The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Nathaniel L. Wright
Personal de Defensa
Ha pasado casi una semana desde que aquellos traidores irrumpieron en la celebración de Nimue y mataron a decenas de personas. También secuestraron a dos de las personas más importantes del país junto con el director de los Servicios Sociales, lo que ha creado una inestabilidad que ni siquiera sé cómo definir. Quizá ha habido encontronazos anteriormente, pero nunca habíamos vivido una situación parecida en los dieciséis años que los magos llevamos en el poder. No me tocó trabajar la noche de la celebración, pero mi hermano sí, y aunque vi muchas de las cosas que pasaron en directo gracias a las cámaras de los drones, desde la comodidad y seguridad de mi hogar, mi hermano me explicó después otras cosas que él vio. Quizá otros se sentirían agradecidos por no haber trabajado ese día, pero no fue mi caso. Desde el principio intenté que me dejaran coger turno laboral ese día porque quería ver cómo se vivía esa noche desde una nueva perspectiva, pero uno de mis superiores me dijo que las órdenes venían del Ministro Weynart directamente, que había ordenado que no hubiera «principiantes» trabajando esa noche. Así que, cuando encima vi que había perdido una oportunidad de oro de enfrentarme a esa gentuza y de ayudar a la gente que lo necesitaba, me indigné todavía más.

He tardado tantos días en decidirme a venir a ver a Syv no por la indignación, sino porque hay mucho trabajo que hacer en la base de seguridad estos días. Han conseguido capturar a algunos de esos traidores, así que llevamos una semana de interrogatorios y de pruebas, más los añadidos laborales de siempre. Además, tampoco he querido venir a verla al instante porque no quiero ni imaginar por lo que debe de estar pasando ahora mismo. Para ayudarle a rebajar ese peso que debe de tener sobre los hombros y esa preocupación, antes de ir hacia su casa me paro a comprar un paquete de cervezas de mantequilla y dos bolsas bien grandes de palomitas.

No tardo demasiado en llegar a casa de mi amiga, y dejo las bolsas de la compra en el suelo antes de picar al timbre. Hace varias semanas que no la veo porque hay muchas cosas que hacer; yo tengo que trabajar y ella tiene que estudiar. Nos llevamos dos años, sí, pero hemos coincidido en clases cuando íbamos a los mismos cursos, pero las cosas cambiaron cuando me tocó escoger especialidad y yo tiré para una rama completamente diferente de la que ella escogió dos años después. — Traigo cerveza y palomitas — le suelto nada más abre la puerta, y cojo las bolsas del suelo para alzarlas un poco y que las vea bien. — No puedes rechazar unos manjares así — añado con mi mejor sonrisa para convencerla, todavía levantando las bolsas.
Nathaniel L. Wright
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Invitado
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No hay manera de lograr que los trazos tomen una forma definida y acabo por rayar toda la hoja en blanco, frustrada de seguir forzando lo que mis dedos no pueden conseguir, ha sido un verano largo sin bocetar nada decente y con los últimos sucesos, me falta el consuelo que puede darme estar horas con la mente metida en el trabajo de dibujar lo que sea. Me miro en el espejo del tocador para comprobar que mi rostro demuestra todo el desánimo que siento y también que mi cabello ha crecido bastante, cuando comiencen las clases tendré que cortarlo de vuelta a la altura del mentón, mi madre siempre dijo que me daba una apariencia más prolija, como la que debe tener alguien que quiere ser abogada. Mi madre que no me dirige la palabra en estos días más que para unas breves indicaciones de lo que necesita, no tengo modo de llegar a ella porque está sumida en su depresión y su silencio, en la habitación que desde hace años ocupa ella sola y enfrentada a la de mi padre, tan vacía por su ausencia que se siento muy dolorosamente. La casa en estos días es un constante recordatorio de ausencias, también la de Sami, a quien lloro cuando lloro por todos los demás, porque no se supone que deba sentir tanto la pérdida de un esclavo.

Salgo de mi habitación con los pies descalzos así puedo deslizarme por el pasillo como lo vengo desde hace más tiempo del que debería, y entreabro la puerta del dormitorio de mi madre para mirar por ella, la descubro profundamente dormida, no creo que por el agotamiento, en la mesa de luz hay varios frascos de pastillas. El sonido del timbre me sobresalta, pero a mi madre ni siquiera la hace temblar. Cierro su puerta con una cautela innecesaria y me muevo hacia la puerta con la rapidez de quien, estúpidamente, cree que podría ser algún agente de seguridad del ministerio para decirme que encontraron a mi padre, que lo traen a casa, o que tal vez saben dónde está, que su bienestar está asegurado. Es en esa prisa ingenua que abro sin mirar de quien se trata y sí hay un auror en el umbral, y aunque no trae las noticias que me gustaría recibir, trae algo que sirve para compensar.

Me digo que llorar por cerveza y palomitas me consagrará como una tonta con honores, así que me contengo de hacerlo y en cambio rodeo a Nate con mis brazos por encima de sus hombros, cosas de por medio, para soltarlo al cabo de un instante en los que me repongo y abanico mis ojos. —Lo siento, estos días… sólo… — balbuceo y logro esbozar una sonrisa más firme. —Me hace muy feliz ver a un amigo— y no es hasta que lo digo, que me doy cuenta lo sola que me he sentido todos estos días sin poder hablar con Mimi o poder ir al instituto a ver si me cruzo por casualidad con mi profesora de arte. —Y por traerme palomitas, te debo la mitad de mi reino…— digo en lo que intenta ser una broma, le hago un gesto para que entre a la sala de apabullantes paredes blancas, en las que se reflectan la luz natural que entra por el ventanal. Es un triste reino blanco, con sillones en tonos de negro y gris, y una biblioteca con libros ordenados de la A a la Z por esmero de mi madre, pero es lo que hay. Cargo en mis brazos las bolsas de palomitas para ayudarlo y lo llevo conmigo hasta el sillón más largo, donde me siento y subo mis pies al tapiz. —Fue una mierda, ¿no? No estuve ahí y tampoco te vi en las retransmisiones. Supongo que fue una suerte, pero me siento más culpable que afortunada…
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Nathaniel L. Wright
Personal de Defensa
El rodeo de Syv me pilla desprevenido, y tengo que dejar las bolsas en el suelo todo lo rápido que puedo para que no acabe todo perdido por el suelo y manchado. Le doy un par de golpecitos en la espalda porque lo cierto es que estas cosas no son lo mío, y cuando me suelta, le sonrío. No es una sonrisa feliz, sino más bien triste por verla en este estado. — Quería haber venido antes, pero he estado ocupado con el trabajo y... bueno, ya sabes... — respondo, intentando explicarme, aunque acaba quedando en un pésimo desastre. — ... intentando hacer todo lo posible para rescatar a tu padre cuanto antes — añado para intentar tranquilizarla. No sé nada de qué están haciendo, pero es una mentira piadosa. A mí me tienen más al margen, vigilando a los presos incluso cuando tengo prohibido hablar con ellos. Mi hermano sí que está más metido en cómo van a hacer las cosas, pero para mi desgracia, y por obvias razones, tiene prohibido explicármelo. No voy a negar que he intentado sonsacarle información, pero no ha servido de nada.

Hago una reverencia burlona, esta vez con una sonrisa en condiciones, y coloco mi mano izquierda tras mi espalda para exagerar todavía más el gesto. — Es un honor entonces, señorita Lackberg. — Dejo que me guíe por su casa, incluso aunque me sé el camino porque no es la primera vez que vengo de visita, y cuando se sienta en uno de los enormes sillones, hago lo mismo. — ¿El atentado de la festividad de Nimue dices? — pregunto mientras escarbo entre las bolsas para sacar dos cervezas, una para cada uno. — Lo cierto es que no estuve ahí. Ese día no tenía guardia, pero mi hermano sí y me lo contó todo con demasiado detalle. — También he visto las grabaciones, pero según mi hermano, no le hacen justicia a los horrores que se vivieron aquella noche. Dice que ni siquiera va a ser capaz de mirar nunca más a un unicornio con los mismos ojos después de que uno intentara clavarle el cuerno un par de vez en las costillas. — Al menos la que hizo daño a tus padres terminó muerta. — Lo vi en las grabaciones. Esa tipa no sé de dónde salió, pero como mínimo ya no molestará nunca a nadie más. Tampoco me explico de dónde salieron esos niños que secuestraron al Ministro Helmut, incluido el crío que se llevó al padre de Syv flotando por el aire. ¿Con qué narices los han criado para que hayan salido así?

Le ofrezco una de las cervezas, abro la mía, y doy un rápido sorbo antes de acomodarme en el sofá y cruzar mis piernas. — ¿Cómo estás, Syv? — Es una pregunta sincera, pero supongo que en parte una inútil porque es normal que no esté bien. En mi caso me daría igual, pero la relación con mis padres nunca ha sido buena y, de hecho, hace años que perdí el contacto con ellos. Tampoco los echo en falta, pero por suerte, no todos los hijos se llevan con sus padres como yo con los míos.
Nathaniel L. Wright
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Invitado
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Lo sé— digo con una sonrisa que no le reprocha nada, el escuadrón de aurores habrá tenido los días más agitados de los últimos meses con este atentado que no sorprendería de enterarme que hay gente que no volvió a su casa a dormir, que lleva en pie más horas de las que debería sin dormir, con un par de pócimas energizantes encima. Han sido días de mierda para todos, que aprecio el gesto de hablar de mi padre como una prioridad en la búsqueda, cuando sabemos que también hay ministros desaparecidos. —Gracias— musito, más que nada por el gesto de querer hacerme sentir mejor, con la reserva de palomitas y cerveza estaba más que agradecida. Me río de su reverencia con un meneo de mi cabeza, como no lo he hecho últimamente, me doy cuenta porque tirar de mis labios hacia arriba se siente raro. Ni siquiera en la televisión hubo mucho para mirar que fuera un entretenimiento divertido, se repetían una y otra vez las transmisiones del festival, haciendo foco en caras y episodios, un poco morboso para mi gusto en algunas ocasiones. Asiento cuando menciona a la mujer que atacó a mis padres… a la que ellos… a la que mi madre… bueno. —Escuché algo sobre eso…— hablo en un tono más bajo, echo una mirada de refilón al pasillo que lleva a los cuartos de la familia. —Mi madre la asesinó— susurro, no como si fuera una confidencia, sino como una certeza entre nosotros.

Tomo la cerveza para dar un primer trago que me aclare la garganta, así puedo cargar mi palma de un puñado de palomitas que llenan mi boca. Masticarlas me da el tiempo de elaborar una respuesta para una pregunta tan amplia, creo que por la manera en que mis cejas se arquean y fijo la mirada en la pared de enfrente, se puede saber que no hay única palabra para describir mi estado de estos días. —Estoy muy asustada, de que mi papá no vuelva, de que mamá no pueda recuperarse a eso, de quedarme sola…— confieso después de una bocanada de aire tan necesaria para mis pulmones oprimidos por la preocupación, esa que por las noches me tiene con los ojos como lechuza. —Muchas cosas podrían salir mal. Podrían torturar a papá y volver muy lastimado… o podría no volver… podrían matarlo…— pongo en voz alta con serenidad cada uno de los pensamientos que me inquietan. —El día del festival, mamá pasó por mi pieza a despedirse, no tenía ganas de nada así que le mentí diciéndole que no me sentía bien… a papá ni siquiera lo vi… ni tampoco…— a Sami, me muerdo la lengua antes de hablar sobre mi aprecio por un esclavo, es algo personal, que no comentaré con nadie. —Estoy tan acostumbrada a que simplemente se vayan, a quedarme sola. Pero me asusté en verdad al pensar que son mi única familia y de haberlos perdido, me hubiera quedado absolutamente sola.
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Nathaniel L. Wright
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Vi las grabaciones; o más bien las he visto más de una vez, pero eso es algo que nunca reconocería a nadie. No es que tenga una obsesión por ver la catástrofe o algo así, pero pienso que analizarlas, que no solo verlas, es otra manera de entrenar, de conocer al enemigo y de saber cómo actúa en ciertas situaciones. Y viéndolas es como vi a su madre matar a aquella mujer. Parecía estar bastante bien entrenada porque a sus padres les costó pelear contra ella, tanto que fue así como Ivar acabó secuestrado. Es normal, teniendo en cuenta que los civiles no reciben ninguna clase de entrenamiento; el problema recae más bien en que esa gente sí parece recibir uno efectivo. Eso es lo que me preocupa, pero por otra parte, si han utilizado a niños... no sé, quizá es que están empezando ahora con las nuevas generaciones por algo que no comprendo. Es todo demasiado complicado y hay muchas cosas que se escapan a mis conocimientos por mucho que trate de entenderlo todo. — Fueron muy valientes — reconozco al final. Mis padres seguro que no lo habrían sido si hubieran estado en la situación de los suyos. Otra razón más para avergonzarme de ellos. — ¿Cómo lleva todo esto tu madre? — Me inclino para coger un puñado de palomitas, las dejo sobre mi mano izquierda, y con la derecha voy cogiendo para ir comiendo mientras escucho todo lo que va diciendo.

Una vez me termino el puñado de palomitas, cojo una servilleta de papel para limpiarme los restos de sal, y para cuando termino, Syv también ha acabado de explicarse. Ni siquiera pienso qué responder porque hago lo primero que me sale, que es una reacción que no es para nada típica en mí. No sé dónde dejo el papel, que acaba tirado por el sofá, porque me estiro hacia ella para rodearla con mis brazos. Es un abrazo corto porque estas cosas me incomodan por mucho que haya dado yo el paso, pero uno que espero que le reconforte aunque sea un poco. — Salvaremos a tu padre y todo volverá a la normalidad. Tienes mi palabra, Syv. — Estoy seguro de que están haciendo todo lo posible para rescatar a los tres, y contamos con mucha tecnología de rastreo que nos ayudará a encontrarlos. Ellos no son más que unos rebeldes mugrientos que no tienen ni dónde caerse muertos. — Pero... ¿sabes qué? Me tienes a mí para lo que haga falta. Nunca estarás solas. — En mi años de estudio, nunca fui una persona muy social porque me odiaba por la familia que tengo, pero Syv es una de las pocas amigas de verdad que tengo. Y a esas personas que forman parte de mi círculo de amistades nunca las abandonaría por difíciles que estuvieran las cosas.
Nathaniel L. Wright
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Valientes, sí, se podría decir que lo fueron. No parecían ellos, eran una pareja que se veía igual a mis padres, pero no eran ellos. No eran las mismas personas que sostuvieron un pacto de indiferencia por años, desde que mamá se enteró que la engañaba y la mitad de su vida la dedicaba a su otra familia, que no es tan cierto como ella lo cree, que no sé si tiene caso decírselo ahora. Peleando uno al lado del otro se veían fuertes, si alguien juzgara solamente por lo que la pantalla transmitía, podría decir que eran un matrimonio que se amaban a riesgo de su propia vida y eso… me impresionó también a mí, más que a cualquiera. Mamá fue capaz de matar a otra persona por papá, lo que no se bien como tomármelo o tratar con ella. Mi mirada al posarse sobre su puerta es de profunda angustia cuando Nate pregunta por ella, porque lo que hizo no sirvió de nada. Papá no está. —Fatal— contesto, hundiéndome en esa única palabra que lo resume todo. — Está destrozada. Si papá no vuelve, no creo que pueda recuperarse…— digo, y porque sé que puedo confiar en él le confío lo que a nadie nunca le he dicho de mi madre. —Lleva años sintiéndose así, va con sanadores y creo que está medicada—. No, lo sé con certeza, reviso sus cosas para llenar los vacíos de desconocimientos que me impusieron mis padres con sus tantos secretos y tengo que aclarar de alguna manera. —Era como cristal resquebrajado, ¿sabes? Y bastó que alguien la tocara para que saltara en mil pedazos afilados— explico y se me escapan algunas palomitas al abrir mi mano, con una idea gráfica que a mí me sirve para entender lo que le está sucediendo. Ponerlo en voz alta se siente como si pudiera sacar una de esas astillas de mi pecho, por fin.

Una confesión lleva a otra, las palabras salen de mi pecho ansiando la libertad que les da poder ser oídas por alguien más que no sea mi mente solitaria. La tristeza también me abruma, sube en torrente por mi garganta, creo que un par de lágrimas se están amontonando en mis pestañas y parpadeo para limpiarlas, que he llorado mucho estos días, y la verdad es que se siente bien poder hablar, darle un sentido a todo y a mis miedos. Nunca la casa se me hizo tan grande como al admitir que lo que me da miedo es quedarme sola, por eso el abrazo me viene bien, será breve, pero es el necesario para recordarme que en realidad no lo estoy y que hay alguien que es real, se siente así por unos segundos. —Lo sé,— suspiro, —sé que lo conseguirán, estás logrando convencerme— sonrío con la cabeza gacha, reacomodando mi cabello detrás de mis orejas. También hace bien escuchar varias veces que al final conseguirán que papá vuelva, se va tornando una certeza, una posibilidad de la que no tengo por qué dudar. Sí alzo mi mirada cuando dice que no estaré sola y me doy cuenta con todo el peso de la realidad sobre mis hombros, de que hay una mano cerca que puedo sujetar y es la suya, así que lo hago. Es un gesto un poco menos incómodo y es lo que hago. —¿Sabes…? Tengo un hermano, pero no lo conozco. Podría estar con él ahora, sé que también estará sufriendo porque papá no está. Pero… él es parte de otra familia. Mi papá es…— no me olvido que Nate es un auror, eso hace que me muerda la lengua. —Un hombre con demasiados secretos, entre esos, tiene otra familia. No sé qué hará cuando regrese. Siento que por cada verdad que conozco de mi padre, desconozco tres secretos que nunca acabarán por revelarse. Y no sé cómo sentirme con eso…— reconozco, mirándolo una segunda vez. —Sé que nadie es transparente, siempre hay facetas que quedarán a oscuras.
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Nathaniel L. Wright
Personal de Defensa
A pesar del ambiente familiar en el que he crecido, puedo comprender por qué su madre está como está. No puedo ponerme en su piel porque nunca me he preocupado así por alguien, a excepción, quizá, de mi hermano mayor, pero puede entender lo duro que debe de ser. — Siento escuchar eso, Syv — reconozco, porque es lo único que puedo hacer. Puedo matarme a trabajar para ayudar en lo que pueda buscando a su padre; pero con su madre no puedo hacer nada. Solo espero que la vuelta de su padre de verdad le ayude, pues dice que esto viene de más atrás y que esto ha sido simplemente lo que ha provocado que acabe todavía peor. — ¿Has hablado con ella del tema? — Quizá mi familia no es la más ejemplar ni yo tampoco, pero también sé que es lo que debería hacer y que puede que a ambas les vaya bien hablarlo. No sé qué tipo de relación tiene con su madre, pero siempre han parecido una buena familia, en términos generales.

Me estiro para coger otro puñado de palomitas, y entre palomita y palomita, pongo mi mejor sonrisa y más convincente para mirarla así. — En unos meses, todo esto habrá quedado atrás y lo estarás hablando con él como si no fuera más que una anécdota. — Porque quiero creer eso, no solo por ella, sino ya por el bien de todos. ¿Qué será del país si perdemos a tres ciudadanos secuestrados en un evento tan multitudinario e importante, dos de ellos encima Ministros? Sería un golpe horrible tanto política como socialmente.

Lanzo otra palomita contra mi boca, y después, bebo otro sorbo de la cerveza de mantequilla para calmar la sed provocada por tanta palomita salada. Justo termino de tragar cuando me dice algo que no esperaba escuchar para nada porque su padre siempre me ha parecido un hombre serio, de confianza y que nunca engañaría a su madre. — Vaya, eso es... — me interrumpo, porque ni siquiera sé qué decir. Me ha pillado tan desprevenido que todavía tengo la cerveza en la mano, sin reaccionar bien. — ¿Lo sabes desde hace mucho? — Porque si hace poco, no quiero ni imaginar cómo debe de estar mentalmente con tanto cambio repentino en su vida. — Supongo que siempre idolatramos a los padres y luego nos llevamos un chasco cuando vemos cómo es la realidad — digo en un tono algo más bajo, y agacho la mirada hacia mis pies. No es algo que haya reconocido nunca, pero hubo un tiempo, cuando era pequeño, en que no odiaba a mis padres. — Imagino que no te lo diría para no hacerte daño, pero eso no lo justifica. — Y eso es algo que muchos padres parecen no comprender y se excusan diciendo que es por el bien de los hijos. El problema es que los hijos crecen, y Syv tiene una edad ya para entender bien las cosas y parece que ni siquiera le da la oportunidad.
Nathaniel L. Wright
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Tardo lo que me lleva masticar un par de palomitas darle una respuesta a ese interrogante tan sencillo que es: ¿por qué no hablo con mi madre? — Creo que con el tiempo nos acostumbramos demasiado a las cosas no dichas que no sabemos cómo iniciar una conversación— contesto, suena sencillo a entender a mis oídos, que he crecido en esta familia en la que tres personas pueden aislarse en sus soledades estando en un mismo espacio físico. Pero si alguien más no lo entiende, no lo juzgaría. Me cuesta verbalizar lo que pasa por mi mente porque la incomprensión es el primer miedo, y a la larga renuncié al intento. —Cuando una persona se va guardando muchas cosas dentro, se vuelve algo así como una caja con un hechizo expansivo. A más cosas, más grande se vuelve ese espacio interior. Termina guardando tantas, que se quedan todas allí. No se las puede sacar— le explico, llenando mi palma de otro puñado de palomitas. —Y luego cuesta mucho, más que haberlo hecho en un principio, poder hablar sobre estas cosas.

Tengo que mojar mis labios con un poco de cerveza para limpiar la sal y la sensación amarga que me deja hablar de la otra familia de mi padre, que siguiendo con lo que le he dicho antes, debo esconder una sonrisa de pena por mí misma al darme cuenta del tiempo que pasé sin sacarlo de mi pecho. —Hace un par de años, cinco…— contesto, —Una vez…—. No me enorgullece contar esto, pero se ha vuelto una práctica habitual por culpa de no poder hablar con mis padres y el enfado que me provocaba que me ocultaran cosas. —Estaba revisando las carpetas de papá en su despacho cuando lo vi. Eran fotografías, unas pocas. Fue como armar un rompecabezas de pocas piezas y lo entendí…— acabo, no hay mucho más que contar después de eso. Me bastó para saber por qué mamá estaba tan mal y la razón de la guerra fría entre los dos, también para que la percepción que tenía de ellos cambiara.

Los idealizaba— le doy la razón con un susurro, —y darme cuenta que son personas que también toman malas decisiones y cometen errores, fue necesario supongo. ¿Es parte de crecer, no? Dejar de ver a los padres como todo poderosos, sino como los humanos que pueden ser…— me giro hacia él para explicarme mejor, que llegar a este pensamiento me llevo varias tardes en mi habitación, la suma de todas las tardes que caben en cinco años. —Humanos, no… no en el sentido que solemos hablar de humanos para referirnos a los muggles…— aclaro, que malinterpretar el sentido desbaratada del todo mi reflexión. Y en esto de ser introvertida, reflexionar es lo que mejor se da, en algo que tengo que pasar mi tiempo, aunque suene distinto decir ciertas tras otro sorbo de cerveza a un amigo y no frente a un amigo. —Al final siempre lastimamos, dañar a otros es inevitable. He llegado a pensar que no querer dañar a alguien es una excusa que a la larga, puede terminar causando un daño mayor…— se lo comparto. Subo mis rodillas hasta la altura de mi pecho para usarlas de apoyo al inclinarme hacia adelante, así puedo girarme hacia él y que la botella de cerveza quede colgando de mis dedos, sobre los pies que se hunden en el tapiz del sillón. —El daño nos encuentra a todos donde sea que estemos. Sea en las primeras filas de aurores, en el campo mismo de duelos. O en un bunker, por mucho que nos encerremos entre paredes. El mundo se está sacudiendo demasiado como para alguien crea que va a salir ileso.
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Nathaniel L. Wright
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Puedo entender, por desgracia, perfectamente de lo que está hablando. Yo mismo crecí guardando todo lo que de verdad opinaba de mi familia, de mi sangre, hasta que un día, al final, en medio de una discusión con mis padres lo solté todo. Fue como una bomba expansiva. — Lo entiendo — digo, con la mirada centrada en la botella de cerveza de mantequilla que agarro con fuerza, incómodo. No es un tema del que haya hablado nunca con ella porque, en general, esto lo saben pocas personas más allá de mi hermano y de Alecto, que sabe el verdadero motivo por el cual dejé atrás mi hogar y me vine a vivir con mi hermano al Capitolio. — Si algún día necesitas desahogarte con alguien, recuerda que estoy a una simple llamada de distancia.  — Y lo digo de verdad. Quizá yo no sea de los que cuenten las cosas porque soy demasiado reservado para ello, pero puedo escuchar bien e intentar apoyar.... y más cuando se trata de problemas familiares.

Tengo que dar un trago bien largo a la cerveza cuando la escucho responder que sabe lo de ese misterioso hermano secreto desde hace como cinco años, y ahora es cuando pienso que, quizá, debería haber traído una bebida más fuerte porque estas cosas no son fáciles de digerir, desde luego. — Wow, eso es... — Tengo que callarme porque ni siquiera sé cómo describirlo. Ha tenido que aguantar mucho como para haber llevado este secreto a sus espaldas durante tantos años, así que no quiero ni imaginarlo. — ¿Quieres que busque información sobre él? Si me dices su nombre, quizá podría encontrar algo más  — sugiero. Puede que así consiga respuesta a algunas de las preguntas que tenga, ya que su padre no le ha hablado del tema.

Una pequeña sonrisa nostálgica se forma en mis labios cuando habla de idealizar a los adultos de tu propia familia... hasta que te das cuenta de que de crío, las cosas se ven muy diferentes que cuando creces. — Todos erramos, es cierto. Lo único que podemos hacer es darnos cuenta de ello a tiempo para poder arreglar el error antes de que sea demasiado tarde — explico. Espero que cuando se reencuentre con su padre, puedan hablar de ello y solucionarlo antes de que se distancien más. Le doy un pequeño apretón cariñoso en el hombro antes de terminarme la cerveza y levantarme del sofá. — Tengo que entrar a trabajar — explico. Tenía una hora libre porque hoy entraba en el turno de tarde, pero el tiempo se ha pasado volando. — Espero poder verte dentro de pocos días y que todo haya cambiado, que tu padre esté de vuelta aquí. — Tienen demasiadas conversaciones pendientes como para que la cosa quede así, y ese es otro motivo más para trabajar en la búsqueda todo lo que pueda. — Haré todo lo que pueda para que así sea, Syv.
Nathaniel L. Wright
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Tengo una palabra de agradecimiento en los labios por su ofrecimiento a que pueda llamarlo cuando quiera, no sé si lo haría, cuesta romper los viejos hábitos de silencio, y si tengo algo para agradecerle es que sea quien viene, quien está conmigo sin que hiciera falta que lo llamara, escuchando mi desahogo de tantas cosas que tienen como inicio el secuestro reciente de mi padre y abarca mucho más, demasiado. Suelto el resto en un suspiro, se siente bien poder sacarlo todo fuera. —Yo también estaré si lo necesitas, si algún día…— digo, mirándolo por encima de las palomitas que están entre nosotros y una conversación que se centró en mis propios dramas imaginarios porque no sé cómo preguntar por los suyos, — quieres hablar de las cosas que también necesitas decir.

Y tal vez no sea hoy, porque el tiempo es breve, un rato cedido por su trabajo, que con todo esto de hallar  a los rehenes los tiene más ocupados y estresados que en los días corrientes, de por sí atareados. No lo cargaré con una tarea más. —No tengo su nombre, pero… hablaré con papá cuando vuelva— digo, porque volverá, sé que lo hará. Su promesa de que así será llega después y aparto las palomitas para ponerme de pie así como lo hizo él, con una sonrisa que le agradece sus esfuerzos por consolarme, al menos por un rato todo lo malo quedo relegado y a su manera consiguió que crea, plenamente, con toda confianza, en que papá volverá a casa. Dejó de ser una esperanza, para ser una certeza. Y por eso antes que se vaya, lo abrazo para poder apoyar mi mejilla en su hombro. —Gracias por preocuparte por mí y haber venido, Nate— murmuro, quiero poder decirle algo más, como que me sentía muy triste, que fueron días sin color, sintiéndome tan sola, y no sabía hasta qué punto necesitaba de alguien que sentara conmigo para pasar un rato, por breve que fuera, que el día se pintara de a poco como un cuadro de acuarelas, que me diera un abrazo, del cual lo libero con una sonrisa para que vuelva a trabajar y yo siga comiendo las palomitas que aún quedan y saben como si fueran lo mejor del mundo o hacen parecer mejor al mundo.
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