OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Siempre que algo te aterroriza, lo normal es repasar los últimos momentos en un intento de divisar las señales que no estaban allí, pero que de igual modo piensas que deberías haberle prestado atención. Papá me había acompañado en el desayuno en un estado algo silencioso, pero aún así me sonrió cuando le dije que iba a tomar el té con Meerah esa tarde y me dio un beso en la frente antes de que me fuera al colegio. Mamá había estado ocupada, así que no pude despedirme. Eso fue todo. Mi tarde fue normal. Me llené de galletas de chocolate y batidos. Hablé de música, moda y el futuro. Planifiqué una salida a la playa para cuando las clases se terminaran, ya que faltaban pocos días para el inicio de las vacaciones. Nada estaba fuera de lo normal.
Cuando llegué a casa, un poco más tarde del horario habitual, me sorprendió el avisar con un grito y que nadie, ni siquiera los elfos, aparecieran. El reloj antiguo del vestíbulo marcaba las siete y media de la tarde, así que supuse que quizá estaban ocupados con la cena y decidí marcharme a mi habitación. ¿Dónde estaría Sage? Dejé mi mochila, cambié mi uniforme por algo de ropa más cómoda y volví a asomarme por el pasillo. Demasiado silencio, pero mi esclavo apareció por la esquina con el rostro algo confundido para indicarme que mamá quería hablar conmigo. ¿Por qué? ¿Hice algo mal? Los minutos que siguieron fueron los peores de mi vida. Porque mamá, en su despacho, se inclinó para decirme que papá no iba a volver. Porque intentó explicarme lo que había sucedido, que mi hermano había vuelto, que mi papá ya no estaba. Apenas escuché la mitad. ¿Alguna vez les pasó que el mundo se detuvo y se olvidaron de cómo respirar? Porque a mí sí.
No lloré de inmediato ni quise ver a quien había regresado en lugar de mi padre. Solo me encerré en mi dormitorio y no toqué la comida que Sage dejó en mi mesa de luz en completo silencio. No soy una persona silenciosa, pero en ese momento me encontraba muda. Aturdida. Confundida. Negada, porque el beso de la mañana no podría ser el último. Me toqué la frente y ahí sí, dejé que salieran las lágrimas. Era madrugada en ese entonces y no me detuve hasta que amaneció. Me dormí de una buena vez, tan profundo como si el dolor me hubiera absorbido la energía. Todo era un mal sueño.
Cuando me despierto, la luz que entra por la ventana me indica que es tarde y que he dormido más horas de lo habitual. Debo haber faltado a clases, porque nadie me ha despertado y, quizá, es señal de respeto. Tardo un momento en moverme hasta que Sage vuelve a aparecer por la puerta y sugiere, muy suavemente, que una ducha debería refrescarme. No tengo ánimos, pero le hago caso y me encierro en el baño en silencio. El agua no sirve, porque el recuerdo sigue ahí. Papá murió, Seth regresó. Es un mundo paralelo, sino no encuentro la lógica. Me visto, por primera vez, sin saber lo que me estoy poniendo. Salgo con intenciones de comer lo que me hayan dejado, pero me doy cuenta de que la bandeja ha desaparecido y asumo que se la llevaron al ver que no había probado bocado. Suspiro. Tendré que enfrentarme al mundo.
Los pasillos están silenciosos, pero aún así parece que la rutina ha regresado porque puedo oír el murmullo de dos elfos; algo de un funeral a planificar que, al darse cuenta de mi presencia, los hace desaparecer en busca de más tareas. Bajo los escalones con paso pesado y hago mi recorrido a las cocinas, ese que no tiendo a realizar porque no me molesto en visitar esa habitación al menos que sea una cuestión de vida o muerte. Abro la enorme puerta y me detengo en seco, encontrándome con la figura de la última persona que quiero ver ahora mismo — Lo siento… — aprieto el pomo y me siento enrojecer, bajando un poco la mirada — Solo tomaré un chocolate y me iré — aunque mi primera idea había sido huir, pero no voy a hacerlo. Esta es mi casa, él es el intruso que nos ha traicionado hace años. Y todo esto es su culpa.
Cuando llegué a casa, un poco más tarde del horario habitual, me sorprendió el avisar con un grito y que nadie, ni siquiera los elfos, aparecieran. El reloj antiguo del vestíbulo marcaba las siete y media de la tarde, así que supuse que quizá estaban ocupados con la cena y decidí marcharme a mi habitación. ¿Dónde estaría Sage? Dejé mi mochila, cambié mi uniforme por algo de ropa más cómoda y volví a asomarme por el pasillo. Demasiado silencio, pero mi esclavo apareció por la esquina con el rostro algo confundido para indicarme que mamá quería hablar conmigo. ¿Por qué? ¿Hice algo mal? Los minutos que siguieron fueron los peores de mi vida. Porque mamá, en su despacho, se inclinó para decirme que papá no iba a volver. Porque intentó explicarme lo que había sucedido, que mi hermano había vuelto, que mi papá ya no estaba. Apenas escuché la mitad. ¿Alguna vez les pasó que el mundo se detuvo y se olvidaron de cómo respirar? Porque a mí sí.
No lloré de inmediato ni quise ver a quien había regresado en lugar de mi padre. Solo me encerré en mi dormitorio y no toqué la comida que Sage dejó en mi mesa de luz en completo silencio. No soy una persona silenciosa, pero en ese momento me encontraba muda. Aturdida. Confundida. Negada, porque el beso de la mañana no podría ser el último. Me toqué la frente y ahí sí, dejé que salieran las lágrimas. Era madrugada en ese entonces y no me detuve hasta que amaneció. Me dormí de una buena vez, tan profundo como si el dolor me hubiera absorbido la energía. Todo era un mal sueño.
Cuando me despierto, la luz que entra por la ventana me indica que es tarde y que he dormido más horas de lo habitual. Debo haber faltado a clases, porque nadie me ha despertado y, quizá, es señal de respeto. Tardo un momento en moverme hasta que Sage vuelve a aparecer por la puerta y sugiere, muy suavemente, que una ducha debería refrescarme. No tengo ánimos, pero le hago caso y me encierro en el baño en silencio. El agua no sirve, porque el recuerdo sigue ahí. Papá murió, Seth regresó. Es un mundo paralelo, sino no encuentro la lógica. Me visto, por primera vez, sin saber lo que me estoy poniendo. Salgo con intenciones de comer lo que me hayan dejado, pero me doy cuenta de que la bandeja ha desaparecido y asumo que se la llevaron al ver que no había probado bocado. Suspiro. Tendré que enfrentarme al mundo.
Los pasillos están silenciosos, pero aún así parece que la rutina ha regresado porque puedo oír el murmullo de dos elfos; algo de un funeral a planificar que, al darse cuenta de mi presencia, los hace desaparecer en busca de más tareas. Bajo los escalones con paso pesado y hago mi recorrido a las cocinas, ese que no tiendo a realizar porque no me molesto en visitar esa habitación al menos que sea una cuestión de vida o muerte. Abro la enorme puerta y me detengo en seco, encontrándome con la figura de la última persona que quiero ver ahora mismo — Lo siento… — aprieto el pomo y me siento enrojecer, bajando un poco la mirada — Solo tomaré un chocolate y me iré — aunque mi primera idea había sido huir, pero no voy a hacerlo. Esta es mi casa, él es el intruso que nos ha traicionado hace años. Y todo esto es su culpa.
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Había perdido la noción del tiempo que llevaba recluido en la que hacía años que ya no era mi casa, y pertenecía a personas que ya no consideraba mi familia. Todo había pasado muy rápido y aunque Jamie se empeñaba en venir a charlar conmigo como si el tiempo no hubiera pasado y siguiera siendo el mismo niño de 15 años de siempre, apenas sacaba de mi algo más que monosílabos. Al principio creía que solo venía para sacarme información pero ¿de qué? ¿de un distrito que ya no existía?
Me pegué a la televisión, pasando los canales de forma frenética nada más me dejaron a solas la primera noche, buscando cualquier noticia que mostrara las caras de las personas que habían muerto aquella noche; pero nada. La noticia había sido retenida varios días, lo que pareció como un siglo, y cuando por fin salió a la luz, solo presumían de que hoy había sido un buen día para la nación y su lucha contra los rebeldes. Lo único que había podido ver era mi hogar completamente achicharrado por el fuego. Al menos tuvieron la decencia de no mostrar cadáveres calcinados. Pero eso no ayudaba mucho. Una lista de los muertos habría estado bien, para saber si alguien, quien fuera, había sobrevivido a aquella masacre. Pero todas las noticias apuntaban a lo mismo, todos estaban muertos. Ya no tenía algo por lo que luchar. O un sitio al cual volver. ¿Por qué iba a escapar?
Jamie de todas maneras no se fiaba de mi, y no la culpaba después de todo lo que había pasado entre ellos. Así que llevaba puesta una pulsera que monitorizaba su ubicación el 100% del tiempo y además inhibía cualquier tipo de capacidad mágica. Lo que lo había básicamente convertido en un muggle.
Los esclavos de la casa subían a su cuarto de vez en cuando con comida, pero me negaba a tomarla. Cambiaban los platos encontrándolos exactamente en el lugar donde habían dejado el anterior y en el mismo estado en el que había llegado. Algunos de ellos hasta me sugirieron/suplicaron que comiera, segundos antes de disculparse por meter sus narices en asuntos que no eran de su incumbencia. Por un instante, esa actitud me hizo pensar si Jamie los castigaría porque yo no comía y tuve claro que la respuesta a eso sería un sí. Sentí lástima por ellos.
Así fue como empecé a bajar a las cocinas de vez en cuando, a preparar algo con mi propia mano. Nunca había aprendido a cocinar como Ben o Sophia solían hacerlo; pero sí lo bastante como para cuando no matarnos de hambre a Jared y a mi cada vez que ellos dos no estaban. Pensar en ellos hizo que se me encogiera el corazón, y paralizara momentáneamente intentando cortar un triste trozo de pan con un cuchillo de sierra en la mano.
— Lo siento… Solo tomaré un chocolate y me iré —
La voz chillona me trajo de vuelta a la cocina. Cuando me giré, la cabellera roja de Hero captó toda mi atención. Ya la había visto otras veces, siempre en los periódicos. El color rojo de su pelo era mucho más intenso en persona. Jamie también había hablado de ella durante nuestras charlas madre-hijo de los últimos días, y desconocía el retorcido motivo por le cual hablaba de ella y la presumía, matizando el hecho de que era su hermana. Tal vez tuvieran los mismos padres, pero la familia es algo más que sangre y ADN. Siempre que la había visto en la prensa la sentía como una extraña; una extraña que le daba un poco de pena y en cuyos zapatos podía ponerme con facilidad porque ella ocupaba el lugar que había sido mío antes. Y porque aunque la considerara una extraña, era perfectamente consciente de que ella también había perdido a su padre; y era solo una niña. — Hero, ¿verdad? — Inquirió, aunque sabía su nombre perfectamente. — Te lo prepararé. Ven, siéntate. — Le ofrecí una de las sillas de la pequeña mesa en la que comía el servicio. — Estaba haciendo desayuno para mi de todas maneras, así que ya que estamos, haré para ambos. ¿Te gusta el pan tostado? — Terminó de partir el pan primero, limpió sus manos en el pequeño trapo seco que colgaba del cajón y se dispuso a poner una pequeña vasija en el fuego con leche, rebuscando el chocolate en las estanterías.
Me pegué a la televisión, pasando los canales de forma frenética nada más me dejaron a solas la primera noche, buscando cualquier noticia que mostrara las caras de las personas que habían muerto aquella noche; pero nada. La noticia había sido retenida varios días, lo que pareció como un siglo, y cuando por fin salió a la luz, solo presumían de que hoy había sido un buen día para la nación y su lucha contra los rebeldes. Lo único que había podido ver era mi hogar completamente achicharrado por el fuego. Al menos tuvieron la decencia de no mostrar cadáveres calcinados. Pero eso no ayudaba mucho. Una lista de los muertos habría estado bien, para saber si alguien, quien fuera, había sobrevivido a aquella masacre. Pero todas las noticias apuntaban a lo mismo, todos estaban muertos. Ya no tenía algo por lo que luchar. O un sitio al cual volver. ¿Por qué iba a escapar?
Jamie de todas maneras no se fiaba de mi, y no la culpaba después de todo lo que había pasado entre ellos. Así que llevaba puesta una pulsera que monitorizaba su ubicación el 100% del tiempo y además inhibía cualquier tipo de capacidad mágica. Lo que lo había básicamente convertido en un muggle.
Los esclavos de la casa subían a su cuarto de vez en cuando con comida, pero me negaba a tomarla. Cambiaban los platos encontrándolos exactamente en el lugar donde habían dejado el anterior y en el mismo estado en el que había llegado. Algunos de ellos hasta me sugirieron/suplicaron que comiera, segundos antes de disculparse por meter sus narices en asuntos que no eran de su incumbencia. Por un instante, esa actitud me hizo pensar si Jamie los castigaría porque yo no comía y tuve claro que la respuesta a eso sería un sí. Sentí lástima por ellos.
Así fue como empecé a bajar a las cocinas de vez en cuando, a preparar algo con mi propia mano. Nunca había aprendido a cocinar como Ben o Sophia solían hacerlo; pero sí lo bastante como para cuando no matarnos de hambre a Jared y a mi cada vez que ellos dos no estaban. Pensar en ellos hizo que se me encogiera el corazón, y paralizara momentáneamente intentando cortar un triste trozo de pan con un cuchillo de sierra en la mano.
— Lo siento… Solo tomaré un chocolate y me iré —
La voz chillona me trajo de vuelta a la cocina. Cuando me giré, la cabellera roja de Hero captó toda mi atención. Ya la había visto otras veces, siempre en los periódicos. El color rojo de su pelo era mucho más intenso en persona. Jamie también había hablado de ella durante nuestras charlas madre-hijo de los últimos días, y desconocía el retorcido motivo por le cual hablaba de ella y la presumía, matizando el hecho de que era su hermana. Tal vez tuvieran los mismos padres, pero la familia es algo más que sangre y ADN. Siempre que la había visto en la prensa la sentía como una extraña; una extraña que le daba un poco de pena y en cuyos zapatos podía ponerme con facilidad porque ella ocupaba el lugar que había sido mío antes. Y porque aunque la considerara una extraña, era perfectamente consciente de que ella también había perdido a su padre; y era solo una niña. — Hero, ¿verdad? — Inquirió, aunque sabía su nombre perfectamente. — Te lo prepararé. Ven, siéntate. — Le ofrecí una de las sillas de la pequeña mesa en la que comía el servicio. — Estaba haciendo desayuno para mi de todas maneras, así que ya que estamos, haré para ambos. ¿Te gusta el pan tostado? — Terminó de partir el pan primero, limpió sus manos en el pequeño trapo seco que colgaba del cajón y se dispuso a poner una pequeña vasija en el fuego con leche, rebuscando el chocolate en las estanterías.
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Mi nombre en sus labios suena incorrecto, así que no respondo con palabras, sino prensando mi boca en un gesto silencioso que solo afirma lo que dice con un movimiento de mis cejas. Sigo con los ojos el camino que me señala, llevándome a mirar la mesa en la cual jamás me siento y, con resignación, suspiro y camino los pasos necesarios hasta que me dejo caer en la silla. Lo hago con movimientos lentos, sospechando de cada una de sus acciones, aunque el tono amable de su voz me es desconcertante. No entiendo por qué quiere fingir que podemos ser una familia, cuando los dos sabemos que las cosas no funcionan así y que nada volverá a ser igual que antes. Me demoro más tiempo del normal en hablar, pero cuando lo hago, me sale un murmullo claro y suave — Me gusta con manteca y azúcar — es una combinación algo pesada, pero siempre me agradaron los gustos que puedo darme ahora que mis caderas todavía no se ensanchan y mi metabolismo no va a traicionarme.
Puedo darme cuenta de que está buscando todo lo necesario para el chocolate y me mordisqueo los labios, siguiéndolo con los ojos — En el estante superior, junto a las galletas — le señalo al final, porque creo que sino perderemos mucho tiempo. No suelo venir a las cocinas, pero en más de una ocasión he visto a Sage sacarlo de allí cuando me aparezco en exigencia de que no me están dando lo que pedí en el tiempo estipulado. Jugueteo con mis dedos sobre la mesa y respiro el aroma del desayuno elevándose en el ambiente, pero ni siquiera eso le da un tinte familiar a la situación. Al final, no me resisto a abrir la boca, como siempre — No tienes por qué ser amable conmigo si no quieres hacerlo. No eres mi hermano, por mucho que mamá diga lo contrario — intento no sonar tan ruda, pero soy incapaz de contener el tono irritante y mis labios hacen un mohín. Bajo la vista, lamentando por primera vez el no tener el pelo largo para poder ocultarme detrás de éste — Lo que ha pasado, fue por tu culpa.
Porque así ha sido siempre. Papá lo buscaba, mamá lo lloriqueaba y yo estaba en el medio. ¿Y él? Ahí estaba, con un montón de gruñosos rebeldes que hicieron que todo terminase en tragedia. Por eso lo miro, sintiendo los ojos hinchados por un montón de lágrimas que estoy intentando contener para mantener mi orgullo intacto — ¿Por qué te fuiste? — sé que papá quiso preguntárselo mil veces, pero ahora que él no está, es mi tarea el hacerlo.
Puedo darme cuenta de que está buscando todo lo necesario para el chocolate y me mordisqueo los labios, siguiéndolo con los ojos — En el estante superior, junto a las galletas — le señalo al final, porque creo que sino perderemos mucho tiempo. No suelo venir a las cocinas, pero en más de una ocasión he visto a Sage sacarlo de allí cuando me aparezco en exigencia de que no me están dando lo que pedí en el tiempo estipulado. Jugueteo con mis dedos sobre la mesa y respiro el aroma del desayuno elevándose en el ambiente, pero ni siquiera eso le da un tinte familiar a la situación. Al final, no me resisto a abrir la boca, como siempre — No tienes por qué ser amable conmigo si no quieres hacerlo. No eres mi hermano, por mucho que mamá diga lo contrario — intento no sonar tan ruda, pero soy incapaz de contener el tono irritante y mis labios hacen un mohín. Bajo la vista, lamentando por primera vez el no tener el pelo largo para poder ocultarme detrás de éste — Lo que ha pasado, fue por tu culpa.
Porque así ha sido siempre. Papá lo buscaba, mamá lo lloriqueaba y yo estaba en el medio. ¿Y él? Ahí estaba, con un montón de gruñosos rebeldes que hicieron que todo terminase en tragedia. Por eso lo miro, sintiendo los ojos hinchados por un montón de lágrimas que estoy intentando contener para mantener mi orgullo intacto — ¿Por qué te fuiste? — sé que papá quiso preguntárselo mil veces, pero ahora que él no está, es mi tarea el hacerlo.
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Solo asentí para confirmar la orden de la chica y seguí sus instrucciones para localizar el chocolate. Mentiría si dijera que el que supiera donde estaba me causó curiosidad teniendo en cuenta la clase de mujer que la había criado. Después de mirar el bote, bajé la vista hacia ella y por un instante la vi de otra manera. Quizá solo estaba viendo lo que quería ver para hacer menos violento el hecho de que ni siquiera sabía como tratarla.
Hice el chocolate como solía gustarle a Sophia, cargado y ligeramente espeso; no podías vivir 10 años con una chica a la que le encanta el chocolate sin aprender a hacer uno decentemente. Deje las tostadas en la mesa sin preparar, el azúcar y la mantequilla por separado y saqué un poco de mermelada para untar, trayendo un par de cubiertos para que ambos pudiéramos preparar las tostadas al mismo tiempo. Estaba engrudando la mantequilla en uno de mis panes cuando ella volvió a romper el silencio.
Alcé la vista para observarla fijamente algunos segundos. ¿Tanto se había notado su intento de cortesía extra aunque incómoda? No estaba muy por la labor de ocultar lo que sentía en esos momentos, cuando la idea de haber perdido a tanta gente en tan poco tiempo aún pesaba sobre mi, como una carga que parecía asfixiarme por momentos. — Si parece que no quiero, no tiene nada que ver contigo — Murmuré, inseguro de que fuera lo que ella quisiera oír.
No me molestó en absoluto aquella afirmación sobre que no eran hermanos, de hecho, la aprobé negando ligeramente con la cabeza pocos segundos después de que ella la dijera. — Títulos tan importantes como esos, deben ganárselo las personas. Tus padres no son solo tus padres porque te hayan dado la vida... tienen que hacer algo más que existir. — A esas alturas de mi vida era lo bastante maduro para entender que Arleth fue mejor madre para mi de lo que Jamie fue jamás; que Ben era más mi hermano que los otros dos con los que alguna vez compartí el útero o incluso la propia Hero ahí delante. Aunque las cosas estuvieran complicadas ahora... aunque todo se hubiera acabado y se quedaran complicadas para siempre.
La idea volvió a asomar en mi cabeza y me provocó un vacío en el pecho que me hizo soltar un suspiro, un amago del comienzo de un leve episodio de ansiedad que se frenó bastante en seco cuando Hero me echó la culpa de la muerte de Sean. No mencionó su nombre en ningún momento, pero no hacía falta. — ¿Eso fue lo que ella te dijo? — Dije aquello antes de recordar que Hero tenía 14 años y acababa de perder a su papá; lo que menos necesitaba era descubrir que su madre era un monstruo. Solté un suspiro y permanecí en silencio, evitando añadir nada más, removiendo el chocolate por hacer algo con las manos que no fuera tensarlas.
La siguiente pregunta de Hero no mejoró las cosas. Empecé a golpear al cucharilla contra el fondo del vaso, obligándome a seleccionar las palabras antes de decirlas. Al principio, mi vista estaba puesta en cualquier lugar de la mesa, en uno aleatorio no más con el fin de ponerla en algún lugar, pero fijamente la levanté hacia ella y esbocé media sonrisa. No podía decirle la verdad sin desenmascarar a la mujer que ella amaba como yo lo había hecho cuando tenía su edad -puede, incluso, que muchos años más tarde-, así que me limité a responder de la mejor forma que pude. — Tuve muchas razones. Algunas de ellas no te las puedo decir ahora porque no las entenderías... pero estoy seguro de que las entenderás en el futuro. ¿Sabes por qué lo sé? Por que si fueras como todos ellos... — Señaló a su alrededor, para referirse a todas las personas de la casa fuera de aquella cocina; no a los esclavos, a los magos, a su madre, a sus empleados, a los ministros que a veces solían trabajar en aquella casa por comodidad. — ... ni siquiera sabrías donde está la cocina. — Tal vez me estaba apresurando al crearme una imagen de ella que era capaz de ver a través del velo marcado por Jamie; pero podía evitar sentir cierta satisfacción de que la pelirroja estuviera equivocada en lo perfecta que era su niñita. — Y las otras... tenían que ver con gente que me importaba y amaba lo suficiente para renunciar a todo esto por protegerles. — De repente, ya no tenía mucho apetito. — De lo único de lo que me arrepiento hasta el momento, fue de no traer a Sean conmigo. Y aún así no estoy seguro... de haberlo hecho tu no estarías aquí y aunque no merezcamos ser hermanos no pareces tan horrible como para que desee que nunca hubieras existido. — Intentaba que fuera una broma, pero dadas las circunstancias, dudaba haber logrado mi cometido. — Además, él se quedó por las mismas razones por las que yo me fui. — Fue difícil acabar aquella frase sin que mi voz se quebrara. Sabía que Sean amaba a Jamie lo suficiente para quedarse a luchar por ella; sabía lo horrible persona que era y aún así la amaba. No se puede luchar contra algo como eso.
Hice el chocolate como solía gustarle a Sophia, cargado y ligeramente espeso; no podías vivir 10 años con una chica a la que le encanta el chocolate sin aprender a hacer uno decentemente. Deje las tostadas en la mesa sin preparar, el azúcar y la mantequilla por separado y saqué un poco de mermelada para untar, trayendo un par de cubiertos para que ambos pudiéramos preparar las tostadas al mismo tiempo. Estaba engrudando la mantequilla en uno de mis panes cuando ella volvió a romper el silencio.
Alcé la vista para observarla fijamente algunos segundos. ¿Tanto se había notado su intento de cortesía extra aunque incómoda? No estaba muy por la labor de ocultar lo que sentía en esos momentos, cuando la idea de haber perdido a tanta gente en tan poco tiempo aún pesaba sobre mi, como una carga que parecía asfixiarme por momentos. — Si parece que no quiero, no tiene nada que ver contigo — Murmuré, inseguro de que fuera lo que ella quisiera oír.
No me molestó en absoluto aquella afirmación sobre que no eran hermanos, de hecho, la aprobé negando ligeramente con la cabeza pocos segundos después de que ella la dijera. — Títulos tan importantes como esos, deben ganárselo las personas. Tus padres no son solo tus padres porque te hayan dado la vida... tienen que hacer algo más que existir. — A esas alturas de mi vida era lo bastante maduro para entender que Arleth fue mejor madre para mi de lo que Jamie fue jamás; que Ben era más mi hermano que los otros dos con los que alguna vez compartí el útero o incluso la propia Hero ahí delante. Aunque las cosas estuvieran complicadas ahora... aunque todo se hubiera acabado y se quedaran complicadas para siempre.
La idea volvió a asomar en mi cabeza y me provocó un vacío en el pecho que me hizo soltar un suspiro, un amago del comienzo de un leve episodio de ansiedad que se frenó bastante en seco cuando Hero me echó la culpa de la muerte de Sean. No mencionó su nombre en ningún momento, pero no hacía falta. — ¿Eso fue lo que ella te dijo? — Dije aquello antes de recordar que Hero tenía 14 años y acababa de perder a su papá; lo que menos necesitaba era descubrir que su madre era un monstruo. Solté un suspiro y permanecí en silencio, evitando añadir nada más, removiendo el chocolate por hacer algo con las manos que no fuera tensarlas.
La siguiente pregunta de Hero no mejoró las cosas. Empecé a golpear al cucharilla contra el fondo del vaso, obligándome a seleccionar las palabras antes de decirlas. Al principio, mi vista estaba puesta en cualquier lugar de la mesa, en uno aleatorio no más con el fin de ponerla en algún lugar, pero fijamente la levanté hacia ella y esbocé media sonrisa. No podía decirle la verdad sin desenmascarar a la mujer que ella amaba como yo lo había hecho cuando tenía su edad -puede, incluso, que muchos años más tarde-, así que me limité a responder de la mejor forma que pude. — Tuve muchas razones. Algunas de ellas no te las puedo decir ahora porque no las entenderías... pero estoy seguro de que las entenderás en el futuro. ¿Sabes por qué lo sé? Por que si fueras como todos ellos... — Señaló a su alrededor, para referirse a todas las personas de la casa fuera de aquella cocina; no a los esclavos, a los magos, a su madre, a sus empleados, a los ministros que a veces solían trabajar en aquella casa por comodidad. — ... ni siquiera sabrías donde está la cocina. — Tal vez me estaba apresurando al crearme una imagen de ella que era capaz de ver a través del velo marcado por Jamie; pero podía evitar sentir cierta satisfacción de que la pelirroja estuviera equivocada en lo perfecta que era su niñita. — Y las otras... tenían que ver con gente que me importaba y amaba lo suficiente para renunciar a todo esto por protegerles. — De repente, ya no tenía mucho apetito. — De lo único de lo que me arrepiento hasta el momento, fue de no traer a Sean conmigo. Y aún así no estoy seguro... de haberlo hecho tu no estarías aquí y aunque no merezcamos ser hermanos no pareces tan horrible como para que desee que nunca hubieras existido. — Intentaba que fuera una broma, pero dadas las circunstancias, dudaba haber logrado mi cometido. — Además, él se quedó por las mismas razones por las que yo me fui. — Fue difícil acabar aquella frase sin que mi voz se quebrara. Sabía que Sean amaba a Jamie lo suficiente para quedarse a luchar por ella; sabía lo horrible persona que era y aún así la amaba. No se puede luchar contra algo como eso.
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El desayuno es tan familiar que no pega muy bien con lo que ambos sabemos y él pone en palabras, la sangre no nos hace hermanos y solo somos dos extraños. Miro un momento la comida que tengo delante y me debato en si de verdad tengo hambre o si solo comeré para satisfacer un impulso involuntario. La pregunta, sin embargo, me toma por sorpresa y hace que lo mire con toda la atención que soy capaz de darle. Me doy cuenta de que tenemos los mismos ojos, azules, bien redondos, brillantes entre pestañas largas de diferente color — Lo sabría de todas formas — digo nomas. Porque así son las cosas, los rebeldes atacan y nosotros nos defendemos. Por gente como ellos los magos se han escondido, por ellos estamos en guerra. Mamá no tiene que decir nada para saber que son unos asesinos.
Me atrevo a tomar una tostada y empiezo a untar mantequilla sobre ella, usando eso de excusa para no tener que seguir mirando su rostro. Porque en él veo cosas que no querría, no solo similitudes conmigo, sino con el padre que hemos perdido. Y obvio que escucho lo que dice a pesar de no querer hacerlo, pero una de sus afirmaciones es la que hace que detenga la tostada a unos centímetros de mi boca. Me siento enrojecer, pero no voy a desviar la mirada — A veces, vengo a pedir que Sage me haga algo extra para comer. Me gustan los postres — es una declaración inocente, tanto que parece un poco fuera de lugar en esta conversación. Ni me molesto en explicar de quién estoy hablando, asumo que el contexto de la frase lo hace obvio. Muerdo al fin la tostada y su crujir se siente en toda mi boca, pero mastico tan lento que parece incluso más ruidosa. Intento, de verdad, seguir lo que me está diciendo, pero mi comprensión llega hasta cierto punto. ¿Cómo podía amar a otras personas más que a nosotros? Apenas sonrío por lo que dice, porque el gesto se esfuma por culpa del dolor — Él te buscó todos estos años — acabo murmurando. No entiendo cómo pudo desear querer llevárselo, cuando es obvio que su lugar estaba aquí. Como un poco más y doy un traguito que me obliga a relamerme — Papá. No hablaba mucho del tema, pero lo vi quedarse hasta tarde revisando papeles, analizando mapas… hubiera movido cielo y tierra para encontrarte — porque eso era lo único que le importaba. Él solo quería tenernos a todos juntos.
Pensarlo así obliga a que mis ojos se empañen y me obligo a no llorar, pero aún así me esfuerzo en esconderlo fingiendo que estoy muy centrada en mi desayuno — Fue el mejor padre del mundo — me avergüenza, pero me sale un murmullo demasiado agudo y tembloroso, rozando lo infantil — Y no sé cómo… No tengo idea de cómo haremos para continuar sin él en casa — me escondo detrás del tamaño de la taza, pero incluso el chocolate sabe amargo. No es hasta que bebo suficiente, que la bajo y me relamo, tratando de encontrar palabras que no sé qué quieren decir — Si no te arrepientes, no puedes vivir aquí con nosotras. ¿Cómo serán las cosas ahora? ¿Tomarás tu lugar así cómo así y te prepararás para gobernarnos algún día? — incluso con el llanto a punto de salir, se me sale un bufido sarcástico — No le veo el sentido. Tú no tienes sentido — porque para mí, él siempre fue una historia.
Me atrevo a tomar una tostada y empiezo a untar mantequilla sobre ella, usando eso de excusa para no tener que seguir mirando su rostro. Porque en él veo cosas que no querría, no solo similitudes conmigo, sino con el padre que hemos perdido. Y obvio que escucho lo que dice a pesar de no querer hacerlo, pero una de sus afirmaciones es la que hace que detenga la tostada a unos centímetros de mi boca. Me siento enrojecer, pero no voy a desviar la mirada — A veces, vengo a pedir que Sage me haga algo extra para comer. Me gustan los postres — es una declaración inocente, tanto que parece un poco fuera de lugar en esta conversación. Ni me molesto en explicar de quién estoy hablando, asumo que el contexto de la frase lo hace obvio. Muerdo al fin la tostada y su crujir se siente en toda mi boca, pero mastico tan lento que parece incluso más ruidosa. Intento, de verdad, seguir lo que me está diciendo, pero mi comprensión llega hasta cierto punto. ¿Cómo podía amar a otras personas más que a nosotros? Apenas sonrío por lo que dice, porque el gesto se esfuma por culpa del dolor — Él te buscó todos estos años — acabo murmurando. No entiendo cómo pudo desear querer llevárselo, cuando es obvio que su lugar estaba aquí. Como un poco más y doy un traguito que me obliga a relamerme — Papá. No hablaba mucho del tema, pero lo vi quedarse hasta tarde revisando papeles, analizando mapas… hubiera movido cielo y tierra para encontrarte — porque eso era lo único que le importaba. Él solo quería tenernos a todos juntos.
Pensarlo así obliga a que mis ojos se empañen y me obligo a no llorar, pero aún así me esfuerzo en esconderlo fingiendo que estoy muy centrada en mi desayuno — Fue el mejor padre del mundo — me avergüenza, pero me sale un murmullo demasiado agudo y tembloroso, rozando lo infantil — Y no sé cómo… No tengo idea de cómo haremos para continuar sin él en casa — me escondo detrás del tamaño de la taza, pero incluso el chocolate sabe amargo. No es hasta que bebo suficiente, que la bajo y me relamo, tratando de encontrar palabras que no sé qué quieren decir — Si no te arrepientes, no puedes vivir aquí con nosotras. ¿Cómo serán las cosas ahora? ¿Tomarás tu lugar así cómo así y te prepararás para gobernarnos algún día? — incluso con el llanto a punto de salir, se me sale un bufido sarcástico — No le veo el sentido. Tú no tienes sentido — porque para mí, él siempre fue una historia.
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