OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Han pasado muchas cosas extrañas en el último tiempo y juro que no tiene nada que ver con mi distanciamiento con Gavin; de hecho, creo que fue algo bastante positivo porque creo que de tener a alguien por quien preocuparme ahora, estaría trepándome por las paredes. El televisor de mi casa ha estado prendido incluso cuando no deseaba verlo, porque sé muy bien que la situación actual del país va a influenciar en la vida del ciudadano común, nos guste o no. Si no habría estado al tanto, no hubiera entendido la actitud alterada de las personas en la calle y el modo que tienen de cuchichear, en especial los que tienen una idea de quién soy, cuando me ven pasar. Lo malo de ser una antigua vencedora de los juegos y tener un nombre muy ligado a la política es que la gente cree que tienes algo que decir al respecto, cuando lo único que deseo es encerrarme en mi casa y beber vino sin que nadie me moleste. ¿Es tanta molestia pedir un poco de más?
Parece ser que sí, porque tan solo una semana después del anuncio de guerra abierta (uno que me hizo tirar los chocolates que estaba comiendo en el sillón de mi casa ante la puteada que se me escapó) recibo una llamada de la asistente de la ministra de educación y no puedo estar más que confundida. ¿Qué quieren de mí en el ministerio? Veamos, nunca fui de sus ciudadanas más queridas y solo me dejaron ir porque el tipo Powell ese tuvo la decencia de averiguar mis antecedentes para asegurarse de que, técnicamente, yo no cometí ningún delito punible según las leyes de este gobierno. Obviemos mi tiempo con Alex y Jordan, pero no hay pruebas sobre ello y ninguno está vivo como para contarlo. No he pisado el ministerio de magia desde el día en el cual el Wizengamot me declaró completamente libre y pude iniciar una vida normal… ¿Y ahora qué hice?
Me sigo preguntando eso mientras acomodo la trenza que he intentado dejar decente, usando el reflejo del ascensor como espejo; de paso, también sacudo un poco el flequillo. Los pasillos se ven más brillantes, lo cual delata que han hecho refacciones en el tiempo en el cual volvieron a construir el edificio y eso me da la idea de que buscan ser mucho más imponentes ahora que deben dar una imagen poderosa. La puerta se abre en el piso correspondiente y soy arrastrada por una avalancha de trabajadores con mala cara por las horas de la mañana y tengo que apretar el paso, algo torpe, para evitar ser atropellada. Con un resoplido y un ruedo de ojos que me delata como irritada ante el apuro de los empleados, busco no perderme y llego victoriosa al escritorio de la secretaria de la ministra Leblanc — Jolene Yorkey — anuncio, forzando una sonrisa que pretende ser amable — Tenía una cita para las once de la m… — pero no llego a decir más, porque ella alza un dedo para callarme y yo arqueo mis cejas, tratando de morderme la lengua. Parece que me esperaban, porque me anuncia y en instantes, ya tengo permiso para pasar. Estoy algo desconcertada, así que mis pasos no son muy seguros cuando abro la puerta y me asomo por el despacho — ¿Buenos días? — pregunto. No tengo idea de qué hago aquí, pero algo me dice que no es nada bueno.
Parece ser que sí, porque tan solo una semana después del anuncio de guerra abierta (uno que me hizo tirar los chocolates que estaba comiendo en el sillón de mi casa ante la puteada que se me escapó) recibo una llamada de la asistente de la ministra de educación y no puedo estar más que confundida. ¿Qué quieren de mí en el ministerio? Veamos, nunca fui de sus ciudadanas más queridas y solo me dejaron ir porque el tipo Powell ese tuvo la decencia de averiguar mis antecedentes para asegurarse de que, técnicamente, yo no cometí ningún delito punible según las leyes de este gobierno. Obviemos mi tiempo con Alex y Jordan, pero no hay pruebas sobre ello y ninguno está vivo como para contarlo. No he pisado el ministerio de magia desde el día en el cual el Wizengamot me declaró completamente libre y pude iniciar una vida normal… ¿Y ahora qué hice?
Me sigo preguntando eso mientras acomodo la trenza que he intentado dejar decente, usando el reflejo del ascensor como espejo; de paso, también sacudo un poco el flequillo. Los pasillos se ven más brillantes, lo cual delata que han hecho refacciones en el tiempo en el cual volvieron a construir el edificio y eso me da la idea de que buscan ser mucho más imponentes ahora que deben dar una imagen poderosa. La puerta se abre en el piso correspondiente y soy arrastrada por una avalancha de trabajadores con mala cara por las horas de la mañana y tengo que apretar el paso, algo torpe, para evitar ser atropellada. Con un resoplido y un ruedo de ojos que me delata como irritada ante el apuro de los empleados, busco no perderme y llego victoriosa al escritorio de la secretaria de la ministra Leblanc — Jolene Yorkey — anuncio, forzando una sonrisa que pretende ser amable — Tenía una cita para las once de la m… — pero no llego a decir más, porque ella alza un dedo para callarme y yo arqueo mis cejas, tratando de morderme la lengua. Parece que me esperaban, porque me anuncia y en instantes, ya tengo permiso para pasar. Estoy algo desconcertada, así que mis pasos no son muy seguros cuando abro la puerta y me asomo por el despacho — ¿Buenos días? — pregunto. No tengo idea de qué hago aquí, pero algo me dice que no es nada bueno.
Septiembre se está terminando a una velocidad tan alarmante, que creo que jamás podremos reiniciar el ciclo lectivo. No es solo la pérdida de documentación importante lo que nos supone un retraso, sino la pérdida de personal en sí. El atentado se había cobrado más de trescientas vidas, y entre ellas se encontraban varios miembros del plantel escolar que, en vista de los últimos hechos, no eran tan fáciles de reemplazar. Porque sí, tenía una pila enorme de currículums de gente especializada en la docencia, de jóvenes ávidos de conocimientos, capaces y con calificaciones intachables. No era suficiente. No cuando la declaración de Riorden estaba presente en los oídos de cada ciudadano.
Planes de respuesta, planes de contingencia, planes de evacuación… A estas alturas prácticamente no importaba que mi departamento entero hubiese volado por los aires. Toda la diagramación había tenido que empezar de cero, y los protocolos que hasta ahora estaban en funcionamiento, debían ser desechados y renovados con nuevas contemplaciones. Eduación siempre había sido un departamento paralelo al resto de las áreas, colaborando en las ocasiones que era necesario, pero ajeno a la problemática que se manejaba normalmente. Ahora se había vuelto un departamento más bien transversal, y si antes pensábamos que Septiembre era un mes complicado, ahora podíamos ver que tan equivocados habíamos estado.
Al menos tenía oficina nueva, y luego de pasar años de mi vida acostumbrada a ver las mismas cuatro paredes, no podía decir que el cambio no era bienvenido. No sabía quién había sido el encargado de redistribuír y diagramar las áreas, pero habían acertado al cien por ciento, y ahora podía organizar mejor a mi personal. No teníamos mucha gente en el ministerio, pero un agregado tan sencillo como lo había sido la sala de reuniones que se encuentra cruzando el pasillo, facilitaba horas de discusiones innecesarias. El comunicador suena, y la voz de Clara se hace escuchar cuando anuncia a mi invitada de la tarde. No dudo en decirle que la haga pasar, y tomo asiento detrás de mi nuevo escritorio, guardando la carpeta que hasta entonces había estado revisando dentro de la cajonera que se hallaba a mi costado. - Buenos días, toma asiento por favor. - Señalo con un ademán la silla giratoria que se encuentra delante y la observo con detenimiento. - Creo que no hemos tenido el placer de ser introducidas con anterioridad. Eloise Leblanc. - Me presento, estirando la mano por encima del escritorio y regalándole una de mis sonrisas más amables. - ¿Deseas algo para tomar?
Planes de respuesta, planes de contingencia, planes de evacuación… A estas alturas prácticamente no importaba que mi departamento entero hubiese volado por los aires. Toda la diagramación había tenido que empezar de cero, y los protocolos que hasta ahora estaban en funcionamiento, debían ser desechados y renovados con nuevas contemplaciones. Eduación siempre había sido un departamento paralelo al resto de las áreas, colaborando en las ocasiones que era necesario, pero ajeno a la problemática que se manejaba normalmente. Ahora se había vuelto un departamento más bien transversal, y si antes pensábamos que Septiembre era un mes complicado, ahora podíamos ver que tan equivocados habíamos estado.
Al menos tenía oficina nueva, y luego de pasar años de mi vida acostumbrada a ver las mismas cuatro paredes, no podía decir que el cambio no era bienvenido. No sabía quién había sido el encargado de redistribuír y diagramar las áreas, pero habían acertado al cien por ciento, y ahora podía organizar mejor a mi personal. No teníamos mucha gente en el ministerio, pero un agregado tan sencillo como lo había sido la sala de reuniones que se encuentra cruzando el pasillo, facilitaba horas de discusiones innecesarias. El comunicador suena, y la voz de Clara se hace escuchar cuando anuncia a mi invitada de la tarde. No dudo en decirle que la haga pasar, y tomo asiento detrás de mi nuevo escritorio, guardando la carpeta que hasta entonces había estado revisando dentro de la cajonera que se hallaba a mi costado. - Buenos días, toma asiento por favor. - Señalo con un ademán la silla giratoria que se encuentra delante y la observo con detenimiento. - Creo que no hemos tenido el placer de ser introducidas con anterioridad. Eloise Leblanc. - Me presento, estirando la mano por encima del escritorio y regalándole una de mis sonrisas más amables. - ¿Deseas algo para tomar?
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He oído bastante sobre la ministra Leblanc, parece que es uno de los pocos puestos estables en este gobierno desde hace mucho tiempo y tuve la oportunidad de ver algunas de sus apariciones en televisión. No parece la clase de mujer con la que puedas meterte y salir airoso, aunque tengo entendido que ha estado en el hospital hace poco después del atentado y eso me hace preguntar a mi fuero interno cuál es el nivel de urgencia de este asunto como para que esté reunida conmigo tan pronto. Bueno, quizá sus heridas no fueron tan graves como las de otros, pero estoy segura de que más de uno ha salido de ahí con un shock. Hay experiencias que nos marcan de por vida, de eso sé mucho.
Termino de entrar a la oficina y cierro la puerta detrás de mí, tengo el permiso para avanzar hacia ella con una sonrisa y tomo el respaldo de la silla para poder sentarme — Jolene Yorkey, aunque eso ya lo sabe — no por mi antigua fama, sino porque ella me citó, que no soy tan tonta o egocéntrica. Tomo la mano que me ofrece, mucho más firme que la mía y le doy un apretón y una suave sacudida — No, se lo agradezco. He tenido un buen desayuno esta mañana que aún no termino de procesar — la suelto y acomodo las manos en mi regazo, tengo que hacer un enorme esfuerzo para no pasear la mirada por la habitación. Los ministros siempre han ostentado a los despachos más lujosos y no voy a negar que he visto excentricidades en mis años de persona millonaria, pero sé que hay una enorme diferencia entre ser un falso intento de celebridad y un político en alza. Nunca me gustó la política, para variar y sé lo ridículo que es el mundo del espectáculo.
— Espero que no se tome a mal lo que voy a decirle, señora Leblanc — intento usar una voz clara y calma, enderezando un poco mi espalda para demostrar una postura segura — Pero no comprendo qué es lo que hago aquí. Dudo mucho que en los tiempos que corren el ministerio de educación se preocupe por los alumnos de arte. Siempre tenemos el presupuesto más recortado de todos los institutos — clásico. Además, si fuese por mi trabajo, estoy segura de que habrían llamado a los directivos y no a mí — ¿Ha llegado algún aviso sobre mis clases? — si he cometido algún error del cual no estaba enterada, espero que no sea nada grave. No puedo darme el lujo de perder mi trabajo ahora mismo.
Termino de entrar a la oficina y cierro la puerta detrás de mí, tengo el permiso para avanzar hacia ella con una sonrisa y tomo el respaldo de la silla para poder sentarme — Jolene Yorkey, aunque eso ya lo sabe — no por mi antigua fama, sino porque ella me citó, que no soy tan tonta o egocéntrica. Tomo la mano que me ofrece, mucho más firme que la mía y le doy un apretón y una suave sacudida — No, se lo agradezco. He tenido un buen desayuno esta mañana que aún no termino de procesar — la suelto y acomodo las manos en mi regazo, tengo que hacer un enorme esfuerzo para no pasear la mirada por la habitación. Los ministros siempre han ostentado a los despachos más lujosos y no voy a negar que he visto excentricidades en mis años de persona millonaria, pero sé que hay una enorme diferencia entre ser un falso intento de celebridad y un político en alza. Nunca me gustó la política, para variar y sé lo ridículo que es el mundo del espectáculo.
— Espero que no se tome a mal lo que voy a decirle, señora Leblanc — intento usar una voz clara y calma, enderezando un poco mi espalda para demostrar una postura segura — Pero no comprendo qué es lo que hago aquí. Dudo mucho que en los tiempos que corren el ministerio de educación se preocupe por los alumnos de arte. Siempre tenemos el presupuesto más recortado de todos los institutos — clásico. Además, si fuese por mi trabajo, estoy segura de que habrían llamado a los directivos y no a mí — ¿Ha llegado algún aviso sobre mis clases? — si he cometido algún error del cual no estaba enterada, espero que no sea nada grave. No puedo darme el lujo de perder mi trabajo ahora mismo.
Asiento cuando se presenta y supone que ya la conozco, pero no emito palara. Prefiero observar su figura con detenimiento, analizando las expresiones de su rostro y tratando de catalogar su actitud en mi cerebro para poder discernirla en el futuro. Sé quién es, conozco su historia, lo que ha hecho y, en cierta medida, tengo un cierto entendimiento de sus habilidades. Pero no la conozco y eso de alguna forma, me genera una sensación de inquietud que no puedo terminar de sacudirme.
- No me lo tomo a mal, estás en todo tu derecho de preguntar. - Además, este año había contratado y recolocado a más profesores que en la última década, si no comprendía hasta ahora que mis métodos no eran de los más ortodoxos, o siquiera sutiles, debería cambiar de profesión. - Lamentablemente no es el arte lo que me lleva a citarla, y tengo que pedir disculpas de antemano si es que toco algún tema… vamos a llamarlo sensible, a falta de otra descripción. - Que podía encontrar muchas, pero ninguna lo suficientemente apropiada para esta ocasión.
- Nuestro plantel ha sufrido unas cuantas bajas en este último tiempo, y al momento de reponerlo decidimos que, con los tiempos que corren, necesitamos un tipo particular de personas para llenar los puestos vacíos. - Experiencia por sobre estudios, habilidad por sobre teoría. Los académicos, aquellos que nosotros mismos preparamos, podían tener una formación impecable; pero los años que se ganan viviendo… Necesitábamos eso en estos momentos. - Creemos… creo, que eres la persona adecuada para cubrir la vacante que dejó nuestro antiguo profesor de duelos. Hemos revisado tus registros y dado tu experiencia… pasada, sentimos que nuestros alumnos se beneficiarían de lo que pueda enseñarles. - Y no hablaba de arte precisamente.
- No me lo tomo a mal, estás en todo tu derecho de preguntar. - Además, este año había contratado y recolocado a más profesores que en la última década, si no comprendía hasta ahora que mis métodos no eran de los más ortodoxos, o siquiera sutiles, debería cambiar de profesión. - Lamentablemente no es el arte lo que me lleva a citarla, y tengo que pedir disculpas de antemano si es que toco algún tema… vamos a llamarlo sensible, a falta de otra descripción. - Que podía encontrar muchas, pero ninguna lo suficientemente apropiada para esta ocasión.
- Nuestro plantel ha sufrido unas cuantas bajas en este último tiempo, y al momento de reponerlo decidimos que, con los tiempos que corren, necesitamos un tipo particular de personas para llenar los puestos vacíos. - Experiencia por sobre estudios, habilidad por sobre teoría. Los académicos, aquellos que nosotros mismos preparamos, podían tener una formación impecable; pero los años que se ganan viviendo… Necesitábamos eso en estos momentos. - Creemos… creo, que eres la persona adecuada para cubrir la vacante que dejó nuestro antiguo profesor de duelos. Hemos revisado tus registros y dado tu experiencia… pasada, sentimos que nuestros alumnos se beneficiarían de lo que pueda enseñarles. - Y no hablaba de arte precisamente.
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Ding, ding, ding. Estaba claro que nada de esto tiene que ver con el ámbito que menos le interesa a la educación y aunque acentúo mi sonrisa, mis ojos se achinan lo suficiente como para parecer que estoy imitando la expresión clásica de mi ex. Sensible, ya veo; de todos modos, solamente dejo que siga hablando y no me pierdo de ninguna de sus expresiones, cediéndole el terreno que por derecho es suyo. Tengo cierto respeto por los ministros de este gobierno y no es precisamente por los trabajos que los han colocado en los puestos que ocupan, sino más bien se debe a que son magos que han hecho algo bien como para merecer la aprobación de una persona tan extraña y complicada como Jamie Niniadis, a quien parece no gustarle absolutamente nadie. Si eres de su séquito personal, eres de los poderosos, no hay con qué darle. Y Leblanc ha estado ahí hace mucho tiempo.
Rasqueteo un poco mi rodilla en lo que ella me explica algo que va tomando un rumbo que no sé si me gusta demasiado y creo reconocer una vieja ansiedad que me hace sentir que la uña se me está clavando en la piel, por lo que tiro un poco hacia abajo la falda del vestido de oficina otoñal que me he colocado para parecer una persona más decente de lo que yo siempre me siento. En esta ocasión no disimulo la sonrisa que me aprieta los labios en un obvio gesto de que este no es mi tema favorito de conversación y creo que mi mirada se ha enfriado, pero no la aparto bajo ningún aspecto de la suya. Al final, el minuto de silencio se me acaba con un suspiro — Me imagino que usted sabe que he ganado los juegos mágicos con cuchillos y que fue un milagro que saliera de ahí con vida — esa final fue una masacre, tuvimos suerte de que los médicos de ese entonces pudiesen reanimarnos a pesar de nuestro estado. Intento no pensar en ese día, hay memorias que duelen demasiado, incluso cuando no se trata de las matanzas específicamente — ¿O con “experiencia pasada” estamos hablando de que he sabido sobrevivir en los mismos y luego usar una varita cuando por fin pude tener una? — mis años fugitivos no son un ejemplo para los niños, pero supongo que están tan desesperados como ella suena.
Acomodo un mechón de mi cabello cuando relajo un poco mi postura y desvío la mirada, tratando de hacerme un poco la idea en mi cabeza — Lo lamento, ministra. Comprendo que, en vista de lo que está sucediendo usted necesita un guerrero que enseñe a los más jóvenes a defenderse, pero yo he dejado de serlo hace… ¡Puf! — ruedo los ojos con fingida gracia y hasta me permito reír un poco, desganadamente — Estamos hablando de eones. Hoy solo sé cocinar pasteles, alimentar a mi gato y tratar de que los niños no se metan pinceles en la nariz. ¿Realmente no desea a alguien más experimentado?
Rasqueteo un poco mi rodilla en lo que ella me explica algo que va tomando un rumbo que no sé si me gusta demasiado y creo reconocer una vieja ansiedad que me hace sentir que la uña se me está clavando en la piel, por lo que tiro un poco hacia abajo la falda del vestido de oficina otoñal que me he colocado para parecer una persona más decente de lo que yo siempre me siento. En esta ocasión no disimulo la sonrisa que me aprieta los labios en un obvio gesto de que este no es mi tema favorito de conversación y creo que mi mirada se ha enfriado, pero no la aparto bajo ningún aspecto de la suya. Al final, el minuto de silencio se me acaba con un suspiro — Me imagino que usted sabe que he ganado los juegos mágicos con cuchillos y que fue un milagro que saliera de ahí con vida — esa final fue una masacre, tuvimos suerte de que los médicos de ese entonces pudiesen reanimarnos a pesar de nuestro estado. Intento no pensar en ese día, hay memorias que duelen demasiado, incluso cuando no se trata de las matanzas específicamente — ¿O con “experiencia pasada” estamos hablando de que he sabido sobrevivir en los mismos y luego usar una varita cuando por fin pude tener una? — mis años fugitivos no son un ejemplo para los niños, pero supongo que están tan desesperados como ella suena.
Acomodo un mechón de mi cabello cuando relajo un poco mi postura y desvío la mirada, tratando de hacerme un poco la idea en mi cabeza — Lo lamento, ministra. Comprendo que, en vista de lo que está sucediendo usted necesita un guerrero que enseñe a los más jóvenes a defenderse, pero yo he dejado de serlo hace… ¡Puf! — ruedo los ojos con fingida gracia y hasta me permito reír un poco, desganadamente — Estamos hablando de eones. Hoy solo sé cocinar pasteles, alimentar a mi gato y tratar de que los niños no se metan pinceles en la nariz. ¿Realmente no desea a alguien más experimentado?
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