le hará daño si me mantengo a su lado. —Cazadores de secretos… me gusta cómo se escucha eso…— digo, tirando hacia arriba de mi sonrisa. —Se trata de un ejercicio de ser parte del todo, donde en realidad no eres nadie. Así que no importa si eres bruja, muggle, squib o veela. Puedes ser todas, puedes ser ninguna. Puedes ser un personaje distinto en cada oportunidad. Sales a la calle y eres una con las paredes, siempre te verán con la mirada pérdida y tú lo estarás mirando todo, parecerás concentrada en tus propios pensamientos o en un libro, y lo estarás escuchando todo— explico, con una emoción que sigue ahí, maldición, todavía esto me mueve. —Sujétate fuerte, iremos a la primera estación de este viaje— reafirmo mi agarre de su mano y en un sacudón, estamos de pie en el centro mismo del distrito, en lo que podría ser una plaza si no fuera por lo derruida que está y a nuestro alrededor se alzan las figuras planas de muchos edificios.
—Sí, digamos que… afuera—. En realidad, estamos afuera. En el exterior de la fábrica, con un terreno alto en pastizales al otro lado de una alambrada rota. —No tienes que preocuparte de nada— le aclaro con las palmas en alto, lo primero y más importante es calmar su ansiedad, animarla a dar los pasos que la alejen de aquí. —Soy un mago, siempre que te mantengas al alcance de mi mano, podremos aparecernos y desaparecernos. También tengo una varita…— la saco del bolsillo de mi pantalón para mostrársela y me descuelgo la mochila al hombro. —Y chocolates— abro el cierre para rebuscar entre lo que tengo dentro, tanteo un par de medias limpias hasta dar con la barra de chocolate.—Toma, necesitarás energía para esta travesía…—. No es por eso que se lo doy, pero no quiero que parezca que la estoy… no sé, no quiero que crea que creo que es débil para esto, que no se sienta subestimada, tengo mi esperanza puesta en ello y quiero demostrarle a Kenny que he podido entrenar a alguien para que pueda cumplir en detalle lo que yo hago, o quizás lo haga aún mejor.
—También tengo esto— le muestro la cámara que cuelga de mi cuello. —Es un escudo, me coloco detrás de la lente para ver el mundo y me protege. ¿Tienes… algo que te pueda servir como escudo? ¿Un par de gafas? ¿Una libreta?—. No me pregunten en qué manual barato de psicomagia leí sobre esto. El calor tibio de la mano de la chica sobre mi palma hace que cierre mis dedos a su alrededor en un apretón que quiere darle seguridad. Es raro… volver a sostener la mano de una persona con el convencimiento de que nada le hará daño si me mantengo a su lado. —Cazadores de secretos… me gusta cómo se escucha eso…— digo, tirando hacia arriba de mi sonrisa. —Se trata de un ejercicio de ser parte del todo, donde en realidad no eres nadie. Así que no importa si eres bruja, muggle, squib o veela. Puedes ser todas, puedes ser ninguna. Puedes ser un personaje distinto en cada oportunidad. Sales a la calle y eres una con las paredes, siempre te verán con la mirada pérdida y tú lo estarás mirando todo, parecerás concentrada en tus propios pensamientos o en un libro, y lo estarás escuchando todo— explico, con una emoción que sigue ahí, maldición, todavía esto me mueve. —Sujétate fuerte, iremos a la primera estación de este viaje— reafirmo mi agarre de su mano y en un sacudón, estamos de pie en el centro mismo del distrito, en lo que podría ser una plaza si no fuera por lo derruida que está y a nuestro alrededor se alzan las figuras planas de muchos edificios.
Las palabras de Dave iban evaporando mi miedo de forma gradual, hasta que lo del chocolate me hizo reír. Había experimentado de primera mano la facilidad con la que Echo podía sacarnos de un sitio y llevarnos a otro sin despeinarse y lo que podía hacer con su varita cuando quería; Kenny confiaba en Dave así que no había motivos para que yo no lo hiciera, y mucho menos, no me sintiera segura frente a alguien que acababa de prometerme algo a pesar de no saber nada sobre mi. Cogí la barra y mordí un poco, tan poco que apenas conseguí dejar el sabor en mi boca; un sabor que había probado otras veces, pero no tan a menudo como me habría gustado hacerlo. ¿Alguien podría ser realmente infeliz comiendo chocolate? Cerré los ojos disfrutando del sabor, hasta que él habló de nuevo, esta vez, de su cámara.
¿Un escudo? ¿yo?, por la cámara podía saber que no se refería literalmente a un escudo, pero no podía pensar en nada, ni siquiera con las ideas que él me estaba ofreciendo. — mmm — conforme más tiempo pasaba callada, más escuchaba la voz al fondo de mi cabeza diciéndome que no servía para esto; que en realidad, no servía para nada en absoluto. El ligero apretón de los dedos de Dave contra los míos fue como una inyección de adrenalina temporal, esa que a veces me ayudaba a oponerme a mi propio miedo. — ¿Puedo tener otra cámara? — pregunté dubitativa, arrugando un poco el gesto insegura de si había alguna clase de norma no escrita acerca de no repetir escudos. — Me gustaba tomar fotos de pequeña. Era como congelar recuerdos. — Y me gustaba eso; porque sentía que mediante las fotografías podía volver a tiempos infinitamente mejores. — Aunque no te quiero robar tu escudo ni nada... ni nada de eso. También puedo escribir...
Me reí muy avergonzada cuando él repitió mis palabras, ahora que escuchaba lo de cazadores de secretos sonaba un poco ridículo. Intenté que no se me subieran los colores al rostro, pero sentí mi fracaso en las orejas calientes. — Me gusta esa idea — aquellas eran una de las pocas palabras que decía con algo que sonaba parecido al valor; porque no eran mentira, no eran solo un impulso temporal de valentía provocada por una parte inestable de mi propia personalidad. — Nunca me he gustado mucho yo — podía quedarme enumerando un sinfín de defectos, pero se mantuvo callada. Había hablado muy bajo y esperé que él no la oyera, porque era la primera vez que lo decía en voz alta. Antes de eso, solo me odiaba en silencio.
Dave hacía sonar aquel trabajo de una forma que me hacía sentir rara, era una sensación de esas en el pecho que te hacen absorber aire que luego se escapa de tu boca en un suspiro irregular. Podía cuestionarme todo lo que quisiera si estaba o no preparada para hacer algo como eso, pero había otra parte más fuerte tirando de mi hacia una decisión que, todavía, ni siquiera estaba segura de haber tomado.
Con mi mano aún entre las suyas, me acerqué. Rodee su brazo con la otra y me agarré todo lo fuerte que pude; quizá de más, enterrando mis uñas contra su antebrazo mientras nos desaparecíamos. La sensación fue familiar y nostálgica a la vez, pero mi corazón se aceleró de golpe al escuchar el bullicio alrededor. No era de muchas personas, pero si más de las que estaba acostumbrada a tener cerca.
Siempre pensé que Neopanem sería el lugar donde todos voltearían a mirarme, mientras me juzgaban por ser una rebelde, o por ser una humana; pero nadie nos estaba prestando ni la más mínima atención. Mantuve el fuerte agarre durante unos segundos más; entonces mis propias manos se relajaron y el aire que ni siquiera sabía que tenía retenido en los pulmones, salió. Recordaba haber visto esos edificios, desde otro ángulo, desde el apartamento. — Seguimos en el cinco ¿no? No salgo mucho, pero reconozco ese edificio — señaló el lugar con un gesto de su propia cabeza, manteniendo baja la voz, como si estuviera contándole a Dave meros secretos.
¿Un escudo? ¿yo?, por la cámara podía saber que no se refería literalmente a un escudo, pero no podía pensar en nada, ni siquiera con las ideas que él me estaba ofreciendo. — mmm — conforme más tiempo pasaba callada, más escuchaba la voz al fondo de mi cabeza diciéndome que no servía para esto; que en realidad, no servía para nada en absoluto. El ligero apretón de los dedos de Dave contra los míos fue como una inyección de adrenalina temporal, esa que a veces me ayudaba a oponerme a mi propio miedo. — ¿Puedo tener otra cámara? — pregunté dubitativa, arrugando un poco el gesto insegura de si había alguna clase de norma no escrita acerca de no repetir escudos. — Me gustaba tomar fotos de pequeña. Era como congelar recuerdos. — Y me gustaba eso; porque sentía que mediante las fotografías podía volver a tiempos infinitamente mejores. — Aunque no te quiero robar tu escudo ni nada... ni nada de eso. También puedo escribir...
Me reí muy avergonzada cuando él repitió mis palabras, ahora que escuchaba lo de cazadores de secretos sonaba un poco ridículo. Intenté que no se me subieran los colores al rostro, pero sentí mi fracaso en las orejas calientes. — Me gusta esa idea — aquellas eran una de las pocas palabras que decía con algo que sonaba parecido al valor; porque no eran mentira, no eran solo un impulso temporal de valentía provocada por una parte inestable de mi propia personalidad. — Nunca me he gustado mucho yo — podía quedarme enumerando un sinfín de defectos, pero se mantuvo callada. Había hablado muy bajo y esperé que él no la oyera, porque era la primera vez que lo decía en voz alta. Antes de eso, solo me odiaba en silencio.
Dave hacía sonar aquel trabajo de una forma que me hacía sentir rara, era una sensación de esas en el pecho que te hacen absorber aire que luego se escapa de tu boca en un suspiro irregular. Podía cuestionarme todo lo que quisiera si estaba o no preparada para hacer algo como eso, pero había otra parte más fuerte tirando de mi hacia una decisión que, todavía, ni siquiera estaba segura de haber tomado.
Con mi mano aún entre las suyas, me acerqué. Rodee su brazo con la otra y me agarré todo lo fuerte que pude; quizá de más, enterrando mis uñas contra su antebrazo mientras nos desaparecíamos. La sensación fue familiar y nostálgica a la vez, pero mi corazón se aceleró de golpe al escuchar el bullicio alrededor. No era de muchas personas, pero si más de las que estaba acostumbrada a tener cerca.
Siempre pensé que Neopanem sería el lugar donde todos voltearían a mirarme, mientras me juzgaban por ser una rebelde, o por ser una humana; pero nadie nos estaba prestando ni la más mínima atención. Mantuve el fuerte agarre durante unos segundos más; entonces mis propias manos se relajaron y el aire que ni siquiera sabía que tenía retenido en los pulmones, salió. Recordaba haber visto esos edificios, desde otro ángulo, desde el apartamento. — Seguimos en el cinco ¿no? No salgo mucho, pero reconozco ese edificio — señaló el lugar con un gesto de su propia cabeza, manteniendo baja la voz, como si estuviera contándole a Dave meros secretos.
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Me descuelgo la cámara del cuello, en un movimiento de mi brazo que retira la correa de mi cuello, para quedármela en las manos, tengo una sonrisa tirando de mis labios para que pierda la pena de pedir un escudo como el mío. —Te la prestaré— le digo, no me la está robando, ni nada de eso. — Es bueno que pruebes un par de escudos para que veas cuál te sirve más y mejor, y mira, si descubres que lo tuyo es la fotografía…— sigo, mi voz haciéndose más fuerte, más clara, por esa emoción que está ahí, latiendo donde por días sentí que no llevaba nada, que cargaba con un vacío que me pesaba el estómago, hacía que mis pensamientos cayeron en un espiral de la que no podían salir, siempre al abismo. Maldición, cómo me gusta esto. —Podría mostrarte todas las funciones de la cámara, enseñarte algunos planos y darte una de mis cámaras viejas. Te habrás dado cuenta que no vivo aquí, vengo del distrito seis, y ahí tenemos un montón de aparatos tecnológicos, puedo traerte una— me ofrezco, si va a ser mi reemplazo en la Red, me encargaré de transmitirle todo lo que pueda enseñarle y todo lo que ella quiera aprender.
Si como parte de entrenarla tengo que darle un poco de confianza en sí misma, también lo haré. No quiero arrojarla fuera, a lo difícil que puede ser la vida de los repudiados, sintiéndose equivocada consigo misma. Sobre todo, porque es de las pocas reclutas de la Red que podrán poner un pie en la calle por un tiempo y no puede asustarse fácil. —También trabajaremos en eso— prometo, en una nota baja como la suya, pero convencido de que me ha escuchado. Tengo sus dedos sujetos a los míos, me siento responsable de ella, apenas tiene unos años más que mi hermana menor y muchos más que los míos como para que pueda sentir que entre los dos, soy el adulto a cargo o algo así.
Estamos en medio de una ciudad que lleva más de una década cayéndose a pedazos, así que el paisaje de abandono ha perdido su impacto. —Seguimos en el cinco— se lo confirmo, soltándola de mi agarre después de un último apretón de aliento. —Bienvenida a la ciudad de las luces— bromeo, con mi sonrisa ladeándose hacía un lado. —De noche, no puedes contar la cantidad de estrellas que se ven desde esta plaza…— le cuento, ese puede que sea uno de los pocos encantos de las ciudades pobres, que los cielos se ven mejor que en otros lugares. En el Capitolio no he podido levantar la vista sin que me cieguen faroles y carteles luminosos. —Aguarda un momento— pido, colocándome frente a ella para cruzar la correa de la cámara por su nuca, así cae sobre su pecho. —Con este botón regulas la lente para acercar o alejar el zoom, con este otro capturas la imagen— indico, no necesitará más para comenzar. El resto de las opciones se regulan por sí solas. —Cerca de aquí hay un lugar donde unos chicos se juntan, servirá para practicar…— la tomo del hombro para cruzar con ella la calle, no hay exceso de automóviles como para que tengamos que mirar dos veces, ese es un lujo de pocos. De la acera atravesamos la apertura de un callejón, para ser de día, se siente más fuerte los olores de un contenedor de basura. Contra una pared está una gruesa puerta de metal con un letrero que no funciona y lo marca como salida de emergencia. —Pensemos cinco minutos, ¿quién te gustaría ser, Lilah?
Si como parte de entrenarla tengo que darle un poco de confianza en sí misma, también lo haré. No quiero arrojarla fuera, a lo difícil que puede ser la vida de los repudiados, sintiéndose equivocada consigo misma. Sobre todo, porque es de las pocas reclutas de la Red que podrán poner un pie en la calle por un tiempo y no puede asustarse fácil. —También trabajaremos en eso— prometo, en una nota baja como la suya, pero convencido de que me ha escuchado. Tengo sus dedos sujetos a los míos, me siento responsable de ella, apenas tiene unos años más que mi hermana menor y muchos más que los míos como para que pueda sentir que entre los dos, soy el adulto a cargo o algo así.
Estamos en medio de una ciudad que lleva más de una década cayéndose a pedazos, así que el paisaje de abandono ha perdido su impacto. —Seguimos en el cinco— se lo confirmo, soltándola de mi agarre después de un último apretón de aliento. —Bienvenida a la ciudad de las luces— bromeo, con mi sonrisa ladeándose hacía un lado. —De noche, no puedes contar la cantidad de estrellas que se ven desde esta plaza…— le cuento, ese puede que sea uno de los pocos encantos de las ciudades pobres, que los cielos se ven mejor que en otros lugares. En el Capitolio no he podido levantar la vista sin que me cieguen faroles y carteles luminosos. —Aguarda un momento— pido, colocándome frente a ella para cruzar la correa de la cámara por su nuca, así cae sobre su pecho. —Con este botón regulas la lente para acercar o alejar el zoom, con este otro capturas la imagen— indico, no necesitará más para comenzar. El resto de las opciones se regulan por sí solas. —Cerca de aquí hay un lugar donde unos chicos se juntan, servirá para practicar…— la tomo del hombro para cruzar con ella la calle, no hay exceso de automóviles como para que tengamos que mirar dos veces, ese es un lujo de pocos. De la acera atravesamos la apertura de un callejón, para ser de día, se siente más fuerte los olores de un contenedor de basura. Contra una pared está una gruesa puerta de metal con un letrero que no funciona y lo marca como salida de emergencia. —Pensemos cinco minutos, ¿quién te gustaría ser, Lilah?
No pude evitar una sonrisa reflejo de la suya cuando él aceptó prestarme la cámara, al mismo tiempo que se me aceleraba el corazón incluso más de lo que ya lo estaba por la adrenalina que segregaba cada fibra de mi ser debido a la situación. Había una ligera brisa que me hacía consciente constantemente de que estaba en el exterior, y podía contar con los dedos de una sola mano las veces que había hecho eso por propia voluntad.
No podía decir que la fotografía fuera lo mío, porque no recordaba tener buenas fotos. Solo eran fotos de personas a las que quería lo bastante y de momentos que consideraba felices que quería recordar para siempre. Además, las fotos de los magos se movían y eso era algo que siempre me había encandilado, como a una polilla la luz. — ¿El seis? — recordaba que Sebastian había hablado de ese distrito cuando Delilah era pequeña, porque era el lugar donde había nacido su padre; pero era la primera vez que asociaba esa historia con un distrito de Neopanem. La emoción me abordó y por un instante sentí ganas de preguntarle mil cosas diferentes a Dave, como si así pudiera localizar a Anderson pero cuando mi rostro había cambiado a una emocionada sonrisa se paró en seco y se fue desvaneciendo con la misma rapidez. Dada la suerte que tengo con las personas que se han convertido en mis padres a lo largo de los años, quizá Anderson esté mejor sin saber de mi existencia.
Sebastian, Vennet, Echo... todos muertos. Y por lo que sabía, Anderson podía estarlo también; al igual que Kathleen.
Me llevé la mano hacia un mechón de mi pelo para esconder el conflicto emocional al que me había enfrentado en los últimos segundos, y asentí ligeramente, aceptando tanto la ayuda de Dave comos sus cámaras y dándole una explicación de porqué, durante un momento, parecí interesada por el distrito donde vivía. — No es nada importante. Una vez me dijeron que si este país no se hubiera ido a la mierda, quizá, yo habría crecido allí. — Pero no lo conocía. No tenía ninguna memoria sobre el seis, o el siete, que eran los distritos de su padre y madre respectivamente, o de la Isla de los Vencedores, que era donde había nacido. Todo eso para mi, eran solo historias.
Sentí un vacío importante cuando Dave me soltó y tanto el corazón como la respiración se me aceleraron, pero su voz recordándome que mientras estuviera a su alcance también estaría a salvo, me hizo soltar un suspiro lento, para intentar recuperar el ritmo habitual de mis latidos. Cerré los ojos por inercia cuando pasó la cuerda de su cámara alrededor de mi cabeza y llevé la mano hacia ésta en cuanto sentí el peso sobre mi pecho. Miré los botones que indicaba y pasé los dedos por encima, sin presionar los botones. Me reí a pesar de no entender el chiste, fue más un reflejo de su sonrisa en mi rostro, porque para mi Neopanem era un lugar que estudio en un libro a lo lejos, y cuya distribución desconocía. De haber sabido que aquel era el distrito eléctrico y que las luces muchas veces cubrían las estrellas, tal vez me habría reído sabiendo cual era la gracia de sus palabras. — En el... — catorce, era lo que quería decir, pero me reprimí. No creí que fuera buena idea mencionar ese distrito tan a la ligera. — En el lugar del que vengo, también se veían. Incluso desde mi habitación. — pero sin duda, los mejores recuerdos que tengo de las estrellas son en la torre de vigilancia del oeste, la más alejada del distrito. Las guardias en esa torre eran tan aterradoras como maravillosas. — Aunque no cambiaría por nada la pequeña gruta que había a un par de kilómetros de mi casa... las estrellas se reflejaban en el agua y esta, las reflejaba en las paredes de piedra. Si le echabas un poco de imaginación era como estar volando por el cielo nocturno — Mi voz fue perdiendo fuerza al hablar, mientras recordaba las pocas veces que me había atrevido a romper el toque de queda nocturno, solo para esas cosas. Esa habría sido una fotografía que me hubiera gustado conservar, pero ahora solo era una imagen en mi memoria.
Volví a la realidad cuando me preguntó quien quería ser, y lo miré directamente a los ojos. — Un persona mucho más valiente. — No era la primera vez que deseaba eso; a veces, pensaba en si había algo mal conmigo cada vez que veía a Jared, a Kendrick, a Beverly, capaces de sacar de donde fuera el valor para arrasar con el mundo. Casi todos los chicos eran así. ¿Por qué yo no?
Bajé la cabeza. El cabello cayó sobre mi rostro y me ocultó ligeramente. — La valentía lo resuelve todo ¿no? Son los valientes los que salvan el mundo — No sé porqué dije esa estupidez. Tardé un poco en sentirme lo bastante estúpida para reírme. — Lo siento. A diferencia de todos los chicos que vinieron conmigo, yo soy la oveja negra... la que es lo bastante egoísta como para pensar que la guerra podría acabar mientras yo estoy a salvo en mi casa
No podía decir que la fotografía fuera lo mío, porque no recordaba tener buenas fotos. Solo eran fotos de personas a las que quería lo bastante y de momentos que consideraba felices que quería recordar para siempre. Además, las fotos de los magos se movían y eso era algo que siempre me había encandilado, como a una polilla la luz. — ¿El seis? — recordaba que Sebastian había hablado de ese distrito cuando Delilah era pequeña, porque era el lugar donde había nacido su padre; pero era la primera vez que asociaba esa historia con un distrito de Neopanem. La emoción me abordó y por un instante sentí ganas de preguntarle mil cosas diferentes a Dave, como si así pudiera localizar a Anderson pero cuando mi rostro había cambiado a una emocionada sonrisa se paró en seco y se fue desvaneciendo con la misma rapidez. Dada la suerte que tengo con las personas que se han convertido en mis padres a lo largo de los años, quizá Anderson esté mejor sin saber de mi existencia.
Sebastian, Vennet, Echo... todos muertos. Y por lo que sabía, Anderson podía estarlo también; al igual que Kathleen.
Me llevé la mano hacia un mechón de mi pelo para esconder el conflicto emocional al que me había enfrentado en los últimos segundos, y asentí ligeramente, aceptando tanto la ayuda de Dave comos sus cámaras y dándole una explicación de porqué, durante un momento, parecí interesada por el distrito donde vivía. — No es nada importante. Una vez me dijeron que si este país no se hubiera ido a la mierda, quizá, yo habría crecido allí. — Pero no lo conocía. No tenía ninguna memoria sobre el seis, o el siete, que eran los distritos de su padre y madre respectivamente, o de la Isla de los Vencedores, que era donde había nacido. Todo eso para mi, eran solo historias.
Sentí un vacío importante cuando Dave me soltó y tanto el corazón como la respiración se me aceleraron, pero su voz recordándome que mientras estuviera a su alcance también estaría a salvo, me hizo soltar un suspiro lento, para intentar recuperar el ritmo habitual de mis latidos. Cerré los ojos por inercia cuando pasó la cuerda de su cámara alrededor de mi cabeza y llevé la mano hacia ésta en cuanto sentí el peso sobre mi pecho. Miré los botones que indicaba y pasé los dedos por encima, sin presionar los botones. Me reí a pesar de no entender el chiste, fue más un reflejo de su sonrisa en mi rostro, porque para mi Neopanem era un lugar que estudio en un libro a lo lejos, y cuya distribución desconocía. De haber sabido que aquel era el distrito eléctrico y que las luces muchas veces cubrían las estrellas, tal vez me habría reído sabiendo cual era la gracia de sus palabras. — En el... — catorce, era lo que quería decir, pero me reprimí. No creí que fuera buena idea mencionar ese distrito tan a la ligera. — En el lugar del que vengo, también se veían. Incluso desde mi habitación. — pero sin duda, los mejores recuerdos que tengo de las estrellas son en la torre de vigilancia del oeste, la más alejada del distrito. Las guardias en esa torre eran tan aterradoras como maravillosas. — Aunque no cambiaría por nada la pequeña gruta que había a un par de kilómetros de mi casa... las estrellas se reflejaban en el agua y esta, las reflejaba en las paredes de piedra. Si le echabas un poco de imaginación era como estar volando por el cielo nocturno — Mi voz fue perdiendo fuerza al hablar, mientras recordaba las pocas veces que me había atrevido a romper el toque de queda nocturno, solo para esas cosas. Esa habría sido una fotografía que me hubiera gustado conservar, pero ahora solo era una imagen en mi memoria.
Volví a la realidad cuando me preguntó quien quería ser, y lo miré directamente a los ojos. — Un persona mucho más valiente. — No era la primera vez que deseaba eso; a veces, pensaba en si había algo mal conmigo cada vez que veía a Jared, a Kendrick, a Beverly, capaces de sacar de donde fuera el valor para arrasar con el mundo. Casi todos los chicos eran así. ¿Por qué yo no?
Bajé la cabeza. El cabello cayó sobre mi rostro y me ocultó ligeramente. — La valentía lo resuelve todo ¿no? Son los valientes los que salvan el mundo — No sé porqué dije esa estupidez. Tardé un poco en sentirme lo bastante estúpida para reírme. — Lo siento. A diferencia de todos los chicos que vinieron conmigo, yo soy la oveja negra... la que es lo bastante egoísta como para pensar que la guerra podría acabar mientras yo estoy a salvo en mi casa
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Le echo una segunda mirada cuando se muestra interesada en el distrito seis, me surge la duda inmediata de si tiene familia allí. ¿De qué tiempo? De lo que recuerdo en mi infancia en el distrito, muchas de las familias que conocía se desvanecieron en el paisaje y los amigos de ese entonces desaparecieron también, se llevaron a todos los muggles al mercado de esclavos. Supongo que su familia fue una de esas cuando me dice que quizás hubiera crecido ahí si el mundo no se hubiera ido… bueno, a la mierda. ¿Hay otra manera de decirlo? No. —Es un distrito interesante— le digo, con una punzada hacia lo que será siempre mi hogar. — Mucha gente trabajando, a todas horas. Hay un bullicio todo el día de motores en funcionamiento y los engranajes de las viejas máquinas. De las puertas de los talleres de pronto vez que salen motos voladoras a toda velocidad y rompen las nubes del cielo…— le cuento, dibujando una línea curva imaginaria con mi mano que asciende por encima de mi cabeza. Sonrío hacia ella, tengo un minuto de duda antes de decir. —Si algún día lo quieres conocer…—. Su cara no está entre los buscados, podríamos intentarlo.
Sería un riesgo, claro. No sé si estará lista para algo así, puede que necesite un par de expediciones de práctica para hacerse invisible o cobrar confianza en que no se encontrará con ningún peligro, para animarse a viajar a un distrito más poblado que este. Pongo mi escudo favorito alrededor de su cuello, como un amuleto que espero la proteja, sus dedos se familiarizan con los botones que yo tan bien conozco y sonrío al observarla en esa tarea, aguardo a que se anime a intentar una captura, pero no lo hace. Puedo tratar de imaginar cómo es ese lugar que describe con tanto detalle, tomo su hombro para darle un apretón afectuoso de consuelo. Delilah también me habla de su hogar, que a diferencia del mío, no está a un distrito de distancia. Siento muy profundamente que ese lugar ya no está para ella. —Sé que no es lo mismo, pero si alguna noche también quieres volar en el cielo, me avisas. Soy un chico de recursos, créeme— lo digo, a medias como una broma y a medias como un ofrecimiento sincero. Me estoy deshaciendo en ofrecimientos a esta chica que está temblando delante de la puerta metálica de algo que no tiene idea que será, creo que eso es lo que me impulsa a hacerlo.
Sé que quiero lo mismo que ella, que sea un poco más valiente, ¿pero se puede decir que no es cuando está a punto de seguir al interior de quien sabe qué? De ahí a salvar el mundo… hay un largo trecho. —¿Sabes que en el mundo hay dos tipos de personas, verdad? Los estúpidos y los valientes. Los estúpidos son aquellos que no tienen miedo a nada; los valientes son aquellos que tienen un miedo tan hondo, que logran superar— busco otra vez su hombro para sujetarlo, me coloco a su lado de pie para enfrentar la gran puerta que nos espera. Bajo mi mirada hacia ella. —Delilah Looper, hay algo muy importante que decirte, quiero que me prestes toda tu atención— pido, no hablo hasta que nuestras miradas se sostienen entre sí. —Nadie está obligado a ser el héroe del pueblo. Estás obligada a ser tu heroína, a cuidar de tu vida— le digo, con toda la seriedad que puedo reunir a pesar de mi edad que no la de un viejo, sino la de alguien que está descubriendo lo que hará con su suerte. —En especial en estos tiempos que corren…—. Entreabro la puerta con un empujón de mi mano, me introduzco por el espacio que queda y le hago una seña para que me siga al interior de un corredor oscuro, que podemos seguir tanteando las paredes y atraídos por el chispazo de luz que se ve al final. El pasillo acaba en un frágil barandal del metal del que no me sujetaría. Hay una escalera vertical por la cual se puede bajar, pero desde este sitio se puede apreciar el gran salón subterráneo que usan un par de chicos del distrito cinco para patinar con sus skates entre rampas armadas de la manera más precaria y en pleno trabajo están los que agitan los aerosoles para decorar las paredes con lemas que resaltan en flúor. —¿Qué te parece?— le pregunto por encima de mi hombro. —Mantente cerca y no aceptes ningún cigarrillo que te ofrezcan, ¿de acuerdo?
Sería un riesgo, claro. No sé si estará lista para algo así, puede que necesite un par de expediciones de práctica para hacerse invisible o cobrar confianza en que no se encontrará con ningún peligro, para animarse a viajar a un distrito más poblado que este. Pongo mi escudo favorito alrededor de su cuello, como un amuleto que espero la proteja, sus dedos se familiarizan con los botones que yo tan bien conozco y sonrío al observarla en esa tarea, aguardo a que se anime a intentar una captura, pero no lo hace. Puedo tratar de imaginar cómo es ese lugar que describe con tanto detalle, tomo su hombro para darle un apretón afectuoso de consuelo. Delilah también me habla de su hogar, que a diferencia del mío, no está a un distrito de distancia. Siento muy profundamente que ese lugar ya no está para ella. —Sé que no es lo mismo, pero si alguna noche también quieres volar en el cielo, me avisas. Soy un chico de recursos, créeme— lo digo, a medias como una broma y a medias como un ofrecimiento sincero. Me estoy deshaciendo en ofrecimientos a esta chica que está temblando delante de la puerta metálica de algo que no tiene idea que será, creo que eso es lo que me impulsa a hacerlo.
Sé que quiero lo mismo que ella, que sea un poco más valiente, ¿pero se puede decir que no es cuando está a punto de seguir al interior de quien sabe qué? De ahí a salvar el mundo… hay un largo trecho. —¿Sabes que en el mundo hay dos tipos de personas, verdad? Los estúpidos y los valientes. Los estúpidos son aquellos que no tienen miedo a nada; los valientes son aquellos que tienen un miedo tan hondo, que logran superar— busco otra vez su hombro para sujetarlo, me coloco a su lado de pie para enfrentar la gran puerta que nos espera. Bajo mi mirada hacia ella. —Delilah Looper, hay algo muy importante que decirte, quiero que me prestes toda tu atención— pido, no hablo hasta que nuestras miradas se sostienen entre sí. —Nadie está obligado a ser el héroe del pueblo. Estás obligada a ser tu heroína, a cuidar de tu vida— le digo, con toda la seriedad que puedo reunir a pesar de mi edad que no la de un viejo, sino la de alguien que está descubriendo lo que hará con su suerte. —En especial en estos tiempos que corren…—. Entreabro la puerta con un empujón de mi mano, me introduzco por el espacio que queda y le hago una seña para que me siga al interior de un corredor oscuro, que podemos seguir tanteando las paredes y atraídos por el chispazo de luz que se ve al final. El pasillo acaba en un frágil barandal del metal del que no me sujetaría. Hay una escalera vertical por la cual se puede bajar, pero desde este sitio se puede apreciar el gran salón subterráneo que usan un par de chicos del distrito cinco para patinar con sus skates entre rampas armadas de la manera más precaria y en pleno trabajo están los que agitan los aerosoles para decorar las paredes con lemas que resaltan en flúor. —¿Qué te parece?— le pregunto por encima de mi hombro. —Mantente cerca y no aceptes ningún cigarrillo que te ofrezcan, ¿de acuerdo?
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