OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Recuerdo del primer mensaje :
Esto de incluir la paternidad en mi vida diaria es un sacrificio que no sabía que iba a tener que hacer, pero bueno, aquí estoy. Sentado en una de las sillas del club de campo de la isla ministerial, observando por encima de mis lentes de sol como Meerah se termina su helado de chocolate con toda la delicadeza que jamás habría pensado que una niña de doce años podría tener. Es domingo, el sol está en lo alto y es la primera vez que tengo a mi hija pasando un fin de semana conmigo, lo que significa que a) no he salido anoche y b) la he arrastrado fuera de la casa con tal de no tener que pensar en cómo entretenerla. No se me dan bien los niños, ya lo he dicho mil veces, así que opto por los métodos básicos y clásicos que funcionan con todo el mundo: mucha comida y libertad de hacer lo que quiera, mientras no termine en problemas. Cuando el postre se ha terminado, me ofrezco a hacerle una lista de actividades que puede realizar, desde andar a caballo o ir al spa, mientras yo hago mi partida de golf. Claro está, me queda el ofrecerle que me acompañe, pero no parece muy entusiasmada con la idea de ir juntando pelotitas detrás de mí, así que acordamos el volver a juntarnos aquí en una hora. Bien, es tiempo suficiente como para relajar el cerebro y volver al ruedo.
Chequeo más de una vez por dónde es que se va cuando me pongo de pie y me dirijo al campo de golf, donde hago petición de mi saco, el cual un elfo me pasa con mucho cuidado. Ando chequeando que estén todas las pelotas cuando la cabeza rubia de Meerah vuelve a aparecer, lo que me hace sobresaltarme e irme hacia atrás — ¡No te aparezcas así! — mascullo, pero vale, porque así es como termino en medio del campo con una niña que afirma que ha decidido que todas mis sugerencias no le llaman la atención y que ha optado por que le enseñe a jugar. Y ahí se me va la hora de paz, muchas gracias.
El sol me está quemando la nuca y me mantengo con los brazos cruzados, murmurando indicaciones una y otra vez con un dejo de cansancio en la voz. Quizá debería haber sido más claro, porque cuando Meerah da un golpe algo más fuerte de lo que debería, me levanto los lentes y los apoyo en mi cabello para seguir el trayecto de la pelota, la cual se eleva tal vez demasiado alto como para ser seguro. En efecto, puedo ver como la misma se estrella contra la cabeza de alguien y creo que tanto Meerah como yo nos llevamos las manos a la boca con horror, en una expresión que delata demasiado la genética compartida. La oigo disculparse, pero ni siquiera la miro cuando sacudo la mano — Solo junta los palos y ve hacia el club. Iré en un momento — porque, sí, me echo toda la culpa de darle la oportunidad a una niña de revolear una pelota por el aire.
El terreno empinado me permite el trotar con mayor rapidez hasta que llego junto a la víctima, reconociendo a Ariadna a pocos metros. Creo que no ha sido nada grave, así que tengo que morderme el interior de la mejilla para no reírme — Algún día nos veremos y los dos estaremos enteros, señorita Tremblay — es un intento de broma que busca aligerar el ambiente y alzo las manos, estirando un poco el cuello como si, de ese modo, pudiese chequear el estado de su cabeza — Lo siento, de verdad. ¿Estás bien?
Esto de incluir la paternidad en mi vida diaria es un sacrificio que no sabía que iba a tener que hacer, pero bueno, aquí estoy. Sentado en una de las sillas del club de campo de la isla ministerial, observando por encima de mis lentes de sol como Meerah se termina su helado de chocolate con toda la delicadeza que jamás habría pensado que una niña de doce años podría tener. Es domingo, el sol está en lo alto y es la primera vez que tengo a mi hija pasando un fin de semana conmigo, lo que significa que a) no he salido anoche y b) la he arrastrado fuera de la casa con tal de no tener que pensar en cómo entretenerla. No se me dan bien los niños, ya lo he dicho mil veces, así que opto por los métodos básicos y clásicos que funcionan con todo el mundo: mucha comida y libertad de hacer lo que quiera, mientras no termine en problemas. Cuando el postre se ha terminado, me ofrezco a hacerle una lista de actividades que puede realizar, desde andar a caballo o ir al spa, mientras yo hago mi partida de golf. Claro está, me queda el ofrecerle que me acompañe, pero no parece muy entusiasmada con la idea de ir juntando pelotitas detrás de mí, así que acordamos el volver a juntarnos aquí en una hora. Bien, es tiempo suficiente como para relajar el cerebro y volver al ruedo.
Chequeo más de una vez por dónde es que se va cuando me pongo de pie y me dirijo al campo de golf, donde hago petición de mi saco, el cual un elfo me pasa con mucho cuidado. Ando chequeando que estén todas las pelotas cuando la cabeza rubia de Meerah vuelve a aparecer, lo que me hace sobresaltarme e irme hacia atrás — ¡No te aparezcas así! — mascullo, pero vale, porque así es como termino en medio del campo con una niña que afirma que ha decidido que todas mis sugerencias no le llaman la atención y que ha optado por que le enseñe a jugar. Y ahí se me va la hora de paz, muchas gracias.
El sol me está quemando la nuca y me mantengo con los brazos cruzados, murmurando indicaciones una y otra vez con un dejo de cansancio en la voz. Quizá debería haber sido más claro, porque cuando Meerah da un golpe algo más fuerte de lo que debería, me levanto los lentes y los apoyo en mi cabello para seguir el trayecto de la pelota, la cual se eleva tal vez demasiado alto como para ser seguro. En efecto, puedo ver como la misma se estrella contra la cabeza de alguien y creo que tanto Meerah como yo nos llevamos las manos a la boca con horror, en una expresión que delata demasiado la genética compartida. La oigo disculparse, pero ni siquiera la miro cuando sacudo la mano — Solo junta los palos y ve hacia el club. Iré en un momento — porque, sí, me echo toda la culpa de darle la oportunidad a una niña de revolear una pelota por el aire.
El terreno empinado me permite el trotar con mayor rapidez hasta que llego junto a la víctima, reconociendo a Ariadna a pocos metros. Creo que no ha sido nada grave, así que tengo que morderme el interior de la mejilla para no reírme — Algún día nos veremos y los dos estaremos enteros, señorita Tremblay — es un intento de broma que busca aligerar el ambiente y alzo las manos, estirando un poco el cuello como si, de ese modo, pudiese chequear el estado de su cabeza — Lo siento, de verdad. ¿Estás bien?
— Nunca he tenido complejos con mi altura, así que no veo por qué necesitaría unos centímetros más — respondo con toda la solemnidad que soy capaz, tal y como si estuviésemos teniendo una relación seria. Obviemos que sigo siendo más alto que ella, eso es un punto extra en el cual no pienso abordar porque ya no tengo más diez años como para entrar en una competencia de alturas. Doy una ligera palmada en la punta de sus pies cuando doy por hecho mi trabajo, siguiendo con la vista la aparición de la elfina. No comprendo bien el comentario sobre su padre, de modo que aprieto un poco los labios y me demoro en dar una respuesta, aunque opto por la honestidad — ¿Te desmayas con la presión o…? — lo dejo caer en busca de una dudosa respuesta, porque en verdad, no sé a qué viene.
La salida de la elfina hace que guarde silencio dos segundos antes de decidir que es momento de desaparecer. Ya he causado mucho daño y alboroto como para ser un domingo y, supongo, ella querrá estar sola como para superar el mareo del golpe — Tómalo como un pago por hacerte cargo de mí cuando vomité en tus pies — le recuerdo con total impunidad, obviando lo patético de la situación — Sólo prométeme que la próxima vez, los dos estaremos enteros y sobrios. Creo que nuestro orgullo no podría soportar otro de estos encuentros — al menos, sé que el mío no podrá hacerlo. Doy algunos pasos hacia atrás, dispuesto a abandonar la sala, pero me detengo en el marco de la puerta — Si algo sucede o necesitas de cualquier cosa, sabes que puedes enviar a quien sea a buscarme. No es como que viva demasiado lejos… — a pesar del tono vagamente irónico, no deja de ser sincero. Me despido con un último movimiento de la cabeza y me apresuro a salir, dispuesto a recuperar la atención de la hija que, espero, no esté buscándome por ahí.
Al final, lo que me encuentro al regresar al club es un poco más irónico de lo que hubiera pensado. Meerah se encuentra balanceando sus pies, demasiados cortos para el tamaño de la silla que está ocupando, charlando amigablemente con Eloise Leblanc. Suelto un largo suspiro, seguro de que la situación no puede volverse más ridícula y que, por sobre todas las cosas, el domingo será excesivamente largo y recién acaba de comenzar.
La salida de la elfina hace que guarde silencio dos segundos antes de decidir que es momento de desaparecer. Ya he causado mucho daño y alboroto como para ser un domingo y, supongo, ella querrá estar sola como para superar el mareo del golpe — Tómalo como un pago por hacerte cargo de mí cuando vomité en tus pies — le recuerdo con total impunidad, obviando lo patético de la situación — Sólo prométeme que la próxima vez, los dos estaremos enteros y sobrios. Creo que nuestro orgullo no podría soportar otro de estos encuentros — al menos, sé que el mío no podrá hacerlo. Doy algunos pasos hacia atrás, dispuesto a abandonar la sala, pero me detengo en el marco de la puerta — Si algo sucede o necesitas de cualquier cosa, sabes que puedes enviar a quien sea a buscarme. No es como que viva demasiado lejos… — a pesar del tono vagamente irónico, no deja de ser sincero. Me despido con un último movimiento de la cabeza y me apresuro a salir, dispuesto a recuperar la atención de la hija que, espero, no esté buscándome por ahí.
Al final, lo que me encuentro al regresar al club es un poco más irónico de lo que hubiera pensado. Meerah se encuentra balanceando sus pies, demasiados cortos para el tamaño de la silla que está ocupando, charlando amigablemente con Eloise Leblanc. Suelto un largo suspiro, seguro de que la situación no puede volverse más ridícula y que, por sobre todas las cosas, el domingo será excesivamente largo y recién acaba de comenzar.
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