The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Lëia A. Campbell
Los rayos del sol ingresaban a través del enorme ventanal, directo hasta sus ojos. Soltando algunos quejidos, se removió para esconderse bajo la protección de las almohadas, mas al abrir los parpados, se sintió bastante desorientada.
Hacia poco se había mudado a la isla, aún no desempacaba varias de las cajas y todavía no se acostumbraba al nuevo dormitorio demasiado grande para su gusto.
Quiso volver a su maravilloso sueño donde era la mejor jugadora de quidditch, pero William empezó a dockear, saltando sobre su espalda. Era hora del desayuno y no se lo iba a perder.

Ya, ya, lo he entendido.— Se levantó y pese a que el verano ya había comenzado, se colocó una bata fina y larga sobre el pijama. Pasó por el baño y luego si, alzó a su hurón hasta colocarlo sobre su hombro y salió con rumbo dirigido hacia la cocina.
Empujó la puerta mientras refregaba sus ojos y bostezaba, sin embargo no alcanzó a ingresar que ya tenía encima a ¿Lliane? ¿Ese era su nombre? y a los elfos que trabajaban allí. La voces se mezclaron en su cerebro todavía no muy despierto. —No, no, está bien. Yo puedo hacer esto.— Murmuró cubriendo sus oídos algo aturdida y se encaminó hacia la heladera, donde tomó un huevo y un tupper de arroz blanco que había cocinado de la noche anterior.
William comenzó a saltar encima de la mesada y Alex tuvo que apartarlo para poder mezclar sólo la yema con el cereal. Una vez listo, dejó que se acercara para desayunar.

Era domingo, no tenía clases y de la nada le dieron ganas de pasear unas cuantas horas por la playa.  Tal vez podía tomar sol, zambullirse en el agua o simplemente recolectar caracoles marinos ¡Si, eso era! Podía buscar los más bonitos y hacerle un regalo a mamá.
Corrió hacia el dormitorio, dejó al hurón sobre la cama y sólo entonces cambió los pijamas por un traje de baño enterizo color blanco, vestido de playa y un par de sandalias que se anudaban a los tobillos. —No te escapes de aquí, pórtate bien.— Depositó un beso en la cabecita de William y abandonó la habitación, cerrando la puerta tras si.

Sujetando un sombrero tipo capelina en una de sus manos y una bolsa de tela en la otra, dio pequeños brincos hasta alcanzar la puerta principal, donde se detuvo al encontrarse con sus padres, quienes recién ingresaban a la casa. —Buen día...¿Dónde estaban?— Preguntó elevando las comisuras en una enorme sonrisa, estaba entusiasmada por salir y era la primera vez que se sentía bien luego de la mudanza. —No importa, ¿Vamos a la playa? Pueden ayudarme a juntar caracoles.
Lëia A. Campbell
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Zoey A. Campbell
Jefe de Área en Salud
La casa era demasiado grande y no terminaba de acostumbrarse del todo a estar allí. Los años en el Capitolio habían transcurrido como un suspiro; casi podría decir que el tiempo había acelerado su paso en los últimos quince años. Quizás por aquello no era capaz de sentirse cómoda del todo en la Isla Ministerial. Pero tenía que hacerlo por Lëia y Riorden. Era cuestión de días que sintiera  aquel lugar como su casa, que las rutinas volvieran a su lugar y todo fuera como antes o, bueno, mejor que antes desde varios aspectos.

Con un movimiento de varita terminó de limpiar los utensilios de cocina antes de ir en busca de Riorden para que la acompañara a comprar un par de cosas. ¿Qué podía hacer? Aún estaba completamente perdida entre las residencias y edificios de la Isla, y lo cierto es que los escasos días que llevaban allí había estado lo suficientemente ocupada tratando de ordenarlo todo como para permitirse pasear por sus calles. Solo esperaba el momento oportuno en el que poder ir a “explorar” junto a Lëia. No había hablado con su hija ante el hecho de mudarse, sabía que no le desagradaba vivir con Riorden, y que disfrutaba de la compañía tanto de sus tíos como de su prima Emma, pero, en cierto modo, era un cambio de vida a la que se tendrían que adaptar. Ni siquiera sabía si allí podrían tener las mismas libertades de ir y venir cuando gustaran; y mucho más teniendo en cuanta lo independiente que era Lëia en aquel sentido.

Cargó a Riorden con un par de bolsas, entrelazando su diestra con el brazo de él. —¿Crees que Alexandra querrá ir a algún sitio cuando regresemos?— preguntó frunciendo ligeramente los labios. Adoraba el nombre de su hija, pero no podía negar que, en ocasiones, el hecho de llamarla Alexandra causaba confusión en los demás. Por suerte Riorden estaba más que acostumbrado a ello tras el paso de tantos años juntos. Acompasó sus pasos a los de él, dejando que su claro mirar vagara de un lado para otro conforme su caminar avanzaba.

Su mano no hizo más que abrir la puerta de la entrada cuando se encontró de frente a su hija, vistiendo lo que era una indumentaria más que obvia para ir a alguna de las zonas de playas que disponía la Isla. Abrió la boca ligeramente, fruto de la sorpresiva pregunta, apunto de contestar cuando la castaña se precipitó a indicar que no le importaba porque quería ir a la playa. —Claro, podemos ir, ¿cierto?— preguntó entonces a Riorden, tomando las bolsas de sus brazos y alejándose de ellos para dejarlas sobre la mesa principal. —¿Tienes algo de trabajo que hacer?— pronunció mientras regresaba hasta ellos y le quitaba el sombrero a Lëia para ponérselo ella misma. Quería que fuera con ellas. Realmente lo quería. Ahora podían ejercer como una familia real y cada instante era importante, ¿no?
Zoey A. Campbell
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The line where the sky meets the sea|| Zoey y Riorden IqWaPzg
Riorden M. Weynart
Las últimas semanas están siendo un poco caóticas, pero no en un mal sentido. Mi vida ha dado un giro drástico, y sí, es un giro que me encanta, que adoro y con el que me siento cómodo, pero como todo cambio, lleva un proceso de adaptación que todavía no he finalizado. La boda con Zoey fue, probablemente, el mejor día de mi vida; ni siquiera me importo que la pedida que le hice un par de meses antes fuera un desastre y que nada saliera como hubiera planeado porque eso ya había quedado atrás. Y como era de esperar, como consecuencia de la boda tanto ella como Leïa han tenido que mudarse a la Isla Ministerial. Estoy acostumbrado a vivir con ellas porque es algo que he ido haciendo a temporadas en los últimos años, pero de manera temporal. Tenerlas aquí es algo que había querido durante mucho tiempo, pero que no me había atrevido a decir porque sé que para ellas debe de suponer un cambio abismal.

La adopción de Tyler también está al caer, así que de aquí a poco tiempo habremos pasado de ser dos en la enorme mansión, a vivir cinco personas. Quizá otros odiarían vivir con tanta gente, pero para mí, que he crecido siempre en un ambiente muy familiar, es algo que echaba en falta. Puede que algunos me vean serio, como si no me importase nada más que el trabajo, pero no puedo hacerme a la idea de estar lejos de los míos. Con Elle es sencillo, porque estamos a pocas casas de distancia, y con Ethan también porque lleva ya quince años siendo mi hijo legalmente, pero con Zoey y Leïa siempre ha sido diferente por mucho tiempo que pasara en su casa, porque no es lo mismo el día a día que algunos fines de semana o días festivos.

— Espero que sí — respondo a su pregunta sobre Leïa. Hace mucho que me acostumbré a que la llamara por su segundo nombre, aunque no voy a negar que al principio me provocaba una extraña mezcla de sentimientos porque no dejaba de recordarme a Alec. — Así vais conociendo un poco la zona. — En realidad es bastante sencillo en comparación al Capitolio, pero igualmente me encantaría salir con ellas y enseñarles algunos de mis sitios favoritos, como la zona del acantilado donde se puede ver todo el mar que nos rodea. Ethan no lo reconocería nunca, pero de pequeño le aterraba la idea de ir a allí porque tenía miedo de que, y cito textualmente, «el acantilado se rompiera y nos ahogáramos en el mar». Es una de las razones por las que más ganas tengo de que Tyler esté ya con nosotros, porque quizá no he tenido hijos biológicos, pero he criado a Ethan y estuve cuidando de Leïa durante más de un año y medio. Tener niños en casa es algo que echo mucho en falta.

Sujeto del brazo de Zoey, llegamos hasta la mansión donde nos encontramos a Leïa nada más abrir la puerta. — Sí, claro, podemos ir. ¿Queréis que les pida a Liliane o a alguno de los elfos que nos preparen algo de comida y nos la lleven más tarde? — pregunto, y tras dejar las bolsas de la compra en el mueble de la entrada, niego con la cabeza cuando la rubia me pregunta que si tengo trabajo. — No te preocupes. — Realmente sí que tengo, porque siempre hay algo que hacer, pero esa es mi última preocupación ahora mismo.
Riorden M. Weynart
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The line where the sky meets the sea|| Zoey y Riorden IqWaPzg
Lëia A. Campbell
Lëia dejó de prestar atención a la conversación entre sus padres, para meter la nariz en las bolsas que depositaron sobre la mesa de entrada. Tenía que ser veloz para sacarse la curiosidad de encima, antes de que los Elfos aparecieran para llevarse las cosas y ordenarlas.
Sus ojos brillaron cuando vieron un delicioso chocolate con trozos de avellanas y pistachos. Lo tomó sin dudar y lo guardó dentro la bolsa de tela, tratando de recordar sacarlo más tarde, antes de empezar a juntar caracoles. —¡Si, así podemos hacer un picnic en la playa!— Exclamó.
Cuando su madre le robó el sombrero, no pudo controlar sus gestos y la miró con el ceño fruncido, sin embargo al final terminó sonriendo porque le quedaba mucho más bonito. —¿Podemos almorzar alitas de pollo frito o papas fritas? Oh y con esa deliciosa salsa agridulce.

La pregunta que formuló la mujer hacia su esposo, hizo que Lëia calmara su emoción de salir por primera vez a la isla. Al menos un poco.
No era tonta, sabía que su padre siempre tenía mucho trabajo, mas cuando la respuesta que quería oír alcanzó sus oídos, sonrió y tomó la mano de su madre. —Vamos, vamos, vamos. Antes de que reciba una llamada del Ministerio, hay que huir.
Y cuando la rubia estaba fuera, la niña regresó para sacar a empujones al hombre.

En la entrada de su nuevo hogar, colgó la bolsa en el hombro derecho y esperó a los adultos. La isla era pequeña comparada con el Capitolio, ella allí ya sabía dónde estaba cada cosa, qué había a la vuelta de cada esquina y cuál era el camino más corto para llegar a cada lugar. Aquí estaba completamente perdida y que todas las mansiones sean exactamente igual, con los mismos jardines y fachadas, empeoraba todo.

A los pocos minutos, con todo organizado dentro de la casa, emprendieron rumbo hacia la playa. El clima los acompañaba, estaba perfecto para un almuerzo y paseo por la orilla del mar.
El calor y los rayos del sol tornaron el pálido rostro de Alex en un fuerte color rojo, siempre le pasaba lo mismo, tenía mucha sensibilidad en la piel y cualquier cambio le sacaba alguna reacción. Ya estaba acostumbrada de todos modos. —¿Creen que en uno de estos días podría acompañarlos al trabajo? Es muy aburrido estar aquí.— En ciertas ocasiones, por no decir a cada hora, se sorprendió a si misma deseando regresar al colegio con tal de salir de la Isla.
Lëia A. Campbell
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Zoey A. Campbell
Jefe de Área en Salud
Esbozó una sonrisa,  asintiendo con la cabeza sin evitar percatare de su hija rebuscando en el interior de las bolsas en busca de algo que saciara su curiosidad. Negó con la cabeza viendo cómo se apropiaba del chocolate segundos antes de que las bolsas fueran alejadas de ellos por un par de elfos domésticos que aparecieron y desaparecieron tan pronto como tuvieron lo que buscaban. Dejó ir un suspiro, recolocando correctamente el sombrero en un intento de retirar los pensamientos relativos a Liliane de su cabeza. Riorden sabía que no estaba del todo conforme con los esclavos, no quería que hubieran donde se encontraran su hija y ella, pero también sabía que no podía hacer nada contra ello y que la mujer llevaba muchos años siendo su esclava en la Isla Ministerial. —Por supuesto, nos llevarán después todo lo que quieras comer— aseguró pasando la diestra por encima de los hombros de Lëia y acercándola hacia ella para abrazarla ligeramente. —Aunque no creo que sea tan buena como la que nosotras hacemos en casa, ¿verdad?— bromeó desordenando, a sabiendas de que no le gustaba, el cabello de Lëia con la diestra y alejándose un par de pasos de ella.

Bueno, en realidad aquella era también su casa ahora, por lo que tendrían que esforzarse por crear nuevos recuerdos que, aunque no reemplazaran los viejos, al menos les pudieran hacer competencia sana. Rió con fuerza mientras era arrastrada al exterior de la vivienda, sin siquiera tiempo para ponerse algo más apropiado para una escapada a la playa, pero sin importarle demasiado dada la urgencia con la que los sacó a ambos antes de que pudieran arrepentirse. —Buena estrategia— alcanzó a comentar entre risas, entrelazando su mano con la de Riorden mientras Lëia se dedicaba a correr de un lado para otro observando el resto de mansiones que habían a ambos lados de la calle. —¿No crees que debería guiarnos el experto?— preguntó a Lëia, inclinándose ligeramente hacia ella a la par que alzaba la mano que tenía entrelazada con la de Riorden.

—¡Alexandra!— la reprendió automáticamente cuando se percató de la rojez de sus mejillas; retirándose el sombrero y colocándolo sobre la cabeza de su hija en un intento de que, al menos, el sol no siguiera irritado su piel. Abrió la boca para volver a recriminarla pero la cerró fuertemente, presionando los labios hasta que se tornaron blanquecinos y tuvo que despegarlos para soltar un largo suspiro que dejó vacíos sendos pulmones. —¿Por qué no pasas más tiempo con Emma o Ethan?— preguntó mientras revolvía su bolso en busca de alguna crema para Lëia. —O puede que haya alguien más de tu edad aquí. ¿Lo hay?— alzó la mirada hacia Riorden en aquel momento. Lo cierto era que estaba tan acostumbrada a estar sola con Lëia que, en ocasiones, se olvidaba del resto de personas que la rodeaba; y ahora era un error más grande cuando aquello pasaba.
Zoey A. Campbell
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Riorden M. Weynart
La simple idea de un picnic familiar provoca que una pequeña sonrisa se forme en mis labios. No es algo que pueda hacer cada día por cuestiones laborales, especialmente estos últimos meses en los que estoy hasta arriba de trabajo por las desapariciones de escuadrones y demás, así que ahora mismo lo agradezco todavía más. Si hace quince años alguien me hubiera dicho que acabaría casado con Zoey Campbell y con Lëia siendo de la familia como siempre había querido, probablemente habría acabado enfadado pensando que me estarían tomando el pelo. Nuestra relación en aquella época era de todo menos sencilla, pero siempre intentamos dejar a Lëia al margen, al menos desde que empezó a ser más mayor y a tener conciencia de las cosas que pasaban porque de cuando era un bebé no podemos decir lo mismo. — Algún día tenéis que enseñarme a cocinar alguno de vuestros maravillosos platos — digo mientras paso el brazo por el de la rubia, dispuesto a marcharnos en cuanto quieran. Sé cocinar algunas cosas porque al principio desconfiaba de las intenciones culinarias de Liliane, así que en mi juventud aprendí a cocinar más cosas por el bien de Ethan, y hasta de Lëia durante aquel aquel año y medio que parece tan lejano ahora viendo todo lo que ha pasado.

No puedo evitar reírme con la reacción de la pequeña de la casa cuando estira del brazo a Zoey. — ¿Sabes una cosa? Que Jamie Niniadis me llame mil veces si quiere, que la ignoraría por vosotras — comento haciendo ver que hablo por lo bajo para dar una sensación un tanto dramática. Después me acerco a la morena y me agacho hasta la altura de su oreja, como si fuera a contarle un secreto. — Pero mejor no decirlo muchas veces, que sino tu madre lo aprovechará como excusa para llevarme de compras, y ya sabemos cómo se pone y me carga de bolsas... — Lëia no ha sacado esa vena de su madre, al menos no de manera tan exagerada; es otra de las muchas cosas en las que más ha salido a Alec.

Salimos de la mansión camino hacia la playa y de vez en cuando comento alguna que otra cosa sobre los orígenes o curiosidades que he visto durante estos años viviendo aquí. De hecho, suelto algún que otro cotilleo sobre algún ministro porque, a veces, uno se sorprende con lo que se encuentra dependiendo de la hora y día que sea. Es la recriminación de Zoey hacia su hija lo que hace que me calle a mitad de una de las frases y me gire para mirar a mi hija-sobrina. — Deberías pasarte por casa de tu tía Elle para ver si puede mandarte alguna pomada para esas rojeces que te salen, Lëia. — Estoy acostumbrado a verla así cuando el sol le da de lleno, pero ahora que vive al lado de Elle y de Elijah, quizá ellos podrían hacer algo para disminuir esa reacción alérgica o lo que sea que le pase. Después centro la vista en mi mujer mientras mentalmente recuerdo algunos de los niños que viven aquí. — Está Hero Niniadis. — Es la primera que se me pasa por la cabeza, y también la candidata perfecta para enseñarle a Lëia cómo es la vida en la Isla Ministerial. — Aunque si quieres, por mi parte no tengo problema en que un día vengas a mi trabajo también. Eso sí, te aviso de que seguramente lo encuentres aburrido. — Me llenaría de orgullo que viniera y poder enseñarle lo que hago porque me gustaría que el día de mañana también tuviera un trabajo importante, pero obviamente no es lo más divertido para una adolescente de dieciséis años.
Riorden M. Weynart
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Lëia A. Campbell
Recibió el abrazo de su madre con una enorme sonrisa dibujada en el rostro y en respuesta se acomodó manteniendo uno de sus brazos en la espalda baja femenina y la cabeza apoyada en el torso. —Nadie cocina mejor que nosotras, ni siquiera en los restaurantes.— Iba a permanecer quieta, entrelazada a su progenitora, pero en cuanto sus cabellos se vieron afectados ante el exceso de cariño, se alejó tratando de volver a peinarlos. —Tal vez un fin de semana podríamos preparar juntos la cena e invitamos a Violet. La extraño.— Confesó lo último utilizando un tono de voz más bajo, porque no, no era fácil mudarse y menos cuando esto implicaba tantos cambios repentinos, como el no ver a su hermana mayor y a su sobrino las veinticuatro horas del día.

Tenía que hacer el esfuerzo para adaptarse, por lo tanto presionó sus labios, sonrió y salió de la enorme casa, esperando que sus padres la siguieran.
De camino lideró la marcha, mas no se alejó demasiado, sobre todo porque quería escuchar los detalles y datos interesantes del lugar.
No ocultó el gesto de asombro ante la sorpresiva respuesta de su padre y con la mano tuvo que cubrir sus labios para ocultar las carcajadas que brotaron sin control. —Eso no es cierto...— Respondió moviendo la cabeza hacia los lados para negar, sin embargo cuando sintió que el hombre se agachaba para contarle un secreto, su pecho se infló con orgullo y si, se sintió muy importante.
Frunció el ceño y arrugó la nariz con disgusto, al tiempo que levantaba la mirada hacia el rostro de su madre. —Regla número dos, si uno cae, no arrastra al otro.— Murmuró ocultando su rostro entre ambas manos para no ser escuchada por la rubia. —Luego te diré la primera.
Lëia odiaba ir de compras, se aburría al instante y no le encontraba lo divertido, por esto mismo su armario estaba compuesto por regalos de parte de Zoey, Violet y claro, el resto de la familia. Sólo una vez eligió una prenda por su cuenta y fueron sus preciosas zapatillas de lona negra.

Prestó atención a los orígenes y curiosidades, pero sobretodo se dedicó a caminar tratando de no pisar las sombras sobre el pavimento. Ya quería llegar a la playa para recolectar los caracoles necesarios en el nuevo proyecto.
El regaño de su madre le causó un sobresalto, se volvió hacia ella sin entender la razón y recibió el sombrero rodando los ojos hasta ponerlos en blanco. —Estoy bien, cuando empiece a usar maquillaje, no se notaran.— Se encogió de hombros y continuó caminando, esta vez por detrás de la pareja. —Porque no...son niños y yo ya soy adulto, mamá.— Extendió el brazo con la palma abierta hacia arriba, en un gesto que sólo trataba de indicar lo obvio de la situación. —Además ya tengo a Maeve, que por cierto, quedamos en vernos mañana por la noche en su casa para una pijamada.
Acomodó el sombrero ocultado las orejas que tanto le disgustaban y sólo la respuesta de su padre le regresó la sonrisa al rostro. —No importa, quiero acompañarte y ver todo, tal vez pueda ayudar con algo... o no sé.— Cualquier cosa, hasta servir el café, era más divertido que permanecer en la isla.
Lëia A. Campbell
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Zoey A. Campbell
Jefe de Área en Salud
Esbozó una pequeña sonrisa, no pudiendo evitar lanzarle una mirada  de soslayo a Riorden en el mismo momento en el que el nombre de Violet fue pronunciado en la conversación. No tenía ni la menor idea de si ella podría entrar en la Isla Ministerial como ellas dos lo hacían, aunque, si se paraba a pensarlo, en realidad había adoptado a Violet por lo que legalmente también era alguien de la nueva familia que habían formado. Con ella las cosas siempre habían sido un poco más complicadas que con Lëia; Violet desconfió a cada momento de Riorden y cuando solo era una niña no le gustaba demasiado tratar con él cuando iba a casa a ver a la pequeña. —Claro, trataremos de hacer un día de estos una cena familiar— aseveró con total seguridad. Si Violet y el bebé  no podían ir no dudaría en ir donde ellas; lo cierto es que extrañaba demasiado tanto a su hija como a su nieta.

Rodó los ojos, dejando ir un ruidito de exasperación cuando comenzaron a compartir secretos entre ellos; y mucho más al saber que tenían algo que ver con ella por las miradas que Lëia le dedicaba antes de volver a hablar. —¿Qué es esto? ¿Una conjura en mi contra?— los acusó a ambos a la par que aceleraba en paso y los señalaba a modo de advertencia, no siendo capaz de contener una pequeña sonrisa que surgió en sus labios. Le agradaba ver que mantenían una buena relación y que ésta había crecido con el paso de los años. Metió las manos en sendos bolsillos de sus pantalones vaqueros, girando el rostro, de tanto en tanto, en dirección a las mansiones que mencionaba Riorden bien en las curiosidades como en cotilleos. Hacía demasiado tiempo que no se interesaba por la vida de los demás, cotilleos y demás comentarios, un cambio realmente radical si se tenían en cuenta sus años adolescentes en el Capitolio; en ocasiones se avergonzaba de todo aquellos, en otras pensaba que las habían llevado hasta lo que era y tenía.

Abrió la boca para reclamarle, en primer lugar, que insinuara que se maquillaría, y en segundo lugar en relación a quedarse en casa de Maeve. Parecía cosa del destino que personas con parecidos antecedentes históricos acabaran juntos. En ese sentido no tenía queja, pero no estaba segura de si aquella joven sería una buena influencia para Lëia. —Mañana vas a quedarte a dormir fuera y me lo dices ahora— comentó arqueando una ceja. Se negaba a aceptar el hecho de que su hija, su pequeña, estaba creciendo; los años habían pasado por encima de ella sin siquiera percatarse de ello hasta el momento. Con un suspiro dejó ir todo el aire de sus pulmones, retrasando el paso hasta colocarse a la altura de Riorden y caminar a su lado. —No dejes que… bueno… ya sabes— murmuró, meneando la cabeza hacia ambos lados con cierta frustración. Había cosas que prefería que su hija no viera del Gobierno, y mucho menos en relación al área que Riorden organizaba; y él sabía que la disgustaba. Simplemente… no se inmiscuía o comentaba las cosas, pero ello no quería decir que estuviera de acuerdo con todas ellas.

No hizo falta  caminar más de un par de metros más hasta ver aparecer ante ellos los reflejos que el sol provocaban en las ligeras olas que rompían contra la fina arena. —Parece que ya hemos llegado— dijo estirando los brazos hasta apoyar las manos sobre los hombros de su hija y dirigirla al frente para caminar más rápido y llegar a la arena. —Hagamos dos equipos para ver quien encuentra más— propuso una vez que sus pies ya comenzaban a hundirse ligeramente —, nosotros iremos juntos— habló acercándose a Riorden y entrelazando su mano con la contraria — y tú irás sola. Estaría bien hacer tres equipos… pero no quiero que humillemos al señor ministro— bromeó guiñándole, cómplice, un ojo a Lëia.
Zoey A. Campbell
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Riorden M. Weynart
La idea de una cena familiar provoca que una pequeña sonrisa asome ligeramente en la comisura de mis labios. No suelo ver demasiado a Violet porque en un inicio nuestra relación no fue demasiado buena, igual que con su madre, pero es algo que he tratado de arreglar día tras día. Tras todos estos años, es una espina que llevo clavada todavía porque hay muchas cosas de mi pasado de las cuales me arrepiento, por mucho que hayan quedado ya atrás por la cantidad de años que han pasado. Por suerte, el tema acaba quedando a un lado con las bromas sobre la rubia, y acabo dándole un pequeño golpecito al sombrero de Lëia hasta bajarlo y taparle los ojos para molestarla. — De acuerdo, pero que no se entere tu primo tampoco, así podremos utilizarlo en su contra — añado en referencia a Ethan y hacia esa primera regla tan desconocida y misteriosa. Ethan tampoco es que sea un entusiasta de las compras, pero tiene mayor tolerancia que yo para esas cosas, así que en alguna ocasión le he mandado con ellas dos para librarme yo con la excusa de tener trabajo... y para qué negarlo, también para que Lëia no se aburriera tanto.

Mientras miro hacia el suelo viendo cómo mis pies acaban medio enterrados en la arena, acabo por levantar la mirada de golpe cuando mi hija comenta algo de que mañana pasará la noche fuera de casa. — ¿Maeve Davies? — No estoy muy puesto en los nombres de sus amigos, pero me es ligeramente familiar. Si recuerdo el apellido ahora mismo es por otra cosa completamente distinta y ajena a Lëia, que sería que es la hija del hombre que nos ayudó a dar con Benedict Franco después de tantos años buscándolo. Qué va a pasar después ni idea, pero ya es un comienzo. — Deberías traerla un día aquí y que conozca tu nueva casa. Me gustaría también conocer a tus amigos — añado. No es mentira, porque me gusta ver qué clase de amistades tiene por mucho que su padre parezca ser una persona de confianza y por muy bien que nos haya ido su ayuda.

Le doy un pequeño apretón reconfortante en la mano a mi mujer, en un intento de transmitirle confianza en relación al tema de llevar a Lëia al trabajo. Me hace ilusión que venga, pero sí que es verdad que hay cosas que es mejor que no conozca por ahora; tampoco estamos pasando nuestro mejor momento político, si soy sincero. — Espera, ¿qué? — acabo por soltar en cuanto escucho lo de formar dos equipos. — Uno se hace mayor, pero todavía conservo mi espíritu competitivo — protesto dramáticamente. — Acepto solo para pasar más tiempo contigo, no por nada más. — Hablo en un tono de broma, por mucho que mi semblante intente ser serio para hacerme el ofendido.
Riorden M. Weynart
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Lëia A. Campbell
Al  escuchar las quejas de su madre, terminó de murmurar el secreto confidencial entre risas y apresuró sus pasos para no quedarse atrás. Por supuesto que el bicho de la culpa le picó y antes de salir corriendo con dirección a la playa, envolvió el torso de Zoey por la cintura y apretó dándole un fuerte abrazo.  —Sigues siendo mi mejor amiga, no te preocupes.— Le aseguró con una enorme sonrisa de oreja a oreja y con los ojos ocultos debajo del amplio sombrero, gracias al golpe de Riorden. —Ahora no te diré la primer regla y a Ethan si.

Cuando sus sandalias comenzaron a hundirse y llenarse de arena, detuvo sus pasos y se las terminó quitando, para luego guardarlas dentro de la bolsa que cargaba con el chocolate. Se llenarían de lodo y agua cuando recolectara los caracoles, pero no le importaba.
Una vez liberada y para no quemarse, dio amplios y torpes brincos  hasta la parte húmeda, donde esperó a sus padres para responder. —Es que lo hemos decidido hoy, ha salido una nueva película de mi futuro esposo Jerek y la tenemos que ver juntas...es el ritual.— Rodó los ojos como si fuera algo demasiado obvio y se cruzó de brazos un poco impaciente, mas sus actuados gestos exagerados se detuvieron y cambiaron a una expresión de completa confusión. —No creo que esa idea le agrade a Maeve, pero lo intentaré. Sólo...No me avergüences frente a ella.— Le pidió arrugando un poco la nariz e imaginando los distintos escenarios de aquella presentación. Todos resultaban ser terribles.

La sugerencia de la rubia despertó el lado obscuro y competitivo de Lëia, quien con una traviesa sonrisa, observó a ambos olvidándose por completo de la posibilidad de ir con su padre al trabajo. —Si yo gano, tendrán que actuar para mi nuevo proyecto cinematográfico. Me faltan los protagonistas villanos.— Apostó y sin esperar una respuesta afirmativa, salió corriendo hacia uno de los extremos donde el mar golpeaba las rocas. Si algo ya sabía, era que allí encontraría la mayor parte de caracoles.

El precioso vestido le importó lo mismo que las sandalias, trepó con cuidado las rocas más grandes y buscó el hueco perfecto, ese que se llenaba de agua y conchas, entre los espacios formados por las piedras.
Sentada en una de ellas, abrió la bolsa y comenzó a juntar los caracoles más bonitos, brillantes y perfectos, los que ya estaba rotos, le dieron algo de pena, así que de todos modos los tomó para llevarlos a la nueva casa.

Iba a ganar.
Lëia A. Campbell
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Zoey A. Campbell
Jefe de Área en Salud
La misma rubia provenía de una familia grande donde las relaciones entre los miembros de ésta eran más bien nulas, o lo habían acabado siendo con el paso de los años. Tensión, discusiones, desencuentros. Quizás por aquella razón había decido, desde un inicio, que su relación con Lëia no fuera de aquel tipo, y mucho menos cuando se vió también envuelta la familia de Alec tanto por ser su padre, como por la relación que acabó manteniendo con Riorden. Las comidas, cenas o salidas familiares no eran algo extraño, disfrutaba escuchando a su hija hablar sobre sus clases aunque hubiera estado todo el día trabajando y estuviera agotada. El tipo de familia que se había esforzado en crear era aquella, y solo esperaba que se fortaleciera mucho más con los años y las cosas no cambiaran, dentro de los obvios cambios por la edad, la relación que los unía a los unos con los otros.

Arqueó ambas cejas en el mismo momento en el que la mención de su ‘esposo Jerek’ hizo presencia en la conversación. Adolescentes. Sabía que habría un momento en el que acabaría teniendo que lidiar con ello, solo esperaba que Lëia fuera una quinta parte de cómo fue ella, y, aún así, sería problemática. Trató de contener una risa ahogada que provocó un par de inesperadas tosidas. —Alexandra, no seas mala— trató de regañar a su hija aún con la mano en el pecho en un intento de coger aire con tranquilidad.

En el mismo momento en el que se quitó las zapatillas, la arena se coló entre sus dedos e hizo que un escalofrío de sorpresa la recorriera. Teniendo solo unos segundos antes de que Lëia aceptara el reto con gusto, rió dándole un pequeño codazo a Riorden en busca de picarlo un poco más. —Venga, te dejaré coger las más bonitas— bromeó apretando ligeramente su mano. Esbozó una alegre sonrisa en su dirección, la cual se desvaneció poco a poco cuando volvió a enfocar su mirar en Lëia. —¿Los dos?— masculló con rápidos parpadeos —De acuerdo, si ganamos…— comenzó a hablar cuando su interlocutora comenzó una carrera a la que nadie podría ganarle cuando predisponía de tal afán de ganar.

Hizo un ligero gesto con la cabeza a Riorden, tirando de su mano para ir en la misma dirección que su hija había tomado segundos antes. —Adelante, señor competitivo, no querrás que una niña de dieciséis años te gane en un concurso de encontrar caracolas, ¿verdad?— dijo entre tenues risas antes de soltar su mano y pasarla por su cintura para apoyar la cabeza contra su hombro mientras caminaban. —Vayamos hacia allí— indicó una zona de rocas donde se encontraba Lëia, puesto que no se fiaba del todo de la seguridad de la zona y no quería estar lejos de ella por si algo sucedía,  y encaminándose con tranquilidad pero observando de tanto en tanto la arena bajo sus pies por si alguna concha aparecía.
Zoey A. Campbell
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The line where the sky meets the sea|| Zoey y Riorden IqWaPzg
Riorden M. Weynart
Me acabo cruzando de brazos, en un gesto exagerado de dramatismo, para hacerme el ofendido cuando dice que no me contara la primera regla pero a mi hijo mayor sí. — Y yo que pensaba traerte una sorpresa de aquí a pocos días... — Teniendo en cuenta todo el cambio de las últimas semanas, y que probablemente acabemos adoptando a Tyler en un corto período de tiempo, quiero prestarle un poco de atención a ella también. En plena limpieza de papeleos volví a encontrar unas viejas cartas que me escribió Alec hace años, así que tengo pensadas dárselas para que conozca más cosas sobre su padre biológico. No es mucho, pero hablan de cuando vino a NeoPanem, y hasta de cuando conoció a Zoey y se enamoró de ella. Lëia nació gracias a esa relación, por mucho que yo haya adoptado el papel de padre desde hace años, y por mucho que sea la única figura paterna que ha conocido. Siempre le he explicado todo lo que he podido, pero qué mejor que leer algo que él mismo escribió.

Me recuerdo mentalmente preparar las cartas cuando lleguemos a casa para dárselas de aquí a unos días, y en medio de mis pensamientos, escucho algo sobre un famoso de no sé qué películas. — ¿Jer... qué? — No estoy muy puesto en temas de cine porque obviamente no me sobra el tiempo, así que el nombre no me es para nada familiar, por famoso que deba ser. Ni siquiera me gusta el cine porque durante toda mi vida fue un lujo que no solíamos poder permitirnos, así que cuando mi vida cambió a mejor, es algo que dejé de lado igualmente. Creo que puedo contar con los dedos de las manos cuántas películas he visto en toda mi vida. — ¿Tú sabes quién es? — le pregunto a Zoey. Imagino que sí por cómo ha dicho el nombre nuestra hija, como si su madre fuera a reconocerlo, pero tengo que preguntarlo igualmente.

Y si el cine me gusta poco, la actuación también. Aun así, no voy a negarme a lo que Lëia quiere si gana porque siempre he hecho cualquier cosa con tal de verla feliz. — Vale, pero... — No me da tiempo a añadir nada porque la morena sale corriendo, y lo único que puedo hacer es girarme hacia mi mujer. — Confío en tus dotes, querida esposa — bromeo tras su comentario para picarme, y le doy un pequeño golpecito en la punta de la nariz con mi dedo índice. Después, paso el brazo por su cintura y vamos hacia donde dice, mientras voy con la cabeza agachada para prestar atención por si veo alguna concha por donde pisamos. Mejor eso que no notarlo porque directamente pise una y me haga daño.
Riorden M. Weynart
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