The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Me siento culpable, pese a saber que nada que le dijera hubiera hecho una gran diferencia cuando se trata de estas personas. Si voy a ser honesta, no se me hubiera ocurrido que la Raven de la que Dave me había hablado es la misma que ha ardido esta mañana frente a miles de personas, pero me ha bastado con volver a ver la grabación para comprobar que estaba en lo cierto. Eso me deja en una posición y con una decisión que no estoy muy segura de querer tomar. La última visita que tuve del moreno no terminó precisamente como esperaba, lo que quedó en una simple charla se transformó en una mezcla de todos los sueños y miedos que Dave me había estado contando los últimos meses. En el momento no lo creí importante, que no era más que una señal de que debía dejar de vivir pensando que algo malo pasaría en cada esquina. Al final, lo peor ha pasado. Y yo supongo que me equivoqué.

Medito durante unos días si debería armarme de valor y contarle lo que vi en la taza o directamente limitarme a olvidarlo. Al fin y al cabo, por mucho que mis intenciones nunca fueran malas, el daño ya está hecho, y este no es de los que se puedan arreglar con un movimiento de varita. Con un lío de emociones en mi cabeza, termino por aceptar que tampoco puedo ocultarlo, no cuando el significado es tan importante. No me atrevo a presentarme en su casa sin avisar, pero como tampoco siento apropiado llamar para anunciar tales noticias me decanto por moverme hasta el seis siguiendo mi primer instinto. Personalmente, nunca he estado en el hogar de los Meyer, pero creo recordar la calle en la que viven de algún comentario al respecto que ha hecho David en visitas anteriores.

Cuando estoy a punto de llamar a la puerta, siento que es una tremenda mala idea, que debería marcharme y reconsiderar como quiero abordar este tema sin causar todavía más daño. Sin embargo, no he hecho este viaje para nada, si no lo hago ahora no voy a hacerlo nunca, solo serviría como excusa para posponer una explicación que sé que le debo. Cojo aire por la nariz y toco el timbre, aguantando la respiración hasta que con un chirrido la puerta se abre. – ¿Mal momento? – Es evidente que sí, ¿por qué mierdas he dicho eso?
Phoebe M. Powell
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Invitado
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Cruzo un brazo sobre mis párpados cerrados para esconderme de la luz que entra por el espacio que queda entre las cortinas de la ventana. Tengo los ojos pesados, todavía ligeramente enrojecidos, duele cuando el sol me da de pleno por las mañanas al despertar y por eso durante el día tengo las cortinas echadas. ¿Cuántos días llevo encerrado en mi cuarto? ¿Cuántas veces ha venido Charlie a golpear la puerta y cuántas veces papá se quedó a dos pasos de mi cama, hablándole a mi espalda? ¿Y qué hay de todos esos platos de comida que me trajo mamá, que ni siquiera toqué? Recuperé mi vieja cama cuando llegué hace unos días con el tío Dorian, mis padres me vieron con un semblante que no animó a nadie a preguntar qué me sucedía. Las sábanas y la manta con la que me cubro a pesar de que la temperatura todavía es agradable, son las mismas que usaba de adolescente cuando todavía vivía con mi familia. Hay unas fotografías del equipo de quidditch del Royal entre los trofeos que están en un estante de pared, de regreso a su sitio en la habitación después de estar en cajas en el ático porque Charlie había decidido hacer de mi habitación un salón de té por un día para invitar a su amiga Meerah. Esas figuras de bronce proyectan largas sombras o será mi percepción, se ven como estatuas muertas, son de un pasado que se hace polvo, como todo. Es insoportablemente triste estar recostado en silencio en la habitación de mi adolescencia, con todos los recuerdos de esa etapa a mí alrededor, y comprobar que han perdido su brillo.  

Bajar a la cocina para servirme un tazón de leche con cereal me tiene arrastrándome por la escalera, aprovecho cuando escucho que la casa ha quedado en silencio porque mis padres han salido a hacer compras y oí a Charlie pedir si podía acompañarlos, no creo que con intenciones altruistas. Vuelco la botella de leche y un poco cae sobre la mesada, tengo la misma mala suerte con el cereal. Cuando me llevo una cucharada a la boca lo siento amargo, aun así me obligo a dar un par de bocados. Es cuando me dejo caer en una de las sillas de la mesa de la cocina, que escucho el sonido del timbre y pienso en ignorarlo. Pero mi cuchara queda en suspenso en el aire y algo me hace ponerme de pie, cruzo el pasillo con una rapidez que no tenía cuando descendí por la escalera, estoy tirando de la manija al cabo de un minuto y me encuentro con el rostro de Phoebe. Joder, así se siente un maldito presentimiento. Porque cuando la veo creo que es la visita que estaba esperando. —Un asco de momento— contesto. Me hago para dejarla pasar, busco el apoyo de la puerta para recargar mi espalda. —Sucedió— digo, con mi garganta sucia de todo lo que he maldecido estos días y las veces que lloré. —Los finales infelices nos terminan encontrando a todos—. Cierro la puerta cuando entra con un sonido hueco, le hago un gesto para que me siga por el pasillo a la cocina.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No pasa mucho tiempo después de llamar a la puerta que  la misma se abre, para dejar que se asome la figura de David. O al que creo que es mi amigo, porque si tuviera que hacer un retrato de la persona que vi hace unas semanas y la que tengo frente a mí en estos instantes, serían dos cuadros completamente distintos. Ya no solo por el hecho de que parece haber encogido la mitad de su cuerpo en algún lugar ajeno, sino por las ojeras que recubren sus ojos y el color cadavérico de su piel pese a recién haber terminado el verano. Creo que es evidente mi cara de asombro, o más bien de preocupación por tanto su aspecto físico como mental, pero no me atrevo a decir una palabra, no al menos hasta que pongo un pie en el interior de su hogar y puedo utilizar el movimiento como excusa para permanecer callada.

Cautelosa, con ojos curiosos y que piden permiso para analizar las paredes del pasillo con el que se cruzan, arrastro mi cuerpo sin saber muy bien hacia donde dirigirme, dejándome guiar por los gestos breves de su cabeza hasta la cocina. Me fijo en el plato de cereales que se encuentra sobre la mesa, que no resulta un alimento demasiado nutritivo para alguien de su tamaño, pero supongo que el hecho de que esté comiendo aunque sea algo es lo importante. — Siento mucho lo que ha pasado, Dave... yo... No esperaba que sucediera de esa manera. — Siento la necesidad de disculparme como si yo hubiera tenido algo que ver con la forma que tuvieron de manejar la situación, cuando en realidad no podía estar menos al tanto. Mi hermano se guardó el secreto bien bajo llave. — ¿Cómo...? ¿Cómo has estado? — Carraspeo antes de atreverme a hacer la pregunta más estúpida del día. Conozco la respuesta, si no es por cuenta personal por compadecerme de haber perdido a un ser querido. Es un tema delicado y no quiero abordar el tema que he venido a tratar sin antes cerciorarme de que está lo suficientemente capacitado para escucharme y no malinterpretar mis palabras.
Phoebe M. Powell
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Los cuadros donde se ven a mis padres, algunos de mi hermana, otros en familia, cubren la pared del pasillo que tenemos que atravesar para llegar hasta la cocina, que a esta hora del día está llena de la luz que entra por las ventanas. Es una habitación, como creo que lo son todas en mi casa, siempre hay detalles como los imanes en la heladera y un reloj sobre un mueble que mueve sus manijas con nuestros nombres escritos para indicar qué tarea doméstica le toca hacer a cada uno. La mía está pendiendo en la nada, creo que ha estado así desde que me fui hace unos años, le toca a mi madre ser quien me diga qué hacer y en estos días tampoco lo ha hecho. Solo me han dejado en paz, que es lo último que siento. —No… yo…—trago dolorosamente el nudo en mi garganta, me cuesta encontrar mi voz. —Ni en cien años hubiera imaginado que sucedería así—. Quemada viva, en una plaza pública, por castigo de un crimen que la excede.

Recojo mi tazón de cereales de la mesa, así como la cuchara, para encaminarme a la puerta que da al patio trasero y la entreabro para que Phoebe me siga afuera. El sol me golpea en la cara, cruel. Cruzo la extensión de pasto hacia una estructura de metal de la que cuelgan dos hamacas, me siento en una esperando que ocupe la otra. Con mis pies apoyados en el suelo, me balanceo suavemente. Esta casa no es diferente a las otras casas, edificios de dos platas con paredes de ladrillo rojo, plantas trepadoras y tejados negros. Cercas rodeando cada propiedad, no tan altas, así podemos conocer a nuestros vecinos. Fue un barrio agradable para crecer, había una esquina en la que nos juntábamos a jugar basketball con unos niños antes de que cambiara el gobierno. Hablábamos de los juegos con temor infantil, de esa mala suerte que nadie quería que le tocara. Muchos de esos niños no los volví a ver cuándo los muggles pasaron a ser la paria de la sociedad. —Vacío— contesto a su pregunta, me abruman todos los recuerdos de mi infancia en el distrito seis al estar en casa de mis padres, pero no quiero estar en otro lugar que no sea este por unos días. —¿Cómo hace la gente atea para vivir sin fe? ¿Y cómo hace la gente que no ama? Me siento tan vacío, que cargar con mi cuerpo es una molestia y cuando golpeo mi pecho— explico, sosteniendo un tazón con una mano y usando la otra para ilustrar lo que digo. —Siento que soy un cascarón de algo que ya no está.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No quiero ser una curiosa, pero siento la necesidad de pasear mis ojos por cada recoveco de su hogar, hasta el punto de que termino por hacerlo, un poco menos indiscreta que cuando pasé por la puerta. Por irrelevante que sean los detalles, le encuentro cierto sentido a cada uno de los objetos de la cocina, cada uno tiene su tarea, por minúscula que sea, incluso la nevera me resulta interesante. Claro que no tengo mucho tiempo de comprobar nada más antes de que abra la puerta que lleva al jardín y me apresuro a seguirle por ella recogiendo mis brazos sobre el pecho. — Tienes una casa muy bonita. — Un comentario patético dadas las circunstancias, soy consciente de ello, pero me es imposible guardármelo. Me recuerda a la mía propia, pese a que la imagen ha ido difuminándose con el paso del tiempo, y supongo que los malos recuerdos de los últimos años en los que viví en ella también ayudan a eso. Lo que sí puedo confirmar cuando salgo al patio es que el nuestro estaba mucho más desorganizado que este, culpa de todos los trastos y juguetes que yo me dedicaba a sacar con la excusa de usarlos todos.

La lógica hace que me sienta ajena a este lugar, pero cuando tomo asiento en la hamaca que queda libre junto a la que ocupa Dave, me siento algo atraída a su infancia, casi como si pudiera verle correteando por el verde. Espero a que hable, pasando la mirada de él hacia el frente en lo que mi peso produce un balanceo ligero, con las manos posadas sobre mi regazo. ­­­Suelto un suspiro largo, desinflando mi pecho mientras tanteo una respuesta. — No lo sé. — Respondo finalmente después de unos minutos, atrapada en la incertidumbre de mi respuesta como una verdad inminente. — Supongo que a veces no es cuestión de tener fe, sino de confiar en el instinto. — No me considero una persona excesivamente religiosa, pero tampoco podría decir que pienso que no haya nada que nos lleve a actuar de una manera. A la pregunta sobre amar, sin embargo, no me atrevo a responder. Así como tampoco me veo capaz de librarle de su dolor con palabras, no creo que eso sea posible. Por esa misma razón, opto por aportar algo de lo que sí tengo experiencia. — Sé que no es lo mismo, pero yo también perdí a alguien que me importaba mucho, que me sigue importando. Mi madre... Murió cuando yo era más pequeña, a veces me cuesta recordarla siquiera. — Empiezo, no muy segura de a donde quiero llegar con esto. — Es injusto, cuando se llevan a alguien que amamos, el vacío me temo que es inevitable. No nos queda otra que lidiar con ello. — No pretendo desmentir su dolor, sino darle a entender que comprendo como se siente. Creo que antes que decir como debería consolar su pérdida,  siento más apropiado ofrecerle un hombro donde llorar. Encontrar una forma de superarlo es todavía más difícil.
Phoebe M. Powell
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Confiar en el instinto, suena bien. He confiado en este desde hace un par de años, lo que me llevó fuera de casa para errar por las calles de los distritos de la periferia, refugiarme en la radio clandestina de Kennedy. ¿Qué ha salido de todo eso? Nada bueno, me he replanteado todo lo conocido, decepcionado tantas veces de que las cosas sean como son, con pensamientos que van contra la corriente en todo momento, que mi mente está cansada, agotada por todo el esfuerzo. Por esta maldición mía de nacimiento de ver las cosas de una manera en la que creo que otros no lo ven, siempre buscando algo más que no encuentro. El instinto, el instinto diciéndome que es real, sólo tengo que seguir explorando, equivocándome, lastimándole, y al final de todo lo hallaré. Alzo mi cara al sol, el cielo está despejado de nubes y se ve tan inmenso, tan inabarcable más allá de las cercas, de los tejados. Me columpio con un poco más de fuerza, mis pies se arrastran en la tierra que es la huella de las veces que jugamos carreras con Charlie.

Coloco mi tazón de cereal sobre mis rodillas, sujetándolo con una mano para que no se vuelque sobre mi pantalón por culpa del balanceo. Con la otra me prendo de la cadena que sostiene la hamaca de Phoebe. —Lo siento…— murmuro, me da un estrujón en el pecho que acentúa mi propio dolor, al saber que ha perdido a su madre siendo una niña, no creo que pueda haber una perdida más significativa que esa y echo una mirada a la casa de mis padres, si hago un esfuerzo mental con mis recuerdos, puedo imaginar a mis padres hablando a los gritos entre risas como siempre lo hacen, mi madre enfadada por una tontería de mi padre que le perdonará. Me siento un poco egoísta por este sentimiento de absoluto vacío por la muerte de la chica que amo, por ser incapaz de compartir lo que sea con una familia que todavía está conmigo, que siempre lo estuvo. —Resignación, entonces…— musito, con un suspiro atorado en mi garganta. —Habrá cosas que perderemos, otras que llegarán, que quizás también las perdamos después…— me deshago de todo el aire atrapado en una exhalación tan larga. — Es injusto, Phoebe. Es cruel. ¿Por qué nos enamoramos si la vida es así? ¿De dónde encontramos esas ganas de volver a sentir y de entregarnos por completo? ¿Por qué lo hacemos?— son preguntas vagas, hechas a la nada. Retrocedo un poco en las primeras dudas que alguna vez le planteé a Phoebe. —Sé que hoy me siento vacío, pero que mañana estaré de pie con fuerzas sacadas de no sé dónde, la vida nos jode y vamos por más…
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Sacudo la cabeza, como para darle a entender que no tiene que disculparse. Hablar sobre mi madre no es algo que evite, sí puede afectarme, pero no es como si a la edad que tenía cuando murió comprendiera la muerte del todo. No lo que suponía y sus consecuencias, aunque eso lo aprendería más adelante. — Lo que quiero decir es que... La muerte no es algo que podamos controlar, incluso cuando nos esforcemos porque no pase, es cruel, pero es así. — No estoy muy segura de como se podría haber evitado lo que pasó en el juicio, siendo que Raven estaba en una posición en la cual no se le dio la oportunidad de defenderse, y eso lo hace todavía más injusto. Ojalá puiera ponerme en su piel, sentir la rabia que está sintiendo ahora mismo, para poder ayudarle de alguna forma mejor que no sea habladurías que sé de sobra no van a servirle. — Es lo que hacemos a continuación lo que verdaderamente cuenta, Dave. No puedes hundirte ahora. — Aun cuando sé que es lo único que quiere hacer ahora mismo, y no puedo culparlo por eso, yo también querría.

Pienso en Charlie cuando habla de enamorarse, alzando la mirada hacia el frente, aunque tengo que entrecerrar los ojos un poco al estar el sol reflejado en el tejado de la casa, chocando contra mi rostro. Sus preguntas son tan válidas que en ningún momento me planteo responderlas, no tengo una respuesta que explique las razones por las que el destino sea así de perverso, y aun así me encuentro elevando la voz tras unos minutos de puro silencio. — Supongo que terminamos por entender que no podemos vivir en la oscuridad por mucho tiempo, nos aferramos a la poca luz que aparece de seguir intentándolo cada día. Y supongo que al final... esa claridad que al principio parecía tan poco resulta ser todo lo que necesitábamos para volver a entregarnos. — Eso o vivir en la resginación de que la vida se ríe de nosotros mismos, lo queramos o no, y que hay que sacar las fuerzas de donde sea para levantarse cada mañana. — El ser humano es así de testarudo. Por muchas veces que caigamos siempre encontramos la manera de volver a levantarnos. — No solo por el instinto de superviviencia, sino porque somos lo suficientemente estúpidos como para creer que la siguiente será diferente.

Me muerdo la mejilla interna, prensando los labios en lo que un suspiro sale por mi nariz de forma calma. — Escucha, Dave... — Comienzo, pensando bien las palabras. — ¿Recuerdas cuando viniste a casa hace unas semanas? El día que tomamos té. — Me atrevo a girar la mirada hacia él, su rostro mucho menos iluminado por estar tapados bajo la sombra de los árboles. — Cuando te marchaste... Yo vi algo en tu taza. — Me espero para seguir a que por lo menos sepa de lo que estoy hablando, analizando en sus expresiones cualquier indicio de que entienda a donde voy a ir a parar con esto.
Phoebe M. Powell
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«Lo que hacemos a continuación…» ¿Qué haré? Esa es la pregunta, me siento terriblemente desanimado para volver a los distritos del norte, lo único que quiero hacer es quedarme tirado en mi cama y escuchar las conversaciones interminables de mis padres en la cocina, la risa cada tanto de mi madre, que rompe con la melancolía en la que estoy hundido dentro de mi habitación. Froto mi cara con las manos, me limpio toda expresión de desgano, me ponga a pelear con mis propias palabras porque sé que mañana seguiré adelante, pero hoy estoy aquí. Atascado en esta hamaca que se balancea, pero no me lleva a ninguna parte. ¡Y no sé qué será mañana! No sé quién seré, ni qué haré. Puedo seguir caminando, vagando, tomando todos los caminos que me llevan a nada, descubrirme en ese andar, pero lo que menos tengo es un lugar como destino al que quiera llegar.

Suelto una carcajada cuando dice que es pura testarudez, la miro con una sonrisa de agradecimiento por lograr que pueda reírme a pesar de ser una charla seria, en la que sé que está tratando de darme la orientación que siempre le he pedido, y en realidad, no tiene obligación de darme. Si soy solo un chico molesto que le ha pedido que le tire las cartas en alguna oportunidad, que le habló de unas tías que hacían predicciones y cayeron en sus peores profecías, que complicada esta cuestión del destino y la suerte que los errantes pedimos consejos a las estrellas para aquellas respuestas que no podemos encontrar en nosotros mismos. Mis ojos se posan en ella cuando menciona aquel té, creo que sé lo que dirá antes de que lo diga. —Phoebe…— trato de que no siga, no sé si quiero escucharlo, y más importante que eso, no sé si cambie en algo que me lo diga, que me confirme que hay un destino escrito y una hora fijada para cada uno de nosotros.

Ese día me dijiste que no debía tener miedo y tenías razón— digo, en vez de preguntar por lo que pudo haber visto entre los residuos del té. Muevo mis pies para columpiarme suavemente, hay algo en la brisa que corre por el patio que agita algunos mechones de cabello y puedo buscar en azul intenso de su mirada algo que nunca encontraré en el fondo de ninguna taza. —No debía tener miedo a que las cosas acabaran mal, porque tal vez sí acaban así. Entonces todos, cada uno de esos momentos en los que fuimos valientes para amar a pesar de todo lo malo posible, cada uno de ellos cuenta. Porque ella sabía que la amaba y murió sabiéndolo, sabiendo que la amaba no importaba que pasara luego, si la tragedia nos encontraba… y nos encontró— mi voz va descendiendo hasta caer. Muerdo mis labios para mojarlos, para sacarme ese regusto amargo y ensayo una sonrisa quebradiza para que lo diga a continuación muestre lo convencido que estoy. —No tengo arrepentimientos. Porque la amé por encima del miedo, de un destino trágico que nos encontró. Y creo que eso vale toda la pena…— se me rompe la voz. —Por todos los años que vendrán.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Sonrío por el simple hecho de verlo a él soltar una carcajada, contenta de comprobar que puede seguir haciéndolo incluso después de lo que le ha pasado. No quiero ni empezar a imaginarme lo que debe de ser perder a alguien a quién amas, segura de que si yo estuviera en su lugar, no volvería a salir de la cama por lo que me quedara de existencia, demasiado perdida como para saber hacia dónde seguir. Me alegra que, aunque no pueda darle la satisfacción de conocer cómo se siente, al menos sea capaz de robarle una risa, por muy desganada que sea. Y es que al final, es ahí donde se denota el verdadero significado de las tragedias, que por muy bajo que nos hagan caer, el mínimo gesto o esfuerzo cuenta a la hora de mirar hacia delante. Es en ese momento que me doy cuenta de lo verdaderamente fuerte que es David, no lo digo, sé que debe saberlo, aunque creo que no le haría mal que alguien se lo recordara.

Me corta antes de que pueda continuar, en el fondo lo agradezco, pero también siento que se va perder de una explicación que le debo, que puede que ahora no sirva para mejorar su ánimo, sino que la empeore, así como también sé que a la larga, es mejor saber la verdad antes que refugiarse en la ignorancia. Lo dejo estar, a fin de cuentas se trata de lo que vaya a hacerle sentir mejor a él y no a mí, permitiéndome el lujo de mirarle con ojos observadores y oídos atentos cuando su voz interrumpe el aire que me remueve el pelo. Me sorprende la valentía que desprenden sus palabras, que sea capaz de verlo de esa manera me hace pensar que no está todo perdido cuando se trata de la muerte, que siempre puede enseñarnos algo, por muy difícil que sea la recuperación. – El amor nos hace tomar decisiones estúpidas a veces, pero también nos llena de valor para superar cualquier cosa, ¿no crees? – Pregunto dubitativa, como si necesitara de su afirmación por miedo a meter la pata.

Recuerdo la vez que hablamos de una de sus tías, de cómo tomó la decisión errónea por un amor que no la llevó por buen camino. – Es difícil apostarlo todo por alguien cuando sabes que hay una posibilidad de que salga mal, supongo que ahí está el verdadero sacrificio, si estamos dispuestos a arriesgarlo todo por ello. – Yo sé que merece la pena, él debe de saberlo también si después de esto se ve capaz de seguir adelante pese a los pensamientos pesimistas y sonrisas apagadas. – Te admiro, Dave, no muchas personas verían las cosas de esa manera y aun así, aquí estás, entero. – Entero pese a tener el corazón partido en dos. Yo, desde luego, no lo estaría. Me tomo la libertad de extender una mano hacia él y posarla sobre su hombro para darle una ligera caricia de consuelo, sonriendo a duras penas.
Phoebe M. Powell
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Así parece…— musito, con una sonrisa débil hacia ella para darle la razón en cuanto a todas las decisiones estúpidas o arrebatos de arrojo que podemos tener por amor. ¿Lo peor de todo? ¿La razón por la que puedo decirle que seguiré adelante pese a que en este momento sienta que no puedo dar ni un paso? Es que sé que podría volver a pasar, sé que dentro de un tiempo el recuerdo de dolor será algo con lo que pueda vivir, que un día cualquiera todo volverá a empezar. Porque ahora mismo quiero derrumbar lo poco que queda con un movimiento de mis manos, arrojar dentro de cajas todas esas cosas en las que creía y que han perdido todo el sentido para mí, quiero virar el rumbo porque este camino me demostró que no es el que quiero. Quiero evitar calles que conozco, escenarios que me recuerden al chico que fui en estos últimos años, porque ese chico ahora está herido y no quiero quedar a solas con esa herida. Quiero volver a sentirme a vivo, arrastrarme fuera de mi cama hacia algo que me haga pensar en cosas diferentes, huirle al dolor hasta que lo olvide.

Y algún día, poder volver a jugar esta apuesta. La de darle todo una vez sabiendo cuál es el riesgo al que me estoy exponiendo, porque soy así, eso es lo que hago. No puedo detenerme demasiado en este dolor, si no podré recuperarme. Tengo demasiado miedo de quedarme atrapado en este pozo profundo, que poder conversar con Phoebe en medio del patio de mi casa, logra que pueda mostrarle la cara al sol del día y poner en voz alta las palabras que necesito para salir a la superficie después de días se han hecho eternos. —No estoy entero— la corrijo, mi voz con tan poca fuerza, tengo que apartar mi mirada hacia el cobertizo del patio donde se guardan las herramientas y solía asustar a Chip diciéndole que ahí había un monstruo. —Me duele todo el cuerpo en este momento, pero sé que la vida es larga, Phoebe… sé que hoy me parece que todo está mal, que nada tiene sentido, lo que me salva es que nunca he sido de los que crean que la vida deba acabarse por decisión— meneo mi cabeza, puedo tocar fondo y resignarme a quedarme ahí.

Si hay algo que a fuerza se ha metido en mi cabeza, por mucha insistencia de mi padre que siempre ha creído a fe ciega en esto, es que cuando mientras seas joven, todo puede pasar y cambiar. —Sé que mañana… no hoy, mañana… mañana entenderé por qué ha pasado todo esto, que tenía que pasar— tengo esa fe en mi destino, uno por el cual le consulté en tantas ocasiones. Tamborileo los dedos en mis rodillas, hasta que hago la pregunta inevitable, esa que si no la hago quedará flotando entre nosotros como un fantasma, y no quiero. Quiero despedir a Raven de la manera en que pueda conservarla para siempre como una de las mejores cicatrices de mi alma. —¿Lo viste, verdad? ¿Viste que ella moriría?
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Phoebe M. Powell
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Me gustaría poder decir que pienso como él, pero hubo una época en la que vivir y morir las consideraba acciones si no iguales, muy similares. Cuando lo único que tenía para mí misma era mi sombra y un nombre demasiado pobre como para hacer algo con él. Mi padre se encargó de eso. No sé qué fue lo que me llevó a seguir adelante, supongo que la idea de que el día siguiente sería mejor que el anterior, o que encontraría algo para llevarme a la boca y sería suficiente para pensar que podía haber una siguiente vez. De modo que, ahora que le echo una mirada al pasado, en el fondo solo se trata de la percepción que tengamos sobre el futuro en esas circunstancias que nos hacen sentir miserables. Porque sí, el ser humano es testarudo por naturaleza, pero también convive la esperanza entre toda la desgracia que estamos diseñados a recibir. — ¿Sabes? Vine con la intención de hacerte sentir mejor, entre otras cosas, por ridículo que suene eso dadas las circunstancias, pero creo que la que me voy con una nueva mentalidad a casa soy yo. — Me atrevo a sonreír, buscando su mirada. — Creo que es un poco egoísta, lo siento. — No necesita otra broma, pero funcionó la última vez para hacerlo reír, así que voy a jugar esa carta dos veces.

La sonrisa se me borra del rostro con demasiada rapidez, cuando me obligo a apartar la mirada hacia delante nuevamente, tragando saliva ante el recuerdo que vine a contar, pero que no llegué a revelar. Asiento con la cabeza, es un gesto tan breve y ligero que no creo que lo perciba desde su posición, por lo que tengo que resignarme a hablar. Después de todo es lo que vine a hacer para empezar. — Lo vi. — No soy capaz de seguir, no hasta que un suspiro aparece en vez de palabras. — Lo siento, Dave. Yo nunca quise que… Debí haberte avisado, pero con todo lo que hablamos, no consideré que… fuera lo más conveniente. Pensé que había sido una ilusión mía. — Producto de los relatos que me había estado contando ese día sobre sus tías, sobre la muerte. — Creía que solo era fruto de mi paranoia y lo dejé pasar. Me equivoqué… — Porque quizás no hubiera podido frenar los acontecimientos que están destinados a pasar, o puede que sí y preferí escoger la ignorancia antes que enfrentarme a la realidad de que podría haber evitado que pasara. No existen las veces que pueda disculparme, porque no hay quien la traiga de vuelta, y desde luego no hay forma de enmendar mi error.
Phoebe M. Powell
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Invitado
Me he sorprendido más de una vez de que en las situaciones en que nos encontramos arañando el fondo de un pozo oscuro, las personas que se presenten como faros que nos llaman a la superficie no sean las que esperabas, sino gente que ha venido a cumplir esa misión en especial. Quizá Phoebe no pueda verse así, soy yo quien la mira de un modo diferente, fijándome una segunda vez en sus rasgos y en lo que dicen sus ojos claros. Ha sido quien examino las marcas en mis tazas de té, y también es quien viene después de que las predicciones se cumplan. Siento que estoy una conversación de varios tiempos, en que el pasado y el futuro finalmente han colapsado en este ahora. Y es que al tener la certeza de que el mundo no se ha detenido, de que los minutos siguen consumiéndose, que es cosa mía si descarto esos minutos o les doy un significado que perdure, no tengo garganta para seguir despotricando sobre injusticias, hay mañanas en que no encuentro mi voz. Sé que seguiré adelante, pero no de la misma manera y por un tiempo dudo de hallar la chispa de vivir. -Puedes ser todo lo egoista que quieras, si hay algo que te sirva y quieras tomarlo-. Estiro mi mano hacia ella para presionar su hombro, y la sonrisa en mi rostro demuetra más agradecimiento que cualquier otra emoción, agradecimiento de que esté aquí, tratando de hacerme sentir bien.

Hago el esfuerzo de ponerme en el lugar de ella y plantearme por dos segundos cómo sería tener un don como la videncia, el dilema que me acompañaría cada día de si debo compartir con las personas qué se de ellas. ¿Qué tan bueno y necesario es saber la verdad? Por colaborar tanto tiempo en una radio clandestina, podría decir que la verdad debe ser dicha, que a partir de ella cada quien toma sus decisiones, que nunca es buena ocultarla. He perdido tal motivación en ese trabajo, que no me veo con fuerzas de arrastrarme de regreso al cinco. Puedo, yo también, ser increíblemente egoísta, ponerme a mí mismo por delante. -Tal vez no fue un error, tal vez dijiste lo que tenías que decir en ese momento para que las cosas sucedieran...-  musito, de cara al resplandor del sol que me ciega y tengo que cubrirme con mi mano sobre la linea de mis cejas para hacerme una media sombra. -Estaba tan asustado que un confirmación de todos mis miedos quizá me hubiera paralizado, ¿entonces qué? El miedo no me habría permitido vivir ese último tiempo. Necesitaba escuchar que lo mejor era hacerle frente...-. No es que esté tratando de librarla de esa culpa que siente, es la manera en que puedo ver las cosas y nunca haría lo de acusarla con mi dedo. -Me dijiste que se trata de cómo continuar después de lo que pasó, ¿verdad? Pues también creo que también se trata de cómo llegas a lo que inevitablemente ocurrirá. Y no, no es algo que lleve tiempo pensando. Es algo que estoy descubriendo recien... es un pensamiento nuevo para mí...- hablo con pausas, hasta que suelto en un suspiro: -Y llegar a querer todo lo bueno que puede ser antes de que se acabe.
Anonymous
Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
A veces me pregunto cómo es que a personas tan buenas les ocurren cosas tan desgraciadas, y es en lo que pienso cuando le observo, cuando el contacto hace que me pare a mirar su rostro, algo demacrado bajo la luz del sol, segura de que son los primeros rayos que le golpean en días. Sinceramente espero que pueda encontrar algo de luminosidad en ese camino frío y gris que se ha apoderado de él desde la ejecución de Raven. No merece lo que le pasó, y me siento ligeramente culpable por ser la hermana de la persona que dio la orden de encender las llamas. Espero que eso tampoco me lo tenga en cuenta, aunque viendo que nuestras conversaciones siempre giran en torno a decisiones de nuestros familiares, no creo que vaya a querer tirar por ahí. En su lugar, me permito el mostrar una vaga sonrisa en su dirección. — Tal vez. — Resumo, porque la parte cobarde de mí prefiere recaer en esa excusa antes que aceptar que no soy dueña de los destinos de nadie, que por muchas visiones y percepciones que tenga acerca de la vida de los demás, se salen bien lejos de mi control. — Te aplicas mejor mis consejos de lo que hago yo misma, me alegra que al menos alguien sí me escuche. — No está la situación para bromas, pero dentro de lo que cabe es lo único a lo que nos podemos aferrar dentro de esta historia que tanto se empeña en darnos la patada.

Con un suspiro largo me levanto del columpio, entrecerrando un poco los ojos al tener que observarle desde arriba y por culpa del sol. Sé que no está entero, pero es bueno comprobar que por lo menos sigue aquí. — Es bueno verte, Dave, llámame si algún día quieres tomar un café o… no sé, necesitas cualquier cosa, mi puerta siempre estará abierta para ti. — Después de todo lo que ha pasado en los últimos meses, creo que podemos declararnos como algo más que conocidos. Antes de que pueda dar unos pasos que me encaminen hacia la entrada de su casa de vuelta, recuerdo un detalle que no le he comentado y me doy la vuelta al instante de acordarme. — Olvidaba decirlo, no seguiré viviendo en el capitolio a partir de ahora, estaré en el cuatro. Puedo pasarte la dirección, si quieres. — Concluyo, sonriendo de últimas. Me tomo el atrevimiento de despedirme con un abrazo, el mismo que aprieta sus hombros como para darle el empujón que necesita para darse cuenta de que está vivo, por mucho que por dentro se sienta muerto. Hago el camino de vuelta por la cocina para salir, aunque me aseguro de escribir en un papel con mi varita la dirección que le prometí antes de desaparecerme en la calle.
Phoebe M. Powell
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Bodies fashioned out of dirt and dust ▸ Dave AKdsFhN
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