The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Antes de dar por concluida mi exploración en los distritos del norte, tengo que poner en orden las ideas dispersas en mi mente que están causando los estragos de un torbellino. No me siento lista para volver hasta que no tenga una decisión más o menos clara de lo que haré, de todos los números que tengo en el teléfono para llamar y determinar un rumbo a mis acciones, el único que queda en la pantalla es el de Riley. Dudo demasiado en llamarlo y finalmente no lo hago. Guardo el teléfono en el interior de la mochila que cargo en el hombro, y muevo mis piernas que están colgando para devolver a mis pies la estabilidad del suelo al girarme en el borde de la terraza donde estoy sentada, he perdido unas buenas horas solo observando las ruinas del distrito once desde la altura. La escalera para descender es infinita, cargada de polvo sucio acumulado, lo que es la estructura vieja de un ascensor queda como recuerdo de que este edificio fue alguna vez un lugar más habitable. La pregunta siempre es: ¿quién podría vivir en un sitio así? Y cuando salgo a la calle tengo la respuesta, un montón de personas viven así.

No tengo idea donde vive Ken, lo mejor para ambos es no saberlo. Desde nuestra despedida ayer, mi cabeza solo da vueltas alrededor de la posibilidad de que sea el chico que busco, probabilidad a la que me niego planteándome mil motivos por los cuáles podría ser una coincidencia su condición de huérfano, la posesión del anillo, la misma edad. No soy la única que está buscando a un chico perdido en el norte, hay más casos de los que podría contar y tengo esta confirmación cuando al acabar en uno de los pocos lugares donde se puede comprar algo pasable que comer a un precio exageradamente caro si tengo que decirlo, el vendedor con quien conversé en otra ocasión sobre mi búsqueda, me señala con la barbilla a una mujer quien al parecer está en las mismas. Por un instante de vértigo, me pregunto qué pasaría si al creer que mi búsqueda concluyó, el fantasma de Coco se materializara en una mujer real. Tengo que parar con las especulaciones que no hacen bien a mi salud mental. Sigo a la mujer un par de pasos hasta que me digo que no puedo actuar como una acechadora por culpa de mi indecisión y cuando se da la oportunidad de abordarla, lo hago al detenerme a su lado. —¿Estás buscando a un chico, verdad?— pregunto, esperando a que secunde el rumor del vendedor.
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Astrid H. Overstrand
Desde que Kennedy me explicó lo que había pasado realmente en el distrito 14, tengo un caos en mi cabeza. Me quedé un par de horas más en el loft de la Red para que me informasen ese tal Benedict y esa tal Alice sobre cómo llegó mi hijo allí, y sobre todo, en qué momento. Lo único que pudieron explicarme era que acabó siendo perseguido al volver del 4, de casa de mi hermana pequeña, al 11 tras un atentado en no sé qué gala benéfica. Acabó bastante herido y perdido en la periferia del país mientras intentaba escabullirse, hasta que un grupo de exploradores del 14 lo encontró inconsciente y lo llevaron a su distrito. Ni siquiera me importa que fuera tan insensato como para arriesgarse a ir a casa de Arianne porque creo que debió darse cuenta al momento del gran fallo que había cometido; lo único que me importa es volverlo a ver y no perderle de vista nunca más. En realidad la culpa ni siquiera es de él, sino mía y de su padre por dejar solos a los mellizos hace un año.

Paso los días desde que he llegado al 11 buscando información mientras mis dos hijas se encargan de buscar provisiones, y algunos días, por la noche, hablo con André a través del espejo para ver cómo va su vuelta al país. No he sido capaz de decirle lo que ha pasado con Kyle porque es algo que prefiero decirle en persona, y porque espero haberle encontrado de aquí a que esté de vuelta en NeoPanem. Por eso mismo a primera hora de la mañana voy al mercado a preguntar como puedo a todo el que me encuentro por delante, pero parece ser otro día sin éxito... al menos hasta que una chica me habla. Por un momento su pregunta me pilla desprevenida, pero no es de extrañar teniendo en cuenta que llevo varios días recorriendo estas mismas calles haciendo siempre las mismas preguntas. — Sí. Responde al nombre de Kyle o de Alexander — respondo. No creo que utilice un nombre inventado, así que seguramente haga uso del suyo o de su segundo nombre. — Tiene el cabello rizado y casi por los hombros, los ojos azules y se parece a mí. — Me gustaría poder indicar su altura, pero estoy segura de que en este año habrá crecido. Si sé cómo tiene el pelo es gracias a Benedict y Alice, que me pusieron al día de su nuevo cambio. — ¿Te suena? — pregunto con un ligero atisbo de esperanza.
Astrid H. Overstrand
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Invitado
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No llegué a cuestionarme tanto el estar metida en esta búsqueda, hasta que escucho la confirmación de la mujer y todo lo que hice hasta ahora, todo lo he dicho, lo siento tan reprobable. La descripción que me hace del chico no cumple con la imagen que guardo de Ken, me encuentro meneando la cabeza en una negativa a la que sigue mi voz: — Conozco a un chico huérfano de cabello castaño, ojos del mismo color. Se llamaba Ken, de Kenneth—. Comparto sin reservas la poca información que tengo con esta mujer, porque en medio de lo que fue mi excursión sin sentido –y a la que no pretendo dárselo revelando la ubicación de un chico para que les sirva de chivo expiatorio-, quizá haya algo que le sirva en su situación, mucho más real, humana, que mi simple obediencia en nombre de una deuda y en la que todos tomamos posiciones egoístas que velan por sus propios intereses de poder. —Puede que me haya mentido en su nombre— continúo, —sigue sin ser físicamente como dices…

Tengo que parar algún día con las especulaciones, algún día…—Pero este chico era mago, tenía una varita— digo, dando alas a mis pensamientos erráticos. —Bien podría ser metamorfomago…—. Hago memoria de nuestra despedida, en la que se armó de una varita para ponerme a distancia y este detalle fue uno más del rompecabezas que venía armando en mi mente. Miro con suspicacia a la mujer, se que haré una pregunta sensible para muchos. —Kyle… Alexander… ¿es mago?—. Estamos en un territorio donde muchos han sido expulsados por su sangre mestizada con la de criaturas mágicas, porque la magia cada tanto ignora al miembro de una familia y éste nace squib, y si hay magos o brujas es por su traición al gobierno. Es la idea que nos han metido en la última década: aquí están los traidores. Nadie viene al norte en busca de un cambio de aire. Y sí, puede que aquí es donde también debería estar yo. —Lo siento, no soy de mucha ayuda… lo que sé es que Ken estaba con unos amigos de casi su misma edad, sin adultos, creo que todos huérfanos. Buscaba comida en el distrito doce, cerca del mercado—. Toda, toda esta información que tendría que estar poniendo en los oídos de otra persona, la estoy volcando en una perfecta desconocida y rozo apenas con las puntas de mis dedos un sentimiento más plácido que los de las últimas horas.
Anonymous
Astrid H. Overstrand
Me muerdo el labio, algo nerviosa, cuando empieza hablar, intentando controlar la pequeña esperanza que empiezo a notar conforme va diciendo todo. El nombre de Kenneth no me suena de nada, pero quizá ha cambiado más de lo que pensaba en un principio durante este año y ahora utilice otro nombre como tapadera. No sé si de verdad puede ser así, o si no es más que una excusa de la cual quiero autoconvencerme para creer que ese chico es mi hijo. — Kyle tiene una varita también. — Conseguimos encontrarle una a cada uno de los mellizos un par de semanas antes de marcharnos del país, lo que en parte me dejó más tranquila porque sabía que al menos tendrían algo de ayuda y de protección. — Pero no es metamorfomago... — empiezo a decir. No lo es, o al menos... Podría ser que sí. Dicen que la metamorfomagia también depende, en cierta medida, de factores genéticos, y yo lo soy. Era bastante más pequeña que él cuando la metamorfomagia se manifestó en mí, pero quizá en su caso haya sido más tardío. — Podría ser que sí lo fuera — añado finalmente. No doy explicaciones de por qué ese cambio repentino de opinión porque tampoco quiero dar demasiados detalles de nuestra vida, en especial después de lo que ha pasado en el 14 y de cómo Kyle está relacionado con ese distrito secreto y ahora destruido.

Pero lo siguiente que dice termina por aumentar mis esperanzas de manera todavía más exagerada, y a la vez crea una preocupación que controlo para que no se me note exteriormente para no dar sospechas. Podría ser que fueran unos huérfanos cualquiera, pero también podría ser que no y que fueran los niños que la Red está buscando. Hay muchos niños huérfanos por el norte, aunque al menos esto quizá pueda ser un punto de partida por donde empezar a investigar. — ¿Sabes si llevan mucho tiempo en el 12? ¿Te dijo cuántos eran? — Independientemente de sus respuestas, acabaré pasándome por allí después de hablarlo con Chloe y con Agatha. No pienso dejarlas solas en el 11, al menos no después de todo lo que ha pasado, y tres pares de ojos pueden buscar con más rapidez que solo yo. — Cualquier información que puedas darme me ayudaría mucho. Solo quiero encontrar a mi hijo... No sé cómo podría haber acabado con un grupo de niños huérfanos, pero quizá sea él o esté con ellos — miento. Sé muy bien por qué habría acabado ahí si fuera el caso, que quizá no lo sea, pero hay cosas que una no puede contar porque sí.
Astrid H. Overstrand
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Invitado
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Mis pensamientos están cayendo en un vértigo emocional, me encuentro por un lado desolada por el error que he podido cometer al creer que Ken era el chico que buscaba, la confusión de la cual lo hice parte, y por otro lado, una felicidad latente hace que mi corazón corra a prisa. Me aferro a este sentimiento de inesperada alegría, envolviéndome en la esperanza que trasluce el semblante de la mujer, a cuenta de engañarme a mí misma. Más allá de las coincidencias que va marcando, que me hacen suponer que podemos estar hablando del mismo muchacho, hay muchos otros que cumplen su trabajo de recordarme que no puede ser él. Su madre está muerta, me lo dijo. Mentirme sobre esto para convencerme de que la extraña podría serlo, es querer tapar el sol con un dedo. Esa necesidad de engañarme a mí misma para sentirme un poco mejor con lo que he hecho me tiene en vilo, me siento a punto de caer en un error del que no tendré retorno. Pienso en Ken, en el anillo, en su madre muerta y en el padre que no debe hallar, eso me sirve para atajarme.

Tal vez no sea él, pero al menos… —No era mucho tiempo. No me lo dijo, pero era fácil suponer— contesto. Además de este chico, había otros que lo acompañaban, la esperanza todavía menor, sigue existiendo. Hago memoria de nuestra conversación, de los detalles que había dejado caer. Voy recogiendo cada una de esas piezas para colocarlas en manos de la mujer y que pueda armar algo que esclarezca su situación. —Había un niño pequeño, recuerdo que me habló de él. También había otra niña, que los curaba. ¡Jared! El niño se llamaba Jared— chasqueo mis dedos al traer ese dato con precisión. —Y otra chica de su edad, cerca de los dieciséis…— acabo con la información que logré recuperar entre tantas cavilaciones y espejismos de mi mente, esa sensación de estar girando como una peonza incontrolable me lleva a otro de los rincones oscuros de mis pensamientos, de vuelta a la paranoia. Miro a la mujer, dudando de que su desesperación de madre sea real. Por una fracción de segundo, dudo de todo. De que ella también sea otra persona equivocada. Me calmo lo suficiente para no exteriorizar mi inquietud, me entrego a la más absoluta confianza a su causa, decido creer en ella. —No sé si Ken será tu hijo o alguno de los chicos que lo acompañan. Él me dijo algo de moverse, de buscar a una persona…— acabo. — Puede que no estén en el distrito doce a estas alturas, no lo sé. Lamento no poder ayudar con más que eso…
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Astrid H. Overstrand
Al final acabo por sacar la libreta que siempre llevo encima para apuntar todo lo que me va diciendo, incluso las cosas más simples que seguramente no me sirvan de nada. Que diga que no llevaban mucho tiempo, según se intuye, me da incluso más esperanzas porque... en fin, ¿cómo va a acabar un grupo de niños solos por el norte? Tienen que ser ellos, ¿no? Los niños del norte están más integrados y no suelen destacar tanto, y ellos lo han hecho por algo. — ¿Por qué crees que no llevaban mucho tiempo? — pregunto al final. No puedo hablar por el resto, pero la verdad es que Kyle ha crecido toda su vida por aquí, prácticamente. No cuento aquellos ocho años en el distrito 3 porque han quedado muy atrás, y la mayoría de recuerdos serán borrosos y habrán quedado sustituidos por la vida en el norte desde hace muchos años. — Lo pregunto porque Kyle ha vivido siempre por la zona. — Es una mentira a medias, pero darle ciertos datos no va a servir de nada. Ya es un riesgo grande estar hablando con ella sobre esto, independientemente de quién sea yo, porque es exponernos a todos, tanto a mi familia, como a la red y a los supervivientes del 14.

Pero entonces me da la mayor pista que podría proporcionarme: los nombres. Jared estaba entre aquellos nombres que me dijo Kennedy, y Ken... el nombre de Ken ni siquiera es de Kenneth como la chica se piensa;  tiene que ser de Kendrick. Es demasiada casualidad que un grupo de niños con un tal Jared y un tal Ken no sea el grupo de los pequeños del 14. — ¿Sabes algún nombre más? ¿O si estaban buscando algo en concreto? — Tengo muchas más preguntas en mente, pero no quiero saturarle repentinamente o que piense que la mención de los nombres ha activado alguna sospecha o indicación de algo más allá que de querer encontrar a mi hijo. — Kyle tiene un amigo que se llama Jared. — Es lo único que puedo decir. Agacho la vista para anotar todo esto, y aprieto la pluma con tanta fuerza que temo que en cualquier momento vaya a partirse por la mitad.
Astrid H. Overstrand
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Invitado
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Un ligero gesto de sorpresa hace curvar mis cejas al ver que saca una libreta donde apunta la información que le doy, me lleva a pensar en los mapas y las anotaciones con las que yo también cargo en la mochila, a las que no le di el uso que se debía y sé que tendré que lidiar con las consecuencias después. Froto mi frente con la palma de mi mano, buscando una hipótesis que pueda responder a su interrogante, de teorías puedo hablar horas, una más equivocada que la otra. Me arriesgo al decir: —Porque el chico con el que hablé estaba tan desesperado como para venderme algo de mucho valor a cambio de comida—. Repaso todos aquellos en la vestimenta, en el semblante de Ken, en sus comentarios casuales que me llevaron a esa suposición. —Le ofrecí un trabajo que aceptó. Si fuera alguien que llevara más tiempo en el norte, habría desarrollado otras estrategias de supervivencia. Era como si recién estuvieran aprendiendo a vivir en estos distritos…— me detengo a tiempo, me contengo de hablar del hambre y de las quemaduras. No por ella, sino por mí. Contraigo mi expresión para hacerla inescrutable, no quiero que lea mis suposiciones finales en mis rasgos. De que esos chicos venían de lejos, de un sitio en el que… Retrocedo cuando me dice que su hijo siempre ha vivido por ¿el norte? Me descoloca un poco, es otro giro para mi mente y la encauza por donde debe. —Supongo que tuve una impresión equivocada— murmuro.

Fuerzo a mi memoria para extraer el último de los detalles que sean de utilidad, hay preguntas a las que contesto con una negativa, moviendo mi cabeza y limpiando los mechones que quedan prendidos de mis labios. No tengo más nombres, no quería atosigar a Ken con un interrogatorio y, en especial, porque nunca me ha gustado que los niños o los jóvenes se entreguen con confianza a la ayuda de un adulto, que como yo pueden seguir intereses personales o estar encomendados a la traición. Sabiendo que ese era el final inevitable, dar un paso hacia él, era caminar tres hacia atrás. Si en cambio una motivación más real como la de esta madre me hubiera impulsado, tal vez las cosas serían distintas.—Solo sé que Ken buscaba a un hombre, el resto… no lo sé— reconozco. Lamento profundamente no poder hacer más. —Si… llego a saber algo más o me encuentro con uno de estos chicos… ¿cómo podría ayudarte?—. No estoy segura de que suceda, no tengo intención de volver a ver a Ken y mi plan es acabar mi expedición por el norte para reportarme delante de quien me puso aquí, y entonces recién podré regresar. Esta vez no será para dar vueltas, sino para quedarme.
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Astrid H. Overstrand
No sé a qué de mucho valor puede referirse, teniendo en cuenta que si son los chicos del 14, ni siquiera les dio tiempo a coger nada antes de que fueran evacuados. — ¿Qué quiso venderte? — Porque aunque mi prioridad sea encontrar a mi hijo, si lo hago también encontraré al resto de niños, que es algo fundamental porque tienen que saber que no todos murieron en el 14, que algunos consiguieron escapar después de ellos. Le prometí a Kennedy que haría todo lo posible por encontrarlos, y pienso mantener la promesa. Hay adultos que les están buscando tan desesperados como yo a Kyle, y son las personas que han mantenido a mi hijo con vida desde hace ocho meses. Encontrar al grupo es lo menos que puedo hacer para agradecerles todo. — Siempre me tuvo a mí para ayudarle. Supongo que no estaba preparado para estar solo como pensaba y quizá por eso parecía perdido — digo como excusa. No es cierto porque le conozco, pero no puedo permitirme que sospeche cosas extrañas sobre el resto de los más pequeños. Es obvio que ellos no sabrán desenvolverse, pero no puede pensar nada extraño por nuestro propio bien.

Termino de anotar un par de cosas más en la libreta, concretamente el tema de la venta y que Ken buscaba a un hombre, y la cierro para guardarla. Asumo que el hombre al que buscaba debía de ser Benedict o alguien de la Red, así que ni siquiera pregunto porque no quiero que piense que realmente no le conozco haciendo tantas preguntas, y me muerdo ligeramente el labio inferior, intentando pensar la manera en que podría ayudarme para que Kyle me encontrase. Al final se me ocurre algo que, aunque no me convence del todo, es lo menos sospechoso siendo quienes somos. — Si vuelves a verle, dile que le diga a sus amigos que alguien de los antiguos Juegos le busca y que se encuentre conmigo en su antigua casa del 11.  — Si Kyle de verdad está entre ellos sabrá que somos o su padre, o su tía, o yo, pero al menos la mujer no pensará que con Juegos me refiero a un antigua Vencedora. Había demasiadas personas trabajando en los Juegos, Vigilantes incluidos, así que podría referirme a cualquier otra cosa que no le llevase a pensar en mí o mi familia. — Gracias por tu ayuda — añado con una pequeña sonrisa, y me giro en dirección contraria para salir de las calles. No he encontrado lo que esperaba, pero al menos he conseguido algo de información que podría servirnos.
Astrid H. Overstrand
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Helplessly Lost | Astrid IqWaPzg
Invitado
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Presiono mis labios, me encuentro sin poder contestar a su pregunta. No puedo hablar del anillo que tenía Ken con alguien más, no cuando todavía lo cargo en mi bolsillo y sé lo que podría significar. —No era más que una joya barata, supongo que de algún familiar fallecido…— respondo con vaguedad, sintiéndome incapaz de decir algo más, asaltándome otra vez la culpabilidad de estar reservando información que no sé si llegarán a los oídos indicados, tal vez tendría que haber sido franca con Ken, también en cuanto a mis sospechas y que él tomara una resolución por su cuenta. Qué pesado se siente este anillo en el bolsillo, como si estuviera cargando conmigo la maldición que hace pesar a un alma. Me conformo con la débil excusa que ella me da, a la que trato de no encontrarle un sentido más profundo o preguntarme si realmente le creo, porque su respuesta basta a mi consciencia para poder concluir con este encuentro, sintiéndome un poco más ligera de la pesadumbre de mis vacilaciones de hace una hora.

De acuerdo, se lo diré— asumo el compromiso memorizando esas líneas, tampoco indagando su relación con los Juegos y mucho menos pidiendo un nombre. Cada vez estoy más convencida que la ignorancia es protección, cuánto menos se sabe, se puede andar más seguro por la vida. Lo que es una ironía para una persona que se ha tirado de cabeza a los problemas, con una dañada noción del peligro. Es que incluso cuando era un camino lleno de piedras con las que me tropezaba casi con gusto, lo prefería a esta situación en que me veo en una encrucijada y no tengo idea de qué decisiones tomar sobre a donde quiero ir, a quién buscar. Y esta mujer no es la respuesta, me da un alivio que será temporal, hasta que haga frente al problema real. Para cuando, como sé que acabará por suceder, no diré nada sobre Ken a los oídos que realmente importan. Creo que lo supe desde un principio y me remuerde la confianza que he visto en esas miradas. Porque ahora mismo, la poca confianza que merezco que me reconozcan, se la doy a una extraña. —Suerte— digo a su espalda, cuando ya se está alejando por la calle y no creo poder reconocer su rostro si la veo una segunda vez.
Anonymous
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