The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Magnar A. Aminoff
Presidente
Las puertas del ascensor que me llevan al subsuelo se abren justo cuando estoy bostezando. Apenas oigo mis pasos mientras avanzo con decisión por el largo pasillo, iluminado solamente por aquellas luces que titilan al encontrarse en un pésimo estado, pero es más de lo que cualquier persona del distrito doce podría pedir. Estamos hablando de mi edificio, aparentemente destruido, donde las idas y venidas de mis negocios tienen lugar a todas horas. Si alguien desea secretos, favores o mentiras, solo debe llamar a la puerta. Creo que ninguno de ustedes se puede imaginar la sorpresa que me he llevado esta mañana cuando una persona que creía secuestrada ha aparecido pidiendo una junta urgente, aparentemente en buen estado de salud. Si Riorden Weynart ha decidido contactar conmigo inmediatamente después de haber sido liberado por sus captores, debe estar sucediendo algo jugoso.

Abro la puerta de mi despacho, una habitación amplia que cuenta nomas con un escritorio, un televisor y una planta, no es como si necesitase más que eso como para que la gente me preste atención sin distraerse con detalles banales. Mis ojos se posan de inmediato en la figura del ministro de defensa, ya sentado sobre la silla del invitado y, tal como siempre exigen mis demandas, a solas — ¿Solo tú y yo esta vez? Ya hasta iba a decir que tú y Powell estaban teniendo una relación clandestina — generalmente, mis negocios solían sellarse con el ministro de justicia, aquel que pedía la ayuda de su colega y eso provocaba que tenerlos a ambos en este lugar, sin guardaespaldas fastidiando, fuese una imagen común y corriente. Alzo un hombro para quitarle una importancia que no siento al tema y cierro la puerta detrás de mí, camino hasta mi asiento y me dejo caer con la pereza correspondiente a la fecha, tronándome los dedos — Pensé que si te veía de nuevo sería en tu funeral, si tenían la decencia de invitarme. No te ves mal. ¿Es verdad que Benedict Franco te venció en una pelea, con solo un hacha? — obvio que es verdad, salió en televisión y lo delato con una sonrisita burlona. Hago un chasquidito con mi lengua y me recargo, apoyando los pies cruzados sobre el escritorio — Un poco humillante, si me lo preguntas. Pudo manejarte como si fueras una muñeca de trapo.

Ya me divertí demasiado a su costa, tal vez deberíamos ir a lo importante. Ladeo la cabeza cual padre preocupado y lo analizo con la mirada, permitiéndome el no ser disimulado — ¿Qué haces aquí, Weynart? Hasta dónde sabía, estabas secuestrado y esta mañana he amanecido con el anuncio de tu liberación y visita. ¿Qué es tan importante que viniste a verme tan pronto?
Magnar A. Aminoff
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Riorden M. Weynart
Perdí el conocimiento al poco rato de jurarle a aquella chica que la mataría, y tengo imágenes borrosas sobre cómo uno de los nuevos aurores me sacó de allí con ayuda de dos trabajadores del Wizengamot. Para cuando recuperé como es debido el conocimiento, estaba en una habitación del hospital. Por suerte no tardaron en curarme demasiado los cortes y magulladuras porque lo último que necesito, tras haber estado desaparecido dos semanas según me han dicho, es perder más tiempo cuando hay muchas cosas que arreglar. Ni siquiera tengo tiempo de llorar la muerte de mi hermana pequeña ni de informar a Elle de lo que ha pasado. Le he dicho a Zoey que por favor sea ella quien lo haga, antes de que mi hermana mayor se entere por otros medios. Y a Ethan, porque con él no es solo que no tenga tiempo, sino que ni siquiera soy capaz de hacerlo. Sé que admiraba a Annie, que era su ejemplo a seguir en términos laborales. No sé cómo decirle que, de nuevo, ha perdido a otro miembro de su familia.

En cuanto pudo mantenerme en pie, lo primero que hago es utilizar un traslador para volver al distrito 12. Esta vez la razón es por algo completamente diferente, y una vez estoy allí, para llegar más rápido me aparezco directamente en la calle de al lado de mi destino. El edificio de Magnar no queda muy lejos, así que en dos minutos ya estoy dentro, y poco después, sentado en la silla, a la espera de su llegada. No es la primera vez que vengo, pero sí es la primera vez que lo hago sin Hans. Al principio la idea de pedir ayuda a gente del norte no era de mi agrado, pero lo cierto es que su ayuda no es ha ido bastante bien durante estos últimos meses. Y es precisamente por eso que lo primero que he hecho ha sido venir aquí, porque tengo una propuesta para él, aunque una completamente diferente de las anteriores y, quizá, incluso más importante.

Hago caso omiso a sus comentarios sobre Powell cuando llega porque no estoy para andarnos con tonterías, pero por orgullo, a lo de Benedict sí que reacciono. No puedo evitar fruncir ligeramente el ceño mientras me giro para seguirle con la mirada, y espero a que termine de sentarse antes de hablar: — Es un salvaje. — Es la única explicación que doy y no tengo ni por qué hacerlo. Por suerte, deja el tema de lado y me pregunta por los motivos por los cuales he venido, así que tras acomodarme en la silla y carraspear, empiezo a explicarlo: — ¿Qué me dirías si te ofreciera ser el jefe de los aurores? — En realidad es una pregunta de cortesía porque asumo que nadie en su sano juicio querría rechazar algo así. No es solo por el buen sueldo que el cargo trae, sino por salir de este distrito mugriento y tener un despacho en condiciones, y también hasta por el poder que algo así conlleva.
Riorden M. Weynart
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Magnar A. Aminoff
Presidente
La expresión que demuestro frente a la palabra "salvaje" carece de seriedad, a pesar de que muevo mi cabeza con la solemnidad de darle la razón al ministro de defensa. Salvaje o no, uno de los enemigos públicos más viejos del gobierno lo puso en vergüenza a ojos de todo el país y eso dará de qué hablar por un buen tiempo. Para su buena voluntad de excusas, puede aferrarse a la idea de que Franco ha sido un problema desde el día que estalló la isla de los vencedores, hace ya una eternidad, cuando no era más que una pulga mimada por los Black. Bueno, no tan mimada, pero le ponían ropas elegantes y le daban dinero a costa de volverlo una máquina de matar, así que la idea se entiende. Entrena a un niño para ser un asesino y lo será el resto de su vida.

Lo que sí no me veo venir es el ofrecimiento que me hace sin advertencia ni sedantes. A pesar de la fracción de segundo en que lo miro como si se hubiera estrellado contra un confundus, termino agarrándome el pecho con una mano y echo la cabeza hacia atrás para soltar una carcajada que hace eco en las paredes — Tengo que decirlo, Riorden, que sabía que están desesperados, pero no creí que llegaran tan lejos — me paso un dedo por debajo del ojo derecho como si limpiase una lágrima invisible y bajo los pies del escritorio. Esto es interesante, de verdad. Apoyo los codos en el mueble y le doy unos golpecitos con los dedos, sin borrar la sonrisa mientras observo al hombre que tengo delante y que puede jactarse de ser uno de los más poderosos de este país. Y sé que está pidiendo mi ayuda, de nuevo — Es una propuesta tentadora y no hace falta que aclares demasiado. Siempre he creído que el NeoPanem de Niniadis sería más grande si se enfocara en contratar políticos y no solo un montón de caras lindas. No te ofendas, Riorden. Es un halago, una orgía con todos los ministros sería algo que valiera la pena — me enderezo y camino como si estuviera meditando, haciendo un recorrido alrededor del escritorio hasta sentarme sobre éste, justo delante del ministro, antes de regresar los ojos hacia él — Pero, dime... ¿Qué tan mal están las cosas para que vengas aquí y me ofrezcas semejante puesto? ¿Qué es lo que ha hecho que los grandes y poderosos busquen en la mugre la solución a todos sus problemas? — me mofo de él con una sonrisa ladina, aguardando una respuesta. Había oído que el jefe de aurores que vino después del asiático voló por los aires en el atentado, pero estoy seguro de que acá hay algo más gordo. No hace falta ser legeremante para eso.
Magnar A. Aminoff
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When disaster strikes ✘ Riorden 6y7ueSQ
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Riorden M. Weynart
Su carcajada no me sorprende sabiendo ya de antemano cómo es, pero sí que me incomoda que se lo tome a broma. Permito que se tome su tiempo hasta parar, asimilar lo que le he dicho y hablarme como es debido, y paso una de mis piernas por encima de la otra, a la vez que me cruzo de brazo, esperando. Supongo que no se equivoca cuando dice que estamos desesperados, pero lo cierto es que no es una palabra que yo usaría porque nos hace quedar mal. No es el primer cambio que hay en mi departamento porque durante mi ausencia Jessica se convirtió en la jefa de los cazadores, y aunque no estuve para dar el visto bueno, sabían que era la opción que yo tenía en mente si algún día teníamos que prescindir de Audrey Niniadis. Colin también era una opción, pero por desgracia, nunca me dio una respuesta clara de si algún día querría el puesto o no.

Al final muevo los brazos para sacar una carpeta con toda la documentación que he pedido esta mañana sobre los rostros identificados, y se la tiendo a Magnar, de nuevo haciendo caso omiso a sus comentarios sobre relaciones entre ministros y demás tonterías. Es algo que al principio me alteraba y a lo que contestaba, pero después de varios encuentros, he llegado a la conclusión de que lo mejor es ignorarle cuando suelta esas cosas. — Aquí están las caras de los delincuentes que ayer se escaparon. — Conseguimos a dos de ellos, pero lo cierto es que esos no me importan y ahora mismo mi objetivo son Benedict Franco, el hijo de Orion Black y la asesina de mi hermana. — Entre ellos está el hijo de Orion Black y Cordelia Collingwood — continúo. Creo que ambos sabemos la amenaza que supone que el heredero de los Black esté correteando por vete a saber dónde. — Necesito que tú, alguien con contactos y que sabe cómo tratar a esa gente a la que llamas mugre, tenga todo a su disposición para ayudarme a encontrarlos como es debido. — Nada de trapichear por el norte a escondidas; le necesito en un sitio en condiciones y con acceso a lo que necesite. Magnar siempre ha cumplido con lo que se le ha pedido y ahora mismo necesitamos a gente así después de todo lo que ha pasado. — Nos vienen unos días de juicios. Estoy seguro de que podrás conseguir más información para entonces, ¿no crees? — No puedo decirle qué día será porque de eso se encarga Hans, pero sí que no tardaremos demasiado.
Riorden M. Weynart
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When disaster strikes ✘ Riorden IqWaPzg
Magnar A. Aminoff
Presidente
La carpeta llega rápidamente a mis manos y la abro para echarle una ojeada, atento a las palabras que decoran la habitación. Le lanzo un vistazo al ministro en cuanto afirma que uno de los que se ha escapado es el hijo de Orion Black, lo que por un momento le da cierto brillo a mis ojos — Lo encontraron, entonces — murmuro, no sé si para él o para mí mismo. Me fijo en la fotografía del niño, uno que habría sido un problema menor si se tratase de una chica y cuyas facciones no representan una amenaza. Supongo que es mejor cortarle la cabeza antes de que se convierta en un adulto hecho y derecho, mientras todavía tenga cara de cachorro herido y no represente la amenaza de ser una buena opción de líder. Reconozco a Franco y a Castle entre los buscados, lo que me da cierta sensación de deja vu. ¿Acaso esta peste jamás va a terminarse?

Su excusa tiene lógica, pero mantengo sorprendentemente los labios apretados y sellados mientras él habla y yo paso los archivos, tratando de memorizar los nombres y los rostros, no sorprendido de la familiaridad de algunos de ellos — Adoro los juicios del Wizengamot. Siempre tan cautivantes, jamás fallan las lágrimas al final — cierro la carpeta con desenvoltura y vuelvo a mirarlo, apoyando los archivos sobre el escritorio y presionando las yemas de mis dedos sobre el mismo — Si quieres que haga el trabajo sucio que tu gente es incapaz de lograr, necesito un par de promesas. No quiero andar consultandote a cada paso que tenga que dar, como verás, ese no es mi estilo — estoy acostumbrado a dar órdenes, no a recibirlas — Necesito tu impunidad. Si quieres que encuentre a estas personas no será difícil, pero tampoco digo que va a ser limpio, tú me entiendes. Y yo elegiré a los aurores que trabajarán conmigo. Me gusta estar al tanto y no quiero novatos que atrasen el trabajo. Y una cosa más... — doy un golpecito con mi nudillo al archivo, pero mis ojos se fijan en los suyos con frialdad — Yo mato al chico.
Magnar A. Aminoff
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When disaster strikes ✘ Riorden 6y7ueSQ
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Riorden M. Weynart
Dejo que observe las fotografías, y voy mirando cómo pasa las páginas. Las he visto decenas de veces en las últimas horas, como si de esa manera fuera a conseguir llegar hasta ellos cuando, en realidad, para lo único que me sirve es para enfadarme y odiarles todavía más de lo que ya lo hago. — Nos lo entregaron ellos en realidad — aclaro. Ni siquiera pude agradecerle a Annie que se diera cuenta de qué sangre corre por las venas del chico porque en el mismo instante en el que me enteré de que el niño Black estaba en nuestro poder, mataron a mi hermana. Si me he enterado de cómo lo descubrieron fue ayer por la noche, cuando todo ya se había desmoronado. — No sé quién será el cabecilla de esos traidores, pero son tan incompetentes, que llevaron a un grupo de adolescentes al atentado del festival y el hijo de Orion Black fue capturado. — Benedict Franco, la chica que mató a mi hermana y la que me hizo el corte parecían llevar la batuta, pero realmente no sé quién los organiza ni cómo lo hacen. Tampoco es que me interese porque los quiero a todos muertos por igual.

Vuelvo a moverme en el asiento y esta vez dejo caer mis piernas para centrar mi cuerpo hacia él y mirarle bien, e inclino ligeramente la cabeza hacia un lado cuando habla de los juicios. — A mí me parecen simples formalidades aburridas — reconozco. Nunca me han entusiasmado y siempre que puedo trato de no ir, pero por obvias razones esta vez sí que estaré presente. Por otra parte, resoplo cuando nos trata de incompetentes de una manera directa, pero también indirecta porque está faltando a mi trabajo, pero como me interesa que ceda, y aunque no me agrade, no me queda más remedio que seguir escuchando sin decir nada al respecto. — Está bien. En cuanto te incorpores te daré un listado con todos los aurores y tú escogerás. Hay algunos jóvenes prometedores que no deberías tachar simplemente por novatos, eso sí. — Al final será su decisión, pero todos hemos empezado desde cero en nuestros inicios. Además, ayer uno de esos novatos demostró más agallas al sacarme de ahí que algunos de los más experimentados. Aun así, esas exigencias me parecen una minucia en cuanto escucho lo último que pide: quiere matar al niño Black. Realmente nunca me ha importado quien lo haga mientras muera, especialmente ahora que yo quiero otra muerte más que esa... el problema es otro. — De acuerdo — respondo al final, tras unos segundos debatiéndome. — Pero antes tienes que encontrarlo. — De mientras ya me encargaré de que Jamie acepte que otro lo mate, porque estoy seguro de que querría matarlo ella con sus propias manos.
Riorden M. Weynart
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Magnar A. Aminoff
Presidente
No voy a negar que fue una estupidez de su parte el haber metido a un chico así en un atentado, pero supongo que habrán tenido sus razones — Formalidades aburridas o no, siempre sirven para demostrar a la gente que sus acciones tienen consecuencias — creo que no hace falta ni que se lo diga, él es un cabecilla, yo solo estoy aquí a salvo porque mis tretas siempre les fueron de utilidad cuando no tenían idea de cómo proceder. Seamos honestos, el más poderoso siempre será el más listo, el que sabe mover sus piezas en este tablero y, la verdad, siempre se me dio bien el ajedrez. Riorden me demuestra una vez más que sabe lo que le conviene cuando acepta mis peticiones, aunque me arrebata una nueva risa con su aclaración final — Oh, voy a encontrarlo, no te preocupes. Según su informe, el chico estuvo escondido en el catorce y hasta ayer no tenía idea de quién era. ¿Eso no habla por sí solo? — al menos, explica a la perfección por qué nadie le vio un pelo a pesar de nuestros esfuerzos hasta que esa gentuza se dignó a aparecer.

Me vuelvo a levantar, camino con paso decidido alrededor del escritorio y regreso a mi asiento con una actitud bastante enérgica — Con Black junior sabiendo quién es, lo han invitado a salir a jugar. Ya han cometido errores, tú mismo lo dijiste. Ese chico vendrá a nosotros antes de que nosotros podamos siquiera pensar en cómo matarlo. A todo esto: ¿Quieres que te lo lleve entero o solo la cabeza? — doy unos golpecitos en mi mentón con mis nudillos y clavo el codo en el apoyabrazos, entornando la mirada que dejo caer sobre Weynart — Solo para que quede claro, no lo subestimo y tú tampoco deberías hacerlo. Sabemos que es bueno en combate y está rodeado de adultos peligrosos — las grabaciones del atentado lo delatan y si esa gente ha sobrevivido a la explosión del catorce, son resistentes como cucarachas — ¿Tienes alguna petición especial, Riorden? ¿Algún otro favor que deba cumplir?
Magnar A. Aminoff
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Riorden M. Weynart
No le voy a quitar la razón, pero hay casos en los que directamente no es necesario hacer un juicio. Por ejemplo, si por mí fuera, directamente mataría a esos dos rebeldes que hemos capturado en vez de tenerlos tirados en una celda durante a saber cuánto tiempo. Son situaciones en las que veo innecesarios el diálogo, pero ahora mismo tampoco sabría decir si todo esto es fruto del enfado, y de la tristeza, por la muerte de Annie. — Lo que no entiendo es cómo pudieron ocultárselo durante tanto tiempo. — No pude ver muy bien su cara pero, aun así, y sobre todo por las reacciones que hubo en el interior de la cueva, parecía que el chico no conocía su origen. — Quizá hasta ellos mismos tenían miedo de su reacción, de que se pusiera en su contra y la genética Black ganase a sus enseñanzas. — Podría haberse marchado de ese distrito oculto en cuanto se enterase y les habría dejado tirados, y con eso sus posibles planes de hundir nuestro Gobierno con un heredero Black. Porque tienen que querer hacer eso, ¿por qué tener al chico si no es para ese objetivo?

Cojo la carpeta, no sin antes dejarle una copia de todas las fotografías, y medito qué sería la correcto. No me lleva demasiado tiempo llegar a una conclusión porque, al final, la mejor manera de terminar con ciertos ideales, con algunas revoluciones, es matar en público a la persona que lo representa. — Lo quiero vivo. Tendrás que ejecutarlo públicamente y que todos vean el final de los Black otra vez. — Lo cual no es cierto del todo, teniendo en cuenta que Stephanie sigue por ahí perdida, pero si en dieciséis años no se le ha visto, ¿por qué debería volver ahora? Hace años que perdí la esperanza de encontrarla, si soy sincero. Pero por suerte, estos traidores no parecen tan espabilados, así que cuando me pregunta que si tengo que pedirle algún favor más, no dudo ni un segundo: — Quiero que me traigas a esta chica. — Me acerco a las fotografías que le he dejado en el escritorio y señalo a la rubia que le pegó un disparo a mi hermana. — Viva también. — Correrá la misma suerte que el chico, pero la diferencia es que me tomaré mi tiempo disfrutando de su sufrimiento.
Riorden M. Weynart
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Magnar A. Aminoff
Presidente
La sorpresa es genuina, se me escapa una mirada que lo analiza con atención, manteniendo las cejas en alto — Powell estuvo manteniendo las cosas en secreto porque creía que anunciar la existencia de otro Black podía provocar un agitamiento en sus creyentes. Los Niniadis secundaban esa idea — por el tono de mi voz, dejo en claro que en esta ocasión opino igual que ellos — ¿Estás seguro de que quieres tomar ese riesgo? ¿Una ejecución silenciosa y al pozo no es la mejor opción? — es mucho más sencillo, nadie se quejará ni se sentirá motivado por la muerte de un niño que podría ser un mártir. Pero si Riorden Weynart quiere que lo mate en público y Jamie Niniadis no pone ninguna pega a ello, tendré que cumplir sus órdenes. Cómo sea, si quieren cometer ese error, ya iré luego con mi “te lo dije”.

Me estiro para observar la fotografía que me señala y la tomo entre los dedos para acercarla, chequeando el rostro joven que me devuelve la mirada. La reconozco, es quien baleó a Powell en el atentado y luego quedó sepultada bajo un montón de escombros. No sabía que había sobrevivido — Bonita. ¿Quieres divertirte con ella? — pregunto, aunque estoy seguro de que ese no es su estilo — Su archivo no tiene nombre, pero no es lo suficientemente joven como para haber nacido bajo este gobierno. ¿Alguien que ha huido y jamás ha sido registrado, quizá? — pregunto, levanto los ojos por encima de la fotografía. Supongo que él ya sabe que, de ser ese el caso, deberá rebuscar en los antiguos registros de los ciudadanos de los Black, pero algo me dice que no será tan sencillo con alguien que debió ser una cría en ese entonces — ¿Qué hizo para que cabrearte, Riorden? ¿Puedo divertirme yo con ella? — añado en tono de broma y coloco la imagen sobre el escritorio una vez más — Sé que hice chistes al respecto, pero si te tomaste lo que le hizo a Powell a la tremenda… — sacudo las manos — Vivos los dos, entonces. Si es lo que quieres, tienes mi palabra. ¿Tienes alguna petición especial sobre Franco o a él puedo matarlo rápido? — y al resto, si se cruzan en el camino, también.
Magnar A. Aminoff
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Riorden M. Weynart
Continúo manteniendo la mirada fija en la chica rubia, que debe de tener poco más de veinticinco años, y tardo en reaccionar a lo que Magnar dice sobre Hans. — En eso estoy de acuerdo, pero a quienes no entiendo son a los traidores. ¿Tanto miedo tenían al heredero Black, incluso cuando debe de haber estado años con ellos? — Hay muchos cabos sueltos porque ni siquiera estoy seguro de si nació allí. Sabemos que Cordelia Collingwood fue vista por el norte cuando todavía estaba embarazada, pero es una zona muy extensa. El 14 tampoco era un distrito fácil de encontrar, teniendo en cuenta que nos hemos tirado más de una década buscándolo y no lo hemos conseguido hasta que Sean fue directamente allí con Benedict Franco. Eso me lleva a pensar que si Collingwood acabó allí con facilidad, quizá fuera porque alguien la llevó. Eso o que en sus inicios, antes de que empezásemos la búsqueda, el 14 no estaba tan bien protegido. — Tendría que hablarlo con el resto del Gobierno, pero por ahora la idea es que muera públicamente. Con lo que ha pasado hay más gente que sabe que existe y los suyos amenazaron con contarlo públicamente. Lo mejor es arrancar el problema de raíz y que todos lo vean. — No sé hasta qué punto esas amenazas iban en serio, pero prefiero prevenir.

No puedo evitar hacer una mueca de asco, y hasta de odio hacia ella, cuando sugiere algo con segundas intenciones sobre la chica, y para variar, acabo decidiendo no responderle nada sobre eso. — Estoy intentando que hagan unos retratos robots sobre cómo sería ahora los desaparecidos en los últimos dieciséis años, pero por ahora no he encontrado nadie que se le asemeje. — Lo que me lleva a dos conclusiones: que no consta porque fuera muy pequeña, o que los encargados de hacer el dibujo sean unos incompetentes. — ¿A qué te refieres sobre Powell? ¿Le hizo algo en la celebración de Nimue? — Es la única explicación que le encuentro, pero ahí me pierdo porque hace solo dos días que estoy en libertad desde el evento, así que no estoy al día con todo lo que pasó. Sea lo que sea, mis motivos son por algo completamente distinto. — Mató a mi hermana, a Annie Weynart. El chico es todo tuyo, pero ella es para mí. — Asumo que sabrá quién era por el cargo que ostentaba y que no hay confusión a pesar de la gran cantidad de hermanos que tengo. — A Franco puedes hacerle lo que quieras mientras llegue vivo. Jamie querrá encargarse de él. — Se ha tirado más de quince años odiándole como para dejar que otro haga su trabajo.
Riorden M. Weynart
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Magnar A. Aminoff
Presidente
Intento seguir su lógica, supongo que tiene su punto, pero aún así... — Yo que tú, me fijaría lo que deciden hacer con esa información antes de actuar. Si niegas la existencia del muchacho y lo matas en silencio, puedes usarlo como un arma. Si lo haces a la inversa, sabrán que es verdad y lo verán como un mártir — me encojo de hombros porque los dos sabemos que al final es su decisión. Lo de tratar de ubicar a la chica de esa manera tiene sentido, así que solo asiento con la cabeza — ¿Aún no te enteraste? Bueno, supongo que no tuviste tiempo de ver las grabaciones. Powell estuvo al borde de morir por culpa de los disparos de tu blonda amiga. Supongo que tuvo suerte de ser un duelista medianamente decente para acabar con ella o... bueno, casi — después de aquel ataque, no entiendo como la muchacha sigue viva. Supongo que es verdad eso de que hierba mala no muere.

La sorpresa en mi cara es genuina, no tuve la decencia de leer el informe completo de la joven y esa información es completamente inesperada — Lo lamento mucho. Eso explica mucho mejor las cosas — muevo mi cabeza en su dirección de la manera más amable que soy capaz. Lo de Franco tiene sentido y estoy seguro de que alguien como él no puede pasar desapercibido, en especial porque parece haber crecido como un armario en los quince años que estuvo fuera del ojo de la tormenta. No obstante, me sonrío — Puedo dejárselo con moño. Y en cuanto al niño...— golpeteo mis pulgares — Tiene pinta de que sus chillidos deben ser de lo más entretenidos. Puede que su familia haya muerto envenenada, pero estoy seguro de que él puede demostrarnos que un Black también sangra — si él planea entretenerse con la mujer, me he ganado mi derecho de jugar con un mocoso.

Golpeteo mis labios con dos dedos, recargandome un poco — Si esto es todo lo que deseas hablar conmigo, Riorden, estaré mañana a primera hora en el Capitolio para empezar el trabajo. Me agrada que podamos hablar el mismo idioma, ya casi y somos amigos.
Magnar A. Aminoff
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Riorden M. Weynart
Escucho con atención su consejo, y tras unos segundos debatiéndome, acabo por asentir. Lo que dice tiene sentido porque al final del día, la mayor parte de la población siempre acabará creyendo al ministro, a la cara pública que llevan viendo tantos años, que no a unos conocidos traidores que lo único que han hecho por ellos ha sido matar gente inocente. — Lo tendré en cuenta. Es una decisión que debo meditar bien y no decidirlo así como así. — Ahora mismo estoy dolido por la muerte de mi hermana, pero también enfadado y cansado de que se rían de nosotros. Bombardeamos su maldito distrito y, aun así, siguen aquí, molestando. Y al parecer, tanto que casi matan a Hans el mismo día que me secuestraron. — No tenía ni idea. Pediré un informe de las bajas y lo miraré todo bien cuando llegue al ministerio, entonces. — Si no tuviéramos el problema del chico Black, eso habría sido lo primero que habría hecho, pero no he tenido tiempo para nada más que coger las fotografías y documentación para venir aquí.

La simple mención de la asesina provoca que apriete tantos mis puños, que llega un punto en el que me clavo de manera exagerada las uñas en la palma de la mano. En parte por eso me alivia que la conversación vuelva a encaminarse hacia el hijo de Orion Black, que es el tema en el cual más he estado pensando en las últimas veinticuatro horas para mantener mi cabeza ocupada. — Todo tuyo. Solo vigila bien, no vaya a ser igual de salvaje que la gente con la que ha vivido. — Y en este caso no me refiero a la chica, sino a Franco. Será un humano, pero creo que sus manos son el doble de grandes que las mías y que podría dejarme tonto de un simple tortazo. Quizá debería entrenar más físicamente y no depender tanto de mi varita, visto lo visto. — O como su familia biológica. — No es que tenga muy buena fama por ninguna de las dos partes.

Me levanto de la silla, y siguiendo con las formalidades de la ocasión, porque al final el principal motivo por el que he venido ha sido para ofrecerle un puesto laboral, le tiendo la mano. — Te esperaré allí y te entregaré toda la documentación necesaria sobre tus nuevos trabajadores — respondo. Mantenerme alejado de casa es lo mejor ahora mismo porque prefiero esperar un poco más a saber cómo se ha tomado Ethan la noticia, así que preparar los papeles me sirve de excusa para quedarme a dormir en el despacho hoy. — Un placer que podamos entendernos, Aminoff.
Riorden M. Weynart
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