Cierro los ojos con fuerza, tratando de tomar algo de aire y mantenerme sereno. Porque esto es lo que temía hace tiempo, la idea de una guerra no estaba en mis planes y saber que no tenemos otra opción es algo que me revuelve el estómago. Es su culpa, al fin de cuentas. Ellos se lo buscaron y se lo merecen. Me obligo a abrir los párpados una vez más y suspiro con los labios apretados, justo a tiempo para ver como los prisioneros son arrastrados fuera del tribunal, en camino a la plaza. Fue mi orden, pero no planeo verlo. No tengo tiempo para ello ni hígado que pueda soportarlo en un momento como este — Espero que sepas lo que haces — murmuro, girándome hacia Riorden e inclinándome lo suficiente como para que solo él pueda escucharme — Recuerda que las cucarachas son una plaga muy difícil de matar — tiene mi apoyo, lo sabe. No solo porque confío en su trabajo y en su criterio, sino porque Annie también me importaba, a pesar de no ser de mi familia. El problema es que yo también tengo personas a las cuales quiero cuidar.

Antes de que la prensa o algún miembro del tribunal me busque, me doy vuelta y bajo del estrado. Oigo a los periodistas comenzando a buscar algunas respuestas, pero Josephine cierra la puerta detrás de mí en cuanto paso a los pasillos traseros, masajeándome las sienes. Esto es un desastre.

Es un juicio público por lo que el lugar está concurrido y me cuesta encontrar un sitio decente. Podría quejarme por tener que aguantar de pie con los zapatos que llevo puestos pero no dura demasiado, es un trámite pues solo hay que decidir el cómo no el si se va a hacer o por qué. Miro mi reloj tres veces y en lo que eso lleva todo está resuelto. Los prisioneros serán quemados en la hoguera por su crímenes y ni bien ésto es dicho en voz alta me abro paso hacia el exterior para ser testigo de tremendo acto.

Sin embargo eso no es todo pues el ministro de defensa se ha proclamado ministro de guerra, eso es lo que viene en el futuro y espero poder ayudar de alguna forma. No soy un soldado pero la historia sabe que los científicos somos necesarios, muchas veces la clave y tengo varias mascotas microscópicas que podrían debilitar al enemigo sino matarlo de una... Claro que hay que acomodar detalles pues lamentablemente no logro conseguir que solo ataquen células de muggles... ¿Por qué estoy pensando eso ahora? Ya habrá tiempo después, ahora debo ver una ejecución.

Esta vez sí consigo un lugar en primera fila. Me cruzo de brazos y permanezco inamovible hasta que las piernas de los rebeldes se doblan en señal de que han perdido la conciencia y dentro de poco la vida. Arrugo la nariz cuando el aroma a carne quemada llega hasta mí pero aun así no me muevo de mi lugar, ésto es histórico y planeo verlo hasta el último segundo.

Como en una visión, me encuentro rodeado de sombras que hablan en murmullos, este escenario no puede ser real y la chica que está en el centro del veredicto, no puede ser la que conozco. La que yo conocía está en algún lugar del distrito doce, sacudiéndose la ropa por haberse metido en algún lugar donde el diablo perdió su capa, para conseguir esa capa por supuesto, tiene un par de insultos en los labios y cuando me vea aparecer en su casa a darle un abrazo por tener una pesadilla con este momento, me regalará un par de esos bien merecidos. Dirá lo imbécil que puedo llegar a ser, ella lo sabe mejor que nadie. El ministro Powell alza la sesión tras dar la sentencia, la declaración de guerra del ministro Weynart no llega entera a mis oídos, dice algo de traidores y actos sospechosos, sobre la seguridad de los ciudadanos, los aurores están sacando a Raven y a Ferdia para llevarlos a la plaza.

Mis piernas no me responden para ponerme de pie cuando las bancas del tribunal se van vaciando de los espectadores al juicio, froto mis manos contra mis rodillas como si quisiera hacerlas reaccionar, están heladas de la impresión y estoy temblando en mi asiento. Tengo que colocar la cabeza entre las rodillas para sobreponerme a la sensación de que me falta aire, tomo bocanadas a través de mis labios y con mi mejor amigo sentado de un lado, mi tío Dorian sentado del otro, puedo escuchar que este último me dice que es hora de irnos.

Esa indicación logra que pueda pararme como si fuera a acompañarlos fuera del tribunal, y cuando estamos cerca de la puerta del ministerio que tiene a la plaza a unos pocos pasos, me largo a correr entre la gente que se amontona para ver el espectáculo, mis codos golpean a un par y me hago un espacio para estar lo más cerca que pueda, empujón de por medio a un mago que desea a viva voz el mismo final de infierno para todos los traidores. Al mirar el rostro de Ferdia, recuerdo nuestra última charla, me sacude que su muerte sea por la fuerza de su convicción, que al elevarse las llamas no creo que muera, lo que espero es ver aparecer alrededor de la plaza todas aquellas personas que podría invocar con su fe. Así esto se detendría.  

Pero está sucediendo, el grito de Raven me atraviesa. No puedo apartar mis ojos de ellas, cuando el fuego arrasa por su cuerpo, porque si los mantengo sobre ella, en algún maldito segundo esto parará. Las llamas se extinguirán como si no fueran más que un engaño a la vista, soporto hasta el último minuto la pesadilla porque creo estúpidamente que despertaré. Limpio de un manotazo las lágrimas que quieren cubrir mis ojos, el pecho me duele tanto que tengo que tragar cada nudo doloroso de mi garganta, al contenerme me estoy rompiendo por dentro para que no se vea por fuera. La gente que me rodea sirve de apoyo para que pueda estar de pie hasta que no hago otra cosa que ver como todo se reduce a cenizas que se llevará el viento. Es más real que nunca, más de lo que nunca fue una predicción. Es posible ver extinguirse lo mueve nuestros actos, quedar reducido a ser una persona sin fe, sin amor. Porque ha sucedido, y por mí, todos pueden joderse en su maldita guerra. Me alejo de la plaza dando la espalda a las hogueras, empujo a mi tío cuando hace el amago de abrazarme y a pesar de mi resistencia, logra rodearme para que pueda desahogarme sobre su hombro, ocultando mi cara manchada por el llanto, gracias a él es que estoy fuera de este lugar y pasará demasiado tiempo hasta que vuelva.

De ser por mí claramente no estaría aquí, más cuando veo la decisión que toma el Wizengamot... Por dios ¿Yo trabajo para esa gente? De verdad lamento que Davies no leve las de ganar pues parece el único humano sentado de ese lado ¿Quemarlos vivos? ¿En qué siglo estamos? Pero me contengo de hacer cualquier expresión, en primer lugar porque no quiero perder mi empleo, quizás algún día pueda luchar contra esas injusticias cuando tenga algo de poder, y segundo porque debo mantenerme fuerte por mi amigo, después de todo es a la chica que quiere a la que están condenando.

Camino hacia el exterior como si fuera a mí a quien van a quemar y no sé exactamente qué decir así que solo apoyo mi mano en el hombro de Dave y espero que eso sea suficiente apoyo mientras las llamas consumen el cuerpo de la chica y el de Ferdia Wallace. Me aterra pensar que de haber sido cualquier otro día el cuerpo de mi padre podría estar en su lugar, o el de Kenny o el de Lea, incluso el de Moira. Es a lo que se arriesgan por pelear contra el gobierno y me apena no poder ser tan valiente como ellos.

El castigo llega a su fin y miro a Dorian por sobre la coronilla de Dave quien me devuelve la misma mirada que yo le estoy entregando. Esto es horrible, somos hombres de leyes y no podemos hacer absolutamente nada pues aquí la justicia no lleva la batuta, sino el poder, un poder arcaico como lo es la sangre y la fuerza. Pues como hombre adoptado que no puede conjurar un solo hechizo sin que exploten las cosas puedo decir que se jodan la sangre y la fuerza.

Dave quiere retirarse y por suerte Dorian tiene la suficiente fuerza como para detenerlo. No interrumpo su abrazo, solo vuelvo a poner mi mano en su espalda para que sepa que estoy allí. Contengo las lágrimas pues sé que no tengo derecho a largarlas, el dolor es suyo pero a mí también me duele verlo así. No digo nada, no hay palabras para esto.

Se que no debía estar aquí. Escabullirme no había sido sencillo, y me estaba arriesgando, estaba arriesgando a los de la red, pero… ¿quién iba a fijarse en una pobre niñata bien arreglada que se sienta al fondo del tribunal? La prensa se encuentra delante, y los guardias ya revisaron mi identificación. Synnove Lackberg, una estudiante de leyes que, al menos por unas horas se vería igual que yo en sus registros. Una estudiante que tenía una razón más que válida para estar ahí. ¿Quién no querría ver a los cómplices de los secuestradores de su padre? ¿Quién no querría presenciar el juicio más importante del año estando en la especialidad de leyes?

Pues mi razón para estar allí era totalmente diferente, y totalmente estúpida.

Soportar el juicio había sido una de las cosas más difíciles que había tenido que hacer en toda mi vida. Mis dedos dolían de la cantidad de veces que los había tronado, y probablemente debería volver a cortarme el pelo ya que lo había estado masticando durante toda la hora. Pero había guardado silencio, me había quedado lo suficientemente quieta como para que el temblor de mis piernas no alertara a todo el tribunal, y había contenido mis lágrimas.

No había llorado con el veredicto, y había contenido las tremendas ganas que tenía de putear a Riorden Weynart y su declaración de guerra. Pero ya en la plaza, a la que había llegado más por inercia que por voluntad, no puedo contener las lágrimas y dejo que la multitud me refugie pese a que no emito sonido. Y es horrible, porque quiero gritarle a Ferdia que me encuentro allí, que no está solo en estos momentos; pero es inútil y la realidad es que sí se encuentra sólo. Raven no es precisamente de los nuestros, y nadie más se encuentra compartiendo su castigo. Así que callo, callo y lloro mientras observo como una persona a la que he llegado a querer y respetar como pocos, arde en un espectáculo que busca saciar a las masas y advertir a las minorías. ¿La verdad? La advertencia estaba hecha, pero yo prefería la de Raven. Porque si ellos querían guerra, guerra iban a tener. De una forma u otra, aunque mis mismas cenizas terminasen en esa hoguera.