OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Ya es bastante ridículo tener que asistir a clases extra durante el curso como para encima tener que hacerlo en verano, cosa que no deja de recordarme mi padre como si de no hacerlo se me fuese a olvidar. Que probablemente hubiera sido así, para qué mentir, y si no se hubiera dado el caso, lo hubiera fingido de todas maneras. Esa tarea se me hace complicada gracias a que tengo un recordatorio en la nevera, el cual me es imposible ignorar cuando me levanto para hacerme el desayuno. Con un gruñido atrapo el papel para hacerlo una bola y lanzarlo a una de las esquinas, pero termino por resignarme a sacar la varita y utilizarla para recoger el mismo del suelo. No vaya a ser que además tenga que soportar una charla de como es que lo dejo todo tirado y no puedo mantener el orden de la casa por más de dos horas.
La ocasión merece de un desayuno que me recargue de energía y calorías para por lo menos no quedarme dormida en mitad de la clase particular. El profesor Thronfield no me cae mal, de hecho, es uno de los pocos profesores a los que soporto bastante bien, pero que tenga que acudir a clases de refuerzo en mis vacaciones no va a hacer que siquiera intente poner buena cara. Me observo la misma en el espejo una vez he terminado de desayunar, masajeándome las ojeras con los dedos como si así fueran a desaparecer. Genial, ni un día de tener que madrugar y ya parece que me han pegado dos puñetazos, uno en cada ojo. Honestamente, me conformo con sobrevivir a las siguientes horas por mi cuenta, de manera que ni me esfuerzo por escoger una ropa demasiado elaborada y me planto unos pantalones cortos con una camiseta y unas deportivas. Lo único bueno que se puede sacar de esto es que por primera vez no tengo que llevar el uniforme a la escuela.
Balanceo la mochila que cuelga de mi espalda, la cual llevo más bien por postureo y no porque tenga nada interesante dentro, mientras me hago pasar por el patio del colegio una vez he atravesado la entrada. El lugar está prácticamente desierto, algo lógico si tenemos en cuenta la época del año que es, solo los pringados como yo estamos en la escuela un día de verano mientras otros están en la piscina o mejor todavía, durmiendo. – Hey. – Digo sin más cuando entro a la que suele ser mi aula cuando tengo clase con Thronfield y le veo plantado cerca de su mesa. Lanzo mi mochila a uno de los primeros pupitres, que termina por hacer un poco de estruendo cuando vuelca sobre el mismo. – Si no le importa, ¿podríamos hacer esto más bien rápido? No es por tener cosas mejor que hacer, que también, pero me gustaría irme a casa lo antes posible. – Muevo la silla para hacer un espacio en el que me pueda sentar, acordándome de sacar la varita del bolsillo trasero antes de que me vuelva a ocurrir lo de hace unos meses y se me rompa en dos.
La ocasión merece de un desayuno que me recargue de energía y calorías para por lo menos no quedarme dormida en mitad de la clase particular. El profesor Thronfield no me cae mal, de hecho, es uno de los pocos profesores a los que soporto bastante bien, pero que tenga que acudir a clases de refuerzo en mis vacaciones no va a hacer que siquiera intente poner buena cara. Me observo la misma en el espejo una vez he terminado de desayunar, masajeándome las ojeras con los dedos como si así fueran a desaparecer. Genial, ni un día de tener que madrugar y ya parece que me han pegado dos puñetazos, uno en cada ojo. Honestamente, me conformo con sobrevivir a las siguientes horas por mi cuenta, de manera que ni me esfuerzo por escoger una ropa demasiado elaborada y me planto unos pantalones cortos con una camiseta y unas deportivas. Lo único bueno que se puede sacar de esto es que por primera vez no tengo que llevar el uniforme a la escuela.
Balanceo la mochila que cuelga de mi espalda, la cual llevo más bien por postureo y no porque tenga nada interesante dentro, mientras me hago pasar por el patio del colegio una vez he atravesado la entrada. El lugar está prácticamente desierto, algo lógico si tenemos en cuenta la época del año que es, solo los pringados como yo estamos en la escuela un día de verano mientras otros están en la piscina o mejor todavía, durmiendo. – Hey. – Digo sin más cuando entro a la que suele ser mi aula cuando tengo clase con Thronfield y le veo plantado cerca de su mesa. Lanzo mi mochila a uno de los primeros pupitres, que termina por hacer un poco de estruendo cuando vuelca sobre el mismo. – Si no le importa, ¿podríamos hacer esto más bien rápido? No es por tener cosas mejor que hacer, que también, pero me gustaría irme a casa lo antes posible. – Muevo la silla para hacer un espacio en el que me pueda sentar, acordándome de sacar la varita del bolsillo trasero antes de que me vuelva a ocurrir lo de hace unos meses y se me rompa en dos.
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—¿Ah, sí?— murmuro, mi ceja se dispara hacia arriba y desvío mi mirada hacia el hombre de rostro escarlata a quien el cuello de su camisa parece complicarle la respiración por lo ajustada que está, las mejillas gruesas y su frente sudada no dan una buena impresión. Pese a la incomodidad que parece sufrir por estar vistiendo un traje en pleno verano, continua con su seguidilla de chismes sobre el alumnado. Me habla de una de las niñas que reciben clases de apoyo en estas semanas, porque -¡sorpresa!- mi materia es de las que atraen a muchos estudiantes y a la vez si no son lo suficientemente aplicados, tienen que reprobarla. Mi colega me hace un repaso de lo que sabe sobre Davies y deja caer el detalle, a su parecer significativo, de que la chica es adoptada, lo que podría explicar su «dispersión». Su tonito de compasión barata me provoca rechazo. Por ello mi pregunta cargada de incredulidad y un desafío que el hombre ignora.
Como no podía ser de otra manera, cuando la veo entrar a aula al cabo de un rato mi determinación es diferente a la de clases pasadas, en las que solo esperaba que la chica asimilara lo suficiente como para poder hacer frente al próximo curso. Soy nuevo en el plantel de profesores del Royal, estoy haciéndome un espacio aquí y no puedo tener tantas pretensiones de entrada. Estoy a cargo de estas clases de apoyo en tanto me acomodo en mi puesto, la práctica me viene bien porque es una manera de seguir con lo mío, encontrar una motivación fuerte hace de esta temporada un tanto más interesante. Haré de esta chica una alumna de mérito en encantamientos, no importa cuántos hechizos fallidos se requieran. —Buenos días para ti también, Davies— la saludo, recargando mi peso contra el borde del escritorio y arremangando mi camisa con una mano, en tanto la otra sostiene mi varita. Puede que haya exagerado un poco en mi optimismo, porque acaba de mostrarme el mejor lado de su pared con la cual golpearme de lleno. —De acuerdo, lo haremos así… tienes que saber que un camino largo tiene su recompensa y las salidas rápidas tienen sus trampas. Advertida quedas— me encojo de hombros. —Para comenzar, ¿cuál dirías que es tu espíritu animal? Dime todo lo que sepas sobre él.
Como no podía ser de otra manera, cuando la veo entrar a aula al cabo de un rato mi determinación es diferente a la de clases pasadas, en las que solo esperaba que la chica asimilara lo suficiente como para poder hacer frente al próximo curso. Soy nuevo en el plantel de profesores del Royal, estoy haciéndome un espacio aquí y no puedo tener tantas pretensiones de entrada. Estoy a cargo de estas clases de apoyo en tanto me acomodo en mi puesto, la práctica me viene bien porque es una manera de seguir con lo mío, encontrar una motivación fuerte hace de esta temporada un tanto más interesante. Haré de esta chica una alumna de mérito en encantamientos, no importa cuántos hechizos fallidos se requieran. —Buenos días para ti también, Davies— la saludo, recargando mi peso contra el borde del escritorio y arremangando mi camisa con una mano, en tanto la otra sostiene mi varita. Puede que haya exagerado un poco en mi optimismo, porque acaba de mostrarme el mejor lado de su pared con la cual golpearme de lleno. —De acuerdo, lo haremos así… tienes que saber que un camino largo tiene su recompensa y las salidas rápidas tienen sus trampas. Advertida quedas— me encojo de hombros. —Para comenzar, ¿cuál dirías que es tu espíritu animal? Dime todo lo que sepas sobre él.
Muevo mis dedos sobre la madera del escritorio, dejando reposar mi barbilla sobre la mano contraria en lo que apoyo el codo sobre la misma mesa, apenas dirigiendo mi mirada a su figura. No puedo contener el resoplido que sale de lo profundo de mi nariz y que provoca que algunos de los mechones que caen a ambos lados de mi rostro se meneen velozmente cuando suelta ese comentario tan… filosófico. – No estoy buscando una salida fácil, solo quiero terminar con esto de una vez, no es como si fuera a servir de algo de todas formas… – Porque ya sabemos todos: yo, fracaso escolar, son cosas que van juntas se mire por donde se mire. – ¿Por qué se molesta usted, entonces, profesor? Es evidente que no me conoce, pero puedo asegurar que ya le han contado sobre mí. – Cualquier otro profesor no se tomaría tantas molestias en darme lecciones de tener que estar estancado conmigo en clases de refuerzo, de manera que no puedo evitar preguntarme qué es lo que hace a Thornfield diferente. – Aaaah, ya entiendo, usted es nuevo aquí, y quiere demostrar que puede hacer una diferencia conmigo, por mucho que ya le hayan dicho que soy un caso perdido. – Eso tiene más sentido.
Cambio de postura para dejar que mi espalda se apoye en el respaldo y elevo una de mis rodillas para sostener el pie sobre el mismo asiento, aún moviendo los dedos de forma rítmica. – ¿Espíritu animal? Creía que estábamos en clase de encantamientos y no de criaturas mágicas. – Mi tono de voz no es tan de mofa como lo es de confusión, pues no le encuentro el sentido a buscar la solución a mis problemas en un animal. Termino por encogerme de hombros, haciendo una mueca con mis labios a modo de respuesta. – No sé, ¿de qué va a servirme eso igual? – No es la primera vez que utilizo este tipo de técnicas irónicas para ocultar que, muy en el fondo, no tengo ni la menor idea de quien soy. No me resulta un problema cuando el sarcasmo me salva de tener que mostrar un reflejo de mis inseguridades, pero cuando se formulan este tipo de preguntas siento que se me está atacando directamente sobre una intimidad que ni siquiera yo conozco, lo que resulta en ese tipo de respuestas.
Cambio de postura para dejar que mi espalda se apoye en el respaldo y elevo una de mis rodillas para sostener el pie sobre el mismo asiento, aún moviendo los dedos de forma rítmica. – ¿Espíritu animal? Creía que estábamos en clase de encantamientos y no de criaturas mágicas. – Mi tono de voz no es tan de mofa como lo es de confusión, pues no le encuentro el sentido a buscar la solución a mis problemas en un animal. Termino por encogerme de hombros, haciendo una mueca con mis labios a modo de respuesta. – No sé, ¿de qué va a servirme eso igual? – No es la primera vez que utilizo este tipo de técnicas irónicas para ocultar que, muy en el fondo, no tengo ni la menor idea de quien soy. No me resulta un problema cuando el sarcasmo me salva de tener que mostrar un reflejo de mis inseguridades, pero cuando se formulan este tipo de preguntas siento que se me está atacando directamente sobre una intimidad que ni siquiera yo conozco, lo que resulta en ese tipo de respuestas.
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Auch, duele un poco cuando mis estudiantes tienen percepciones tan fatalistas de las cosas. Si hago un repaso de mi adolescencia puede identificar un par de momentos en los que también creí que mis problemas no tenían solución, que no había una vida más miserable que la mía, que las criaturas mágicas en peligro de extinción se extinguirían, que la crisis climática partiría el planeta en dos, que Jenna Bray nunca me dejaría salir de la friendzone. De todas esas calamidades posibles, la única que se cumplió fue lo de Jenna. Soy testimonio vivo de que se puede superar esa etapa de la vida y recobrar el ánimo en que las cosas podrían ser mejor. —¿Cómo puedes estar tan convencida que no funcionará?— pregunto. No es un interrogante de examen, la formulo con un tono desganado y entorno un poco los ojos.
Es a mí a quien pone a prueba y es que ese «ya le han contado sobre mí» me invita a revelar cuánto es lo que sé. Precisamente no quiero pensar en su pasado, ese que así como el mío comprende los recuerdos de mi infancia, puede que sean más significativos de lo que nos atrevemos a demostrar. —Lo haces sonar como si fuera una cuestión de mi vanidad— apunto, usando mi dedo índice para marcar el aire. —Pero tengo que decirte que si quieres que las cosas se den de una manera distinta y cambiar el curso de lo que parece un único resultado posible, alguien nuevo puede servir— muestro mis palmas como si estuviera ofreciéndome como voluntario de una noble causa –no una causa pérdida-, exagerando un poco mi humildad.
—Y ahora no estás tomando la salida fácil ni haciendo el camino largo, sino dando una vuelta que nos retrasa…—. Y no me quejo, ella es la que está apurada, no yo. Tengo que pensar una explicación que sea válida para la chica y que no cuestione mis métodos pedagógicos, sobre por qué pregunto por su espíritu. —Bueno…— balbuceo, sentándome en el borde del escritorio para que mis pies queden rozando el suelo. —¿Si sabes que los magos tenemos una conexión con nuestra varita que va más allá de gritar un hechizo, verdad?— inquiero, esperando que me diga que sí. —Un mago o una bruja que no se conozca a sí mismo, nunca podrá sacar todo el potencial de su varita. Ellas perciben nuestras emociones, nuestros conflictos…— divago, y retomo la razón por la que estamos aquí. —Te pregunto por tu espíritu animal porque no soy un psicomago, no quiero hacer preguntas invasivas, sino que trabajemos con representaciones. Yo te contaré el mío: es un perro— simple.
Es a mí a quien pone a prueba y es que ese «ya le han contado sobre mí» me invita a revelar cuánto es lo que sé. Precisamente no quiero pensar en su pasado, ese que así como el mío comprende los recuerdos de mi infancia, puede que sean más significativos de lo que nos atrevemos a demostrar. —Lo haces sonar como si fuera una cuestión de mi vanidad— apunto, usando mi dedo índice para marcar el aire. —Pero tengo que decirte que si quieres que las cosas se den de una manera distinta y cambiar el curso de lo que parece un único resultado posible, alguien nuevo puede servir— muestro mis palmas como si estuviera ofreciéndome como voluntario de una noble causa –no una causa pérdida-, exagerando un poco mi humildad.
—Y ahora no estás tomando la salida fácil ni haciendo el camino largo, sino dando una vuelta que nos retrasa…—. Y no me quejo, ella es la que está apurada, no yo. Tengo que pensar una explicación que sea válida para la chica y que no cuestione mis métodos pedagógicos, sobre por qué pregunto por su espíritu. —Bueno…— balbuceo, sentándome en el borde del escritorio para que mis pies queden rozando el suelo. —¿Si sabes que los magos tenemos una conexión con nuestra varita que va más allá de gritar un hechizo, verdad?— inquiero, esperando que me diga que sí. —Un mago o una bruja que no se conozca a sí mismo, nunca podrá sacar todo el potencial de su varita. Ellas perciben nuestras emociones, nuestros conflictos…— divago, y retomo la razón por la que estamos aquí. —Te pregunto por tu espíritu animal porque no soy un psicomago, no quiero hacer preguntas invasivas, sino que trabajemos con representaciones. Yo te contaré el mío: es un perro— simple.
No puedo no mirarlo con cara de estupefacción cuando me pregunta por qué estoy tan convencida de que voy a fracasar, con la intención de que mi cara sea suficiente para responder a la pregunta. Como veo que no es así, termino por animarme a contestar de la manera más honesta que se me ocurre. – Veamos… Maeve y éxito escolar son cosas que no suelen ir juntas. – Y para acompañar mi explicación utilizo mis dos manos para recoger con una de ellas mi nombre con la palma hacia arriba y lo demás con la otra palma, para después unirlas y hacer con la boca como un rugido que simula a una explosión cuando las dos manos se juntan. – No lo digo yo lo dice la ciencia. – Esta vez sí me atrevo a bromear porque no es como si fuera algo que no supiera ya. Con el tiempo me he ido acostumbrando a ser la paria de todos los profesores, suspender asignaturas forma parte de mi ADN, y aunque no puedo decir que estoy orgullosa, es lo que hay.
Me cruzo de brazos nuevamente sobre el pecho, apoyando todo el peso de mi espalda sobre el respaldo de la silla y observando sus movimientos. – Bueno, puede probar a intentar hacer de mí algo similar a una alumna decente, pero luego no diga que no le advertí, soy un imán para los problemas. – Acepto, no porque quiera demostrarle que tiene las de perder, sino porque yo misma no tengo nada que perder tampoco. No sé que es lo que hace al profesor Thornfield diferente, puede que solamente sea una fachada de maestro nuevo en la escuela que quiere ganarse el lado bueno de mis compañeros, pero no voy a negar que hay algo complaciente en el hecho de que alguien se interese por hacerme mejor. Sea por las razones que sean.
Ruedo los ojos. Esto de las metáforas y los caminos está empezando a sonar viejo al punto de que me aburre, en especial cuando es la misma treta que usa mi padre a veces cuando se las quiere dar de sabio. No tardo mucho en asentir con la cabeza ante su pregunta, pues la conexión que tiene un mago con su varita es algo que me han enseñado desde pequeña a intentar controlar, pero la mía siempre parece ir por su cuenta. Salió a su dueña. – Yo nunca dije que no me conociera a mí misma… – Me quejo, bajando disimuladamente la mirada como si quisiera esconder que ha dado justo en el lugar que más duele de mi culo adolescente. – Vale, puede que no, pero es por culpa de las hormonas y de la mierda esta a la que llaman adolescencia. – Para nada tiene que ver con que jamás me he encontrado tan perdida emocionalmente como lo he estado en estos últimos meses como consecuencia de todos los cambios en mi vida. Para nada. Qué tontería. – ¿Por qué un perro? – Él no quiso ser invasivo, pero si va a preguntarme por el mío al menos estaría bien conocer sobre el suyo. – ¿Y qué se supone que lo tengo que elegir yo o cómo va eso? Un horóscopo sería muy útil para estas ocasiones, la verdad… – Cuando uno no tiene ni idea de quién es, no estaría mal que alguien te lo dijera por ti. Obviamente estoy bromeando así que me aclaro la garganta, mirándole esta vez más seria para que por lo menos se sienta que me lo estoy tomando en serio a partir de ahora.
Me cruzo de brazos nuevamente sobre el pecho, apoyando todo el peso de mi espalda sobre el respaldo de la silla y observando sus movimientos. – Bueno, puede probar a intentar hacer de mí algo similar a una alumna decente, pero luego no diga que no le advertí, soy un imán para los problemas. – Acepto, no porque quiera demostrarle que tiene las de perder, sino porque yo misma no tengo nada que perder tampoco. No sé que es lo que hace al profesor Thornfield diferente, puede que solamente sea una fachada de maestro nuevo en la escuela que quiere ganarse el lado bueno de mis compañeros, pero no voy a negar que hay algo complaciente en el hecho de que alguien se interese por hacerme mejor. Sea por las razones que sean.
Ruedo los ojos. Esto de las metáforas y los caminos está empezando a sonar viejo al punto de que me aburre, en especial cuando es la misma treta que usa mi padre a veces cuando se las quiere dar de sabio. No tardo mucho en asentir con la cabeza ante su pregunta, pues la conexión que tiene un mago con su varita es algo que me han enseñado desde pequeña a intentar controlar, pero la mía siempre parece ir por su cuenta. Salió a su dueña. – Yo nunca dije que no me conociera a mí misma… – Me quejo, bajando disimuladamente la mirada como si quisiera esconder que ha dado justo en el lugar que más duele de mi culo adolescente. – Vale, puede que no, pero es por culpa de las hormonas y de la mierda esta a la que llaman adolescencia. – Para nada tiene que ver con que jamás me he encontrado tan perdida emocionalmente como lo he estado en estos últimos meses como consecuencia de todos los cambios en mi vida. Para nada. Qué tontería. – ¿Por qué un perro? – Él no quiso ser invasivo, pero si va a preguntarme por el mío al menos estaría bien conocer sobre el suyo. – ¿Y qué se supone que lo tengo que elegir yo o cómo va eso? Un horóscopo sería muy útil para estas ocasiones, la verdad… – Cuando uno no tiene ni idea de quién es, no estaría mal que alguien te lo dijera por ti. Obviamente estoy bromeando así que me aclaro la garganta, mirándole esta vez más seria para que por lo menos se sienta que me lo estoy tomando en serio a partir de ahora.
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Exagero mi atención a esa representación gráfica que hace con sus manos de que hay dos elementos imposibles de hacer coincidir sin que acabe en una explosión que, si tengo que tomarme en serio su dramatismo, podría incluso causar un daño irreparable al universo. —¿Ahora apelas a la ciencia para desalentarme?— pregunto, imitando su tono de broma, en vez de contestar directamente a la imposibilidad que trata de explicarme. Pensar en un éxito escolar puede ser una ambición elevada, la quiero formar como una estudiante de mérito, pero no pensando en los reconocimientos que suelen dar en el Royal en forma de placas, sino en la capacidad de creer por sí misma de que puede conseguir lo que se proponga con su magia. —Pues, tenemos una coincidencia. Yo también soy dado a los problemas…— confieso, poniendo una mano en mi pecho como si estuviera reconocimiento como parte de esa raza extraña que habita entre los magos y brujas con varitas, esa que provoca con su magia minúsculos estallidos caóticos que pueden tomar dimensiones peligrosas. —Aquí como ves, siendo profesor y tratando de darte una lección, siendo un poco más chico que tú a esta edad tenía dificultades para entenderme con mi varita,— comienzo mi relato poniéndome cómodo.—Tenía una energía desbordante que se manifestaba en magia accidental. Siempre que explotaba un caldero de repente, me miraban. Y casi siempre era culpa mía, salvo esa vez que explotó porque se coló un sapo…— cuento.
Pese a que soy quien trata de conseguir una respuesta de su parte y un poco de su colaboración para hacer esta clase llevadera, que pueda quedarle algo significativo al final del verano, me encuentro hablando de mi misma para hacerle sentir que no somos tan diferentes o al menos que puedo hacer el intento de entenderla. —Hay mucha gente que superó la adolescencia y sigue sin conocerse a sí misma— comento. —Pero el ejercicio de pensar en un animal representativo creo que sirve para aclarar un poco las ideas— señalo, invitándola nuevamente a que lo intente. Muevo mi varita en el aire para que se desprenda una niebla que va tomando la forma de un perro de pelaje largo, sus orejas erguidas y un hocico curioso. El border collie salta con su conocido entusiasmo y va hacia la chica para saludarla. —Si le arrojas algo, irá a buscarlo— la animo a hacerlo. —Y es algo que podrías pensarlo por ti misma, también podrías esperar a ver qué forma toma tu patronus, lo que lleva un tiempo de paciencia y, básicamente, es hacer trampa…— reconozco. —El ejercicio es poder reconocer las virtudes y los defectos propios— aclaro.
No es que esté evitando su pregunta, sino que me toma unos minutos pensar qué de todas las cosas que caracterizan a este tipo de perros, puede ser la respuesta que ella quiere. —Pues… el border collie es la única raza de perros que no es pura, sino mestiza, y en la que ningún perro se parece a otro. Lo que quiero decir es que por lo general si un perro es de raza, se prioriza el pedigree, que se parezcan uno a otros, una diferencia los excluye. ¿Sabías que hay perros siberianos que nacen con ojos marrones y son dejados de lado? Los border collie son orgullosamente mestizos, y en realidad, se ha demostrado que entre los perros cuanto más mestizos, mejor. Son más inteligentes, tienen un carácter más regulado, son más leales…— me explayo. —¿Sabes? Todavía a mi edad cometo muchos accidentes con mi varita— le confieso, cambiando rotundamente de tema.
Pese a que soy quien trata de conseguir una respuesta de su parte y un poco de su colaboración para hacer esta clase llevadera, que pueda quedarle algo significativo al final del verano, me encuentro hablando de mi misma para hacerle sentir que no somos tan diferentes o al menos que puedo hacer el intento de entenderla. —Hay mucha gente que superó la adolescencia y sigue sin conocerse a sí misma— comento. —Pero el ejercicio de pensar en un animal representativo creo que sirve para aclarar un poco las ideas— señalo, invitándola nuevamente a que lo intente. Muevo mi varita en el aire para que se desprenda una niebla que va tomando la forma de un perro de pelaje largo, sus orejas erguidas y un hocico curioso. El border collie salta con su conocido entusiasmo y va hacia la chica para saludarla. —Si le arrojas algo, irá a buscarlo— la animo a hacerlo. —Y es algo que podrías pensarlo por ti misma, también podrías esperar a ver qué forma toma tu patronus, lo que lleva un tiempo de paciencia y, básicamente, es hacer trampa…— reconozco. —El ejercicio es poder reconocer las virtudes y los defectos propios— aclaro.
No es que esté evitando su pregunta, sino que me toma unos minutos pensar qué de todas las cosas que caracterizan a este tipo de perros, puede ser la respuesta que ella quiere. —Pues… el border collie es la única raza de perros que no es pura, sino mestiza, y en la que ningún perro se parece a otro. Lo que quiero decir es que por lo general si un perro es de raza, se prioriza el pedigree, que se parezcan uno a otros, una diferencia los excluye. ¿Sabías que hay perros siberianos que nacen con ojos marrones y son dejados de lado? Los border collie son orgullosamente mestizos, y en realidad, se ha demostrado que entre los perros cuanto más mestizos, mejor. Son más inteligentes, tienen un carácter más regulado, son más leales…— me explayo. —¿Sabes? Todavía a mi edad cometo muchos accidentes con mi varita— le confieso, cambiando rotundamente de tema.
¿No dicen que la ciencia es el único conocimiento certero que tenemos de la vida? Pues por no ser menos, creo profundamente que es motivo de investigación el hecho de que no sea capaz de dar un palo al agua en cuánto al tema estudiantil. Bueno, ahora que lo pienso bien, puede que también tenga que ver un tanto mi vaguería, pero nunca es fácil asumir que nada te sale bien cuando lo has intentado ochenta veces. Hubo un tiempo en que sí hubiera puesto un poco más de interés en mejorar mis calificaciones en la escuela, ahora ya se presenta como rutina que ni siquiera tome el intento. – ¿Usted? ¿Dado a los problemas? Discúlpeme si dudo de su palabra, profesor, pero no tiene usted la pinta de alguien que daría problemas. – Más bien todo lo contrario, aunque quizás las apariencias engañen. Me tomo su confesión sin mucho interés, pese a que lo que dice sobre explotar calderos me llama un poco más la atención, la suficiente como para alzar las cejas. – Si solo fueran calderos lo que hiciera explotar… Soy un peligro para esta sociedad, ni sé por qué me dejan usar una varita, a veces creo que está defectuosa. – Pero estaría usando una excusa, las cuales suelen ser mi número uno a la hora de buscar un culpable, aunque no creo que eso sirva para esta situación. – ¿Cómo consiguió controlar la suya? – Le pregunto, ligeramente curiosa a pesar de que me hago la desinteresada y muevo los ojos por cualquier lugar de la habitación menos en él.
Aprieto los labios, tratando de pensar en un animal que se parezca un tanto a mi personalidad, pero hay tantos que podrían asemejarse que no estoy segura de poder encontrar uno en concreto. No se lo digo, porque eso haría de este ejercicio una pérdida de tiempo, de manera que me encojo de hombros nuevamente cuando hablo. – Prfffff, no sé, ¿un hurón? Una vez vi uno en una tienda y se veían graciosos, además de que no paraban quietos. – Que es una de mis cualidades más características, esa y que no callo ni debajo del agua. Me quedo mirando como se desprende un hilo de humo de su varita, apoyándome sobre los codos en la mesa, aunque no tardo mucho en cambiar de posición cuando un perro de orejas divertidas se acerca a mi lado. Como no se me ocurre nada que lanzarle hago uso de mi mochila para buscar en su interior algo que se le pueda asemejar a una pelota. Al final lo único que encuentro parecido es una bola de papel grueso arrugada en el fondo. Supongo que servirá igual, así que me animo a arrojarla a un extremo del aula para ver como el perro sale disparado hacia allí. Me sorprende su entusiasmo teniendo en cuenta que no es más que un trozo de papel, pero lo dejo estar mientras vuelvo a llevar la vista hacia el profesor. – Dicen que es muy difícil conjurar un patronus, que ni siquiera los de cursos más avanzados son capaces de que tome una forma concreta. – Según lo que me han dicho, vaya.
Antes de que le dé tiempo al profesor a explicar su discurso, tengo al perro de vuelta en mi pupitre con la bola metida en la boca y moviendo el rabo con entusiasmos. Está llena de babas, por supuesto, de manera que ni siquiera me ahorro el esconder mi mueca de asco cuando vuelvo a coger el papel y lanzarlo a la otra punta. Por lo menos es gracioso, aunque no sé si escuché bien la explicación con toda la distracción. – Ermmmm… ya. – Murmuro a modo de ahorrar algo de tiempo para saber que narices ha dicho sobre los perros. – Ósea, que usted me está diciendo que tengo que comprarme un perro mestizo para sacar mi máximo potencial. – No es la solución que estaba buscando pero ey, a mí me vale. – Si quiere puede decírselo personalmente a mi padre porque ya tenemos uno, pero no estoy muy segura de que sea mestizo. – Al final sí que voy a sacar algo bueno de todo esto, fíjate.
Aprieto los labios, tratando de pensar en un animal que se parezca un tanto a mi personalidad, pero hay tantos que podrían asemejarse que no estoy segura de poder encontrar uno en concreto. No se lo digo, porque eso haría de este ejercicio una pérdida de tiempo, de manera que me encojo de hombros nuevamente cuando hablo. – Prfffff, no sé, ¿un hurón? Una vez vi uno en una tienda y se veían graciosos, además de que no paraban quietos. – Que es una de mis cualidades más características, esa y que no callo ni debajo del agua. Me quedo mirando como se desprende un hilo de humo de su varita, apoyándome sobre los codos en la mesa, aunque no tardo mucho en cambiar de posición cuando un perro de orejas divertidas se acerca a mi lado. Como no se me ocurre nada que lanzarle hago uso de mi mochila para buscar en su interior algo que se le pueda asemejar a una pelota. Al final lo único que encuentro parecido es una bola de papel grueso arrugada en el fondo. Supongo que servirá igual, así que me animo a arrojarla a un extremo del aula para ver como el perro sale disparado hacia allí. Me sorprende su entusiasmo teniendo en cuenta que no es más que un trozo de papel, pero lo dejo estar mientras vuelvo a llevar la vista hacia el profesor. – Dicen que es muy difícil conjurar un patronus, que ni siquiera los de cursos más avanzados son capaces de que tome una forma concreta. – Según lo que me han dicho, vaya.
Antes de que le dé tiempo al profesor a explicar su discurso, tengo al perro de vuelta en mi pupitre con la bola metida en la boca y moviendo el rabo con entusiasmos. Está llena de babas, por supuesto, de manera que ni siquiera me ahorro el esconder mi mueca de asco cuando vuelvo a coger el papel y lanzarlo a la otra punta. Por lo menos es gracioso, aunque no sé si escuché bien la explicación con toda la distracción. – Ermmmm… ya. – Murmuro a modo de ahorrar algo de tiempo para saber que narices ha dicho sobre los perros. – Ósea, que usted me está diciendo que tengo que comprarme un perro mestizo para sacar mi máximo potencial. – No es la solución que estaba buscando pero ey, a mí me vale. – Si quiere puede decírselo personalmente a mi padre porque ya tenemos uno, pero no estoy muy segura de que sea mestizo. – Al final sí que voy a sacar algo bueno de todo esto, fíjate.
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Me paro todo lo alto que soy delante de la chica y enmarco mi mandíbula con los dedos. —Este semblante serio así como lo ves— bromeo, me delata la sonrisa que se curva en mis labios. —Son horas de práctica delante de un espejo. Si quería ser profesor y sostenerme de pie delante de cuarenta niños haciendo preguntas a la vez, me dijeron que practicara mucho o mis propios alumnos me invitarían a meterme en travesuras con ellos— digo con un tono jocoso, el que uso cuando tengo que relatar mis anécdotas, si bien no recitaría ese repertorio delante de una chica a la que precisamente quiero correr de los problemas, para orientarla hacia una experiencia más concienzuda y responsable de su magia. —Es fácil decir que algo está mal, porque no entendemos cómo funciona… y no se aplica solo a las varitas, también a uno mismo — explico con toda la solemnidad de un maestro de ochenta años, hasta me llevo una mano al pecho para reforzar la imagen.
—Práctica, práctica, práctica. Muchos ejercicios de respiración, de paciencia y de conocerme a mí mismo. ¿Qué me molesta? ¿Qué me hace feliz? ¿Qué me da miedo? Lo hablaba con otras personas, porque no era bueno sentándome a meditar— hago memoria de mis intentos a los doce años de doblar mis piernas en la sala de la casa y adoptar una postura rígida de meditación. Me distraía hasta con el zumbido de una mosca. Y por lo general, iba a hablar con mi padre. —Y también hubo una persona, que me ayudó mucho. Mi padre. Cada vez que era una chispa a punto de explotar, él venía y ponía sus manos en mis hombros para que me calmara. Tiene su carácter, pero en los momentos importantes actuaba de manera inteligente. Lo admiraba mucho…—. Todavía lo hago. —Puede ser cualquier persona en realidad, él… en realidad no es mi padre. Lo conocí un poco más tarde de mi nacimiento— recapitulo, aclarándome la garganta por haber llegado aunque lo hice sin intención, a un tema que me dije que evitaría.
El perro hecho de niebla nos viene bien como una distracción, me agrada ver que hace caso cuando le digo que arroje algo, no está tan a la defensiva como me temía, como para responder a mi intento de hacer más llevadero con esto, con una negativa terminante a querer participar o a mostrarse indiferente al patronus. — ¡Un hurón! Ese parece un animal interesante…— apunto, porque no me ha dicho lo básico como un gato, una tortuga, un delfín o un halcón, qué se yo. —¿Qué más sabes sobre los hurones?— pregunto, abriendo el interrogante para embarcarnos en el trabajo de ahondar en el animal que le podría servir de guía, lo que se pueda lo indagaremos juntos, el resto correrá por su cuenta. —Práctica, práctica, práctica— repito una vez más, para que sepa que es difícil, pero nunca imposible conseguir un patronus tome una forma corpórea como ocurre con cualquier otro hechizo. Muerdo mis labios para esconder la sonrisa que me provoca su conclusión final a esta demostración. —No hace falta que te compres un perro— contesto. —Ya tienes un profesor con espíritu animal de perro mestizo, servirá.
—Práctica, práctica, práctica. Muchos ejercicios de respiración, de paciencia y de conocerme a mí mismo. ¿Qué me molesta? ¿Qué me hace feliz? ¿Qué me da miedo? Lo hablaba con otras personas, porque no era bueno sentándome a meditar— hago memoria de mis intentos a los doce años de doblar mis piernas en la sala de la casa y adoptar una postura rígida de meditación. Me distraía hasta con el zumbido de una mosca. Y por lo general, iba a hablar con mi padre. —Y también hubo una persona, que me ayudó mucho. Mi padre. Cada vez que era una chispa a punto de explotar, él venía y ponía sus manos en mis hombros para que me calmara. Tiene su carácter, pero en los momentos importantes actuaba de manera inteligente. Lo admiraba mucho…—. Todavía lo hago. —Puede ser cualquier persona en realidad, él… en realidad no es mi padre. Lo conocí un poco más tarde de mi nacimiento— recapitulo, aclarándome la garganta por haber llegado aunque lo hice sin intención, a un tema que me dije que evitaría.
El perro hecho de niebla nos viene bien como una distracción, me agrada ver que hace caso cuando le digo que arroje algo, no está tan a la defensiva como me temía, como para responder a mi intento de hacer más llevadero con esto, con una negativa terminante a querer participar o a mostrarse indiferente al patronus. — ¡Un hurón! Ese parece un animal interesante…— apunto, porque no me ha dicho lo básico como un gato, una tortuga, un delfín o un halcón, qué se yo. —¿Qué más sabes sobre los hurones?— pregunto, abriendo el interrogante para embarcarnos en el trabajo de ahondar en el animal que le podría servir de guía, lo que se pueda lo indagaremos juntos, el resto correrá por su cuenta. —Práctica, práctica, práctica— repito una vez más, para que sepa que es difícil, pero nunca imposible conseguir un patronus tome una forma corpórea como ocurre con cualquier otro hechizo. Muerdo mis labios para esconder la sonrisa que me provoca su conclusión final a esta demostración. —No hace falta que te compres un perro— contesto. —Ya tienes un profesor con espíritu animal de perro mestizo, servirá.
Me cuesta creer que un tipo como el profesor Logan se pasaría horas delante de un espejo solo para observarse a sí mismo, y creo que es la imagen lo que me lleva a reír por lo bajo más que por lo que dice al respecto. — Bueno... Sabiendo eso si alguna vez quiero hacer explotar un retrete se lo haré saber para que me ayude. Nunca se deja de ser uno mismo. — Lo primero lo digo en broma, para esas tareas ya tengo a mi mejor amiga que es mucho más apropiada para ellas; lo segundo es algo que, si bien todo el mundo quiere creer lo contrario, es algo que hay que asumir. Las personas no cambian, se camuflan, se adaptan, pero en el fondo somos quienes somos. — Pero ya he asumido que soy un desastre, con varita o sin ella, usted se supone que me tiene que decir como dejar de serlo... ¿no? — Me quejo, ¿para qué estamos aquí si no es para que pueda dejar de hacer las cosas mal?
Vale, si la imagen de sí mismo en el espejo por ella sola ya era graciosa, que me diga que hace yoga es todavía más divertido. Se supone que tengo que tomármelo en serio, pero solo me está dando razones para creer que en realidad es un hippie disfrazado de profesor modesto. — No sé, no sé... Suena demasiado simple, pero lo intentaré. — Es una mentira camuflada por un deje de verdad. No me llama la atención sentarme frente a un espejo por horas solo respirando, pero si a él le funcionó y asegura ser como yo o al menos asemejarse a mí misma, debo darle una oportunidad. Aunque solo sea para que no pueda decirme que no lo intenté. — Mi padre no me conoce, no como lo hacían mis padres adoptivos, al menos. Y ellos ya no están, así que, ¿qué más da? — Es evidente que hablar de esto me molesta, en especial porque no creo que lo entienda. Nadie lo entiende. A mí madre biológica paso de mencionarla porque ni siquiera está aquí, la diferencia que va a hacer es la misma. Lo siguiente que dice, por otra parte, hace que levante la mirada hacia él. — ¿Cómo que no es tu padre? — Sé lo que quiere decir, le entendí a la primera, pero no estoy segura de si se trata de una trampa para hacerme hablar sobre mis problemas familiares o si realmente es verdad lo que dice.
Me encojo de hombros, suponiendo que sí, es un animal interesante. Por lo menos no es tan aburrido como lo puede llegar a ser una hormiga de prado. — No mucho, la verdad, fue lo primero que se me ocurrió. — Confieso, claro que no se me hubiera ocurrido si no hubiera pensado que son curiosos. — Siempre parecen ir a su bola, pero al mismo tiempo buscan la compañía de otros. A veces muerden, aunque no lo hacen con mala intención. Creo. — Añado. Vale, puede que sí sepa algo más de lo que quiero admitir sobre los hurones, pero es que parecen tan simpáticos. — Lástima, — Murmuro, soltando un pequeño chasquido con la lengua a modo de queja. — siempre quise un pastor alemán. — Así que la excusa de comprar un perro nuevo se me ha ido un poco al garete.
Vale, si la imagen de sí mismo en el espejo por ella sola ya era graciosa, que me diga que hace yoga es todavía más divertido. Se supone que tengo que tomármelo en serio, pero solo me está dando razones para creer que en realidad es un hippie disfrazado de profesor modesto. — No sé, no sé... Suena demasiado simple, pero lo intentaré. — Es una mentira camuflada por un deje de verdad. No me llama la atención sentarme frente a un espejo por horas solo respirando, pero si a él le funcionó y asegura ser como yo o al menos asemejarse a mí misma, debo darle una oportunidad. Aunque solo sea para que no pueda decirme que no lo intenté. — Mi padre no me conoce, no como lo hacían mis padres adoptivos, al menos. Y ellos ya no están, así que, ¿qué más da? — Es evidente que hablar de esto me molesta, en especial porque no creo que lo entienda. Nadie lo entiende. A mí madre biológica paso de mencionarla porque ni siquiera está aquí, la diferencia que va a hacer es la misma. Lo siguiente que dice, por otra parte, hace que levante la mirada hacia él. — ¿Cómo que no es tu padre? — Sé lo que quiere decir, le entendí a la primera, pero no estoy segura de si se trata de una trampa para hacerme hablar sobre mis problemas familiares o si realmente es verdad lo que dice.
Me encojo de hombros, suponiendo que sí, es un animal interesante. Por lo menos no es tan aburrido como lo puede llegar a ser una hormiga de prado. — No mucho, la verdad, fue lo primero que se me ocurrió. — Confieso, claro que no se me hubiera ocurrido si no hubiera pensado que son curiosos. — Siempre parecen ir a su bola, pero al mismo tiempo buscan la compañía de otros. A veces muerden, aunque no lo hacen con mala intención. Creo. — Añado. Vale, puede que sí sepa algo más de lo que quiero admitir sobre los hurones, pero es que parecen tan simpáticos. — Lástima, — Murmuro, soltando un pequeño chasquido con la lengua a modo de queja. — siempre quise un pastor alemán. — Así que la excusa de comprar un perro nuevo se me ha ido un poco al garete.
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Muerdo mi sonrisa en los labios para no caer en una aceptación inmediata a ir a explotar retretes con ella, tengo que recordarme que no lo hago desde los quince años y eso fue hace media vida. —Creo que hay una esencia que siempre se mantiene, pero las personas sí cambian. La vida, el mundo, las experiencias, nos cambian…— divago, lo digo serio así como le aseguro que practiqué mis clases delante del espejo con un semblante que pretendía marcar autoridad delante de los alumnos, es cierto que lo hacía en un principio para infundirme de confianza en mis primeras prácticas, después se fue dando de manera natural y me da gusto poder decir que encontré ese punto entre tratarlos sin tanta rigurosidad y a la vez sosteniendo que soy la voz que hablará siempre más fuerte en el salón. —No es como si yo fuera a darte la respuesta escrita en un papel, Maeve— le digo, —Tendrás que descubrirlo por ti misma, las cosas solo se aprenden cuando lo hacemos un proceso personal…— llevo mis palmas al frente de mi camisa, mostrando así que es una transformación interna de carácter, y bien, puede ser que esté sonando un poco como un profesor de dilemas existenciales, en vez de encantamientos.
Me vale por el momento su promesa de que lo intentaré, lo vivo como un logro, uno que me hace llenar mi pecho de plena satisfacción de profesor, y no digo nada más, porque con esas palabras tengo suficiente. No espero a decir verdad que lleguemos al punto de hablar de los padres, aunque tengo que admitir para toda mi vergüenza como adulto de treinta años, que sigo hablando de mis padres adoptivos como el niño enamorado que fui al conocerlos, se presentaron en mi vida como todo lo bueno que jamás había esperado y aunque sufrían la pérdida de su propia hija, logramos encajar como piezas de rompecabezas diferentes, hechas para encontrar el modo de ser una familia. Trabo mi lengua para no preguntar qué le paso a sus padres, no quiero ser invasivo y me parece bajo ir a revisar a hurtadillas su expediente a ver si encuentro algo. Confío en que si quiere compartir algo lo hará, así como yo elijo hablar de lo mío, con una reserva menor. —A mis hermanos y a mí nos dejaron en un orfanato, yo no tenía más de cuatro años. Mi hermano Eugene era un bebé. Nos adoptaron familias diferentes y a mí me llevó una pareja cuya hija había muerto…— cuento, con la simpleza que rehúye a un relato de lamento y victimización. —Son mis padres en todo lo importante.
Rasco mi mentón cuando habla de los hurones, tengo que disimular una sonrisa cuando pregunto con una seriedad aparente: —Interesante, muy interesante. Como tarea para nuestra próxima clase de verano, tendrás que escribir un ensayo de una carilla sobre hurones. Todo lo que puedas averiguar sobre ellos en cuanto a su carácter—. ¿Mejor que frustrarse por la práctica de hechizos, no? Y algo me dice que sabe lo suficiente sobre hurones, como para escribir ese ensayo en este momento, pero no la haré pasar por eso, que se tome su tiempo en casa. —Para la próxima clase, también, conseguiré un hurón… o… ¿has visto un jarvey? Bien, ¡ya sé! Conseguiré permiso para que nuestra próxima clase sea en el zoológico, así podrás verlo de cerca—. Su cara de pena por no tener la excusa de un perro solo me hace encogerme de hombros, —Si lo quieres, basta con que lo pidas. No necesitas una gran justificación. Algunas cosas solo hay que pedirlas—. Las cosas no solo llegan, muchas, muchas cosas hay que pedirlas para que el universo nos escuche y conspire a nuestro favor.
Me vale por el momento su promesa de que lo intentaré, lo vivo como un logro, uno que me hace llenar mi pecho de plena satisfacción de profesor, y no digo nada más, porque con esas palabras tengo suficiente. No espero a decir verdad que lleguemos al punto de hablar de los padres, aunque tengo que admitir para toda mi vergüenza como adulto de treinta años, que sigo hablando de mis padres adoptivos como el niño enamorado que fui al conocerlos, se presentaron en mi vida como todo lo bueno que jamás había esperado y aunque sufrían la pérdida de su propia hija, logramos encajar como piezas de rompecabezas diferentes, hechas para encontrar el modo de ser una familia. Trabo mi lengua para no preguntar qué le paso a sus padres, no quiero ser invasivo y me parece bajo ir a revisar a hurtadillas su expediente a ver si encuentro algo. Confío en que si quiere compartir algo lo hará, así como yo elijo hablar de lo mío, con una reserva menor. —A mis hermanos y a mí nos dejaron en un orfanato, yo no tenía más de cuatro años. Mi hermano Eugene era un bebé. Nos adoptaron familias diferentes y a mí me llevó una pareja cuya hija había muerto…— cuento, con la simpleza que rehúye a un relato de lamento y victimización. —Son mis padres en todo lo importante.
Rasco mi mentón cuando habla de los hurones, tengo que disimular una sonrisa cuando pregunto con una seriedad aparente: —Interesante, muy interesante. Como tarea para nuestra próxima clase de verano, tendrás que escribir un ensayo de una carilla sobre hurones. Todo lo que puedas averiguar sobre ellos en cuanto a su carácter—. ¿Mejor que frustrarse por la práctica de hechizos, no? Y algo me dice que sabe lo suficiente sobre hurones, como para escribir ese ensayo en este momento, pero no la haré pasar por eso, que se tome su tiempo en casa. —Para la próxima clase, también, conseguiré un hurón… o… ¿has visto un jarvey? Bien, ¡ya sé! Conseguiré permiso para que nuestra próxima clase sea en el zoológico, así podrás verlo de cerca—. Su cara de pena por no tener la excusa de un perro solo me hace encogerme de hombros, —Si lo quieres, basta con que lo pidas. No necesitas una gran justificación. Algunas cosas solo hay que pedirlas—. Las cosas no solo llegan, muchas, muchas cosas hay que pedirlas para que el universo nos escuche y conspire a nuestro favor.
Hay algo, no sé precisamente el qué, quizás su calmo temperamento, que me produce el concederle un voto de mi confianza hacia lo que dice, de la misma manera que mis ojos se encargan de analizar sus intenciones, como si no creyera que realmente se está interesando por esto, cuando nadie más lo ha hecho. — Bueno, usted es más viejo que yo, se supone que sabe más, así que si usted lo dice... — Le he dado la razón en menos de una hora a este hombre más de las que le daría a cualquier otra persona en toda mi vida, y no sé como ha terminado eso por pasar, siendo que yo misma me considero la persona más cabezota que conozco. Bueno, mi padre también entra en esa categoría.
Creo que es de las pocas veces que siento que he traspasado la línea cuando su relato acerca de él y sus hermanos hace que mueva la nariz en lo que mis ojos revolotean por la mesa con la intención de que no se me note que estoy un poco avergonazada por haber sacado el tema, en especial cuando menciona que su hija murió. — Lo siento. — Digo, más por respeto a sus padres que a él, puesto que si he entendido bien, él ni siquiera la conoció. Siento que le debo algo, que al haber compartido su historia yo debo hacer lo mismo, y eso que en su mayoría no me siento en la obligación de hablar de mi pasado como si fuera una revista de cotilleo. — A mí también me dejaron en un orfanato, pero era un bebé y no lo recuerdo. Luego me adoptaron y nunca me importó que no fueran mis verdaderos padres porque con ellos tenía todo lo que mis biológicos no supieron darme. — Amor, todas esas cosas que si digo en voz alta van a hacerme sentir expuesta, así que continuo. — Se los llevaron, hace ya más de un año, incluso más, y tuve que volver al orfanato. Nadie me dijo por qué y eso es lo que más me enfada, aunque escuché a alguien decir que cometieron traición. — Digo en gruñido, resoplando ante la patética idea. — Así que robé los papeles de adopción, busqué quienes me habían dejado nada más nacer, solo para encontrar que mi padre ni siquiera sabía que existía. Ahora vivo con él, supongo que eso me tiene que consolar, ¿no? No me ha echado de casa, al menos. — En todo este discurso de confesión apenas he alzado la mirada, con temor a que de hacerlo, pueda ver lo que verdaderamente me afecta este tema que no he hablado con nadie jamás. Me aparto un mechón de pelo tras la oreja, ese mismo que estaba utilizando para esconder mi rostro. — ¿Y sabe dónde están sus hermanos ahora? — Pregunto en curiosidad, aunque más bien es una técnica para dejar de hablar de mí y restarle importancia al momento de sinceridad que acabo de tener con alguien a quien conozco de... nada. Supongo que es más fácil así.
Vuelvo a apoyar los codos sobre la mesa, y mi barbilla sobre mis manos, rodando los ojos cuando su faceta de terapeuta emocional es interrumpida por la de profesor responsable que manda deberes a sus alumnos. — Prffff, es consciente de que el tener que hacer un ensayo le quita toda la gracia al asunto, ¿verdad? — Suelto aire por los labios, los cuales rebotan uno contra otro como lo haría un caballo. No obstante, la idea de poder tener una clase en un lugar diferente a este hace que recobre la compostura, colocando la espalda hacia atrás en el asiento. — Ohhhhh, ¿de veras? Jamás he visto uno, creo que nunca he ido a un zoológico, en realidad... — Para qué voy a mentir, suena muchísimo más emocionante que cualquier lectura que pueda dar frente a los pupitres de la clase. — No creo que eso funcione, mi padre es juez, las justificaciones son básicamente de lo que vive. — Digo algo decepcionada, pues nunca conseguiré lo que quiero si dependo de eso.
Creo que es de las pocas veces que siento que he traspasado la línea cuando su relato acerca de él y sus hermanos hace que mueva la nariz en lo que mis ojos revolotean por la mesa con la intención de que no se me note que estoy un poco avergonazada por haber sacado el tema, en especial cuando menciona que su hija murió. — Lo siento. — Digo, más por respeto a sus padres que a él, puesto que si he entendido bien, él ni siquiera la conoció. Siento que le debo algo, que al haber compartido su historia yo debo hacer lo mismo, y eso que en su mayoría no me siento en la obligación de hablar de mi pasado como si fuera una revista de cotilleo. — A mí también me dejaron en un orfanato, pero era un bebé y no lo recuerdo. Luego me adoptaron y nunca me importó que no fueran mis verdaderos padres porque con ellos tenía todo lo que mis biológicos no supieron darme. — Amor, todas esas cosas que si digo en voz alta van a hacerme sentir expuesta, así que continuo. — Se los llevaron, hace ya más de un año, incluso más, y tuve que volver al orfanato. Nadie me dijo por qué y eso es lo que más me enfada, aunque escuché a alguien decir que cometieron traición. — Digo en gruñido, resoplando ante la patética idea. — Así que robé los papeles de adopción, busqué quienes me habían dejado nada más nacer, solo para encontrar que mi padre ni siquiera sabía que existía. Ahora vivo con él, supongo que eso me tiene que consolar, ¿no? No me ha echado de casa, al menos. — En todo este discurso de confesión apenas he alzado la mirada, con temor a que de hacerlo, pueda ver lo que verdaderamente me afecta este tema que no he hablado con nadie jamás. Me aparto un mechón de pelo tras la oreja, ese mismo que estaba utilizando para esconder mi rostro. — ¿Y sabe dónde están sus hermanos ahora? — Pregunto en curiosidad, aunque más bien es una técnica para dejar de hablar de mí y restarle importancia al momento de sinceridad que acabo de tener con alguien a quien conozco de... nada. Supongo que es más fácil así.
Vuelvo a apoyar los codos sobre la mesa, y mi barbilla sobre mis manos, rodando los ojos cuando su faceta de terapeuta emocional es interrumpida por la de profesor responsable que manda deberes a sus alumnos. — Prffff, es consciente de que el tener que hacer un ensayo le quita toda la gracia al asunto, ¿verdad? — Suelto aire por los labios, los cuales rebotan uno contra otro como lo haría un caballo. No obstante, la idea de poder tener una clase en un lugar diferente a este hace que recobre la compostura, colocando la espalda hacia atrás en el asiento. — Ohhhhh, ¿de veras? Jamás he visto uno, creo que nunca he ido a un zoológico, en realidad... — Para qué voy a mentir, suena muchísimo más emocionante que cualquier lectura que pueda dar frente a los pupitres de la clase. — No creo que eso funcione, mi padre es juez, las justificaciones son básicamente de lo que vive. — Digo algo decepcionada, pues nunca conseguiré lo que quiero si dependo de eso.
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—Más viejo y más sabio— respondo, lejos de ofenderme por ese comentario respecto a mi edad, sacudo con mis dedos las solapas de un saco imaginario para fanfarronear. —Mis canas dan testimonio de mi mucho andar por la vida— bromeo, elevando mis ojos hacia arriba, soplo para que uno de los mechones negros que suelen caer sobre mi frente se haga a un lado. No hago el cálculo mental de cuántos años nos llevamos de diferencia, porque el estar sentada en un pupitre como mi alumna nos da una distancia abismal en el trato, ella debe verme como alguien cuyo retrato debe estar colgado en la galería de viejos próceres y yo la veo como quien tiene aún mucho que aprende, definitivamente no como una niña, porque no la subestimo, pero sí como una adolescente que debe resolver un par de cuestiones internas para convertirse en la bruja que podría llegar a ser. No espero que acabe por contarme parte de su historia familiar, por mi parte he tenido tiempo como para asimilar la mía y poder hablarlo en voz alta, me sorprende que ella pueda empezar a exteriorizarlo en un relato que le da identidad. Sonrío para mí, cuidándome de que ese gesto no se vea inadecuado en mi rostro.
—Sí, supongo que sirve de consuelo pensar que te acoge y que al menos puede decir que antes no sabía. Cuando los dos sabemos muy bien, por haber estado en orfanatos, que en realidad hay padres de sangre a los que no les tiembla el corazón para abandonar a un hijo, a veces de la manera más cruel…— es una verdad cruda que no me gusta poner en una conversación con alguien tan menor, pero no es como si ella lo ignorara, tampoco creo que sea de las que aceptan hablar con sutilezas o cuidando las maneras. Con mis hermanos hace mucho llegamos al acuerdo tácito de no mencionar el orfanato, yo mismo al verme rodeado de ciertos lujos por mi familia adoptiva, es poco y nada lo que evoco de ese lugar. Pero cubrir un pozo oscuro con una alfombra de oro, no hace que ese pozo oscuro desaparezca, sigue ahí y si pisas ese lugar en la alfombra, te puedes caer. —Y siempre será a partir de dónde estás, definir a dónde quieres, Maeve— le digo, como buen gurú espiritual que soy con mis indicaciones ambiguas. Asiento con mi barbilla al hablar de mis hermanos. —Solemos vernos seguido, nos buscamos después de un tiempo y nos encontramos. Sabemos también quiénes son nuestros padres biológicos…— me escucho confesárselo y rápidamente me aclaro la garganta. —Pero no tiene caso buscarlos, es mejor no encontrarlos—. Mentira, si estoy aquí siguiendo los pasos de mi madre biológica por una ironía, de las muchas que hay en el destino de las personas.
—De acuerdo— cedo, haciendo rodar mis ojos como si lo peor del mundo fuera que una estudiante me viera como un profesor aburrido, —no hace falta que escribas el ensayo, pero en nuestra visita al zoológico tendrás que contarme un montón de cosas interesantes sobre hurones y jarveys—. Doy esa visita como un hecho, de alguna manera obtendré el permiso y pienso en su padre, que si es juez como me dice y del tipo que le gusta buenos argumentos, tendré que hacerle llegar una carta muy sólida para que nos dé su aprobación también para esta salida. Lo del perro… —Y tu rompes reglas, ¿no? Sólo lleva al perro, cae con él a tu casa— digo de pronto. —No te ajustes a las reglas de los demás si eso te frustra, no tienes que hacerlo. Prueba vivir con tus reglas, que la gente se acomode a ellas. Te sorprenderías al ver lo que puede pasar… cuando le dices al caos del universo qué tú pones las reglas y decides qué sucederá— ¿Qué estoy haciendo? —Y si acabas en la cárcel, me llamas. Pides que te comuniquen con tu profesor Logan Thornfield, estaré ahí en un santiamén. Y eso es todo por hoy, Davies— me despido de ella mostrándole la puerta del salón con una floritura de mi mano.
—Sí, supongo que sirve de consuelo pensar que te acoge y que al menos puede decir que antes no sabía. Cuando los dos sabemos muy bien, por haber estado en orfanatos, que en realidad hay padres de sangre a los que no les tiembla el corazón para abandonar a un hijo, a veces de la manera más cruel…— es una verdad cruda que no me gusta poner en una conversación con alguien tan menor, pero no es como si ella lo ignorara, tampoco creo que sea de las que aceptan hablar con sutilezas o cuidando las maneras. Con mis hermanos hace mucho llegamos al acuerdo tácito de no mencionar el orfanato, yo mismo al verme rodeado de ciertos lujos por mi familia adoptiva, es poco y nada lo que evoco de ese lugar. Pero cubrir un pozo oscuro con una alfombra de oro, no hace que ese pozo oscuro desaparezca, sigue ahí y si pisas ese lugar en la alfombra, te puedes caer. —Y siempre será a partir de dónde estás, definir a dónde quieres, Maeve— le digo, como buen gurú espiritual que soy con mis indicaciones ambiguas. Asiento con mi barbilla al hablar de mis hermanos. —Solemos vernos seguido, nos buscamos después de un tiempo y nos encontramos. Sabemos también quiénes son nuestros padres biológicos…— me escucho confesárselo y rápidamente me aclaro la garganta. —Pero no tiene caso buscarlos, es mejor no encontrarlos—. Mentira, si estoy aquí siguiendo los pasos de mi madre biológica por una ironía, de las muchas que hay en el destino de las personas.
—De acuerdo— cedo, haciendo rodar mis ojos como si lo peor del mundo fuera que una estudiante me viera como un profesor aburrido, —no hace falta que escribas el ensayo, pero en nuestra visita al zoológico tendrás que contarme un montón de cosas interesantes sobre hurones y jarveys—. Doy esa visita como un hecho, de alguna manera obtendré el permiso y pienso en su padre, que si es juez como me dice y del tipo que le gusta buenos argumentos, tendré que hacerle llegar una carta muy sólida para que nos dé su aprobación también para esta salida. Lo del perro… —Y tu rompes reglas, ¿no? Sólo lleva al perro, cae con él a tu casa— digo de pronto. —No te ajustes a las reglas de los demás si eso te frustra, no tienes que hacerlo. Prueba vivir con tus reglas, que la gente se acomode a ellas. Te sorprenderías al ver lo que puede pasar… cuando le dices al caos del universo qué tú pones las reglas y decides qué sucederá— ¿Qué estoy haciendo? —Y si acabas en la cárcel, me llamas. Pides que te comuniquen con tu profesor Logan Thornfield, estaré ahí en un santiamén. Y eso es todo por hoy, Davies— me despido de ella mostrándole la puerta del salón con una floritura de mi mano.
Me río, es más una risa jocosa que otra cosa, pues no tenía intención de llamarlo viejo así de primeras, porque de hecho, no me parece tan mayor, diría que tiene una edad parecida a la de mi padre. No creo siquiera que tenga hijos, aunque tampoco podría saberlo a ciencia cierta dado que tampoco hubiera imaginado que alguien de la edad de Jasper pudiera tener a una hija adolescente, así que mejor cierro el pico antes de soltar otra tontería de las mías. Opto por encogerme de hombros cuando debatimos si es un consuelo o no que a mi propio padre le dé pena, haciendo un poco de mohín con mis labios. — Bueno, eso es lo que él dice, supongo que está en mi mano el si creerle o no, y puesto que tampoco tengo mucho de dónde tirar, he decidido tomarle la palabra. — Aunque ahora que lo pienso, no sé si es mejor vivir en la ignorancia de creer que no lo sabía o que la realidad me choque contra la cara al enterarme de que prefirió mentirme. — Es un buen padre, en verdad, llegó un poco tarde, pero eso es mejor que nada, ¿no? — Vuelvo a buscar su consejo, refugiándome en que sabe de lo que hablo por haber vivido en un orfanato y por eso de qué es más sabio. — Solo a veces es insoportable, cuando se le mete en la cabeza eso de la responsabilidad y esas cosas… — Chiflo, chascando la lengua. Creo firmemente que se ha guardado toda esa faceta para ahora, acumulada en su piel, tristemente a la espera de que apareciera alguien contra quien cargarla. Es decir, yo.
Me encojo de hombros, resignada a la incertidumbre que dirige mi vida como lo más seguro a lo que me he aferrado en los últimos meses. — No sé a dónde quiero ir, a dónde me lleve el viento, mismamente. — Reconozco que nunca he tenido nada claro, mucho menos cuando se trata de mí misma, por lo que no veo el día en que se me ilumine la bombilla esta a la que les gusta llamar sentido común y me indique de una vez por todas la dirección que debo tomar. — Hasta dónde yo sé soy hija única, pero debe de estar bien tener hermanos. — Digo simplemente, ignorando el comentario acerca de sus padres biológicos porque no siento tener la confianza suficiente como para preguntarle de más, y ya sabemos como soy yo cuando me meto en temas donde no me llaman.
Sonrío con gana cuando me libra de tener que hacer el ensayo, que no hubiera hecho de todas formas porque, ¿quién narices hace deberes en vacaciones? No los hago ni durante el curso, voy a hacerlos cuando tengo unos meses de libertad. JÁ. — Suena guay, pero escoja el día que hacen el espectáculo ese con animales de mar, he oído que mola. — Eeeeeeeeh, sé que se supone que va a ser una visita académica para mejorar mi temperamento y canalizar mis emociones a través de los animales, pero ya que vamos a ir hasta allí… habrá que aprovechar, ¿no? Lo que dice después, sin embargo, me pinta una expresión extraña en la cara, como si todavía no creyera lo que me está diciendo. — No sabe usted lo que acaba de decir, profesor. Me acaba de dar el pase a hacer lo que se me antoje y mi padre solo tendrá que apechugar, ¿lo sabe usted? — Alzo una ceja, hinchando las mejillas de aire al tratar de aguantarme la risa. Antes de que pueda dar vuelta a atrás con sus palabras, recojo mi mochila en un plis plás y salgo escopetada por la puerta, asomando únicamente la cabeza para despedirme con gusto. — Hasta luego, profesor, ¡ya le diré cómo me fue con su consejo! — Me estallo ahí mismo de la risa. Mi padre va a estar contento.
Me encojo de hombros, resignada a la incertidumbre que dirige mi vida como lo más seguro a lo que me he aferrado en los últimos meses. — No sé a dónde quiero ir, a dónde me lleve el viento, mismamente. — Reconozco que nunca he tenido nada claro, mucho menos cuando se trata de mí misma, por lo que no veo el día en que se me ilumine la bombilla esta a la que les gusta llamar sentido común y me indique de una vez por todas la dirección que debo tomar. — Hasta dónde yo sé soy hija única, pero debe de estar bien tener hermanos. — Digo simplemente, ignorando el comentario acerca de sus padres biológicos porque no siento tener la confianza suficiente como para preguntarle de más, y ya sabemos como soy yo cuando me meto en temas donde no me llaman.
Sonrío con gana cuando me libra de tener que hacer el ensayo, que no hubiera hecho de todas formas porque, ¿quién narices hace deberes en vacaciones? No los hago ni durante el curso, voy a hacerlos cuando tengo unos meses de libertad. JÁ. — Suena guay, pero escoja el día que hacen el espectáculo ese con animales de mar, he oído que mola. — Eeeeeeeeh, sé que se supone que va a ser una visita académica para mejorar mi temperamento y canalizar mis emociones a través de los animales, pero ya que vamos a ir hasta allí… habrá que aprovechar, ¿no? Lo que dice después, sin embargo, me pinta una expresión extraña en la cara, como si todavía no creyera lo que me está diciendo. — No sabe usted lo que acaba de decir, profesor. Me acaba de dar el pase a hacer lo que se me antoje y mi padre solo tendrá que apechugar, ¿lo sabe usted? — Alzo una ceja, hinchando las mejillas de aire al tratar de aguantarme la risa. Antes de que pueda dar vuelta a atrás con sus palabras, recojo mi mochila en un plis plás y salgo escopetada por la puerta, asomando únicamente la cabeza para despedirme con gusto. — Hasta luego, profesor, ¡ya le diré cómo me fue con su consejo! — Me estallo ahí mismo de la risa. Mi padre va a estar contento.
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