OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Tengo la vista clavada en el techo hace horas. Ha pasado un día desde el anuncio de guerra por parte del gobierno, así que no tengo muchas ganas de salir de la cama. Puedo oír a los otros habitantes de este edificio y departamento yendo y viniendo por todos lados, pero nadie cruza la puerta. Aún no caen las hojas, así que el árbol raquítico de mi ventana se sacude con una de las primeras brisas otoñales y tengo la ligera sensación de que el clima es una completa ironía. Una guerra. ¿A quiénes mandarán a pelear, si la misma amenaza está dentro de sus fronteras? ¿Empezarán a bombardear distritos como los Black, las calles se transformarán en ríos de sangre? ¿No están pensando en la cantidad de bajas que se irán sumando a sus filas? ¿Alguna vez todo esto va a terminarse o estamos metidos en un bucle sin fin? Las preguntas me ahogan y me doy cuenta de que soy incapaz de responder a alguna de ellas. Ni siquiera he querido llamar a mis hermanos o amigos, no sé exactamente qué les diría ante algo como esto.
En algún momento, alguien golpea a mi puerta y bufo, tratando de mantener el silencio. Con suerte, creerán que estoy durmiendo y no pasarán a molestarme. Sea quien sea, es insistente; los golpes se repiten y el gruñido se torna un poco evidente entre mis labios — Estoy ocupado — mentira, pero no me tienta el compadecerme de mis vecinos y sus miedos. Además, siempre encuentran el modo de quitarme la cerveza. Un nuevo golpeteo y una voz familiar hacen que salte de la cama, porque eso sí que no me lo esperaba. Puedo escuchar los resortes del colchón cuando me pongo de pie y me arrastro hasta abrir la puerta, encontrándome con el rostro de Phoebe — ¿Qué haces aquí? — pregunto con sorpresa. La tomo del brazo y tiro de ella para meterla dentro del cuarto, cerrando justo detrás.
Hemos hablado un poco estos días, si debo admitirlo, pero nada importante. No sé qué se dice luego de haber pasado una noche juntos hace algunas semanas, como si nada del tiempo que pasamos separados fuese realmente importante. Debe ser eso lo que me lleva a tomarle el rostro con confianza, buscando algún rastro de preocupación en sus ojos o, al menos, algo que me indique algún problema — ¿Es por lo de ayer? Me enteré — por no decir que vi cómo su hermano mandaba a dos personas a ser quemadas vivas en el cacharro que tenemos por televisión en este lugar, pero no quiero hablar de eso.
En algún momento, alguien golpea a mi puerta y bufo, tratando de mantener el silencio. Con suerte, creerán que estoy durmiendo y no pasarán a molestarme. Sea quien sea, es insistente; los golpes se repiten y el gruñido se torna un poco evidente entre mis labios — Estoy ocupado — mentira, pero no me tienta el compadecerme de mis vecinos y sus miedos. Además, siempre encuentran el modo de quitarme la cerveza. Un nuevo golpeteo y una voz familiar hacen que salte de la cama, porque eso sí que no me lo esperaba. Puedo escuchar los resortes del colchón cuando me pongo de pie y me arrastro hasta abrir la puerta, encontrándome con el rostro de Phoebe — ¿Qué haces aquí? — pregunto con sorpresa. La tomo del brazo y tiro de ella para meterla dentro del cuarto, cerrando justo detrás.
Hemos hablado un poco estos días, si debo admitirlo, pero nada importante. No sé qué se dice luego de haber pasado una noche juntos hace algunas semanas, como si nada del tiempo que pasamos separados fuese realmente importante. Debe ser eso lo que me lleva a tomarle el rostro con confianza, buscando algún rastro de preocupación en sus ojos o, al menos, algo que me indique algún problema — ¿Es por lo de ayer? Me enteré — por no decir que vi cómo su hermano mandaba a dos personas a ser quemadas vivas en el cacharro que tenemos por televisión en este lugar, pero no quiero hablar de eso.
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No tengo estómago para seguir mirando el televisor cuando mi hermano dicta la sentencia que envía a dos personas a la hoguera, pero los gritos aún se escuchan al verme obligada a mantener el mismo encendido una vez la pantalla se ilumina con los rostros de los rebeldes más buscados. Ni siquiera me planteo llamar a mi hermano en busca de explicaciones porque poseo todas las que necesito con la información que se acaba de dar al país entero. En su lugar, trato de ponerme en contacto con Charles, aunque el pitido al final de la llamada que recibo una vez seguida de otra me quiere decir que no voy a encontrar el modo de hablar con él. Intento ser paciente, tendrá personas a las cuales llamar ahora que la guerra parece ser el único futuro que tendremos, incluso espero a que el transcurso del día llegue a su fin, pero sigo sin obtener una respuesta.
Bien, pasadas las veinticuatro horas estoy en todo mi derecho de reaccionar como una completa paranoica y sin avisar a nadie me monto en el primer tren directo al norte. No cuento cuantas veces se interrumpe el viaje en cada parada cuando aurores reclaman identificaciones de todos los pasajeros, pero sé que son muchas. Con la proclamación de la guerra, veo el miedo plasmado en las caras de la poca gente que me cruzo en mi camino al edificio donde vive Charles. La mayoría corren de una dirección a otra, acompañados por el viento que da comienzo al otoño, mucho más calmo que los gritos que se intercambian algunos por las calles. Casi por inercia mis piernas se mueven a gran velocidad, así que no tardo mucho en atravesar el pasillo de habitaciones hasta la puerta que tan bien conozco. Al principio el golpeteo de mis nudillos contra la madera es tan suave que dudo que lo oiga, de manera que vuelvo a aporrear la puerta, esta vez un poco más fuerte. – ¿Charles? – Carraspeo, pegando un poco la oreja con la intención de escuchar a alguien al otro lado.
Que abra la puerta tan de golpe después de minutos en silencio me produce un pequeño susto en el sitio que transformo en un suspiro de alivio. – No sabía nada de ti, estaba preocupada. – Hemos hablado desde que tuvimos el encuentro que a mis ojos cambió muchas cosas, por lo que después de esa noche no creo que necesite ocultar que me preocupo por él. Sin que me de tiempo a pensarlo me encuentro dentro de la habitación, puerta cerrada detrás, puedo permitirme respirar con tranquilidad ahora que su presencia es la única prueba que necesito para ver que está bien. Me veo en la obligación de asentir ante su pregunta y sin intención de apartar sus manos de mi rostro, elevo una de las mías para posarla sobre su muñeca y acariciar las venas que contemplo antes de buscar sus ojos con los míos. – ¿Una guerra, Charlie? ¿Sabes lo que significa eso? – Claro que lo sabe, pero no tengo problema en recordarlo, no cuando él está metido de forma indirecta en este embrollo.
Bien, pasadas las veinticuatro horas estoy en todo mi derecho de reaccionar como una completa paranoica y sin avisar a nadie me monto en el primer tren directo al norte. No cuento cuantas veces se interrumpe el viaje en cada parada cuando aurores reclaman identificaciones de todos los pasajeros, pero sé que son muchas. Con la proclamación de la guerra, veo el miedo plasmado en las caras de la poca gente que me cruzo en mi camino al edificio donde vive Charles. La mayoría corren de una dirección a otra, acompañados por el viento que da comienzo al otoño, mucho más calmo que los gritos que se intercambian algunos por las calles. Casi por inercia mis piernas se mueven a gran velocidad, así que no tardo mucho en atravesar el pasillo de habitaciones hasta la puerta que tan bien conozco. Al principio el golpeteo de mis nudillos contra la madera es tan suave que dudo que lo oiga, de manera que vuelvo a aporrear la puerta, esta vez un poco más fuerte. – ¿Charles? – Carraspeo, pegando un poco la oreja con la intención de escuchar a alguien al otro lado.
Que abra la puerta tan de golpe después de minutos en silencio me produce un pequeño susto en el sitio que transformo en un suspiro de alivio. – No sabía nada de ti, estaba preocupada. – Hemos hablado desde que tuvimos el encuentro que a mis ojos cambió muchas cosas, por lo que después de esa noche no creo que necesite ocultar que me preocupo por él. Sin que me de tiempo a pensarlo me encuentro dentro de la habitación, puerta cerrada detrás, puedo permitirme respirar con tranquilidad ahora que su presencia es la única prueba que necesito para ver que está bien. Me veo en la obligación de asentir ante su pregunta y sin intención de apartar sus manos de mi rostro, elevo una de las mías para posarla sobre su muñeca y acariciar las venas que contemplo antes de buscar sus ojos con los míos. – ¿Una guerra, Charlie? ¿Sabes lo que significa eso? – Claro que lo sabe, pero no tengo problema en recordarlo, no cuando él está metido de forma indirecta en este embrollo.
La mirada que le lanzo debería dejar en claro que no tiene por qué preocuparse por mí, no cuando yo estoy tirado en mi cama y ella tiene un apellido que podría ponerla en el blanco de cualquier rebelde resentido si se avivan sobre las familias de los ministros. No quiero sonar pesimista, pero los políticos y sus familiares siempre son los primeros en pagar y debo estar agradecido por que mi relación con mi madre sea básicamente nula. Aprovecho la cercanía para acariciar distraídamente sus mejillas con mis pulgares, tratando de no echar más leña al fuego — ¿Que subirán la seguridad y no podré participar de más peleas clandestinas? — ya, es una mala broma. Me disculpo con un beso pequeño que robo de su boca y la suelto, alejándome unos pasos que ponen mis manos entrelazadas sobre mi nuca — El norte se convertirá en un campo de batalla, lo sé. No confían en nosotros — por lo que vi, tampoco es que Weynart tenga mucha paciencia. Si han matado a su hermana, se tomará esto personal y Niniadis jamás se ha molestado en defender al inocente.
Abro la ventana de madera con algo de presión debido a que se encuentra un poco trabada por sus años de mal estado y busco que corra algo más de aire, encontrando en ello una excusa para no mirarla a la cara mientras trato de acomodar mis ideas — ¿No conoces a nadie que pueda detener esta locura? Más de la mitad de los norteños apenas y si tienen algo para comer, no querrán pelear contra nadie — su hermano es obvio que está fuera de discusión, pero tal vez con su trabajo en el Royal pueda estar en contacto con gente influyente — No sé nada de mis hermanos, pero dudo que apoyen todo esto. Es una idiotez — sé que Eugene tiene influencia en el ciudadano promedio, pero también sé que él no puede hacer nada más que agachar la cabeza. Lo malo de las figuras del espectáculo es que su poder es todo un show.
Me rasco el puente de la nariz y la miro, tratando de encontrar en ella las respuestas que no sé dónde buscar — ¿Tú estás bien? — estar en el Capitolio en medio de toda la movida tampoco debe ser el mejor modo de sobrevivir a esto. Hay cosas mucho más grandes que nosotros y debemos estar preparados para lo peor.
Abro la ventana de madera con algo de presión debido a que se encuentra un poco trabada por sus años de mal estado y busco que corra algo más de aire, encontrando en ello una excusa para no mirarla a la cara mientras trato de acomodar mis ideas — ¿No conoces a nadie que pueda detener esta locura? Más de la mitad de los norteños apenas y si tienen algo para comer, no querrán pelear contra nadie — su hermano es obvio que está fuera de discusión, pero tal vez con su trabajo en el Royal pueda estar en contacto con gente influyente — No sé nada de mis hermanos, pero dudo que apoyen todo esto. Es una idiotez — sé que Eugene tiene influencia en el ciudadano promedio, pero también sé que él no puede hacer nada más que agachar la cabeza. Lo malo de las figuras del espectáculo es que su poder es todo un show.
Me rasco el puente de la nariz y la miro, tratando de encontrar en ella las respuestas que no sé dónde buscar — ¿Tú estás bien? — estar en el Capitolio en medio de toda la movida tampoco debe ser el mejor modo de sobrevivir a esto. Hay cosas mucho más grandes que nosotros y debemos estar preparados para lo peor.
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Francamente, por mucho que me guste que Charles siempre tenga algo con lo que bromear, ahora no es un buen momento para chistes. Se lo hubiera recordado de no ser por que el beso me quita el espacio para pegarle un zape, ese que me guardo para otra ocasión en la que se le ocurra hacerse el gracioso conmigo cuando se está tratando de su vida. – Exacto. ¿Y quién vive en el norte? Tú. – Le señalo con el dedo como si aun necesitara de esa confirmación una vez se separa, arrugando la frente en expresión de una preocupación a la que él parece faltarle. – No tendrás pensado seguir viviendo aquí después de la que se viene encima. – Ni siquiera es una pregunta, no voy a darle esa opción porque si fuera por él se quedaría hasta que alguien decidiera derribar la puerta. Con la guerra declarada, no hay edificio en el norte que vaya a mantenerse en pie una vez tengan claro con qué métodos acabar con los rebeldes. Me preocupa que Charles pueda estar aquí cuando eso empiece, otra razón por la que me he arrastrado hasta aquí.
Le sigo con la mirada cuando se mueve por la habitación, extendiendo los brazos a ambos lados de mi cuerpo como respuesta a su pregunta. – Eso no les importa, si acaso pueden usarlo como excusa para terminar con esto todavía más rápido. – Es la verdad, nunca les ha importado lo que ocurra con la gente del norte. Si les hubiera importado en su día jamás habrían llegado a esta situación porque no habría personas para quejarse de las condiciones deplorables en que se encuentran sus calles y sus casas. – Ni siquiera he tenido tiempo de hablar con mi hermano, solo sé que él nunca quiso una guerra. Pero eso era antes del atentado, no sé cuánto habrá cambiado su parecer ahora que todo se ha ido a la mierda. - ¿Seguirá pensando que la guerra es una mala idea? Si se me sigue dando tan bien como creo leer sus caras diría que no estaba muy conforme con lo que tenía que decir el ministro Weynart, pero qué sé yo. – Las cosas van a ponerse muy feas a partir de ahora. – Farfullo. Porque nadie quiso una guerra, y aun así hemos terminado recibiéndola con los brazos abiertos.
Que me pregunte si estoy bien es lo de menos y asiento con la cabeza bajando un poco la mirada en lo que me aparto un mechón de pelo de la cara, pero finalmente me sincero. – No quiero esto. – Soy capaz de decir. La última vez que hubo una guerra no tenía nada. Nada y a nadie, ¿por qué siento que la que está por venir va a arrebatarme lo poco a lo que puedo aferrarme?
Le sigo con la mirada cuando se mueve por la habitación, extendiendo los brazos a ambos lados de mi cuerpo como respuesta a su pregunta. – Eso no les importa, si acaso pueden usarlo como excusa para terminar con esto todavía más rápido. – Es la verdad, nunca les ha importado lo que ocurra con la gente del norte. Si les hubiera importado en su día jamás habrían llegado a esta situación porque no habría personas para quejarse de las condiciones deplorables en que se encuentran sus calles y sus casas. – Ni siquiera he tenido tiempo de hablar con mi hermano, solo sé que él nunca quiso una guerra. Pero eso era antes del atentado, no sé cuánto habrá cambiado su parecer ahora que todo se ha ido a la mierda. - ¿Seguirá pensando que la guerra es una mala idea? Si se me sigue dando tan bien como creo leer sus caras diría que no estaba muy conforme con lo que tenía que decir el ministro Weynart, pero qué sé yo. – Las cosas van a ponerse muy feas a partir de ahora. – Farfullo. Porque nadie quiso una guerra, y aun así hemos terminado recibiéndola con los brazos abiertos.
Que me pregunte si estoy bien es lo de menos y asiento con la cabeza bajando un poco la mirada en lo que me aparto un mechón de pelo de la cara, pero finalmente me sincero. – No quiero esto. – Soy capaz de decir. La última vez que hubo una guerra no tenía nada. Nada y a nadie, ¿por qué siento que la que está por venir va a arrebatarme lo poco a lo que puedo aferrarme?
La manera que tiene de señalar donde vivo me hace mirarla como si me estuviera acusando de un crimen que no cometí — ¿Y dónde quieres que viva? ¿En el Capitolio? No tengo varita, he pasado años siendo lo que muchos consideran un delincuente… — No puedo ir y reclamar un lugar en la sociedad que no respeto así como si nada, por muchos contactos que pueda mover. ¿Qué seré, el conserje en la escuela donde trabaja? ¿Su familia me dará un bonito puesto en el ministerio de magia? Soy una rata, siempre lo he sido. Tal y como ella dice, a las personas de buena vida no les importa la gente como yo. Refunfuño, más para mí que para ella — ¿Y tampoco quería quemar a esas personas? — intento no sonar como que la estoy tomando como una crédula, pero no sé cuánto lo logro — Los rebeldes no se quedarán callados si convirtieron en barbacoa a dos de los suyos, por muchas bombas que éstos hayan plantado antes — están combatiendo fuego con fuego, de manera casi que literal. Obvio que las cosas van a ponerse feas.
Me apago un poco ante su declaración final y la miro como si mi sola expresión sirviese de consuelo, aunque sé que no es así. ¿Hay alguien que lo quiera? Me rasco la cabeza y paso la mano entre mi pelo de atrás para adelante en repetidas ocasiones — No tenemos porqué soportarlo. Lo sabes, ¿verdad? — la miro, tratando de evaluar su reacción a una idea que voy soltando mientras se va formando en mi mente. Doy unos pasos cautelosos hacia ella, aunque no la toco — El Capitolio y el norte serán sitios inseguros, no tenemos razones para quedarnos en ellos. Si el once es peligroso y yo no puedo incorporarme a las filas de la capital… — la simple idea me hace realizar una mueca — ¿Por qué nos nos marchamos a un sitio neutral? — su trabajo es algo que puede mantener, pero podemos apartarnos del ojo de la tormenta, si es lo que quiere.
Me apago un poco ante su declaración final y la miro como si mi sola expresión sirviese de consuelo, aunque sé que no es así. ¿Hay alguien que lo quiera? Me rasco la cabeza y paso la mano entre mi pelo de atrás para adelante en repetidas ocasiones — No tenemos porqué soportarlo. Lo sabes, ¿verdad? — la miro, tratando de evaluar su reacción a una idea que voy soltando mientras se va formando en mi mente. Doy unos pasos cautelosos hacia ella, aunque no la toco — El Capitolio y el norte serán sitios inseguros, no tenemos razones para quedarnos en ellos. Si el once es peligroso y yo no puedo incorporarme a las filas de la capital… — la simple idea me hace realizar una mueca — ¿Por qué nos nos marchamos a un sitio neutral? — su trabajo es algo que puede mantener, pero podemos apartarnos del ojo de la tormenta, si es lo que quiere.
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– Conmigo. – No lo pienso cuando lo digo, ni siquiera recuerdo procesarlo en mi cerebro antes de que ya haya salido por mi boca. Conozco a Charles lo suficiente como para saber que esa declaración repentina va a asustarlo, pero no me arrepiento, si acaso lo hago por no habérseme ocurrido antes de que todo esto estallara. Así de alguna manera no tendríamos por qué seguir volviendo a las mismas de siempre. – Yo también fui una delincuente. – Le recuerdo, no es más que la verdad. Antaño cuando conseguir un trabajo en el norte era casi un sinónimo de pertenecer a la clase alta yo también cometí delitos, no me enorgullezco de ello, más era la única forma de sobrevivir a las penurias de un distrito como este. – Pero no escojas que eso te defina ahora. – Lo ha hecho durante toda su viva, doy fe de ello, solo no quiero que lo haga cuando estamos tan cerca de perderlo todo.
Suelto un suspiro, al mismo tiempo que después me obligo a pasar saliva, sacudiendo ligeramente la cabeza. – Yo… No tenía ni idea de que haría algo así, ¿de acuerdo? No me sorprende tampoco… pero no lo sabía. – Y de haberlo sabido, nada hubiera cambiado. Puedo disculparme por las acciones de mi hermano, porque no me representan, pero queda en su lugar si aceptar que es mi familia o dejar que afecte a lo que tenemos. – La guerra es inevitable, ya lo sé. – Que los rebeldes vayan a sobrevivirla es otra cosa muy diferente. – No sabes cómo están las cosas en la capital. Aquí la gente tiene miedo, pero allí… Los van a aniquilar. – Yo solo estoy tratando que las bajas sufridas en el grupo de gente que me importa sean las mínimas posibles.
Levanto la mirada hacia él, analizando sus palabras que a primeras pueden parecer simples, pero que están muy lejos de serlo. – ¿Podemos hacer eso? – No es una pregunta literal de si podemos hacerlo, porque en eso tenemos todo el derecho, es una pregunta que se dirige más bien hacia el lado sentimental que nos une a todos. No solo a mi familia, sino a nosotros también. Doy un paso hacia él algo menos dubitativa que antes, alargando el brazo para atrapar sus dedos. Yo sé lo que quiero, lo que no sé es lo que nos costará llegar hasta ahí.
Suelto un suspiro, al mismo tiempo que después me obligo a pasar saliva, sacudiendo ligeramente la cabeza. – Yo… No tenía ni idea de que haría algo así, ¿de acuerdo? No me sorprende tampoco… pero no lo sabía. – Y de haberlo sabido, nada hubiera cambiado. Puedo disculparme por las acciones de mi hermano, porque no me representan, pero queda en su lugar si aceptar que es mi familia o dejar que afecte a lo que tenemos. – La guerra es inevitable, ya lo sé. – Que los rebeldes vayan a sobrevivirla es otra cosa muy diferente. – No sabes cómo están las cosas en la capital. Aquí la gente tiene miedo, pero allí… Los van a aniquilar. – Yo solo estoy tratando que las bajas sufridas en el grupo de gente que me importa sean las mínimas posibles.
Levanto la mirada hacia él, analizando sus palabras que a primeras pueden parecer simples, pero que están muy lejos de serlo. – ¿Podemos hacer eso? – No es una pregunta literal de si podemos hacerlo, porque en eso tenemos todo el derecho, es una pregunta que se dirige más bien hacia el lado sentimental que nos une a todos. No solo a mi familia, sino a nosotros también. Doy un paso hacia él algo menos dubitativa que antes, alargando el brazo para atrapar sus dedos. Yo sé lo que quiero, lo que no sé es lo que nos costará llegar hasta ahí.
Siento que me han dado un cachetazo, especialmente porque no esperaba que me ofreciera su hogar con tanta libertad y la miro como si estuviera buscando dónde se encuentra la trampa — No es lo mismo… — murmuro. Ella tiene un don que la ha sacado de las calles, yo soy un bueno para nada que solo se le da bien apostar, discutir por absolutamente todo y traficar alguna que otra tontería a cambio de cerveza, esa que me cuesta comprar con los pocos galeones como barrendero. Phoebe tiene mucho más material de ciudadana respetable que yo, que me encuentro muy por debajo del promedio.
No la culpo, nosotros no elegimos a nuestros familiares y sé que Phoebe es mucho más que un apellido; quiero decir, lo sé por mano propia. Lo que dice solo me confirma que no pienso vivir entre los ricos e importantes, lo demuestro con un mohín despectivo hacia esas personas que ella describe como imposibles. Al gobierno le es conveniente el plantar el miedo, el recordarles que pueden morir atacados en segundos y que la guerra que han iniciado es todo por su propio bien. El ciudadano de los distritos ricos siempre se va a tragar esas tonterías.
Es por eso que la única solución viable es la que sale de mi boca sin pensar en que no tengo el dinero para hacerlo, pero creo que vale la pena cuando se acerca con la esperanza en el rostro y sus dedos buscando los míos. Me tomo el atrevimiento de eliminar la distancia y la rodeo con un brazo, besando atropelladamente su frente al colocar una mano sobre su cabello — Sé que tienes las mejores intenciones, pero yo jamás podría vivir como tú lo haces. No lo soportaría — ni siquiera teniéndola al lado todos los días o a mis hermanos mucho más cerca. Acabo por abrazarla por completo, uniendo mis dedos detrás de su cintura — Pero si quieres esto… — con mis palabras, creo que queda bien en claro que hablo de algo más que huir de las batallas — podemos buscar un sitio donde comenzar de nuevo. He oído que el siete o el nueve tienen mucho verde. Podemos, ya sabes… — ladeo la cabeza para poder verla mejor, dejando que se asome una sonrisa guasona — buscarnos un cuchitril para meternos mano mientras los demás se matan entre sí — no quiero pensar que tenemos familia a la cual les daríamos la espalda. Eso es otro tema. En tiempos de guerra, hay que hacer sacrificios, en especial porque no sabes cuánto va a durar.
No la culpo, nosotros no elegimos a nuestros familiares y sé que Phoebe es mucho más que un apellido; quiero decir, lo sé por mano propia. Lo que dice solo me confirma que no pienso vivir entre los ricos e importantes, lo demuestro con un mohín despectivo hacia esas personas que ella describe como imposibles. Al gobierno le es conveniente el plantar el miedo, el recordarles que pueden morir atacados en segundos y que la guerra que han iniciado es todo por su propio bien. El ciudadano de los distritos ricos siempre se va a tragar esas tonterías.
Es por eso que la única solución viable es la que sale de mi boca sin pensar en que no tengo el dinero para hacerlo, pero creo que vale la pena cuando se acerca con la esperanza en el rostro y sus dedos buscando los míos. Me tomo el atrevimiento de eliminar la distancia y la rodeo con un brazo, besando atropelladamente su frente al colocar una mano sobre su cabello — Sé que tienes las mejores intenciones, pero yo jamás podría vivir como tú lo haces. No lo soportaría — ni siquiera teniéndola al lado todos los días o a mis hermanos mucho más cerca. Acabo por abrazarla por completo, uniendo mis dedos detrás de su cintura — Pero si quieres esto… — con mis palabras, creo que queda bien en claro que hablo de algo más que huir de las batallas — podemos buscar un sitio donde comenzar de nuevo. He oído que el siete o el nueve tienen mucho verde. Podemos, ya sabes… — ladeo la cabeza para poder verla mejor, dejando que se asome una sonrisa guasona — buscarnos un cuchitril para meternos mano mientras los demás se matan entre sí — no quiero pensar que tenemos familia a la cual les daríamos la espalda. Eso es otro tema. En tiempos de guerra, hay que hacer sacrificios, en especial porque no sabes cuánto va a durar.
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Sé que no es lo mismo, y que por esa misma razón dejarlo todo no es una opción para mí. Puedo dejar mi casa, después de todo nunca se sintió como una pese a haber vivido allí ya por unos cuantos meses, pero no puedo rechazar el trabajo. ¿O sí podría? Francamente no creo que sea un buen momento ni un movimiento inteligente ahora que las cosas van a ponerse complicadas. Dejar mi puesto en el Royal sería como firmar un papel con vía directa al destierro, por desertora y por eludir el deber que tengo con este país de mierda. LeBlanc fue la primera en recordarme eso, junto con mi hermano, que me recuerda todos los días con sus acciones que no somos más que piezas en un juego por el que se dedican a pelear otros. ¿Cómo le sentaría a la prensa que la hermana del mismísimo ministro de justicia, ese que mandó quemar vivas a dos personas, no forma parte del mismo bando?
Definitivamente el norte no es una opción, pero cada vez se siente más obvio que el capitolio tampoco lo es. Me encuentro tentada por las palabras de Charles, moviendo los brazos para rodear sus hombros y entrelazar las manos tras su cuello. – ¿Ni siquiera si prometo comprarte bollos para desayunar? – Bromeo, poniendo cara de pena cual perro abandonado, aunque no es más que un intento fallido de chiste porque ya sé que en su cabeza no hay forma de que lo acepte. Me repaso los labios y lanzo un suspiro silencioso, bajando la mirada hacia su pecho en lo que medito con calma sus propuestas. – Suena bastante tentador, no te lo voy a negar… – Lo de vivir en paz en un distrito lejos de todo el drama, me refiero, lo de meterse mano es otra cosa que va seguida. Acerco mi rostro lo suficiente al suyo para besar sus labios de manera pausada, demorándome unos segundos antes de separarme para buscar sus ojos. Me cuesta un tiempo arrancar, pero finalmente suelto lo que pienso. – Pero… ¿qué hay de nuestra familia? – Él tiene hermanos, su seguridad le importa, al igual que a mí la mía. Podemos evadirnos de la realidad, ignorar que a nuestro alrededor está teniendo lugar una guerra que no nos interesa, pero eso no significa que no vaya a haber daños colaterales.
Definitivamente el norte no es una opción, pero cada vez se siente más obvio que el capitolio tampoco lo es. Me encuentro tentada por las palabras de Charles, moviendo los brazos para rodear sus hombros y entrelazar las manos tras su cuello. – ¿Ni siquiera si prometo comprarte bollos para desayunar? – Bromeo, poniendo cara de pena cual perro abandonado, aunque no es más que un intento fallido de chiste porque ya sé que en su cabeza no hay forma de que lo acepte. Me repaso los labios y lanzo un suspiro silencioso, bajando la mirada hacia su pecho en lo que medito con calma sus propuestas. – Suena bastante tentador, no te lo voy a negar… – Lo de vivir en paz en un distrito lejos de todo el drama, me refiero, lo de meterse mano es otra cosa que va seguida. Acerco mi rostro lo suficiente al suyo para besar sus labios de manera pausada, demorándome unos segundos antes de separarme para buscar sus ojos. Me cuesta un tiempo arrancar, pero finalmente suelto lo que pienso. – Pero… ¿qué hay de nuestra familia? – Él tiene hermanos, su seguridad le importa, al igual que a mí la mía. Podemos evadirnos de la realidad, ignorar que a nuestro alrededor está teniendo lugar una guerra que no nos interesa, pero eso no significa que no vaya a haber daños colaterales.
— Depende… ¿Los bollos del Capitolio tienen la grasa necesaria o son de esas porquerías light que consumen las personas que dicen que quieren verse bien? — me permito bromear sobre nuestra indecisa desgracia, porque es obvio que estamos bailando con una idea que ninguno se atreve a tomar. Aprovecho el beso para hacer uso del silencio, produciendo un sonido que deja en claro que estoy meditando bastante lo de desaparecernos del mapa. Como dice, es tentador y suena demasiado perfecto, tanto que se siente un poco incorrecto. Ya nos estamos dando una segunda oportunidad a nosotros mismos, como para también considerarlo a una gran escala. ¿Somos lo suficientemente maduros como para iniciar una vida lejos del resto, incluso cuando dudamos en su momento de crear un hogar? Ya lo dije, la guerra hace que aceleremos las cosas y no tenemos ni idea de cuánto tiempo de paz nos queda.
Estoy por buscar de nuevo su boca para entretenerme con ello, cuando su pregunta me detiene a medio camino y sé que mi rostro se debe ver algo patético al tener los labios preparados para un beso que nunca llega — ¿No tienen ellos una vida? — bueno, acabo de sonar demasiado egoísta y creo que no me estoy explicando como corresponde. Vamos a reformular — Phee, no podemos depender de lo que ellos hagan o dejen de hacer. Somos personas individuales, cada quien con su decisión. Si pudiera meterlos a todos en una maleta y llevarlos conmigo, lo haría, pero sé que eso no forma parte de su plan. ¿Me entiendes? — mis manos acarician su cintura en un intento de suavizar mis palabras, no muy seguro de cómo va a tomarlas. Esto hace que me cueste mirarla a los ojos, como si de meter la pata, ella no será capaz de verlo con anterioridad — Que me lleve el diablo por decirlo, pero quiero estar contigo, Phee. Eres lo único bien que he hecho en mi vida — me río de mí mismo con desgano, levanto una mano y hundo mis dedos en la curva de su cuello, jugueteando con algunos mechones de su pelo — Y si nosotros podemos estar tranquilos, quizá ellos se den cuenta de que hay más que una opción — y si no es así, no podemos hacer nada para cambiarlo.
Estoy por buscar de nuevo su boca para entretenerme con ello, cuando su pregunta me detiene a medio camino y sé que mi rostro se debe ver algo patético al tener los labios preparados para un beso que nunca llega — ¿No tienen ellos una vida? — bueno, acabo de sonar demasiado egoísta y creo que no me estoy explicando como corresponde. Vamos a reformular — Phee, no podemos depender de lo que ellos hagan o dejen de hacer. Somos personas individuales, cada quien con su decisión. Si pudiera meterlos a todos en una maleta y llevarlos conmigo, lo haría, pero sé que eso no forma parte de su plan. ¿Me entiendes? — mis manos acarician su cintura en un intento de suavizar mis palabras, no muy seguro de cómo va a tomarlas. Esto hace que me cueste mirarla a los ojos, como si de meter la pata, ella no será capaz de verlo con anterioridad — Que me lleve el diablo por decirlo, pero quiero estar contigo, Phee. Eres lo único bien que he hecho en mi vida — me río de mí mismo con desgano, levanto una mano y hundo mis dedos en la curva de su cuello, jugueteando con algunos mechones de su pelo — Y si nosotros podemos estar tranquilos, quizá ellos se den cuenta de que hay más que una opción — y si no es así, no podemos hacer nada para cambiarlo.
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Suelto aire por la nariz al tiempo que una diminuta sonrisa aparece en mis labios, bajando un poco la mirada al distraerme con la tela de su camiseta cuando una de mis manos se pasea por su pecho. — Bueno... Tienen de todo si sabes dónde buscar, te sorprendería la cantidad de comida a la que pueden restarle calorías. — Alzo las cejas divertida, pero sin pararme a mirar su reacción, como si de alguna manera estuviera retándole a comprobarlo y termino suspirando por la tontería. Sé lo que es pasar hambre como para preocuparme por mi aspecto a un nivel estético, por más que decir que siempre he sido de constitución delgada. Pasar a vivir en la calle en plena etapa de crecimiento agravó ese detalle al punto de que hubo algún momento en que se veían más los huesos que mi propia piel. Supongo que es una de las razones por las que a día de hoy, no engordo un gramo. — Suena tan estúpido que todavía haya alguien al que le preocupe eso ahora que va a haber una guerra. — También suena incoherente que teniendo esas cantidades de comida haya gente que muere de hambre en las calles, pero ese es otro tema del que es preferible no hablar.
Me obligo a elevar la vista hacia su rostro cuando la conversación vuelve a dirigirse hacia el tema que realmente nos interesa, encontrándome analizando el color de sus ojos mucho más que sus palabras. Las cuales tienen mucho sentido ahora que me paro a prestarles la atención que merecen, lo que me hace asentir con la cabeza cuando termina. — Solo no quiero tener que recoger los restos y sentirme culpable por no haber intentado evitarlo cuando aún había oportunidad. — Incluso cuando soy consicente de que mi hermano no va a poner pausa a esta guerra, que irá de frente y le dará igual cuantas vidas se lleven por delante si con eso asegura el orden que quiere mantener en la sociedad y por el que, según él, tanto ha sacrificado.— Sé que suena ridículo. — Concluyo, no muy segura de si rídiculo es la palabra adecuada para algo que me preocupa tanto.
No sé porqué su confesión me toma ligeramente por sorpresa, quizás porque Charles no es que digamos la persona más afectiva que conozco, no al menos con palabras, de manera que tengo que tragarme la cara perpleja que se me queda. No me resulta muy difícil porque al mismo tiempo, puedo sentir que mis mejillas empiezan a acalorarse y elevo las mismas sin apenas enseñar los dientes con la intención de que no se note demasiado. Me tardo un poco en responder, porque en su lugar el cosquilleo en mi cuello provoca que quiera acercarme más a su boca. Antes de eso, mi nariz roza su mandíbula en camino de buscar su oreja con mis labios para después susurrar. — Yo también quiero estar contigo. Pase lo que pase. — Y donde sea, estoy por añadir, pero creo que el contacto habla por sí solo. No me separo lo suficiente para dejar de percibir el calor de su piel, pero sí para poder observar sus ojos desde abajo. — Si hay algo de lo que puedo estar segura dentro de esta completa locura es que te quiero a mi lado. — Como lo estuvimos antes, como sé que podemos estarlo ahora, como si no fuera a ocurrir una guerra y tuviéramos todo el tiempo del mundo para decidir.
Me obligo a elevar la vista hacia su rostro cuando la conversación vuelve a dirigirse hacia el tema que realmente nos interesa, encontrándome analizando el color de sus ojos mucho más que sus palabras. Las cuales tienen mucho sentido ahora que me paro a prestarles la atención que merecen, lo que me hace asentir con la cabeza cuando termina. — Solo no quiero tener que recoger los restos y sentirme culpable por no haber intentado evitarlo cuando aún había oportunidad. — Incluso cuando soy consicente de que mi hermano no va a poner pausa a esta guerra, que irá de frente y le dará igual cuantas vidas se lleven por delante si con eso asegura el orden que quiere mantener en la sociedad y por el que, según él, tanto ha sacrificado.— Sé que suena ridículo. — Concluyo, no muy segura de si rídiculo es la palabra adecuada para algo que me preocupa tanto.
No sé porqué su confesión me toma ligeramente por sorpresa, quizás porque Charles no es que digamos la persona más afectiva que conozco, no al menos con palabras, de manera que tengo que tragarme la cara perpleja que se me queda. No me resulta muy difícil porque al mismo tiempo, puedo sentir que mis mejillas empiezan a acalorarse y elevo las mismas sin apenas enseñar los dientes con la intención de que no se note demasiado. Me tardo un poco en responder, porque en su lugar el cosquilleo en mi cuello provoca que quiera acercarme más a su boca. Antes de eso, mi nariz roza su mandíbula en camino de buscar su oreja con mis labios para después susurrar. — Yo también quiero estar contigo. Pase lo que pase. — Y donde sea, estoy por añadir, pero creo que el contacto habla por sí solo. No me separo lo suficiente para dejar de percibir el calor de su piel, pero sí para poder observar sus ojos desde abajo. — Si hay algo de lo que puedo estar segura dentro de esta completa locura es que te quiero a mi lado. — Como lo estuvimos antes, como sé que podemos estarlo ahora, como si no fuera a ocurrir una guerra y tuviéramos todo el tiempo del mundo para decidir.
— ¿Por qué dices que suena ridículo? — la contradigo de inmediato, tratando de meterme en su mente por dos segundos a pesar de mi obvia ignorancia en el asunto de la legeremancia. Conozco a Phoebe lo suficiente como para saber que tiende a echarse culpas y preocuparse demasiado por los destinos ajenos que ella no puede controlar, por mucha videncia que pueda llegar a poseer. No somos los amos de nuestros destinos, tampoco del resto y ella debería saberlo mejor que otras personas — Solo te preocupas por aquellos a quienes quieres y es completamente normal. No estamos dándoles la espalda, Phee, solo estamos buscando un modo de vivir la vida como nosotros la sentimos más segura y tranquila. Creo que los dos sabemos que cualquiera de los nuestros que busquen ayuda o refugio en nosotros, va a tenerlo. Y sí, no me importa que tu hermano sea un ministro — si es importante para ella, lo aceptaré si es lo que desea… bueno, mientras no me toque la moral, pero ya nos preocuparemos por ello cuando llegue el momento.
Hay cosas que pocas veces pude notar cuánto las disfrutaba, las caricias y los mimos de alguien más son algo que entran en esa categoría. Intento no poner mi mejor cara de idiota al respecto con sus palabras, lo cual es ayudado a que puedo esconder mi rostro entre su cuello y su cabello — Era hora. ¿Por cuánto tiempo hemos estado en este juego? — bromeo en un susurro. Pasamos un lapso sin vernos, pero hay cosas que quedan firmes luego de todo lo que vivimos juntos. No es solo una mujer con la que me acosté un par de veces, siempre supe que con ella pude imaginar cosas que incluso no creí posibles para la clase de vida que decidí llevar. Vivir juntos lejos de toda la mierda no suena tan malo — Entonces… ¿Cuándo quieres comenzar a buscar una casa y empezar de nuevo?
Hay cosas que pocas veces pude notar cuánto las disfrutaba, las caricias y los mimos de alguien más son algo que entran en esa categoría. Intento no poner mi mejor cara de idiota al respecto con sus palabras, lo cual es ayudado a que puedo esconder mi rostro entre su cuello y su cabello — Era hora. ¿Por cuánto tiempo hemos estado en este juego? — bromeo en un susurro. Pasamos un lapso sin vernos, pero hay cosas que quedan firmes luego de todo lo que vivimos juntos. No es solo una mujer con la que me acosté un par de veces, siempre supe que con ella pude imaginar cosas que incluso no creí posibles para la clase de vida que decidí llevar. Vivir juntos lejos de toda la mierda no suena tan malo — Entonces… ¿Cuándo quieres comenzar a buscar una casa y empezar de nuevo?
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Sé que tiene razón, entonces, ¿por qué siento que estoy tomando la decisión más egoísta? Creo que la respuesta está en que me he dedicado demasiado tiempo a complacer al resto más que a mí misma, y que por eso el hecho de ver un futuro en el que solo tengo que preocuparme por lo que yo quiero, de repente me asusta. No se lo digo, no porque crea que no va a entenderme, sino porque decido no ponerle más pegas a algo que estoy segura que quiero hacer para mí. En lugar de eso, asiento con la cabeza, manteniendo un silencio necesario cuando menciona a mi hermano, casi imaginándome la cara que va a poner cuando le explique lo que pretendo hacer. No sé si va a fruncir más el ceño por la decisión de marcharme del capitolio, o si lo hago por estar con quien él considera un repudiado. Es ahí cuando me doy cuenta de lo realmente poco que sabe Hans sobre mi vida anterior o quien fui en el pasado, aunque no puedo más que culparme a mí misma por haber sido tan reservada.
Sonrío, siendo consciente de que el tiempo era necesario para saber con certeza lo que queríamos, ahora lo sé, no importa lo que haya pasado entre medias. Lo que necesito lo tengo justo frente a mí. — Dame unos días para poner las cosas en orden con Hans, te llamaré, y luego podemos dedicarnos a hacer eso que hacen las parejas normales. — Bromeo, dando un beso rápido a sus labios y después buscar su mirada. Creo que lo mínimo que se merece mi hermano es una explicación, vaya a estar de acuerdo o no. Por mi bien espero que sea lo primero, porque no creo estar preparada para perder una parte de mi vida ahora que he recuperado la otra que me faltaba.
Sonrío, siendo consciente de que el tiempo era necesario para saber con certeza lo que queríamos, ahora lo sé, no importa lo que haya pasado entre medias. Lo que necesito lo tengo justo frente a mí. — Dame unos días para poner las cosas en orden con Hans, te llamaré, y luego podemos dedicarnos a hacer eso que hacen las parejas normales. — Bromeo, dando un beso rápido a sus labios y después buscar su mirada. Creo que lo mínimo que se merece mi hermano es una explicación, vaya a estar de acuerdo o no. Por mi bien espero que sea lo primero, porque no creo estar preparada para perder una parte de mi vida ahora que he recuperado la otra que me faltaba.
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