The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Tengo la conciencia vaga de que hay demasiadas luces blancas, pero eso es todo lo que puedo divisar a pesar de que oigo una voz que me habla, que me hace preguntas y que me llama “señor ministro” cada dos segundos. Asumo, por el tono de su voz, el sonido de ruedas y el ligero movimiento, que estoy en una camilla, pero más que apenas abrir los ojos por unos segundos, no soy capaz. Las cosas pasan muy deprisa y parecen ir en intervalos, hay mucho ruido y eso me indica que mi caso no es el único, porque heridos hay cientos y yo solo soy uno más en esa lista. Me cortan la ropa, eso lo reconozco, pero me concentro más en el respirador que me acaban colocando y me cubre la poca visión en un momento. Sé que me llaman y me dicen algo más, pero es solo un eco distante y mis ojos ruedan hasta volver a cerrarse. Es todo negro, frío y posiblemente pacífico. Podría quedarme así, no veo por qué no…

Parpadeo un par de veces, me cuesta un poco enfocar las imágenes, demasiado coloridas para mi gusto. A juzgar por el canto de los pájaros que entran por la ventana abierta, es un día pleno y soleado, tanto que las flores que hay en una mesa cercana brillan con mucha intensidad. Creo divisar un suero, el cual se conecta a mi brazo, pero mi cabeza no se detiene ahí. Hace un movimiento pesado hacia un lado y me parece ver una silueta, centrándome primero en su cabello rubio y unas facciones demasiado familiares — ¿Mamá? — ¿Me morí? Parpadeo de nuevo y mis ojos acaban centrando la imagen de Meerah, sentada justo al lado de la cama. Bien, ahora puedo procesarlo. Es una habitación de hospital y, por lo visto, una bastante grande. Bendita obra social ministerial — Hey… — es un saludo vago, apenas tengo voz y la garganta se siente seca y muerta. Me esfuerzo por sonreírle, aunque sea a medias — Me tenías preocupado — obviemos que fui yo el que terminó con el torso con la pinta de un tiro al blanco. No sé qué aspecto debo tener pero me siento del asco, incluso cuando la ropa blanca y suelta de hospital es de lo más cómoda. Me apoyo un poco en mis manos en un intento de acomodarme en la cama, tratando de verla mejor — ¿Qué…? ¿Qué pasó? Quiero decir, ¿qué haces aquí? Deberías…

No alcanzo a decirle nada, en parte porque no puedo organizar los pensamientos acumulados y atontados y, por otro lado, porque la puerta se abre y me quedo estático en mi lugar. Si hay algo que no me esperaba, además de estar vivo, es ver entrar a mi hermana. No nos vemos hace semanas, desde que básicamente me trató de basura parlante, así que jamás hubiese creído que respondería un llamado sobre mi estado en el hospital. Lo que me desconcierta aún más es que la persona que entra detrás de ella es Lara. Me convierto en estatua, pasando los ojos de una a la otra, sin saber muy bien cómo se supone que debo reaccionar — ¿Qué clase de fiesta es esta? — acabo soltando, tratando de encontrar una respuesta con un humor que no haga sonar tan violento mi comentario. ¿El sedante que me están poniendo puede volver a dormirme?
Hans M. Powell
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M. Meerah Powell
Fugitivo
No recordaba haber estado nunca en un hospital y, si por mi fuera, preferiría no tener que pisar uno nunca más. Había algo en el aire, incluso con las paredes blancas y los pisos prístinos que me hacía querer salir de allí a la primera que pudiese. No lo haría, no después de haber peleado tanto con los sanadores para que me dejaran estar en la habitación de Hans. No había sido fácil convencerlos de que estaba bien y que no tenía más que pocos arañazos y moretones pese a que fueron ellos mismos los que me habían curado. Tampoco había sido sencillo el asegurarles que era capaz de quedarme quieta y no molestar una vez que logré enterarme de que mi padre también estaba allí. Pero no quería dejarlo solo. No después de…

Lara había estado conmigo todo el tiempo también, y eso era más de lo que podía pedir de nadie al parecer. Me reconfortaba su presencia tanto como sus palabras, y había peleado casi que a la par mía con la gente del hospital por dejarme quedarme. No es como que tuviese ningún lugar a dónde ir. La tía Eunice llevaba años sin salir del ocho, y aún aunque fuese otro horario y no estuviese dormida, no quería arriesgarme a contactarla. A Phoebe la habían llamado hace pocos minutos y seguramente no tardaría en llegar, así que con varias excusas y promesas por fin me habían dejado entrar a ver a mi padre.

No era una bonita visión. No cuando todas las veces que la había visto tenía una apariencia saludable e impoluta. No cuando jamás lo había visto dormir, o estando tan pálido como la muerte misma, y con un suero conectado a su brazo.

Las horas que siguen pasan tan rápido que no las siento. Sé que dormito un par de veces, y que en algún momento Lara me dice que se va a buscar algo, pero entre el cansancio y la preocupación no presto mucha atención. Cuando sí presto atención es cuando la voz de Hans me saca de mi estupor y me deja mirándolo boquiabierta al no haber pensado qué iba a decirle cuando se despertase. - Yo… - Registro las palabras, pero por alguna razón lo único que siento es ganas de llorar. Si no fuera porque la puerta se abre y deja pasar tanto a Phoebe como a Lara, probablemente lo habría hecho, pero la interrupción me da tiempo a recomponerme y, cuando hablo ni siquiera dejo que mi voz suene temblorosa. - Los doctores dicen que tuviste suerte de que no sea tu funeral. - Las palabras que usaron no fueron precisamente esas, y las había escuchado gracias a que me había hecho la dormida, pero el punto es que por poco casi eran dos los padres que había perdido la noche anterior. - ¿Necesitas algo?
M. Meerah Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Apenas le estoy prestando atención a lo que tiene lugar en el televisor, más bien dejo que las imágenes de la gala de verano que se está celebrando esta noche acompañe el ambiente mientras preparo una cena simple. De refilón veo como las cámaras se centran en mi hermano en más de una ocasión, lo cual no me sorprende ni una pizca porque a la televisión le encanta cebarse con la cara conocida y joven de Hans. Incluso creo diferenciar la melena rubia de Meerah en alguna parte mientras vierto un puñado de verduras sobre la sartén. Es ahora que, al ver la gran cantidad de gente que se aglomera bajo el escenario, agradezco no haber acudido a una festividad de semejante calibre, aunque tampoco voy a negar que no hubiera sido muy mi estilo de haberlo hecho.

Tan pronto como apago el fuego de la cocina un estallido ocupa todo el salón, lo que provoca unos segundos de confusión en los que busco de donde procede el sonido. Dejando de lado el hecho de que se me ocurre pensar que ha sido mi propia encimera, los gritos que siguen después hacen que gire mi cabeza hacia el televisor. Las imágenes que captan entonces mis ojos distan mucho de la visión que hace apenas un rato habían tenido sobre la velada, ahora convertida en pánico y terror mientras las cámaras graban lo que está sucediendo. Inmediatamente suelto lo que estoy haciendo y mi corazón empieza a latir con tanta fuerza que por un segundo la que entra en pánico soy yo. No sé cuantas veces llamo a los números de emergencia, solo para recibir el mismo mensaje: que nadie sabe lo que está ocurriendo. Eso no ayuda para calmar mis nervios mientras me quedo sentada en el sofá, torturándome a mí misma con imágenes de seres queridos convirtiéndose en añicos.

Salgo a la calle, solo para ver el mismo estado de confusión en la gente del vecindario que ha salido por la misma razón que yo, para ver si hay alguien que sepa algo fuera de lo que se está viendo en la televisión. Pasan horas en las que las líneas de teléfono están tan saturadas que hablar con la persona al otro lado se vuelve una misión imposible, y no es hasta que un número personal me llama que recibo información de mi hermano. No me tomo por una persona agresiva, pero cuando la señora del mostrador me impide el paso a donde sea que esté Hans, siento como la rabia se acumula en mis ojos. – ¡Es mi hermano, mierda! – Le grito, casi lanzándole la libreta de las manos. Se queda tan pasmada que por un minuto no reacciona, tiempo que dedico a observar a mi alrededor hasta que mis ojos se encuentran con una figura conocida. – Lara. – Murmuro sin más, moviéndome con rapidez en su dirección.

Sé que ella también estuvo en la masacre porque también la vi en algún momento, pero su aspecto me dice que podría haber terminado peor. De igual forma, muevo los labios para preguntarle si está bien antes de pedirle que me lleve hasta mi hermano. – Tremendo idiota. – Se me escapa cuando empujo la puerta que da a la habitación en la que se encuentra y le escucho venirse arriba de graciosillo. Quizás debería tener más cuidado cuando me abalanzo sobre su cuerpo para estrujarlo entre mis brazos, pese a que sigue siendo más grande que yo incluso cuando está encamado. – Lo siento, lo siento muchísimo, todo lo que dije… estaba enfadada, perdóname. – Y lo vuelvo a estrujar, porque no me lo hubiera perdonado si en lugar de una cama de hospital esto hubiera sido un ataúd. Me reincorporo, dirigiéndole una mirada culpable y topándome con la cabeza de Meerah en el proceso, a la cual me es imposible no preguntar: – ¿Estás bien? – No es más que una niña, no merece esto.
Phoebe M. Powell
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Invitado
Invitado
Peino el cabello rubio de Meerah detrás de la curva de su oreja cuando le digo que saldré unos minutos de la habitación. No creo que se mueva de su puesto de centinela al lado de la cama de su padre a la espera de que despierte, ni tengo corazón para decirle que lo haga cuando no tengo ni la más pálida idea de dónde se encuentra su madre en este momento. En tanto continúe pendiente de cada gesto que sea indicio de que Hans sigue respirando, tendrá algo a lo que aferrarse y su mundo seguirá teniendo un norte. Fueron demasiadas emociones para ella en una sola noche, que salgo al pasillo a buscar algo de chocolate para traerle de regreso y me demoro por llamar a mi madre, quien no entiende por qué postergo el ir a verla después de lo ocurrió. Le explico que estoy acompañando a una niña hasta que algún familiar se presente, y como si la hubiera invocado, veo a Phoebe en un intercambio con la enfermera que la recibe.

La llevo hasta la habitación de su hermano y bien podría hacer lo que le dije a mi madre. Necesito volver a casa, sacarme la sensación de tener ceniza en el pelo y toda la ropa sucia por rodar en el suelo. Los cortes son mínimos en comparación al estado en el que Hans se encuentra y como cada vez que mi mirada cae sobre él, reprimo una mueca de dolor. Escucho los susurros de las demás, dándole espacio para que conversen con él y bordeo la cama para quedar cerca, desde donde puedo verlo bien, todo lo largo que es en la cama, y tengo la esperanza de que esté lo suficientemente drogado como para resistir abrazos. —¿La fiesta de «Hans resucitado»? Es algo así como Navidad…— sugiero, todo parece dar vueltas alrededor de eso que no me atrevo a poner en palabras y es que el estúpido podría haber muerto. ¿En qué cabeza cabe que a este sujeto al que nada parece sacudirle los pelos de su flequillo se ve como si acabara de pasarle una tropilla de hipogrifos encima?

Toco el hombro de Meerah para atraer su atención por un momento y le entrego el chupetín que le traje, cuyo envoltorio dice irónicamente «¡BOOM!» como si no hubiéramos tenido suficiente, pero éste es de esos que hacen estallar un montón de sabores dulces en la boca y es bueno para dejar atrás otros recuerdos, al menos para que pierdan su intensidad. No creo que nada de lo ha pasado corra tan rápido en nuestras memorias. —Te ves fatal— digo volviendo mi mirada a Hans, como si él no pudiera sentirlo por sí mismo. Lo he visto en muchos estados lamentables, pero éste será de lejos la que se lleve todos los laureles. Me cuido con lo que voy a decir porque está Meerah presente y tuvo que pasar horas en la incertidumbre de que su padre despertara como para escucharme bromear sobre su estado. —Tuve que preguntarle a la enfermera si es que todo funcionaría normal después de esto. Y buenas noticias, campeón, estarás saltando en una pata dentro de unos días fuera de este hospital…—. Señalo sus piernas que quedan por debajo de la manta. —Solo en una, porque la otra necesita más tiempo y ni si te ocurra esforzarla demasiado— le advierto.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Poco a poco, las memorias empiezan a regresar a mí como si el nuevo estado de consciencia pudiera rebobinar mis neuronas y puedo sentir en carne propia el pánico durante el atentado, el cual disminuye poco a poco cuando me doy cuenta de que, al menos, Meerah parece completa. Pálida y con los ojos más vidriosos de lo normal, pero viva. ¿De verdad estuve a punto de irme para el otro lado? ¿Cuántos fueron los disparos que recibí y que no fui capaz de procesar? Ni llego a responderle a mi hija sobre las necesidades que aún no sé si tengo, que los brazos de mi hermana me toman desprevenido y me aplasto contra las almohadas por culpa de todo su delgado peso. La sorpresa es lo que hace que las manos me revoloteen en el aire hasta posarse en su espalda, sintiendo la calidez de sus disculpas como un medicamento un poco más suave. Al menos, creo que disimulo un poco más el quejido de dolor que se me escapa con tanto estruje — Olvídalo — insisto, quizá con un poco de urgencia para que no me asfixie.

Que mi hermana se centre en Meerah me da el tiempo para llevar mi atención a la tercera mujer de la habitación, quizá con una mirada algo inquisitiva; creo que queda bien en claro que no me esperaba verla jamás en esta situación, mucho menos después de la locura extraña de un atentado. No obstante, no digo nada al respecto, solo le sonrío con gracia por el chiste de mi supuesta resurrección — Gracias, tú te ves algo chamuscada — le regreso, soy consciente de que hay cierto alivio en mi tono de voz. La última vez que supe de ella fue cuando dejé a Meerah a su cargo y, por lo visto, las dos salieron ilesas. No sé qué ha pasado desde entonces, pero asumo que le debo un agradecimiento. Resoplo en queja sobre el informe de la enfermera y me resigno a presionar el botón en la camilla que me endereza un poco, siendo capaz de tomar asiento y mantenerme hundido en las enormes almohadas — El lado positivo es que no tengo que llamar al trabajo para avisar que no iré a trabajar — ¿Estoy bromeando sobre lo que ha ocurrido? ¿En serio?

Aparto un poco la sábana para levantarme la remera y buscar automáticamente alguna señal de lo que ha pasado en mi piel. Puedo sentir las zonas más sensibles, pero nuestros métodos curativos y mágicos son más que suficientes como para no tener ninguna marca visible — ¿Cuánto tiempo ha pasado? — ¿Fueron un par de horas, un día o una semana? Bajo mi remera y me hago a un lado en la cama, agradeciendo que sea lo suficientemente grande como para darle una palmadita al colchón en una invitación a Meerah para que se recueste conmigo. Si yo me veo mal, ella se ve agotada — Lo último que recuerdo fue… — me rasco la barbilla, con el tacto de la barba apenas crecida que me indica que ha pasado más de un día desde que me afeité por última vez. Quitando eso, no, no puedo recordar lo último — No lo sé, creo que hundí a una rubia desquiciada abajo de un montón de piedras. ¿Tú cómo te enteraste? — cuando me volteo hacia mi hermana, me salta una duda algo incómoda — Dime que eso no se vio en televisión… — Puedo soportar estar en las noticias, pero no sé en qué momento se ha cortado la transmisión o qué decidieron difundir. Suerte para mis ánimos, me fijo en el chupetín que tiene Meerah en sus manos y lo señalo con mi mentón — ¿No hay uno para mí? — que estuve por morirme, algo de azúcar puede ayudar a pasar el mal trago. Y dudo que Lara tenga aquí un poco de su shulab iamón.
Hans M. Powell
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M. Meerah Powell
Fugitivo
No me esperaba que la tía Phoebs se mostrase tan cariñosa al entrar, y termino saltando un poco de mi asiento queriendo advertirle que tenga cuidado. No lo hago, sorprendida de ver como Hans le devuelve el gesto pese a que se nota que no está del todo cómodo. Por alguna razón que no logro comprender me siento fuera de lugar, y tengo el impulso de salir de la habitación hasta que mi tía me presta atención. - Sí, los sanadores se encargaron de dejarme casi como nueva. - Mis moretones se habían desvanecido casi por completo bajo sus cuidados, y los raspones solo habían dejado una leve picazón contra mi piel luego de que le untaran lo que suponía que era Esencia de Díctamo. Cómo había dicho, prácticamente como nueva, y sin ninguna herida de gravedad que fuese preocupante.

- ¿Aacabas de decir que Hans es algo así como el nuevo mesías? - Me sorprende encontrar algo de humor en su declaración, y el saber que ella se toma todo con normalidad, es lo único que me deja tranquila del todo en estos momentos. Observo con gracia el chupetín que me tiende, y pese a que debería sentirme ofendida ya que los dulces suelen ser para niños, no puedo enojarme porque de verdad que me gustaba esa golosina. No sabría nunca si Lara tenía idea de que era una de mis preferidas, pero le agradezco de todas maneras, y reviso el envoltorio para ver que no sea de gusto a sandía. Estoy por abrirlo, pero cuando Hans palmea el costado de su cama en una clara invitación hacia mi persona, los ojos se me abren de par en par, y prácticamente salto para poder subirme a su cama con rapidez. No me contengo, y cuando me recuesto, termino haciéndome bolita sobre su costado, pasando un brazo por su cintura, y usando su pecho como almohada.

El suspiro que se me escapa es casi que vergonzoso, pero escuchar el ritmo de su corazón latiendo con fuerza me hace feliz. No presto mucha atención a lo que hablan en esos momentos, contenta en ese abrazo cálido, nuevo pero satisfactorio. Es solo cuando Hans hace una pregunta en referencia a mi dulce que presto atención, y apoyando mi mentón sobre su pectoral, lo miro inquisitivamente antes de girarme a Phoebs y a Lara. - ¿Pueden duplicarlo? Así habrá para todos. - Después de todo, ni siquiera estando en camilla Hans aceptaría el único dulce si se lo llegaba a ofrecer.
M. Meerah Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Sé que nuestra conversación está lejos de ser olvidada, pero decido que ignorar que pasó por lo menos por ahora es lo mejor que puedo hacer dadas las circunstancias. Es cierto cuando digo que jamás me lo hubiera perdonado de haber tenido una repercusión catastróficamente diferente, y en el momento se dijeron cosas que no hubiera dicho de tener la mente fría. Pero no deja de ser mi hermano, en las buenas y en las malas, no lo quiero muerto. Declaro mis pensamientos con un leve fruncimiento de ceño, mientras mis ojos se debaten entre la figura cochambrosa de Hans y las femeninas de Lara y Meerah. Le dirijo a la última una sonrisa que pretende ser de consuelo cuando asegura estar bien.

No tardo en volver a poner la atención en mi hermano, cruzándome de brazos en un gesto de obvia preocupación. El hecho de que esté bromeando significa que se encuentra mejor dentro de lo esperado, aunque para mi gusto se sigue viendo hecho un cuadro. – Horas, está casi amaneciendo. – Respondo, aunque, honestamente, se han sentido como milenios en lo que recibía información de algún tipo, útil o no. Me abstengo de decir que ahí fuera todo está siendo una locura porque creo que es lo último que necesitan escuchar, más teniendo en cuenta que fueron parte de ella. – Se vio todo, Hans. Desde las bombas hasta como terminó cuando llegaron los aurores, las cámaras no dejaron de correr en ningún momento. – Como si quisieran que el público lo viera, como si fuera alguna clase de película morbosa. Me entran nauseas solo de pensarlo otra vez. – Supongo que usarán las grabaciones para incriminar a quienes lo hicieron. – Empapelar las calles con sus caras, buscar pistas que puedan llegar a descubrir su paradero. Esas cosas, qué sé yo.

La imagen de Meerah apoyada sobre mi hermano hace que ladee la cabeza en un gesto que me provoca una punzada de ternura dentro de todo el cúmulo de sentimientos de malestar. Me saco la varita del bolsillo de mi chaqueta para hacer reaparecer otro caramelo en la mano de mi sobrina con un conjuro duplicador, aunque lo repito para que en lugar de dos haya tres y Lara tampoco se quede sin uno. – Pero no hablemos de eso, ahora lo que necesitas es descansar. Los dos, tres. – Mi cabeza se mueve al unísono de mis palabras de Hans a la rubia y seguidamente a la morena. – La enfermera dijo que estarías aquí por unos días bajo vigilancia médica, puedo ir a tu casa y traerte lo que necesites. Me quedaré con Meerah, también tiene que reposar, y dormir. – Sea lo que sea lo que me pida, lo haré.
Phoebe M. Powell
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Invitado
Invitado
No fue eso lo que dije…— corrijo a Meerah que no pudo solo dejar pasar mi comentario. —Es decir, tiene…— muevo mis dedos en el aire hacia la cabeza recostada de Hans en la almohada, —su aureola un poco empañada, no la veo bien— bromeo, mientras se hace con el dulce que conseguí para ella. Tendría que haberle quitado el envoltorio al chupetín. ¿En qué demonios estaba pensando al darle un dulce llamado «¡BOOM!»? Mis segundos de remordimiento duran lo que se tarda Meerah en acomodarse al lado de su padre en un abrazo que la hace ver mucho más a una niña, de lo que he podido apreciar en ella en todos los años que la conozco. Es posible que me haya equivocado bastante en juzgarla más adulta de lo que es, con ese cansancio bajo sus ojos creo que se merece más la comodidad de una cama que el mismo Hans, hasta que vuelvo mi atención a sus heridas y… bien, puede que se sí merezca una cama y una golosina duplicada por haber ganado un día más de vida.

Escucho a medias lo que conversan con Phoebe sobre las transmisiones en vivo que se hacían de toda la catástrofe, tengo un lío interno de pensamientos sobre quienes estuvieron involucrados y no puedo precisar caras porque una sola me entretuvo más tiempo del que una bruja con supuestas habilidades mágicas y con una varita en regla tendría que demorarse en desmayar a alguien. Bueno, tal vez tuve otros planes además de desmayarlo como quemarlo un poquito si mal no recuerdo, pero estaban pasando muchas cosas demasiado rápido y tenía a Meerah detrás de mi espalda como para desarrollar una estrategia más elaborada, y lo que me habría venido bien, más efectiva. Pensarlo a la ligera como mi manera de lidiar con el estrés, es ahora más fácil porque hubo quienes pudieron intervenir a tiempo y asegurarse de que estuviéramos aquí contando el cuento, cansadas pero enteras, lo que no se puede decir de todos y tenemos un caso demasiado cerca, a centímetros.

No creía que tuvieras permitido comer una golosina— contesto, en tanto su hermana se encarga de proveernos de un chupetín a cada uno. —¿No tendrías que estar a base de caldos y tostadas por una semana? No sé bien qué se hace para que una pierna… y un brazo… y medio cuerpo se sanen, ¿no conviene solo reemplazar todo por prótesis mioeléctricas?— sugiero con humor negro. Froto mi frente con la palma de mi mano, suavizando las arrugas de preocupación que he conseguido por una noche que sobrepasó mis resistencias, y debo estar demasiado cansada para estar diciendo y pensando tantas tonterías, una detrás de la otra. Cuando Phoebe se compromete a ser quien cuide de Meerah puedo suspirar y quedarme con la tranquilidad de que alguien de su familia se encargará de que duerma todas las horas que necesita, y también la calmará cuando vuelva a caer en la cuenta después de despertar de que su madre no está y su padre no puede salir del hospital. Confío en que la mujer podrá cuidarlos, pero no logro pensar en cómo estará en dos lugares al mismo tiempo si Hans se queda en el hospital y va a la casa a buscar lo que haga falta mientras lleva a Meerah a descansar. Me quedo haciendo cálculos en mi mente, y salvo que la niña se quede durmiendo con su padre, que esta habitación se vuelva un espacio para los tres, las cuentas no me dan. —Si quieres…— hablo dirigiéndome a Phoebe, pasando de largo de lo que puedan decir Hans o Meerah. —Puedo quedarme a esperarlas mientras buscas sus cosas y Meerah se da un baño para quitarse el cansancio— me ofrezco. —Y luego volveré a casa.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Toda la teoría delirante de mi como el nuevo anticristo (sí, me autocoloco ese título) al menos sirve para arrancarme una risa escueta, la cual apenas se oye pero hace mover mis hombros como si de esa manera pudiera hacerse notar. Mala idea, el sacudir apenas mi cuerpo me basta para que mi expresión cambie a una fugaz mueca de dolor, recordándome que hace unas horas me molieron a tiros. Al menos eso disimula un poco mi cara de pocos amigos que responde a las palabras de Phoebe, no muy seguro de cómo debería reaccionar. ¿Todo fue documentado, de veras? ¿Quién fue el enfermo que no cortó la trasmisión? — Dime que al menos atraparon al culpable— busco un mínimo consuelo, uno que encuentro mucho más rápido cuando Meerah se acuesta conmigo y puedo rodearla con mis brazos. Al menos, si la sujeto sé que nadie puede tocarla y eso es más que suficiente después de todo lo que ha sucedido.

No me esperaba que alguien cumpliera ese capricho infantil, pero en segundos me encuentro con un chupetín para mí y me siento libre de guiñarle un ojo a Meerah en compinche agradecimiento. Intento no molestarla demasiado cuando busco quitarle el papel al dulce y ni levanto la mirada a las palabras de Scott — Si no le dices nada a la enfermera, yo no lo haré — contesto y arrugo el envoltorio con unos dedos mucho más torpes que los de costumbre — No lo sé. ¿A ti te molesta o tendré que conseguir un...?— la costumbre hace que me silencie por palabras sin pensar y aprovecho la excusa del chupetín para callarme la boca, metiendolo de una vez y aprovechando a hinchar una de mis mejillas. No tenía ni idea de lo mucho que necesitaba algo con sabor dulce hasta ahora.

De un momento a otro, me encuentro en medio de una conversación que se siente salida de uno de mis sueños más bizarros y me quedo degustando la golosina con los ojos que van de una mujer a la otra, asintiendo a sus palabras solo por inercia. Sé que Meerah necesita paz y creo que siento un gigante agradecimiento hacia mi hermana por su ofrecimiento, no me esperaba el de Lara. Tomo algo de aire y lo lanzo con fuerza — No tienes por qué... Espera — hay un detalle que me hace algo de ruido y hace que me gire en dirección a mi hija, arrugando la frente en mi confusión — ¿Tu mamá está bien? ¿No prefieres estar en tu casa con tus cosas? No es que... bueno, me agrada tenerte aquí, pero no sé qué es lo que tú quieres — hay una incomodidad que no reconozco, una que hace que mis ojos confundidos se levanten en dirección a las adultas de la habitación — ¿Me perdí de algo...?

No llego a decir nada más porque una enfermera ingresa a la habitación con paso decidido y puedo ver que se detiene con el choque de una sala llena. Abre la boca y yo muerdo el palito del chupetín casi que hasta con inocencia, pero apenas amaga a decir algo sobre "solo familiares", mis cejas se disparan — ¡Pero que casi me muero! — no sé si es mi tono de víctima indignada o que acaba de chequear el nombre en su libreta, pero su diminuta y rechoncha figura parece escaparse de la habitación justo cuando vuelvo a meterme el chupetín en la boca con toda la dignidad que me queda. Lo que me faltaba, aunque al menos esos cinco segundos me han servido para plantearme un par de escenarios desagradables para comprender por qué mi hija está aquí conmigo e ir con su madre no parece ser una opción.
Hans M. Powell
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Pese a que llevaba horas sin dormir como corresponde, en ningún momento me había enterado de que habían transmitido el evento por televisión. No al menos la parte en la que básicamente luchábamos por nuestras vidas y éramos atacados por criaturas y rebeldes en partes iguales. ¿Me habrían enfocado a mí? ¿Sería por eso que mamá…? No, si yo no me había enterado hasta ahora, ella menos podría haberlo sabido en ese momento. No iba a tratar de justificarla bajo ningún punto. No cuando Hans estaba en una cama de hospital y aún así estaba más preocupado por mí que lo que lo había estado ella. Me acomodo con suavidad contra su cuerpo cuando me rodea con los brazos, y me dejo reconfortar por su agarre, sabiendo que era un gesto que no habíamos compartido jamás, pero que aún así se sentía terriblemente familiar.

Le regalo a Phoebe una amplia sonrisa cuando me hace caso y reparto el dulce con rapidez, dedicando unos segundos de mi tiempo a abrir el envoltorio y solo deteniéndome unos segundos para rodar los ojos ante el comentario de Lara. - ¿Desde cuándo eres una aguafiestas? No querrás arruinar la navidad de Hans… - Retomo el chiste de hace unos segundos para que sepa que estoy bromeando, y me llevo el dulce a la boca. Iba a recostarme nuevamente contra el costado de Hans, pero me detengo cuando noto lo que está haciendo y lo freno con la mano. - No, no. - No se me entiende muy bien al tener el dulce en la boca, pero intento de todas formas el explicarme. - Tienes que volver a meter el dulce en el envoltorio, no lo arrugues que sino no tiene gracia. - Y para ejemplificar, retiro el palito de mi boca, y lo vuelvo a poner en el envase, sacudiendo un poco y sacándolo, esta vez recubierto de un polvo rosado. Cuando vuelvo a llevarme el dulce a la boca frunzo el ceño instintivamente, apretando los ojos ante la sensación, pero disfrutando de los estallidos que produce la golosina.

- ¿Qué? Son solo pocos días, ¿no puedo quedarme aquí? - Me alarmo cuando las escucho hablar de quedarme en otro lado, y si bien las quería a ambas, no quería apartarme de Hans. Y cómo si fuesen a sacarme a la fuerza, termino aferrándome a su mano con moderada fuerza. Al parecer mi padre parece entender que algo estaba mal y no tarda en consultarme al respecto, pero casi me lleva a un ataque de pánico hasta que aclara que le gustaba tenerme con él. - Ella está bien. Pero si nunca vuelvo a saber de ella, no me importaría. - ¿Qué clase de madre dejaba a su hija en medio de un atentado? No me importaba que la ayuda estuviese en camino, en ese momento no lo sabía, y ni siquiera me había explicado… Ni siquiera me había dejado despedirme como correspondía.

La llegada de la enfermera es una excelente interrupción, y si bien me evita que me quiebre en llanto, termino por regalarle  la peor mirada que puedo. Al menos Hans la saca enseguida y termino mordiendo el chupetín, distrayéndome unos segundos masticando el caramelo hasta calmarme. - Me encantaría pegarme un baño, pero si querías quedarte a solas con Hans solo tenías que pedirlo. - Tal vez no era el momento adecuado para bromear, pero es la única manera en la que podía recuperar algo de normalidad, y si tenía que ser a costa de Lara, que me perdonara. - ¿Segura que me puedo quedar contigo? - Consulto a mi tía, pero aún sin querer abandonar la habitación de Hans.
M. Meerah Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Toda la broma del anticristo termina por sacarme una risa en lo que ruedo los ojos como si todavía no pudiera creerme que de verdad estamos bromeando sobre el estado moribundo de mi hermano y su tremenda buena suerte de regresar con las cuatro extremidades. – Creo que por hoy se lo ha ganado. – Digo haciendo referencia al caramelo que no tarda en llevarse a la boca. Un chupetín resulta un premio mínimo si se tiene en cuenta por lo que han pasado los tres esta noche. Una punzada me atraviesa el estómago al instante de recordar la suerte que han tenido de salir con vida, lo cual es algo con lo que muchas familias solo van a poder soñar de sus seres queridos a partir de ahora.

Trato de ocultar la mueca que transforma mi sonrisa en un fruncimiento de los labios, pasándome a rascar la punta de la nariz con disimulo. – No sé si al culpable, sé que a algunos se los llevaron, pero no estoy segura de si son o no los líderes del atentado. – Tampoco creo que haya sido una sola persona la que haya organizado toda esta matanza, se necesitan a más de una mente desequilibrada para atentar contra la vida de tantas personas. – Pero lo harán, de eso puedes estar tranquilo. – No sé cómo, pero lo que pasó hoy es algo que no puede ser olvidado. Pese a que no soy partidaria de cómo ha llevado las cosas Jamie los últimos años, algo que no puede ocurrir es que la vida de inocentes corra peligro cuando probablemente la figura a la que iba dirigida el ataque era a la de la propia ministra. Tengo que dirigir mi mirada hacia Lara cuando se ofrece quedarse con Hans mientras yo me encargo de mi sobrina, vocalizando con los labios un gracias cuando siento que la conversación toma un giro incómodo.

No conozco mucho a la madre de Meerah porque a decir verdad no hemos tenido una presentación apropiada. Sé quien es y le pongo una cara por ser la madre de mi sobrina, pero lejos de eso nuestra relación dista mucho de ser cercana. Sin embargo, por el modo en que habla de ella, me supongo que no debió de comportarse muy bien cuando las cosas estaban en lo peor. Por esa misma razón, me callo, dirijo una mirada disimulada a Lara con intención de que explique con una mirada lo que ha podido pasar, pero sin hundir demasiado el dedo en la herida. Como ya he dicho, Meerah no es más que una niña, no debería estar sufriendo algo así, y aún así, aquí estamos.

La enfermera no puede interrumpir en la habitación en un mejor momento, y aunque en otras circunstancias le hubiera lanzado una mirada asesina, en este caso no puedo más que mirarla con ojos de agradecimiento interno. Su breve intrusión da lugar a un cambio de tema muy necesario para todos, de manera que vuelvo a dirigir mi mirada hacia la niña. – Por supuesto. Iremos a casa, te darás una ducha tranquila, dormir hasta que te encuentres descansada y luego iremos a buscar las cosas para tu padre, ¿te parece? No se va a mover de aquí, Lara se encargará de eso, ¿verdad? – Elevo la vista hacia ella, alzando las cejas como para dar apoyo a mi argumento. Además, creo recordar que Meerah ha estado en alguna ocasión en mi apartamento, por más que decir que estoy segura de que aunque le saque mucho centímetros, mi ropa le sentará mucho mejor que la de su padre.
Phoebe M. Powell
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Invitado
Invitado
No quiero que tu padre tenga luego una excusa para recriminarme algo— le contesto a Meerah. —Que me eche en cara el resto de mis días: «Tu chupetín casi me mató como no lo hicieron las bombas y los tiros, Scott»— remedo la voz de Hans, cruzándome de brazos porque con la golosina en su mano no me queda mucho por decir, tampoco creo que le haga nada. Pero sí estoy a la defensiva de que pueda encontrar lo que sea para usarlo de reproche, pecando un tanto de exagerada, y de pronto actuando como una aficionada real a las normas, en este caso de lo que puedan determinar las enfermeras. Pese a lo que digo, mis labios se curvan en una sonrisa al entretenerme con la explicación de Meerah al enseñarle la manera correcta de comer la golosina y hago girar la mía entre mis dedos sujetándola por el palillo todavía cubierto con el papel. No puedo opinar mucho sobre los culpables del atentado y por la forma que tengo de evitar la mirada de cualquiera, con un interés marcado en los colores del envoltorio, evito ser parte de esa conversación.

Me da una punzada en el pecho al escuchar como en unas palabras, Meerah toma una decisión respecto a su madre y tengo que morderme la lengua para pedirle que no hable de esa forma. Con una mano en el corazón, no creo que sea justo para ella misma no saber nada más de Audrey a partir de este día, porque nadie debería ignorar que fue de sus padres, por más que sean estos mismos los que se marchen. Espero que todos los pasos que dio Audrey para alejarse, algún día la hagan volver a Meerah. Y si no ocurre, que no se abra un vacío grande como un abismo que haga de la mujer una incógnita que a Meerah le quede pendiente por resolver toda su vida. Como su padre está en la habitación, dejo que sea quien ponga en los oídos de la niña las palabras que mejor le parezcan para consolarla en este momento.

Y me doy cuenta que más allá de mi sugerencia de repartirnos los tiempos para poder estar o ir y venir del hospital, no hay sitio mejor para ellos que estar juntos. La interrupción de la enfermera me hace notar que de eso se trata, son familia. Es un tanto ridículo que de acuerdo a esa consigna, sea quien se ofrece a quedarse unas horas. No tengo por qué hacerlo, claro, como bien lo ha dicho Hans. Se lo puedo discutir de alguna manera, en cambio le contesto a Meerah que no pierde su actitud de listilla y me causa gracia que no deje pasar ni una oportunidad. —Juro que mis intenciones son nobles, jamás me aprovecharía de tu padre en este estado—. No me molesto en mirarlo, se supone que tenía prohibido seguirle el juego a la chica. Phoebe es más medida en sus palabras, y me contengo de decir que aunque quisiera, no hay manera de Hans se lance a volar por la ventana. —Ya escuchaste a tu hermana— digo, apuntándolo con un dedo que después uso para apoyar en mi pecho. —Tendrás que obedecer todas mis órdenes, quedo a cargo— es demasiado tentador para no bromear. Pero, antes de que hagan cualquier movimiento de retirada, me apresuro en aclarar. —Tampoco decía de hacerlo ya— digo mirando especialmente a Meerah. —Iré a buscar provisiones para mis horas de niñera, supongo que aún tienen cosas de las que hablar— digo encaminándome hacia la puerta, en un intento de salir para darles su espacio privado como familia y que el abrazo de Hans y Meerah dure al menos diez o quince minutos más. —Vuelvo enseguida— miento, revisando el reloj de mi muñeca para calcular con precisión los minutos siguientes.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Yo? ¿Recriminarte algo como eso? Pfff. Jamás — me hago el desentendido sin siquiera mirarla, con la mirada más ocupada en seguir las indicaciones de mi hija con toda esta tontería del chupetín. Es triste darme cuenta de que me cuesta coordinar los movimientos de las manos, pero hago mi mejor esfuerzo en que nada de eso sea obvio y termino haciendo una mueca ante la explosión de sabor. Es un buen modo de distraerme de los pensamientos pesimistas, esos que me hacen preguntar en mi fuero interno cómo es que he logrado sobrevivir y si estaré mucho tiempo siendo una cosa adolorida e inútil. Encuentro consuelo al menos en las palabras de Phoebe, en esa seguridad que no me esperaba de ella pero que igual agradezco con un movimiento de la cabeza. Líderes o no, ya voy a encargarme del asunto en cuanto ponga un pie fuera del hospital. Sé que hay cosas que no van a quedarse así.

La urgencia de Meerah me descoloca, aunque no tanto como su negativa a desear saber algo de su madre, lo que me toma por verdadera sorpresa. Creo que no soy más capaz de expresar confusión como en este momento, ninguna de las otras dos dice nada e intento por mis propios medios el encontrar algo de lógica, aunque no sé si es culpa del suero o no que sea capaz de hallar una — Sabes que vas a tener que explicarme de lo que estás hablando, ¿verdad? — ¿Han tenido una discusión, justo ahora? ¿Audrey fue tan irresponsable como para cometer un error garrafal y dejarla a mi cuidado incluso cuando me encuentro en el hospital? La aparición inoportuna de la enfermera es suficiente como para que la conversación muera ahí, pero creo que es obvio en el apretón que le doy a mi hija, que no pienso dejar esto sin concluir.

Me encuentro en la patética situación de pellizcar a la niña en señal de reproche y no de reprimenda, parece que estar con un pie adentro de la tumba no va a salvarme de su insistencia con su pequeño ideal de pareja. Lo malo es que Scott no me la deja fácil y demuestro que la genética es más fuerte cuando levanto un dedo en señal de apuntar a su error oral — En este estado” — murmuro, la broma se hace por sí sola y la encuentro infantil, lejos de cualquier compromiso. Y ahí está, en segundos ellas han organizado cómo van a proceder, parece que tienen todo controlado en sus manos y yo solo soy un trozo de carne masticando un poco de caramelo, agradecido de que al menos no me han puesto una de esas batas con el culo al aire que harían esta situación más ridícula. Ese pensamiento hace que me mueva un poco para averiguar por el tacto si al menos llevo ropa interior y, al asumirme vestido solo con el pantalón delgado de hospital, subo la sábana como si eso hiciera alguna diferencia. Juro que me hubiera quedado callado y obediente, si no fuera porque Scott utiliza la situación para mofarse y yo alzo las manos en señal de reproche antes de dejarlas caer sobre mi panza y la espalda de Meerah — ¿Están seguras de dejarme con ella? Va a torturarme y cuando regresen voy a necesitar de la ayuda de un psicomago — intento sonar como el rey del drama en los segundos en los cuales la morena se decide por ir en busca de provisiones y tengo la estúpida reacción inconsciente de alzar una mano en su dirección, tratando de tomar la suya antes de que se aleje, cosa en la que fallo. Mastico el chupetín de costado y la veo llegar a la puerta, aprovecho su pausa a volver a hablar — Trae algo de curry para mí — bromeo, aunque me encuentro pronto aclarando mi garganta — Y Scott… — añado — gracias — ella sabe las razones.

Me estrecho a Meerah, aprovecho la postura para que mi mentón se presione en la cabeza rubia de mi hija y respiro con fuerza, haciendo que algunos de sus cabellos me hagan picar la nariz — Prometo que no iré a ningún lado que el suero no me permita — murmuro — Y Phoebe te cuidará bien. Es incluso más responsable que yo — aprovecho el cumplido para sonreírle suavemente a mi hermana, sin siquiera moverme de mi lugar — Cuando estés descansada y limpia, puedes venir. Miraremos televisión y molestaremos a las enfermeras con varios pedidos diferentes cada cinco minutos. ¿Qué dices? — no puede negarme que eso último es tentador, dejando la falta de madurez y respeto a un lado; si eso le quita los malos pensamientos de adentro, bienvenido sea. Me acomodo, echo un vistazo al suero y suspiro de mala gana al ver que se está acabando, lo que me indica que pronto tendré una visita que buscará cambiarlo. No sé por qué, pero no me atrevo a mirar la aguja en mi piel — Estás invitada, si quieres — le aclaro a mi hermana. Al fin de cuentas, somos familia. No hace falta que explote el ministerio para recordarme que lo más importante que tengo en la vida, se encuentra en esta habitación. Pero, eso sí, es la primera vez que estoy tan agradecido por ello.
Hans M. Powell
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M. Meerah Powell
Fugitivo
¿Cómo podía morirse uno a causa de un chupetín? - Hans no habla así, ¿o sí? - y dirijo la mirada a mi padre, quien no tarda en demostrar mi punto… o algo así. Al menos sigue mis instrucciones para con el dulce, y sonrío cuando lo veo hacer la mueca en la cara que siempre hago cuando estallido y el suave gusto ácido se mezclan en el paladar.

- No hay mucho que explicar, Audrey se fue cuando todavía estábamos en la plaza. Me dejó sola hasta que Lara me encontró. - Y no recuerdo si le he dado las gracias por eso, pero trato de que se note mi intención de hacerlo en mi mirada. Porque ha sido mi más grande contención hasta llegar al hospital y porque, a diferencia de mi progenitora, no me había abandonado a la primera que tuvo la oportunidad. - No sé qué más decirte. Ya las enfermeras nos dijeron que mi madre no figuraba en la base de datos de ninguna clínica u hospital, así que como dije, está bien. -

Al menos Phoebe no presta demasiada atención a todo el asunto con Audrey y, cuando propone su plan son pocas las cosas que podrían sonar mejor que su oferta. - Gracias tía. - Le sonrío y trato de mostrarme nuevamente alegre. No es muy difícil luego de los comentarios de Lara. - Eres muy contradictoria, ¿no que no te ibas a aprovechar? - Eso de las órdenes sonaba un poco a abuso, pero a decir verdad, me estaba dando sueño y no sabía si sería capaz de resistirlo. - Phoebe dice que está bien, así que yo le creo. Es profesora después de todo. - No era una buena excusa, pero las discusiones infantiles de este tipo me estaban levantando el ánimo.

El abrazo de Hans se hace más estrecho y, lejos de molestarme, termino de hundirme más contra su costado, disfrutando de la calidez pese a que aún estábamos en verano. - Gracias… papá. De verdad. - Y se me escapa un bostezo que a duras penas y llego a cubrir con el dorso de la mano. - Me gusta ese plan. ¿Seguro que no seremos nosotras la molestia?
M. Meerah Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Nunca he llegado a ser madre, pese a que hubo un tiempo en el que estaba convencida de que lo sería, de manera que no puedo llegar a juzgar el comportamiento de Audrey sin conocer su lado de la historia. Aun así, sé es que yo jamás hubiera abandonado a mi hija en un momento de necesidad, lo que me hace darme cuenta de que al final sí tengo una opinión al respecto. Mantengo los brazos cruzados sobre mi pecho, dirigiendo una mirada cautelosa con temor a que la misma pueda provocar una reacción por parte de mi sobrina. No sé que es lo que más me sorprende, si que no la llamé mamá como acostumbraba a hacer antes de que todo esto pasara, o que ya no quiera saber nada de ella. Siento lástima por ella, y a pesar de que no lo formulo en voz alta, me encuentro moviendo mis labios para forma una mueca triste.

El comentario de Hans me saca de tener que mantenerme en silencio, seguido de una sonrisilla indirecta al rodar levemente los ojos. – Eso tampoco es muy difícil. – Bromeo. La responsabilidad nunca fue el plato fuerte de Hans en cuanto a vida personal se trata, pero he de decir que desde que supo de su relación con Meerah, sí que he podido apreciar un cambio grande en su manera de tomarse las cosas. Asiento con la cabeza a lo que dice Lara, entendiendo que quiera marcharse a casa a por lo menos cambiarse de ropa y llamar a su familia. Después de todo, se ha encargado de cuidar la mía incluso cuando no era su tarea hacerlo. Por esa misma razón, mis ojos la siguen con la mirada y antes de que pueda salir por la puerta articulo un gracias sincero con los labios.

Suena genial. – Respondo a su ofrecimiento, por unos segundos quieta en el sitio, observando únicamente como mi sobrina se acurruca entre los brazos de mi hermano. Es una imagen tan tierna en contraste con todo lo que han tenido que sufrir por llegar hasta aquí que no puedo no acercar una silla de la esquina para arrimarla a un lado de la cama y sentarme en ella. Contemplo el agotamiento en sus caras, y aunque sé que no puedo compartir lo que han visto de la misma manera que ellos, puedo verlo en el reflejo de sus ojos. De manera casi inconsciente mi mano va a acariciar el pelo que reposa sobre la frente de mi hermano, jugueteando con los mechones como solía hacer cuando se encontraba enfermo y no podía hacer más que prestarle mi compañía. – No me iré. – Susurro, concentrada en su cabello para después buscar sus ojos.
Phoebe M. Powell
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