OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Por la capucha y el cabello, creo que nadie puede ver el horror que se pinta en mis ojos mientras me mantengo de pie, justo detrás del vidrio sucio de una taberna de mala muerte, en la cual el televisor se encuentra encendido para transmitir lo que parece ser un juicio. Nadie dentro parece despegar la vista del evento, demasiado silenciosos y tensos como si ellos mismos estuviesen siendo juzgados y no completamente seguros bebiendo a kilómetros de distancia. La desgracia se pinta en que yo sí conozco a los condenados y, aunque jamás he tenido mucha relación con ellos, me siento terriblemente culpable porque sigo recordando como Ferdia se hizo cargo del auror para que yo pueda escapar. No quiero ni imaginar lo que Kenny y los demás deben estar pasando, me deja un desagradable sabor en la boca y sé que no tiene nada que ver con haber estado viviendo en la calle estos dos días. Como sé que no podré tolerarlo si mueren en pantalla, me giro y me alejo de la ventana, cruzando la calle en un intento de escapar de cualquier mala noticia que pueda llegar a mis oídos. Ya he tenido suficiente.
Meto las manos en los bolsillos de mi ligera chaqueta y sé que deberé conseguir una nueva, no solo porque está hecha mierda sino también porque el verano ha terminado y pronto empezará a refrescar como para vestir solo con esto. ¿Que a dónde iré? No tengo idea, aún no descifro cómo haré para ser algo más que un muerto de hambre en la calle. Aprieto un poco el paso, sintiéndome demasiado indefenso, en especial porque carezco de varita desde que me capturaron. Supongo que la habrán partido a la mitad o tirado a la basura, vaya a saber. El punto es que he salido de mi escondite (una caja en una fábrica, para variar) hoy porque sé que no podré hacer nada sin un medio para realizar magia y eso significa, obviamente, robar. Así es como han terminado las cosas.
Como todo el mundo debe estar adentro por la televisión o el mal clima, la calle está desierta y eso me da un menor margen de robo. Es casi un milagro cuando me percato de una muchacha en una esquina, observando una vieja tienda de televisores que enseñan, para variar, el juicio que yo estoy tratando de ignorar. Al menos me sirve que se encuentre totalmente distraída y la varita le sobresale por el bolsillo, así que no debería ser difícil. Me acerco a ella con el andar natural más antinatural de la vida y paso por detrás, amagando a tirar de su varita, cuando la cercanía me permite el reconocerla y hace que dé un salto hacia atrás — Carajo — me quejo al caer de culo a la calle al haberme tropezado con el cordón de la vereda. Porque, de entre todas las personas, he tenido que cruzarme con una de esas que viven relacionadas a la gente con la cual prometí no regresar.
Meto las manos en los bolsillos de mi ligera chaqueta y sé que deberé conseguir una nueva, no solo porque está hecha mierda sino también porque el verano ha terminado y pronto empezará a refrescar como para vestir solo con esto. ¿Que a dónde iré? No tengo idea, aún no descifro cómo haré para ser algo más que un muerto de hambre en la calle. Aprieto un poco el paso, sintiéndome demasiado indefenso, en especial porque carezco de varita desde que me capturaron. Supongo que la habrán partido a la mitad o tirado a la basura, vaya a saber. El punto es que he salido de mi escondite (una caja en una fábrica, para variar) hoy porque sé que no podré hacer nada sin un medio para realizar magia y eso significa, obviamente, robar. Así es como han terminado las cosas.
Como todo el mundo debe estar adentro por la televisión o el mal clima, la calle está desierta y eso me da un menor margen de robo. Es casi un milagro cuando me percato de una muchacha en una esquina, observando una vieja tienda de televisores que enseñan, para variar, el juicio que yo estoy tratando de ignorar. Al menos me sirve que se encuentre totalmente distraída y la varita le sobresale por el bolsillo, así que no debería ser difícil. Me acerco a ella con el andar natural más antinatural de la vida y paso por detrás, amagando a tirar de su varita, cuando la cercanía me permite el reconocerla y hace que dé un salto hacia atrás — Carajo — me quejo al caer de culo a la calle al haberme tropezado con el cordón de la vereda. Porque, de entre todas las personas, he tenido que cruzarme con una de esas que viven relacionadas a la gente con la cual prometí no regresar.
¿Quería ir? Ni de coña. ¿Por qué estaba yendo? Posiblemente para sostener a Mimi ante cualquier cosa que ocurriera durante el desarrollo de aquella farsa que habían organizado. No perdían ni un solo instante para tratar de volver las tornas a su lado, para parecer las víctimas de una situación que ellos mismos había provocado años atrás y que, sus recientes acciones, avivaron hasta el punto de que una idea como la ejecutada se sintió totalmente válida y equitativa.
A cada paso se podía ver, tras los envejecidos cristales de las ventanas, a los habitantes del distrito cinco dejándose las uñas en una insufrible espera que, aunque todos sabían cuál sería el desenlace, ansiaban conocer cuál sería el modo de ejecución del mismo. Sus labios se arrugaron con desagrado, permaneciendo inmóvil frente a una de las cristaleras el tiempo suficiente como para visualizar el momento en el que los condenaban a muerte, no había discusión en ello, pero daban la oportunidad de graduar el dolor que podrían infringirles. Una fuerte carcajada escapó de sus labios. Sus pies se giraron y comenzó a andar en busca del traslador más cercano. Podía ser un distrito de mala muerte en el que la mayor parte de sus habitantes eran traidores, squibs o sangres sucias, pero no dejaba de ser parte del país y, por tanto, tenía un medio de transporte rápido.
Caminar sin preocuparse de los ocasionales ladrones era una verdadera gozada, lo malo consistía en tener que escuchar las voces de ministro y jueces a cada paso que daba. En todos los lugares se estaba emitiendo el dichoso juicio en directo, queriendo dar un mensaje claro. Puso los ojos en blanco, cesando en su caminar y colocando las manos sobre sus caderas volviéndose en dirección al escaparate más cercano para permanecer allí durante el tiempo suficiente como para que, como no, un ladrón de poca monta tuviera las obvias intenciones de las que todos presumían por allí. La manos contraria se quedó lo suficientemente cerca de ella como para poder alcanzarla pero, en su lugar, cayó al suelo con un quejido. Alzó una ceja, con su mirar fijo en él y percatándose de que era alguien que tenía almacenado en alguna parte de su cerebro pero no alcanzaba a terminar de identificar. Hasta que vino. Como un click que acompañó con un chasquido de dedos. —Uno de los ladrones de camas— anunció con naturalidad, permaneciendo en pie sin ofrecerle su ayuda hasta que recordó la obsesión de Kenny con ellos y, en especial, su insistente petición. Paladeó con ironía, tomándolo de ambos antebrazos y levantándolo del suelo de un fuerte y firme tirón. Lo identificaba como uno de los críos pero no alcanzaba a adjudicarle un nombre. Se inclinó hacia un lado y luego hacia el otro, percatándose de que nadie lo acompañaba antes de regresar hasta él. —¿Tu nombre era…?— comenzó a preguntar, moviendo una mano para animarlo a que lo escupiera. Sí, era parte de la Red y sabía cosas, pero aquellos hippies no eran demasiado de su interés como para perder el tiempo en tratar de aprenderse nombres y rostros que, más que posiblemente, no tendría cerca por un lapso de tiempo muy extenso. —Deberías ir con alguien— agregó.
A cada paso se podía ver, tras los envejecidos cristales de las ventanas, a los habitantes del distrito cinco dejándose las uñas en una insufrible espera que, aunque todos sabían cuál sería el desenlace, ansiaban conocer cuál sería el modo de ejecución del mismo. Sus labios se arrugaron con desagrado, permaneciendo inmóvil frente a una de las cristaleras el tiempo suficiente como para visualizar el momento en el que los condenaban a muerte, no había discusión en ello, pero daban la oportunidad de graduar el dolor que podrían infringirles. Una fuerte carcajada escapó de sus labios. Sus pies se giraron y comenzó a andar en busca del traslador más cercano. Podía ser un distrito de mala muerte en el que la mayor parte de sus habitantes eran traidores, squibs o sangres sucias, pero no dejaba de ser parte del país y, por tanto, tenía un medio de transporte rápido.
Caminar sin preocuparse de los ocasionales ladrones era una verdadera gozada, lo malo consistía en tener que escuchar las voces de ministro y jueces a cada paso que daba. En todos los lugares se estaba emitiendo el dichoso juicio en directo, queriendo dar un mensaje claro. Puso los ojos en blanco, cesando en su caminar y colocando las manos sobre sus caderas volviéndose en dirección al escaparate más cercano para permanecer allí durante el tiempo suficiente como para que, como no, un ladrón de poca monta tuviera las obvias intenciones de las que todos presumían por allí. La manos contraria se quedó lo suficientemente cerca de ella como para poder alcanzarla pero, en su lugar, cayó al suelo con un quejido. Alzó una ceja, con su mirar fijo en él y percatándose de que era alguien que tenía almacenado en alguna parte de su cerebro pero no alcanzaba a terminar de identificar. Hasta que vino. Como un click que acompañó con un chasquido de dedos. —Uno de los ladrones de camas— anunció con naturalidad, permaneciendo en pie sin ofrecerle su ayuda hasta que recordó la obsesión de Kenny con ellos y, en especial, su insistente petición. Paladeó con ironía, tomándolo de ambos antebrazos y levantándolo del suelo de un fuerte y firme tirón. Lo identificaba como uno de los críos pero no alcanzaba a adjudicarle un nombre. Se inclinó hacia un lado y luego hacia el otro, percatándose de que nadie lo acompañaba antes de regresar hasta él. —¿Tu nombre era…?— comenzó a preguntar, moviendo una mano para animarlo a que lo escupiera. Sí, era parte de la Red y sabía cosas, pero aquellos hippies no eran demasiado de su interés como para perder el tiempo en tratar de aprenderse nombres y rostros que, más que posiblemente, no tendría cerca por un lapso de tiempo muy extenso. —Deberías ir con alguien— agregó.
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Ladrones de camas, bah. Creo que he pasado toda mi vida viendo como diferentes personas iban y venían del catorce y jamás se me ocurrió el quejarme de ello, en vista de que se trataban de individuos necesitados. Supongo que no será la misma política para todo el mundo, porque no es la primera vez que me hago la idea de un calificativo despectivo por parte de la gente de la red, en especial de los más jóvenes. Tengo que decirlo, Mimi es la única que me agrada genuina y completamente, en especial después de esa noche que no podía dormir y nos quedamos hablando porque decidió que era buena idea enseñarme un poco de sus cachivaches tecnológicos. Obvio que entendí poco y nada, pero fue entretenido. Mi mera respuesta es un gruñido que culmina en un chasquidito de mi lengua y no alcanzo a apoyarme en las manos para incorporarme, que ella ya está haciendo el trabajo por mí — Ya, no es necesario, puedo solo… — murmuro con bochorno y me froto los brazos, quitándome algo de la mugre. Me pongo algo tenso cuando parece percatarse de que no tengo compañía, posiblemente porque no tengo idea de qué han dicho de mí en la red. ¿Habrán abierto la boca? ¿Saben que hace dos días que me andan buscando? — Kendrick — le recuerdo, aunque intento ubicar su nombre con los labios apretados y los ojos entornados. Al final, chasqueo el aire como si lo hubiera adivinado — Lyanna, ¿no es así?
Escondo las manos en los bolsillos y estoy seguro de que me veo como un crío al que han agarrado cometiendo una travesura bastante errónea — ¿Con quién? No volveré ahí después de todo lo que ha pasado — creo que ni hace falta que me ponga a explicar, partamos desde la base en la cual estuve preso lo que parece que fueron diez días — No necesito ir con nadie, la calle está vacía. Parece que la gente no soporta un poquitito de lluvia — tengo entendido que es más bien porque, de enfermarse, les será más difícil conseguir medicamentos, pero da igual — ¿Qué haces mirando eso? — pregunto y, esta vez, sí bajo la voz. Señalo con el mentón la televisión más cercana — Es un poco… deprimente — por no decir que horrible.
Escondo las manos en los bolsillos y estoy seguro de que me veo como un crío al que han agarrado cometiendo una travesura bastante errónea — ¿Con quién? No volveré ahí después de todo lo que ha pasado — creo que ni hace falta que me ponga a explicar, partamos desde la base en la cual estuve preso lo que parece que fueron diez días — No necesito ir con nadie, la calle está vacía. Parece que la gente no soporta un poquitito de lluvia — tengo entendido que es más bien porque, de enfermarse, les será más difícil conseguir medicamentos, pero da igual — ¿Qué haces mirando eso? — pregunto y, esta vez, sí bajo la voz. Señalo con el mentón la televisión más cercana — Es un poco… deprimente — por no decir que horrible.
Hizo caso omiso de sus palabras, levantándolo del suelo y alejando las manos de él en el mismo momento en el que ya estaba en pie. Ya eran varios días en los que la llovizna regaba el distrito cinco como para dejar que permaneciera sentado en el suelo sobre a saber qué cosas que habían sido arrastradas. Metió una mano en el bolsillo de su chaqueta, chasqueando los dedos con la otra antes de señalarlo con la mano en señal afirmativa. —Kendrick— repitió, redirigiendo el dedo en su dirección hasta acabar señalando su sien y darse un par de golpecitos. —Creo que lo tenía guardado en algún sitio—. No se había molestado en saber más de dos o tres nombres puesto que, para que todos ellos pudieran acomodarse, se había marchado al distrito tres durante su estancia y el trato con los mismos había consistido en breves saludos cuando se encontraban o tenían que comer juntos. —Ileana— corrigió —, aunque puedes llamarme Lea, la mayoría lo hace—. Mimi era una jodida experta en abreviar los nombres de los demás, y ella estaba acostumbrada al apodo puesto que habían sido amigas desde que ambas asistían al Royal.
Alzó ambas cejas. ¿Ahí? ¿Cómo si fuera un vulgar sitio? Los habían acogido si pedir ni una explicación ni condición. Chasqueó la lengua. Cruzó los brazos bajo el pecho, golpeteando con la punta del zapato el suelo. Solo tenía que sumar uno más uno. Después de lo ocurrido en las minas Jeff les contó que uno de los niños del catorce era, ni más ni menos, que hijo de Orion Black. Guau. Como apasionada del periodismo quería saber todos y cada uno de los detalles que, finalmente, se vieron truncados por una especie de ‘lealtad’ de Kenny hacia ellos. Y éste no quería volver al loft, por lo tanto… —Puede que a la gente de éste distrito les de igual esa cara tuya— comenzó a hablar, mirando hacia el cielo pero teniendo que cerrar los ojos por la lluvia —, pero no a otros. En realidad no me extrañaría que hubieran aumentado la seguridad y hubiera drones o cámaras tratando de ubicar cada rostro de los distritos del norte. Un buen lugar donde se puede esconder cualquier ratita— se rió pasando el dorso de la mano por sus ojos y regresando la mirada hasta él. —No deberías tratar con indiferencia el lugar ni a la gente que ha tratado de protegerte—.
Metió ambas manos dentro de los bolsillos de la chaqueta, volviendo la cabeza hacia una de las televisiones donde se podía ver a un hombre joven tratando de explicar su punto en relación a cómo debían morir. Su mandíbula se tensó ante la mera imagen en la pantalla. —No podemos hacer nada por ellos— masculló al cabo de unos segundos, sonando su voz más ahogada de lo que habría deseado. —Los están usando para tratar de asustarnos, quedar bien ante su gente y fingir que los protegen. Tratando de hacer ver que no están armando ese espectáculo para afianzar su poder, sino como una especie de venganza por sus caídos— torció los labios, recorriendo cada rostro que enfocaban y que era, aunque solo fuera vagamente, conocido por ella. Mordió su mejilla, regresando hacia él. —¿Descubrir quién eres hace que quieras dejarlo todo atrás?— preguntó sin pelos en la lengua.
Alzó ambas cejas. ¿Ahí? ¿Cómo si fuera un vulgar sitio? Los habían acogido si pedir ni una explicación ni condición. Chasqueó la lengua. Cruzó los brazos bajo el pecho, golpeteando con la punta del zapato el suelo. Solo tenía que sumar uno más uno. Después de lo ocurrido en las minas Jeff les contó que uno de los niños del catorce era, ni más ni menos, que hijo de Orion Black. Guau. Como apasionada del periodismo quería saber todos y cada uno de los detalles que, finalmente, se vieron truncados por una especie de ‘lealtad’ de Kenny hacia ellos. Y éste no quería volver al loft, por lo tanto… —Puede que a la gente de éste distrito les de igual esa cara tuya— comenzó a hablar, mirando hacia el cielo pero teniendo que cerrar los ojos por la lluvia —, pero no a otros. En realidad no me extrañaría que hubieran aumentado la seguridad y hubiera drones o cámaras tratando de ubicar cada rostro de los distritos del norte. Un buen lugar donde se puede esconder cualquier ratita— se rió pasando el dorso de la mano por sus ojos y regresando la mirada hasta él. —No deberías tratar con indiferencia el lugar ni a la gente que ha tratado de protegerte—.
Metió ambas manos dentro de los bolsillos de la chaqueta, volviendo la cabeza hacia una de las televisiones donde se podía ver a un hombre joven tratando de explicar su punto en relación a cómo debían morir. Su mandíbula se tensó ante la mera imagen en la pantalla. —No podemos hacer nada por ellos— masculló al cabo de unos segundos, sonando su voz más ahogada de lo que habría deseado. —Los están usando para tratar de asustarnos, quedar bien ante su gente y fingir que los protegen. Tratando de hacer ver que no están armando ese espectáculo para afianzar su poder, sino como una especie de venganza por sus caídos— torció los labios, recorriendo cada rostro que enfocaban y que era, aunque solo fuera vagamente, conocido por ella. Mordió su mejilla, regresando hacia él. —¿Descubrir quién eres hace que quieras dejarlo todo atrás?— preguntó sin pelos en la lengua.
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Bueno, es un nombre que suena parecido, no puede decir que estaba muy errado. Cualquier idea o pregunta sobre cómo se escribe para tener una idea de dónde me he equivocado, se va por el caño cuando ella se pone a enumerar un par de factores que me hacen la idea de que, como sospechaba, en el loft han estado hablando de lo que sucedió. Me hago un poco pequeño en mi lugar, tratando de sentir que yo no he tenido la culpa de nada a pesar de que siento que ha sido todo lo contrario — No es indiferencia... — salto de inmediato, no muy seguro de cómo calificarlo — Solo... no es mi lugar — empiezo a preguntarme si en verdad alguno lo es, para variar.
No, sé que no podemos hacer nada por ellos, pero eso no impide que me sienta culpable. La conversación del juicio, la misma que deriva en cómo van a matarlos, hace que frunza la nariz — He visto a muchos de ellos en persona. No son tan imponentes — en algunos casos eso es una vil mentira, pero en otros no tanto. Tampoco voy a decir que he soñado cosas horribles sobre algunas de esas personas, porque no planeo verme como un cobarde. Mi momento teatral de tratar a todos como una nimiedad se patina, ella me recuerda que estoy caminando sobre cáscaras rotas. Remuevo un poco las manos dentro de mis bolsillos y giro la cabeza en busca de alguien indeseable, pero por obviedad seguimos solos — Algo así. Quiero decir... — le he estado dando muchas vueltas al asunto y, aún así, es incomprensible cómo es que me cuesta tanto ponerlo en palabras — Sé lo que ellos, mi... familia...— extraño término — Le han hecho al resto. Y si me quedo, solo estaré poniéndolos en peligro. Además... ¿Por qué me quedaría, si no sé en quién puedo confiar a estas alturas? No sé cuándo me mienten y cuando no. Es complicado — una vez aprendí que "es complicado" sirve en muchos niveles y puedo dar fe de que es cierto. Suspiro largo y tendido — No tengo varita, ni compañeros, ni un plan firme y todo el gobierno va a buscarme. Pero hey... que yo no soy hoy quien está siendo ejecutado — murmuro de mala gana. Ferdia solo ayudó a aplazar lo inevitable.
No, sé que no podemos hacer nada por ellos, pero eso no impide que me sienta culpable. La conversación del juicio, la misma que deriva en cómo van a matarlos, hace que frunza la nariz — He visto a muchos de ellos en persona. No son tan imponentes — en algunos casos eso es una vil mentira, pero en otros no tanto. Tampoco voy a decir que he soñado cosas horribles sobre algunas de esas personas, porque no planeo verme como un cobarde. Mi momento teatral de tratar a todos como una nimiedad se patina, ella me recuerda que estoy caminando sobre cáscaras rotas. Remuevo un poco las manos dentro de mis bolsillos y giro la cabeza en busca de alguien indeseable, pero por obviedad seguimos solos — Algo así. Quiero decir... — le he estado dando muchas vueltas al asunto y, aún así, es incomprensible cómo es que me cuesta tanto ponerlo en palabras — Sé lo que ellos, mi... familia...— extraño término — Le han hecho al resto. Y si me quedo, solo estaré poniéndolos en peligro. Además... ¿Por qué me quedaría, si no sé en quién puedo confiar a estas alturas? No sé cuándo me mienten y cuando no. Es complicado — una vez aprendí que "es complicado" sirve en muchos niveles y puedo dar fe de que es cierto. Suspiro largo y tendido — No tengo varita, ni compañeros, ni un plan firme y todo el gobierno va a buscarme. Pero hey... que yo no soy hoy quien está siendo ejecutado — murmuro de mala gana. Ferdia solo ayudó a aplazar lo inevitable.
No soportaba el victimismo, ni siquiera en las ocasiones en las que la otra persona lo era realmente. Guardó ambas manos en los bolsillos de su chaqueta, observándolo detenidamente antes de volver su atención a la pantalla más cercana. Dudaba que la dejaran entrar cuando el juicio ya había dado inicio, por lo que no le merecía la pena correr hasta las puertas del Ministerio en busca de Mimi. Soltó un bufido, molesta con la situación que se les presentaba y, los más que comprensibles, ánimos que reinaban en el loft desde hacía un par de días. La frenética actividad había desaparecido pero, por desgracia, no solamente les había dejado aquello.
—En esos asientos parecen importantes y todo, ¿verdad?— comentó recorriéndolos con sus ojos por última vez, para luego entornarlos y encogerse ligeramente de hombros. Movió las manos dentro de los bolsillos, uniendo éstas en el centro de su cuerpo mientras lo escuchaba con atención. Si algo había aprendido era a escuchar a los demás, quizás no estaba del todo interesada en lo que dijeran, pero era algo que juzgaría después de escuchar el relato completo. —Al menos no eres hijo de la psicótica de su hermana— agregó arqueando ambas cejas. Ella misma se habría cortado de haberlo sido; su madre era una zorra egoísta, pero no rozaba ni la suela de los zapatos de aquella mujer. —Y que compartas su sangre no los convierte en tu familia, no seas idiota— rodó los ojos sacando las manos de sus bolsillos y dejando caer los brazos a ambos lados de su cuerpo. —La confianza es algo delicado y yo no soy quién para decirte en quien debes confiar. Pero, al menos, deberías haber pensado algo antes de pegar el portazo. Aunque, para tu suerte, eres el tipo de persona que siempre va a tener esa puerta abierta para cuando quiera regresar— esbozó una media sonrisa. Le estaban dando su tiempo pero, ¿Cuánto tiempo tardarían en tratar de dar con él? —Aunque... ¿por qué estás confiando en mí? Sabes que puedo paralizarte en un segundo y llevarte de nuevo al loft, ¿cierto? Si no quieres estar con nosotros por las buenas, al menos ellos no te tendrán— inclinó la cabeza hacia un lado, tomando la varita entre sus dedos y apuntándolo directamente, no importándole si alguien podía estar viéndolos. Volvió la varita hacia el escaparate, señalando a Ferdia que acababa de aparecer en pantalla. Dio un par de golpecitos en el cristal, no retirando la mirada de Kendrick. —No me importa lo que hizo tu gente, pero él te salvó la vida—. Tampoco tenía especial relación con Ferdia más allá de cordial, pero el hecho de ser importante para Mimi lo convertía en alguien con calibre para ella. —Por lo que seré amable contigo— ofreció con una media sonrisa; que, al menos, las vidas que se iban a cercenar aquel día no fueran en vano.
—En esos asientos parecen importantes y todo, ¿verdad?— comentó recorriéndolos con sus ojos por última vez, para luego entornarlos y encogerse ligeramente de hombros. Movió las manos dentro de los bolsillos, uniendo éstas en el centro de su cuerpo mientras lo escuchaba con atención. Si algo había aprendido era a escuchar a los demás, quizás no estaba del todo interesada en lo que dijeran, pero era algo que juzgaría después de escuchar el relato completo. —Al menos no eres hijo de la psicótica de su hermana— agregó arqueando ambas cejas. Ella misma se habría cortado de haberlo sido; su madre era una zorra egoísta, pero no rozaba ni la suela de los zapatos de aquella mujer. —Y que compartas su sangre no los convierte en tu familia, no seas idiota— rodó los ojos sacando las manos de sus bolsillos y dejando caer los brazos a ambos lados de su cuerpo. —La confianza es algo delicado y yo no soy quién para decirte en quien debes confiar. Pero, al menos, deberías haber pensado algo antes de pegar el portazo. Aunque, para tu suerte, eres el tipo de persona que siempre va a tener esa puerta abierta para cuando quiera regresar— esbozó una media sonrisa. Le estaban dando su tiempo pero, ¿Cuánto tiempo tardarían en tratar de dar con él? —Aunque... ¿por qué estás confiando en mí? Sabes que puedo paralizarte en un segundo y llevarte de nuevo al loft, ¿cierto? Si no quieres estar con nosotros por las buenas, al menos ellos no te tendrán— inclinó la cabeza hacia un lado, tomando la varita entre sus dedos y apuntándolo directamente, no importándole si alguien podía estar viéndolos. Volvió la varita hacia el escaparate, señalando a Ferdia que acababa de aparecer en pantalla. Dio un par de golpecitos en el cristal, no retirando la mirada de Kendrick. —No me importa lo que hizo tu gente, pero él te salvó la vida—. Tampoco tenía especial relación con Ferdia más allá de cordial, pero el hecho de ser importante para Mimi lo convertía en alguien con calibre para ella. —Por lo que seré amable contigo— ofreció con una media sonrisa; que, al menos, las vidas que se iban a cercenar aquel día no fueran en vano.
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La sonrisa que le dedico es apenas visible, demasiado forzada como para siquiera simular ser honesta. Sí, escuché sobre Stephanie Black, nada bueno para mi desgracia. Saber que compartimos sangre me hace sentir algo sucio, para qué mentir; no importa que ella me señale ese detalle como para quitarle importancia. Sé que mi familia de verdad son los del catorce, crecí con ellos, me criaron y comparto mucho más de lo que cualquier otro grupo de personas pueda llegar a clamar sobre mí. Pero eso no borra las verdades. Bufo un poco, ella no va a comprenderlo y no quiero ponerme el dramático tratando de señalarle el punto de su error o lo que no está entendiendo, no tiene sentido alguno — No quiero regresar — ahí se me va, el murmullo de un niño caprichoso y orgulloso que me avergüenza un poco. No por desagradecido, sino porque no puedo mirarlos a la cara ahora. Es la amenaza de Lyanna… Ileana, Lea, como sea, la que me hace mirarla con el ceño fruncido y luego paso la vista a su varita — ¿Lo harías? — la reto, levantando un poco el mentón y haciendo uso y abuso de los pocos centímetros que le llevo — Me gustaría verte intentarlo. Si tuviera mi varita… — me muerdo los labios, recordándome que no puedo siquiera divertirme con un estúpido duelo. Ya, da igual.
Pero es su artefacto mágico el que hace que mire una vez más el rostro de Ferdia en pantalla y la expresión se me afloja — ¿Era un buen tipo? — hablar en pasado me deja en claro que lo estoy condenando antes de que se lleve a cabo la sentencia — Lo lamento, de verdad. No quería que nada de esto pasara ni tampoco pretendía que nadie dé la vida por mí — ¿Por qué le hice caso? ¿Por qué corrí? Estoy a punto de agradecerle que, al menos, se tome la molestia de ser amable conmigo, pero es la voz del ministro Weynart la que interrumpe cualquier línea de pensamiento. No me gusta lo que está diciendo, ni un poco. Las manos se me salen de los bolsillos y doy unos pocos pasos hasta casi pegar la nariz al vidrio, porque sus palabras empiezan a congelarme poco a poco — ¿Acaba de…? — pregunto con un hilo de voz. ¿Escuché bien o estoy delirante? — ¿Soy yo o acaba de decir que nos ha declarado la guerra?
Apenas y veo como Ferdia y Raven son arrastrados hacia lo que parece ser una plaza, en parte porque no quiero verlo, en parte porque puedo ver como un cuadrado pequeño en la televisión comienza a anunciar a los llamados enemigos públicos del estado. Contengo el aire, no solo porque me reconozco muy arriba en la lista, sino también por los nombres que siguen. Las imágenes siguen corriendo incluso cuando encienden el fuego y doy un paso hacia atrás con espanto, tomándola de la muñeca con una libertad que no me merezco al no tener la confianza — ¿Puedes robar una varita del loft para mí? Mimi dijo una vez que con Kenny se habían hecho con varias. La necesito — con urgencia, como ella acaba de ver.
Pero es su artefacto mágico el que hace que mire una vez más el rostro de Ferdia en pantalla y la expresión se me afloja — ¿Era un buen tipo? — hablar en pasado me deja en claro que lo estoy condenando antes de que se lleve a cabo la sentencia — Lo lamento, de verdad. No quería que nada de esto pasara ni tampoco pretendía que nadie dé la vida por mí — ¿Por qué le hice caso? ¿Por qué corrí? Estoy a punto de agradecerle que, al menos, se tome la molestia de ser amable conmigo, pero es la voz del ministro Weynart la que interrumpe cualquier línea de pensamiento. No me gusta lo que está diciendo, ni un poco. Las manos se me salen de los bolsillos y doy unos pocos pasos hasta casi pegar la nariz al vidrio, porque sus palabras empiezan a congelarme poco a poco — ¿Acaba de…? — pregunto con un hilo de voz. ¿Escuché bien o estoy delirante? — ¿Soy yo o acaba de decir que nos ha declarado la guerra?
Apenas y veo como Ferdia y Raven son arrastrados hacia lo que parece ser una plaza, en parte porque no quiero verlo, en parte porque puedo ver como un cuadrado pequeño en la televisión comienza a anunciar a los llamados enemigos públicos del estado. Contengo el aire, no solo porque me reconozco muy arriba en la lista, sino también por los nombres que siguen. Las imágenes siguen corriendo incluso cuando encienden el fuego y doy un paso hacia atrás con espanto, tomándola de la muñeca con una libertad que no me merezco al no tener la confianza — ¿Puedes robar una varita del loft para mí? Mimi dijo una vez que con Kenny se habían hecho con varias. La necesito — con urgencia, como ella acaba de ver.
Una risa grave escapó de entre sus labios cuando su única defensa o excusa fue que no quería regresar. Allá él. No le importaba demasiado lo que hiciera, lo verdaderamente molesto era no poder decir nada de su existencia al resto del mundo. Seguramente aún había muchos leales al régimen Black capaces de jugarse ambos brazos con tal de regresar a uno de sus ‘reyes’ al trono. Era irónico como podían existir fanáticos descerebrados tanto de un lado como del otro pero, sin duda, Niniadis se llevaba la palma de oro. Habría prefería mil veces morir dentro de unos juegos que dedicarse toda su vida a limpiar la mierda de la casa de los demás. Y el hecho de que alguien con sangre mágica, como era ella, lo pensara lo hacía bastante irónico. —Pero no la tienes— puntualizó con la varita apuntando hacia él antes de cambiar su objetivo con lentitud. —Además no impones nada, solo pareces un cachorrillo abandonado en mitad de un chaparrón— se rió, dando dos golpecitos con la punta de la varita contra el cristal del escaparate. Miró por el rabillo del ojo lo que estaba sucediendo antes de hablar, dejando que sus ojos permanecieran allí unos segundos más. —No solo él la dio— le corrigió dejando ir todo el aire que quedaba en sus pulmones. Todos los que asistieron al intercambio estaban acabados.
—¿Qué…?— pronunció girándose por completo en dirección al escaparate, olvidándose de respirar durante el tiempo que duró el discurso del Ministro de Justicia. Tendrían que haberle cortado la lengua cuando tuvieron oportunidad así, al menos, no habría sido capaz de escupir aquella panda de sandeces, o quizás mejor haberle rajado el cuello. La tierra tembló bajo sus pies cuando terminó, alzando una mano en dirección a Kendrick para que se callara. Necesitaba ver los rostros que había dicho que aparecerían en pantalla. La saliva bajó a duras penas por su garganta, pasó la lengua por sus labios lentamente en busca de humedecerlos.
No podía apartar la mirada, sentía como si nada más existiera a su alrededor, y sus ojos fueran atraído en aquella dirección. En cuanto las imágenes comenzaron a sucederse, definitivamente, su alma dejó su cuerpo. La mayor parte de la Red estaba allí. Ya no eran solo repudiados, ahora eran enemigos públicos fuertemente buscados. Lo que la consiguió sacar de su estado de shock fue el repentino agarre contrario. Volvió el rostro hacia él, confusa y un tanto descompuesta. Tiró de su brazo para deshacerse del agarre, girando el rostro en ambas direcciones en busca de cerciorarse de que nadie se encontraba cerca de ellos. —¿Robar una varita para ti? ¿Estás loco? Acaban de televisar tu fotografía, no podrías sobrevivir sólo por Neopanem ni aunque tuvieras una maldita varita— contestó. —Tienes que volver al loft— casi sonó más como una orden que como una proposición. Aunque… ¿no era aquello también una locura? De aquel modo si localizaban a uno los encontraban a todos. —Tú…— pronunció como si pudiera culparlo de todos los males cuando, en realidad, sabía que no lo era.
—¿Qué…?— pronunció girándose por completo en dirección al escaparate, olvidándose de respirar durante el tiempo que duró el discurso del Ministro de Justicia. Tendrían que haberle cortado la lengua cuando tuvieron oportunidad así, al menos, no habría sido capaz de escupir aquella panda de sandeces, o quizás mejor haberle rajado el cuello. La tierra tembló bajo sus pies cuando terminó, alzando una mano en dirección a Kendrick para que se callara. Necesitaba ver los rostros que había dicho que aparecerían en pantalla. La saliva bajó a duras penas por su garganta, pasó la lengua por sus labios lentamente en busca de humedecerlos.
No podía apartar la mirada, sentía como si nada más existiera a su alrededor, y sus ojos fueran atraído en aquella dirección. En cuanto las imágenes comenzaron a sucederse, definitivamente, su alma dejó su cuerpo. La mayor parte de la Red estaba allí. Ya no eran solo repudiados, ahora eran enemigos públicos fuertemente buscados. Lo que la consiguió sacar de su estado de shock fue el repentino agarre contrario. Volvió el rostro hacia él, confusa y un tanto descompuesta. Tiró de su brazo para deshacerse del agarre, girando el rostro en ambas direcciones en busca de cerciorarse de que nadie se encontraba cerca de ellos. —¿Robar una varita para ti? ¿Estás loco? Acaban de televisar tu fotografía, no podrías sobrevivir sólo por Neopanem ni aunque tuvieras una maldita varita— contestó. —Tienes que volver al loft— casi sonó más como una orden que como una proposición. Aunque… ¿no era aquello también una locura? De aquel modo si localizaban a uno los encontraban a todos. —Tú…— pronunció como si pudiera culparlo de todos los males cuando, en realidad, sabía que no lo era.
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Me encantaría discutirle sobre la idea que tiene sobre mí, porque sé que no soy intimidante, pero también he aprendido a no juzgar a nadie por la portada. Pero tengo asuntos más urgentes que atender que defender mi honor, como el darme cuenta de que estoy completamente jodido. La manera que tiene de callarme me desespera, tengo la urgencia de darle un manotazo para que baje la mano y me remuevo en mi sitio con la inquietud, como si el no quedarme quieto me ayudase a hacer que el cerebro funcione más rápido. Sé que esto no tiene solución, al menos no una inmediata. Me recuerda a esa vez en la cual vi a una ardilla tratando de sostenerse de un tronco para que el río no la arrastre. Obviamente, nosotros somos el animal raquítico luchando contra la corriente.
Intento convencerme de que su accionar es lógico dentro de lo que cabe, pero no coincide con lo que yo tengo en mente y me encuentro meneando la cabeza con algo de énfasis, abriendo mis ojos de manera tal que reflejan mi grado de desesperación — ¿Volver al loft? ¿Quieres amontonarnos a todos en un mismo sitio? ¡Esa es una pésima idea y tú viste por qué! — ¿Enemigo público número dos? ¿De verdad? No me sorprende que no estén dando mi apellido real, lo que significa que buscarán matarme antes de que pueda hacer algo con esa información. Los de la red lo saben, están tan condenados como yo y tenernos a todos en un mismo sitio solo empeorará las cosas. Es el tono de su voz lo que me pone a la defensiva, doy un paso hacia ella como si pudiera servir de algo, retarla a que acabe lo que estaba a punto de decir — ¿Yo qué? — espeto, bajando el volumen de mis palabras — Estoy tratando de hacer lo correcto con lo poco que tengo, ¿de acuerdo? No planeo quedarme aquí y complicar aún más las cosas. Además… — intento serenarme, pero todo esto de respirar más calmado no me ayuda en lo absoluto. Maldita Beverly y sus métodos que no funcionan — Sé que no haré nada con una varita, pero no puedo estar sin una. Solo… — No quiero ser un mocoso asustado, pero sé que eso es exactamente lo que soy. No soy un peligro por mí mismo, el ministerio lo sabe y, aunque quisiera hacerme a un lado, no podría. Mis amigos están metidos en esto y puede que muchos de ellos me han mentido, pero no está en mí el darles la espalda.
Intento pensar, me froto la frente con una mano como si eso fuese de ayuda y arrancase el motor de mis neuronas. No puedo volver al loft, no puedo vagar por las calles y, si deseo buscar a Stephanie Black, tengo que encontrar el modo de moverme sin perder la cabeza en el proceso — ¿Sabes de algún sitio donde pueda quedarme? — acabo preguntando. Ver como el fuego de la pantalla cobra intensidad hace que me gire con algo de violencia, tratando de no vomitar — Dónde nadie me encuentre, ni siquiera la red.
Intento convencerme de que su accionar es lógico dentro de lo que cabe, pero no coincide con lo que yo tengo en mente y me encuentro meneando la cabeza con algo de énfasis, abriendo mis ojos de manera tal que reflejan mi grado de desesperación — ¿Volver al loft? ¿Quieres amontonarnos a todos en un mismo sitio? ¡Esa es una pésima idea y tú viste por qué! — ¿Enemigo público número dos? ¿De verdad? No me sorprende que no estén dando mi apellido real, lo que significa que buscarán matarme antes de que pueda hacer algo con esa información. Los de la red lo saben, están tan condenados como yo y tenernos a todos en un mismo sitio solo empeorará las cosas. Es el tono de su voz lo que me pone a la defensiva, doy un paso hacia ella como si pudiera servir de algo, retarla a que acabe lo que estaba a punto de decir — ¿Yo qué? — espeto, bajando el volumen de mis palabras — Estoy tratando de hacer lo correcto con lo poco que tengo, ¿de acuerdo? No planeo quedarme aquí y complicar aún más las cosas. Además… — intento serenarme, pero todo esto de respirar más calmado no me ayuda en lo absoluto. Maldita Beverly y sus métodos que no funcionan — Sé que no haré nada con una varita, pero no puedo estar sin una. Solo… — No quiero ser un mocoso asustado, pero sé que eso es exactamente lo que soy. No soy un peligro por mí mismo, el ministerio lo sabe y, aunque quisiera hacerme a un lado, no podría. Mis amigos están metidos en esto y puede que muchos de ellos me han mentido, pero no está en mí el darles la espalda.
Intento pensar, me froto la frente con una mano como si eso fuese de ayuda y arrancase el motor de mis neuronas. No puedo volver al loft, no puedo vagar por las calles y, si deseo buscar a Stephanie Black, tengo que encontrar el modo de moverme sin perder la cabeza en el proceso — ¿Sabes de algún sitio donde pueda quedarme? — acabo preguntando. Ver como el fuego de la pantalla cobra intensidad hace que me gire con algo de violencia, tratando de no vomitar — Dónde nadie me encuentre, ni siquiera la red.
No era algo que hubiera alcanzado a escuchar, ni siquiera un susurro que se rumoreara por los pasillos y corriera de boca en boca. Era un fantasma. Uno que acababa de aparecerse frente a todo Neopanem y amenazaba con romper la fina e inestable paz que hubiera podido existir entre ambos lados. Ya no podían estarse simplemente quietos, a la espera de que algo sucediera. Tendrían que actuar rápido e, incluso, ella tendría serios problemas para moverse con tranquilidad de un lado para otro. Solo habían despertado el miedo de las personas que avisarían de cualquier movimiento o cosa extraña que sucediera a su alrededor. Apretó los dientes con la mirada aún fija en las imágenes que se mostraba en pantalla, no viendo nada pero tampoco siendo capaz de enfocar su mirar en otro sitio que no fuera ello.
Cuando su atención acabó volviendo hasta él, no pudo evitar que su mandíbula se tensara. Eso también lo había pensado ella, pero después de hablar. Lo fulminó con la mirada, interponiendo ambas manos entre los dos y empujándolo hacia atrás cuando se acercó demasiado a ella. Ni siquiera sabía por qué Kenny le tenía tanto aprecio. Las cosas quizás se habrían atrasado o habrían salido corriendo después de hacer explotar el Ministerio pero, en su lugar, permanecieron allí para tratar de ‘ayudarles’ a encontrar a alguien. Y ahora Ferdia y Raven estaban ardiendo en mitad de una plaza del Capitolio mientras los más descarados permanecían allí parados observando como todo ello ocurría. Tomó una amplia bocanada de aire, queriendo relajar sus expresiones faciales, alejar el enfado y la rabia ya que, buena parte de ésta, provenía de lo que estaba ocurriendo en otra parte del país. —Si existía una mínima posibilidad de que te escondieras de las autoridades ahora también tendrás que sumar a el hecho de tener que rehuir de las personas de a pie, ¿crees que eso tiene sentido? Te has tirado toda tu vida dependiendo de otros—. Inicialmente no pretendía ser hiriente, solo dejar clara cuál era la situación a la que se enfrentaba, pero sabía bien que sus palabras podían causar más de un impacto dependiendo de la persona a la que se dirigieran.
Hasta una varita le resultaba inútil. Así de fatalista era. La familia de su madre, su familia, había padecido lo indecible. Probablemente su madre la colgaría boca abajo de los pulgares de los pies si viera que estaba ante un Black. Se rió. La situación era extraña se mirare por donde se mirare. —Yo soy parte de la red— dijo en un tono más bajo del que había estado usando durante el resto de la conversación. Su cerebro estaba a punto de explotar, y el sonido del crepitar de las llamas, acompañados con gritos, no la beneficiaba en su intento de cavilaciones. —Tengo un piso en el distrito tres— dijo de golpe. Frunciendo el ceño en cuanto lo hizo. Ella no podía esconder a nadie de la Red, ella formaba parte de ellos y no los iba a traicionar… aunque podía tenerlo controlado, asegurarse, al menos, de que nadie lo capturaba y así, en cierto modo, proteger al resto. Era una buena idea y, a la vez, una de las peores que había tenido en sus dieciocho años de vida. —Te traeré una varita del loft, pero no ahora mismo. No puedo llegar allí y llevarme una cuando es posible que todos estén viendo… una actualizada quema de brujas— concedió lentamente, tomándose unos segundos para recorrerlo lentamente con la mirada.
Cuando su atención acabó volviendo hasta él, no pudo evitar que su mandíbula se tensara. Eso también lo había pensado ella, pero después de hablar. Lo fulminó con la mirada, interponiendo ambas manos entre los dos y empujándolo hacia atrás cuando se acercó demasiado a ella. Ni siquiera sabía por qué Kenny le tenía tanto aprecio. Las cosas quizás se habrían atrasado o habrían salido corriendo después de hacer explotar el Ministerio pero, en su lugar, permanecieron allí para tratar de ‘ayudarles’ a encontrar a alguien. Y ahora Ferdia y Raven estaban ardiendo en mitad de una plaza del Capitolio mientras los más descarados permanecían allí parados observando como todo ello ocurría. Tomó una amplia bocanada de aire, queriendo relajar sus expresiones faciales, alejar el enfado y la rabia ya que, buena parte de ésta, provenía de lo que estaba ocurriendo en otra parte del país. —Si existía una mínima posibilidad de que te escondieras de las autoridades ahora también tendrás que sumar a el hecho de tener que rehuir de las personas de a pie, ¿crees que eso tiene sentido? Te has tirado toda tu vida dependiendo de otros—. Inicialmente no pretendía ser hiriente, solo dejar clara cuál era la situación a la que se enfrentaba, pero sabía bien que sus palabras podían causar más de un impacto dependiendo de la persona a la que se dirigieran.
Hasta una varita le resultaba inútil. Así de fatalista era. La familia de su madre, su familia, había padecido lo indecible. Probablemente su madre la colgaría boca abajo de los pulgares de los pies si viera que estaba ante un Black. Se rió. La situación era extraña se mirare por donde se mirare. —Yo soy parte de la red— dijo en un tono más bajo del que había estado usando durante el resto de la conversación. Su cerebro estaba a punto de explotar, y el sonido del crepitar de las llamas, acompañados con gritos, no la beneficiaba en su intento de cavilaciones. —Tengo un piso en el distrito tres— dijo de golpe. Frunciendo el ceño en cuanto lo hizo. Ella no podía esconder a nadie de la Red, ella formaba parte de ellos y no los iba a traicionar… aunque podía tenerlo controlado, asegurarse, al menos, de que nadie lo capturaba y así, en cierto modo, proteger al resto. Era una buena idea y, a la vez, una de las peores que había tenido en sus dieciocho años de vida. —Te traeré una varita del loft, pero no ahora mismo. No puedo llegar allí y llevarme una cuando es posible que todos estén viendo… una actualizada quema de brujas— concedió lentamente, tomándose unos segundos para recorrerlo lentamente con la mirada.
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Hay algo en sus palabras que me hace dejar caer los hombros y sentir que estoy corriendo en círculos. No pretendo demostrar que me afecte, pero también me doy cuenta de que no puedo decir nada porque tiene razón. Los demás me han protegido, me cuidaron incluso en los aspectos que yo mismo ignoraba y el mundo es un sitio mucho más oscuro y turbio de lo que imaginé cuando mi único deseo era explorarlo. ¿Y a quién quiero engañar? Soy un mocoso, apenas y cumpliré dieciséis en unas semanas y tengo suerte de haber aprendido a usar un hechizo o dos. No podré hacer esto solo, ni siquiera estoy seguro de lograrlo acompañado. Voy a morir, más temprano que tarde, pero queda en mí que tanto puedo estirar ese destino que estaba sellado y que yo ignoraba. El tema es que yo me niego a dejarlo tan fácil para los demás. Si he llegado hasta aquí, no es momento de retroceder. Puedo ser muchas cosas, pero me gusta creer que no soy un cobarde… ¿No?
Ruedo un poco los ojos ante la obviedad de que ella es de la red, porque creo que pudo entender lo que quise decirle. Nada de eso importa, no cuando me dice que hay una opción, en el lejano distrito tres. Soy incapaz de ocultar la emoción y el espanto que aquello me provoca, porque jamás he estado en esa ciudad y suena a la clase de aventura que el viejo Kendrick hubiese tomado sin chistar. Ahora, sé que es un riesgo que me posiciona lejos de todo lo que ya conozco y, de momento, es la mejor opción que me queda — ¿Nadie lo sabrá? — en parte busco chequear que estaremos solos, por otro lado también quiero asegurarme de que tenemos un trato — Encontraré algo que hacer con toda esta situación, lo prometo — sea encontrar a mi tía, un aliado o el modo de desaparecer del mapa. O, quizá, ayudar en toda esta porquería que se ha estado creando a nuestro alrededor.
No me atrevo a mirar la pantalla que indica que el juicio ha terminado y la sentencia seguirá transmitiendose hasta que los culpables se conviertan en cenizas o mueran del dolor. Lo único que registro es que, a lo lejos, un grupo de personas doblan la esquina y estoy seguro de que no son más que uno de los tantos grupos de seguridad que chequean continuamente las calles del norte. Esto me lleva a elevar la mano hacia ella — ¿Trato hecho? — muevo mis dedos, esperando que los tome — De verdad, espero que sepas desaparecerte. Ahora — porque es obvio que no tenemos mucho tiempo y ya he descubierto que debemos atesorarlo. ¿Qué sucederá del otro lado de la aparición? No tengo la menor idea, pero debe ser mejor de lo que dejo atrás.
Ruedo un poco los ojos ante la obviedad de que ella es de la red, porque creo que pudo entender lo que quise decirle. Nada de eso importa, no cuando me dice que hay una opción, en el lejano distrito tres. Soy incapaz de ocultar la emoción y el espanto que aquello me provoca, porque jamás he estado en esa ciudad y suena a la clase de aventura que el viejo Kendrick hubiese tomado sin chistar. Ahora, sé que es un riesgo que me posiciona lejos de todo lo que ya conozco y, de momento, es la mejor opción que me queda — ¿Nadie lo sabrá? — en parte busco chequear que estaremos solos, por otro lado también quiero asegurarme de que tenemos un trato — Encontraré algo que hacer con toda esta situación, lo prometo — sea encontrar a mi tía, un aliado o el modo de desaparecer del mapa. O, quizá, ayudar en toda esta porquería que se ha estado creando a nuestro alrededor.
No me atrevo a mirar la pantalla que indica que el juicio ha terminado y la sentencia seguirá transmitiendose hasta que los culpables se conviertan en cenizas o mueran del dolor. Lo único que registro es que, a lo lejos, un grupo de personas doblan la esquina y estoy seguro de que no son más que uno de los tantos grupos de seguridad que chequean continuamente las calles del norte. Esto me lleva a elevar la mano hacia ella — ¿Trato hecho? — muevo mis dedos, esperando que los tome — De verdad, espero que sepas desaparecerte. Ahora — porque es obvio que no tenemos mucho tiempo y ya he descubierto que debemos atesorarlo. ¿Qué sucederá del otro lado de la aparición? No tengo la menor idea, pero debe ser mejor de lo que dejo atrás.
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