The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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This slope is treacherous ✘ Lara
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Recuerdo del primer mensaje :

Puedo escuchar la cháchara de Kirke, pero la verdad es que no le estoy prestando atención alguna. Sé que Josephine se da cuenta porque mira con las cejas levemente arqueadas los garabatos que hago en la hoja que tengo adelante, fingiendo que soy todo oídos a pesar de que ella, que es la única que se encuentra a mi derecha, puede ver que tengo la cabeza en cualquier otro lado menos en esta junta. ¿Para qué, de todos modos? El nuevo proyecto de ley que mi colega tanto se esfuerza en retomar es anticuado, ya nadie hace uso de animales domesticados para la comunicación, por muy mágicos que sean. Los muggles nos regalaron la tecnología, una de las pocas cosas útiles de su existencia y, con nuestros propios toques, se ha vuelto una pieza fundamental en nuestro sistema. Ahora, volver a implementar lechuzas, por muy atado a nuestras raíces que esté…

Ha sido un verano de lo más anormal, incluso si me salgo del terreno profesional. Esta semana me encontré buscando un regalo de cumpleaños para Meerah y aún no decido que será, incluso cuando pasaron unos días y salvé la situación enviándole chocolates y la promesa de un festejo. Lo malo es que aún no nos hemos podido ver y eso significa que tendré que darle el regalo grande cara a cara, pero soy un completo inexperto. Obviando el detalle hogareño-parental, también he encontrado un uso nuevo al salón de archivos, en especial al rincón cerrado y confidencial donde solo yo tengo acceso y las cámaras de seguridad no tocan ninguna esquina. Es el sitio ideal para escabullirte cuando te cruzas casualmente en el ascensor y acabas arrastrando a cierta mecánica para tener quince minutos de privacidad entre las corridas ministeriales, lejos de las miradas de los curiosos, aquellos que he ignorado por las últimas semanas. Un ridículo detalle que recuerdo sobre ayer por la mañana me pinta una vaga sonrisa que disimulo al bostezar, haciendo que Kirke se silencie de una buena vez. Es fácil, si yo demuestro signos de aburrimiento, saben que no tiene sentido seguir hablando. Eso nos ahorra muchos problemas y ni hablemos de tiempo  — Si encuentras el modo de hacer que todo este proyecto no suene como un malgasto de recursos, presenta un informe en mi oficina. No veo las razones por las cuales algo de esto… — señalo de mala gana la pantalla, con los gráficos que él mismo ha armado — Pueda ser útil a nuestra sociedad actual. Además, las leyes de protección de criaturas y animales mágicos son las más estables que tenemos. ¿Por qué cambiarlas por un capricho tradicionalista? — cierro mi carpeta y Josephine ya está tendiendo la mano cuando se la paso. Sin más, me pongo de pie y tironeo un poco de la camisa para quitarle las arrugas ganadas en los últimos cuarenta minutos — Creo que pueden seguir sin mí y solo avisarme cuando dejen de desperdiciar la sala de juntas en temas tan poco influyentes. Que tengan unas buenas noches.

Apenas oigo el saludo general, porque estoy chequeando la hora en el reloj de pared y creo que es un poco obvio que salgo por la puerta con paso apretado. Aún no es el horario de salida, pero como sé que no tiene sentido regresar a la oficina, me encamino directamente al ascensor. Para mi horrenda desgracia, la única persona que se sube conmigo es Patricia Lollis, así que miro para cualquier otro lado incluso cuando frenamos en el piso de tecnología y tengo que moverme hacia un lado para hacerle espacio a la mujer morena que se nos suma, a quien saludo con un movimiento de la cabeza meramente cordial. No me pasa desapercibida la mirada chismosa detrás de los lentes cuadrados de Patricia, pero como se baja antes de llegar al vestíbulo, puedo suspirar como si hubiese estado conteniendo la respiración — Recuérdame despedir a esa mujer para el año próximo. Si pusiera el énfasis que usa para chismorrear en su trabajo, tendríamos el departamento más eficaz de todo el ministerio —  se me escapa una sonrisa vaga y saco mi comunicador del bolsillo, mostrándole la hora — Cinco minutos temprano antes de lo acordado, Scott. Vas a poder usarlos para darme ideas de qué regalarle a una niña consentida de trece años — bromeo, fue solo un mensaje al pasar de esta tarde y, la verdad, estoy seguro de que ni le ha prestado atención. Mi mirada se va derecho a dónde sé que está la cámara de seguridad, por lo que vuelvo a guardar el comunicador con naturalidad cuando se abren las puertas que dan al hall — Asumo que sigues sin querer ir a mi casa, así que podemos ir a la tuya. Al menos que quieras pasar la noche entre archivos apilados o cumplir nuestra deuda del karaoke. Tienes que ayudarme a olvidar que acabo de desperdiciar casi una hora hablando sobre aves — me encojo de hombros sin mucha importancia y avanzo por delante de ella, fingiendo total indiferencia al moverme entre los empleados que aún se manejan dentro del edificio. Como dije, semanas extrañas, pero creo que las cosas no han cambiado tanto como para mostrarnos continuamente abandonando el ministerio en compañía. Hay líneas que no se deben cruzar.
Hans M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
La manera que tiene de manosearme y enroscarse contra mi cuerpo debería ser suficiente como para callarme y concentrarme en ella, pero no puedo dejar de pensar en estupideces como que la luz está demasiado brillante o que mis manos no tienen la coordinación de todos los días. Le doy la razón a su teoría del caos con un “mmm” que sale de lo más profundo de mi garganta y que no sé si ha escuchado, puesto que hay otras cosas más importantes por las cuales preocuparnos, como mi hambre creciente y el chupón que, espero, nadie le pregunte mañana cómo se lo ha hecho o, mejor dicho, quién. Momento, ahora que lo pienso, que lo pregunten: sería interesante ver qué es lo que contesta, porque tengo muy asumido que no hemos sido tan disimulados durante estas semanas. Alguien tuvo que haberse avispado.

No me contesta, pero me deja solo en la alfombra y tiro la cabeza hacia atrás, o hacia arriba, como quieran decirle, en un intento de seguirla con la mirada a pesar de verla del revés — ¿Alguna vez te dije que tienes un muy buen culo? — dejo caer con pura honestidad. Sé que lo he pensado, no estoy seguro de haberlo expresado en voz alta, como muchas de las cosas que me ahorro el decirle porque no vienen a cuento. Antes de que me quiera dar cuenta, ella ya se anda sentando a mi lado y le doy un empujoncito para que apoye la espalda en el sofá, lo que me permite tener la comodidad de usar su regazo como almohada — “¿Wulav shamón? — mi pronunciación es una mierda, lo que me hace reír por lo ridículo que suena, pero aún así tomo la bolita con cuidado entre mis dedos torpes. Me lo meto en la boca de lleno y mastico con lentitud, poniendo mi mejor expresión pensativa mientras trato de adivinar si es rico o no. Bueno, no está mal — ¿Otra de las recetas de tu madre? ¿Cómo puede ser que ella cocine rico y tú no puedas hacer ni siquiera arroz? — pregunto, estirando la mano para tantear hasta meterla en el tupper y sacar otra bolita. Me encojo de hombros porque no entiendo qué es lo que se tiene que pasar con exactitud, pero no llego ni a abrir la boca que su pregunta me toma desprevenido y tengo que alzar los ojos en su dirección. Lo dudo, pero decido ser honesto — Que yo recuerde, solo dos veces — admito. Doy un mordisquito y mastico, lo que me lleva a hablar con la boca invadida por trozos de… ¿Ualab Jamón? — La primera, era una situación ministerial. Solo estabas ahí, nada muy importante. La segunda… — centro la mirada en la bolita de caramelo, sonriéndome con picardía — Bueno, no puedo decirlo en voz alta, pero cuando me recupere puedo demostrártelo en tu cama.

Me lleno la boca con lo que queda del dulce y aprovecho los segundos que restan para masticar y tragar en paz. No me siento para nada invasivo cuando tomo su mano y acaricio distraídamente sus nudillos, apoyándola en mi pecho en un intento de tenerla cerca — ¿Y tú? ¿Alguna vez soñaste conmigo? — es una pregunta nacida de la curiosidad por la cual ella es completamente culpable. Alzo su mano y beso sus dedos, concentrado en lo delgados que parecen en comparación a los míos — ¿Sabes, Scott? A pesar de todo, ha sido un buen verano. Puede que profesionalmente me esté volviendo loco, pero haces que al menos sea más llevadero — cuando la miro de nuevo, parece que se me ha ocurrido una nueva idea y la señalo con un dedo acusador, sonriendo con gracia — Es la primera vez que te sientes de esta manera en mucho tiempo. Me atrevería a decir que nunca te ha pasado — la acuso como si aún estuviésemos jugando, a pesar de que ya no quedan prendas que quitar. No tendría problema en vestirla y volver a desnudarla, pero ese es un trabajo que me costaría abandonar la comodidad de mi postura y eso ya no es tan tentador.
Hans M. Powell
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Invitado
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Con mi mano revolviendo el interior de la heladera hasta dar con los dulces, sonrío por su comentario que llega hasta mí. —No, creo que nunca me lo dijiste— le contesto, aunque no lo necesite. No hace falta que halague ninguna parte de mi cuerpo, yo tampoco lo hago, es decir, estamos más ocupados en recorrer esas partes con nuestro tacto como para ponerlo en palabras. Lo hicimos demasiadas veces como para recoger un poco de ropa en consideración a un pudor que estamos lejos de sentir, así que vuelvo a sentarme sobre la alfombra y la familiaridad con la que apoya su cabeza en mi regazo al apoyar mi espalda en el sillón, es la misma que alguna que otra ocasión que no logro evocar nítidamente. En vez de corregir su pronunciación, me percato de algo diferente: —Esta es tu posición favorita—. Lo hago sonar como una broma, pero no lo es. No quiero llenar de caramelo su cabello, así que lamo las puntas de mis dedos para limpiarlos y uso mi mano izquierda para servirme otra de las golosinas que acerco a mi boca. —Es por la tradición— explico para aclarar su gran interrogante, voy peinando los mechones desprolijos de su frente hacia atrás. —Aprendió a cocinar y lo hace para mantener tradiciones, tiene un sentimiento muy fuerte sobre eso.

Muerdo la mitad del gulab yamun que se va deshaciendo dentro de mi boca, mientras mis labios se estiran en una sonrisa satisfecha cuando me da una respuesta afirmativa a mi duda. Los dedos que acarician su pelo se deslizan por su cara para delinear una de sus cejas con el pulgar, y entonces me acerco para besar sus labios en las posiciones invertidas en las que nos encontramos, toda mi palma cubre su mejilla para sostener su rostro. —No sé si llegaremos a mi cama esta noche— le digo al apartarme un poco. No puedo ir demasiado lejos, ni es que quisiera hacerlo, porque su agarre retiene mi mano sobre su pecho y percibo sus latidos bajo mi palma como un calor que me gustaría poder conservar. —Sí, claro— contesto con una franqueza modesta. —Un montón de veces después de la primera vez—. ¿Por qué negarlo? Llevo a mis labios lo que queda del dulce y sus besos en mis dedos me sacan una sonrisa, que coloco mi otra mano al alcance de sus labios para que me ayude a limpiar las motitas de caramelo que penden de mi piel.

Supongo que… ¿de nada?— no me tomo muy en serio sus palabras, trabajar en el ministerio en verano es terriblemente tedioso y los encuentro planeados para encerrarnos entre archiveros, los pocos minutos que se pudiera, fueron una manera agradecida de aligerar el estrés. Por estúpido que sea haberme mostrado más seguido por los pasillos de su departamento, pese a la excesiva confianza de que nadie lo hubiera notado. Es cierto que en la habitación de archivos no hay cámaras, pero fuera hay un montón de ojos que han aprendido a reconocer un buen chisme desde el otro lado de una habitación. Pero me descubro pensando que nada de eso me importa, me veo capaz de negar cualquier rumor con convencimiento, y me encuentro cuestionándome por qué debería negarlo de ocurrir. No digo nada, me guardo esos pensamientos para mí,  y me toma con la guardia baja al formular nuevas afirmaciones que tardo en asociar con el juego anterior. Mi risa es un susurro entre nosotros, levanto mi mirada al techo, y espero a calmarme para preguntar en un claro intento de evadir lo anterior, por las cosas extrañas que percibe en el ambiente, que puede que sean las mismas que yo. —¿Me habías dicho algo de que el techo te parecía que se podía caer y que el piso se movía? ¿Cómo es eso?— inquiero, invitándolo a hablar de algo que podrá distraernos, apartándonos de esos peligros en los que caemos en las conversaciones que siguen al sexo, y que tengo que admitir, es la primera vez que me pasa. No le veo el sentido de pronto a callarme nada, así que lo digo. —Es cierto, nunca he experimentado algo como esto— reconozco. —¿Qué debo quitarme si ya no tengo ropa?— le pregunto, como si quisiera volver sobre las condiciones del juego.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Usarte de almohada o estar en tus piernas? — pregunto sin verdadera segunda intención, a pesar del leve arqueamiento de mi ceja derecha. Supongo que su madre será alguien de tradiciones, cosa que yo no he visto hace mucho tiempo. Ni siquiera recuerdo lo que es tener un padre, la última imagen de un mayor preocupándose por mí y mis comidas fue mi abuela y ella murió hace mucho tiempo, dejándome solo cuando tenía dieciocho años. Desde ese entonces, muchas cosas se perdieron, en especial las costumbres familiares. Debe ser por eso que me saboreo un poco más el postre casero, viéndola mejor gracias a que me quita el pelo de los ojos — Debe ser lindo — suelto simplemente. Y lo dejo morir ahí. Me centro más en sus caricias, demasiado suaves en comparación a lo que fue hace un rato y regreso ese beso con calma, sonriéndome ligeramente frente a esa declaración — Bueno, la alfombra es cómoda — le cedo eso, con un susurro quedo que no sé si puede oír. Que reconozca los sueños tan libremente me causa una nueva curiosidad que se me pinta en la cara, arrugando mi frente al alzar mis cejas — ¿Quieres contarme? — le propongo, me interrumpe la cercanía de sus dedos y trato de no reírme cuando me demoro unos momentos en besarlos, limpiando con cuidado sus yemas, las cuales relamo justo antes de hacer lo mismo con mis labios — Mejor que el chocolate — confirmo.

Me encojo de hombros cuando acepta mi agradecimiento, estoy más interesado en lo que viene luego. A estas alturas, no me sorprende que esquive en primer momento mi pregunta y eso me ocasiona una sonrisa en mi propia diversión — No lo sé. ¿No te parece que por momentos es más grandes y, en otros, es más chica? — la suelto para poder graficar con mis manos, doblando un poco mis dedos como si quisiera abarcar una pelota y diferenciar dos tamaños considerables — Y se mueve y brilla y… Ya, es un delirio, lo sé — me froto uno de los ojos y tengo la sensación de que se encuentra hinchado. No espero que me entienda, ni yo mismo lo hago.

No me esperaba que responda con tanta honestidad y eso provoca que la mire en silencio unos momentos, como si de esa manera pudiese atravesar su frente y meterme en su cabeza. Hago un suave chasquido con mis labios al despegar mi lengua entre ellos y suspiro antes de soltar palabra — Nada, pero quédate ahí — se parece un poco a la orden que me dio hace un rato, así que se siente como un deja vú invertido. Tomo el impulso para sentarme y me acomodo para estar cerca de ella, pasando un brazo sobre sus piernas en un intento de poder verla de frente — Solo no digas nada por un rato. Y, si voy a escucharte, que sea solo con tus manos. Te concedo el emitir el sonido que quieras — me inclino hacia ella con una sonrisa petulante, mucho más parecida a esas que solía dedicarle cuando buscaba sacarla de sus casillas. La mano que no me sostiene se cuela entre sus piernas, buscando el calor de sus muslos — Podría responderte a eso, pero prefiero mostrártelo. Ya sabes… — sé que el tono de mi voz va disminuyendo hasta que busco sus labios, encontrándolos a mitad de camino entre la nebulosa de mi cabeza y la certeza de que puedo disfrutar de esto. Porque hay cosas que no pasan dos veces y pretendo embriagarme en ella hasta que sea suficiente, si es que ese límite existe.
Hans M. Powell
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Invitado
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Me río con carcajadas que retrasan mi respuesta, mi pecho tiembla y hago el intento de calmarme para aclararle lo que me causa tanta gracia. —Sueles hacerme muchas preguntas con dos opciones y ambas suelen ser equivocadas— explico, ejemplos tenemos un montón de las veces que traté que considerara una tercera opción que no era ni una cosa ni la otra, sino algo que se salía del margen de su pensamiento. —Es la primera vez que las dos opciones que das son acertadas. Supongo que algún día tenía que pasar— digo, mi sonrisa un poco más contenida, se va tornando suave y casi desaparece cuando menciono a las tradiciones. —A veces se vuelve nostálgico— murmuro, supongo que la particularidad de mi familia fue esa de querer preservar la memoria de los que estuvieron antes que nosotros, llegamos a atarnos a un pasado que en todo momento nos arrastra hacia atrás y a veces confundo cuáles son mis propios errores que me hacen tomar ciertas decisiones y no otras, con los errores que me preceden, que no son los míos y de los que no tengo recuerdos, salvo el instinto de reconocer donde creo que está el peligro del que me tengo que mantener apartada. Y entre en esas cosas que me convendría evitar, estaba el confiarle parte de mi espacio a una persona para que lo llene de su presencia y su conversación. —¿Tienes tiempo?— le sonrío y paso mi pulgar por su labio aunque no quede nada del caramelo. —Fueron varios sueños, con muchos detalles—. Hay un tono de broma en mi voz al momento que arqueo mis cejas en una insinuación, mi sonrisa haciéndose más ancha de ser posible.

Escucho sus desvaríos para mi entretenimiento personal, coincido en algunas y mi mente está lidiando con otras a su modo. La gesticulación que hace para acompañar a sus palabras me tiene fijándome en la forma de sus manos al moverse en el aire, y al reconocer que nada de lo que dice tiene sentido, termina con el regodeo que me provoca su explicación. Tengo que contenerme para no bajar sobre sus labios para un beso más, compenso ese arrebato que podría haber surgido de la ternura que me inspira a veces, con la declaración más franca que puedo hacerle en este presente y aun así, son palabras cuidadosamente elegidas por mi mente que está tratando desde hace tiempo de esclarecer ciertas cosas, sin llegar aun a una respuesta. —No pensaba irme a ningún lado— contesto, con la intención de seguir siendo el regazo donde se puede recostar un rato si ,es que eso es lo que quiere, y que no me sorprendería después de pasar una noche en la que se conformó con solo dormir conmigo, porque tiene de esos extraños momentos. Y tengo que morder mis labios para no reírme cuando me pide callar, lo que tampoco es tan raro. Hubo veces en que hablar nos hizo dar vueltas innecesarias que no nos llevaron a ningún lado y fueron nuestras manos explorando las que nos indicaron el camino. Respondo a su sonrisa presintiendo que en mi confianza absurda de creer que por conocer sus maneras puedo anticiparme a ellas, estoy equivocada. Un jadeo raspa mi garganta al sentirlo y queda atrapado en sus palabras, en el beso que viene después. —Te gusta…— murmuro al hablar sobre sus labios, entre las respiraciones que necesitamos para continuar. —En serio… te gusta tanto estar entre mis piernas— digo, comentarios estúpidos de los que no pueden faltar, la risa mezclándose en nuestros labios que no cesan de buscarse con ganas renovadas de descubrir y reconquistar, como si no supiéramos ya de qué maneras encajan casi a la perfección y que tan hondo puede llegar a ser un beso. No sé cómo mi cuerpo encuentra por sí mismo la forma de amoldarse al suyo, no hace caso a mi mente sino a sus caricias. No me pertenece, no hay control que pueda recuperar por hacer de esto una costumbre, obedece a su roce que ha sabido llegar más allá de mi desnudez y aunque el placer se hace uno con el miedo, me encuentro una vez más aferrándome a sus brazos, sosteniéndome de él y suspirando su nombre, plenamente conscientes de quienes somos, provocando con nuestra rebeldía a lo que sea que pueda venir luego.
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