The Mighty Fall
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OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Me mantengo cruzado de brazos, sin sacarme la capa de encima mientras mantengo el cuerpo recargado contra la helada pared de cemento. El puente cerrado en el cual me he ocultado apenas llega a estar iluminado por la única luz que alcanza desde la calle y, para colmo, titila, lo que hace un poco más frívola la situación de oír el agua corriente a pocos metros. Sé que es tarde en la noche, pero es mucho más seguro esto que reunirnos a la luz del día, en especial para tratar los asuntos que nos han llevado a juntarnos. El mensaje de Jeff llegó mucho antes de lo que hubiera pensado y, siendo honesto, me siento satisfecho. Si nos sacamos esto de encima de manera veloz y silenciosa, podremos seguir adelante con nuestros caminos. Además, también tengo la duda de si Kendrick ha vuelto a caer en garras del gobierno ya que no le he visto el pelo en lo que creo que fue una semana o incluso más, pero ya he perdido el rastro de los días. Sea como sea, espero tener alguna calma después de esta pseudo junta.

Cuando veo aparecer dos figuras morenas a pocos metros, me enderezo y tiro de la capa para descubrirme. Un vistazo me basta para descubrir que mis sospechas fueron ciertas y Lara Scott es la misma mujer que me compartió un cigarrillo hace ya un tiempo. Las ironías del destino, para variar — Gracias Jeff — murmuro con amabilidad, haciendo un gesto con la cabeza en su dirección — Lara… Lo que es la vida, ¿no? — intento mostrarme lo más calmo posible, pero me es imposible no analizarla con la vista como si de esa manera pudiera saber si mis sospechas sobre ella son ciertas. Parece una mujer común y corriente, nada que pueda juzgar por su portada — Puedes dejarnos solos si quieres — aclaro al hombre, apenas echándole una ojeada — Prometo regresártela completa en unos minutos — si es que no me da razones para fallar a esa palabra.
Benedict D. Franco
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Al margen de los problemas, Lara, al margen… es lo que me repito cuando me encuentro con la mirada de mi padrino y lo que hago es soltar un largo suspiro, porque me ha llamado, he venido. ¿Qué puede salir de bueno de todo esto? Jefferson es la última pieza que faltaba para que se pusieran en el tablero todas las presiones que necesito para tomar una decisión, supongo que hablar con él es algo que necesito hace tanto tiempo como lo fue sincerarme con Ivar, que cuando me dice que en realidad me espera otra persona, me preguntó a dónde y a quienes me llevará. Siempre esta manía mía que tengo de moverme con el viento, tal vez sea siempre así y lo que debo hacer es aprender a controlarlo, para que me lleve a los lugares que yo quiero ir.

Caminar hacia la presa nos da la oportunidad de intercambiar unos pocos comentarios, sobre mi trabajo, sobre mi madre, sobre mi salud. Hay algo en mi semblante que lo lleva a preguntarme al respecto. No tengo buena cara por culpa del agotamiento de estos días, y los desvelos de las noches por pensar tanto me hacen sentir peor, que por las mañanas lo que sea que me lleve a la boca me encuentra con tal desánimo que no puedo hacerlo pasar por mi garganta. Eso no es algo que me hará quedarme en cama, así que continúo con mi rutina dejando que los días solo pasen, lo que yo no pueda resolver lo hará el tiempo y lo que sea que me depara este encuentro, lo sabré cuando llegue quien sea que quería hablar conmigo. Lo veo surgir de la nada misma, pero no es un mago.

Desmond— lo saludo con una mueca irónica, uso deliberadamente el nombre que me dio entonces. —Así es la vida, supongo. Todos los caminos acaban por encontrarse…—. Una, dos veces. Una primera vez puede ser una coincidencia, definitivamente esta segunda vez no lo es. Su rostro está ahora en muchos carteles que empapelan medio Neopanem, así que puedo reconocerlo como Benedict Franco y si bien tengo mucho en qué pensar por mi propia cuenta, la lista de los enemigos del gobierno no puedo decir que no es un tema del que pueda estar aparte. Si fuera una ciudadana promedio, tendría que estar en pánico por ver a Jeff alejarse después de darme un apretón en el hombro y buscar la manera de dar la alerta. ¿En serio? ¿En serio luego de que dieran el discurso de que cualquier acto sospechoso implicará un castigo, me quedo parada con toda resignación delante de uno de los más buscados? Me cruzo de brazos por la necesidad de tener un escudo. —Entonces… esa vez… eran ustedes escondiéndose, después de que destruyeran el distrito catorce…— digo. —Y vinieron aquí a hacer lo mismo con el Capitolio…—. He quedado de cara a ver ciertos carteles de los buscados, está incluso la niña que me vendió flores una vez.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Alzo mis manos en son de paz aún sosteniendo la capa en una de ellas, sonriendo a medias — No te he mentido. “Desmond” es mi segundo nombre — le confieso, no muy seguro de si tiene esa información sobre mí o no. Da igual, no es importante ahora, estamos aquí por otras cuestiones de honestidad. Guardo la capa dentro de mi chaqueta con una calma que no siento, atento a las palabras que salen de su boca y que me hacen ir frunciendo el ceño poco a poco, hasta que estoy seguro de que me he arrugado tanto que parezco años mayor — No vine aquí a destruir el Capitolio. No tuvimos otra opción — no intento ser un santo inocente frente a sus ojos, pero siempre voy a optar por la verdad y cuanta más gente sepa lo basura que es su gobierno, mucho mejor — Lo de las bombas no fue algo que mi gente haya planeado. Fue una… mala comunicación entre equipos — tampoco me interesa ponerme en detalles que puede comprometer a más personas, incluso cuando el autor principal de los hechos ya está muerto y calcinado. No importa, tampoco voy a escupir más de la cuenta si puede comprometer a la red.

Ya con las manos libres, me cruzo de brazos en espejo a su postura y siento que debemos vernos bastante patéticos si alguien pudiese chequear esta imagen — Jamás atacaría a un montón de civiles inocentes. Ese es el estilo del gobierno, no el nuestro — hago una mueca que no sé decide si ser burlona o despectiva, tal vez un poco de ambas cosas — Ya ves, si fuese a poner una bomba en algún sitio, me habría asegurado que sea una habitación con todos los ministros, no personas que no tienen nada que ver con lo que se está jugando hoy en día — y tampoco siento que un explosivo sería algo que yo haría. Sin despegar la vista de ella, me inclino para apoyar el costado de mi cuerpo contra la pared — Y hablando de ministros, tengo una historia muy divertida que contarte. Ya sabes, sobre un niño que tengo entendido que tú conoces y que fue torturado por uno de ellos.

Mis ojos buscan alguna reacción en su rostro, agradecido de tener una mejor visión que el resto de los mortales como para poder ver sus facciones claramente, incluso con la poca luz; al menos, sabré de inmediato si esto le produce un reconocimiento o no — Supongo que te suena la historia de Kendrick y el anillo de su madre, en el mercado… — alzo mis cejas como si hablase de una tontería, aunque el tono de mi voz se parece más al de un padre reprimiendo a su hija, como cuando el mío aguardaba que dé la explicación de las malas notas escolares.
Benedict D. Franco
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Mis cejas se curvan para enmarcar mi expresión cuando hace la aclaración inmediata de que no me ha mentido, esa línea se me hace tan familiar, no porque la haya dicho muchas veces, todo lo contrario, porque hace mucho que no la digo y hay cierta nostalgia en no poder sostener una verdad como la única e imbatible, a este punto no creo que sea real. Muevo mi mano en el aire como si recogiera algo y extiendo mis dedos, con la mano contraria me ayudo para desplegar un abanico imaginario. — Tenías un par de verdades en la mano y elegiste cuál poner en la mesa— digo. Sacudo mis dedos para hacer desvanecer esa baraja en la nada misma a la que pertenece. —Buena jugada— apunto, mi tono es pensativo. Siento que he perdido en todas las partidas en que la gente me echó sus verdades, inesperada ingenuidad, falta de carácter o la maldita idea de que tal vez en cada uno haya algo de verdad. —Si lo pienso, supongo que soy un desastre en este juego… y por eso estoy aquí…

Escucho lo que tiene para decirme, al principio creo que se ha equivocado de persona si lo que espera que le haga de tribunal ante el cual defenderá su inocencia. Me sorprende que lo haga, creo que lo puede notar por la manera en que tengo de parpadear y echarme un poco hacia atrás. No tiene por qué hacerlo, lo que hice fue poner los dos hechos en la balanza, no me esperaba el alegato de inocencia, pero a diferencia del Wizengamot, yo sí creo en escuchar al otro y sopeso sus palabras para evaluar si decido creer en ellas o no. Porque a la larga la verdad de las cosas será en lo que decida creer, es lo que veo que hacen todos. —Te creo— digo en voz alta, no lo necesita, ¿en qué le cambia que una mujer cualquiera del Capitolio crea que los supuestos terroristas del catorce no tuvieron nada que ver? A mí sí me cambia tomarlo como un dato, creer en que el atentado fue respuesta a la presión en el norte y es que había muchos repudiados en esas filmaciones. Se palpa en el aire que la violencia está a flor de piel. —Sigue sonando burdo y cruel, de todas maneras, que digas que en una revuelta en la que murieron muchísimas personas después de haber pasado por perder a tu propia gente… lo definas como una «mala comunicación» entre equipos.

Comprendo el punto de que no deberían morir personas inocentes de las decisiones que toman los que tienen el poder, es ilógico que una mayoría sea asesinada por una o dos personas que han dicho que las cosas tienen que ser de una determinada manera. Podría abrazarlo, decirle «¡Hermano, estoy contigo! ¡Pienso lo mismo!», si tal vez lo hubiéramos conversado hace unos años. Pero él está ahí, yo estoy aquí, uno frente al otro, no cruzaré esa línea, mantendré mi distancia. No estoy con él. No me agrada para nada su plan de poner una bomba en una sala con todos los ministros, se puede ver por cómo aprieto los dientes. —Sí, quedó claro que ustedes apuntan a los importantes. A la cabeza…— lo hago sonar tan despectivo cómo es mi intención, y me atraganto con las ganas de preguntarle si cree que es menos asesino alguien que mata a una persona para salvar a un montón, que aquellos que matan a multitudes. Porque, irónicamente, su discurso se parece demasiado al de alguien más y no le va a gustar la comparación. Alguien que me dijo que apresar y matar a un chico impediría un mal mayor. Y no hace falta ni que los mencionemos, no me tiembla la mirada cuando me quedo a la espera de que continúe, tengo la altanería de alzar un poco mi barbilla y solo mis manos frías al quedar atrapadas contra mi cintura al estar cruzada de brazos, es una señal de que sé por dónde va esto. Ken también estaba en el catorce, creció con ellos, era uno de ellos. Nunca tendría que haberme cruzado con él, porque apartarme de su camino no evitó que ocurriera lo que tenía que pasar. —Conozco esa historia…— asiento. —Un día encontré un chico que vendía un anillo porque necesitaba comida. Y ese chico era el hijo de Orion Black. Tenía la sospecha, ahora está confirmado.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
No quiero decir que no sabe jugar sus cartas, no pretendo ser un experto en este juego a pesar de haber estado en el desde hace demasiado tiempo y seguir milagrosamente vivo. Tampoco me espero que me crea o me otorgue una aprobación sobre mis dichos, me siento un poco descolocado frente a lo que tomo como una pequeña acusación y la observo en evaluación de sus expresiones y pensamientos — Cuando pierdes tanto, acabas por enfriarte. Conozco los pasos que se han seguido para terminar donde estamos ahora. Quizá algún día lo entiendas — la verdad, espero de corazón que no lo haga, no es algo que pueda desearle a alguien que puedo considerar una extraña. Tal vez estoy frente a una persona que puede ser un peligro, una enemiga más en la lista, pero no me gusta el desearle el mal a las personas. Bueno, Jamie y sus allegados más cercanos son un caso particular, pero creo que el resto del mundo puede ser salvado.

A la cabeza. Ni tiene que decirlo y puedo comprender de qué está hablando, me hace producir un sonidito con la lengua — No tenía intenciones de que Annie Weynart muriese ese día, solo… — no voy a excusarme con ella, pero muevo mi cabeza de un lado al otro tratando de encontrar un modo de explicarlo por arriba — Las cosas se manejaron mal. Aquí no hay inocentes — yo he matado, mi gente también, ni hablemos de la suya. Hay una enorme línea de sangre que se va haciendo cada vez más extensa y que parece no tener un final. Ninguno de nosotros dará el brazo a torcer, lo veo en su actitud desafiante cuando saco mi segunda carta. Al menos, Kendrick no mintió en esto y puedo sentir algo desagradable bajando por mi garganta a la par que busco organizarme lo suficiente como para saber cómo continuar esta conversación. ¿Sin vueltas? Sin vueltas No solo “lo encontraste”. Lo estabas buscando — me despego de la pared para acercarme un poco y verla mejor. Es más pequeña de lo que recordaba y, a simple vista, no presenta ninguna amenaza — Kendrick regresó a casa con ese mismo anillo cuando lo rescatamos. Es curioso como son las cosas, ¿no crees? Un día conoces a alguien en el mercado y luego resulta que esa persona estaba trabajando para un ministro. ¿Cuántas Lara Scott hay dando vueltas por el mercado, llevando consigo un anillo que pasó de Kendrick a Hans Powell? — creo que mi pregunta queda implícita. Me inclino en su dirección, delatando la diferencia de alturas cuando busco quedar al nivel de sus ojos — Te hubiera tomado como una rata más del ministerio si no fuese porque Ivar y Jeff ya te habían nombrado pensando que eras uno de los nuestros. Y resulta que luego me entero que eres una lamebotas ministerial — le sonrío, aunque no hay una pizca de gracia en ese gesto — Dame una razón para no creer que debo entregarte a mis compañeros como una infiltrada del gobierno, porque creo que a Jeff no le hizo mucha gracia.
Benedict D. Franco
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Hay…— digo, desarmando mi postura para tender una mano hacia él como si estuviera sosteniendo una esfera, y luego hago lo mismo con la otra, cerrando mis dedos como si estuviera sosteniendo algo. —Una diferencia que no sé si llegarás a entender entre buscar al hijo de Orion Black y encontrarme con Ken—. Son hechos separados, no hay una relación de causa y consecuencia como puede parecer. Una cosa no me llevó a la otra. No esperaba, porque no quería, encontrar al chico que fuera una amenaza para Jamie Niniadis. Tropezarme con este muchacho en el mercado fue una coincidencia, como lo fue encontrármelo a él en una esquina. No lo interrumpo luego de ese comentario, porque con lo que me dice ilustra todo lo que necesito saber. Y en verdad lo necesito, tener ese conocimiento de qué sucedió con Ken cuando lo apresaron y qué ha sido de él.

He quedado en medio del enredo, ¿en serio esperaba pasar desapercibida en esto? Tienen mi nombre, han reordenado la secuencia de hechos hasta llegar a Hans. El final es tan confuso como lo es para mí misma. No sé de donde viene la calma que me embarga entera, puedo tomar aire por mis labios entreabiertos y tomarme un minuto para encontrar la razón que me exige. Jeff me ha traído para que esta gente que cree que entregué al chico se la cobren, ¿y en qué demonios estaba pensando? Sé que no nos vemos hace años, pero ¿en serio me entrega así? Este hombre me acaba de decir que matarán a los que tengan que matar, todos están con ese pensamiento en esta guerra abierta. Y yo tenía que quedarme en casa, con lo mío, lejos de los problemas. ¿Por qué vine? No obstante, también dijo que no se cobran la vida de inocentes y sé que soy inocente en esto. —Podría haber entregado a Ken, pero no lo hice— contesto desde mi sinceridad. —Entregué al anillo, no a él. Ken merecía descubrir la verdad de su nacimiento por su cuenta y que decidiera qué hacer con eso— aseguro, la seriedad en mis rasgos lo desafían a que diga que miento. Si quiere creer, bien. Si no quiere hacerlo, tengo una varita y prisa por irme, su estatura no me intimida para usarla con un hechizo que lo deje fuera. —No soy una infiltrada de nada. Porque no respondo al ministerio… ni tampoco estoy con ustedes— marco esa distancia, que no me vengan a mostrar papeles de afiliación al gremio de rebeldes ahora.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Yo no veo la diferencia. Encontrarte con Ken fue solo el efecto de la causa. Lo que me importa son tus intenciones al respecto — pudo haber sido Kendrick, pudo haber sido un niño cualquiera que tuvo la mala suerte de toparse en su camino y ser confundido. Lo que me interesa es el hecho del trato que ha realizado, el trabajo que alguien parece haberle encomendado y que terminó con un chico desolado en medio de una guerra que ninguno de nosotros habría pedido. Tengo que decirlo, se me parte el alma al saber que todo por lo que hemos luchado ya no tiene posibilidad de existir. La paz se evaporó, no hay un lugar lejano donde podamos escondernos porque no dejarán de buscarnos, el mundo idílico en el cual nos engañamos por tantos años es solo eso, un ideal invisible. Al final, solo somos muertos que siguen respirando.

La miro como si estuviese hablando con la persona más rebuscada del universo y hasta tengo que tomarme un segundo para hilar un poco las excusas que está plantando en la mesa — Dices que no estás con el ministerio… — hablo muy lento para chequear que estoy comprendiendo lo que dice — Pero tampoco niegas que tenías un trabajo para ellos. ¿En qué te posiciona? Quiero decir, no sabía que los ministros iban por ahí pidiendo favores a los ciudadanos promedios. ¿O andas de amiga manitas con Powell? — la miro con la burla del “no soy idiota” pintada en toda la cara, alejándome un poco al volver a enderezarme para verla de pies a cabeza — Él te vendió. Nombre, apellido e intención. Coincide con lo que ha contado Kendrick y tú tienes tu parte de la verdad, la cual tampoco se corre demasiado de la historia. ¿Cómo sé que no nos joderás en cuanto te marches de aquí? No sé si puedes ver mi punto — no es tan complicado. Trabaja para el gobierno, no importa cuales hayan sido sus intenciones o qué es lo que dijo exactamente del chico. Meto las manos en los bolsillos de mi chaqueta, mordisqueo el interior de mi mejilla como si eso me ayudase a pensar mejor — No puedo dejarte corretear por ahí si serás una amenaza, lamento decirte eso. Mi familia está en peligro y no tomaré riesgos innecesarios.
Benedict D. Franco
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Sí, eso. ¿Cuál es mi posición en esto? Estoy a punto de mirar sobre mi hombro a ver si hay alguien más que lo responda. Sé que no trabajo para el ministerio, mi acuerdo era exclusivo con Hans para compensar la deuda de hace unos años, es él quien trabaja para el ministerio, quien debía entregar a Ken… y no, esa línea no se cumplió como para que venga a apuntarme como una espía ministerial. Arqueo mi ceja cuando insinúa que mis favores son de otro tipo, y ¡oye! Me ofende que lo diga, porque el trato fue puramente material por años, como para que venga a hacerse el prepotente conmigo y haga el comentario de macho del norte según el cual todo se reduce a que te acuestas con el tipo. No fue así, ¿bien? Sucedieron otras cosas en medio y no voy a ponerme a tener una charla de mi vida sexual con Benedict Franco. —Eres un imbécil— es mi respuesta seca a su expresión que lo dice todo.  

Mis ojos se entrecierran al escuchar lo que sigue, no tengo modo de saber si miente y es una manera de ponerme en contra de Hans para que ¿me sienta traicionada y diga más de lo que he dicho hasta ahora? No es como si hubiera mucho más, así que es en vano. Si Hans lo dijo, no es como si pudiera ir a preguntarle si es cierto después de hablar con Benedict. Lo hace sonar como si me hubiera entregado, como quien se deshace de un mensajero prescindible, me cuesta creerlo porque si tanto insistió en que me mantuviera al margen, no sería el primero en dar esa información sobre mí a los rebeldes, ¿verdad? Se mueve entre lo estúpido y lo desleal.

Porque eso nos lleva precisamente a este momento, en que una carcajada amarga sale de los labios cuando percibo la amenaza implícita. Lo imito cuando guarda las manos en sus bolsillos, la mía se mueve hacia dónde está mi varita y la dejo a la vista, contra mi muslo. — Creo que entiendo— digo con calma, muevo mi otra mano en el aire invitándolo a hacer su movimiento. —¿Qué piensas hacer? ¿Matarme?—. Como no pestañeo, puede saber que no creo que lo haga. Claro que hay miedo frío por debajo de mi piel que me dice que en serio puede matarme y nadie se enterará por fuera de este sitio, pero no creo que lo haga. Ha dicho que va por cabezas con más poder que la mía. —Ten cuidado con eso, sé de un muggle al que le molestaba tanto una mosca que agarró su pistola con la intención de matarla y acabó por dispararse en el pie.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Que me insulte no me afecta en lo absoluto, incluso me dice más de lo que ella debe querer admitir, pero me arrebata una risa burlona y levanto tanto mis manos como mis cejas en señal de “como digas, ya no diré más”. Que lo tome como quiera, no me interesa saber quienes son sus amigos o enemigos, sólo si éstos pueden afectarme a mí o no. Es su expresión siguiente la que me importa un poco más, porque podría olfatear su descontento con lo que suelto incluso si no tuviese los sentidos desarrollados por la licantropía. Yo me conformo con mover las cejas de arriba a abajo de manera burlona porque si alguien le ha tocado el culo, no fui yo.

La amenaza de su varita a la vista no me produce absolutamente nada, incluso la mirada se me pasea por nuestro escenario para chequear si hay alguien cerca que pueda llegar a boquear lo que está sucediendo a alguien que en verdad ocasione problemas — No, no me interesa matarte. Siempre he cometido ese tipo de actos en defensa propia. Cosas que aprendes en los juegos — me encojo de hombros tal y como si estuviera hablando de un partido de fútbol y aparto un poco la chaqueta para que pueda ver el hacha que llevo oculta — No tengo intenciones de usar ningún arma contigo, en especial porque parece que a Jeff le importas. Solo quiero saber si eres alguien de confianza o si tenemos que mantenerte lejos de nosotros, evitar cualquier tipo de comunicación. Esa es mi advertencia principal. Si tengo que volver a repetirla, si me entero que sí continúas haciendo trabajos para el ministerio… eso es tu problema, tu error y te costará caro. Yo puedo negociar, pero tengo amigos que no. Pregúntaselo a Annie Weynart — sé que eso fue venenoso, pero ya qué, no se merece mi amabilidad.

Acomodo mi chaqueta como si nada hubiera pasado y fuerzo una sonrisa que trata de mostrarse amable — Solo dime una cosa y puedes irte: ¿Trabajas con Powell o no? — porque con tantas excusas, nos estamos desviando de lo importante.
Benedict D. Franco
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Un extraño tipo de decencia…— murmuro cuando dice que si ha matado es por defensa propia, mi mirada puesta en él porque la amenaza sobre mi cabeza está hecha. ¿Puedo decir lo que me jode que la gente con las manos manchadas alegue algún tipo de moral en sus actos? Me jode tanto, que me gustaría más que admitiera que es un hijo de puta que va a matarme aquí mismo, que me dispararía con la muñeca firme y que abandone esa postura tan convencida que tiene de que hace lo correcto, que el resto son los equivocados, que su pasado justifica quien es ahora. Porque yo no me arrodillé ante ídolos de oro en estos quince años, como para terminar rezando ante el altar de un mártir.

Me enfurezco porque creo que estoy asustada, mi palma está húmeda contra la madera de mi varita y tengo la mandíbula tensa al ver que trae un arma consigo, apuesto que a es más ágil con su hacha de lo que yo podría ser con mi varita. Ah, ¡será bastardo el desgraciado! Me dice que tiene escrúpulos para no asesinar a sangre fría, pero se escuda detrás de sus amigos para que hagan el trabajo si hace falta, tan cobarde y ruin que me enerva la sangre cuando menciona el asesinato de Annie. Si aguarda palabras de agradecimiento de mi parte, por dejar pasar esta vez lo que he hecho y devolverme a casa con una advertencia, se puede sentar en este lugar a que se le enfríe el culo esperando.  

Puedes bajarle a tu tono de bravucón de barrio, Benedict— respondo cortante a su discurso, me paro más erguida como si eso fuera a darme un poco más de estatura, en realidad no lo necesito, puede que por dentro me tiemble un poco el carácter, pero por fuera mi barbilla se alza en desafío y puedo buscar su mirada para enfrentarla como si estuviera a su altura. A mí, esos dos metros de pura fuerza que buscan intimidar no me va a mover el piso, que tengo mis pies bien puestos donde estoy. —Comprendí el mensaje. Nos podemos ahorrar el que gastes saliva en tu intento de asustarme. Ya entendí que tienes amigas con más pelotas que tú para darme un disparo si me corro de la línea— hago un repaso innecesario de lo que acaba de decir, mordiendo mi rabia de esa manera.

La pregunta que hace después queda pendiendo en el aire, muevo mi varita entre mis dedos, callo la respuesta rápida de decir que no trabajo para Hans, porque en serio no trabajo para él, ya no. —Yo no le entregué a Ken— contesto, pronunciando cada palabra entre pausas. Paso saliva por mi garganta seca y mi mano helada se cierra con fuerza alrededor de mi varita, trato de que no se note el escalofrío que baja por mi brazo. —Pero si no te vas en cinco segundos, voy a noquearte y entregarte a Powell. Yo puedo negociar, pero los ministros no lo harán— mi voz suena más alta al repetir su estúpido discurso con una firmeza que surge mi arrojo insensato. Llega un poco tarde y con muy malos modos como para que quiera tratar un acuerdo de lealtades con él, si es por mí, que se lo lleven los demonios. Creí en una oportunidad para Ken, pero este tipo tiene mi edad y así como yo me tengo que hacer cargo si la vuelvo a cagar o se enteran de este encuentro, que él se ocupe de sus cargas también. —Yo, definitivamente, no soy alguien en quien puedas confiar. Si tenemos suerte, no nos volveremos a cruzar después de este día.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Más pelotas, puede ser. Más carácter y menos paciencia, eso te lo aseguro — siempre he preferido el diálogo a la violencia, pero creo que eso ahora mismo no juega en el tablero. Estamos lidiando con personas que nos queman vivos en plazas para mandar mensajes de poder, que nos declaran la guerra y que han demostrado que no les importa poner precio a la cabeza de unos niños, porque jamás tuvieron compasión de ellos. Lo sé de primera mano, yo era un mocoso cuando todo esto empezó y jamás me juzgaron como tal. Supongo que es más fácil el tener lealtades divididas cuando tu culo está a salvo en una casa donde lo tienes todo y nadie te anda persiguiendo durante dieciséis años.

Siento que pasa una eternidad hasta que da una respuesta que no contesta lo que le he preguntado y dice mucho más que un sí o un no. Solo se refuerza con su amenaza, la que me provoca un malestar interno que no es por mí, sino porque no sé cómo van a tomarse en la red el que les diga que Lara Scott tenga la libertad de entregar o no a alguno de nosotros a los ministros — No — respondo cortante — Sé que no negocian — de entre todas las cicatrices que llevo conmigo y que podrían señalar mi punto, me basta el alzar el brazo para enseñarle la M de muggle grabada a fuego en mi muñeca. Estoy seguro de que muchos de mis amigos y compañeros podrían agregar evidencia a la basura que ella está defendiendo a mis ojos, pero no tenemos tiempo y ya he conseguido lo que quería.

Asiento en su dirección y pinto una sonrisa que pretende ser amable, con cierto tinte de clausura — Es bueno saber dónde están tus lealtades, entonces. Lo haré saber. No te quiero a ti ni a nadie de los tuyos cerca de mi gente, eso es todo. De verdad espero, por el bien de los dos, que no volvamos a vernos — porque siento que, de ser así, no será una reunión pacífica. Tiro de mi capa para volver a sacarla y la acomodo con mis manos, buscando el quitarle las arrugas — Eso es todo, Lara. Ten cuidado al regresar a casa, ya dijimos que el cinco no es lugar para señoritas como tú — me burlo, le lanzo una mirada de soslayo y paso la capa por mis hombros — Saludos a Powell — no pienso darle tiempo a responder, porque ya me he cubierto del todo y paso por su lado, apenas rozando su hombro y buscando perderme en las calles. A Jeff no va a gustarle esto.
Benedict D. Franco
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Me tiemblan tanto los dedos que mi varita casi resbala cuando me muestra la marca a fuego en su muñeca y con dificultad hago pasar el nudo en mi garganta porque esa M es de muggle. Miro a su rostro a medio cubrir por una sombra, con todo mi cuerpo siendo sacudido por el estremecimiento de saber que estoy en un punto irreversible, que estoy haciendo algo por lo que debo pedir perdón a mi padre en mi fuero interno y comprender que eso ha quedado demasiado atrás en el tiempo, porque acabo de amenazar a un muggle con arrojarlo al castigo de este gobierno. Pero prometí que me apartaría de los problemas, lo mejor que puedo hacer es romper toda posibilidad de un contacto con los rebeldes, dejar en claro que no soy alguien con quien puedan contar y es que no tengo intención de siquiera quedar en buenos términos. Si tengo que recurrir a dejarle en claro que no me temblará la voz para decir dónde se encuentra para que vengan a buscarlo, lo haré. Lo más rotundo que puedo hacer es reafirmarme como alguien en contra, y si algún día quedo en medio de su fuego cruzado y una de sus amigas me apunta con su arma, que sea lo que tenga que ser.

Mis brazos quedan inertes a los lados de mi cuerpo al irse toda la tensión de estos últimos minutos al ver que alista su capa de invisibilidad para desvanecerse, no escucho su mofa porque me quedo con sus palabras anteriores. Puedo regresar a casa. Tomo una honda respiración entre mis labios, cargo mis pulmones de ese aire que necesito para sostenerme en pie cuando quedo sola entre las paredes que se cierran sobre mí. Tardo un minuto en recuperarme de los nervios que recorren mi piel y sujeto mis brazos con las manos para calmarme, no funciona. El regusto amargo de una nausea sube por mi garganta. Se me ha juntado todo, el agobio de estos días, comer tan mal, apenas dormir en las noches, revolver mis pensamientos, todo. Me sostengo de la pared con una mano para vomitar lo que mis nervios terminaron por hacer estragos en mi estómago.

Cuando creo que no queda nada, la sensación de arcadas me obliga a seguir encorvada y a pasarme una mano sobre los ojos. Las palmadas suaves que siento en mi espalda me hacen sentir mejor, por más que sea el imbécil de Jeff. Me arroja a la boca del lobo para después darme palmaditas. Y lo hizo con intención, eso es lo peor. Habló con Ivar, así que lo sabía todo. Me llamó por su cuenta dejando de lado al otro hombre para que viniera a dar la cara, para que pudiera explicarme y también para que me hiciera cargo, para que escarmentara, porque conmigo no sirven los simples consejos. He tenido un indicio de lo que me queda esperar si vuelvo a joderla, sea de un modo u otro, que la amenaza de Benedict me valga para saber de qué se trata todo esto, que es lo mínimo que han tenido que pasar otros. Lo aparto de mí, interrumpiéndolo, para hacer mi camino fuera de este lugar dándole la espalda mientras me alejo. Todavía me tiemblan las manos, el malestar en mi estómago persiste, que cuando salgo a la poca luz del día, voy a donde sé que debo ir después de todo y me aparezco en la calle de la casa de mi madre, paso las siguientes horas entre su baño y el sillón de la sala, dándole la razón en muchas de las cosas que me ha repetido por años.
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