OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Rubricó el penúltimo documento de la mañana, retirando su mirar de los papeles cuando una cabeza rojiza asomó por el pequeño espacio que permitía la situación entreabierta de la puerta de su despacho. Arqueó ambas cejas, mirando a un lado para ver como una pequeña luz verde parpadeaba, señal de que la mujer habría tratado de contactar con ella sin resultado alguno. —Perdona, no lo había escuchado— comentó la rubia señalando con la diestra el pequeño aparato. —No se preocupe, es solo que tenemos un problema aquí fuera— se precipitó a pronunciar la mujer, terminando de abrir la puerta ya que la rubia no la había recriminado por entrar de aquel modo en su despacho. Lo cierto es que no lo habría hecho ni aunque no hubiera llamado; si no estaba con nadie no era necesario que lo hiciera en absoluto.
Recogió todo antes de tomar su varita y salir tras la pelirroja, siguiéndola hasta una pequeña sala de estar donde se encontró de lleno con varias mujeres que se acusaban unas a otras a gritos, realizaban enérgicos aspavientos con las manos y, por supuesto, no se percataron de la presencia de la rubia hasta que carraspeó lo suficientemente fuerte. —Se encuentran en San Mungo, lugar donde están ingresadas personas que han sufrido accidentes de diversas índoles, por lo tanto, bajen la voz inmediatamente.— ordenó en cuanto tuvo la oportunidad de que su voz, sin elevarse demasiado, sobresaliera sobre las contrarias. La mayor parte de ellas lucían mayores que la rubia, pero a ella poco le importaba aquello. Estaba en ‘su territorio’ y no permitiría que armaran semejante escándalo. Volvió el rastro hacia ambos lados, en busca de alguno de los medimagos que formaban parte de su departamento, pero no encontrando a ninguno de ellos. Soltó todo el aire por la boca, tratando de esbozar una cordial sonrisa. —¿Puede una de ustedes explicarme que ha sucedido?— cuestionó haciendo especial hincapié en la palabra una.
Sus ojos se enfocaron sobre una silla mientras escuchaba a una de las mujeres hablar, siendo interrumpida de tanto en tanto por alguna otra. Encantamientos engorgio. De unos a los otros. Como los adolescentes que eran. E idiotas. Asintió con la cabeza, retrocediendo un par de pasos hasta la pelirroja y pidiéndole que llamara a alguno de los medimagos o encontrara a un practicante al menos. —De acuerdo, tendré que llevármelos. No sé cuántas horas pueden llevar así y será mejor que esta noche se queden aquí.— puntualizó volviéndose hacia la puerta y encontrando, nuevamente, solo a la pelirroja bajo el marco de la puerta.
El día menos pensado tendrían un verdadero problema y todo se iría al traste por culpa los ‘supuestos’ medimagos especializados que tenía a su cargo. ¿Dónde se encontraba acaso? Esperaba que en el fin del mundo porque como los encontrara hoy todos ellos regresarían a sus hogares con un problema. Dejó a los jóvenes en otra sala bajo la constante vigilancia de la pelirroja, saliendo de allí como una furia. No le molestaba tener que ocuparse de las cosas, pero quería saber dónde demonios se encontraban todos y cada uno de ellos. Caminó con rapidez, inclinándose ante cada puerta abierta o entreabierta, llamando en algunas de ellas, incluso colándose en el servicio masculino. —¿Es que no hay ni un solo medimago responsable?— se quejó cerrando de un fuerte golpe la última puerta que hubo abierto.
Recogió todo antes de tomar su varita y salir tras la pelirroja, siguiéndola hasta una pequeña sala de estar donde se encontró de lleno con varias mujeres que se acusaban unas a otras a gritos, realizaban enérgicos aspavientos con las manos y, por supuesto, no se percataron de la presencia de la rubia hasta que carraspeó lo suficientemente fuerte. —Se encuentran en San Mungo, lugar donde están ingresadas personas que han sufrido accidentes de diversas índoles, por lo tanto, bajen la voz inmediatamente.— ordenó en cuanto tuvo la oportunidad de que su voz, sin elevarse demasiado, sobresaliera sobre las contrarias. La mayor parte de ellas lucían mayores que la rubia, pero a ella poco le importaba aquello. Estaba en ‘su territorio’ y no permitiría que armaran semejante escándalo. Volvió el rastro hacia ambos lados, en busca de alguno de los medimagos que formaban parte de su departamento, pero no encontrando a ninguno de ellos. Soltó todo el aire por la boca, tratando de esbozar una cordial sonrisa. —¿Puede una de ustedes explicarme que ha sucedido?— cuestionó haciendo especial hincapié en la palabra una.
Sus ojos se enfocaron sobre una silla mientras escuchaba a una de las mujeres hablar, siendo interrumpida de tanto en tanto por alguna otra. Encantamientos engorgio. De unos a los otros. Como los adolescentes que eran. E idiotas. Asintió con la cabeza, retrocediendo un par de pasos hasta la pelirroja y pidiéndole que llamara a alguno de los medimagos o encontrara a un practicante al menos. —De acuerdo, tendré que llevármelos. No sé cuántas horas pueden llevar así y será mejor que esta noche se queden aquí.— puntualizó volviéndose hacia la puerta y encontrando, nuevamente, solo a la pelirroja bajo el marco de la puerta.
El día menos pensado tendrían un verdadero problema y todo se iría al traste por culpa los ‘supuestos’ medimagos especializados que tenía a su cargo. ¿Dónde se encontraba acaso? Esperaba que en el fin del mundo porque como los encontrara hoy todos ellos regresarían a sus hogares con un problema. Dejó a los jóvenes en otra sala bajo la constante vigilancia de la pelirroja, saliendo de allí como una furia. No le molestaba tener que ocuparse de las cosas, pero quería saber dónde demonios se encontraban todos y cada uno de ellos. Caminó con rapidez, inclinándose ante cada puerta abierta o entreabierta, llamando en algunas de ellas, incluso colándose en el servicio masculino. —¿Es que no hay ni un solo medimago responsable?— se quejó cerrando de un fuerte golpe la última puerta que hubo abierto.
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—No debe preocuparse señora, es común confundir los síntomas posteriores a las mordeduras de algunas arañas peligrosas y su hija sólo tuvo las reacciones correspondientes a una alergia por el cambio del clima.— Intentó explicarle a la alterada mujer por décima vez, sólo que ahora no esperó a que volviera a preguntar, le entregó la receta para un fármaco antihistamínico bastante común y la despidió con delicadeza.
Al cerrar la puerta del consultorio, apoyó la espalda contra la madera y cerró los ojos, tratando de respirar con calma. Estaba agotada, llevaba casi veinte horas de guardia y sólo quería ir a casa para descansar un poco.
Ya había perdido la cuenta de cuantas tazas de café bebió en el lapso de dos horas, mas agradeció que sus pacientes fueran por consultas sencillas o erróneas, porque si debía operar alguna herida de gravedad, no estaba segura de poder hacerlo con tanta cafeína corriendo por su cuerpo.
Despidió a su paciente del momento y aprovechando el vacío en la sala de espera, se dirigió al baño para hacer sus necesidades y por supuesto para lavar con abundante agua fría su rostro. Necesitaba dormir.
Al mirar su reflejo en el espejo, se sorprendió de las bolsas negras debajo de sus ojos y con un simple hechizo, no las desapareció, pero si las disminuyó.
Salió del servicio y emprendió rumbo hacia la pequeña cocina ubicada al final del pasillo, se apoyó en la mesada y estiró la espalda, antes de buscar un tupper que había guardado dentro de la heladera.
Como no solía tener hambre, pero si necesitaba alimentarse, se sentó en el sofá ubicado junto a la ventana y con una cuchara se obligó a vaciar el envase que había preparado su elfina con yogurt, cereales y distintas semillas.
Ante el silencio, se quedó dormida durante unos minutos y por los gritos de alguien que no reconoció de su área, dio un saltó y terminó bañada en lácteo de frutilla. —Rayos...— Se quejó y movió la varita para limpiar el desastre que había hecho sobre el sofá y ella misma. Posteriormente salió de la cocina en busca de la alterada mujer que chillaba y al encontrarla, detuvo su caminar sin entender qué estaba pasando. —¿Qué sucede? No puedo ser la única que está de guardia.— Preguntó directamente y acomodó un poco los mechones de cabello que se habían escapado de la coleta.
Al cerrar la puerta del consultorio, apoyó la espalda contra la madera y cerró los ojos, tratando de respirar con calma. Estaba agotada, llevaba casi veinte horas de guardia y sólo quería ir a casa para descansar un poco.
Ya había perdido la cuenta de cuantas tazas de café bebió en el lapso de dos horas, mas agradeció que sus pacientes fueran por consultas sencillas o erróneas, porque si debía operar alguna herida de gravedad, no estaba segura de poder hacerlo con tanta cafeína corriendo por su cuerpo.
Despidió a su paciente del momento y aprovechando el vacío en la sala de espera, se dirigió al baño para hacer sus necesidades y por supuesto para lavar con abundante agua fría su rostro. Necesitaba dormir.
Al mirar su reflejo en el espejo, se sorprendió de las bolsas negras debajo de sus ojos y con un simple hechizo, no las desapareció, pero si las disminuyó.
Salió del servicio y emprendió rumbo hacia la pequeña cocina ubicada al final del pasillo, se apoyó en la mesada y estiró la espalda, antes de buscar un tupper que había guardado dentro de la heladera.
Como no solía tener hambre, pero si necesitaba alimentarse, se sentó en el sofá ubicado junto a la ventana y con una cuchara se obligó a vaciar el envase que había preparado su elfina con yogurt, cereales y distintas semillas.
Ante el silencio, se quedó dormida durante unos minutos y por los gritos de alguien que no reconoció de su área, dio un saltó y terminó bañada en lácteo de frutilla. —Rayos...— Se quejó y movió la varita para limpiar el desastre que había hecho sobre el sofá y ella misma. Posteriormente salió de la cocina en busca de la alterada mujer que chillaba y al encontrarla, detuvo su caminar sin entender qué estaba pasando. —¿Qué sucede? No puedo ser la única que está de guardia.— Preguntó directamente y acomodó un poco los mechones de cabello que se habían escapado de la coleta.
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Conocía la sensación de las largas horas de guardia, el cansancio que se acumulaba cuando no eran dos ni tres las que se hacían en el mismo mes, pero aquella no era una excusa para desaparecer dejando de lado las obligaciones que tenían a su cargo; y ni siquiera era uno el que lo había hecho, todos lo que, supuestamente, debían de estar allí no lo estaban. Quizás era demasiado blanda o les había dado una confianza que no merecían del todo pero, si algo era, era una persona que no cometía dos errores iguales. El hecho de haber querido adelantar el trabajo que tenía atrasado, debido a la boda y la posterior mudanza, estaba pasándole una inesperada factura.
La rubia cabellera de la jefa de área apareció tras otra puerta, encontrándose con otra sala completamente desierta ante ella. Desordenó su cabello, soltando un largo y pesado suspiro que resonó y rebotó por todo el largo pasillo, seguido de una fuerte queja que surgió de sus labios antes de ser capaz de controlarse por un segundo más. La frustración la estaba atacando fuertemente, sentía como si estuviera tratando con una panda de adolescentes en lugar de profesionales bien preparados, hasta su propia hija hacía las cosas más correctamente que ellos.
Volvió a quejarse, en aquella ocasión en un tono más moderado con el que pudiera liberarse sin ser reprimida por nadie, cuando una voz la sobresaltó, sacándola por completo de sus penurias y provocando que diera un ligero bote en el lugar. La observó confusa ante sus palabras. Ni siquiera le sonaba su cara como alguien de su área por lo que sus palabras no tenían sentido alguno para ella ya que, obviamente, no tenía conocimiento de si era la única allí o no. Pero, se le tendría que dar bien aquello, ¿no? —¿Sabes que usar contra el encantamiento engorgio?— cuestionó directamente, sin dar oportunidad de que pronunciara más palabras y sin contestar la que ella había exteriorizado previamente.
No dejó que respondiera, sino que hizo un gesto con la mano, restándole importancia, y otro para que la siguiera. Si tenía que decirle cual era no tenía problema alguno, incluso que viera como lo hacía ella primero o mejor. —Espera— su caminar cesó en seco, volviéndose hacia ella y volviendo a fijar su claro mirar en la joven. —¿Has visto, por casualidad, a algún sanador del área de hechizos?—. Sin duda era una opción más beneficiosa para unos y otros, y la primera opción que habría de haber barajado desde el inicio.
La rubia cabellera de la jefa de área apareció tras otra puerta, encontrándose con otra sala completamente desierta ante ella. Desordenó su cabello, soltando un largo y pesado suspiro que resonó y rebotó por todo el largo pasillo, seguido de una fuerte queja que surgió de sus labios antes de ser capaz de controlarse por un segundo más. La frustración la estaba atacando fuertemente, sentía como si estuviera tratando con una panda de adolescentes en lugar de profesionales bien preparados, hasta su propia hija hacía las cosas más correctamente que ellos.
Volvió a quejarse, en aquella ocasión en un tono más moderado con el que pudiera liberarse sin ser reprimida por nadie, cuando una voz la sobresaltó, sacándola por completo de sus penurias y provocando que diera un ligero bote en el lugar. La observó confusa ante sus palabras. Ni siquiera le sonaba su cara como alguien de su área por lo que sus palabras no tenían sentido alguno para ella ya que, obviamente, no tenía conocimiento de si era la única allí o no. Pero, se le tendría que dar bien aquello, ¿no? —¿Sabes que usar contra el encantamiento engorgio?— cuestionó directamente, sin dar oportunidad de que pronunciara más palabras y sin contestar la que ella había exteriorizado previamente.
No dejó que respondiera, sino que hizo un gesto con la mano, restándole importancia, y otro para que la siguiera. Si tenía que decirle cual era no tenía problema alguno, incluso que viera como lo hacía ella primero o mejor. —Espera— su caminar cesó en seco, volviéndose hacia ella y volviendo a fijar su claro mirar en la joven. —¿Has visto, por casualidad, a algún sanador del área de hechizos?—. Sin duda era una opción más beneficiosa para unos y otros, y la primera opción que habría de haber barajado desde el inicio.
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Cuando la rubia brincó en su lugar, Ariadna hizo lo mismo algo asustada, había estado tan preocupada en el desastre del yogur que logró resolver segundos antes, que no prestó atención de donde provenían aquellos gritos irritados. Al tenerla en frente, arqueó las cejas en un gesto de confusión, ya que no podía recordar su rostro.
La sanadora la interrogó sin responder con antelación a su duda y aunque eso le molestó, supuso que se debía a una emergencia. —Claro, un reducio.— Murmuró aún más con desorientada.
Ante el gesto que la bruja le indicaba, Ari la siguió sin volver a preguntar, mas si se detuvo cuando la rubia frenó sus pasos a medio camino. Saber que pertenecía al área de hechizos y no al de criaturas le quitó varias dudas de encima. —No, lo siento...De todos modos no creo que los encuentre en estos pisos, ¿Ya se fijó en la cafetería?— Frunció el ceño y acompañó a la mujer hasta cierto punto del pasillo. —Espere...¿Cómo es que no hay sanadores en su zona?— Preguntó, no por curiosidad si no por preocupación. Ante alguna emergencia, siempre debía estar presente algún médico que pudiese atender a los pacientes.
Sabía que algunos de los sanadores solían esconderse en los cuartos de menor utilización, para tomar pequeñas siestas durante las largas guardias, sin embargo que todos desaparecieran al mismo tiempo era extraño, ya que por lo general se turnaban. Compañerismo.
—Como sea, si espera que yo haga ese hechizo en uno de sus pacientes, debo primero verificar que haya alguien en mi puesto de trabajo. No lo dejaré vacío, las heridas de criaturas deben ser atendidas con prioridad.— Y esperó a que la bruja le diera una respuesta, después de todo, la necesitaba para saber qué harían a continuación. —Soy Ariadna, por cierto. Un gusto en conocerla.— Se presentó sin estirar la mano, no hacía falta tantas formalidades, menos en aquella situación...Inesperada.
La sanadora la interrogó sin responder con antelación a su duda y aunque eso le molestó, supuso que se debía a una emergencia. —Claro, un reducio.— Murmuró aún más con desorientada.
Ante el gesto que la bruja le indicaba, Ari la siguió sin volver a preguntar, mas si se detuvo cuando la rubia frenó sus pasos a medio camino. Saber que pertenecía al área de hechizos y no al de criaturas le quitó varias dudas de encima. —No, lo siento...De todos modos no creo que los encuentre en estos pisos, ¿Ya se fijó en la cafetería?— Frunció el ceño y acompañó a la mujer hasta cierto punto del pasillo. —Espere...¿Cómo es que no hay sanadores en su zona?— Preguntó, no por curiosidad si no por preocupación. Ante alguna emergencia, siempre debía estar presente algún médico que pudiese atender a los pacientes.
Sabía que algunos de los sanadores solían esconderse en los cuartos de menor utilización, para tomar pequeñas siestas durante las largas guardias, sin embargo que todos desaparecieran al mismo tiempo era extraño, ya que por lo general se turnaban. Compañerismo.
—Como sea, si espera que yo haga ese hechizo en uno de sus pacientes, debo primero verificar que haya alguien en mi puesto de trabajo. No lo dejaré vacío, las heridas de criaturas deben ser atendidas con prioridad.— Y esperó a que la bruja le diera una respuesta, después de todo, la necesitaba para saber qué harían a continuación. —Soy Ariadna, por cierto. Un gusto en conocerla.— Se presentó sin estirar la mano, no hacía falta tantas formalidades, menos en aquella situación...Inesperada.
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Asintió con la cabeza. Lo cierto es que era de lógica aplastante el contra hechizo, pero no podría juzgarla de no haberlo sabido. Muchos magos se acomodaban en su área, su zona de confort, y dejaban en un baúl todos los hechizos básicos que se podían precisar en cualquier momento. Aunque, en ocasiones, era mucho mejor que lo dejaran allí para no empeorar notablemente las cosas. Hizo un gesto para que la siguiera, antes de percatarse del kit de la cuestión que provocó que sus pies frenaran en seco. Giró sobre sus talones, volviendo a examinarla antes de cuestionar si conocía de algún sanador por allí. Chasqueó la lengua, cruzando los brazos bajo el pecho y tamborileando con los dedos en su antebrazo. Solamente había estado unos días fuera, ocupándose de su boda y la posterior mudanza, pero a su regreso las cosas no estaban tal y como las dejó, ni por asomo.
—Deberían haber dos, aparte de mí,— informó — pero parece que ambos han desaparecido al mismo tiempo, o están atendiendo una urgencia de la que no he sido informada— agregó frunciendo los labios con molestia. De haber sido una urgencia ella lo habría sabido antes que los sanadores mismos, así que no podía ser, ¿verdad? Eran su responsabilidad, tantos ellos como los pacientes que llegaran con alguna urgencia, y, en aquel momento, estaba siendo un desastre en ambos aspectos. Negó con la cabeza, abriendo la boca para agradecerle la información que le había proporcionado pero permaneciendo callada ante su interrupción. —¿Quién en su jefe de área?— cuestionó automáticamente. Negó, nuevamente, con la cabeza. —No importa, vayamos a verificar si alguien puede ocupar tu lugar durante un tiempo. Igualmente asumiré la responsabilidad si algo sucede— aseveró con seguridad. Sería extraño que algo sucediera pero se refería a tanto a su ausencia como si algo sucedía cuando la ayudara con aquellos niños.
Caminó a su lado en dirección al puesto de la joven, no parándose demasiado en formalidades puesto que no había tiempo para ello. —Encantada, Ariadna— pronunció de todas formas —Zoey Campbell, jefa del área de heridas provocadas por hechizos— se presentó como habitualmente lo hacía cuando estaba en el uso de sus funciones.
—Deberían haber dos, aparte de mí,— informó — pero parece que ambos han desaparecido al mismo tiempo, o están atendiendo una urgencia de la que no he sido informada— agregó frunciendo los labios con molestia. De haber sido una urgencia ella lo habría sabido antes que los sanadores mismos, así que no podía ser, ¿verdad? Eran su responsabilidad, tantos ellos como los pacientes que llegaran con alguna urgencia, y, en aquel momento, estaba siendo un desastre en ambos aspectos. Negó con la cabeza, abriendo la boca para agradecerle la información que le había proporcionado pero permaneciendo callada ante su interrupción. —¿Quién en su jefe de área?— cuestionó automáticamente. Negó, nuevamente, con la cabeza. —No importa, vayamos a verificar si alguien puede ocupar tu lugar durante un tiempo. Igualmente asumiré la responsabilidad si algo sucede— aseveró con seguridad. Sería extraño que algo sucediera pero se refería a tanto a su ausencia como si algo sucedía cuando la ayudara con aquellos niños.
Caminó a su lado en dirección al puesto de la joven, no parándose demasiado en formalidades puesto que no había tiempo para ello. —Encantada, Ariadna— pronunció de todas formas —Zoey Campbell, jefa del área de heridas provocadas por hechizos— se presentó como habitualmente lo hacía cuando estaba en el uso de sus funciones.
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