The Mighty Fall
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OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Resulta inútil continuar en el cinco cuando es evidente que no hay rastro de los niños en sus alrededores, pero como también es insensato marchar de un lugar medianamente seguro y compañía conocida mientras no sepamos que ha sido de ellos, llevamos varios días ocupando el loft de Kennedy. Apenas ha pasado una semana de nuestra llegada, y se siente como si hubiéramos estado meses. El tiempo pasa con demasiada lentitud, lo que da cabida a la frustración cada vez que tocamos con un callejón sin salida o reportes que informan que los resultados de la búsqueda siguen siendo la misma sacudida de cabeza día tras día. Así es como termino pensando que nada de lo que estamos haciendo tiene sentido, pese a ser consciente de lo mucho que se está poniendo en juego Kennedy y su gente con tan solo tenernos aquí.

El estrés que me acompaña a cualquier lado que voy tampoco ayuda a conciliar el sueño cuando llega la noche. Uno pensaría que después de estar todo el día alerta, con un ojo tras la espalda y todo el cuerpo en tensión, caer profundamente dormido sería una tarea sencilla. Bueno, pues no lo es, pero incluso cuando tengo la casualidad de hacerlo, no pasa mucho antes de que las pesadillas se apoderen de mi cabeza. Pese a que suelen ser distintas cada vez, todas se encuentran hiladas de una forma u otra por la misma situación. Igualmente tienen una forma extraña de presentarse, mostrándome imágenes distorsionadas de los recuerdos que tengo sobre el ataque. Esta vez, a diferencia de días anteriores en los que la muerte de Murphy es la protagonista, es el fuego el que consume la mayor parte de mi cabeza, seguido de las bombas que veo caer sobre nosotros.

Es el rugido de los explosivos al rebotar contra el suelo lo que hacen que mi corazón se desboque y por inercia mi cuerpo se levante hacia delante, demasiado vívido como para ser un sueño. El propio sonido irregular de mi respiración me trae de vuelta a la realidad, esa en la que es madrugada y Ben se encuentra durmiendo al otro lado de la habitación. Doblo las rodillas y apoyo los codos sobre ellas, apartándome el pelo de la frente con las manos en un intento vago de recuperar la normalidad de mis pulsaciones. Ni siquiera trato de volver a dormir porque sé que es en vano, de manera que tras unos minutos en los que permanezco completamente en silencio, me reincorporo y con pasos sigilosos salgo de la habitación.

Estoy mareada y con la garganta seca, por lo que me dirijo a la cocina en busca de un vaso que lleno de agua del grifo. Apenas me he bebido el contenido cuando una sensación desagradable acude a mi estómago. Inconscientemente mi cuerpo se inclina hacia delante cuando un espasmo recorre mi cuerpo y tengo que devolver lo que sea que mi estómago contiene. Que viene siendo nada porque no es como si Kennedy tuviera suministros indefinidos, por no decir que lo poco que me llevo a la boca acaba por salir por el mismo sitio. Apoyo las manos sobre los bordes del fregadero, dejando caer la cabeza hacia delante completamente exhausta. Interrumpo el silencio de mi respiración para abrir el grifo nuevamente justo cuando atiendo a escuchar pasos a poca distancia. - Siento haberte despertado, deberías volver a la cama. - No es más que un susurro que me animo a soltar cuando diferencio la figura de Ben entre la oscuridad. Mañana será otro día al que dedicar todas nuestras energías, y si yo no voy a poder hacerlo, al menos uno de los dos debe estar descansado.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Solo he podido dormir con propiedad la primera noche, esa donde el cansancio acumulado logró desmayarme por horas. Luego, la historia fue otra. Es normal que no descanse, que me despierte entre sueño y sueño, que me levante todos los días como si un camión me hubiese pasado por encima y los ánimos no mejoran con el correr de las horas. La culpa, la ira, la frustración… todavía no puedo identificar del todo las emociones, mayormente negativas, que me consumen desde que estamos aquí. Hay mucho que pensar, mucho que solucionar y pocos recursos, porque aunque la red NeoPanem esté de nuestro lado, sé que llevamos la desventaja. Es así con los Niniadis y su gente, siempre ha sido así.

Por eso, estoy medianamente consciente cuando oigo algo de movimiento en la oscuridad y eso me obliga a parpadear, encontrándome con la negrura de la habitación. Tengo que removerme entre las mantas de la cama para voltear la cabeza, aunque no alcanzo a ver a nadie; sí escucho, reconociendo a Alice sin siquiera intentarlo. Me levanto, provocando un ligero crujido en la cama que, espero, no despierte a nadie y arrastro los pies descalzos. Las luces de la calle, tan poco similares a la oscuridad natural del catorce, son lo que me permite ver a la morena encorvada sobre el fregadero, largando lo que sea que haya podido comer. Su voz no tarda en alcanzarme y levanto el rostro para darme por aludido, pero lejos de retirarme, doy unos pasos más en su dirección — No tengo sueño — en parte, es verdad. Mi cuerpo se cansa, mi mente se agota, pero me es imposible sentirme dispuesto a dormir como alguien normal — Es un poco idiota el preguntarte, pero… ¿Estás bien? — nuestra relación no ha sido la mejor desde que nos marchamos del catorce, por lo que una respuesta mordaz es esperable. Aún así, no me molesta el decir cosas obvias y me tomo la libertad de romper con la distancia para apoyarme en la mesada, junto a ella, cruzándome de brazos sobre el pecho.

Alzo la vista en busca de alguna señal de que estemos molestando al resto de los presentes de la red que pasan las noches en este lugar, pero creo que nadie nos está prestando atención. Suerte para mí, porque la situación ya puede llegar a ser lo suficientemente incómoda sin nadie oyendo a escondidas — Si quieres, vuelve a la cama y te llevaré algo para beber. ¿Crees que tengan siquiera té aquí o es un lujo de ricos? — tampoco me tomé la molestia de revisar más de lo debido. Siento que eso ya sería un abuso.
Benedict D. Franco
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Now the days bleed into nightfall ► Ben 9QTJW19
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Cierro el grifo no sin antes aprovechar el agua para mojar mis dedos y rozar mis labios con el lateral de mi mano, quedándome por unos segundos traspuesta en ese gesto en lo que escucho la voz de Ben alzarse en medio del silencio. - Bueno, pues al parecer somos dos. - Murmuro pese a la obviedad de la situación cuando afirma no tener sueño. Yo no es que no lo tenga, es que directamente no puedo dormir por muy cansado que esté mi cuerpo. Cuando vuelve a hablar correspondo con su opinión, realmente es una pregunta estúpida, pero hace días que he decidido que no merece la pena discutir, de manera que la indiferencia es ahora mi postura por excelencia. - Estoy bien. Solo necesito un poco de aire. - No sé cuando se hizo costumbre mentir sobre como me siento, cuando es evidente que nada está bien, pero como tampoco veo ninguna salida a los problemas me ahorro dar ninguna explicación a mayores. En estos instantes, cuando la cabeza aún me da vueltas y las imágenes que el sueño me ha proporcionado siguen persistiendo en mi cerebro, nada me gustaría más que poder salir de estas cuatro paredes que agobian por minutos. Sin embargo, no sería muy sensato salir a esta hora de la madrugada, cuando no hay ni un alma en la calle, ni siquiera aunque solo sea para tomar algo de aire en la esquina.

Por el rabillo del ojo puedo ver como se acomoda contra la mesada mientras por mi parte continúo con el peso hacia mis manos apoyadas. - Ya no tienes por qué fingir que te preocupas por mí, lo sabes, ¿verdad? - No hay pizca de irritación en mi voz, porque no es un reproche, o no pretende serlo al menos, es simplemente como he aceptado que son las cosas. No puedo decir que me alegre, sería estar mintiéndome a mí misma después de todo lo que hemos pasado juntos, pero tampoco voy a negar que era más fácil cuando no dependía de la compañía de nadie. - Pero si tú quieres prepararte algo, creo que Kennedy guarda algo de té en esos cajones. - Es un gesto vago con la cabeza, pero suficiente para indicar el lugar donde se encuentra. Me aparto un mechón de pelo de la cara inmediatamente después, asegurándolo detrás de mi oreja antes de decidirme a elevar la mirada hacia su figura.

Mis ojos ya se han acostumbrado a la oscuridad del lugar, de forma que puedo observar sus facciones incluso si la luz no me permite distinguir sus expresiones del todo. ¿Y ahora qué? No hay nada que pueda decirle para hacerme sentir mejor si es que es eso lo que busco, como tampoco se me ocurre nada que no nos hayamos dicho ya, cuando la realidad es que hay un millón de cosas que no han cruzado nuestras bocas. Abro la misma para decir algo, pero termino por volver a apartar la mirada tan rápido como separo mis labios. Qué mierdas estamos haciendo.
Alice D. Whiteley
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Now the days bleed into nightfall ► Ben DBmC5E4
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Que clame necesitar algo de aire provoca que eche un vistazo a la ventana más cercana, la cual se encuentra entreabierta y deja entrar la ligera brisa de verano que apenas se da el gusto de pasear por el distrito. Sé que no es suficiente, pero tampoco puedo decir que salga a la calle en un sitio como éste a estas horas. Estoy aún meditando cómo solucionar ese pequeño detalle, cuando unas palabras que no me espero me regresan a ella con el desconcierto abriendo mis ojos de par en par, seguro de que puede notarlo en la oscuridad — ¿Desde cuándo he fingido algo como eso? — pregunto y, no, no soy capaz de ocultar la irritación que me provoca. Con un bufido, descruzo los brazos, los dejo caer e ignoro su comentario sobre el té cuando me separo de ella para cruzar los pocos pasos que me separan de la ventana, pasando por detrás de su cuerpo, para abrir la ventana de par en par y permitir que el viento corra con mayor fluidez — Ya estamos grandes para que me vengas con planteos de ese tipo, Alice. Me he equivocado, lo sé, pero no pongas en mí palabras o pensamientos que jamás pasaron.

Puede que nuestra relación no sea lo que solía ser y reconozco que ha plantado una muralla entre los dos, pero tampoco voy a cargar con ideas erradas que su propia cabeza pudo haber inventado. Aprovecho el darle la espalda para mordisquearme el interior de la mejilla con obvia molestia, aún sosteniendo la ventana, hasta que me volteo en su dirección con algo de brusquedad — No sé de dónde sacaste la idea de que no me importas o que nunca lo hiciste, o qué sé yo. Te permito que estés enojada conmigo por mis errores, pero no dejaré que te inventes mierdas y me las tires en la cara — como sé que no puedo alzar la voz, acabo farfullando entre dientes hasta el punto que noto la irritación en mi garganta y termino pasando una mano malhumorada por el contorno de mi barbilla, pinchándome con los vellos de pocos días.

Me niego a vivir con eso, con algo que no hace más que crecer como una enorme incógnita. Mi mano patina de mi mentón a mi nuca y la presiono allí, masajeando un poco en un intento de relajar los nervios que sé que no son los mejores, menos con la luna llena a la vuelta de la esquina; algo que, dicho sea de paso, todavía no he solucionado — ¿Vas a darme una explicación o tengo que seguir adivinando qué es lo que carajo te pasa con exactitud?
Benedict D. Franco
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Now the days bleed into nightfall ► Ben 9QTJW19
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Reconozco la rabia en su voz al segundo, y me gustaría compartirla, pero en los últimos días he aprendido a canalizar y expulsar los sentimientos de los demás en un intento de que no me afecten, porque no necesito sentir por fuera más de lo que ya hago por dentro. De manera que trato de mantener una actitud lo más neutral posible, mordiéndome la mejilla interna como si fuera a ayudar a no perder la compostura. Dejo que se mueva hasta la ventana más cercana, y que con ello continúe con lo que sea que tenga que decir mientras permanezco de espaldas sin ninguna intención de cambiar de posición. Apenas tengo fuerzas para levantarme cada día sin querer tirarme por esa misma ventana mucho menos para discutir sobre algo que es evidente vemos de forma distinta.

Sus palabras hacen que trague saliva y apriete los labios uno contra otro formando una línea recta en lo que me planteo que decir, tomándome unos minutos en silencio antes de elevar la voz. - No te importo, nunca te he importado. Me dejaste entrar hasta el fondo, te permití que abrieras mi corazón y jugaste con él todo lo que quisiste y más. - Ahora que las palabras toman forma puedo sentir como me tiembla la voz incluso cuando es solo un susurro. - Uno no simplemente se va, no dejas las cosas a medias y esperas que se terminen solas. - Desde el catorce todo lo que he pensado me lo he guardado para dentro, porque no creo que nadie tenga que soportar mis problemas, pero esta vez me obligo a ser sincera. - No te he importado porque no destruyes a la persona que quieres. - Me duele reconocerlo en voz alta, y aún más ser la idiota que ha vuelto a caer en los mismos errores de siempre.

No quiero mirarle, no quiero tener que ver su rostro mientras dejo que las palabras me hagan pedazos, pero finalmente me armo de valor para darme la vuelta y buscar su figura con mis ojos. - Y estoy tratando de entenderte, no sabes cuanto estoy tratando de poner a un lado tus errores, porque no quiero tener que mirarte a la cara y sentir que todo el tiempo que dediqué a quererte no ha servido para nada. - Creía que lo peor era no recordar como me sentía antes de que nada de esto pasara, cuando la realidad es que no soporto reconocer como han terminado las cosas. - Pero no puedo, no puedo hacerlo sola. - Se suman todas las horas en silencio, las noches en vela y la persistente soledad que hacen imposible pensar en algo que no sea la causa de las mismas.

Alzo la mirada, frunciendo el ceño casi sin poder creerme que haya hecho esa pregunta. - ¿Que qué es lo que me ocurre? - Repito dando un paso vacilante para romper con la distancia que nos separa. - Estoy rodeada de caras desconocidas, caras que pretenden comprender lo que pasa cuando no tienen ni la más remota idea de nada. - Alzo una de mis manos como para acompañar lo que digo pero termino por guardar los dedos en un puño y bajar el brazo tratando de no perder la calma. - Me han arrebatado a mi hija, lo único a lo que podía aferrarme y que nadie iba a poder quitarme, porque era mía y d... - Tengo que dar un paso hacia atrás y llevarme la mano a los labios cuando noto que se me corta la voz, sintiendo como la respiración también se me acelera. Sé que si continúo por ese camino voy a terminar de una forma mucho peor, de forma que tomo aire por la nariz para rebajar los nervios e intentar volver a hablar. - Y ahora no tengo nada. No puedo dormir, no puedo pensar, ni siquiera puedo respirar sin plantearme cada minuto de esta patética existencia, ¿alguna vez alguien va a quedarse? - Me arrepiento en seguida cuando muevo las piernas para estar a una distancia todavía más pequeña de él, aunque no retrocedo. ¿Tú vas a quedarte? - Conozco la respuesta, pero necesito escucharla de su propia boca, ahora que puedo mirarle a los ojos directamente y él puede ver los míos llorosos bajo la escasa luz de la luna.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Sus palabras salen disparadas tan fuerte como los empujones que me propinó la otra vez, en el centro de mi pecho, que me congelan y me hacen observarla como si me hubiese propinado un puñetazo. El enojo hace que se me enrosque la lengua, por lo que balbuceo y tartamudeo antes de ordenar los pensamientos y poder hablar — ¿Todo esto es por lo que sucedió con Arianne? — no sé qué es lo que me invade principalmente, si es frustración, confusión o enojo. Un poco de cada una, posiblemente — ¿Acaso no viste lo que pasó? ¡Tú estabas ahí! ¡Tú sabes por qué me fui! — no puede acusarme por eso. Yo no quise que esas cosas pasaran. Jamás tuve intenciones de marcharme, como tampoco pensé que ellos no confiarían en mí. Pensar en el catorce parece demasiado lejano, más en consciencia de que ahora mismo, nada de eso existe.

No tiene que hacerlo sola, es algo que he estado tratando de explicarle desde que nos marchamos. Pero se acerca, me hace retroceder unos pocos pasos hasta que mi espalda choca con la pared y no puedo decirle nada, porque no sé lo que siente a pesar de también haber perdido gente. Se lo otorgo, le regalo los minutos de furia y descargue, respirando con fuerza ante la visión de unos ojos llorosos que me gustaría poder ignorar, pero que soy incapaz de hacerlo. Se extiende el silencio entre nosotros, como un intruso luego de sus verdades tan ruidosas. Pero sé lo que quiero contestar y, cuando lo hago, temo que no me escuche al ser solo un susurro asfixiado — Nunca me he ido por desear hacerlo — es mi verdad, que la tome o la deje. Vuelvo a avanzar hacia ella, marcando con firmeza los pocos pasos que nos separan — Te prometí que voy a solucionar esto. Que voy a darte un hogar, a ti y a los niños, a Seth cuando pueda recuperarlo… — no sé cómo, pero sé que voy a hacerlo —Y no volveré a irme. No sé lo que perdiste, pero yo también perdí todo lo que tenía — mi familia, mis amigos, mi hogar. No me atrevo a tocarla, así que mis manos revolotean en el aire hasta volver a caer cerca de ella — Pero tú no tienes idea de lo que viví, de lo que pasó, de cómo fueron las cosas. No puedes decir que nunca te quise cuando te equivocas monumentalmente. Solo tenemos formas diferentes de verlo.

Jamás puse en duda mi afecto hacia ella, solo que no pude darle un nombre porque estaban pasando mil cosas al mismo tiempo y nunca tuvimos intenciones de aclarar el panorama. Lo que pasó luego es algo que vimos con diferentes ojos y ponernos en los pies del otro es demasiado complicado. Me tomo el atrevimiento de tomar una de sus manos y la alzo con cuidado, apretándola entre las mías y jugueteando con el largo de sus dedos, demasiado blancos en la semi oscuridad — Lamento mucho haberte hecho creer eso. Jamás fue mi intención. Pensé que me conocías como para pensar eso de mí — ¿O sí fui un desastre? ¿O sí le mentí más de lo que puedo admitir? El recuerdo y la repentina culpa son los que hace que suelte su mano, llevando las mías a mi cuello, masajeando mi nuca con un resoplido. Hay cosas que no he dicho, pero sé que de hacerlo, solo me quedará el despedirme.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Que eleve la voz hace que mire a nuestro alrededor rapidamente como si tuviera miedo de que alguien fuera a despertarse y encontrarnos teniendo este tipo de conversación a altas horas de la madrugada, pero cuando compruebo que no son más que imaginaciones mías vuelvo a poner mi atención en sus palabras. - Pues claro que vi lo que pasó. - Murmuro bajando el tono de voz en un intento de que él haga lo mismo, dando unos pasos hacia delante en lo que él hace lo contrario. - Y sabes perfectamente que yo nunca te obligué a marcharte, ni nadie que te conoce hubiera puesto en duda tu lealtad hacia nosotros, pero tú decidiste llevar a una extraña a nuestro hogar sin avisar a nadie. ¿Cómo esperabas que reaccionáramos? - Podría haber hecho las cosas diferente, podría haber consultado con el consejo primero antes de tomar decisiones imprudentes por su cuenta, podría haber accedido a borrarle la memoria a Arianne y las cosas hubieran terminado diferente. - Nadie nunca te echó, Benedict. - Incluso aunque en el momento fuese lo que pareció, todo pasó muy rápido, pero cómo íbamos a echar a los nuestros.

Me obligo a mí misma a apretar un labio contra otro cuando siento las ganas de romper a llorar subir por mi garganta, sacudiendo la cabeza levemente de un lado a otro en lo que miro hacia el suelo para evitar ver en sus ojos mi propia debilidad reflejada. - ¿Cómo? - Levanto la mirada hacia él como si de esa manera pudiera creerme más sus palabras. - ¿Cómo vas a solucionar esto? No tenemos nada, no hay un lugar para nosotros ahora, incluso si encontramos a los niños, si Seth aparece, no tenemos lugar para empezar de cero. - Es una verdad tan cierta que duele oírla, y por un segundo creo que cualquiera va a poder escucharla. Como si empezar de nuevo no fuera lo suficientemente complicado ya, sabiendo lo que hemos perdido y lo que nos hemos visto obligados a dejar atrás, no saber siquiera si podremos llegar a tener un futuro aquí se hace imposible de tragar.

Sé lo que perdió, lo que perdimos, porque estuve ahí cuando nuestros mundos se desmoronaron frente a nuestros propios ojos, de manera que no necesito escuchar de su boca el sufrimiento que sé que los dos conocemos. Cierro los ojos con fuerza como si de ese gesto saliera la fuerza suficiente para no tener que soportarlo más,  aunque es inútil. Abro los ojos al instante de sentir el contacto de sus dedos, incitada a apartar mi mano, pero no lo hago porque en ese momento la necesidad de apartar el vacío de mi interior es mayor que el odio que pude haber sentido gracias a él. - Te conozco, Benedict Franco, y es por eso que no puedo quitarme este dolor de encima. - Dolor por odiarle y no querer hacerlo, de la misma manera que me odio a mí misma por seguir queriéndole incluso cuando le odio. Al final no puedo aguantarlo más y dejo escapar un sollozo que se entrecorta cuando llevo las manos a mi rostro al mismo tiempo que mi frente busca el apoyo de su pecho, sabiendo que mañana voy a arrepentirme de haber mostrado mi lado más frágil.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Escuchándome, para variar — esa era la reacción que esperaba, no todo el griterío y la desconfianza que en su lugar tuvo acto de presencia. Creo que está claro en mi mirada que sé que no me echaron con palabras, pero que sus acciones fueron más que suficientes como para que tome esa decisión — Pues seguiré siendo el equivocado, al parecer. Ya que, según todos, fui el único con los malos actos esa tarde — es una resolución helada, aferrada a mis pocas ganas de seguir peleando sobre algo que ha pasado hace mucho y que ya no tiene sentido. Puede que todavía queden resentimientos, pero nunca vamos a estar de acuerdo y ya no tengo fuerzas para esto.

¿Cómo voy a solucionarlo? No puedo decirle que no tengo ni la más remota idea, así que aprieto los labios y clamo silencio. Tiene que haber un modo, siempre hubo uno. No es la primera vez que la desgracia llama a la puerta y jamás me han faltado recursos, pero ahora es como si hubiese tocado fondo y fuese imposible el salir. Para empeorar la sensación de mierda que me hace pesar los pulmones, su cabeza choca contra mi pecho y apenas me muevo por el peso de su cuerpo, tardando un momento en reaccionar. No pienso cuando paso los brazos alrededor de su torso y la abrazo con toda la fuerza que soy capaz en un intento de mantener la suavidad, apoyando una de mis mejillas sobre su cabello, el cual sigue oliendo a Alice a pesar de todo — Lo lamento — es lo único que puedo atinar a decir. Lo lamento por haberle ocultado cosas. Lo lamento por no haberle dado lo que quería de mí. Lo lamento por haberme equivocado. Por haberme ido. Por tener la culpa de que su hija no esté junto a ella. Y sé que es inútil, porque yo tampoco me perdonaría, porque sé que tendremos que vivir con esta marca el resto de nuestras vidas, sin todas esas personas que perdimos. Y me doy cuenta entonces que no vale la pena decirle algunas cosas, que solo serviría para herirla, porque son errores que quedaron sepultados en las cenizas y en el pasado. ¿De qué sirve darle más motivos para el odio, cuando nada de eso importa ya? ¿Eso me hace un ser horrible o lógico?

Intento no pensarlo, no cuando uno de mis pulgares pasa por el centro de su espalda en una caricia que busca reconfortarla. Hay que empezar de nuevo, cómo sea, dónde sea — Siempre podemos ir a Europa, buscar alguna comunidad que siga entera o, al menos, lo suficiente como para vivir con decencia — es una propuesta descabellada, salida de vaya a saber dónde — O podemos solo irnos lejos, más al norte o al sur. Buscar un poco de paz — no sé si eso es posible para nosotros, pero deberíamos intentarlo. Sé que hay una guerra, sé que deseo que Jamie Niniadis pague por todo lo que ha hecho, pero la sensación de derrota es imposible de borrar. Bajo las manos hasta que aprietan su cadera y me muevo, ladeando la cabeza en busca de sus ojos en la oscuridad — Dónde tú quieras ir, dónde los niños estén bien y a salvo, ahí es dónde iremos. Creo que es un poco obvio que NeoPanem ya no es un lugar para nosotros. No lo es hace dieciséis años y, ahora que nos creen muertos, podemos ser libres, a nuestro modo. No van a buscarnos. Y estaremos bien — no sé cómo, pero hago que suene a promesa. Incluso, me atrevo a una suave sonrisa. Algún día, dejaré de decir mentiras, por mucho que quiera creerlas.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Sé que nunca vamos a estar de acuerdo en esto, y no sé si eso es mejor o peor que estarlo, pero de nada sirve ahora discutir por algo que ambos sabemos no vamos a poder cambiar y que tampoco vamos a llegar a una conclusión adecuada para ambos. Seguir dándole vueltas al asunto solo es una forma más de perder el tiempo, por no decir que de paciencia también. - Nos equivocamos todos. - Termino por admitir en un susurro que apenas se aprecia, pues equivocarse parece que es lo único en que acertamos, irónicamente. Equivocarnos por pensar que las cosas no podrían ir a peor, que habíamos tocado fondo, cuando ni siquiera lo vimos venir; equivocarnos por desconfiar y al mismo tiempo confiar en las personas erróneas. Mira a dónde me ha llevado eso.

No creía que necesitara de ningún tipo de afecto o consuelo hasta que sus brazos rodean mi espalda y por esa misma razón el temblor que recorre mi cuerpo va desapareciendo ante la presión contra su pecho. De no ser porque aún escucho sus palabras cerca de mi oído, diría que una burbuja de extraña calma se ha formado a mi alrededor, esa tranquilidad que hasta ahora no pensaba que fuera a volver a apreciar, pese a saber que no durará todo lo que me gustaría. Sé que lo lamenta, que si pudiera borrar las últimas semanas y firmar por un regreso al catorce lo haría, pero no puede. Porque no puede dar marcha atrás, lo único que queda por hacer ahora es seguir hacia delante. Y sé que debo desprenderme del peso que cargo sobre mi espalda a base de odio y rencor si quiero tener una oportunidad no a un futuro mejor, sino simplemente a un futuro, de la misma manera que sé que para hacerlo debo perdonar lo imperdonable. No puedo hacerlo de golpe, pero espero que algún día, ese dolor termine por irse, tiempo al tiempo.

Estoy abatida, lo dice la expresión de mis ojos y la forma en que mis labios se presionan uno contra otro, pero como mantengo la cabeza apoyada sobre él y fijando la mirada a alguna parte del suelo apenas se percibe. Suena bien, pero hay tantas cosas que me han sonado bien en los últimos años y que han acabado en desastres que ya no sé diferenciar lo que puede llegar a ser real y acertado de lo que no. Trago saliva antes de elevar los ojos hacia los suyos cuando él busca mi mirada. - Buscaremos a los niños, les encontraremos, a Seth también si es lo que quieres, pero cuando ellos estén en un lugar seguro se acabó el escapar. - Hasta el momento no me había dado cuenta de lo mucho que había deseado algo así, aunque no creo haberme explicado del todo. - Nada de huir, basta de esconderse. Quiero hacerles pagar por lo que hicieron. - Por ella, por los que estuvieron y se convirtieron en polvo, por todo lo que dejamos atrás. No espero que acepte, ni siquiera espero que se crea que voy en serio pese a la seguridad de mis palabras, lo que sí espero es que no me subestime. - Después estaremos bien. - Murmuro al mismo tiempo que vuelvo a agachar la mirada. Nadie puede asegurarlo, así como tampoco creo que la venganza vaya a darme la paz que tanto busco, pero es una manera de empezar de cero.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Al menos puedo ver sus ojos, que se dignan a verme en la poca luz con algo menos de violencia. Tengo el impulso de secundar sus palabras, pero su modo de terminar la oración me deja quieto, clavando los ojos en una mujer que, por un momento, me cuesta reconocer. Siempre creí que Alice tiene un espíritu más fuerte del que ella misma cree, pero nunca pensé que escucharía algo así de su boca. Siempre sentí que su presencia calma era el cable a tierra que necesitaba para dejar de ser quien soy, pero ahora me encuentro abriendo la boca sin dejar salir ningún sonido, hasta que ella vuelve a bajar la mirada y yo alzo la mía hacia la nada misma, apenas recargando el mentón contra su frente. Me toma un momento de silencio el reaccionar, pero cuando lo hago, apenas reconozco el tono ronco y profundo de mi voz — Una vez le dije a Amber que ninguna revolución tiene sentido, que ningún mural hará una diferencia, hasta que alguien tenga las bolas de dispararle en la cabeza a Jamie Niniadis — recuerdo. Fue una conversación de hace meses atrás, en un momento de nuestras vidas que parecía mucho más pacífico, a pesar de todo. En el jardín, arreglando la moto que terminó salvándonos la vida — Yo estoy dispuesto a hacerlo. Tengo razones de sobra para matarla y ella solo me dio una nueva excusa. Y si alguna de sus mascotas se me cruza… bueno, tendré que ampliar la lista — sé que llegar a la ministra es un camino complicado. Está rodeada de seguidores, aurores y socios que la han convertido en una figura intocable. Pero todos sangramos, no importa que tan importante o poderoso seas. Si tengo que derribar esa barrera en base a más gente muerta en mis manos, que así sea.

Y sé que el Ben de hace años estaría decepcionado, porque sé lo mucho que me prometí a mí mismo que no soy un asesino, que jamás lastimaría a alguien por voluntad propia, que todo lo que he hecho, lo hice para sobrevivir. Hoy dudo de mi moral y de mi entereza, no me reconozco ni como hombre ni como humano, ni siquiera como licántropo. No sé si han matado mi espíritu o le han dado un nuevo propósito. Hay alegrías y goces que estoy seguro de que jamás volveré a sentir, así que gran parte de mis días han perdido la gracia — Estaremos bien — repito entonces, aunque ya haya pasado un rato desde que eso salió de su boca — Al menos, tú lo estarás. Es lo único que puedo decir por ahora — me separo para tener el espacio de picarle el mentón con una mano, buscando alzar sus ojos hacia los míos una vez más — Nunca quise dejarte atrás, Al. Lo siento mucho por eso. Creo que lo lamentaré por todo el tiempo que viva — porque haberme ido arrastró una serie de eventos que acabó en tragedia. La suelto, moviendo mis dedos para quitarme la sensación de su piel, aunque no aparto la mirada — Entonces… ¿tenemos un trato?
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Mantengo el silencio de mi voz como respuesta a que probablemente tenga razón, que ninguna rebelión va a tener el resultado que me gustaría que tuviese, porque para eso es necesario que toda la parte de la población que ha sido excluida y despreciada durante años se movilice. Pero pedir algo así cuando el miedo aún está demasiado presente  y el terror por un futuro incierto persiste en las cabezas de aquellos que han sido esclavizados no resulta un discurso muy convincente, menos ahora que el gobierno tiene la certeza de haber acabado con la llama de revolución que se alimentaba con simplemente la existencia del catorce. - Nadie va a arriesgarse a atentar contra la vida de Jamie ahora, no después de lo que ha pasado, sería una misión suicida. - Y no lo digo con la intención de echarme para atrás, sino para aclarar que si decidimos continuar con esto, probablemente seremos los únicos dispuestos a hacerlo.

Lo peor no es escuchar de mi boca esas palabras, sino asumir que estoy decidida a hacerlas realidad. He llegado al punto de mi vida donde las consecuencias ni siquiera me importan a la hora de tomar una decisión, pues lo que único que me impedía hacer algo imprudente ya lo he perdido, y esta vez sí que no puedo pisar más fondo. Esta forma de pensar es completamente distinta a la que alguna vez tuve, lo que por una parte me produce miedo de mí misma, no por creer que mis pensamientos son erróneos, sino por estar dispuesta a realizar algo terrible incitada por el odio, e incluso morir por ello. Por el odio, pero también por el dolor, ese que nunca desaparecerá gracias a las personas que ahora duermen tranquilamente en sus casas, mientras al otro lado del país otros ni siquiera pueden cerrar los ojos sin que el sufrimiento vuelva a aparecer. No me reconozco a mí misma, pero supongo que nunca volveré a hacerlo después de todo.

Frunzo el ceño al mismo tiempo que sus dedos me obligan a alzar la mirada hacia él nuevamente, analizando sus palabras pero sin llegar a comprenderlas. - ¿Yo lo estaré? No creo que nunca lo esté, Ben. - Porque de hacerlo significaría que lo he superado, cuando no creo que alguna vez esté preparada para eso. - Ahora lo sé. - Susurro por lo bajo mirándole a los ojos cuando vuelve a disculparse, esperando que mis palabras sirvan para redimirse, algo que sé que ambos necesitamos. En mi caso para perdonar, para poder seguir adelante pese a los golpes sufridos y para no volver a caer en los mismos errores. Me suelta, pero una de mis manos se dirige a su cuello para acercar su frente a la mía al punto de que casi se rozan, pudiendo ver mis ojos en el propio reflejo de los suyos. - Hagámosla sangrar. - Y me siento liberada cuando lo digo, pero también horrible por la persona en que pueda llegar a convertirme después de esto.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Pues que buena suerte que el espíritu suicida esté de moda estos días — es una broma de mal gusto, pero es bueno darme cuenta de que me doy el lujo de, al menos, bromear. Puedo tomarme esto en serio y saber que, al fin de cuentas, lo más probable es que no salgamos vivos de esta, así que ya no veo razones para preocuparme. Al menos, no por temer a lo desconocido, cuando sé muy bien cual es el camino que estoy eligiendo seguir. Odio que ella también lo elija, pero a la vez, es extrañamente reconfortante el saber que no lo haré solo. Tampoco soy nadie para prohibírselo. Pondremos a los niños a salvo, sacaremos a Seth de ahí y posiblemente moriremos. Tan simple como eso.

No puedo negarle lo que me dice, porque nuestra sanidad mental es algo tan frágil que no me atrevo a discutir. Me contento nomas con que acepte mis disculpas, con que me acerque a ella en un gesto que me recuerda a tiempos mucho mejores y que consigue que mis manos se posen en su cintura, apenas sosteniéndola en un agarre repentinamente confianzudo. Y veo, tan claro como si fuese de día, que está decidida, que en su cabeza ya ha tomado las riendas de la situación y que no hay marcha atrás. No sé cómo lo hago, pero le sonrío, aunque es un gesto alejado de toda la calidez de antaño — Es bueno saber que, al menos, te tengo en mi equipo — no será la primera vez que luchamos uno junto al otro, pero por un momento, en estos días inciertos, creí que la batalla del catorce habría sido la última. Y sin embargo, aquí estamos, con pactos que no deberían salir de estas paredes.

Mis dedos se acomodan al agarre de su cintura y la empujan un poco, obligando a la distancia a desaparecer, especialmente porque puedo sentir mi pecho rozando el ajeno — ¿Crees que estén vivos? — es una duda que he tenido mucho en estos días. Quizá, el viaje ha sido demasiado para ellos. Tal vez, simplemente no lo lograron, aunque intento por todos los medios que ese no sea un pensamiento frecuente — Los niños… ¿Crees que lo lograron? Porque no he dejado de pensar… — me relamo un poco al pasar saliva, dejando que mi frente caiga contra la suya con el peso de la redención — ¿Qué sucede si encontramos solo un grupo de cuerpos? ¿Qué haremos si alguien les ha puesto un dedo encima? — porque sé muy bien que eso es lo último que podría soportar.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Suelto aire por la nariz al mismo tiempo que mis labios se transforman en una mueca apenas perceptible, no pudiendo negar lo que dice. No después de básicamente admitir que no me interesa como pueda terminar si con eso aseguro que la vida de Jamie tiene una fecha de caducidad. No sé como lo haremos, pues está claro que partimos en desventaja, no solo por el hecho de la seguridad que hay encima de la ministra, sino porque tampoco tenemos ningún lugar por donde comenzar. Me atrevería a decir que hemos estado en circunstancias peores, pero como decirlo sería aceptar que estoy mintiendo, me limito a guardar silencio nuevamente, ese mismo silencio que indica que la decisión está tomada y que nada hará que cambie de opinión.

Siempre estuvimos en el mismo bando, de una forma u otra, independientemente de las decisiones tomadas y de las diferencias, siempre formamos parte del mismo camino. Sí, puede que ese camino se torciera un par de veces por razones que a día de hoy es mejor no mencionar, pero en lo que a propósitos se refiere, siempre tuvimos claro que nos guiábamos por las mismas ideas. Un equipo de suicidas, pero equipo al fin y al cabo. - No espero estar viva para cuando esto acabe, pero si lo hago, si lo hacemos, ¿crees que alguna vez recuperaremos nuestra humanidad? - Murmuro pese a conocer la respuesta. No creo que merezca perdón, así como tampoco creo que merezca todo lo que me ha pasado, lo cual me hace pensar que puede que no todas las personas buenas tengan un final honrado, ni todas las personas crueles estén destinadas a un final horrible.

Puedo sentir su respiración apagada contra mi pecho cuando me acerca, al igual que su aliento chocar contra mi piel cuando sus palabras llegan a mis oídos. - Por mucho que me gustaría... no hay ninguna forma de saberlo. Solo nos queda esperar. - Esperar a que aparezcan o esperar que alguien los encuentre, alguien que forme parte de la red a ser posible para evitar que caigan en las manos equivocadas. - Son inteligentes, saben como esconderse de miradas ajenas, si alguien los hubiera encontrado ya nos habrían llegado noticias. - A lo de si están muertos no me salen las fuerzas para responder, optando por dejar que el silencio acuda como respuesta en lo que su frente se posa sobre la mía en una expresión que resume muy bien la derrota.

Puede que no lo piense, o puede que esté cansada de no sentir más que vacío en mi interior, pero hago un amago con mi cabeza solo para terminar rozando su nariz con la mía antes de juntar sus labios con los míos en un gesto desesperado. Y sin embargo, durante los segundos que dura el contacto, no puedo evitar sentirme una egoísta. Egoísta por querer aprovecharme de él para deshacerme del agujero que tengo en el pecho, egoísta por creer que por lo menos con eso podré dejar de sentirme miserable, aunque solo sea por unos segundos. Cuando por otro lado, un error más no importa cuando vamos a morir de todas maneras. Me separo, en un movimiento lento pero que pide disculpas, apartando la mano de su cuello para llevármela a la boca y rozar con ella mis labios en lo que agacho la mirada para evitar su mirada.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Es una duda válida y me sorprende que las personas siempre nos hagamos esa pregunta cuando llega el momento. En mi caso en particular, he estado haciéndola desde que tengo doce años y casi dos décadas después sigo inseguro ante cualquier respuesta — Trozos de ella — digo nomas. Sé que tengo mi lado humano, pero se ha ido desfigurando con el correr del tiempo. Hice cosas terribles y cosas buenas, tuve momentos de felicidad y otros donde solo deseaba morir de una buena vez. No es una verdadera humanidad, pero se esmera en imitarla.

Tomo el consuelo que Alice me regala y me aferro a éste como una verdad absoluta, porque no puedo perder a mi hermana, no puedo perder a mi hija, no puedo perder a mis ahijados, a los niños que he visto crecer durante toda su vida; incluso siento que me destrozaría saber que Kyle ha muerto y eso que no lo conozco demasiado. Sé que son inteligentes, pero también soy consciente de que no podrán contra todo lo que se les cruce porque jamás han salido de un territorio demasiado bondadoso con ellos — Y tienen la capa… — me consuelo con eso, porque ese artefacto jamás me ha fallado. No puedo darle más herramientas o consejos, incluso cuando lo deseo con todas las fuerzas. Supongo que ahora están en manos de la vida y la suerte.

El toque de su nariz me advierte de lo que va a suceder, pero mi cerebro decide ignorarlo en esa fracción de segundo que le toma el buscar mis labios con los suyos. Me siento contener el aliento y suspirar, regresando el gesto de un modo torpe en instantes tan efímeros que me parecen irreales. No es un tacto que esperase de ella en estas circunstancias, pero descubro lo mucho que necesitaba aunque sea un gesto que me recordase a tiempos mejores, donde no todo era muerte y desesperación. Aprieto mis labios y los relamo en cuanto se encuentran libres, desviando la mirada en un silencio incómodo en el cual estoy seguro de que ella puede sentir lo mismo que yo. Que estamos solos, que deseamos sentirnos vivos, que ya no queda más camino que el cual decidimos recorrer. Me froto los labios con dedos calmos, como si de esa forma pudiese meditar lo que acaba de pasar, hasta que el impulso me lleva a buscar el consuelo familiar; pico su mentón una vez más para, esta vez, ser yo quien busca un beso ansioso, algo más demandante que el suyo. Es un acto infantil, por demás desesperado, de recuperar algo que los dos perdimos. Una pizca de calidez, en un cuerpo que parece que ha perdido todo ápice de ansias por seguir con vida.

Lo detengo, tan rápido como empezó. Es ahí cuando me doy cuenta de que estoy sosteniendo su rostro entre las manos y me separo con una lentitud exasperante, abriendo mis ojos para descubrir lo cerca que nos encontramos. Con un resoplido, dejo caer los brazos — Lo lamento — digo simplemente. Doy un paso hacia atrás y recupero la distancia segura — No sé cómo se supone que debemos manejar todo esto, Al. Se siente… — ¿Incorrecto? No. No es esa la palabra — Fuera de lugar — porque gente ha muerto y nosotros nos dedicamos a besuquearnos como si eso fuese a provocar ganas de vivir. Y aún así, tengo que admitir que la he extrañado.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Esperaba rechazo, esperaba que me apartara de la forma más rotunda posible, algo que estoy segura que hubiera hecho yo si la situación fuese del revés. O puede que no, que al igual que él me hubiera dejado llevar por un contacto que no tiene otra intención que la de dar algo de luz a unos cuerpos que se consumieron en la oscuridad desde hace ya bastante tiempo. Lo que no esperaba es que después de ese atrevimiento sea él el que vuelva a buscar mis labios, pese a que apenas tengo tiempo de cerrar los ojos cuando la separación entre nosotros es inminente. Me retiro despacio, pasando mi mirada de su boca a sus ojos poco después de que su voz se apague. - Lo sé. - Musito con resginación, agradeciendo que la escasa luz que ofrece la luna no sea suficiente para iluminar su rostro al detalle. Admito que estuvo completamente fuera de lugar, que nada de esto tiene sentido cuando fuera hay gente que está muriendo, cuando ya ha muerto gente, personas que no van a volver por gran vacío que hayan dejado en mi interior, y aún después de saber todo eso, lo repetiría, por la única razón de haber sido algo más que nada desde que toda mi vida se viniera abajo.

Bajo la mirada, usando una de mis manos para frotar mi frente con los dedos tratando de aclarar mis ideas, aunque lo único que consigo con eso es estar más perdida que cuando no tenía el alma rota en pedazos. - No pensé... Solo quería recordar lo que era sentir algo más que esto. - Dejo caer mis brazos a ambos lados como si con eso pudiera explicar a lo que me refiero, a pesar de que no pongo mucho empeño en demostrarlo porque creo que la situación lo dice todo por sí misma. - Lo siento. - Y supongo que lo que viene a continuación es peor, pensar que de alguna manera el beso me ha recordado a momentos donde las cosas eran más fáciles, cuando la verdad es que la situación es una realidad completamente distinta. Que seguimos siendo miserables, que de nada sirve buscar las ganas de vivir cuando ambos sabemos que esas se perdieron hace tiempo en un pasado doloroso, y que desgraciadamente no es tan lejano.

Me relamo los labios haciendo un esfuerzo por tragar saliva antes de volver acercarme, no para besarle, sino para arrimar una de mis manos a su mejilla y acariciarla con el pulgar en un gesto tan suave que parece mentira que hubo algún momento en que le odié. - Deberías intentar dormir un poco. - Nada me gustaría más que volver a rozar sus labios, especialmente ahora que he descubierto el efecto amnésico que conlleva, pero me contengo por el simple hecho de que si lo hago, el desconsuelo que vendrá después será mucho peor que unos segundos de triste calma.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
La comprendo, juro que lo hago. Porque he pasado días donde la sensación de desespero es lo único que me queda y el poder sentir una nueva emoción se siente como una brisa fresca de verano, muy diferente a las miserias que estamos arrastrando. Nunca supe exactamente qué fue lo que tuvimos, no proyectamos, al menos en voz alta, la idea de un futuro juntos. Pero se sentía bien, le daba un orden a mi desastrosa vida y las cosas marchaban con una naturalidad temeraria, tomándome por agradable sorpresa. Por eso no quiero que se disculpe, lo dejo en claro con el gesto que me lleva a menear la cabeza porque los dos perdimos lo mismo, al otro, en situaciones que aún no acabo de procesar. Será un largo y complicado camino a partir de ahora.

Cuando se acerca, tengo el impulso de cerrar los ojos, pero como el beso no llega solo los entorno y agradezco que no sea capaz de ver mi expresión al completo. Levanto la mano para acariciar los nudillos de aquellos dedos que me miman, sonriendo a duras penas, con una nostalgia plasmada en el rostro pero, aún así, con sinceridad — Tú también. Pronto serás más ojeras que persona — siempre ha sido pálida, pero ha empeorado desde que nos marchamos. Aprieto un poco su mano, tomándola con el cuidado con el cual he aprendido que debo tratarla — ¿Quieres...— la duda queda en evidencia, así que me aclaro la garganta — Puedo dormir contigo esta noche. Solo eso. Hacernos compañía, como antes — porque la soledad, nos guste o no, no será nuestra amiga. No ahora.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Bajo la mirada al mismo tiempo que mis labios se transforman en una mueca algo parecida a una sonrisa triste cuando menciona las bolsas negras que hay debajo de mis ojos. Honestamente no recuerdo cuando fue la última vez que las ojeras no forman parte de mi aspecto como algo propio, pues tampoco es como si pudiera evitarlas por mucho que quisiera. Son el resultado de noches en vela y horas de preocupación sumado al estrés continuo en que me veo hundida, algo que por desgracia no depende de mí para desaparecer. Me encuentro elevando los ojos hacia él nuevamente cuando su propuesta llega a mis oídos, a lo que solo puedo asentir de forma muy suave con la cabeza en medio del silencio. Acepto su compañía porque hasta el momento no me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba esa clase de afecto, como si de esa manera pudiera encontrar los pedazos de mí que he ido perdiendo por el camino. Porque como él dice, si puedo pensar que las cosas pueden volver a ser como antes, o por lo menos lo más parecidas posible ya que nunca volverán a ser lo mismo, tal vez, solo quizás, pueda hacerle frente a esta nueva realidad un día más, y así sucesivamente.

Entrelazo los dedos con los suyos dejando caer el brazo, y no los suelto hasta que me veo obligada a apartar la sábana para poder meterme en la cama. Se siente extraño volver a estar acompañada en un lugar de intimidad, cuando tampoco hace tanto de que estuviéramos acurrucados uno junto al otro, lo único que parece que han pasado años desde la última vez que compartimos cama. Y aún así, pese a que ahora no soy más que un cuerpo convertido en cadáver repleto de moratones y cicatrices invisibles que nunca llegarán a sanar, tengo que admitir que es reconfortante la presencia de un cuerpo cercano en esta cruel soledad. Me hago un ovillo entre las sábanas, desde el catorce he perdido una o dos tallas de lo poco que ya era antes, de manera que, pese a no ser un espacio demasiado grande, entramos los dos perfectamente. Giro el cuello en su dirección y de paso contemplo sus ojos en la oscuridad mientras apenas murmuro un buenas noches antes de volver a apoyar la cabeza sobre la almohada. Puede que no seamos más que dos mentes rotas tratando de consolarse mutuamente, pero he terminado por entender que por lo menos no tenemos por qué hacerlo solos.
Alice D. Whiteley
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