The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Nunca me ha gustado el mercado de esclavos, apesta y tiene un aura deprimente. Ni siquiera me molesté en la tarea de devolver a mi anterior esclavo en persona, simplemente hice que mi elfina doméstica lo llevase de nuevo en mi nombre, tras una obvia e imperdonable muestra de desobediencia y falta de respeto que no pienso tolerar bajo mi techo. Después de ese pequeño incidente me prometí no volver a comprar un muggle, especialmente porque carezco de tiempo en el verano más atareado que he tenido en mi vida, pero una vez más soy víctima de tragarme mis propias palabras por culpa de factores externos. Veamos, he tenido que aprobar una nueva lista de esclavos que serán usados para tareas de mantenimiento en la vía pública y no habría sido una novedad si no fuese porque reconocí uno de los nombres que sobresalían entre dos personas sin rostro. Tampoco puedo decir que recuerdo las facciones de este muchacho, porque Jordan Powell es alguien que he visto cuando era solo un bebé y mi padre me obligaba a ir de visita a la casa de su hermano, un tío que jamás mostró preocupación cuando Phoebe desapareció de nuestras vidas sin ninguna explicación lógica. El gobierno no cayó mucho después, jamás me interesó la familia muggle que no fue de ayuda para nuestro infierno personal. Supongo que es el karma el que los puso en el mercado o, al menos, a su hijo. Un primo que creía olvidado hasta ahora.

Muevo los dedos dentro del bolsillo del pantalón y rozo el anillo que he robado de la casa de Lara. ¿Debería llamarla, pedirle disculpas o simplemente seguir mi camino asumiendo que ella podrá entenderlo? Ni siquiera sé por qué me molesto en hacerme estas preguntas, quizá es porque necesito preocuparme por algo mientras aguardo en la sala y cualquier excusa es mejor que pensar en que estoy por ver cara a cara a alguien ligado a la rama familiar que tanto me esfuerzo por ocultar. Al final, cualquiera de mis dilemas personales muere cuando la puerta se abre y el guardia ingresa llevando a un chico flacucho, haciendo que me ponga de pie para verlo mejor. Su cabello es mucho más oscuro que el mío, pero eso no me sorprende; los Powell eran más morochos que los Lane, mi familia materna. Y mi tío tenía el pelo incluso más moreno que mi padre. Pero reconozco esa nariz y ese mentón. Hacen que arrugue un poco el ceño.

Pueden dejarnos solos, soy capaz de hacerme cargo — sé que es una ley en el mercado no abandonar a un comprador con la mercancía, pero el guardia jamás se pondría a contradecir a un ministro. Nos abandona con la promesa de que estará justo del otro lado de la puerta y se marcha, apenas haciendo ruido al cerrar. Aún tengo las manos en los bolsillos cuando me acerco cautelosamente al muchacho, echándole una rápida mirada de los pies a los ojos enormes. Su color es diferente al mío, su forma no tanto — ¿Sabes quién soy? — si ha oído aunque sea mi nombre, una asociación será fácil. Quizá he sido nombrado ministro al inicio de este año, pero he pasado una eternidad como juez y abogado dentro del ministerio. No parece tan tonto como para no saber sumar dos más dos.
Hans M. Powell
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Uno de los trabajadores del Mercado de Esclavos me informó hace un par de días de que las próximas semanas las pasaría fuera trabajando en no sé qué obra para la vía pública, y digo informar por decir algo porque obviamente es algo a lo que no puedo negarme. Hace años me habría molestado, pero después de dos años encerrado aquí, sin que ningún mago quiera llevarme, cualquier cambio de la rutina, por horrible que sea en cuanto a condiciones, resulta hasta agradable. Así que hoy, cuando estoy limpiando uno de los mostradores desde donde a veces interactuan los magos con nosotros, y otro de los trabajadores me informa de que alguien me espera en la otra punta del Mercado, tengo que reprimir el gesto de sorpresa y mostrarme neutral. — Tenía entendido que las obras no empezaban hasta la próxima semana, señor. — La respuesta que obtengo es una protesta que no alcanzo a escuchar, seguida sobre algo de que he tenido suerte y que más me vale aprovechar lo que sea que vaya a pasar, porque el Ministro quiere hablar conmigo. No sé en qué mundo es tener suerte que un Ministro quiera hablarte cuando no eres más que un humano; si es algo sobre comprarme es incluso hasta peor porque dicen que suelen ser más estrictos y que se quejan por cualquier cosa sobre sus esclavos.

Sigo al hombre por el interior del Mercado, sin abrir la boca ninguna vez más, mientras intento comprender por qué repentinamente alguien quiere hablar conmigo, especialmente una persona con un cargo importante. Hace semanas que ningún mago parece interesarse por mí cuando vienen aquí, y muchos menos un mago importante. Para empezar, ni siquiera he hablado con alguien del Gobierno en toda mi vida, y las pocas cosas que sé sobre cómo son es por comentarios que he oído de otros humanos. Algunos han sido devueltos después de un tiempo en alguna de las casas de la Isla Ministerial por razones estúpidas que me han llevado a pensar que son unos quejicas perfeccionistas.

No es hasta que entramos en la sala cuando me permito tener una escueta reacción, que consiste en inclinar ligeramente la cabeza cuando veo al hombre que tengo delante. Quizá no haya hablado nunca con un Ministro, pero a veces, y especialmente estas últimas semanas tras la destrucción del 14, nos dejan ver en una pantalla grande lo que el Gobierno dice, como si quisieran amenazarnos con antelación, así que puedo reconocerle casi al instante. Mi acompañante se va tras la orden del Ministro, y me siento como si repentinamente el hombre que tengo delante me impusiera todavía más, pero no tiene nada que ver con su trabajo. No, es más que eso, y algo me dice que los dos sabemos el qué. — El Ministro de Justicia, señor — respondo, y me coloco mejor la boina, la única pertenencia que tengo de mi padre. Cuando estoy nervioso tengo que hacer algo con las manos, y me he llevado más de una reprimenda por parte de los trabajadores por juguetear con mis dedos, así que suelo disimularlo moviendo la boina cada dos por tres. — El Ministro Powell. — Y mi primo, pero es algo que tengo que callarme por temor a que se lo tome como una falta de respeto. Es algo irónico que él sea una persona tan importante y yo esté rebajado a este nivel cuando somos familia, y todo por un estúpido gen que él tiene y yo no. — No solemos estar muy puestos con lo que pasa en el país, así que disculpe si me equivoco.  — Es un intento de hacerme el ignorante, pero por desgracia, en este caso sé que estoy en lo cierto.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Mis ojos se mueven por el modo que tiene de acomodarse la boina y no le digo nada, aunque en mi cabeza me pregunto por qué usa una cosa así en un lugar tan húmedo como el mercado, en medio de un verano pesado como éste. Ya, un pensamiento algo infantil, cosa que me hace guardarme el comentario para mí mismo. Al menos, no parece ser una laucha ignorante, lo cual es una buena señal; se lo señalo con un asentimiento calmo de la cabeza — Y tú eres Jordan Powell — lo señalo como si estuviésemos hablando de una obviedad. Esto no es un bautismo ni mucho menos, apuntar a su apellido me pone a mí en una posición expuesta. No hablo con la gente de mi sangre, sé que no la tengo inmaculada como muchos adoran jactarse en el ministerio y en todo el Capitolio. Mi madre era mestiza, mi padre era un muggle carente incluso de magia cerebral. Hablo con pocos de ello, siendo quien soy no encuentro la gracia en un puñado de esclavos portando mi apellido. Mi mandato no tiene ni un año, pero planeo seguir en este lugar por mucho tiempo.

No esperaba demasiada cultura o información en un chico que vive en un mercado sin acceso a las comodidades o noticias del exterior, así que se lo dejo pasar con una sacudida de la cabeza y un movimiento de hombros. Doy los pasos necesarios para pasar por su lado, rodeándolo en un intento de verlo mejor. Su delgadez lo hace parecer más alto de lo que es, pero aún así me doy cuenta de que le saco al menos sus buenos diez centímetros — Cuando tenía más o menos tu edad, mi tío tuvo un hijo y mi padre me obligó a visitarlos. Odiaba esas reuniones familiares. Eran tan… hipócritas, todos fingiendo algo que jamás llegó a ser — nunca supe si mis tíos se enteraron de lo que pasó en mi casa. Nunca supe si encubrieron o también fueron engañados con respecto al accidente que mató a mi madre. Jamás pregunté si sabían lo que pasó con Phoebe. Y, aún así, jugaron a la familia feliz cuando dos de sus miembros habían desaparecido, me hicieron sentir el bicho raro que siempre fui y que mi progenitor no vio hasta que fue muy tarde para él — Al menos, vivir en diferentes distritos me salvó de tener que soportarlo más seguido. No tuve que ser parte de esa falsa postal por mucho tiempo.

Me detengo cuando la vuelta está completa y puedo volver a estar frente a él, entorno los ojos como si eso fuese de ayuda para analizar mejor en qué nos parecemos. Nada, no hay nada de él en mí — ¿Cómo es posible que tú y yo seamos familia? — es una pregunta más al aire que a él — Eres basura muggle, como mi padre. ¿Qué ha sido de los tuyos? — ¿También está solo en esto o siguen respirando en algún punto lejos de mi mapa personal?
Hans M. Powell
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Invitado
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La presencia del ministro me transmite una sensación extraña que no sé si reconocer como miedo, nervios o un poco de ambas. No sé qué quiere de mí, y teniendo en cuenta cómo es la gente como él, tampoco me sorprendería que quisiera deshacerse de mí simplemente para no tener que compartir sangre y apellido con alguien a quien considera inferior y despreciable. Supongo que es por eso por lo que principalmente decido mantenerme en silencio cuando dice mi nombre, y al final, acabo quitándome la boina y apretándola entre mis brazos y mi pecho. Es un intento de transmitirme algo de fortaleza, y de hecho, por un instante hasta funciona. Hasta que empieza a hablar de mi padre y de una época que ni recuerdo, como si quisiera decirme algo que no comprendo. — Lo siento, señor, pero no recuerdo nada de eso — reconozco al final. No es solo porque yo fuera un bebé, sino porque mi padre no solía hablar nunca de su familia. Cuando Hans Powell se convirtió en ministro pude comprender por qué: no estaba orgulloso de tener familia de sangre mágica. Siendo sincero, fue en ese mismo momento cuando yo descubrí que tenía un primo mago porque siempre había creído que nadie de mi familia lo era.

Pero entonces termina de despejar mis dudas, y sin ser consciente, aprieto todavía más contra mí el único recuerdo que me queda de mi padre antes de responder: — Soy hijo único, pero a mis padres los compraron hace mucho tiempo, señor. — Primero se llevaron a mi padre porque siempre tuvo bastante fuerza física, así que era el esclavo ideal para transportar cosas pesadas. A mi madre tardaron un poco más, pero tampoco mucho. Siempre se le dio bien todo lo relacionado con la costura por ser del distrito 8, así que una señora que tenía una tienda de textiles la compró para que le ayudase con todo eso. — Hace un par de años que no sé nada de ellos — añado. ¿Quién iba a querer un esclavo adolescente? No destaco por mi fuerza, y aunque soy inteligente, los magos no suelen querer a alguien así porque supongo que piensan que somos más difíciles de controlar, de que nos dejemos llevar como unos títeres. Lo peor de todo es que suelo acatarlo todo después de muchas cosas que he visto y vivido, pero tampoco he tenido la ocasión de demostrarlo por estar encerrado en este maldito lugar.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Voy a dejar pasar el comentario obvio de sus propios recuerdos sobre su primer tiempo de vida. La paciencia siempre se me dio bien, pero ahora mismo solo ruedo un poco los ojos, mordiendo la punta de mi lengua. No hay nada maravilloso que recordar, de todas formas. Aún no descubro si es porque mi familia no merece ser mencionada o porque ciertos recuerdos prevalecen como muy dolorosos. Me consuela el saber que al menos no hay más primos muggles por ahí y que el único por el cual debería preocuparme está delante de mí, abrazado a su boina como si fuese a lanzarle un maleficio aquí mismo por el simple hecho de existir. No, ese jamás ha sido mi estilo. Me gusta encontrar culpas para infundir castigos, no gastaré mi tiempo en gente que solo está respirando — Quizá no es lo que esperas escuchar, pero a veces lo mejor es no saber de ellos — digo simplemente, como si los familiares fuesen un problema del cual todos deberían escapar.

Me tomo el total atrevimiento de tomar uno de sus brazos y estirarlo hacia arriba y adelante, tratando de medir su delgadez y, en evidencia, poca fuerza — Nunca le serviste a nadie, ¿no es así? Creciste en este lugar — pregunto, le suelto sin intenciones de dejar caer su brazo, aunque vuelvo el rostro una vez más hacia él — Hay una pequeña casa de servidumbre en los terrenos de mi mansión. Es más que suficiente para dos elfos domésticos y un esclavo — se trata de una casa pequeña, que cuenta con una habitación amplia que sirve tanto como dormitorio como cocina, para no tener que compartir comida con ellos. Lo mismo su propio baño, mucho más diminuto de los que poseo dentro de mi vivienda, la cual ellos se encargan de limpiar y abastecer todos los días. Vuelvo a meter las manos en los bolsillos de mi pantalón y echo un poco la cabeza hacia atrás para poder mirarlo mejor, pasando la vista por su cuerpo hasta llegar a sus ojos. Bien, creo que puedo con esto, he hecho cosas un poco más complicadas y he sobrevivido — Vendrás conmigo, mis elfos pueden enseñarte lo que necesites sobre el oficio de ser un esclavo. El que tenía antes se las arreglaba bastante bien manteniendo los jardines, espero que eso se te dé bien — sino, hay otras cientos de tareas que podría desempeñar. Carraspeo y, solo por las dudas, le lanzo un vistazo de refilón a la puerta. Creo que es un poco evidente que bajo la voz — No me interesa que la gente sepa que somos familia, así que puedes ahorrarte ese detalle. Pero yo no soy como mi padre. Darte comida y una casa donde trabajar es todo lo que haré por ti y es más de lo que mereces por ser quien eres — hay cosas de las que uno no puede escapar. La identidad es la primera de todas.
Hans M. Powell
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No puedo evitar fruncir el ceño nada más escuchar su comentario, e intento disimular el desconcierto de manera un poco patética. Quizá él no quiera saber nada de los suyos por tener familia sin sangre mágica, pero yo sí que quiero saber qué ha sido de mis progenitores. No he conocido otro mundo que el de la esclavitud, pero al menos, durante quince años, pude conocer el calor y amor que unos padres proporcionan. Obviamente no eran las mejores circunstancias, pero he conocido casos de otros durante estos dos años que lo han tenido mucho peor. He llegado hasta a ver a niños menores de diez años solos, tirados en el Mercado y sin que nadie les compre porque si muchos no quieren a un adolescente, comprar a un crío es algo todavía más complicado. Son fáciles de moldear a tu gusto, a diferencia de otros más mayores que pueden crear más problemas de comportamiento, pero inútiles porque apenas son capaces de hacer algo.

Dejo que me inspecciono como si fuera un simple muñeco que fuese a comprar por un capricho, y mantengo la boca cerrada hasta que se dirige directamente a mí otra vez: — Estuve toda mi infancia en casa de un mago en el distrito 3 con mis padres, pero no hacía nada más que limpiar el polvo y guardar los platos. — Y dedicarme a abrir puertas que tenía prohibidas, pero eso es algo que él no debería saber. — Cuando falleció nos trajeron de vuelta al Mercado y ahí fue cuando perdí de vista a mis padres — añado. Hace solo dos años de eso, pero si soy sincero, parece más bien una eternidad. No voy a negar que el hecho de que me vaya a llevar con él me sorprende porque pensaba que querría deshacerme de mí por ser alguien defectuoso, inútil, que mancha su preciada sangre mágica y su apellido. Y aun así, lo agradezco porque estoy harto de estar aquí, encerrado. No sé cómo será, pero cualquier cosa es mejor que esto, especialmente si podré tener una pequeña casa y algo de libertad en términos de esclavo. — Oh, sí, creo que podría encargarme bien de los jardines, señor. Mi antiguo amo me enseñó varias cosas sobre manualidades y creo que podría aplicarlo bien. — No es lo mismo, ni tampoco me enseñó porque todo lo que sé es sobre el ámbito de la tecnología y lo aprendí a escondidas, pero no creo que sea muy difícil. Vuelvo a colocarme la boina en la cabeza, y asiento a su último comentario. Tampoco quiero que nadie sepa que somos familia; no me enorgullece tener un primo Ministro siendo quien soy yo.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No puedo ocultar la sorpresa que me genera, por un momento, el escuchar que un mago se dignó a mantener a toda la familia unida por un período de tiempo, supongo que el suficiente como para que su infancia no haya sido una completa porquería. A decir verdad, tampoco se me ocurre qué decir al respecto. No voy a darle mis condolencias o mostrarme apenado por un sistema que defiendo y tampoco me ha gustado jamás el ser un hipócrita. Así que opto por un gesto casi indiferente y un mordisco sobre la piel seca del costado de mi boca — Debe haber sido difícil — digo solamente; es claro en el tono de mi voz que no lo siento. Yo tampoco tuve una adolescencia fácil, no cuando su tío decidió que su familia valía menos que su reputación y sus creencias. Pero no voy a ponerme a llorar por el pasado con una persona que no va a comprenderlo y, además, he decidido que tampoco vale la pena. No es como si quejarme de ello ayudase a cambiarlo, el trabajo de mi vida se ha basado en que esas cosas no sigan ocurriendo y acá estamos.

Al menos muestra una actitud positiva, mucho mejor que ese esclavo jirafón insípido. Mi inspección termina con algo parecido a una sonrisa en cuanto se acomoda la boina y puedo volver a enderezarme como si nada hubiera pasado — Una cosa más — agrego — Tengo una hija — el tono que empleo se parece al de un padre sobreprotector, aunque sé muy bien que no me voy a ir precisamente por ese lado — No sabe nada de… bueno, todo esto. Ni de mi padre ni de los tuyos ni de ti — hablar con Meerah de su sangre no es un tema de conversación que haya aparecido en algún momento y, de verdad, estoy agradecido por eso. No tengo ni la más pálida idea de cómo podría explicarle todo lo que ha pasado ni tampoco espero que lo comprenda, no ahora cuando todavía es una niña — No hables de esto con ella hasta que yo te lo permita, ni una sola mención. Hay cosas que todavía no pude contarle — esa sí es una orden directa. Una de las pocas normas impuestas en mi casa, siempre me ha bastado con poner horarios y contentarme con que las tareas se encuentren realizadas. Tampoco tengo tiempo para preocuparme por nimiedades.

Mis ojos van hacia la puerta, a sabiendas de que en cualquier momento debo dar el permiso para que me hagan firmar los papeles y así marcharnos de aquí. Aún así, saco el reloj de bolsillo y chequeo la hora rápidamente — ¿Tienes alguna duda? De lo que sea. Como primer día, tienes ese derecho — tarea o historia familiar, prefiero que hable ahora o calle para siempre.
Hans M. Powell
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Invitado
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Aprieto los labios al escuchar su comentario sobre que debe haber sido difícil, pero no digo nada al respecto porque, para empezar, seguro que lo dice por decir. Quizá no sepa nada de él, más allá de lo que he visto en televisión, pero conozco a la gente como él: solo se importan ellos mismos y los que son como ellos, nada más. Da igual que compartamos la misma familia; no soy un mago y eso es lo que de verdad importa. Supongo que, en realidad, eso no nos diferencia tanto porque a mí solo me importan los míos también, por mucho que no sepa dónde está mi familia. Y con los míos incluyo a los humanos como yo que he conocido en el Mercado, no solo mis padres.

Creo que mi expresión de desconcierto es algo exagerada cuando me dice que tiene una hija, aunque acabo asumiendo que será una muy pequeña. Es decir... no parece muy mayor, ¿verdad? No he tratado nunca con niños, pero espero que no sea muy problemática y que no me toque limpiar sus destrozos en la casa. — Lo entiendo. — Sigo pensando que lo mejor para mí también es ocultar que somos familia porque no tengo ganas de que otros esclavos me odien creyendo, erróneamente, que tengo algún privilegio por ser familia de un alto cargo del Gobierno. Aun así, no soy capaz de entender por qué, como mínimo, no le dice a la niña que tiene familia muggle. ¿Tan despreciables somos hasta para una cría? ¿Desde tan pequeños les coaccionan a odiarnos como si no fuéramos más que algo podrido? A estas alturas estas cosas no deberían sorprenderme, pero lo hacen igualmente.

Me mantengo en el mismo lugar, sin moverme y a la espera de que abra la puerta para marcharnos. Es por eso que cuando me pregunta que si tengo alguna duda, me sorprendo incluso más, aunque esta vez en el buen sentido. No miento cuando digo que es la primera vez que alguien me pregunta algo así, por lo que mi primera reacción consiste en abrir la boca y cerrarla al instante porque ni siquiera sé qué decir. Al final pregunto lo primero que se me pasa por la cabeza para quitarme, o añadirme, una preocupación: — ¿Cuántos años tiene su hija? Para saber de antemano en qué cosas ayudar, señor — aclaro. — ¿Tiene más familia? — No es una pregunta que me haya planteado hasta ahora, pero lo cierto es que prefiero no llevarme más sorpresas descubriendo a magos de mi familia cuya existencia ni conocía hasta ese momento.
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Hans M. Powell
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No me sorprende mucho su reacción, en verdad. No es como si mi relación con Meerah sea algo de público conocimiento, incluso cuando le he dado mi apellido y mi protección ahora que es parte de mi realidad diaria. Sí arqueo un poco las cejas cuando se queda con ello para hacerme las preguntas que le he permitido, aunque no me resulta molesto el contestarlas — Doce. Cumplirá trece en unas semanas, así que por lo menos te salvas de la idea de cambiar pañales — las cosas serían mucho peores si se tratase de una niña pequeña. A lo siguiente, solo muevo mis hombros con un mohín y meneo la cabeza — Solo somos Meerah, yo y mi hermana Phoebe, que vive en el Capitolio. No hay más Powells, no me he casado y Meerah no vive conmigo, así que solo seré yo a excepción de sus días de visita — sé que sueno a un sujeto divorciado, pero tampoco es muy diferente a la realidad. Meerah se debate su tiempo entre la casa de su madre y la mía, no importa lo que haya sido de Audrey y de mí hace todos esos años.

Asumo que no tiene más preguntas importantes, vamos al caso de que las habría hecho antes de preguntar por mi hija y decido que esto ha sido todo. Tengo la sensación de que si le doy más vueltas al asunto acabaré arrepentido, así que le señalo la puerta con un movimiento de la cabeza — Debo firmar los papeles, pero tú deberías prepararte. Si te parece bien, nos iremos a casa. — donde espero que encuentre al menos algo más de comodidad y utilidad que las paredes mugrosas del mercado. Será un muggle, pero planeo que lo sea con un poco más de dignidad.

Hans M. Powell
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