OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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¿Qué me propones?
Las mañanas de fin de semana eran, sin duda, las favoritas de Elle. Se levantaba a la hora que le daba la gana, normalmente desnuda en la cama con su marido. A veces su hija ya estaba despierta y se quedaba en su habitación leyendo, otras veces se ilusionaba y preparaba galletas o tortitas para toda la familia. El silencio que reinaba en la casa, sin embargo, delataba que ese era uno de los días en los que Emma dormía todo lo que podía.
Elle se removió en la cama y acarició la espalda de su marido, que aún dormía —Elijah... Desayunamos? Es tarde— le susurró. Dejó un beso en la nuca de su marido y se levantó de la cama. Fue hacia el baño, dentro de la propia habitación, una suite con todas las comodidades existentes, y se metió dentro de la ducha. Se tomó su tiempo para dejar que el agua la purificase de todo estrés y agobio y se dio una buena ducha. Tras terminar, minutos después, se envolvió con una suave toalla de color azul claro y salió del baño.
Se dirigió a su armario y lo abrió, buscando un atuendo cómodo para estar por casa durante ese día de fin de semana. En la cama, Elijah seguía dormido, adorable, mas la doctora tenía ganas de poder desayunar con él —Venga, perezoso, que son casi las once— le dijo, riendo suavemente, con la voz teñida de dulzura, mientras iba hacia la cama y se sentaba al lado de su marido.
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¿QUÉ ME PROPONES?
¿Por qué tenía que levantarse? Ni la tentación de tener a su mujer desnuda en la cama era más grande que el sueño que sentía. Elijah simplemente quería dormir esos días que podía, respirar en paz acurrucado en la almohada y dejar otra hora más correr a su antojo, pero Elle no lo estaba poniendo fácil y a su segundo intento, Larsen comenzó a responder de otra manera más civilizada. Abrió los ojos y se dio ligeramente la vuelta para acabar bocarriba, posando los ojos en ella —¿Por qué te vistes? —preguntó con un puchero, alzándose finalmente para quedarse sentado. Sonrió y se levantó, desnudo como antes había estado ella y se metió en la ducha. Su cabeza estaba planeando demasiadas cosas para hacer ese día, pero ninguna le convencía.
Sólo una le cruzó fugaz por la cabeza, sintiendo como el corazón le iba más deprisa. ¿Estaría ella de acuerdo? ¿Qué diría? Elijah soltó el aire despacio, mientras se secaba y luego se vestía, saliendo finalmente del baño para mirar a Elle —Ya podrías haber hecho el desayuno —Quiso picarla y rodeó su cintura con los brazos para besarla —¿Estabas esperando a tu marido por si salía desnudo y mojado? —sonrió ladino con cierto ronroneo en la voz.
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¿Qué me propones?
Su marido empezó a reaccionar. Elle dibujó una sonrisa en su rostro, mientras terminaba de vestirse con ropa cómoda (pero bonita, eso siempre) para estar por casa. Ante la pregunta de su marido soltó una risa suave —Porque no te levantabas y me estaba aburriendo— respondió, divertida. Observó a Elijah mientras se incorporaba y le siguió con la mirada mientras se dirigía al baño, deleitándose con la visión de su cuerpo desnudo que él para nada intentaba ocultar. Era un juego silencioso que ambos disfrutaban siempre.
Elle tomó su varita de la mesilla de noche e hizo la cama con un movimiento rápido, ahorrándose el esfuerzo físico y aprovechando siempre sus capacidades. Cuando vio a Elijah salir desnudo del baño y preguntándole por el desayuno entornó los ojos, mas sabiendo que se trataba de una broma rodeó el cuello de su marido con ambos brazos y correspondió al beso que él le daba, contenta. Le acarició el pelo suavemente y volvió a besarle —No voy a negar que tenía la esperanza de que pasara— bromeó, jocosa, mientras volvía a besarle —. Va... ¿Quieres ir a desayunar ya?— le preguntó, regalándole otro beso, suavemente, con cariño.
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¿QUÉ ME PROPONES?
Elijah entornó los ojos y rió contento. La chispa que había conservado Elle durante su juventud no había desaparecido, ni el juego morboso que tanto había perdurado en ellos. Le gustaba, le encantaba y eso hizo que le regalase un suave mordisco en el labio —La señora Larsen tiene hambre. Parece mentira que seas una gata —torció el gesto con expresión divertida —¿Seguro que no eres loba? —La expresión le cambió a una de duda e incertidumbre, separándose de ella para quitarse la toalla y buscar una ropa más cómoda para ponerse.
Ropa interior, pantalón de chándal y camiseta de manga corta. Fueron las prendas que el ministro eligió para ese día libre y tranquilo que tenía por delante. Sonrió a Elle y la empujó con suavidad hacia la cocina, separándose de ella en el trayecto para ir abriendo ventanas y descorriendo cortinas —¿Te apetece algo en especial? —Y la fruta y el cuchillo salieron volando hasta posarse en la encimera y empezar a cortar y a distribuirse por los platos.
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¿Qué me propones?
Tras ese mordisco juguetón en el labio, Elle miró a su marido con la adoración propia de quien lleva mucho tiempo con alguien. Le acarició el brazo, riendo, divertida —¿Loba? Solo en ocasiones especiales, ya lo sabes— bromeó. La rubia tomó asiento en la cama y observó a su marido mientras se vestía, sin querer perderse tal espectáculo para la vista. Siempre que tenía la oportunidad de mirar a su marido, lo hacía. Y ya no por la belleza de su cuerpo (que también) sino por la paz interior que sentía al reconocer esos gestos, esas miradas, los músculos y la piel del que llevaba siendo su compañero durante muchos años. Y los que les quedaban por delante.
Cuando Elijah puso rumbo a la cocina, Elle se dejó llevar por él. La luz de la mañana empezó a inundar la casa. Elle se sentó en una silla de la cocina mientras la fruta empezó a pelarse sola en la encimara y pensó en lo que le había preguntado su marido —Me apetece chocolate. Algo de fruta, pero... Chocolate. ¿Quedan de esas galletas tan ricas?— preguntó, sintiendo un verdadero antojo. Se dirigió a la cafetera y empezó a preparar el café para ambos. Siempre le gustaba, cuando tenía tiempo, prepararlo ella, sin hechizos, sin magia, como un pequeño ritual de despertar.
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