OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Lo único que deseo cuando estoy con mi cabello sujeto sobre mi nuca con una mano, algunos mechones rubios golpeando mis mejillas al vomitar, y descargando todo lo que llevaba en el estómago en el lavado porque los cubículos están ocupados, es volver a la seguridad de mi habitación y acurrucarme en mi cama hasta el final de los días. Me arrepiento de haber aceptado seguir a un grupo de compañeras del Royal a esta discoteca cuando me invitaron a participar de su celebración de fin de curso. Solo seríamos nosotras y un par de chicos que conocía del colegio, también algunas caras del Prince que para mí serían desconocidas. Entre ellos se saludaron porque habían coincidido otras veces, y la inadecuada en toda la situación, era yo. El motivo por el que me habían pedido que me uniera al grupo tenía que ver con un chico que cruzó su brazo sobre mis hombros apenas nos sentamos y de manera suave, se lo retiré y puse distancia. Llevo tiempo en el Royal como para haberme hecho una opinión de mis compañeros y no participaría del juego de este chico de tachar otro nombre en su lista.
Quienes no saben lidiar con el NO; acuden a otras tacticas y estoy vaciando mi estómago en el baño de mujeres para quitarme esa sensación de que le pusieron algo a mi bebida. Como nunca desearia poder estar entre las paredes blancas de mi dormitorio y el baño es lo más parecido, con las baldosas manchadas y un espejo ancho que cruza de un lado al otro. Mi cara es pálida de muerte, mis labios perdieron todo color. Tengo los ojos desorientados y me cuesta enfocarme en mi reflejo que es la imagen misma de un fantasma en pena. Espero poder atravesar la casa hasta mi habitación sin que papá o mamá me vean. Y si lo hacen, solo queda esperar que pasen de largo, que ni siquiera me miren, como llevamos años haciendo. ¿Por qué cambiar las cosas esta noche? Me echo agua en las mejillas y el mareo persiste, masajeo mi frente para aliviarlo. Busco en la oscuridad detrás de mis párpados al cerrar mis ojos, la lucidez que se me escapa por una rendija.
Al hacerlo escenas de la última media hora invaden mi mente y me veo embargada por el sentimiento de asco al recordar las manos bajo mi vestido, la imposibilidad de poder detenerlas. Las luces de la pista me encandilaban y mi sentido de la realidad estaba ausente. Hasta que el empujón de alguien más sirvió para romper el contacto y entonces escapé. Un atisbo de lucidez. Vomito otra vez sobre la pileta y abro la canilla para que todo se escurra con el agua, a la siguiente arcada acompaña un sollozo. Me siento una idiota, y pocas veces me he sentido así en la vida. Me limpio bruscamente los ojos, no quiero comenzar un llanto estúpido. Lo que tengo que hacer es irme a casa. Ninguna de las chicas con las que vine se preocupó en seguirme al baño y tendré que encontrar la salida por mi cuenta, cuando pueda volver a coordinar mis pasos.
Quienes no saben lidiar con el NO; acuden a otras tacticas y estoy vaciando mi estómago en el baño de mujeres para quitarme esa sensación de que le pusieron algo a mi bebida. Como nunca desearia poder estar entre las paredes blancas de mi dormitorio y el baño es lo más parecido, con las baldosas manchadas y un espejo ancho que cruza de un lado al otro. Mi cara es pálida de muerte, mis labios perdieron todo color. Tengo los ojos desorientados y me cuesta enfocarme en mi reflejo que es la imagen misma de un fantasma en pena. Espero poder atravesar la casa hasta mi habitación sin que papá o mamá me vean. Y si lo hacen, solo queda esperar que pasen de largo, que ni siquiera me miren, como llevamos años haciendo. ¿Por qué cambiar las cosas esta noche? Me echo agua en las mejillas y el mareo persiste, masajeo mi frente para aliviarlo. Busco en la oscuridad detrás de mis párpados al cerrar mis ojos, la lucidez que se me escapa por una rendija.
Al hacerlo escenas de la última media hora invaden mi mente y me veo embargada por el sentimiento de asco al recordar las manos bajo mi vestido, la imposibilidad de poder detenerlas. Las luces de la pista me encandilaban y mi sentido de la realidad estaba ausente. Hasta que el empujón de alguien más sirvió para romper el contacto y entonces escapé. Un atisbo de lucidez. Vomito otra vez sobre la pileta y abro la canilla para que todo se escurra con el agua, a la siguiente arcada acompaña un sollozo. Me siento una idiota, y pocas veces me he sentido así en la vida. Me limpio bruscamente los ojos, no quiero comenzar un llanto estúpido. Lo que tengo que hacer es irme a casa. Ninguna de las chicas con las que vine se preocupó en seguirme al baño y tendré que encontrar la salida por mi cuenta, cuando pueda volver a coordinar mis pasos.
Como odiaba el comienzo del verano.
Niños por todos lados metiéndose dónde no debían, adultos sin un poco de capacidad para poner orden y lo peor, su bar favorito se llenaba de mini bolsas de carne hormonales.
Ocultó la sonrisa, causada por el pensamiento, dando un gran sorbo a su trago de vodka diluido con jugo de frutos rojos. No planeaba emborracharse aquella noche.
—Entiendo que esto sea un gran negocio para ustedes, pero acaban de perder a su cliente favorita.— Bromeó con su amigo, quien a pesar de reír, demostró su desagrado con la situación.
El encargado subió el volumen de la música, las luces se intensificaron y entonces abrieron las puertas para el ingreso a la discoteca. La mayoría estudiantes. Puaj. —Y ese es mi pie para retirarme.— Le comentó a Aaron con voz cantarina y bebió el resto sin respirar.
Sus ojos se humedecieron por el escozor que bajaba a través su garganta y no se quejó. Dulce, dulce néctar caído del cielo de Rusia.
Se puso de pie ajustando el cierre la chaqueta de cuero negro y cubrió sus cabellos con la capucha del mismo color. —Vamos, Serena. En una hora termina mi turno, espérame.— Le pidió su barman preferido haciendo puchero y obviamente no pudo negarse, sabía que con tal de que se quedara, recibiría un par de tragos gratis.
Durante las últimas semanas, las ventas en la tienda no habían sido las optimas, así que como dice el dicho...Si es gratis, nunca digas no. A veces.
Luego de enseñarle el dedo del medio, volvió a sentarse y deslizó el vaso vacío sobre la madera lustrada y humedecida. —Lo mismo, cariño y hasta el tope.—Bromeó.
No supo cuánto tiempo había pasado, pero ya se estaba aburriendo de ver tantos estudiantes en celo y mientras finalizaba el quinto o sexto trago, apoyó el codo derecho en la barra y sujetó su mentón mirando a un grupo de chicos.
Se veían demasiados ricos para estar en un lugar así, ¿Cuál sería la historia? Seguramente rebeldía contra sus perfectos padres.
Soltó un bufido y se puso nuevamente de pie, ya no esperaría, quería irse a casa. Sin embargo cuando lo hizo, alcanzó a ver cómo uno de los chicos del grupo introducía en el trago de una niña, una especie de polvo blanco. No necesitaba estar cerca para saber qué había hecho.
Se preocupó por la chica, mas no sabía si debía meterse o no.
Se congeló en su lugar junto a la barra y esperó un par de minutos, hasta que sus pensamientos la movilizaron y sin pensarlo dos veces, caminó hasta la pareja que bailaba en medio de la pista y con su hombro golpeó a ambos con demasiada fuerza. —¡Oh, lo siento! Que torpe he sido.— Murmuró sonriendo al joven, al tiempo que se aferraba a sus brazos, dejando que la chica corriera al baño. La había liberado, pero no se iría así no más.
En cuanto quedaron solos, se acercó mordiendo su labio inferior y sus dedos trazaron suaves lineas hasta el abdomen flacucho, ¿En serio? —Entonces, ¿Un chico como tú podría interesarse en una chica como yo? O tú novia se pone celosa— Preguntó y de nuevo fingió una sonrisa coqueta, juntando sus labios en la oreja del niño.
No esperó una respuesta y con su mano hábil, agarró con extrema dureza los testículos y apretó hasta que lo notó llorar. —No vuelvas a hacer eso, machito. O te dejo sin pene.— No aflojó sus dedos e incluso incremento la presión, hasta que él niño prometió a gritos que no lo haría.
Al soltarlo, le sonrió sincera y volteó para ir en busca de la chica. —Oh, pero es que no creo que hayas sido honesto.— Y sin darle tiempo a reaccionar, aprovechó que el chico estaba doblado sujetando sus partes y estampó su puño en movimiento ascendente y rápido, seguro para romper la nariz.
La bolsa de carne llena de hormonas cayó al suelo y fue una hermosa imagen, que pena que la niña no estaba allí para verlo. En fin.
Empujó la puerta del baño con su bota y arrugó la nariz cuando el aroma llegó hasta sus fosas nasales. No estaba tan ebria para afrontarse a lo siguiente. Mierda.
Se quitó la sangre de los nudillo, los cuales ya se estaban inflamando pero no le importó; se acercó hasta sujetar los cabellos de la rubia.
—Ya, tranquila. Sólo deja que tú cuerpo lo expulse y cuando estés lista, te llevaré a casa...O a beber un poco de agua.— Dijo dándole palmadas a su espalda. No sabía qué más decir, pero supuso que eso era lo que ella hubiese querido oír, cuando nadie la defendió.
Niños por todos lados metiéndose dónde no debían, adultos sin un poco de capacidad para poner orden y lo peor, su bar favorito se llenaba de mini bolsas de carne hormonales.
Ocultó la sonrisa, causada por el pensamiento, dando un gran sorbo a su trago de vodka diluido con jugo de frutos rojos. No planeaba emborracharse aquella noche.
—Entiendo que esto sea un gran negocio para ustedes, pero acaban de perder a su cliente favorita.— Bromeó con su amigo, quien a pesar de reír, demostró su desagrado con la situación.
El encargado subió el volumen de la música, las luces se intensificaron y entonces abrieron las puertas para el ingreso a la discoteca. La mayoría estudiantes. Puaj. —Y ese es mi pie para retirarme.— Le comentó a Aaron con voz cantarina y bebió el resto sin respirar.
Sus ojos se humedecieron por el escozor que bajaba a través su garganta y no se quejó. Dulce, dulce néctar caído del cielo de Rusia.
Se puso de pie ajustando el cierre la chaqueta de cuero negro y cubrió sus cabellos con la capucha del mismo color. —Vamos, Serena. En una hora termina mi turno, espérame.— Le pidió su barman preferido haciendo puchero y obviamente no pudo negarse, sabía que con tal de que se quedara, recibiría un par de tragos gratis.
Durante las últimas semanas, las ventas en la tienda no habían sido las optimas, así que como dice el dicho...Si es gratis, nunca digas no. A veces.
Luego de enseñarle el dedo del medio, volvió a sentarse y deslizó el vaso vacío sobre la madera lustrada y humedecida. —Lo mismo, cariño y hasta el tope.—Bromeó.
No supo cuánto tiempo había pasado, pero ya se estaba aburriendo de ver tantos estudiantes en celo y mientras finalizaba el quinto o sexto trago, apoyó el codo derecho en la barra y sujetó su mentón mirando a un grupo de chicos.
Se veían demasiados ricos para estar en un lugar así, ¿Cuál sería la historia? Seguramente rebeldía contra sus perfectos padres.
Soltó un bufido y se puso nuevamente de pie, ya no esperaría, quería irse a casa. Sin embargo cuando lo hizo, alcanzó a ver cómo uno de los chicos del grupo introducía en el trago de una niña, una especie de polvo blanco. No necesitaba estar cerca para saber qué había hecho.
Se preocupó por la chica, mas no sabía si debía meterse o no.
Se congeló en su lugar junto a la barra y esperó un par de minutos, hasta que sus pensamientos la movilizaron y sin pensarlo dos veces, caminó hasta la pareja que bailaba en medio de la pista y con su hombro golpeó a ambos con demasiada fuerza. —¡Oh, lo siento! Que torpe he sido.— Murmuró sonriendo al joven, al tiempo que se aferraba a sus brazos, dejando que la chica corriera al baño. La había liberado, pero no se iría así no más.
En cuanto quedaron solos, se acercó mordiendo su labio inferior y sus dedos trazaron suaves lineas hasta el abdomen flacucho, ¿En serio? —Entonces, ¿Un chico como tú podría interesarse en una chica como yo? O tú novia se pone celosa— Preguntó y de nuevo fingió una sonrisa coqueta, juntando sus labios en la oreja del niño.
No esperó una respuesta y con su mano hábil, agarró con extrema dureza los testículos y apretó hasta que lo notó llorar. —No vuelvas a hacer eso, machito. O te dejo sin pene.— No aflojó sus dedos e incluso incremento la presión, hasta que él niño prometió a gritos que no lo haría.
Al soltarlo, le sonrió sincera y volteó para ir en busca de la chica. —Oh, pero es que no creo que hayas sido honesto.— Y sin darle tiempo a reaccionar, aprovechó que el chico estaba doblado sujetando sus partes y estampó su puño en movimiento ascendente y rápido, seguro para romper la nariz.
La bolsa de carne llena de hormonas cayó al suelo y fue una hermosa imagen, que pena que la niña no estaba allí para verlo. En fin.
Empujó la puerta del baño con su bota y arrugó la nariz cuando el aroma llegó hasta sus fosas nasales. No estaba tan ebria para afrontarse a lo siguiente. Mierda.
Se quitó la sangre de los nudillo, los cuales ya se estaban inflamando pero no le importó; se acercó hasta sujetar los cabellos de la rubia.
—Ya, tranquila. Sólo deja que tú cuerpo lo expulse y cuando estés lista, te llevaré a casa...O a beber un poco de agua.— Dijo dándole palmadas a su espalda. No sabía qué más decir, pero supuso que eso era lo que ella hubiese querido oír, cuando nadie la defendió.
Los dedos que toman mi cabello para echarlo hacia atrás son amables y ese gesto hace que mis sollozos sean más pronunciados, me ahogo con ellos. Los ojos me pican por las lágrimas que se van derramando por mis mejillas, se sienten calientes por la rabia y la impotencia. Presiono mis palmas contra mis párpados cerrados, como si ese gesto pudiera impedir la continuación de un llanto que se transformará en un océano si no logro detenerme. No puedo quebrarme hasta que no llegue a casa. Nunca he llorado por fuera de mi habitación y no comenzaré esta noche. Asiento obedientemente a las indicaciones que me da la desconocida, es agradable tener alguien que se preocupe por mí. En el espejo me cruzo con su mirada y su rostro no significa nada para mí, juro que nunca antes la he visto. —Gracias— musito.
De la canilla cargo un poco de agua en mi palma para limpiar mi garganta y combato una nueva sensación de náusea, acabo escupiendo todo en el lavado. Tiemblo de cuerpo entero por la sacudida de una tos que interrumpe mi respiración y abro mi boca para tomar bocanadas profundas hasta que logro articular mi voz otra vez. —No quiero ir al hospital— gimo. Acepto cualquiera de las otras sugerencias de la chica, pero no a que me lleve al hospital, por más que mi estado sea pésimo. Si mis padres se enteran… si tienen que ir a buscarme… Niego con mi mentón, de un lado al otro en un movimiento frenético. Con esto lo único que consigo es que se acentúe mi mareo y estoy esperando el subidón de nausea, tengo el estómago vacío, maltratado.
Cuando tengo la certeza de que no tengo nada más para devolver, limpio mi boca con la palma y uso el agua que nunca dejó de correr para lavar mi mano. —Tampoco quiero volver a casa— murmuro, me falla un poco la voz. Miro mi rostro demacrado en el reflejo del cristal que tengo delante y mi piel se ve casi transparente, la luz del baño es cruel para mi semblante, nunca me había visto así. No me gusta lo que veo, ni como me siento. Como una tonta. —Fue asqueroso— y no hablo de las náuseas. La droga hizo su parte para inducirme al vómito, pero el imbécil también hizo su aporte en la pista. —Fui una estúpida— jadeo.
De la canilla cargo un poco de agua en mi palma para limpiar mi garganta y combato una nueva sensación de náusea, acabo escupiendo todo en el lavado. Tiemblo de cuerpo entero por la sacudida de una tos que interrumpe mi respiración y abro mi boca para tomar bocanadas profundas hasta que logro articular mi voz otra vez. —No quiero ir al hospital— gimo. Acepto cualquiera de las otras sugerencias de la chica, pero no a que me lleve al hospital, por más que mi estado sea pésimo. Si mis padres se enteran… si tienen que ir a buscarme… Niego con mi mentón, de un lado al otro en un movimiento frenético. Con esto lo único que consigo es que se acentúe mi mareo y estoy esperando el subidón de nausea, tengo el estómago vacío, maltratado.
Cuando tengo la certeza de que no tengo nada más para devolver, limpio mi boca con la palma y uso el agua que nunca dejó de correr para lavar mi mano. —Tampoco quiero volver a casa— murmuro, me falla un poco la voz. Miro mi rostro demacrado en el reflejo del cristal que tengo delante y mi piel se ve casi transparente, la luz del baño es cruel para mi semblante, nunca me había visto así. No me gusta lo que veo, ni como me siento. Como una tonta. —Fue asqueroso— y no hablo de las náuseas. La droga hizo su parte para inducirme al vómito, pero el imbécil también hizo su aporte en la pista. —Fui una estúpida— jadeo.
Moira no solía ayudar a desconocidos dentro o fuera del bar, pero algo en aquella niña o situación, la obligó a actuar. Tal vez sólo era su lado feminista, ese que aborrecía a los machitos dispuestos a hacer de todo, con tal de meter el pene...Pero vamos, recurrir a las drogas o pociones, ¿Qué tan bajo podía alguien caer?
Sujetó con cuidado los cabellos de la rubia y aunque no apartó la mirada, su rostro demostró desagrado. No le gustaba para nada estar tanto tiempo en el sucio baño.
—No te llevaré al hospital, estás drogada y probablemente eres menor, ¿Tienes idea de lo mal que me vería yo en esta situación?— Comentó como si fuera obvio y esperó a que se sintiera un poco mejor. La bruja extendió el brazo y de la muñeca se quitó una coleta negra, la cual utilizó para anudar sus cabellos en una trenza. Como no era tan largo quedó algo desaliñada, pero servía.
Así Moira pudo apartarse y darle espacio. Eso era lo que la chica necesitaba.
Se cruzó de brazos y apoyó uno de los hombros sobre la mugrienta pared. —Vale, conozco un bonito lugar para ir, pero primero asegúrate de que no me vomitarás encima.— Pidió elevando las comisuras de sus labios en una pequeña sonrisa.
El olor a encierro y demás cosas, ya la estaba disgustando, necesitaba hacer que la rubia se moviera un poco más rápido...Sin ser brusca. —No te preocupes por él, le di su merecido y no volverá a molestarte. Ahora vamos, es asqueroso estar aquí y estoy segura de que en aquel inodoro, hay una pareja teniendo sexo.
Volvió a acercarse y esta vez tomó a la niña por el brazo, para ayudarla y guiarla a través del tumulto de gente danzante. Claro que antes de salir del baño, arregló un poco su rostro con un pedazo de papel higiénico. —Levanta el mentón y pon tú mejor sonrisa, que ese idiota no vea como arruinó tú noche. Que piense que tienes algo mejor esperándote afuera.— Aconsejó frunciendo el ceño y entonces si, salió.
No se detuvo, temía que la chica volviera a descomponerse en medio de la pista de baile, así que caminó con algo de rapidez hasta que sintió la fresca brisa de verano golpeando su rostro. —¿Estás bien?
Sujetó con cuidado los cabellos de la rubia y aunque no apartó la mirada, su rostro demostró desagrado. No le gustaba para nada estar tanto tiempo en el sucio baño.
—No te llevaré al hospital, estás drogada y probablemente eres menor, ¿Tienes idea de lo mal que me vería yo en esta situación?— Comentó como si fuera obvio y esperó a que se sintiera un poco mejor. La bruja extendió el brazo y de la muñeca se quitó una coleta negra, la cual utilizó para anudar sus cabellos en una trenza. Como no era tan largo quedó algo desaliñada, pero servía.
Así Moira pudo apartarse y darle espacio. Eso era lo que la chica necesitaba.
Se cruzó de brazos y apoyó uno de los hombros sobre la mugrienta pared. —Vale, conozco un bonito lugar para ir, pero primero asegúrate de que no me vomitarás encima.— Pidió elevando las comisuras de sus labios en una pequeña sonrisa.
El olor a encierro y demás cosas, ya la estaba disgustando, necesitaba hacer que la rubia se moviera un poco más rápido...Sin ser brusca. —No te preocupes por él, le di su merecido y no volverá a molestarte. Ahora vamos, es asqueroso estar aquí y estoy segura de que en aquel inodoro, hay una pareja teniendo sexo.
Volvió a acercarse y esta vez tomó a la niña por el brazo, para ayudarla y guiarla a través del tumulto de gente danzante. Claro que antes de salir del baño, arregló un poco su rostro con un pedazo de papel higiénico. —Levanta el mentón y pon tú mejor sonrisa, que ese idiota no vea como arruinó tú noche. Que piense que tienes algo mejor esperándote afuera.— Aconsejó frunciendo el ceño y entonces si, salió.
No se detuvo, temía que la chica volviera a descomponerse en medio de la pista de baile, así que caminó con algo de rapidez hasta que sintió la fresca brisa de verano golpeando su rostro. —¿Estás bien?
Con mis dedos húmedos limpio las comisuras sucias de mi boca, me deshago del sabor desagradable de mis vómitos con un poco de agua que uso para refrescar mi garganta y escupo sobre la el lavado. El malestar está pasando. Estaré en problemas si voy a un hospital, y lo de ser menor es un detalle que ni siquiera había considerado, más aterrada por la idea de tener a mis padres exigiéndome respuestas que no podría dar delante de un par de sanadores. Me avergonzará por mucho tiempo que esto sea consecuencia de mi propia estupidez. Debería desconfiar de la ayuda que me ofrece una extraña cuando minutos antes fui víctima de mi ingenuidad, si la sigo es porque me marca el camino fuera de este baño, de esta bar. Porque al menos se preocupó por mí, y eso es patético, que eso baste para seguir a una persona a donde sea.
Tanteo con mis dedos la trenza que armó con mi cabello deshecho, y la miro confundida cuando me dice que le dio su merecido al chico. ¿Lo vio todo? Está segura de que su castigo será suficiente para que no me incordie en una segunda oportunidad, no lo sabré con certeza hasta el lunes que vuelva a ver a las chicas que me trajeron y conozca la versión oficial y en circulación de lo que ocurrió hoy. —Gracias— musito, por asistirme en el baño cuando me ahogaba en mis náuseas y por lo de este chico. Hablo contra el papel que presiona en mi rostro para limpiar las evidencias que quedan. —No me importa qué pueda pensar ese idiota, ni que crea que hay algo mejor esperándome fuera— repito. Por Morgana, no. Me asquea solo pensar en ello, no quiero estimular su retorcido interés con la idea de que me voy con otro chico. —Solo quiero irme y pasar de él—. También tendré que verlo el lunes en clases y me tocará actuar como si no existiera.
El trayecto desde el baño hasta la salida fue más corto de lo que me temía, hundí mis codos en algunas costillas para abrirme camino y estuve fuera en unos pasos a través de la pista, de nuevo con la chica que me socorrió en el baño. En la acera, el fresco de la noche me recorrió el cuerpo. Se estremeció la piel de mis brazos y me sacudí la sensación moviendo mis hombros. —Creo que sí— contesto. Es pronto para decir que me siento como nueva, el malestar sigue quemándome el estómago. Coloco una mano sobre mi pecho para calmarme, paso saliva para seguir aclarando mi garganta. —¿Conoces alguna cafetería cerca que abra toda la noche?— pregunto. Sé que me dijo que me llevaría a otro lugar, pero no quiero abusar de su solidaridad y también… ¿en serio puedo confiar en ella? Supongo que sí, hay algo en la chica que me dice que lo haga. —Por cierto… me llamo Synnove. ¿Y tú eres…?— espero conocer su nombre al menos.
Tanteo con mis dedos la trenza que armó con mi cabello deshecho, y la miro confundida cuando me dice que le dio su merecido al chico. ¿Lo vio todo? Está segura de que su castigo será suficiente para que no me incordie en una segunda oportunidad, no lo sabré con certeza hasta el lunes que vuelva a ver a las chicas que me trajeron y conozca la versión oficial y en circulación de lo que ocurrió hoy. —Gracias— musito, por asistirme en el baño cuando me ahogaba en mis náuseas y por lo de este chico. Hablo contra el papel que presiona en mi rostro para limpiar las evidencias que quedan. —No me importa qué pueda pensar ese idiota, ni que crea que hay algo mejor esperándome fuera— repito. Por Morgana, no. Me asquea solo pensar en ello, no quiero estimular su retorcido interés con la idea de que me voy con otro chico. —Solo quiero irme y pasar de él—. También tendré que verlo el lunes en clases y me tocará actuar como si no existiera.
El trayecto desde el baño hasta la salida fue más corto de lo que me temía, hundí mis codos en algunas costillas para abrirme camino y estuve fuera en unos pasos a través de la pista, de nuevo con la chica que me socorrió en el baño. En la acera, el fresco de la noche me recorrió el cuerpo. Se estremeció la piel de mis brazos y me sacudí la sensación moviendo mis hombros. —Creo que sí— contesto. Es pronto para decir que me siento como nueva, el malestar sigue quemándome el estómago. Coloco una mano sobre mi pecho para calmarme, paso saliva para seguir aclarando mi garganta. —¿Conoces alguna cafetería cerca que abra toda la noche?— pregunto. Sé que me dijo que me llevaría a otro lugar, pero no quiero abusar de su solidaridad y también… ¿en serio puedo confiar en ella? Supongo que sí, hay algo en la chica que me dice que lo haga. —Por cierto… me llamo Synnove. ¿Y tú eres…?— espero conocer su nombre al menos.
Con las manos temblorosas dentro de los bolsillos y el rostro algo cubierto gracias a la capucha de su chaqueta, la morena empezó a caminar por la abandonada calle, dejando atrás todo el ruido y música del bar.
—Sígueme, conozco el lugar perfecto.— Comentó e intentó sonreír. Si bien Moira tenía ya 27 años, le encantaba salir a bailar y beber hasta sentir la cabeza pesada y las risas fáciles, y como ya no soportaba la resaca del mismo modo que lo hacía de adolescente, la cafetería de la esquina era su refugio y paraíso. —Sólo estamos a un par de cuadras del mejor café que hayas probado.
La presentación no tardó en llegar y durante unos segundos, dudó. Ella jamás le decía su nombre a desconocidos, incluso utilizaba varios entre los distintos grupos de amigos, ¿Por qué se había metido en medio de un problema que no la involucraba? Hasta donde Moira sabía, la niña podía ser espía y una fantástica actriz. Tenía que tener cuidado.
—Un gusto Synnove, a mi me dicen Mary.— Rodó un poco los ojos divertida y pateó una piedra fuera del camino. —Pero mi nombre en realidad es Elizabeth y lo odio. Así que Mary para ti también.
El centro de la ciudad parecía abandonado, excepto cuando cruzaron la calle principal y un grupo de ebrios empezaron a silbar y gritar "piropos". Moira les levantó el dedo medio y sin pudor replicó a gritos. —¡Mi varita es más grande que sus putos penes, idiotas!— Y tomando el brazo de la rubia, aceleró un poco el paso.
No tenía miedo, pero tampoco se enfrentaría a un grupo de hombres, cuando la única persona que le cubriría la espaldas era una niña drogada.
Una cuadra más y ante ambas apareció la hermosa cafetería, adornada con luces azules y rojas, azulejos blancos y negros, suave música y un exquisito aroma a bollos recién horneados. —El paraíso.— Murmuró elevando las comisuras en una sonrisa verdadera y casi que empezó a correr para ocupar su mesa favorita junto a la ventana. —¿Qué quieres comer y beber? — Preguntó una vez dentro, mientras paseaba la mirada por el menú que conocía de memoria. Mmm una hamburguesa estaría bien.
—Sígueme, conozco el lugar perfecto.— Comentó e intentó sonreír. Si bien Moira tenía ya 27 años, le encantaba salir a bailar y beber hasta sentir la cabeza pesada y las risas fáciles, y como ya no soportaba la resaca del mismo modo que lo hacía de adolescente, la cafetería de la esquina era su refugio y paraíso. —Sólo estamos a un par de cuadras del mejor café que hayas probado.
La presentación no tardó en llegar y durante unos segundos, dudó. Ella jamás le decía su nombre a desconocidos, incluso utilizaba varios entre los distintos grupos de amigos, ¿Por qué se había metido en medio de un problema que no la involucraba? Hasta donde Moira sabía, la niña podía ser espía y una fantástica actriz. Tenía que tener cuidado.
—Un gusto Synnove, a mi me dicen Mary.— Rodó un poco los ojos divertida y pateó una piedra fuera del camino. —Pero mi nombre en realidad es Elizabeth y lo odio. Así que Mary para ti también.
El centro de la ciudad parecía abandonado, excepto cuando cruzaron la calle principal y un grupo de ebrios empezaron a silbar y gritar "piropos". Moira les levantó el dedo medio y sin pudor replicó a gritos. —¡Mi varita es más grande que sus putos penes, idiotas!— Y tomando el brazo de la rubia, aceleró un poco el paso.
No tenía miedo, pero tampoco se enfrentaría a un grupo de hombres, cuando la única persona que le cubriría la espaldas era una niña drogada.
Una cuadra más y ante ambas apareció la hermosa cafetería, adornada con luces azules y rojas, azulejos blancos y negros, suave música y un exquisito aroma a bollos recién horneados. —El paraíso.— Murmuró elevando las comisuras en una sonrisa verdadera y casi que empezó a correr para ocupar su mesa favorita junto a la ventana. —¿Qué quieres comer y beber? — Preguntó una vez dentro, mientras paseaba la mirada por el menú que conocía de memoria. Mmm una hamburguesa estaría bien.
Me reconforta mejor que cualquier palabra de aliento saber que estamos a unas cuadras de una buena taza de café. Pese a que el estómago se me revuelve al imaginar el aroma de bollos a estas horas, agradeceré con todo mí ser una bebida caliente y que me devuelva el espíritu al cuerpo, porque creo que también lo arrojé por las tuberías del lavado de aquel baño. —Entiendo— murmuro a su explicación de por qué prefiere un nombre que se me hace común a otro que no es menos frecuente, y en mi mente terminó por entrelazar ambos. —Por mi está bien— acepto usar el apodo que eligió. —¿Y por qué Mary?— la interrogo, con mis sentidos un poco trastornados y el malestar de la droga todavía rondando mi sangre, me amaño para que mi curiosidad característica se exprese.
La incomodidad que siento al escuchar el barullo que causan un grupo de borrachos para atraer nuestra atención, hace que apriete mis pasos y camine casi a la par de la chica, rozando su brazo con el mío. Esto también me da la estabilidad para andar en un sentido recto por la vereda. Su actitud es tan radical a la mía, que no dudo en que se defenderá si tiene que hacerlo, incluyéndome en su hazaña. No tengo la misma confianza en mis habilidades y el miedo es algo que me hinca las costillas, no importa la sensación de seguridad que experimento a su lado. Sé que estoy en el lado incorrecto de la ciudad, cuando debería estar en mi dormitorio a estas horas, y por lo general, este tipo de cosas nunca acaban bien. Dentro de la cafetería recobro un poco de mi paz y esa idea de que estoy en un sitio protegido. —Café y…— murmuro, se me cierra el estómago por el aromo dulzón en el aire. —Un sándwich— pido a regañadientes, sé que tengo que poner algo en mi estómago para contrarrestar el gusto nauseabundo que me queda en la garganta.
Cargo con un poco de dinero como para pagar mi comida y lo llevo hasta una mesa con sillones enfrentados, al lado del ventanal que da a la calle. Los destellos de luces de la calle son insuficientes para las sombras que quedan atrapadas en los callejones y en los pórticos de los edificios de departamentos. Me mareo un poco al seguirlas con la mirada. Abro el sándwich para reacomodar las verduras de una manera más prolija en la que me entregaron, usando las yemas de mis dedos para hacerlo. Cuando lo tengo armado a mí gusto, doy la primera mordida y mi estómago gruñe. Paso el bocado con un trago de café. —¿Alguna vez consumiste drogas?— le pregunto a bocajarro y es que no creo que pueda tener esta charla mañana en el desayuno con mi padre.
La incomodidad que siento al escuchar el barullo que causan un grupo de borrachos para atraer nuestra atención, hace que apriete mis pasos y camine casi a la par de la chica, rozando su brazo con el mío. Esto también me da la estabilidad para andar en un sentido recto por la vereda. Su actitud es tan radical a la mía, que no dudo en que se defenderá si tiene que hacerlo, incluyéndome en su hazaña. No tengo la misma confianza en mis habilidades y el miedo es algo que me hinca las costillas, no importa la sensación de seguridad que experimento a su lado. Sé que estoy en el lado incorrecto de la ciudad, cuando debería estar en mi dormitorio a estas horas, y por lo general, este tipo de cosas nunca acaban bien. Dentro de la cafetería recobro un poco de mi paz y esa idea de que estoy en un sitio protegido. —Café y…— murmuro, se me cierra el estómago por el aromo dulzón en el aire. —Un sándwich— pido a regañadientes, sé que tengo que poner algo en mi estómago para contrarrestar el gusto nauseabundo que me queda en la garganta.
Cargo con un poco de dinero como para pagar mi comida y lo llevo hasta una mesa con sillones enfrentados, al lado del ventanal que da a la calle. Los destellos de luces de la calle son insuficientes para las sombras que quedan atrapadas en los callejones y en los pórticos de los edificios de departamentos. Me mareo un poco al seguirlas con la mirada. Abro el sándwich para reacomodar las verduras de una manera más prolija en la que me entregaron, usando las yemas de mis dedos para hacerlo. Cuando lo tengo armado a mí gusto, doy la primera mordida y mi estómago gruñe. Paso el bocado con un trago de café. —¿Alguna vez consumiste drogas?— le pregunto a bocajarro y es que no creo que pueda tener esta charla mañana en el desayuno con mi padre.
Sin dejar de avanzar a través de las oscuras calles de la ciudad, la morena hundió sus manos en los bolsillos de la chaqueta y empezó a tararear en voz baja. —An angel's smile is what you sell, you promise me heaven, then put me through hell...— Sin dejar de sonreír, moviendo las caderas al ritmo, agregó también un nuevo paso con la cabeza yendo hacia los lados estilo gusano. —Chains of love got a hold on me, when passion's a prison, you can't break free...
No sólo la pregunta la obliga a detener su maravilloso canto, también lo hacen el grupo de ebrios. Estaba segura que de volverse amistosa para llevarse a uno de ellos a la cama, no durarían ni cinco minutos y ella no se divertiría para nada. —Me gusta ese nombre, es sencillo...Y además por una vieja famosa escritora de un excelente libro conocido como...— Y abrió los ojos como platos, puso sus manos en forma de garras y susurró un pequeño "Chan chan chaaaaaaaaaaan". —Frankenstein.
Al tomar asiento en una de las mesas disponibles del concurrido café, pese a las altas horas de la madrugada, Moira notó a varios brujos y brujas amigos conocidos. No se molestó en saludar, tenía hambre y a eso venía, no a socializar.
Una camarera regordeta, con un poco de bigote y vistiendo un delantal blanco que solía estar limpio, se les acercó para tomar el pedido. —Si, un sándwich, un café y para mi...— Con los labios pegados a la nariz, en una especie de puchero, leyó las opciones que tenía escritas en el menú y al cerrarlo, sonrió. —Quiero una pizza con extra queso y un vaso de gaseosa light.
La mujer no tardó demasiado en traer el pedido y en cuanto tuvo en frente la maravillosa creación humana de masa, con salsa y queso derretido, Moira se sentó con las piernas cruzadas debajo de su trasero (extraña posición de yoga/indio) y atacó las ocho porciones usando sólo sus manos.
—Claro que sí, tengo 27 años y he probado casi todo, tanto las naturales como las "creadas" por muggles y magos.— Respondió sin sentirse culpable y tuvo que llenar su boca de bebida burbujeante, para no burlarse del extraño modo en que la niña comía. Era de la alta sociedad, lo sabía. Niños ricos. —Lo importante es tener un limite, no caer en la adicción y por supuesto, hacerlo porque uno quiere y no porque lo están obligando.— Entregó el discurso revoleando una rebanada de pizza encima de la rubia, pedazo que luego terminó en cuatro bocados.
Moira era diminuta, en peso y estatura, pero comía como gremlin mojado luego de las doce.
No sólo la pregunta la obliga a detener su maravilloso canto, también lo hacen el grupo de ebrios. Estaba segura que de volverse amistosa para llevarse a uno de ellos a la cama, no durarían ni cinco minutos y ella no se divertiría para nada. —Me gusta ese nombre, es sencillo...Y además por una vieja famosa escritora de un excelente libro conocido como...— Y abrió los ojos como platos, puso sus manos en forma de garras y susurró un pequeño "Chan chan chaaaaaaaaaaan". —Frankenstein.
Al tomar asiento en una de las mesas disponibles del concurrido café, pese a las altas horas de la madrugada, Moira notó a varios brujos y brujas amigos conocidos. No se molestó en saludar, tenía hambre y a eso venía, no a socializar.
Una camarera regordeta, con un poco de bigote y vistiendo un delantal blanco que solía estar limpio, se les acercó para tomar el pedido. —Si, un sándwich, un café y para mi...— Con los labios pegados a la nariz, en una especie de puchero, leyó las opciones que tenía escritas en el menú y al cerrarlo, sonrió. —Quiero una pizza con extra queso y un vaso de gaseosa light.
La mujer no tardó demasiado en traer el pedido y en cuanto tuvo en frente la maravillosa creación humana de masa, con salsa y queso derretido, Moira se sentó con las piernas cruzadas debajo de su trasero (extraña posición de yoga/indio) y atacó las ocho porciones usando sólo sus manos.
—Claro que sí, tengo 27 años y he probado casi todo, tanto las naturales como las "creadas" por muggles y magos.— Respondió sin sentirse culpable y tuvo que llenar su boca de bebida burbujeante, para no burlarse del extraño modo en que la niña comía. Era de la alta sociedad, lo sabía. Niños ricos. —Lo importante es tener un limite, no caer en la adicción y por supuesto, hacerlo porque uno quiere y no porque lo están obligando.— Entregó el discurso revoleando una rebanada de pizza encima de la rubia, pedazo que luego terminó en cuatro bocados.
Moira era diminuta, en peso y estatura, pero comía como gremlin mojado luego de las doce.
He leído muchos libros desde los nueve años, con un atracón de estilos variados a los trece años, muy pocos a partir de los dieciocho. La biblioteca que mi madre armó para nosotros en la sala tiene ejemplares de envidia, y por mi parte, fui coleccionando novelas. Sin embargo, no conozco el nombre de la escritora que menciona. Muevo mi cabeza de un lado al otro y tengo que apartar un mechón de cabello se metió entre mis labios. —Nunca escuché hablar de ella—. Y si tiene un libro tan excelente, ¿cómo es eso posible? A no ser que se trate de una autora muggle, mi mirada se abre de la sorpresa. Están prohibidos los libros muggles y esta chica ha leído uno, tal vez antes de que los censuraran. Pero, ¿cuándo fue eso? No parece mucho mayor que yo, a no ser que su apariencia desenvuelta me engañe, haciéndola parecer más joven de lo que es.
La observo con curiosidad en todo momento, cuando se sienta a la mesa que compartimos en la cafetería. Mi menudo sándwich en contra de la ración de pizza que se pidió, mi estómago pide por un poco de ese queso, pero muerdo el pan obligándolo a que se conforme con eso. La incógnita de su edad queda resuelta con rapidez, vuelvo a sorprenderme por la diferencia de casi diez años que hay entre nosotras. Bajo la luz blanca sus rasgos duros siguen dándome la impresión de ser más juveniles, su corte de pelo también la hace parecer un duende rebelde de la noche. Estoy pendiente de su relato porque nadie me ha hablado así, nunca. No descarto que alguno de mis compañeros sepa sobre pócimas más efectivas que el felix felicis para tener un día divertido, pero no suelen ser la compañía que frecuente. Precisamente porque son del tipo que luego colocan una de estas drogas en mi bebida cuando salimos a un bar.
—¿…También por muggles?— pregunto en un susurro. ¿Dónde las consigue? Los muggles son esclavos, ellos no… —Consumir drogas no está bien. No entiendo por qué la gente lo hace, es dañino para el cuerpo y promueves el negocio ilegal en el que se enriquecen unos pocos explotadores y deja una panda de adictivos que hacen lo que sea por conseguir una dosis más— he logrado sostener mi tonito de abogada moralista, el que estoy perfeccionando en el Royal, a pesar de que esta chica fue la que me sostuvo el cabello mientras vomitaba en el lavado de un baño sucio. —¿Por qué lo haces?— y es otra vez mi curiosidad imponiéndose.
La observo con curiosidad en todo momento, cuando se sienta a la mesa que compartimos en la cafetería. Mi menudo sándwich en contra de la ración de pizza que se pidió, mi estómago pide por un poco de ese queso, pero muerdo el pan obligándolo a que se conforme con eso. La incógnita de su edad queda resuelta con rapidez, vuelvo a sorprenderme por la diferencia de casi diez años que hay entre nosotras. Bajo la luz blanca sus rasgos duros siguen dándome la impresión de ser más juveniles, su corte de pelo también la hace parecer un duende rebelde de la noche. Estoy pendiente de su relato porque nadie me ha hablado así, nunca. No descarto que alguno de mis compañeros sepa sobre pócimas más efectivas que el felix felicis para tener un día divertido, pero no suelen ser la compañía que frecuente. Precisamente porque son del tipo que luego colocan una de estas drogas en mi bebida cuando salimos a un bar.
—¿…También por muggles?— pregunto en un susurro. ¿Dónde las consigue? Los muggles son esclavos, ellos no… —Consumir drogas no está bien. No entiendo por qué la gente lo hace, es dañino para el cuerpo y promueves el negocio ilegal en el que se enriquecen unos pocos explotadores y deja una panda de adictivos que hacen lo que sea por conseguir una dosis más— he logrado sostener mi tonito de abogada moralista, el que estoy perfeccionando en el Royal, a pesar de que esta chica fue la que me sostuvo el cabello mientras vomitaba en el lavado de un baño sucio. —¿Por qué lo haces?— y es otra vez mi curiosidad imponiéndose.
Moira pasó la lengua entre los dientes y el interior de sus labios, para quitar los restos de queso derretido y continuó comiendo, sin apartar la mirada de la pequeña rubia frente a ella. Una enorme sonrisa se formó en su rostro cuando notó la expresión de sorpresa y en respuesta arqueó una de sus cejas, bastante divertida. —Claro que no has oído de ella, creo que destruyeron la mayoría de sus libros y sin los han traducido, todavía no consigo una copia.— Y con eso quedaba esclarecido que la morena los había conocido antes del gobierno actual.
Finalizada la primer porción de su pizza, se acomodó para empezar con la siguiente, combinando bocados con pequeños sorbos a su bebida light.
No pasó por alto la mirada que la rubia le lanzó a su pobre y deliciosa comida, en cualquier otra ocasión habría abrazado su plato, mientras gruñía para que se apartaran, pero estaba de buen humor, por lo tanto tomó una rodaja y la dejó encima del sándwich demasiado ordenado.
Con la boca aún llena de masa, limpió las comisuras manchadas con salsa y sin poder evitarlo, observó a los demás presentes en la cafetería. Tenían que ser cuidadosas y más sobre los temas que hablaban en público.
Con tres porciones acabadas, tomó la cuarta y esta vez utilizó el dedo indice para quitarse los restos de comida entre las encías y el labio. —Shhh, niña.— La regañó para que no preguntara algunas cosas y luego escuchó el sermón, mordiendo el interior de la mejilla para no reír. —¿Crees que la gente se droga por placer o porque está felices con sus vidas? No, quien inhala polvo o se inyecta sustancias, lo hace para salir un rato del mundo de mierda donde vive, donde tal vez llega al fin de semana sin poder poner comida en sus boca. Si, consumir está mal y es dañino, pero no puedes decirle eso a quien no tiene un techo o un hogar donde refugiarse en invierno.— Se encogió de hombros, claramente la niña vivía en una pequeña burbuja como la mayoría de los Capitolio. —Sólo buscan un momento de paz, ya que son demasiados cobardes como para cometer suicidio.
No esperaba que la niña lo entendiera, cuando perdió a su madre y era todo lo que tenía, Moira se dedicó a beber, drogarse y vivir de cama en cama y de no ser por su madrina, seguiría dentro de un bar ahogándose en su propio vomito o buscando peleas sólo para sentir dolor.
Esa era una etapa concluida en su vida, más no por completo. —No soy drogadicta, no te preocupes que ya estoy vieja para esas cosas, pero cuando lo hago, simplemente es por una sana diversión.— Si, claro.
Finalizada la primer porción de su pizza, se acomodó para empezar con la siguiente, combinando bocados con pequeños sorbos a su bebida light.
No pasó por alto la mirada que la rubia le lanzó a su pobre y deliciosa comida, en cualquier otra ocasión habría abrazado su plato, mientras gruñía para que se apartaran, pero estaba de buen humor, por lo tanto tomó una rodaja y la dejó encima del sándwich demasiado ordenado.
Con la boca aún llena de masa, limpió las comisuras manchadas con salsa y sin poder evitarlo, observó a los demás presentes en la cafetería. Tenían que ser cuidadosas y más sobre los temas que hablaban en público.
Con tres porciones acabadas, tomó la cuarta y esta vez utilizó el dedo indice para quitarse los restos de comida entre las encías y el labio. —Shhh, niña.— La regañó para que no preguntara algunas cosas y luego escuchó el sermón, mordiendo el interior de la mejilla para no reír. —¿Crees que la gente se droga por placer o porque está felices con sus vidas? No, quien inhala polvo o se inyecta sustancias, lo hace para salir un rato del mundo de mierda donde vive, donde tal vez llega al fin de semana sin poder poner comida en sus boca. Si, consumir está mal y es dañino, pero no puedes decirle eso a quien no tiene un techo o un hogar donde refugiarse en invierno.— Se encogió de hombros, claramente la niña vivía en una pequeña burbuja como la mayoría de los Capitolio. —Sólo buscan un momento de paz, ya que son demasiados cobardes como para cometer suicidio.
No esperaba que la niña lo entendiera, cuando perdió a su madre y era todo lo que tenía, Moira se dedicó a beber, drogarse y vivir de cama en cama y de no ser por su madrina, seguiría dentro de un bar ahogándose en su propio vomito o buscando peleas sólo para sentir dolor.
Esa era una etapa concluida en su vida, más no por completo. —No soy drogadicta, no te preocupes que ya estoy vieja para esas cosas, pero cuando lo hago, simplemente es por una sana diversión.— Si, claro.
—¿Siempre es así?— pregunto, después de masticar un bocado de mi sándwich y uso mi pulgar para limpiar una miga que quedó prendida en la comisura de mi labio. Cierro mis manos alrededor del sándwich, mi mirada baja para cerciorarme de que ninguna verdura se escapa de su sitio. El tono que uso para hablar es vago, un tanto distante, a pesar del dramatismo que expuso en las razones por las que una persona consume drogas. —No estoy segura de que sea así en todos los casos. Es decir, ¿acaso no hay personas que tienen la mesa a rebosar de comida, una casa de lujo y todo lo material para compensar sus carencias afectivas? He leído sobre un par de celebridades que tuvieron que ir a rehabilitación…— expongo, con timidez alzo mis ojos claros hacia ella. —¿O me estás hablando de las razones por las que tú lo hacías?— bajo mi voz un poco más en un susurro que queda entre nosotros, tengo en cuenta su anterior llamada de atención sobre el lugar en el que nos encontramos con otros trasnochadores. —¿Por las que todavía lo haces?
Mi mirada transparente se posa en ella, quiero que sepa que no la estoy juzgando, sino tratando de comprenderla. Porque con su cabello corto oscuro, su actitud desafiante y la franqueza de sus comentarios, me intriga como lo haría un enigma a medianoche. —Si es algo que puedes controlar está bien, supongo— musito. —Cuando es algo que no puedes controlar es que todo acaba mal—. Enderezo mis hombros, mi espalda se sienta recta contra el respaldo de la silla, porque me han dado muchas charlar sobre la mesura y la disciplina, sobre el por qué tenemos que conocer y respetar nuestros propias límites, una educación en casillas de las que nunca me he movido. Hasta esta noche en que todo se está moviendo demasiado rápido. —¿Por qué querías suicidarte cuando eras más chica?— pregunto, exponiéndome a que se niegue a confiármelo, después de todo solo soy una chica que recogió de un bar.
Mi mirada transparente se posa en ella, quiero que sepa que no la estoy juzgando, sino tratando de comprenderla. Porque con su cabello corto oscuro, su actitud desafiante y la franqueza de sus comentarios, me intriga como lo haría un enigma a medianoche. —Si es algo que puedes controlar está bien, supongo— musito. —Cuando es algo que no puedes controlar es que todo acaba mal—. Enderezo mis hombros, mi espalda se sienta recta contra el respaldo de la silla, porque me han dado muchas charlar sobre la mesura y la disciplina, sobre el por qué tenemos que conocer y respetar nuestros propias límites, una educación en casillas de las que nunca me he movido. Hasta esta noche en que todo se está moviendo demasiado rápido. —¿Por qué querías suicidarte cuando eras más chica?— pregunto, exponiéndome a que se niegue a confiármelo, después de todo solo soy una chica que recogió de un bar.
Concentrada en devorar su preciosa y deliciosa pizza, no entendió a qué se refería la niña con aquella pregunta. Por suerte su silencio le dio pie para continuar lanzando sus pensamientos en voz alta y sin censura.
Tomó una de las servilletas para limpiar los restos de salsa alrededor de su boca y al tragar, respondió. —Por supuesto que no todos los casos son iguales, yo hablo de los que conozco en persona. Los artistas o celebridades que se drogan a pesar de tener todo lo material, igual sufren por algo. No a todos nos importa tener una bonita casa, esclavos, elfos y riquezas, a veces nos conformamos con el abrazo de una persona, una taza de té caliente en invierno y ya.—No quería sonar acusadora, pero inconscientemente su mirada recorrió a la chica de pies a cabeza. —Pero creo que es algo de lo que tú no entenderías.
Continuó tragando las porciones de pizza y cuando su plato estuvo vacío, siguió con la bebida burbujeante hasta hacer fondo. Levantó el dedo indice para callarla durante unos segundos y entonces lanzó el más ruidoso eructo.
Las carcajadas le siguieron, al tiempo que lanzaba una falsa mirada de disculpa a los demás presentes.
Moira decidió no responder a todas las preguntas de la rubia, ya se estaba tomando demasiada confianza y no le agradaba tanto. —No he dicho eso, no me quise suicidar, pero uno de mis mejor amigos si lo hizo. Sobredosis.— Se encogió de hombros y esperó a que la niña terminara su sándwich, para pagar e irse a casa. De todos modos, ya se veía mucho mejor que dentro de aquel mugroso bar.
Tomó una de las servilletas para limpiar los restos de salsa alrededor de su boca y al tragar, respondió. —Por supuesto que no todos los casos son iguales, yo hablo de los que conozco en persona. Los artistas o celebridades que se drogan a pesar de tener todo lo material, igual sufren por algo. No a todos nos importa tener una bonita casa, esclavos, elfos y riquezas, a veces nos conformamos con el abrazo de una persona, una taza de té caliente en invierno y ya.—No quería sonar acusadora, pero inconscientemente su mirada recorrió a la chica de pies a cabeza. —Pero creo que es algo de lo que tú no entenderías.
Continuó tragando las porciones de pizza y cuando su plato estuvo vacío, siguió con la bebida burbujeante hasta hacer fondo. Levantó el dedo indice para callarla durante unos segundos y entonces lanzó el más ruidoso eructo.
Las carcajadas le siguieron, al tiempo que lanzaba una falsa mirada de disculpa a los demás presentes.
Moira decidió no responder a todas las preguntas de la rubia, ya se estaba tomando demasiada confianza y no le agradaba tanto. —No he dicho eso, no me quise suicidar, pero uno de mis mejor amigos si lo hizo. Sobredosis.— Se encogió de hombros y esperó a que la niña terminara su sándwich, para pagar e irse a casa. De todos modos, ya se veía mucho mejor que dentro de aquel mugroso bar.
—Tal vez sí es algo que podría entender…— lo susurro tan bajo, tan para mí, que no creo que me haya escuchado. Daría muchas de las cosas materiales que tenemos con mis padres para poder disfrutar de un abrazo de cualquiera de ellos, lo necesito tanto como una bocanada de aire. Pero, ¿cómo explicárselo sin sonar como una niña que no se conforma con lo que tiene? Su realidad es, de lejos, muy diferente a la mía. Me habla de amigos como los que yo nunca tuve, que cuando menciona aquel que se suicidó, de mi boca sale un —Ah— que queda suspendido en la nada. No tengo nada que decir a eso, la miro como si acabara de descubrir en ella todo un mundo que no conozco y que podría, si le pidiera que me hable de éste. Pero al tocar el tema de la muerte, lo siento como un tabú que todavía no puedo superar. —Lo siento— murmuro, en un pésame sincero.
Después de eso lo que hago es devorar lo que queda de mi sándwich de vegetales, le agradezco a la chica su compañía cuando acabo mi cena de medianoche y creo que es hora de regresar a casa. Ella también tendrá un lugar al que volver y yo no puedo evadir por siempre la situación de enfrentar a mis padres en mi estado. Todos mis miedos son injustificados porque cuando llego, al único que tengo que decirle que no me siento del todo bien es a Sami, cada uno de mis padres está en su respectiva habitación. De niña hubiera espiado a través de una rendija de la puerta, pero a mi edad no hago más que quedarme en la oscuridad del pasillo unos minutos hasta que entro a mi habitación y cierro la puerta a mi espalda, dejando atrás todo lo ocurrido y relegándolo al fondo de mi mente.
Después de eso lo que hago es devorar lo que queda de mi sándwich de vegetales, le agradezco a la chica su compañía cuando acabo mi cena de medianoche y creo que es hora de regresar a casa. Ella también tendrá un lugar al que volver y yo no puedo evadir por siempre la situación de enfrentar a mis padres en mi estado. Todos mis miedos son injustificados porque cuando llego, al único que tengo que decirle que no me siento del todo bien es a Sami, cada uno de mis padres está en su respectiva habitación. De niña hubiera espiado a través de una rendija de la puerta, pero a mi edad no hago más que quedarme en la oscuridad del pasillo unos minutos hasta que entro a mi habitación y cierro la puerta a mi espalda, dejando atrás todo lo ocurrido y relegándolo al fondo de mi mente.
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