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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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25 de septiembre
Metió pergaminos y tinta dentro de su maleta antes de salir del despacho de Wizengamot, observando los pisos cambiar con impaciencia y mirando, de tanto en tanto, el reloj de pulsera. Llevaba días queriendo ir a la Biblioteca Nacional para ojear un par de libros; el hecho de que se hubiera anunciado una guerra tan abiertamente escapaba de cualquier tipo de regulación legal, seguramente había un procedimiento, unas causas, y no el mero rencor por lo acontecido en los pasados días. No lo respetaba, apoyaba o defendía, pero tampoco que la represión se hubiera endurecido de aquel modo.
Los días habían sido complicados, todo el mundo interponía denuncias o supuestos avistamientos de aquellos que habían sido catalogados como enemigos públicos del Estado. La cien por cien de éstos no eran más que confusiones, alucinaciones creadas por la incertidumbre y el temor de ser señalados si, casualmente, se cruzaban con uno de ellos y no alcanzaba a reconocerlo y denunciarlo. ¿De aquel modo también se le podía considerar un colaborador? Chasqueó la lengua a la par que subía las escaleras que daban lugar a la entrada de la biblioteca y empujaba la puerta para internarse dentro de ésta.
El silencio era algo que admiraba y atesoraba más que ninguna otra cosa, por ello se sintió casi en paz cuando la rodeó por completo. Sus ojos volaron entre los pasillos hasta que dieron con uno de los más conocidos por la rubia, aquel al que había recurrido durante sus años de estudio. Lo que no pudiera encontrar allí podría estar en la zona restringida a la que, por su cargo, tenía acceso libre.
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Se ha declarado una guerra. Esto es lo que no para de resonar en mi cabeza mientras espero, erguida en una esquina cerca del Wizengamot. Miro mi reloj con cierta impaciencia y chasqueo la lengua, molesta. Con todo el trabajo que habrá ahora, y yo siguiendo a esta mujer. Aunque, sinceramente, tiene actitudes un poco cuestionables. La velocidad con la que se fue ayer de la sala una vez dictaron la sentencia... Dejó bastante que desear. No pude seguirla entonces porque como Auror tenía que estar pendiente de lo otro. De las hogueras y los prisioneros y de que nadie hiciera nada estúpido. Tenía que estar a las órdenes de Weynart de forma exclusiva. Pero ahora me toca seguir con el encargo de otra persona.
La veo salir, por fin. Con su maletín y su pelo rubio ondeando al viento. Me meto en un local, sabiendo que suele pasar por delante de este cuando sale del trabajo, y dejo que avance. Luego salgo, y empiezo a seguir sus pasos. Me costó cogerle el truco, y la verdad es que ya es una rutina que me cansa un poco. Pero bueno, si esta mujer ha hecho algo turbio, habrá que vigilarla. Me fío de Hans. Me coloco bien las gafas de sol y levanto ambas cejas al ver hacia dónde se dirige. La biblioteca. Dejo que la rubia entre y espero, paciente, durante unos segundos. No será tan difícil encontrarla en una biblioteca.
Cuando entro veo que no podría estar más equivocada. Porque no la veo. Me guardo las gafas de sol en el bolsillo y empiezo a andar, mirando a mi alrededor constantemente, molesta. No puedo haberla perdido. Como mínimo sé que no va a salir de aquí, es decir, la vería si lo intentara, pero he dejado pasar demasiado rato por cautela y ahora la he perdido de vista. Dudo que se esté reuniendo con nadie en una biblioteca frecuentada como esta, pero nunca se sabe. Decido empezar por los pasillos de la derecha. Tal vez está por ahí y tengo suerte.
La veo salir, por fin. Con su maletín y su pelo rubio ondeando al viento. Me meto en un local, sabiendo que suele pasar por delante de este cuando sale del trabajo, y dejo que avance. Luego salgo, y empiezo a seguir sus pasos. Me costó cogerle el truco, y la verdad es que ya es una rutina que me cansa un poco. Pero bueno, si esta mujer ha hecho algo turbio, habrá que vigilarla. Me fío de Hans. Me coloco bien las gafas de sol y levanto ambas cejas al ver hacia dónde se dirige. La biblioteca. Dejo que la rubia entre y espero, paciente, durante unos segundos. No será tan difícil encontrarla en una biblioteca.
Cuando entro veo que no podría estar más equivocada. Porque no la veo. Me guardo las gafas de sol en el bolsillo y empiezo a andar, mirando a mi alrededor constantemente, molesta. No puedo haberla perdido. Como mínimo sé que no va a salir de aquí, es decir, la vería si lo intentara, pero he dejado pasar demasiado rato por cautela y ahora la he perdido de vista. Dudo que se esté reuniendo con nadie en una biblioteca frecuentada como esta, pero nunca se sabe. Decido empezar por los pasillos de la derecha. Tal vez está por ahí y tengo suerte.
Sabía que debía existir algún resquicio que se le hubiera escapado, que no conociera y se pudiera usar. Aunque, ¿serviría de algo? Realmente ya habían hablado, no les importaba la legalidad o los procedimientos a seguir. Siempre había sido así, pero cada día que pasaba dentro del Wizengamot se percataba más de la intensidad de éstos. Respiró profundamente, girando hacia la derecha por uno de los pasillos, caminando hasta el final de éste y cesando su caminar leer con rapidez los nombres que rezaban en los lomos de cada tomo.
Entrecerró los ojos, inclinando la cabeza hacia la derecha, para poder leer éstos mejor, cuando uno llamó su atención y lo tomó entre sus manos. Lo abrió por el índice, dejando que su dedo volara por las líneas en busca de la deseada, cuando un ruido la sobresaltó. Miró hacia ambos lados, cerrando el libro con un golpe seco y alejándose del lugar con pasos ligeros, mirando de tanto en tanto tras ella. Tenía la sensación de que alguien la observaba, pero lo descartó, atribuyéndolo a su imaginación. El Gobierno tenía demasiados problemas como para poner a alguien tras ella; era un desperdicio de efectivos que necesitaban ahora que habían cedido declararle la guerra a un enemigo invisible. Uno que no había preocupado a nadie y ahora tenía a todos paranoicos.
Giró a la izquierda, chocando con un hombre al que hizo caer lo que llevaba a en las manos. Se disculpó en silencio, tomando las cosas del suelo entregándoselas una vez que volvió a estar en pie. Quizás lo mejor era ir a la zona prohibida y ahorrarse sentirse de aquel modo; pero antes tenía que encontrar lo que buscaba, cuando lo hiciera podría refugiarse allí, si es que realmente era algo que tuviera que hacer.
Entrecerró los ojos, inclinando la cabeza hacia la derecha, para poder leer éstos mejor, cuando uno llamó su atención y lo tomó entre sus manos. Lo abrió por el índice, dejando que su dedo volara por las líneas en busca de la deseada, cuando un ruido la sobresaltó. Miró hacia ambos lados, cerrando el libro con un golpe seco y alejándose del lugar con pasos ligeros, mirando de tanto en tanto tras ella. Tenía la sensación de que alguien la observaba, pero lo descartó, atribuyéndolo a su imaginación. El Gobierno tenía demasiados problemas como para poner a alguien tras ella; era un desperdicio de efectivos que necesitaban ahora que habían cedido declararle la guerra a un enemigo invisible. Uno que no había preocupado a nadie y ahora tenía a todos paranoicos.
Giró a la izquierda, chocando con un hombre al que hizo caer lo que llevaba a en las manos. Se disculpó en silencio, tomando las cosas del suelo entregándoselas una vez que volvió a estar en pie. Quizás lo mejor era ir a la zona prohibida y ahorrarse sentirse de aquel modo; pero antes tenía que encontrar lo que buscaba, cuando lo hiciera podría refugiarse allí, si es que realmente era algo que tuviera que hacer.
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Me faltan diez minutos para ponerme a cagarme en todo. O cinco. ¿Cómo se puede perder a alguien en una biblioteca? Avanzo por los pasillos, inquieta, girando la cabeza a ambos lados repetidamente para intentar dar con el cabello rubio de la mujer a la que se supone que tengo que vigilar. La mujer a la que estaría vigilando de no ser porque la he perdido en una maldita biblioteca.
Me cruzo con un hombre que me echa una mala mirada. Lleva en brazos una cantidad considerable de libros y papeles desordenados. Hay gente que de verdad no usa la cabeza. Con lo sencillo que sería un hechizo para hacerlo levitar. Tal vez no tiene varita, o no le funciona. Quién sabe. La cosa es que, tras andar durante un par de minutos por los pasillos llenos de libros, veo una melena rubia en la distancia. Acelero el paso, sin querer correr tampoco, hasta que llegó hacia dónde está. Y cuando me ve, se gira hacia mi. No es Arianne Brawn, y yo tendré que ir al oculista, porque realmente no se parecen en nada más que el color de pelo.
Me mira, alzando ambas cejas, inquisitorial. Y yo, buscando una reacción rápida, señalo el libro que tiene entre manos —Perdone, es que... Me encanta este libro— digo, rápida —.Se lo quería enseñar a una amiga, porque me pareció muy interesante, me divertí mucho leyendo y aprendí mucho, pero... ¡Pero ya lo ha cogido usted! No pasa nada, iré a buscar otra copia— digo, amable. La mujer me mira como si fuera el ser más raro del mundo y levanta un poco el libro. “El ABC de la exhumación de cadáveres”. Y yo diciendo que me lo pasé genial leyéndolo. Pues normal que me mire así. Tengo que aprender a inventarme excusas mejores. Sonrío, cordial, y me alejo de la mujer antes de que esa conversación se convierta en algo todavía más raro, queriendo encontrar a mi objetivo.
Me cruzo con un hombre que me echa una mala mirada. Lleva en brazos una cantidad considerable de libros y papeles desordenados. Hay gente que de verdad no usa la cabeza. Con lo sencillo que sería un hechizo para hacerlo levitar. Tal vez no tiene varita, o no le funciona. Quién sabe. La cosa es que, tras andar durante un par de minutos por los pasillos llenos de libros, veo una melena rubia en la distancia. Acelero el paso, sin querer correr tampoco, hasta que llegó hacia dónde está. Y cuando me ve, se gira hacia mi. No es Arianne Brawn, y yo tendré que ir al oculista, porque realmente no se parecen en nada más que el color de pelo.
Me mira, alzando ambas cejas, inquisitorial. Y yo, buscando una reacción rápida, señalo el libro que tiene entre manos —Perdone, es que... Me encanta este libro— digo, rápida —.Se lo quería enseñar a una amiga, porque me pareció muy interesante, me divertí mucho leyendo y aprendí mucho, pero... ¡Pero ya lo ha cogido usted! No pasa nada, iré a buscar otra copia— digo, amable. La mujer me mira como si fuera el ser más raro del mundo y levanta un poco el libro. “El ABC de la exhumación de cadáveres”. Y yo diciendo que me lo pasé genial leyéndolo. Pues normal que me mire así. Tengo que aprender a inventarme excusas mejores. Sonrío, cordial, y me alejo de la mujer antes de que esa conversación se convierta en algo todavía más raro, queriendo encontrar a mi objetivo.
Cada dos pasos volvía sus claros ojos hacia atrás, revisando el pasillo que acababa de abandonar, y recorría con rapidez el próximo hacia el que se dirigiría. Ni siquiera sabía por qué lo hacía, el golpe podría haber surgido por cualquier motivo ajeno a ella pero no podía evitar sentirse nerviosa, demasiadas cosas estaban pasando en las últimas semanas y nunca estaba de más ser precavida.
Giró a la izquierda, percatándose de que, al final del pasillo, se encontraban dos mujeres. Una de cabello rubio y ondulado, y otra castaño. Permaneció inmóvil, observándolas apenas unos instantes hasta que la de pelo oscuro se separó de la otra mujer, y sus ojos se encontraron apenas unos instantes. Parpadeó un par de veces, girando sobre sus zapatos y saliendo de allí con rapidez. Los años la habían convertido en una persona observadora, si no lo hubiera sido su trabajo en Wizengamot se habría tornado complicado teniendo en cuenta que tenía que tratar con personas que se esforzaban al máximo por engañarla, por lo que su confianza decayó por completo.
Caminó acelerada por los desiertos pasillos, satisfecha por no encontrar a nadie que cortara su paso, hasta que apoyó la espalda contra una de las estanterías, sintiendo su corazón bombear sangre con urgencia. Quizás le mejor opción era salir de la biblioteca y volver al Ministerio, donde no había tenido aquella sensación antes. Podría volver allí en otro momento o directamente no hacerlo.
Giró a la izquierda, percatándose de que, al final del pasillo, se encontraban dos mujeres. Una de cabello rubio y ondulado, y otra castaño. Permaneció inmóvil, observándolas apenas unos instantes hasta que la de pelo oscuro se separó de la otra mujer, y sus ojos se encontraron apenas unos instantes. Parpadeó un par de veces, girando sobre sus zapatos y saliendo de allí con rapidez. Los años la habían convertido en una persona observadora, si no lo hubiera sido su trabajo en Wizengamot se habría tornado complicado teniendo en cuenta que tenía que tratar con personas que se esforzaban al máximo por engañarla, por lo que su confianza decayó por completo.
Caminó acelerada por los desiertos pasillos, satisfecha por no encontrar a nadie que cortara su paso, hasta que apoyó la espalda contra una de las estanterías, sintiendo su corazón bombear sangre con urgencia. Quizás le mejor opción era salir de la biblioteca y volver al Ministerio, donde no había tenido aquella sensación antes. Podría volver allí en otro momento o directamente no hacerlo.
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Justo cuando me separo de la mujer con el libro sobre exhumaciones de cadáveres, la veo. Nuestras miradas se cruzan unos instantes, y ella se va. Y la velocidad con la que se fue ayer del juicio no es nada comparada con la velocidad con la que gira sobre sus tobillos y se aleja de mí. Y se me disparan todas las alarmas. ¿Me ha pillado? He sido extremadamente cuidadosa en todo momento. He hecho muy bien mi trabajo, he calculado cada distancia, cada paso y cada momento. ¿Y me ha pillado en una biblioteca?
Bufo, molesta, pasando otra vez por el pasillo con la señora del libro de exhumaciones. Que, pensándolo bien, tal vez tendría que mirarla raro yo a ella y no al revés. Al fin y al cabo yo me he inventado que me he leído ese libro, pero ella parecía muy decidida a llevárselo a casa. Ando con paso apresurado hasta la salida y me quedo en un rincón, esperando a que salga. Porque si se siente seguida es lo lógico, ¿no? Que salga, que se vaya de este sitio. Eso haría qualquer persona en su sano juicio en una situación así. A no ser que esté esperando que me vaya yo.
Hago una mueca, al ver que no parece querer abandonar el edificio, y me dirijo hacia la zona en la que nos hemos visto. ¿Vamos a jugar al escondite, ahora? Muy bien. Que así sea. Empiezo a recorrer todos los pasillos, sería. Con mis ojos moviéndose con rapidez por cada pasillo, esquina y recoveco, buscando el rostro de la persona a la que llevo tiempo siguiendo ya. Y creía haberme empezado a aprender sus patrones... Pero no. Definitivamente no. Porque giro por un pasillo y me la encuentro, de cara. Mierda.
Bufo, molesta, pasando otra vez por el pasillo con la señora del libro de exhumaciones. Que, pensándolo bien, tal vez tendría que mirarla raro yo a ella y no al revés. Al fin y al cabo yo me he inventado que me he leído ese libro, pero ella parecía muy decidida a llevárselo a casa. Ando con paso apresurado hasta la salida y me quedo en un rincón, esperando a que salga. Porque si se siente seguida es lo lógico, ¿no? Que salga, que se vaya de este sitio. Eso haría qualquer persona en su sano juicio en una situación así. A no ser que esté esperando que me vaya yo.
Hago una mueca, al ver que no parece querer abandonar el edificio, y me dirijo hacia la zona en la que nos hemos visto. ¿Vamos a jugar al escondite, ahora? Muy bien. Que así sea. Empiezo a recorrer todos los pasillos, sería. Con mis ojos moviéndose con rapidez por cada pasillo, esquina y recoveco, buscando el rostro de la persona a la que llevo tiempo siguiendo ya. Y creía haberme empezado a aprender sus patrones... Pero no. Definitivamente no. Porque giro por un pasillo y me la encuentro, de cara. Mierda.
Pegó la espalda contra la estantería, apretando contra su cuerpo el libro que había cogido inicialmente y que, ni siquiera, sabía porque aún llevaba junto a ella. De acuerdo, solo tenía que marcharse de allí y solucionaría el problema. Inclinó el cuerpo hacia un lado, cerciorándose de que no la estuviera siguiendo. No se trataba solo de una sensación sino que alguien realmente la seguía, lo que no sabía era la razón por la que sucedía aquello. Tragó saliva, dejando el libro en un hueco de la estantería que había frente a ella, y girándose en dirección al pasillo por el que había llegado hasta allí.
Cuando se encontraron de cara, casi chocando la una contra la otra y provocando que diera un salto hacia atrás para alejarse de ella. —¿Quién demonios eres?— preguntó automáticamente, llevándose la mano hasta el bolsillo de la gabardina donde guardaba la varita. Quiso preguntarle porqué la estaba siguiendo pero permaneció en silencio, analizando la expresión de la mujer que tenía frente a ella. Sin lugar a dudas no la conocía tan siquiera de vista, mas estaba claro que la contraria si la conocía a ella. —Soy una autoridad del Wizengamot, así que escoja correctamente sus palabras— advirtió después de unos segundos en los que trató de recabar las palabras que pronunciar a continuación.
Cuando se encontraron de cara, casi chocando la una contra la otra y provocando que diera un salto hacia atrás para alejarse de ella. —¿Quién demonios eres?— preguntó automáticamente, llevándose la mano hasta el bolsillo de la gabardina donde guardaba la varita. Quiso preguntarle porqué la estaba siguiendo pero permaneció en silencio, analizando la expresión de la mujer que tenía frente a ella. Sin lugar a dudas no la conocía tan siquiera de vista, mas estaba claro que la contraria si la conocía a ella. —Soy una autoridad del Wizengamot, así que escoja correctamente sus palabras— advirtió después de unos segundos en los que trató de recabar las palabras que pronunciar a continuación.
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Lo primero que ven mis ojos es el movimiento de su mano yendo hacia el bolsillo de su túnica, y yo, por puro instinto y reflejo, hago lo mismo. Le aguanto la mirada, valorando mis opciones. No tengo muy claro qué contestar... Pero por ahora me limito a alzar la mano que no tengo cerca de la varita, en gesto de calma, de paz —Eso no será necesario. Aleje la mano de su bolsillo, por favor...— digo, serena. Sorprendentemente serena, teniendo en cuenta que mi misión se está yendo al garete por segundos.
Me planteo qué puedo hacer. ¿Mentirle? Claramente no le puedo decir en un espacio público como este que soy una Auror que se dedica a vigilarla todo el día. Así que la miro, dudando, y termino haciendo un gesto señalando el edificio —Trabajo en la seguridad de la biblioteca. La he visto andando muy rápido, casi corriendo, y no me ha parecido correcto, así que la estaba buscando para pedirle que, por favor, ande despacio y en silencio, que esto es un espacio donde la gente viene a concentrarse, y no es divertido tener que disculparse ante veinte personas distintas que se quejan de que alguien las ha desconcentrado— digo, intentando parecer creíble. Qué ridiculez, por Merlín. Es decir, tenía claro que esto terminaría pasando, ¿pero aquí? ¿En una maldita biblioteca? ¿En el peor lugar posible?
Me planteo qué puedo hacer. ¿Mentirle? Claramente no le puedo decir en un espacio público como este que soy una Auror que se dedica a vigilarla todo el día. Así que la miro, dudando, y termino haciendo un gesto señalando el edificio —Trabajo en la seguridad de la biblioteca. La he visto andando muy rápido, casi corriendo, y no me ha parecido correcto, así que la estaba buscando para pedirle que, por favor, ande despacio y en silencio, que esto es un espacio donde la gente viene a concentrarse, y no es divertido tener que disculparse ante veinte personas distintas que se quejan de que alguien las ha desconcentrado— digo, intentando parecer creíble. Qué ridiculez, por Merlín. Es decir, tenía claro que esto terminaría pasando, ¿pero aquí? ¿En una maldita biblioteca? ¿En el peor lugar posible?
La examinó lentamente, no cortándose mientras lo hacía, hasta que sus ojos volvieron a encontrarse con los contrarios. Los entrecerró, manteniéndose inmóvil, con la diestra aún cercana al lugar donde se encontraba guardada su varita. Permaneció del mismo modo, no inmutándose ni un ápice, con su mirada prendada de ella. Acabó alejando lentamente la mano de la varita, no porque se lo hubiera pedido, sino porque no era el lugar adecuado para aquello. Suficientes eran las apresuradas carreras previas y el hecho de que estuvieran hablando.
Miró hacia ambos lados, regresando la atención a ella cuando se percató de que nadie más había allí. —¿Tienes sus credenciales?— cuestionó automáticamente. Estaba en la zona de estanterías donde no podía molestar a nadie, mucho menos alguien correría detrás de ella para frenarla. —Podemos ir a por ellas si no las tiene aquí— concedió con tranquilidad. Su mirada continuó impasible, dejando que sus brazos colgaran a ambos lados de su cuerpo. Estaba ocupada, demasiado ocupada como para tener que lidiar con alguien fingiendo que era otra persona y la había perseguido sin razón, no al menos una que pudiera tener algún sentido. —No tengo tiempo que perder— reiteró entonces alzando las cejas con impaciencia.
Miró hacia ambos lados, regresando la atención a ella cuando se percató de que nadie más había allí. —¿Tienes sus credenciales?— cuestionó automáticamente. Estaba en la zona de estanterías donde no podía molestar a nadie, mucho menos alguien correría detrás de ella para frenarla. —Podemos ir a por ellas si no las tiene aquí— concedió con tranquilidad. Su mirada continuó impasible, dejando que sus brazos colgaran a ambos lados de su cuerpo. Estaba ocupada, demasiado ocupada como para tener que lidiar con alguien fingiendo que era otra persona y la había perseguido sin razón, no al menos una que pudiera tener algún sentido. —No tengo tiempo que perder— reiteró entonces alzando las cejas con impaciencia.
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Pongo los ojos en blanco cuando me pide mis credenciales. De leyes tenía que ser. Con lo fácil que es hacer esto con otra gente. Bufo un poco y llevo la mano a mi bolsillo. Realmente soy agente de la ley. Si me piden que me identifique se supone que lo tengo que hacer, ¿no? —De acuerdo— digo, sin ganas, asumiendo mi derrota. Realmente no he observado en ella ningún comportamiento raro desde que empecé a seguirla, tal vez es el final normal de las cosas. Tal vez no va a hacer nada raro de ahora en adelante, más cuando conozca la realidad de la situación. Solamente espero que si pasa algo no sea por mi culpa.
Saco la placa de auror de mi bolsillo y se la enseño, a desgana —Auror Richards— le digo, dejando a un lado las formalidades y dejando que mi tono se vuelva un poco más seco, más cansado. Tengo un total de cero ganas de seguir jugando al pilla-pilla con una juez. Tengo ganas de irme a mi casa y abrirme unas cervezas con mi padre. Ahora solamente toca esperar que no se arme un lío con esto —¿Puedo preguntar por qué corría tanto?— le pregunto, seria. Me guardo la placa de auror de nuevo y la miro cruzándome de brazos, seria. Por qué corría tanto ahora en la biblioteca, por qué corría tanto ayer saliendo del Wizengamot. Por qué se esfuerza en, cuando creo que ya no va a tener comportamientos sospechosos, demostrarme lo contrario.
Saco la placa de auror de mi bolsillo y se la enseño, a desgana —Auror Richards— le digo, dejando a un lado las formalidades y dejando que mi tono se vuelva un poco más seco, más cansado. Tengo un total de cero ganas de seguir jugando al pilla-pilla con una juez. Tengo ganas de irme a mi casa y abrirme unas cervezas con mi padre. Ahora solamente toca esperar que no se arme un lío con esto —¿Puedo preguntar por qué corría tanto?— le pregunto, seria. Me guardo la placa de auror de nuevo y la miro cruzándome de brazos, seria. Por qué corría tanto ahora en la biblioteca, por qué corría tanto ayer saliendo del Wizengamot. Por qué se esfuerza en, cuando creo que ya no va a tener comportamientos sospechosos, demostrarme lo contrario.
Siguió con la mirada todos y cada uno de los movimientos que la joven realizó, alzando ambas cejas con sorpresa cuando sacó una placa de auror y la mostró ante ella. Identificándose antes de que la rubia le pidiera hacerlo. Permaneció en silencio, examinando con detenimiento la pequeña placa que acababa de mostrarle y estaba ganándose todo su interés. No le interesaba la otra mujer, ni siquiera los intereses que la hubieran empujado a seguirla y mentirle en relación a su oficio. Pero le molestaba que se tratara de un auror quién hubiera estado tras sus pasos dentro de aquel lugar. O al menos esperaba que solo hubiera sido allí. Por un segundo su corazón dejó de bombear, cosa que tapó alzando la mirada con cansancio. Su rostro siempre había sido inescrutable, no perdía mayor tiempo a expresiones faciales que todos pudiera interpretar a su antojo. —Auror Richards— repitió ella con calma, enredando los dedos de la diestra en torno a su liviano maletín. —¿No hay suficiente trabajo en el Ministerio como para perder el tiempo siguiendo a personas en la biblioteca?— cuestionó entonces sin miramiento alguno.
Lo observó con tranquilidad, chasqueando la lengua contra su mejilla antes de contestarle —No son tiempos fáciles— contestó —, hace solo unos días se declaró una guerra abierta y soy una de las magistradas que se encontraba en la sala que condenó a morir en la hoguera a dos terroristas. Cualquier paso que escuche tras mí me genera cierta desconfianza— concluyó. No tenía que darle mayores explicaciones, pero si daba la casualidad de que se encontraba tras ella, sabía quién era y, encima, no se había identificado inmediatamente tras ser descubierta, sino que había tratado de engañarla, la confianza de la jueza decaía en picado y relacionaba con que no se encontraba allí casualmente. —¿La envía alguien?—. La pregunta surgió de sus labios a la velocidad de un autómata, sin pensarla, sin procesarla antes de exteriorizarla.
Lo observó con tranquilidad, chasqueando la lengua contra su mejilla antes de contestarle —No son tiempos fáciles— contestó —, hace solo unos días se declaró una guerra abierta y soy una de las magistradas que se encontraba en la sala que condenó a morir en la hoguera a dos terroristas. Cualquier paso que escuche tras mí me genera cierta desconfianza— concluyó. No tenía que darle mayores explicaciones, pero si daba la casualidad de que se encontraba tras ella, sabía quién era y, encima, no se había identificado inmediatamente tras ser descubierta, sino que había tratado de engañarla, la confianza de la jueza decaía en picado y relacionaba con que no se encontraba allí casualmente. —¿La envía alguien?—. La pregunta surgió de sus labios a la velocidad de un autómata, sin pensarla, sin procesarla antes de exteriorizarla.
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Su tono me pone un poco nerviosa, no lo voy a negar. La miro, impasible. Siempre he sido bastante camaleónica en las conversaciones, en el sentido que me adapto al tono que quiera mantener la otra persona. Y si ella se pone seca y seria, no voy a ser menos —Oh, pero no estoy siguiendo a una persona cualquiera, ¿me equivoco?— le digo, retándola con la mirada, queriendo que empiece a ser consciente de la situación. Es decir, sí, me ha pillado siguiéndola, pero eso no quita que la que ha hecho cosas malas es ella, y que por eso estoy yo aquí. No querría que se le olvidara ese detalle cuando decida qué quiere contestarme.
Dibujo una pequeña sonrisa de suficiencia en mis labios y ladeo la cabeza, examinando su forma de hablar, sus pausas entre frase y frase —Oh, sé que fue una de las magistradas. Se fue con bastanta prisa de la sesión, ¿no estuvo contenta con la sentencia final?— preguntó, mirándola fijamente a los ojos. Me gusta causarle desconfianza. Me gusta que no se sienta segura. Si quisiera que estuviera bien, en su zona de confort, contenta y sin sospechar nada, no habría aceptado esta pequeña misión. Pero, al fin y al cabo, está en manos de todos y de todas que la guerra que se ha declarado no venga antes de tiempo. Y si es una persona que ya ha tenido comportamientos dudosos... Estoy más que satisfecha de poder mantener un ojo sobre ella.
Me cruzo de brazos de nuevo, sin cortar la mirada con ella, hasta que pregunta si me envía alguien —Por supuesto. ¿Qué esperaba, Señorita Brawn?— le digo, impasible, remarcando su nombre para que vea que sé quién es. Para que se replantee su situación conmigo.
Dibujo una pequeña sonrisa de suficiencia en mis labios y ladeo la cabeza, examinando su forma de hablar, sus pausas entre frase y frase —Oh, sé que fue una de las magistradas. Se fue con bastanta prisa de la sesión, ¿no estuvo contenta con la sentencia final?— preguntó, mirándola fijamente a los ojos. Me gusta causarle desconfianza. Me gusta que no se sienta segura. Si quisiera que estuviera bien, en su zona de confort, contenta y sin sospechar nada, no habría aceptado esta pequeña misión. Pero, al fin y al cabo, está en manos de todos y de todas que la guerra que se ha declarado no venga antes de tiempo. Y si es una persona que ya ha tenido comportamientos dudosos... Estoy más que satisfecha de poder mantener un ojo sobre ella.
Me cruzo de brazos de nuevo, sin cortar la mirada con ella, hasta que pregunta si me envía alguien —Por supuesto. ¿Qué esperaba, Señorita Brawn?— le digo, impasible, remarcando su nombre para que vea que sé quién es. Para que se replantee su situación conmigo.
No se trataba de superioridad, simplemente no eran del mismo mundo, no pertenecían a la misma esfera ni iban a coincidir jamás. Su único trato con aurores eran los casuales encuentros obligatorios cuando llevaban ante ella a un acusado, cuando se lo llevaban o tenían algún asunto que reclamar. Lo hacían todo a las bravas, no pensaban demasiado en las consecuencias y eran tan impulsivos como irascibles. Definitivamente sus encuentros no eran lo que más esperaba de su día a día. Parpadeó un par de veces, reacomodando sus pies antes de arquear una ceja con cierta gracia. Pocas personas se atrevían a hablarle de aquel modo mirándola fijamente a los ojos, pero a ella parecía importarle más bien poco puesto que no se contentaba con ello sino que, inclusive, se sentía con el derecho de pronunciar insinuaciones sobre su persona.
Y entonces sí que arqueó una ceja. Una novata, y además una que pecaba de pretenciosa. —Yo misma voté a favor, parece que alguien abandonó la sala antes que yo— contestó neutra, no pretendiendo ser agresiva ni blanda, simplemente mostrándose tal y como era, como la conocía la mayor parte de sus compañeros de oficio. La indiferencia había sido su don durante demasiados años, la frialdad e impasibilidad, por ello no le importaban demasiado los intentos de intimidarla. Igualmente no se le puede quitar algo a quien sabe que nada tiene. —Y si tiene alguna queja o duda puede acudir a las oficinas de Wizengamot, la atenderé encantada— continuó girándose hacia la estantería para tomar el libro que apoyó minutos antes. “Constitucionalismo Mágico”, luces y sombras en todo su esplendor.
Giró el rostro en su dirección, dejando que sus ojos claros se encontraran apenas unos segundos con los contrarios. Dejando un suspiro de cansancio todo el libro y lo apoyó contra su pecho. —De acuerdo, entonces tendré que ir al Ministerio de Defensa a comunicarles que no es apta ni siquiera para seguir disimuladamente a una persona con una rutina tan monótona como la mía— habló con claridad, recorriendo el lomo del libro con los dedos de la diestra mientras hablaba, y cesando en el movimiento cuando volvió a buscar que ambas miradas se encontraran. —O quizás debería ir directamente al Ministro Hans Powell… aunque no es una persona a la que le gusten demasiado los fracasos, y además ahora mismo estoy segura de que está muy ocupado—. Ocupado con su trabajo o con alguna mujer, cualquier cosa se podía esperar de aquel tipo de hombre.
Y entonces sí que arqueó una ceja. Una novata, y además una que pecaba de pretenciosa. —Yo misma voté a favor, parece que alguien abandonó la sala antes que yo— contestó neutra, no pretendiendo ser agresiva ni blanda, simplemente mostrándose tal y como era, como la conocía la mayor parte de sus compañeros de oficio. La indiferencia había sido su don durante demasiados años, la frialdad e impasibilidad, por ello no le importaban demasiado los intentos de intimidarla. Igualmente no se le puede quitar algo a quien sabe que nada tiene. —Y si tiene alguna queja o duda puede acudir a las oficinas de Wizengamot, la atenderé encantada— continuó girándose hacia la estantería para tomar el libro que apoyó minutos antes. “Constitucionalismo Mágico”, luces y sombras en todo su esplendor.
Giró el rostro en su dirección, dejando que sus ojos claros se encontraran apenas unos segundos con los contrarios. Dejando un suspiro de cansancio todo el libro y lo apoyó contra su pecho. —De acuerdo, entonces tendré que ir al Ministerio de Defensa a comunicarles que no es apta ni siquiera para seguir disimuladamente a una persona con una rutina tan monótona como la mía— habló con claridad, recorriendo el lomo del libro con los dedos de la diestra mientras hablaba, y cesando en el movimiento cuando volvió a buscar que ambas miradas se encontraran. —O quizás debería ir directamente al Ministro Hans Powell… aunque no es una persona a la que le gusten demasiado los fracasos, y además ahora mismo estoy segura de que está muy ocupado—. Ocupado con su trabajo o con alguna mujer, cualquier cosa se podía esperar de aquel tipo de hombre.
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Que esté insinuando que mi misión ha sido un fracaso hace que me hierva la sangre. Pero no dejo que eso se refleje en el exterior, mantengo mi rostro con una expresión impasible y seria, sin apartar la mirada de la mujer. Me cruzo de brazos cuando amenaza con ir a hablar con Riorden Weynart, y no puedo evitar una sonrisa de suficiencia cuando habla de dirigirse directamente a Hans —¿Y eso jugaría a su favor?— le pregunto, ladeando la cabeza.
Al fin y al cabo, si le han puesto una auror de vigilancia será por algo. Si quieren a alguien que siga cada uno de sus pasos, será por algo. Sospechan de ella y quieren mantenerla vigilada, quieren asegurarse de que no haga nada estúpido —Mi papel aquí es puro protocolo. Seguridad básica— digo, encogiéndome de hombros —. Si va al ministro Powell a quejarse de que tiene a alguien siguiéndola... No lo sé, ¿acaso tiene algo que ocultar?— le pido, alzando ambas cejas. Hans quería tenerla vigilada, por eso me pidió que siguiera sus pasos. Y llevo suficiente tiempo detrás de ella como para que esto ya no sea considerado un fracaso, ¿verdad? He estado siguiendo los pasos de esta mujer durante demasiados días como para que se quede en nada.
Miro el libro que lleva en brazos y la miro a ella otra vez. Porque sí, votó a favor de la ejecución, pero no paraba de cuchichear con el magistrado que estaba en contra. Y cuando terminó se fue muy rápido, no quiso ver nada de eso. No creo que lo que dijo en esa sesión fuera toda su verdad... Pero no estoy en posición de cuestionarla. Simplemente estoy en posición de reportar. La miro, algo cansada —Bueno... ¿Qué quiere hacer? ¿Quiere quejarse de mí ante su jefe?— pregunto, queriendo zanjar la situación. Porque es algo pesado estar aquí sin hacer nada sabiendo que tengo que reportar la novedad, con ella amenazándome.
Al fin y al cabo, si le han puesto una auror de vigilancia será por algo. Si quieren a alguien que siga cada uno de sus pasos, será por algo. Sospechan de ella y quieren mantenerla vigilada, quieren asegurarse de que no haga nada estúpido —Mi papel aquí es puro protocolo. Seguridad básica— digo, encogiéndome de hombros —. Si va al ministro Powell a quejarse de que tiene a alguien siguiéndola... No lo sé, ¿acaso tiene algo que ocultar?— le pido, alzando ambas cejas. Hans quería tenerla vigilada, por eso me pidió que siguiera sus pasos. Y llevo suficiente tiempo detrás de ella como para que esto ya no sea considerado un fracaso, ¿verdad? He estado siguiendo los pasos de esta mujer durante demasiados días como para que se quede en nada.
Miro el libro que lleva en brazos y la miro a ella otra vez. Porque sí, votó a favor de la ejecución, pero no paraba de cuchichear con el magistrado que estaba en contra. Y cuando terminó se fue muy rápido, no quiso ver nada de eso. No creo que lo que dijo en esa sesión fuera toda su verdad... Pero no estoy en posición de cuestionarla. Simplemente estoy en posición de reportar. La miro, algo cansada —Bueno... ¿Qué quiere hacer? ¿Quiere quejarse de mí ante su jefe?— pregunto, queriendo zanjar la situación. Porque es algo pesado estar aquí sin hacer nada sabiendo que tengo que reportar la novedad, con ella amenazándome.
Arqueó ambas cejas. Estaba perdiendo el tiempo. La cantidad de trabajo que se amontonaba en su despacho bien podría tocar el techo y estaba allí parada teniendo que soportar las impertinencias de la joven. Cruzó los brazos bajo el pecho, acomodando el libro contra éste y observándola en silencio. —No iré a quejarme porque alguien me siga, puedo alcanzar a entenderlo— habló con tranquilidad. En ningún momento había dudado de que pusiera a alguien siguiéndola puesto que, al parecer, su palabra valía poco. Y lo entendía. La molestaba pero entendía. —Iría a avisarle de que ponga a alguien menos inepto— agregó. Realmente le molestaban las personas que se creían superiores a los demás, y aquella joven reunía todos los requisitos con una facilidad pasmosa.
—Si quieres seguirme puedes hacerlo— dijo después de unos segundos inmersa en sus pensamientos, encogiéndole ligeramente de hombros y descruzando los brazos. —Quien sabe, quizás hoy pueda aprender algo sobre leyes— continuó hablando señalando con la mano libre las estanterías de libros que las rodeaban. —Escoja uno o se aburrirá—. Su rostro permaneció serio tras cada palabra, ni siquiera una pequeña sonrisa o gesto que denotara diversión.
Solo giró sobre sus talones cuando terminó de hablar, caminando por el pasillo en dirección a las mesas donde poder terminar el cometido por el que había ido hasta allí. Esperando que el plan no le resultara lo suficientemente interesante como para quedarse a incomodarla.
—Si quieres seguirme puedes hacerlo— dijo después de unos segundos inmersa en sus pensamientos, encogiéndole ligeramente de hombros y descruzando los brazos. —Quien sabe, quizás hoy pueda aprender algo sobre leyes— continuó hablando señalando con la mano libre las estanterías de libros que las rodeaban. —Escoja uno o se aburrirá—. Su rostro permaneció serio tras cada palabra, ni siquiera una pequeña sonrisa o gesto que denotara diversión.
Solo giró sobre sus talones cuando terminó de hablar, caminando por el pasillo en dirección a las mesas donde poder terminar el cometido por el que había ido hasta allí. Esperando que el plan no le resultara lo suficientemente interesante como para quedarse a incomodarla.
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Hago una pequeña mueca, arrugando la nariz, cuando me habla de esa forma. Vale que sea una magistrada y sea importante y todo eso, pero también podría entender que, al fin y al cabo, yo no soy más que una mandada —Y, sin embargo, con mi ineptitud he conseguido seguirla durante semanas sin que se percatara— digo, algo molesta por la forma en que me llama inepta tan a la cara. Sé que lo hace para incomodarme y que me largue, y normalmente habría funcionado, pero no ahora. Miro a mi alrededor, buscando algún libro que sea de mi interés. Termino cogiendo del estante un libro sobre fiscalidad y políticas públicas y la miro —¿Cree que este me puede interesar? ¿O me aburriré?— no espero una respuesta, sin embargo, y me decido a seguir sus pasos.
Ahora que sabe que la vigilan tal vez no intenta hacer nada estúpido. Si al final habré ayudado y todo. Es decir, he sido buena hasta ahora, este fallo no me convierte en inepta por nada. ¿Verdad? Y es eso, ahora que sabe que tiene a gente vigilando cada uno de sus pasos, que sabe que si no soy yo va a ser otro... Tal vez se le pasan las ganas de intentar contactar con gente con la que no debe contactar, o hacer cosas fuera de sitio. No soy un fracaso de persona. No lo soy. Y ahora me voy a pasar un rato aprendiendo leyes con ella, aparentemente.
Ahora que sabe que la vigilan tal vez no intenta hacer nada estúpido. Si al final habré ayudado y todo. Es decir, he sido buena hasta ahora, este fallo no me convierte en inepta por nada. ¿Verdad? Y es eso, ahora que sabe que tiene a gente vigilando cada uno de sus pasos, que sabe que si no soy yo va a ser otro... Tal vez se le pasan las ganas de intentar contactar con gente con la que no debe contactar, o hacer cosas fuera de sitio. No soy un fracaso de persona. No lo soy. Y ahora me voy a pasar un rato aprendiendo leyes con ella, aparentemente.
Sus siguientes palabras solo le dieron a entender lo que ya había expresado en voz alta segundos antes. La rubia había abandonado en varias ocasiones su casa, y no precisamente con intenciones seguidas por el Gobierno, y no había recibido ningún tipo de advertencia o citación por lo que nada se había sabido de ello. Prefirió ignorar sus palabras, pasando la mirada de ella hasta el libro que tomó entre sus manos, no indicando nada y solo girando sobre sus zapatos para encaminarse hacia la zona de mesadas. Una de los beneficios que tenían los miembros de Wizengamot era una sección apartada de los demás; no podían, simplemente, sacar cualquier tipo de documento frente a personas ajenas a la institución y, aunque aquella no era una de las ocasiones, aprovecharía la sección aislada.
Subió unas escaleras, giró a la derecha, pasó su identificación frente a un lector antes de abrir la puerta y encontrarse en una sala completamente desierta. Quiso cerrar la puerta tras ella pero, en su lugar, la empujó levemente para que tuviera tiempo para entrar tras ella. ¿Por qué no ayudar a alguien a cultivar su mente? Dejó caer el libro sobre una mesa, encaminándose hacia una estantería y tomando un código procesal. —Al menos de éste modo puede hacer su trabajo y aprender— comentó cuando se sentó, abriendo el libro por la primera página y leyendo el índice. —Aunque no creo que saque nada en claro de su elección— agregó cuando dio con un apartado de confianza y comenzó a pasar las páginas hasta dar con la deseada.
Subió unas escaleras, giró a la derecha, pasó su identificación frente a un lector antes de abrir la puerta y encontrarse en una sala completamente desierta. Quiso cerrar la puerta tras ella pero, en su lugar, la empujó levemente para que tuviera tiempo para entrar tras ella. ¿Por qué no ayudar a alguien a cultivar su mente? Dejó caer el libro sobre una mesa, encaminándose hacia una estantería y tomando un código procesal. —Al menos de éste modo puede hacer su trabajo y aprender— comentó cuando se sentó, abriendo el libro por la primera página y leyendo el índice. —Aunque no creo que saque nada en claro de su elección— agregó cuando dio con un apartado de confianza y comenzó a pasar las páginas hasta dar con la deseada.
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Sigo los pasos de la rubia por la biblioteca, sin pisar sus talones pero no dejando más de un metro de distancia entre ella y yo. Tampoco quiero que se piense que ha ganado. No es así. De hecho, de algún modo, ambas hemos perdido en lo que acaba de pasar. Durante unos segundos tengo miedo de que cierre la puerta de la zona restringida en mi cara y yo me quede fuera con cara de estúpida. Pero sabe lo que hace, sabe que tampoco le conviene, así que sonrío interiormente cuando veo cómo empuja la puerta lo suficiente como para que yo pueda pasar. Me apresuro a cerrar la puerta detrás de mí y tomo asiento delante suyo. Nunca había estado en esta parte de la biblioteca. Es curioso.
La observo mientras abre el libro y empieza a hojearlo y esbozo una sonrisa ladeada al escuchar sus palabras —Nunca se sabe— contesto, simplemente. Consigo enfrascarme bastante en la lectura, realmente, siempre con los sentidos atentos a ella. Si se levanta y se va o si opta por desaparecerse, estoy jodida. Paso una página y sigo leuendo. Por suerte para mí, siempre he tenido facilidad en que me interesen cosas que a priori no son muy atractivas, como este libro de leyes, sin ir más lejos. No sé cuanto rato ha pasado cuando levanto la mirada de la lectura y la dirijo a los ojos de la rubia —¿Le va a contar a alguien lo que ha ocurrido?— pregunto, en referencia a nuestro encuentro. Quiero saber si tengo que prepararme para una conversación con Hans o si puedo aguantar un poquito más.
La observo mientras abre el libro y empieza a hojearlo y esbozo una sonrisa ladeada al escuchar sus palabras —Nunca se sabe— contesto, simplemente. Consigo enfrascarme bastante en la lectura, realmente, siempre con los sentidos atentos a ella. Si se levanta y se va o si opta por desaparecerse, estoy jodida. Paso una página y sigo leuendo. Por suerte para mí, siempre he tenido facilidad en que me interesen cosas que a priori no son muy atractivas, como este libro de leyes, sin ir más lejos. No sé cuanto rato ha pasado cuando levanto la mirada de la lectura y la dirijo a los ojos de la rubia —¿Le va a contar a alguien lo que ha ocurrido?— pregunto, en referencia a nuestro encuentro. Quiero saber si tengo que prepararme para una conversación con Hans o si puedo aguantar un poquito más.
Pasó las páginas con tranquilidad, anotando, de tanto en tanto, en un pergamino lo datos que encontraba relevantes o relacionados con el tema que la había llevado hasta allí. Si no hubiera decidido matar la curiosidad no se habría encontrado con aquella joven merodeándola. Sabía que alguien debía de rondarla, pero la rubia nunca se había parado a mirar a su alrededor, le había sido tan poco importante que no le prestó la suficiente atención hasta aquel día. Alzó la mirada de su lectura, examinándola durante tan solo unos segundos, antes de regresar su atención hasta el libro propio.
Las notas llenaban cada pequeño espacio del pergamino, acompañados por tachones, palabras resaltadas con una fina línea debajo o rodeadas cuidadosamente. El tiempo había transcurrido con rapidez, ni siquiera le había prestado atención a su compañía, y la aliviaba que no hubiera tratado de molestarle durante aquel tiempo. Hasta que las palabras contrarias rompieron el pensamiento de agradecimiento. Movió la pluma entre sus dedos, volviendo a escribir. —¿Debería hacerlo?— cuestionó sin alzar la mirada hacia ella, escribiendo mientras lo hacía y solo levantando el rostro cuando hubo terminado. —Es mejor saber quién es la persona que sigue tus pasos— agregó sin más, dejando la pluma a un lado y cerrando el libro con cuidado. —No voy a amenazarla con comunicárselo al Ministro a cambio de hacer la vista gorda. No tengo nada que esconder—. Su voz sonó neutra, como en tantas otras ocasiones, y la acompañó del movimiento de sus manos guardando los objetos que había sacado previamente. Levantándose del asiento una vez que lo hubo hecho. —He terminado aquí, puede acompañarme al Ministerio si así lo desea— concedió antes de caminar en dirección a la puerta de salida.
Las notas llenaban cada pequeño espacio del pergamino, acompañados por tachones, palabras resaltadas con una fina línea debajo o rodeadas cuidadosamente. El tiempo había transcurrido con rapidez, ni siquiera le había prestado atención a su compañía, y la aliviaba que no hubiera tratado de molestarle durante aquel tiempo. Hasta que las palabras contrarias rompieron el pensamiento de agradecimiento. Movió la pluma entre sus dedos, volviendo a escribir. —¿Debería hacerlo?— cuestionó sin alzar la mirada hacia ella, escribiendo mientras lo hacía y solo levantando el rostro cuando hubo terminado. —Es mejor saber quién es la persona que sigue tus pasos— agregó sin más, dejando la pluma a un lado y cerrando el libro con cuidado. —No voy a amenazarla con comunicárselo al Ministro a cambio de hacer la vista gorda. No tengo nada que esconder—. Su voz sonó neutra, como en tantas otras ocasiones, y la acompañó del movimiento de sus manos guardando los objetos que había sacado previamente. Levantándose del asiento una vez que lo hubo hecho. —He terminado aquí, puede acompañarme al Ministerio si así lo desea— concedió antes de caminar en dirección a la puerta de salida.
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Su respuesta me hace mirarla con algo de duda. Porque no sé si debería hacerlo, pero sé que puedo permitirme unos días de darle vueltas. Y si al final me cansa la situación o me hace estar en tensión constante, siempre puedo contárselo yo misma a Hans. Y llevarle una botellita de whiskey al despacho o algo por el estilo. Sonrío, divertida, cuando dice que es mejor saber quién es la persona que sigue tus pasos, y me encojo de hombros —Supongo que tiene razón— digo, simplemente.
Su trato me pilla por sorpresa. No decírselo al Ministro a cambio de que yo haga la vista gorda. ¿Debería aceptar? Al fin y al cabo tampoco he visto comportamientos extremadamente problemáticos en ella, y Hans lo último que necesita ahora mismo es más agobio. Hago una pequeña mueca y la miro a los ojos —De acuerdo. Pero si de repente, en algún momento, resulta que sí que tiene algo que esconder... Bueno. No podré hacer la vista gorda— le digo, seria. Me cruzo de brazos y miro como recoge sus cosas. Cierro el libro que estaba leyendo yo y lo dejo a un lado, levantándome de la silla. Luego deposito el libro en uno de esos carritos de la biblioteca y ladeo la cabeza, observando de nuevo a la magistrada —Vaya tirando, Señorita Brawn— le digo, con cierta diversión en mi tono —. No tiene tanta gracia si me ve siguiéndola todo el rato. Puede que nos veamos luego— termino, dejando que se vaya.
Espero un rato en la biblioteca, buscando algún libro de lectura para mi padre. Hoy no seguiré más a la mujer. O tal vez sí, más tarde. Pero ha sido un día bastante intenso, y me apetece beber.
Su trato me pilla por sorpresa. No decírselo al Ministro a cambio de que yo haga la vista gorda. ¿Debería aceptar? Al fin y al cabo tampoco he visto comportamientos extremadamente problemáticos en ella, y Hans lo último que necesita ahora mismo es más agobio. Hago una pequeña mueca y la miro a los ojos —De acuerdo. Pero si de repente, en algún momento, resulta que sí que tiene algo que esconder... Bueno. No podré hacer la vista gorda— le digo, seria. Me cruzo de brazos y miro como recoge sus cosas. Cierro el libro que estaba leyendo yo y lo dejo a un lado, levantándome de la silla. Luego deposito el libro en uno de esos carritos de la biblioteca y ladeo la cabeza, observando de nuevo a la magistrada —Vaya tirando, Señorita Brawn— le digo, con cierta diversión en mi tono —. No tiene tanta gracia si me ve siguiéndola todo el rato. Puede que nos veamos luego— termino, dejando que se vaya.
Espero un rato en la biblioteca, buscando algún libro de lectura para mi padre. Hoy no seguiré más a la mujer. O tal vez sí, más tarde. Pero ha sido un día bastante intenso, y me apetece beber.
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