The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Se metieron en medio de la noche. Los gritos de seguro alertaron a los vecinos, pero tampoco me importan demasiado. Solo amagué a intentar salir por la ventana, pero ser un muggle contra la fuerza de las varitas no me dejó otra opción que ser arrastrado por los aires. Solo ruego, espero, que Arianne sea lo suficientemente inteligente como para echarme toda la culpa, para clamarse inocente, para limpiar su nombre antes de que la acusen de tener a un traidor dentro de su casa. Uno que, apenas me pinchan el dedo para tomarme una muestra de sangre, confirman en su tablet que el ADN hace chillar la lista de los más buscados de NeoPanem. Esos enemigos públicos del gobierno que han rastreado por más de una década y que solo significan miserias. Para mí, esto tiene otro significado: esto se ha acabado. Lo sé mientras me arrastran, inmóvil por un encantamiento que me prohibe la defensa personal pero que me mantiene consciente como para saber que, cuando los aurores me hacen aparecerme junto con ellos, no estamos en la prisión. Reconozco las mansiones, el olor de los ricos y las náuseas en mi garganta. No he estado aquí en una eternidad y sé que no saldré con vida.

El vestíbulo se encuentra en penumbras, pero sé que Jamie Niniadis fue advertida y estoy seguro de que estoy aquí por su capricho, no por protocolo: dudo que a todos los que capturan los hagan pasar por su casa. Mis ojos tienen la movilidad suficiente como para pasear por la sala, reconociendo un jarrón que casi rompo en una ocasión y, de ser capaz, sé que me pondría a gritar. Muero por gritar. El sudor frío me recorre completo mientras avanzamos por una casa que empieza a despertar en plena madrugada, hasta que parpadeo por culpa de la luz tenue que se enciende en cuanto ingresamos a una habitación. Basta con que me quiten la inmovilización y me dejen caer al suelo para que me dé cuenta de donde estamos: el despacho de la ministra. Un movimiento de varita basta para esposarme a un macizo escritorio de roble y me dejan allí, solo, respirando con la agitación de un animal enjaulado. Tengo que escapar, no sé cómo, pero no puedo quedarme aquí.

Tironeo una, dos, tres, hasta diez veces, pero solo consigo que se me corte la circulación de la muñeca y que el pesado mueble solo cruja, pero no se mueve. Bufo de frustración, pero acabo volteando la cabeza cuando oigo la puerta a mis espaldas y veo al rostro que creí no tener que volver a ver en mi vida. A pesar de la sensación desagradable en la boca de mi estómago, me las arreglo para sonreírle con burla y desprecio — Un placer verte, Jamie — mascullo — Espero no interrumpir algún sueño sobre un desmembramiento de bebés o algo así.
Benedict D. Franco
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Jamie D. Niniadis
Que la llamaran en plena noche no era algo que soliese pasar a menudo. Por lo general, no habían asuntos de mi interés pasadas las 8 de la tarde, hora que dedicaba exclusivamente a mi labor como madre y una vez Hero dormía, a la documentación atrasada propia del cargo que ostentaba; pero de vez en cuando, una vez cada trimestre, sucedía algo fuera de lo normal y por lo general, siempre era cosa de los rebeldes. Estaba descansando en la cama junto a Sean cuando tocaron la puerta de la habitación; tuvieron que hacerlo varias veces para que alguno de nosotros despertara. Lo primero en lo que pensé fue en que sería Hero, otra vez con pesadillas o con alguna cosa que había recordado hacer a última hora de la noche, pero al abrir la puerta envuelta en una bata de de seda, me encontré a un elfo doméstico sosteniendo en alto una nota con la cabeza gacha y balbuceando lo que sonaba como una disculpa por despertarme.

La tomé creyendo estar segura de lo que leería en ella, pero ni en un millón de intentos,  habría conseguido adivinar lo que ponía.

La luz del pasillo despertó a Sean quien a pesar de estar aún adormilado, de inmediato preguntó que pasaba. Me giré regresando hacia la cama, recuperando la varita de la mesa de noche y esbozando una sonrisa que parecía el inicio de una conversación tierna entre una pareja. — Es un asunto sin importancia. Duérmete. — Cerré la puerta detrás de mi y despaché al elfo con un gesto de mi mano dándole la orden de no dejar salir a Hero de su cuarto, pasara lo que pasara, y quien bajo un simple gesto de mano, desapareció de inmediato.

Recorría el camino hacia mi despacho varias veces al día, pero por alguna razón, aquella se sentía diferente. Con un movimiento de la varita cambié mi indumentaria por algo mucho menos cómodo y bastante similar al uniforme de Aurores que solía llevar en los eventos públicos, con varias protecciones extra por seguridad, que habían inventado en el distrito tres después de la trágica muerte de varios ciudadanos sangre pura hace ya tiempo y de que fingieran también mi propia muerte. Era básicamente un uniforme. El uniforme de una mujer que va directa hacia un asunto pendiente.

Benedict era ese asunto pendiente.

Abrí la puerta lentamente y le sonreí al escuchar su saludo, disfrutando de la imagen que tenía delante: atado y tirado al suelo, con su actitud prepotente tan familiar e inconfundible. Sabía que era él porque en la nota lo explicaba todo; lo que le sorprendía y muy gratamente, es que recordaran la orden que había dado hace años, de que personas con nombres concretos como Benedict o Seth, pasaran primero por su mano en vez de ir directo a alcatraz como todos los demás. Hasta yo misma lo había hecho, porque llevaban años sin aparecer y las posibilidades de que lo hicieran eran cada vez menos. Pero ahí estaba. Él y su marito careto de muggle de mierda.

Cruccio — Llevaba la varita en la mano así que solo tuve que ponerla en ristre mientras el rayo de luz roja surcaba mi oficina a gran velocidad hasta impactar en el cuerpo de Ben. Sus gritos hicieron eco en el despacho y estoy segura de que también en la casa, y se mezclaron con los míos, de júbilo amortiguado, mientras andaba hacia el interior como si estuviera brincando de emoción. Y lo estaba. Solo que reprimiendo la mitad de esta para parecer todo lo madura que debería. — Creía que sí... pero definitivamente no estoy soñando esto. Gritabas de dolor de otra forma en mis sueños. Como una niñita de 14 años. La que eras cuando te fuiste — Me puse delante de él colocando mi varita contra su garganta, presionando con toda la intención de enterrársela. — Oh, Benedict. El pequeño y frágil Benedict. — Retiré mi varita y rodeé el escritorio, arrastrando la silla hacia un lado. Realmente parecía una niña pequeña a la que acababan de darle su regalo de cumpleaños. Una vez la puse delante del chico -porque para ella, eso seguía siendo- me senté en esta, como si esto se tratara de una reunión placentera.

Con la varita en una mano y la punta de esta jugueteando en el índice de la otra, bajé la mirada hacia él. — Cuéntame. ¿Qué te trae por mi humilde morada? ¿Vienes por otro de mis hijos?
Jamie D. Niniadis
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
El rayo de luz que tan bien recuerdo es lo primero que me alcanza y también es la razón por la que mi cuerpo sucumbe a caer por completo al suelo, encogiéndose como un insecto herido. Mi primera reacción es apretar la mandíbula hasta sentir que los dientes crujen, pero es uno de los latigazos de dolor el que me retuerce hasta quebrar mi voz en un sonido que hiere mi garganta. Todo sigue igual, hasta el modo en el cual jadeo en busca de aire cuando quedo tendido boca arriba y tengo que dar bocanadas para calmar a un corazón que ha quedado acelerado luego de la tortura. Oigo su burla, esa que me hace escupir a un lado en un intento tanto de vaciar mi boca de la saliva acumulada por el dolor tanto como demostrarle mi opinión. No me dura demasiado la postura, porque pronto la varita aprieta mi cuello y siento la nuez subir y bajar, clavando mis ojos en los suyos entre el flequillo. Odio su habilidad de metamorfomagia, porque puedo ver su rostro tal y como lo vi en el pasado y siento una vez más que soy un enano enclenque que no ha hecho otra cosa que sufrir. Sus palabras son como un suero temporal, algo que me arrastra al pasado y me estremecen, pero aún así no pienso demostrar cómo me toca. Ya me ha ganado antes, no voy a darle ese gusto ahora — Pequeño y frágil, pero aún así sigo vivo. Algunas cosas cambian con los años… ¿No lo crees? — aunque mis extremidades tiemblan, mi mano se mueve como si pudiese librarse. Sé que es inútil, pero tampoco voy a dejar que me torture hasta la muerte quedándome quietecito.

La sigo con la mirada hasta que toma asiento y yo me quedo ahí, a sus pies. Los temblores siguen, pero la respiración intenta volver a un ritmo mínimamente normal. Mi boca se tuerce en una risa sarcástica y muda, me giro en el suelo y apoyo allí una mano para impulsarme hasta quedar de rodillas — Oí que tienes una nueva, sí. ¿Esa sí te respeta o también finge hacerlo? — nunca he comprendido del todo lo que Seth piensa de su madre, pero aún así saboreo de mis palabras — Créeme que este es el último lugar donde me gustaría estar, así que dime tú: ¿Qué hago en tu humilde morada? ¿Quieres volver sobre nuestra última conversación o ya lo superaste? Porque si quieres que te hable de tu hijo, vas a gastar tiempo, saliva y ganas. Esa información jamás vas a oírla de mí — pueden haberme herido, pueden haber tenido sus errores, pero el catorce y Seth siguen siendo mi familia. Se me crispa el rostro y ladeo un poco la cabeza, entornando la mirada que va de su varita a su rostro — Sabes que podría ahorcarte con mis propias manos si no tuvieses ese palito, ¿verdad? — y eso es lo que más me llena de impotencia. Jamie solo es poderosa porque tiene la capacidad de matarme con un movimiento de ese objeto. Si no lo tuviera, creo que disfrutaría de escuchar como se rompen sus huesos uno por uno. Me he prometido que no soy un asesino, pero esto es personal.
Benedict D. Franco
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Jamie D. Niniadis
¿Qué aún sigue vivo? Una risa sarcástica se escapó de mis labios, ligera y suave, apenas audible. Dejé de jugar con la varita un momento mientras centraba en los bordes mi mirada, como si estuviera memorizando cada detalle de esta. No quería mirar a Ben porque había una parte de mi que le arrancaría una parte del cuerpo por cada año que se había llevado a Seth lejos, y lo haría en el futuro, pero debía ser lo bastante paciente como para que no fuera antes de que pudiera averiguar algo que realmente mereciera la pena. — En el mundo real la gente no cambia, Benny — Aquel apodo era puro sarcasmo y dejaba entre ver lo mucho que me arrepentía de no haberlo matado cuando había tenido la oportunidad. Seth había presentado varios indicios, ahora que miraba hacia atrás, si tan solo hubiera estado más pendiente de él que de dirigir el mundo, podría haber parado toda esa locura.

A diferencia de Seth que era puro genio, mi hija sacó lo bueno de la familia. No es tan tonta y estúpida como para creer las mentiras de un asqueroso muggle con buena labia y por suerte aprendió la diferencia entre un mugroso chucho y un amigo siendo muy pequeña. — Estaba segura de que Seth había tomado aquella decisión en caliente y que cada día de su vida se arrepentía de lo que había hecho. Conocía a su hijo, tenía cierta tendencia a hacer estupideces y luego no ser lo bastante valiente para afrontar las consecuencias. En lo que a mi respectaba, Seth solo era un niño estúpido. Mi niño estúpido. — Tengo curiosidad. ¿Qué fue lo que le dijiste? ¿que creyera en la posibilidad de que muggles y magos convivieran en armonía? — No pude terminar esa frase sin soltar una carcajada, una real, no una irónica fingida. Aquel sueño era ridículo pensado por gente ridícula sin ninguna concepción sobre la realidad. — Por merlín, dime que no fue tan estúpido como para tragarse algo así. — El régimen de los Black creía en la igualdad y mira como acabó, con un grupo rebelde queriendo quemarla viva. Esa era precisamente la situación que había aprovechado para recupera el poder, prometiéndoles a los muggles ese mundo idílico que ya tenían, pero no era suficientemente bueno para ellos. — Al menos espero que le hayas dicho la verdad... que él te importaba una mierda y solo querías escapar.

Los black se lo habían montado bien durante décadas pero consideraba un graso error que hubiera permitido a muggles con dones creer que podían formar parte de la élite. Eran esos exactamente los que más problemas les estaban dando ahora.

Puse mis ojos en blanco un momento antes de ladear mi cabeza para observarlo de nuevo, con un odio contenido bastante irracional, al escuchar que no iba darme información de Seth. Acabé esbozando una risa, que se transformó en una ahogada, cuando lanzó aquella amenaza. Tuve que echar la cabeza hacia atrás. — Oh Benny, este palito es precisamente la razón por la que los esclavos son ustedes. — Descrucé las piernas y me incliné hacia adelante, balanceando la varita frente a sus narices, evaluando por que parte suya destrozar antes. — Además, no puedes ser tan desagradecido. Una varita como esta es lo que ha impedido que diera contigo estos últimos 15 años. Si no no habría existido lugar en la tierra donde hubieras podido esconderte de mi, mocoso impertinente — Un movimiento brusco de la varita apuntando a su pierna, y un silencioso diffindo salió disparado, rasgando no solo la tela sino parte de su piel, en una herida bastante profunda que empezó a sangrar de golpe. Extendí mi zapato hasta la herida, apoyando el talón en el suelo y la parte del empeine sobre su pierna, presionando después de forma intermitente a conveniencia, solo para despertar el dolor y recordarle quien era la que tenía el control. — ¿Cuántos magos pusieron las defensas? ¿dos? ¿tres? ¿Las mantiene Seth? ¿cuántos sois? ¿Diez? — Estaba soltando demasiadas preguntas a la vez, pero quería mantener a raya el hecho de que por un instante, parecía que recuperar a Seth era más importante que encontrar a diez doce tarados que se habían escapado de mi régimen y que se habían limitado a existir los últimos quince años sin entrometerse en nadie. Lo del 14 era una obsesión personal, porque Seth estaba allí, porque Benedict fue quien lo llevó; y porque probablemente el mocoso hijo de Orion Black hubiera acabado allí por error.

Pero eso ultimo no pensaba desvelarlo no era tan estúpida; dudaba mucho que lo supieran de todas maneras y no quería que acabaran pensando que podían usarlo contra ella. — Estás aquí porque esto es personal. Y lo voy a arreglar de forma personal. Si no vas a hablar de Seth, entonces hablemos de ti... ¿De donde vienes y a qué viniste? porque deduzco que no viniste solamente a destrozar la vida de Arianne Brawn. — Mi tono era de cautela, que dejaba clara mi intención de castigar cada una de las actitudes o respuestas que no considerara válidas.
Jamie D. Niniadis
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
La gente no cambia, eso lo sé bien. El mundo real es una mierda y lo aprendí hace mucho tiempo, pero también me niego a creer en la realidad en la cual ella se jacta de vivir. Los Black fueron una basura autoritaria, Jamie Niniadis es una peste mucho peor. Ninguno de ellos ha sido jamás santos de mi devoción y no empezaré a arrepentirme ahora, ni por salvar mi pellejo. Que crea que he tenido que convencer a su hijo es lo que me arrebata la risa cargada de sarcasmo, anotando mentalmente que su hija es una persona que no me interesa conocer en lo absoluto — Yo no he tenido que hacer nada. Tú misma te encargaste de alejarlo — es obvio que no estoy aquí para hacerle de consejero familiar, pero creo que está mujer obtusa tiene que aprender algunas verdades — Lo cree. Seth sabe que se puede vivir en armonía sin tener que matarnos los unos a los otros. Pero tú jamás te tomaste la molestia en siquiera conocerlo — escupo las palabras como si fuesen veneno, a sabiendas de que no servirán de nada. Jamie ha pasado más de quince años convencida de su inocencia y nada de esto tiene sentido. Lo siguiente es lo que me hace endurecer el semblante, prensando mis labios hasta que reclamo mis palabras — Me importa más de lo que jamás te ha importado. Eso es suficiente.

No sé qué es más psicópata, si su sonrisa o ese apodo que recuerdo como el que mi madre utilizaba conmigo cuando tenía cinco años. Y sí, una varita me mantuvo a salvo, pero hay un detalle... — Si no abusaran en primer lugar, no habría necesidad de que una varita me proteja. Y sabes que ya me limpio los mocos por mi cuenta como para que me llames "mocoso", ¿no es así? — molestarla con algo tan banal me entretiene un segundo, hasta que el dolor me quema la piel y el calor de la sangre empapa mi ropa, haciendo que mi torso se escoja hacia delante con un gruñido de dolor que se asemeja a mi personalidad de la luna llena. Me estremezco, moviéndome en un intento de apartar su presión, pero estoy más centrado en negar efusivamente a las palabras que me llegan a la lejanía — Los suficientes como para decirte "vete a la mierda — no me la va a dejar pasar, lo sé, pero no cometeré el mismo error por el cual me he arrepentido todos estos años.

Reconozco la humedad involuntaria de mis ojos a causa del dolor y tironeo de mi mano libre para poder presionar mis dedos sobre la sangre, esa que empapa el tono pálido de mi piel. Sé que pierdo el poco color de mi rostro cuando la miro, respirando entrecortadamente — Arianne Brawn es inocente. Yo la encontré. Yo me metí en su casa. Era un nombre cómodo cuando quise meterme en el cuatro — sé que va a asumir que le estoy mintiendo y es verdad, pero prefiero aferrarme a eso mientras dure. Mi instinto me lleva a lanzarme hacia delante y la muñeca me tira con brusquedad al recordarme que sigo esposado al escritorio, pero aún así puedo hablar entre dientes, más cerca de ella — No soy el niño que conociste hace quince años, Jamie — mascullo en tono arrastrado, destilando la ira contenida — No voy a doblarme ante tu poder o tus locuras. Si quieres matarme como sé que deseas hacerlo, solo mátame de una vez. Pero debes saber que, aunque me arranques la piel o me quemes con vida, no obtendrás nada a cambio. Eres un ser miserable y algún día, vas a morir miserable y nadie, ni Seth, va a llorar — mis palabras se evaporan con el escupitajo que lanzó de lleno en su cara, seguro de que esa es mi sentencia. Que se joda.
Benedict D. Franco
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Jamie D. Niniadis
Cerré los ojos con fastidio y di un ligero bote cuando la saliva de Ben chocó contra mi cara. Dejé escapar un ligero ruido de mi garganta que demostraba el asco que eso me daba y me reincorporé lentamente. Con el talón golpee la herida de su pierna y me separé de la mesa, usando la varita para levantar su cuerpo. Las cadenas se soltaron del escritorio pero se alargaron hasta atarse en el techo y mantener su cuerpo colgando, con los brazos extendidos del todo sobre su cabeza y los pies apenas tocando el suelo. Su imponente altura era todavía más destacable ahora que estaba ligeramente por encima.

Con otro movimiento de mi varita un pañuelo de seda apareció delante de mi, que utilicé para limpiarme la cara. Cada palabra que salía de este puto idiota hacía que me hirviera la sangre, sobre todo aquellas donde hablaba de Seth concretamente. Tenía la esperanza de que se separaran en alguna parte del camino y hubiera acabado muerto porque eso era más fácil de aceptar que el que se creyera las patrañas acerca de un mundo igualitario que era imposible por culpa de la propia humanidad. No respondí a ninguna de sus provocaciones porque consideraba que era mejor que eso. Y no pensaba darle el gusto.

El comentario sobre Arianne Brawn no lo había lanzado al azar, tenía como meta comprobar algo que dejó absolutamente claro cuando la defendió. Tenía que ser estúpido para creer que iba a tragarme esa mentira cuando habría sido más creíble que se la comiera en el proceso si realmente había acabado en una casa al azar; estaba segura de que tenía la mente tan podrida como para arrastrar con él a todos los que pudiera cuando las cosas no le salían. Pero para mi, no era desconocida su relación con ella, que venía mucho más allá de un simple encontronazo en una noche aleatoria. Había sido su mentor en los juegos de los black, la chica que había luchado por su vida y el chico que la había sacado de allí con vida. Hay deudas que nunca se olvidan. — Eso lo dices ahora, pero todo el mundo tiene un límite y por desgracia para ti, se me da bien encontrar esos límites. — A pesar del tiempo que había pasado recordaba que Ben era muy sentimental. Habría ganado más torturando a su madre delante de él que moliéndolo a palos.

Pero no iba a recurrir a eso todavía. Primero, porque el único enlace que tenía era Arianne Brawn y aunque podía ordenar que la trajeran allí y eso tomaría un minuto, no estaba segura de hasta que punto existía una lealtad mutua. Segundo, porque tenía otra cosa en mente que le ahorraría acribillar a uno de los nuestros para conseguir algo que podía sacar de otra manera.

Me acerqué al escritorio para escribir algo rápido y con un chasquido de mis dedos, un elfo doméstico apareció en la habitación. Me agaché para susurrar una orden y se desvaneció con la misma rapidez, sin apenas reparar su presencia en el chico colgado del techo. — Puedes hablar con algo más que con tu boca, Benedict — Una sonrisa sarcástica asomó por mi expresión, durante los siguientes minutos restantes en los que parecía haberse pausado el mundo, situación que se mantuvo hasta que alguien tocó la puerta del despacho. — Adelante. — Un hombre de mediana edad, cabello cenizo y baja estatura oculto tras unas gafas que ocupaban la mitad de su rostro, entró en la habitación. — Te presento al Señor Stewart. Es único en su especie. — Uno de los mejores legerementes del departamento de aurores. Se limitó a saludar como si esto fuera una reunión formal, inclinándose ligeramente ante su presentación. No hizo preguntas, porque en la nota estaba descrito el motivo por el cual lo requería.

—  Esta vez cambiemos de estrategia. ¿Dónde está el distrito 14? — Le di dos segundos, los justos para empezar una frase que sabía sería otra respuesta impertinente para lanzar una nueva maldición torturante, que se sucedió de otra, y de otra y de otra. Cada uno de ellas impactando en su cuerpo antes de que el dolor de la anterior se desvaneciera. No me interesaban sus impertinencias, mentiras o excusas. No me interesaban otra cosa que las barreras de su mente se fueran cayendo a pedazos, lo que permitiría al Señor Stewart hacer su trabajo. — Debes echar mucho de menos ese trozo de tierra en medio de ninguna parte.... No debe ser muy grande... ni muy cálido. Sospecho donde puede estar toda esa gente... más allá del desierto del norte... pero necesito algo más. ¿Un bosque? ¿Un río? ¿una montaña? Debe ser lindo para que hayáis aguantado allí encerrados durante todos estos años... — Fui soltando la información que teníamos en base a lo poco que habíamos averiguado sobre aquel distrito a través de los años, e indagando otra en el proceso, todo con la intención de que alguna de mis palabras generara recuerdos en su cabeza que el Señor Stewart pudiera utilizar a nuestro favor. — Estoy muy segura de que cuando acabe contigo, desearás no haberte ido nunca de allí — esta vez, al mover mi varita, el hechizo que salió de esta fue un diffindo directo hacia su pecho.
Jamie D. Niniadis
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Su golpe solo me vale un gruñido ronco, aunque todo mi cuerpo se queja en cuanto las cadenas dejan el escritorio y acaban en el techo, estirando cada uno de los músculos que gritan por algo de descanso. Me limito a apretar los labios con la respiración contenida, seguro de que quejarme solo será una muestra de la debilidad que no pienso mostrar ahora — Es una pena que no hayas encontrado el tuyo… — dejo caer como un comentario al azar, un simple murmullo. Ella va y viene, no dice mucho más por un rato que se me hace eterno y que me obliga a imponer algo de fuerza en mis brazos para evitar que mis muñecas sufran en carne viva.  No es hasta que ella habla y la puerta se abre que me fijo en lo que sucede, chequeando al recién llegado. “Único en su especie” — ¿Alguna especie de híbrido entre grillo y humano? — pregunto con sorna, seguro que de poder moverme con mayor libertad, patearle el pecho a ese hombrecillo bastaría para dejarlo fuera de juego.

Dice que cambiará la estrategia, pero su pregunta da paso a lo que me esperaba. Los espasmos sacuden mi anatomía y apenas puedo escucharla entre los gritos que ahogo en mi garganta al obligarme a mantener la boca cerrada, frunciendo el rostro como si eso fuese de utilidad para evaporar el dolor. Si no abro los ojos, si me mantengo a oscuras, todo pasará más rápido y podré morir de una vez. Sé que Jamie es la clase de animal que prefiere jugar con la comida antes de comérsela, pero dudo que tenga paciencia después de quince años. Si no soy útil, no puede retenerme. Y ella habla, no deja de hablar y yo solo quiero que se calle, que se esfume — Encerrados… — es una pausa de sus torturas la que uso para soltar un comentario que sale por sí solo, incrédulo porque creyese que viviríamos sin salir. Somos más libres que toda su gente, incluso con aurores corriendo detrás de nosotros. En nuestro pedazo de tierra, protegido por varitas tal y como ella dijo, muy lejos de aquí.

La miro apesumbrado, porque ella no sabe lo que me ha llevado a irme y tampoco voy a decirlo. Todavía recuerdo a la perfección los rostros de los que no quisieron escucharme y pensar en ello duele casi tanto como mi cuerpo, pero no puedo detenerme demasiado porque el repentino corte que abre la piel de mi pecho me quita un quejido alto y genuino que no esperaba soltar. Creo notar que la sangre cae al suelo, pero me centro en jadear y tomar bocanadas de aire continuas, buscando algo de lucidez en un cuerpo que no funciona del todo bien. Sé que el tipo-grillo tiene toda su concentración en mí, pero no sé si el mareo que siento es por los juegos de Jamie o los suyos. Sacudo la cabeza como si pudiese quitarme la nube de encima, reconociendo cierta sensación. Esa que me fastidiaba hace tanto tiempo… — No puedes romper un fidelio con un legeremente — le gruño. ¿Así se llamaban? Sea como sea, no soy mago, no tengo la capacidad de frenar a esas personas. Genial. Simplemente genial.
Benedict D. Franco
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Jamie D. Niniadis
No le dejaba respirar, cada vez que parecía que iba a abrir la boca para decir algo, a duras penas dejaba que solo pronunciara la primera palabras. «Encerrados» fue la señal para que un nuevo cruccio saliera de mi varita, esta vez con más potencia, aunque dudaba que fuera solo lo mucho que estaba disfrutando de aquello, probablemente también sus propias barreras cayéndose en pedazos. — No estaban encerrados — La voz del Señor Stewart rompió los gritos de Ben, haciendo que me girara para mirarlo. No era la única información que parecía haber sacado de él. Siguió hablando. — Venían por provisiones de vez en cuando. — Soltaba información al azar, que parecía estúpida, pero para mi, era útil. — ¿Cómo venían?Seth¿Cómo sabes que era Seth?Yo no. Él. — Señaló a Ben con un gesto de su cabeza parar referirse a que la persona que sabía que era Seth, aunque no lo reconociera físicamente el propio Stewart, era porque Benedict le había puesto nombre a su rostro. — No era el único que podía trasladarlos. Hay más... Echo... ¿Duane?... — Fue sacando los nombres a trompicones, como si Ben se estuviera resistiendo a soltarlos pero una parte de él no pudiera evitarlo. Al final, el nombre de Jared asomó indeciso entre los mencionados y eso chirrió en mi cerebro. ¿Jared? ¿Mi Jared?Fidelio. Los protege un Fidelio. Cuatro magos ayudaron a ponerlo. — Había detenido los hechizos contra Ben y por consiguiente, su frase sobre el fidelio no se hizo esperar. Me giré para mirarlo con una ligera burla, pero cierto asco reprimido de que un muggle supiera eso. — Ya lo sé. — La idea de que pudiera haber un hechizo potente que los ocultara, había aparecido en mi cabeza más de una vez, pero resultaba bastante satisfactorio confirmar que no tenía un grupo de aurores ineptos incapaces de encontrar un simple hechizo de protección. No. Realmente estaban luchando contra algo grande.

La información que pudo sacar de Ben no se detuvo ahí, Stewart consiguió averiguar varias cosas más que no resultaban útiles como táctica militar, pero sí como satisfacción personal mía, como el hecho de que Benedict estuviera escapando del repudio de su propia gente por razones que Stewart no pudo sacar en claro. Pero eso daba lo mismo. — ¿Por qué les defiendes Benedict si ya no te quieren allí? — Me pude hacer mil ideas sobre los motivos de que su propia gente les repudiara, y solo podía pensar en las razones por las cuales yo lo haría si aún estuviera bajo mi régimen. Hizo algo que no me gusta. Habló con alguien en quien no confío. — ¿A quien los vendiste? tsk tsk tsk — Chasqueé la lengua. — ¿A la Black? Hay rumores de que volvió... aunque creo que algún aficionado está jugando con su nombre solo para cabrearme. — Pero tenía lógica, ¿no? si tomábamos por un hecho que el heredero de los Black hubiera acabado en el 14. Esa estúpida daría cualquier cosa por recuperarlo. — Benedict, oh, Benedict. — Mientras tomaba asiento en el escritorio, moví su cuerpo de posición con la varita. Este se zarandeó bruscamente hasta dar la vuelta para quedar justo en medio de la habitación. La sangre de sus heridas ya había llegado hasta sus pies y algunas gotas de sangre empezaban a caer. — Podrías seguir jugando a los granjeros si no hubieras tocado a mi hijo... así que voy a ser benévola. Los chicos de 15 años hacen estupideces todo el rato... Entrégame a Seth y yo te devolveré a la persona que más aprecias en este mundo. — Desde la nueva posición en la que Ben estaba, podía ver su propio reflejo. — Melanie, era. ¿No? El nombre de tu hermana.
Jamie D. Niniadis
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Me gustaría decirle que pare, que se detenga, que nada de esto es algo que pueda considerarse humano o decente. Obvio que no, ella no lo es. Y yo no tengo la capacidad ni la fuerza de bloquearlos, a ninguno de los dos, porque estoy condenado a un martirio que me rebajaba a ser la raza débil. Ellos pueden hurgar en mi cabeza, incluso cuando busco desviar los pensamientos hacia otras cosas. Pero no, no funciona así. Obvio que no funciona así…

El dolor cesa, al menos por un momento. El ardor sigue allí, demasiado presente como para ignorarlo. Sé que no respiro bien, hay un sonido en cada inhalación que no es normal. Y aún así, la escucho, sintiendo cierto veneno que acompaña una pesadez inevitable, porque sé bien por qué los defiendo a pesar de lo que haya ocurrido. Mi garganta se encuentra irritada, así que solo alcanzo a negar con la cabeza, porque yo no los vendí. Jamás lo habría hecho. Menos a los Black, que tampoco merecen nada de mi parte, salvo repudio.  Su burla es constante, pero me molesta menos de lo normal a causa del movimiento de mi cuerpo, el cual se sacude lo suficiente como para hacerme apretar la mandíbula al tratar de contener un nuevo quejido. Quizá es solo moverme, pero el hacerlo latiguea a mi cuerpo magullado. Y seguiría ignorándola, si no fuese porque hay un nombre que capta de inmediato mi atención.

Sé que puede ver mis ojos, esos que se han dirigido hacia ella antes de recuperar la voz para reírme con sequedad — Melanie murió hace una eternidad — no sé cómo consigo que el sonido salga, pero lo hace. Ronco y apagado, delatando lo mucho que me cuesta usar la voz, pero lo hace — No hay magia que pueda traer a los muertos a la vida, no soy tan ignorante. ¿Qué vas a ofrecerme? ¿El inferi de mi hermana? — escupo un poco de sangre que me fastidia el habla y dejo caer la cabeza. No tengo por qué verla al hablar. No quiero pensar en Mel tampoco. Todo eso fue hace mucho tiempo — Ella está muerta y Seth está vivo. ¿Y sabes? Es feliz. ¿Por qué pensaría que me darías algo por él, cuando los dos sabemos que prefieres que desaparezca a que siga vivo? — no tiene lógica, al menos no en mi mente. Y sin embargo, una parte de mí quiere oír lo que tenga para decir.
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¿Quien te dijo eso? ¿Seth? — Me burlé de inmediato, con un ligero tono de sorna que apareció al mismo tiempo que mencionaba el nombre de mi hijo. Pero ese rostro de satisfacción momentánea se borró de golpe cuando él me restregó su felicidad en la cara. Sentí cada parte de mi cuerpo arder de furia y le habría rajado en dos en ese mismo instante sin pensármelo dos veces, solo por impertinente. Por suerte, había una voz al fondo de mi cerebro, haciendo ruido constante, diciéndome que todavía no. — ¿Por qué voy a quererlo muerto? ¿Crees que todo ese paripe que monté para encarcelarlo era por odio? — Me senté contra el escritorio, dejando mis piernas colgando en el aire, mientras de la varita salían unos ligeros hilos que se entrelazaban los unos con los otros, hasta transformar aquello en un látigo que chasqueaba constantemente, como si tuviera una carga eléctrica en ella. — Te recuerdo que fue culpa tuya. Prefería renunciar a su vida para salvarte, que condenarte como el asesino que eras — Escupí las palabras como si fueran veneno, a pesar de que intentaba reprimirlas.

Tal vez mi actitud calmada fuera creíble por un instante, pero el odio que emanaba de mi cuerpo con la sola presencia de Benedict fue completamente tangible cuando utilicé aquel hechizo para lanzarle un latigazo directo al cuerpo que seccionó su pecho de nuevo, esta vez con un aliciente de dolor adicional. — Ese es el idiota al que yo le di la vida. No lo quiero muerto. — Seth era la razón por la que había hecho todo lo que hice hasta ese momento; ¿cómo iba a querer que desapareciera?

Un nuevo latigazo le golpeó, esta vez por el costado, con una fuerza mayor que la primera que hizo retroceder a Stewart, quien de repente permanecía en la habitación solo callado. — ¿Eso es lo que te preocupa? ¿Que mate a mi propio hijo? Benedict, si él no hubiera sido tan estúpido para seguirte hoy en día sería el mago más poderoso de este país. Y sabría algo que no sabe. Que sí se puede traer a los muertos de vuelta. — El siguiente movimiento de mi varita fue hacia sus pies, de donde surgieron unas nuevas cadenas que se ataron al suelo y luego se tensaron, empezando a estirar su cuerpo mucho más de lo que físicamente podía estarlo. — Dime donde está. Aún puedes recuperar a tu hermana. Tú y yo salimos ganando. Esta clase de ofertas solo se presentan una vez en la vida.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
A mí, a él… da igual — jamás voy a entender cómo funciona la mente retorcida de la ministra de Magia. Mis ojos se fijan más en los chasquidos eléctricos que salen de su varita, a sabiendas de que eso es algo completamente nuevo y notando como mi cuerpo se inquieta, removiendo unos pies que se sienten como plomo. Sí, siempre me va a acusar de que soy un asesino, pero ya he pasado muchos años meditando sobre ello y opto por no sentirme herido, a sabiendas de que es mi culpa que la vida de Seth hubiese cambiado. Y suya, porque es ella quien inició toda esta locura cuando tenía el poder de simplemente instalar el mundo idílico que los rebeldes profetizaban cuando los Black estaban al poder — ¿Nunca te preguntaste por qué eligió ese camino? No puedes ser tan necia… — pero mis ganas de burlarme de ella se evaporan cinco segundos, esos donde una nueva clase de dolor me sacude como si fuese un trozo de papel en el aire. No es como los castigos de látigo del mercado de esclavos, sino como si un golpe filoso cortase tu piel con la seguridad de que cada poro debería llorar en agonía.

No puedo contestar, más los golpes siguen y estoy seguro de que mi vista se nubla, con un cerebro demasiado asfixiado como para poder pensar con claridad. No puede estar hablando en serio, no cabe la posibilidad de que no esté mintiendo o jugando conmigo. Parpadeo en varias ocasiones, sin reconocer la voz que sale de mi cuerpo en señales de dolor que cada vez son más débiles, tratando de no perder el conocimiento. O quizá sí, porque si lo hago, eso haría que todo esto se terminase de una vez. Pero Melanie… — ¿Qué oferta? — no me reconozco, pero una parte dentro de mí se agita — No puedo creerte. Lo que me dices es antinatural — y sin embargo… — ¿Por qué habría de creerte y vendértelo, cuando si él hubiese querido volver, podría haberlo hecho en estos quince años?
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Ben hacía la pregunta equivocada. Sí me había planteado mil veces la razón por la que Seth eligió un camino que no le correspondía, pero todas llevaban al mismo sitio: a la creencia ciega de que solo había sido un estúpido niño que había tomado la decisión más importante de su vida en caliente. Y lo defendería por ello hasta el día de su muerte porque se negaba a pensar que no tuviera unos ideales iguales a los míos. Lo hice callar nuevamente con un cruccio porque no soportaba su impertinencia, no soportaba la manera en la que decía las cosas como si tuviera razón. No soportaba su estúpida cada de muggle. Debería haberlo matado cuando tuve la oportunidad, antes de que escapara, antes de que se llevara la persona más preciada de mi mundo; la razón por la que construí este país.

Lo que peor me sentó fue la cruda realidad, esa parte en la que Seth podría haber regresado si hubiera querido. — ¡MENTIRA! — Moví la varita con tal rapidez que hizo un ruido al romper el aire. Un cruccio golpeó de nuevo contra Ben, esta vez mucho peor por toda la rabia contenida. — Le engañaste para que cubriera cuando mataste a ese auror. Le engañaste para ¡que te sacara de aquí! — Alternaba hechizos de tortura sin pensarlos demasiado, esta vez fue el turno de nuevo del hechizo seccionador que impactó directo contra su abdomen. — ¡Le engañaste para que se fuera contigo! — Otro seccionador, esta vez por el costado. Avanzaba alrededor de él como un león apunto de saltar sobre su presa para destrozarlo y devorarlo por piezas. — ¡¿Te crees que no sé también que lo engañaste para que no regresara?! — Esta vez, fue el turno de un nuevo cruccio. Estaba absolutamente furiosa, negándome a ver la realidad. Una que Stewart si veía. Para él, era fácil saber que Benedict no mentía. No en lo que a Seth respectaba. Pero no abrió la boca ni una sola vez porque mientras yo torturaba a ese hombre que colgaba en medio de mi despacho, estaba tan fuera de mis cabales que aquel hombre creía fervientemente que, de abrir su boca, ocuparía el lugar de aquel prófugo traidor.

Cuando el cruccio se cortó, el diffindo lo siguió, pero esta vez, cortó de lleno las cadenas del techo haciendo que el cuerpo de Ben golpeara el suelo en seco. Para entonces ya no hablaba. Apenas respiraba. Pero mi varita no se detuvo. Uno de mis pies golpeó su herida y añadió una nueva tortura a la lista, y seguí así hasta que Stewart por fin perdió el miedo y utilizó su voz para llamar su atención. «Ministra, él ya no le oye». Había perdido los papeles, mi cabello se había desacomodado de su sitio, el cuerpo de Benedict ya no se retorcía en el suelo ni emitía ruido alguno.

Lo pateé.

Tardé varios minutos en calmarme antes de volver a hablar. — Ya no requiero de sus servicios, Auror. — No tenía intención de quedarse, se limitó a hacer una reverencia y a marcharse. Acto seguido, varios elfos domésticos hicieron su aparición. — Encadénenlo en las mazmorras. No he acabado con él. — Tras un «Sí, señora» tomaron el mugriento cuerpo de Benedict y lo desvanecieron del despacho. — Limpia esto — Esa fue la última orden que dí hacia la pequeña elfina que quedaba, antes de salir de mi despacho.
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Consejo 9 ¾
Puedo decir que tengo intenciones de darle una respuesta, pero soy incapaz de hacerlo. No sé si es por los maleficios o por la falta de fuerzas en el cuerpo como para siquiera dejar salir la voz. Me he transformado en un pedazo de carne que apenas respira, que siquiera puede emitir un sonido que valga la pena, cuyo cuerpo no es más que cortes y dolor tan agudo que, por un momento, hasta creo que no puedo sentirlo porque mi piel se ha anestesiado. No sé cuándo es que el cuarto termina por oscurecerse, pero en algún momento siento como mis sentidos se pierden y los gritos de Jamie Niniadis se pierden en una marea infinita, que me lleva a un estado total de inconsciencia donde, por al menos un rato, puedo escapar de ella y de toda su locura.

Cuando despierto, el dolor es insoportable y todo huele a humedad. No me demoro en darme cuenta de que me encuentro en una mazmorra, encadenado a una pared de piedra de la cual no podría separarme ni aunque mis muñecas fuesen libres. Y pasan las horas y sé que los días. Esa noche no fue la última vez que vi a Jamie Niniadis, porque es mi única visita regular. La que se encarga de que mi piel sea costra sobre costra y mi estado de conciencia se vuelva cada vez más corto. Sé que no habrá juicio, sé que cuando se harte de mí me ejecutará y plasmará su triunfo en las noticias después de tanto tiempo. Para mi desgracia, ese día no llega. Sigo vivo y sigo en sus manos, esperando en silencio que todo se acabe de una buena vez. Después de todo, esto es mi culpa.

Parece que ha pasado una eternidad cuando una voz diferente me despierta. Lo primero que veo son los ojos saltones de un elfo doméstico, iluminados por la varita mágica que viene en la mano de un hombre. Me pide que beba el agua que la criatura trae consigo y es ahí cuando reconozco su voz, sus ojos claros y su pelo cenizo. Sean Niniadis sostiene mi cabeza para ayudarme a beber y me habla con suavidad. Promete que todo puede acabarse, que su mujer no debe saberlo, que él puede darme una piedra que no comprendo a cambio de que lo ayude a contactar a Seth. Porque solo quiere verlo, saber que está bien, porque su preocupación siempre ha sido genuina. Él es el hombre que me sacó del mercado de esclavos, que ayudó a que mi amistad con Seth creciera, que detuvo a Jamie hace tantos años cuando pudo haberme matado. También es el hombre que me visita unas cuantas veces más, cura algunas de mis heridas y me habla de la Piedra de la Resurrección.

“Jamie no tiene que saberlo.”

“Solo quiero verlo.”


Son palabras vacías, pero las tomo en cuanto las jura. Porque si Sean Niniadis hace un juramento, una parte de mí sabe que jamás va a quebrarlo. O quizá solo estoy medio muerto.
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