The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Me siento realmente afortunada de que, ya de tener que trabajar, por lo menos poder hacerlo de algo que tiene unas vacaciones tan extensas como la de los chicos que acuden a la escuela. Es la suerte de que a los profesores no se nos exija trabajar en verano, a excepción de las primeras semanas antes de inciar el curso donde se debe organizar todo, por lo demás estamos completamente libres de acción. Al principio resulta de lo más conveniente, porque puedo despertarme a cualquier hora de la mañana sin necesidad de un despertador, y tengo las tardes para hacer lo que se me venga en gana, pero de alguna forma, todo ese tiempo libre termina por aburrirme. Pensaba que el capitolio estaría lejos de ser rutinario, sin embargo, pese a la cantidad de atracciones y entretenimientos que tiene, no resulta igual hacerlo sola que en compañía.

Es por eso que, dispuesta a hacer algo que sea de utilidad o que por lo menos me mantenga entretenida por toda la tarde, decido que ya es hora de hacerle una visita al once. Durante el curso apenas he tenido tiempo de volver a mis raíces, ese lugar donde pasé la mayor parte de mi adolescencia y juventud, y que ahora resulta tan raro el pensar que alguna vez viví allí si se compara con la vida que llevo ahora. No importa que para el resto sea un asco de distrito, que la mayoría de casas se caigan a cachos o que el olor a cloaca invada cada una de sus calles, porque cuando camino por ellas no puedo evitar pensar en lo familiar que resulta todo, incluso ahora que resulto una extraña a ojos de los vecinos.

Nunca llegué a vender la casa que duramente había conseguido pagar durante todos esos años, pero no me sorprende cuando al entrar veo que la cerradura ha sido forzada y que en su interior no quedan más que restos de alguien que se ha hospedado aquí hace tiempo. Así como puedo llegar a comprender las razones por las que una persona decidiera ocupar un lugar aparentemente vacío, me entristece ver el estado en que se encuentra. Como nada me queda ya por hacer allí, salgo por la misma puerta por la que entré sin molestarme siquiera en cerrarla.

Estoy haciendo el camino de vuelta al mercado donde yo misma solía tener un puestecito cuando propino un golpe con mi hombro al cuerpo de alguien. - Lo lamento, yo... - Murmuro con intención de seguir mi camino una vez he expresado mis disculpas, pero parándome en seco cuando creo reconocer esos mismos ojos claros. - ¿Charles? - Consigo musitar en lo que doy un ligero paso hacia atrás para observar su figura a una distancia más apropiada. - ¿Cómo....? ¿Cómo te va todo? - ¿Qué mierdas se le dice al hombre con el que casi tienes un bebé? Como si no fuera incómoda la situación de por sí después de tanto tiempo sin vernos las caras y básicamente desaparecer del mapa, tengo que obligarme a sonreír del modo más absurdo posible.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
El calor parece incrementar el mal olor, pero estoy tan acostumbrado a la peste del once que apenas y la siento en la nariz. Ha sido una mañana eterna, pero las calles quedaron relativamente limpias y todavía tengo una tarde por delante en la cual puedo descansar hasta realizar el turno de la noche. Hay gente que diría que mi empleo no tiene sentido en un lugar como el once, pero alguien tiene que impedir que las ratas nos coman los dedos de los pies por las noches. Que es verdad, escuché el rumor de que a un sujeto que es amigo de otro sujeto le pasó algo parecido y, honestamente, entre todas las locuras que escucho, se siente bastante real. Llevo conmigo algo que he conseguido en el mercado, una bolsa repleta de los bollos más baratos y grasosos que fui capaz de encontrar, con la idea de tener el estómago repleto para soportar el resto de la jornada. Es más de lo que muchos pueden pedir en estos pagos y tengo que sentirme afortunado, cuando sé que hacerlo sería convertirme en un conformista.

Estoy demasiado centrado en el sabor frito y azucarado del bollo que sostengo entre mis dedos, que apenas y me doy cuenta que alguien me golpea el hombro al pasar. Me volteo por inercia y tengo el impulso de levantar una mano para poder indicar que no hay problema sin la necesidad de dejar de masticar, cuando la voz que escucho es demasiado reconocible como para casi atragantarme. Giro la cabeza una vez más en un efecto rebote para mirarla, encontrándome con la figura inconfundible de Phoebe Powell. ¿Hace cuánto tiempo que no miro a esos ojos enormes? ¿Hace cuánto nos alejamos tanto, que nos convertimos en dos extraños que solían conocerse muy bien? Me doy cuenta de que me lleno una mejilla de comida y tiro el bollo en la bolsa de papel madera, tragando de manera escandalosa — Yo… pues bien… — ¿Estoy bien? Digamos que sí, no es que tenga una vida llena de lujos, pero tampoco voy a quejarme. E igual así, mi tono es dudoso, mirándola como si quisiera encontrar en ella alguna respuesta de la cual no tengo idea — Creí que estarías en el Capitolio — porque es lo último que escuché de ella. Que tenía un pase para salir de esta y, como en esos tiempos apenas y nos cruzábamos, no pude siquiera decirle que me parecía que se estaba vendiendo.

Limpio la grasa de mis dedos sobre mi camiseta, la cual ya se encuentra algo mugrosa, y muevo la mano para abarcarla a ella de arriba a abajo — Lo siento, pero es lo último que supe. ¿Cómo estás? ¿Decidiste que la vida de los ricos no era para ti y decidiste volver? — No voy a decir que esto no es incómodo, porque lo es. No sé qué se supone que debo decirle o cómo tratarla. Así que, sin más, le tiendo la bolsa en su dirección — ¿Quieres un bollo? Compré varios — si hemos comido de estas porquerías en el sofá, en tiempos que parecen tan lejanos...
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Por su aspecto puedo hacerme a la idea de que no pasa hambre, pero que tampoco le sobra el dinero, lo cual no me toma tan de sorpresa si se tiene en cuenta que hace unos meses yo también estaba en una posición parecida. Mantengo la tensión en mis mejillas mientras espero a que trague lo que anda comiendo, aunque la sonrisa desaparece enseguida cuando menciona el capitolio. - Lo estoy, solo pasaba de visita, quería comprobar como estaban las cosas, pero veo que todo sigue como siempre. Tú sigues como siempre.- Me atrevo a decir mirándole con disimulo de arriba a abajo, comprobando de esa manera que mis recuerdos no me han fallado a la hora de rememorar su figura. Se me hace raro, tenerle frente a mí con nada más que unos bollos y su propia compañía, cuando no hace mucho tiempo de que solíamos ser dos los que paseábamos por estas mismas calles.

Su comentario de todas formas no me pasa desapercibido, sabiendo de sobra a donde quiere ir a parar con esas palabras. - La decisión de marcharme no la tomé yo, sabes de sobra que me hubiera quedado aquí de haber podido elegir. - No creo que lo sepa, pues a sus oídos puede que haya llegado la información de mi partida porque no dejamos de ser algo más que conocidos entre estas personas, pero pocas personas conocen la verdadera razón por la que tuve que recoger mis cosas e irme del once, y Charles no pertenece a esa corta lista. Las cosas entre nosotros ya habían tomado un rumbo diferente cuando me vi sorprendida por la ministra de educación, de forma que no hay manera alguna de que sepa nada de su visita. - Todo bien, como siempre, nada nuevo. - Al menos no digno de mención.

Miro el interior de la bolsa cuando parece tendérmela, para después elevar la mirada y sacudir la cabeza. - Pero gracias de todas formas, es mejor que los reserves para luego. - Digo para evitar tener que decir que los necesita más que yo. Parece mentira que en algún momento estuvimos compartiendo una misma clase de vida, cuando ahora no podrían haber tomado caminos más diferentes. - Encontré a mi hermano. - Termino por decir tras unos minutos de silencio, dándose la situación de que si tenía algo que contar después de todo. Puede que el tiempo nos haya hecho perder la confianza que alguna vez tuvimos cuando éramos pareja, por llamarlo de algún modo, pero siento la necesidad de decírselo. Una de las razones por las que funcionábamos juntos era por el poco afortunado pasado que nos había tocado, por la similitud de nuestras experiencias de las cuales nos burlamos en más de una ocasión, pero incluso ahora que no tenemos más que unos recuerdos lejanos que compartir, siento que se merece saber eso al menos.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
Alzo las manos en señal de que no pienso pelear, porque no tengo idea de quién ha sido la decisión final, aunque dudo mucho que la hayan apuntado con una varita, ¿no? — Seguro el once huele mejor que el Capitolio, debe ser por eso — ironizo, aunque espero que comprenda que lo hago sin maldad alguna. Siendo sincero y por extraño que parezca, hoy no tengo ganas de pelear. Tampoco soy quién para meterme en su vida, si consideramos que lo que sea que hayamos tenido se terminó hace mucho tiempo y en circunstancias que prefiero olvidar. Paseo mis ojos por ella sin mucho disimulo cuando asegura que se encuentra bien y puedo verlo a simple vista: se ve mucho mejor que las personas de este lugar. Más limpia, mejores ropas, un poco más de carne en sus mejillas a pesar de la eterna delgadez. Phoebe siempre fue una mujer peculiarmente atractiva, pero ahora puedo decir que destaca incluso más que de costumbre entre los rostros demacrados de este lugar.

Rechaza mi oferta y vuelvo a pegarme la bolsa contra el pecho, en parte agradecido porque con mi altura y contextura, el llenarme es algo que lleva tiempo y calorías. Parpadeo con sorpresa por lo que me cuenta, moviendo mis cejas hacia arriba — Bueno, sí, supuse que lo habías hecho. Yo también — como sé que parece no tener sentido lo que estoy diciendo, me explico, relajando un poco la tensión de mis hombros — Hace años dijiste que se llamaba Hans, ¿no? — le recuerdo — Supuse que no sería casualidad que un Hans Powell saliera en las noticias. Es el actual ministro de Justicia, ¿no es así? — en el norte, las noticias suelen llegar tarde, al menos que pases horas en los pocos bares donde hay alguna televisión o alguien te traiga las novedades. Hace algunos meses, pude escuchar un apellido curiosamente familiar y me bastó con un par de preguntas para hacerme una idea que, por lo que veo, no ha estado tan errada. Y sería irónico que me burle de ella, porque mi madre es una de las personas que conforma ese séquito de sanguijuelas, lo cual me hace pensar que el mundo es demasiado pequeño. Obviando que no me esperaba que ella estuviese emparentada a una de esas parias, para variar.

— Así que eso eres ahora. Trabajas para una escuela de élite, eres la hermana consentida de un ministro. Es extraño cómo cambian las cosas. ¿Se llevan bien? — hasta donde sé, el recuerdo que tenía de su único familiar era el de un niño, algo que difiere mucho de la imagen que he visto en el noticiero. Quizá Phoebe estaba buscando algo distinto al hombre de traje y pelo perfecto, lo cual comprendería a la perfección; yo mismo evito decir que sé de dónde provengo porque no deseo que me relacionen con esa gente pulcra. Le hago un gesto, señalando la calle con un ademán — ¿Estabas yendo a algún sitio? Puedo acompañarte mientras me cuentas de tus novedades — porque sí, siento que tenemos mucho que contarnos, aunque quizá no sea su compañía favorita.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Frunzo el ceño cuando no comprendo del todo a qué se refiere con lo que dice acerca de haber encontrado a mi hermano, aunque relajando la tensión de mis cejas y transformando mis labios en una pequeña mueca cuando se explica. - Sí, bueno, no hace mucho que tiene el puesto, fue toda una casualidad en realidad. - Hago un movimiento con mi cabeza como para quitarle importancia al hecho de que sea el actual ministro de justicia, cuando en realidad no debería estar mencionando algo así en voz alta en un distrito que digamos no es muy famoso por tener amigos dentro del gobierno. - Apenas había empezado a trabajar en el colegio cuando se presentó en una de mis clases, fue... un momento emotivo. - Por llamarlo de alguna manera. Puede que perdiera toda mi vida dejando el once atrás, pero gané otra que en su día fue muy importante para mí.

- No soy la hermana consentida de nadie, gano mi propio dinero, sigo siendo la misma de siempre. - Vale, de acuerdo, vivo en un lugar más limpio, en una casa que no se cae a cachos y me paseo con ropa que no es de segunda mano, pero por lo demás mi yo no ha cambiado. - Sé que es difícil de creer, pero así es como son las cosas ahora, solo estoy tratando de sacar el mejor provecho a una situación que no busqué yo. - Se lo crea o no, así fue como fueron las cosas. Aún así, hay una parte de mí que comprende su recelo, pues hubo un tiempo en que nos dedicábamos a reírnos de las mismas personas en que yo me he convertido ahora, o parecida al menos. Tampoco vamos a exagerar la situación, puede que sea la hermana del ministro más prometedor del país, pero eso no significa que forme parte del mismo saco. - Nos llevamos bien, sí. Bueno, es complicado a veces, ya sabes... el tiempo. Hay muchas cosas de mí que no le he contado, al igual que él ha debido de hacer lo mismo. - Cosas que sé que no le voy a poder contar nunca y que son prohibidas para ambos por las propias experiencias individuales, aunque supongo que es mejor así. - Somos muy diferentes. - Le digo alzando la ceja y bajando la barbilla en su dirección, como si con eso pudiera explicar a lo que me refiero, que él es una mascota del gobierno y yo... algo más que eso, espero.

Asiento una vez con la cabeza y alzo la mano un poco hacia delante para indicar el camino que pretendía seguir si no me hubiera cruzado con él, que viene siendo justo el contrario al que se dirigía. - Por lo demás... no hay mucho más que contar. - Es la verdad, aparte del tiempo que pasó entre ambos y que es evidente que hizo diferencias para los dos, mi vida no ha cambiado en lo que a conocidos se refiere. - Pero cuéntame sobre ti, lo único que sé es que sigues comiendo las mismas guarrerías de siempre. - Bromeo, y básicamente porque es lo que me ha dado a entender con la bolsa que carga en su mano, esos mismos bollos que cuando los tiempos eran otros y su compañía mucho más cercana, solíamos tomar en las tardes hasta hartarnos.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
Por el modo en el cual habla, no sé si “emotivo” sea la palabra, pero se lo concedo. La dejo hablar y me tiento de volver a agarrar el bollo con tal de entretener mi boca en algo que no sea decir estupideces que pueden resultar ofensivas, en especial porque no parece demasiado cómoda con la vida que está llevando. No lo señalo, es obvio de que ella lo sabe — Ser diferente a alguien de tu familia no es malo. Mírame a mí — mis hermanos y yo tomamos caminos muy distintos, pero aún así sabemos que somos lo único que nos queda. Mis padres son un tema aparte y no me interesa hablar de ellos — El asunto con las diferencias es saber hasta qué punto uno está dispuesto a tolerarlas — ¿Pueden con ellas o serán demasiado grandes? ¿Cuánto tiempo uno puede forzar una relación que no está destinada a ser?

Deslizo una sonrisa honesta. De todas las cosas que podría haber considerado para el día de hoy, entre las cuales se enlistaban cosas como dormir, trabajar y llenarme el estómago de grasa, pasar un rato con ella no era una. Sigo su indicación con un movimiento desgarbado pero decidido de mi cuerpo, empezando a caminar junto a ella en la dirección exacta de la cual provengo — ¿Hablas de estas guarrerías? — saco una vez más la porquería a medio comer para mostrársela y me la meto en la boca, empezando a masticar una vez más — No se puede vivir con esta altura, sin llenarte el estómago de mierda — es un comentario divertido, acompañado de la voz ahogada que indica que sigo masticando a pesar de abrir la boca. Me meto lo que queda, trago y me chupo los restos de los dedos — Lo único que puedo contarte de mí, es que todo sigue igual. No tengo intenciones de mudarme a la capital como mis hermanos insisten. No podría simplemente incluirme en la sociedad, no sería yo — ya hemos hablado de esto en otras ocasiones, pero aún así, evito su mirada al fingir estar hurgando dentro de la bolsa por más comida — Las cosas son más difíciles estos días, ya sabes. No parece que vaya a ser un verano justo para todos, aunque se vive mejor que en invierno. ¿Por cuánto tiempo estarás por aquí? — tomo un bollo más pequeño y le doy un mordisco tan generoso que queda por la mitad de inmediato, pero me atrevo a regresar la vista hacia ella — Si quieres, puedo invitarte una cerveza, aún me quedan algunas. Y puedo hablarte de la última pelea que tuve, esas que te gustaban tanto… — lo que me lleva a pensar… — Sí, sigo teniendo problemas con las apuestas. No necesito que me retes por eso.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Dirijo mi mirada una vez más a su figura como si de esa manera pudiera descifrar la explicación que busca, sin mucho éxito, por lo que termino por encogerme de hombros en un gesto vago. Tampoco es que conozca hasta qué punto somos diferentes, quiero decir, es evidente que lo somos, pues nos hemos criado en ambientes completamente opuestos y rodeado de personas cada cual más opuestas; sin embargo, sigue siendo mi hermano. Es la excusa más pobre que he pensado nunca, la verdad, pero si no estoy dispuesta a tolerar las diferencias para recuperar algo que creía perdido, no sé hasta que punto merece la pena seguir intentándolo siquiera. - Supongo que con el tiempo lo descubriré. - Porque al final el tiempo es la única salida certera y firme a la cual podemos aferrarnos.

- Bueno, me alegra saber que las cosas no han cambiado por aquí. - Contesto de manera afirmativa, acompañándome de la sonrisa más honesta que he mostrado en los últimos meses. Resulta refrescante volver a sentirme yo misma en un lugar conocido y caras familiares, pese a ser consciente de lo mucho que han cambiado las cosas. Sé a lo que se refiere, cuando habla de incluirse dentro de la sociedad del capitolio, y por mucho que me gustaría darle la contraria, haber vivido allí durante ya varios meses no ha hecho más que reafirmar lo que yo también creía. - No te falta razón, la capital no está hecha para todo el mundo, y a día de hoy sigo pensando que no lo está para mí, o que yo no lo estoy para ella, o como sea. Es lo que hay. - Elevo las cejas y ladeo la cabeza en un gesto rápido como para indicar mi conformación con la situación. - Aunque no todo es tan malo, te sorprendería saber la cantidad de guarrerías de esas que pueden vender en una sola tienda. - Bromeo para rebajar la tensión de la charla en lo que señalo la bolsa de manera divertida con la barbilla.

Al final, me tomo la confianza de extender el brazo hacia la misma y apañar uno de los bollos cuando él mismo está buscando otro que llevarse a la boca. Elevo las mejillas a modo de sonrisa para después pegarle un mordisco a la par que sigo moviendo mis piernas por la calle. - No tenía pensado quedarme por mucho, pero sabes que nunca digo que no a una cerveza. - En realidad que esté aquí es el resultado de una calentada en medio de un aburrido día, por lo que tampoco puedo decir que haya planeado esto a fondo. Pero como dicen, los planes improvisados son los que mejor salen parados al final. - ¿Sigues en el mismo sitio? - No ha pasado tanto tiempo como para olvidar donde solía vivir, de manera que conozco el lugar hacia donde se dirigen mis piernas sin siquiera tener que pensarlo.

Su confesión acerca de las apuestas es lo que me hace rodar los ojos sin poder contener un risotada sarcástica. - Vaya, realmente no has cambiado nada, ¿otra pelea? Si continúas por ese camino la nariz dejará de ser lo único que tengas roto. Cualquier día terminarás en la ruina. - No espero que se lo tome en serio, después de todo hasta yo le encuentro la gracia en el asunto, aunque termino por alzar la mano que tengo libre para expresar que no voy a meterme en sus cuestiones de juego.- No deberías fiarte del tipo con ojo bizco la próxima vez que vayas al bar. - Digo de paso, echándole una mirada fugaz ladeando la sonrisa antes de volver a mordisquear el dulce.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
Al menos, esto soluciona un conflicto interno, me hace dar cuenta de que Phoebe sigue siendo la mujer que conocí hace ya un largo tiempo y que no ha perdido la esencia que la hizo merecedora de mi atención cuando hubo algo más que una amistad entre nosotros. Se marchó al Capitolio, pero el norte sigue estando en ella, puedo verlo, puede expresarlo, los dos lo entendemos. La seriedad de la conversación se va un poco en su broma sobre los bollos y lo agradezco, porque necesito reírme de ella como si esto fuese un juego de niños — Tendrían que haberme dicho eso desde un primer momento. Ahora sí puede que te visite — ironizo con un toque de diversión en la voz. Le permito que agarre comida porque, en primer lugar, yo se lo he ofrecido, e incluso muevo un poco la bolsa para que sea libre de agarrar sin tener que estirarse demasiado. La sonrisa se me ensancha en vista de que ha aceptado mi invitación y me apresuro a hacer un firme asentimiento con la cabeza — ¿A dónde más puedo ir? — es una pregunta en serio. Muchos acaban en las calles al no encontrar un sitio decente dónde quedarse, yo he tenido suerte y no pienso soltarla mientras sea necesario.

Mi risa se mezcla con la suya, pero se escucha algo ahogada al haber dado un mordisco más que generoso — Creí que ya estaba en la ruina — frase mitad en broma, mitad en serio. No puedo creer que tenga memoria sobre ese sujeto, así que intento no atragantarme cuando me termino mi segundo bollo y le pico el hombro en gesto amistoso — Oh, cierto que te necesito a ti para que me digas en quién puedo confiar y en quién no. Lo malo es que detestas acompañarme a esos sitios, así que cuando muera por culpa de una deuda sin saldar, será completamente tu culpa — intento poner mi mejor expresión de mosca muerta, pero sé que esa cara no me va y acabo sonriendo con falsa malicia.  Sea como sea, interrumpo nuestra confianzuda conversación cuando llegamos a una esquina bastante desierta y me doy cuenta de un detalle — ¿A dónde estamos yendo? — que yo supiera, ella aceptó que la acompañe… ¿A dónde era? ¿Se lo pregunté o mi memoria está fallando de nuevo? — Terminemos con lo que sea que quieras hacer rápido, así volveremos temprano a casa. No quiero que preocupes a nadie… — lo que me lleva a pensar…

La miro, no muy seguro de que esto sea de mi incumbencia. Creo que la incomodidad se me pinta en la cara cuando me paso el dorso de la mano por los labios, en busca de limpiar cualquier rastro de comida — ¿Qué ha sido de tu vida desde…? Bueno, ¿hay alguien que te espera en casa? — sé que no ha sido fácil lo que ocurrió entre nosotros, pero jamás pude saber cómo fue que ella siguió luego.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
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Tiene razón, no hay muchos lugares donde escoger para vivir en el once, no es como si sus habitantes pudieran elegir entre una casa de tres pisos o un moderno apartamento como los del capitolio, aquí uno apaña lo que puede y espera a que le dure el tiempo suficiente como para poder calificarlo como suyo. Es así que termino por asentir con la cabeza, concediéndole esa respuesta como válida. Lo de la ruina, por otro lado, hace que sonría con sarcasmo. - Touché. - Bromeo, pues si la situación fuese más grave, no pongo en duda que sus hermanos pondrían los medios necesarios para que Charles pudiera tener una vida un poco más llevadera. El caso con él es que le gusta como vive, así que mientras no termine apaleado en una cuneta nunca puede irle demasiado mal. - Oh, vamos, ambos sabemos que de no ser por mí hubieras perdido la mitad de esas apuestas. - Es evidente que estoy hablando de otros tiempos, cuando solíamos ser conocidos en el bar por andar juntos; el mismo recuerdo hace que le devuelva el pique con mi brazo. - ¿Mi culpa? Perdona, pero no creo que sea yo la culpable de que tengas tan pésima mano para el juego. - Me burlo. Vale, puede que yo jugara con cierta ventaja a la hora de adivinar los movimientos de sus adversarios, pero tampoco puede negar que desgraciadamente la experiencia no le acompaña. Eso me hace pensar en la cantidad de nuevos clientes que habrá intentado estafar con tal de salir ganando, lo cual explicaría las peleas.

Me encuentro frenando la velocidad del paso cuando llegamos a la esquina que da a la plaza comercial, la cual se encuentra bastante desierta desde la última vez que estuve aquí. Puede que después de todo el invierno sí que les haya pasado factura. - Mmh. ¿Ya no está aquí la vieja Hazel? Ya sabes, la que tenía el puesto ese de los pañuelos, tenía algo que darle... - Echo un rápido vistazo al frente, colocándome la mano en la frente a modo de visera para apartar el sol de mi visión. Es una pena, pues le había traído un hilo especial que había encontrado en una tienda del capitolio que estoy segura le hubiera encantado para sus próximas confecciones. - Bueno, no importa, siempre puedo volver otro día. - Admito que lo digo con un tono lastimoso, me hubiera gustado ver otro rostro conocido después del viaje. - ¿Vamos? - Le insto para seguir con nuestro camino, pues no tenemos nada más que hacer aquí.

Bajo la cabeza al mismo tiempo que mis labios dibujan una sonrisa algo incrédula, si la curiosidad mató al gato menos mal que tienen nueve vidas. - No, no hay ni hubo ningún hombre después de ti si es eso lo que quieres saber, Charlie. - Sin levantar del todo la cabeza la giro hacia un lado para poder observar su reacción y alzar una ceja en su dirección. Después de lo nuestro quise tomarme un tiempo para preocuparme por mí misma, lejos de cualquier presión por las decisiones tomadas y eventos inesperados. Tener un hijo con Charles nunca fue una opción para nosotros hasta que nos vimos metidos en el problema de pleno, el cual se solventó por su cuenta con el tiempo. - ¿Tú tienes pareja? - Creo que nunca llegamos a formalizar lo nuestro cuando estábamos relativamente juntos, pero que no lo hiciera conmigo no significa que no lo haya hecho con otra persona. Sigue siendo un hombre atractivo después de todo, no me extrañaría que hubiera encontrado otra mujer con la que acompañar sus noches.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
Es un gesto un poco infantil, pero no me avergüenzo al imitar sus gestos en una mímica que me arranca una vaga risa — No tengo una pésima mano en el juego. Solo se te da un poquitito mejor que a mí. Una cosa no quita la otra — se lo concedo, pero no del todo. Vale, puede que a veces sea mejor haciendo trampa que jugando, pero he aprendido que ser inteligente no siempre equivale a ser justo. Es una especie de ley en el norte, una de esas que te colocan en el puesto de ser la presa o ser el predador. Y yo nunca he querido ser la presa, valga la obviedad, así que mis opciones siempre fueron limitadas.

Intento ponerme a hacer memoria, hasta que creo que sé de quién me está hablando — Hace siglos no paso por aquí. Tal vez, ahora se ha movido de puesto o ha cerrado su negocio. Es complicado hacer entrar las telas desde el centro del país y lo poco que se consigue es demasiado costoso para la gente de este lugar. Ya sabes, la cadena de pobreza — lo difícil de conseguir se vuelve exclusivo y lo exclusivo se vuelve costoso, lo cual regresa al primer punto del escalón y así se va agrandando la apuesta. Una de las cosas que no deben tener en el Capitolio. Asiento y retomo la marcha, pero esta vez soy yo quien aprieta el paso de modo que parece que llevo la voz cantante en nuestro andar — Si quieres, puedo tratar de encontrarla, aunque algo me dice que quieres darle tu regalo en persona — si conozco a Phoebe como lo he hecho en el pasado, puedo decir que es alguien que disfruta de los detalles personales. Es algo que tuve bien en claro en nuestro tiempo juntos, cuando los gestos siempre eran bien recibidos.

No sé muy bien cómo tomar la información que he conseguido por voluntad propia, así que me limito a un movimiento indefinido de la cabeza y una vaga sonrisa — Lo siento, sé que no es de mi incumbencia. Pero ya sabes, la curiosidad — no voy a mentirle al respecto. Nos hago cruzar la calle mientras intento hacer un repaso del tiempo en el cual no nos hemos visto, aunque he estado demasiado ocupado en ganarme la vida como para pensar en relaciones — No. Hubo gente pasajera, como siempre. Nada por lo que preocuparme más de una noche — o dos, dependiendo de la química. No es algo a elección en sí, sino más bien que no encuentro a nadie que me genere interés, al menos siquiera parecido a lo que pasó entre nosotros. No fue la primera y sé que no será la última, pero este período de tiempo fue algo que tomé como algo demasiado personal.

Hacer el giro para retomar mi camino no nos lleva tanto y pronto estoy tanteando mis bolsillos en busca de las llaves — Sé que no es mi asunto, pero de seguro eres demasiado buena para cualquier ricachón del Capitolio. Al menos que te interese eso de acabar siendo la “señora de” y lucir un anillo de diamantes — le muevo las cejas en tonito divertido cuando abro la puerta y la dejo pasar primero. Hay varios vagabundos ocupando este edificio, pero ella sabe bien hacia dónde debe marchar para pasar a la habitación que ocupo, con su pequeño y mugroso baño incluido. Cierro la puerta del dormitorio justo detrás de nosotros y lanzo la bolsa de bollos sobre un pequeño escritorio que decora uno de mis rincones, echando un vistazo al desorden por el cual ni me disculpo; ella ya lo conoce bien — ¿Dónde estaba? Ah, sí… — abro la nevera portátil que me he ganado en una apuesta hace ya mucho tiempo y le tiendo una lata de cerveza, haciéndome con otra. Las llaves caen sobre la cama con un ruido metálico cuando me siento en ella y levanto la bebida en su dirección — Por los ricachones que jamás van a domarte — brindo en tono bromista y, sin más, abro la lata y me llevo un trago a la boca.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Su comentario me hace sonreír con suficiencia porque sé que esta vez he ganado yo el asalto, dejando el tema a un lado cuando habla del mercado. - Es una lástima, me gustaban sus pañuelos, creo que aún tengo alguno que no está lleno de pelusas. - Eso era lo único malo que tenían, las telas en el once no son muy buenas, razón por la que tras un par de días de uso las pequeñas bolitas ya se apreciaban, era el diseño lo que hacía que valiera la pena comprarlos. - No te preocupes, puedo acercarme otro día, así tengo una excusa para volver. - Que no es como si necesitara de una, he crecido en estas calles y vivido los mejores y peores momentos de mi vida, no me hace falta una justificación para volver a mi hogar. Aunque sí me cabe preguntarme qué pensaría Hans de saber que estoy aquí ahora mismo, no que me importe demasiado tampoco.

Me obligo a pegar otro mordisco a lo que queda del bollo para mantener la boca ocupada y evitar que mis ojos se vayan directos a su figura cuando menciona sus noches de desenfreno. - Oh. - Creo que es lo más estúpido que podría haber dicho, de manera que mastico con los dientes y trago con facilidad para quitarme ese mal trago. No sé cual se supone que debe ser mi reacción ante esta clase de información, pues o bien podría sentirme de alguna manera culpable por no haber hecho lo mismo o aliviada por hacer todo lo contrario. Tampoco es como si importe, somos libres de hacer lo que se nos antoje. Me muevo casi por incercia y pese a tener las piernas bastante largas, tengo que aminorar el paso para estar a su altura. - Lo del anillo no suena mal, te daré eso, pero creo que me conoces lo suficiente como para saber que no desperdiciaría esa cantidad de dinero en algo tan superficial como lo son unos diamantes. - No creo que nadie que haya vivido en el once fuera a gastarse semejante suma de galeones en un anillo pudiendo utilizarlo en cosas de mayor importancia. - Pero gracias por el cumplido. - Digo tras una sonrisa, alegrándome de que por lo menos no me rebaje al nivel de los hombres copiosos del capitolio.  

Una vez hemos llegado, me hago pasar por la puerta cuando es tan amable de invitarme a pasar, echando un vistazo a las primeras estancias antes de moverme hacia una habitación bastante más familiar. - Lo del orden sigue sin ser lo tuyo, ¿huh? - Comento con algo de burla en mi tono de voz. Reposo mi bolso sobre un silla cerca de la única ventana que hay en el cuarto, a la cual no dedico los mismos segundos que a girarme para alcanzar la lata que me tiende. Apenas dejo escapar un gracias que el sonido del gas saliendo por el agujero una vez rompo con la superficie llena el silencio. Esbozo una sonrisa en lo que elevo ligeramente la bebida ante su brindis y me llevo la misma a los labios para probar del sabor amargo.

Mis ojos revolotean por la habitación al mismo tiempo que doy una vuelta un poco torpe sobre mí misma, acercándome lo suficiente a la cama para dejarme caer en ella en lo que el crujido de los muelles acompañan el gesto. - Hubiéramos sido unos padres terribles. - No le dejo tiempo a procesar mis palabras que ya vuelvo a abrir la boca. - Terriblemente atractivos. - Me permito sonreír para que pille la tonalidad de la broma y dejo que mi espalda se incline hacia atrás una vez he vuelto a darle otro sorbo a la cerveza, apoyando mi cabeza sobre el colchón ligeramente pensativa. - ¿Alguna vez lo has pensado? Como hubieran sido las cosas si... - Bueno, ya sabe a lo que me refiero. Apenas me he acostado que me reincorporo para apoyar mi peso contra uno de los codos que reposa sobre la cama, manteniendo firme el agarre de la lata con la mano libre.
Phoebe M. Powell
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Creo que en realidad deberías preocuparte por si alguien quiere despilfarrar ese dinero contigo. Pero, aún así, no es nada — es una observación poco seria, como toda nuestra conversación. No necesitamos aclaraciones para saber hacia dónde está yendo el otro, porque creo que nos conocemos lo suficiente como para tener dudas. Esa es una de las cosas que siempre me agradaron de Phoebe, que no tengo que pretender cosas que no son y la honestidad se mantuvo entre nosotros como si fuese una proeza de la naturaleza. Respondo a su comentario sobre mi falta de orden con un ruedo de ojos que los deja momentáneamente en blanco, pero al contrario de esa expresión que debería ser exasperada, acabo sonriendo — Es parte de mis cualidades encantadoras e irresistibles — refuto.

El brindis me da el pie a beber y eso refresca mi garganta, dejándome ver lo mucho que necesitaba de este trago a pesar de ser relativamente temprano como para estar bebiendo. Estoy por volver a llevarme la lata a la boca, pero me quedo a medias cuando su comentario inesperado me deja quieto, en una postura mucho más cautelosa. Me permito el girar el rostro en su dirección, acomodada en mi cama como si nunca se hubiera ido de ahí. Me obligo a sonreír, pero soy incapaz de ocultar los segundos que me toma el pensar una respuesta — Claro que sí. No es algo que puedas dejar pasar con tanta facilidad — no queríamos ser padres, pero el escenario se nos presentó por sí solo y tuvimos que hacernos la idea a pesar de que nunca se llevó a cabo. Doy unos golpecitos con los dedos sobre la lata y me acomodo de manera tal que mis codos quedan apoyados en mis rodillas, esas que mantengo ligeramente separadas — Habría sido un pésimo padre, pero creo que nos hubiéramos arreglado con lo que teníamos. Al menos, tenía intenciones de hacer lo que pudiera para que las cosas salieran bien — en un principio fue un shock, pero el aceptarlo me hizo considerar la idea de intentar al menos formar una familia. Quizá fue una locura, pero me pareció lo más lógico en cuanto se me pasó la resaca.

El recuerdo de esa borrachera depresiva me arrebata una sonrisa para mí mismo y me llevo la cerveza a los labios — Hubieras sido una buena madre. O, al menos, se te habría dado mejor que a mí — siempre he tenido una buena opinión de ella, al menos como persona. Me saboreo y vuelvo a mirarla — ¿Tú cómo crees que hubiera sido? — pregunto — ¿Alguna vez siquiera quisiste ser madre? — porque creo que de eso no hablamos, al menos no propiamente dicho. Solo sucedió.
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Phoebe M. Powell
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No, la verdad que no fue algo que se pudiera dejar pasar con tanta facilidad, lo reconozco moviendo mis labios de un lado a otro antes de tragarme los pensamientos con un sorbo de la cerveza, la cual no ayuda a la hora de querer quitarme el sabor amargo que se me queda en la boca. – No hubieras sido un pésimo padre. – Puede que lo diga con intención de consuelo al principio, pero tras quedarme pensándolo unos segundos después, me encuentro a mí misma admitiendo que estoy siendo honesta. Charles no es una mala persona, tiene sus manías y sus cosas, como todo el mundo, pero si se hubiera dado un resultado diferente al que tuvo lugar, no pongo en duda que hubiera sacado lo mejor de sí mismo, como él mismo se dispone a aceptar.

Lo de que sería buena madre hace que alce las cejas con la mirada baja y mi boca se transforme en una mueca divertida, como si con ese gesto quisiera indicar que me gustaría poner eso en duda. Así como no creo que hubiera sido una madre terrible, tampoco hubiera sido la mejor, no por experiencia al menos. – No lo sé, me lo planteé muchas veces, aunque nunca llegué a imaginarme nada en concreto. – Lejos del pensamiento de formar una familia, evidentemente. Supongo que era mejor así. – Nos hubiera resultado difícil al principio, de eso no cabe duda, pero también creo que nos hubiéramos sorprendido a nosotros mismos. – Por eso que dicen de sacar lo mejor de uno en las peores situaciones. No que tener un bebé fuera una situación horrible, pero de entonces las condiciones en que vivíamos sí que eran un poco más complicadas. De seguro eso nos habría traído problemas a la larga. – ¿Supongo? Quiero decir, en algún punto de mi vida, sí, me hubiera gustado ser madre. – Sigo queriéndolo a día de hoy, ¿no? No sé por qué lo digo en pasado. – Solo que en ese momento me tomó por sorpresa, no lo esperaba, y no sé si hubiera estado preparada para cargar con esa responsabilidad. – Aunque si tenemos en cuenta que esto pasó hace relativamente poco tiempo, tampoco era demasiado joven como para no poder con ello.

Tomo un poco de aire para jugar con él entre mis mejillas antes de soltarlo en un suspiro que me obliga a reincorporarme del todo, quedando a una distancia un poco más cercana a él. Me toma unos segundos volver a abrir la boca, pero finalmente lo hago, tomándome la confianza de apoyar la mano que tengo libre sobre su hombro. – Cómo terminaron las cosas… Nunca llegué a darte una explicación, lo siento por eso, si pudiera volver a ese momento lo haría diferente. – Nuestros caminos tomaron direcciones opuestas, a pesar de que en ningún momento hubo algún tipo de conversación que diera por terminado lo que sea que tuvimos, simplemente dejamos que el tiempo se hiciera con la respuesta. Y supongo que eso va ligado a todas las dudas que acarreó ese embarazo acerca de quiénes somos y lo que pretendíamos hacer con nuestras vidas. No creo que la culpa sea algo que podamos usar en esta situación, pero una disculpa es lo que mejor se siente ahora que estar aquí me ha recordado tiempos pasados y, por extraño que suene, mejores en ciertos aspectos.
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Le agradezco el voto de confianza, pero la sonrisa que le dedico deja bien en claro que no tengo exactamente la misma opinión que ella. Sé que no hubiera sido un desastre porque confío en que habría al menos intentado sacar algo positivo, pero a su vez dudo de muchos de mis talentos y, principalmente, de mi paciencia. Por eso le concedo la razón, seguro de que nos habríamos llevado más de una sorpresa, aunque creo que lo más extraño de la ecuación es el pensarnos como una familia — Creo que nadie lo está. Solo sucede — mi madre, aparentemente, jamás lo estuvo.

No sé qué es lo que hace que me aferre un poco más fuerte a la cerveza, si es lo que dice o que lo diga un poco más cerca de mí. Mi nariz se mueve como la de un conejo, algo que delata un poco más que se encuentra rota, y me demoro en contestar porque no sé bien qué es lo que se dice en un momento como este — No hay por qué pedir disculpas. No te culpo por lo que pasó ni por tu forma de reaccionar. Solo… nos distanciamos. Las cosas siguieron su curso — no soy un creyente del destino, pero creo sí que si algo no pasa, es porque no tenía que ser de esa manera. He aprendido que algunas cosas se arreglan con el tiempo y otras solo deben permanecer rotas. Hacemos lo que podemos con los pedazos. Ella fue partida y yo también, solo nos cruzamos en esta vida por casualidad.

Mi mano vacila en el aire, pero acabo buscando la suya para darle una palmada sobre los delgados nudillos — Algún día, tendrás todo eso y más. Un hijo cuando estés lista y un sujeto al lado que pueda asegurar una familia menos extraña de la que hubiéramos sido. Y estará perfectamente bien, incluso si eso significa que te han puesto un anillo costoso — intento bromear para aligerar el ambiente, sonriendo a medias. Aparto la mano con disimulo y doy un nuevo trago, relamiendo mis labios en la cerveza — Ya has pasado por suficiente mierda, Phoebe. Es hora de que seas feliz, sea como sea, elijas lo que elijas. Por eso creo que serías una buena madre — porque si ella desea serlo, lo hará. Ya no hay más sitio para malas experiencias, hay que obligarnos a ello.
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Phoebe M. Powell
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Es un movimiento apenas perceptible, pero muevo mi cabeza hacia un lado y gesticulo con los labios con intenciones de decir algo, pese a que no suelto más que un leve suspiro después de caer en la realidad de que no tengo nada que argumentar. No sé que es lo que se siente al ser madre, así como tampoco sé hasta qué punto se puede ser responsable de alguien, lo que sí me queda claro es que de haber tenido un bebé, hubiera dado lo mejor para que ese hijo tuviera una vida medianamente decente, o por lo menos mejor que la mía. - Supongo que sí. - Termino por murmurar, enseñando apenas mis dientes en una sonrisa agradable, pues al menos dejamos las cosas claras entre nosotros. Puede que siguiéramos caminos diferentes, pero es bueno saber que seguimos siendo los mismos después de todo.

Regreso mi mano a la colcha, rozándola con los dedos antes de rodear la lata de cerveza con los mismos junto con la otra. - ¿Sabes? Actúas como si tú no merecieras lo mismo cuando la verdad es que también mereces algo mejor de lo que sea que estés buscando aquí. - Entiendo que se haya resignado a vivir en el once como último recurso porque no haya lugar para gente como nosotros, pero a donde quiero llegar es que eso no significa que por la persona que es y las pocas herramientas que le han dado para seguir adelante con su vida, tenga que conformarse con eso. - No te tomo por el tipo al que le gusten los anillos, pero nunca se sabe, quizá termines siendo el que lo regala algún día. - Bromeo. Nunca fuimos personas serias, otra de las razones por las que creo que la paternidad nos hubiera quedado demasiado grande por entonces.

Inclino la cabeza hacia atrás para llevarme el líquido del fondo a la garganta para segundos después estrujar la lata con una mano en lo que trago. No me da mucho éxito porque siempre he sido un poco manca para estas cosas y al final solo acabo por deformar un poco el metal en un crujido molesto. - Algunas cosas nunca cambian. - Me es inevitable no decir mientras me río de mí misma en un pequeño encogimiento de hombros. Segundos después suelto un suspiro que deja en claro lo patético del gesto, aunque sigo manteniendo la sonrisa. - Sé que no te gusta demasiado la capital, pero si algún día te da un aire y cambias de opinión, puedes.. ¿llamarme? Me refiero, que no seas un extraño. - Murmuro tras un tiempo en silencio en el que me debato si debo decirlo o ya lo doy por hecho, aunque supongo que el haberlo dicho no deja lugar a incertidumbre.
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No estoy buscando nada — siento que respondo muy rápido y eso hace que suene a que me estoy excusando, pero es una pura verdad. Si estoy buscando algo, ni siquiera estoy seguro de qué. Siempre me he conformado con lo que tuve, supe arreglarme con lo que la vida me dio y no siento que estoy persiguiendo nada a excepción de otro día de supervivencia. La gracia de la conformidad en un mundo de mierda, supongo — Si eso sucede, tendrás que tomarme la fiebre, al menos que sea uno de esos anillos de golosina — bromeo. No estoy negado al matrimonio, pero sé que jamás sería la persona que desperdicie dinero inexistente en una joya de esa índole. Qué sé yo, algunas cosas simplemente no están consideradas en mi camino de vida.

El ruido de la lata corta el aire y, ya vacía la mía, me quedo mirando cómo intenta arrugar la suya. Con una risa burlona, dejo mi cerveza en el suelo y tomo el frasquito que apenas ha arrugado para doblarlo con mayor facilidad. Su petición, por simple que suene, me hace mirarla de soslayo como si midiera la veracidad de sus palabras. Es Phoebe, sé que no dirá nada que no sienta o desee y eso lo hace un poco más extraño dentro de lo halagador. Reprimo una vaga sonrisa y desperdicio el tiempo en arrojar la lata aplastada al cesto de basura, el cual se encuentra en la esquina más cercana de la pequeña habitación. Rebota en el borde, pero acaba por caer dentro y eso me produce la tranquilidad de no tener que levantarme a arreglarlo — Te conozco lo suficiente como para no ser jamás un extraño — me inclino para tomar mi lata, la aplasto con la misma facilidad que la otra y la vuelvo a lanzar — Pero entiendo lo que dices. Prometo llamar… o al menos, no desaparecer por completo, si eso es lo que quieres. Siempre sabrás dónde encontrarme si decides regresar — quizá la capital no sea algo permanente en su vida… o quizá sí, considerando que allí tiene ahora a su familia. Eso es algo en Phoebe que no puedo prever.

Me echo hacia atrás hasta recargarme contra la pared y estiro el largo de mi cuerpo, apoyando las manos sobre mi abdomen. Es un silencio un poco incómodo, posiblemente porque gran parte de mis pensamientos están puestos en la extrañeza de cómo han funcionado las cosas para nosotros — Es bueno saber de ti, Fee. Siento que… como que necesitábamos cerrar ese capítulo — porque fue hace mucho tiempo, sí, pero había quedado inconcluso, abierto a las disculpas y las dudas en el tiempo. Ahora, podremos avanzar.
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Me alegra saber que puedo contar con que el tiempo no ha terminado por romper nuestra relación, o como se quiera llamar a dos personas que comparten un pasado algo más íntimo que una simple amistad. Al fin y al cabo, Charles es una de las razones por las que el once se sentía un poco más como hogar y menos como una montaña de personas desechables. En ese modo extraño que teníamos de considerarnos algo similar a una pareja, estaba bien poder compartir aunque fueran las cosas más básicas con alguien. Razón por la que me quedo observando como estruja la lata con mucha más facilidad que yo y la lanza a la papelera de la esquina con sentimientos encontrados. Se siente tan extraño encontrar recuerdos que creía olvidados que no puedo evitar suspirar. – Bueno, siempre en caso de que te apetezca, tampoco es una obligación. Está bien volver a ver una cara conocida. – Sonrío.

Encontrarme en esta situación, con un Charles recargado contra la cama como si nada hubiera cambiado, me hace pensar en lo divida que resulta mi vida ahora. Por un lado en el capitolio, donde he recuperado una parte de mi familia después de años de apenas creer que fuera posible, y por otro, el once, que me ha visto salir de las peores etapas y crecer de ellas. Ambas tan distintas, ambas tan poco compenetrables. –  Lo mismo digo, Charlie. Lo bueno es que ahora siempre podemos comenzar otro nuevo. –  Como amigos, conocidos, lo que sea. Miro el reloj de mi muñeca, ese mismo por el cual podrían arrancarme la mano de cuajo pese a no ser más que una baratija en comparación con los objetos de lujo que hay en el capitolio. –  Se está haciendo un poco tarde. –  Digo para explicar por qué me levanto de repente, dirigiéndole una mirada mientras estiro las piernas. No sé como se supone que debo despedirme, estrechar la mano o dar dos besos a ambos lados de la mejilla suena demasiado formal para estar hablando de nosotros, y en otras ocasiones le hubiera pellizcado el abdomen, de manera que opto por sonreír de forma casual para no dejar lugar a la incomodidad mientras me acerco a la puerta. –  Te debo una cerveza y un bollo. Si alguna vez cumples tu promesa y terminas por visitarme, te devolveré el favor. –  Añado antes de escaparme de la habitación sin dejarle tiempo a responder ni a ver mi reacción. De esa forma, mientras hago el camino de vuelta al capitolio, no puedo no pensar en si acabará por aceptar la propuesta.
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