OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
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Ojos rasgados me siguen desde el otro lado de la sala, su falsa indiferencia juega con la mía, estamos calibrando nuestras voluntades y probando quien es el primero en ceder. Hago trampa al sacar de mi mochila unas galletitas y para tentarla, hago ruido al cortarlas por la mitad. Me llevo un primer bocado a los dientes y entonces la gata abandona su puesto en al alfeizar para cruzar la habitación en tres saltos hasta posarse sobre la mesa que ocupa el centro. Barre con sus patitas el caos de potes de pintura y pinceles, al llegar a mí me da un manotazo en la barbilla para que le convide las galletas. Maulla ruidosamente, exigiendo. -Basta, Frida. No te daré nada- niego, porque eso le eriza los pelos del lomo de la frustración. Sus uñas raspan mi mentón al volverse más demandante y me saca una sonrisa. -Hubieras sido amable desde un principio- la reprendo. Sí, también me gusta pelear con animales.
Sus manotazos me tienen al borde de la banqueta, al echar mi espalda hacia atrás para evitar el raspón de sus garras. Se posa sobre mi morral para tomar altura y apuesto a que también trata de volver esto en un chantaje. Tengo algo que quiere, ella se adueñará de algo mío. Mi cámara está fuera, esperándola. Frida es todo menos fotogénica, lleva semanas escapando del foco mi lente. Le doy una de las galletitas para distraerla que atrapa ansiosamente con sus patitas, y tomo la oportunidad de capturar una imagen de ella. Aguardo a que acabe con las migas, alce su cabeza para pedirme un poco más, y vuelvo a apuntar. Sale rodeada de los pinceles sucios y la mesada manchada de pintura como cuando la conocí. Comparto el resto de mi ración con ella, porque se lo ha ganado.
Recorro toda la sala con mi mirada, hay cuadros inacabados y las herramientas dispuestas para continuar. Mi merienda coincide con un momento del día en que se halla absolutamente vacía, como pude comprobar en otras ocasiones cuando vine a clases de fotografia y vagué por los corredores buscando un lugar donde pasar el rato cuando nos daban un receso. Encontrar a la gata sentada en una butaca frente a un lienzo fue señal de que encontré mi refugio. Nunca me tardaba más de diez minutos, todo indicaba que alguien volvería o un grupo de alumnos. Solían quedar cuadernos de bocetos sobre la mesada y estaba echando un vistazo a uno para pasar el rato. Gire un par de veces al cuaderno para poder descifrar el dibujo. -¿Es una mariposa o un pato?- me pregunto en voz alta. Levanto el cuaderno en dirección a la gata. -¿Qué opinas, Frida? ¿Mariposa o pato?
Sus manotazos me tienen al borde de la banqueta, al echar mi espalda hacia atrás para evitar el raspón de sus garras. Se posa sobre mi morral para tomar altura y apuesto a que también trata de volver esto en un chantaje. Tengo algo que quiere, ella se adueñará de algo mío. Mi cámara está fuera, esperándola. Frida es todo menos fotogénica, lleva semanas escapando del foco mi lente. Le doy una de las galletitas para distraerla que atrapa ansiosamente con sus patitas, y tomo la oportunidad de capturar una imagen de ella. Aguardo a que acabe con las migas, alce su cabeza para pedirme un poco más, y vuelvo a apuntar. Sale rodeada de los pinceles sucios y la mesada manchada de pintura como cuando la conocí. Comparto el resto de mi ración con ella, porque se lo ha ganado.
Recorro toda la sala con mi mirada, hay cuadros inacabados y las herramientas dispuestas para continuar. Mi merienda coincide con un momento del día en que se halla absolutamente vacía, como pude comprobar en otras ocasiones cuando vine a clases de fotografia y vagué por los corredores buscando un lugar donde pasar el rato cuando nos daban un receso. Encontrar a la gata sentada en una butaca frente a un lienzo fue señal de que encontré mi refugio. Nunca me tardaba más de diez minutos, todo indicaba que alguien volvería o un grupo de alumnos. Solían quedar cuadernos de bocetos sobre la mesada y estaba echando un vistazo a uno para pasar el rato. Gire un par de veces al cuaderno para poder descifrar el dibujo. -¿Es una mariposa o un pato?- me pregunto en voz alta. Levanto el cuaderno en dirección a la gata. -¿Qué opinas, Frida? ¿Mariposa o pato?
Bostezo. No una, ni dos, sino tres veces. Chequeo el reloj de mi móvil y me pregunto cuánto falta para irme a casa. Solo una clase más, solo dos horas y podré aparecerme en mi casa, gozar de la comodidad de mi sillón, beber un chocolate caliente y fumar un cigarrillo. Quizá Gavin esté libre hoy y pueda dormir conmigo, eso me vendría más que bien. No soy una persona de relaciones, pero andar con alguien me ha devuelto cierta comodidad en un espacio que antes reservaba para mí misma. No veo la formalidad, ni compromiso. Solo buenos momentos, esos que me han venido tan bien y que ahora mismo me motivan a terminar mi jornada.
Estoy algo distraída al avanzar por el pasillo, centrada en mi teléfono y los mensajes compradores que me hacen reír entre dientes conmigo misma. Mis borcegos hacen eco entre las paredes, marcando un ritmo inconsciente. No es hasta que oigo una voz al doblar y frenarme en seco en la puerta del salón, que alzo la vista. Primero me fijo en el minino, pero en obviedad sé que los gatos no hablan. Tengo que mover mis ojos en dirección al muchacho, ese que creo haber visto alguna vez, pero no más de lo necesario. Jamás miro a las personas más de lo necesario, es una especie de ley autoimpuesta. No obstante, lo que le oigo decir me pinta una sonrisa divertida — Yo creía que era una avispa, pero me gustan tus opciones — bromeo y guardo el teléfono en el bolsillo de mi chaleco, dando un paso dentro del salón.
Doy clases aquí todos los días. Diferentes cursos, pero misma habitación. Es mi zona. Por eso camino con calma, dejo el morral sobre mi escritorio y volteo para echarle una mirada escrutadora — Lo bueno del arte abstracto es que cada uno puede elegir qué ver — digo simplemente y le dedico una sonrisa. Me cruzo de brazos y observo al gato, al cual señalo con un gesto del mentón — ¿Vas a quedarte en mi clase o el gato captó tu atención? Digo, pareces muy entretenido con el debate.
Estoy algo distraída al avanzar por el pasillo, centrada en mi teléfono y los mensajes compradores que me hacen reír entre dientes conmigo misma. Mis borcegos hacen eco entre las paredes, marcando un ritmo inconsciente. No es hasta que oigo una voz al doblar y frenarme en seco en la puerta del salón, que alzo la vista. Primero me fijo en el minino, pero en obviedad sé que los gatos no hablan. Tengo que mover mis ojos en dirección al muchacho, ese que creo haber visto alguna vez, pero no más de lo necesario. Jamás miro a las personas más de lo necesario, es una especie de ley autoimpuesta. No obstante, lo que le oigo decir me pinta una sonrisa divertida — Yo creía que era una avispa, pero me gustan tus opciones — bromeo y guardo el teléfono en el bolsillo de mi chaleco, dando un paso dentro del salón.
Doy clases aquí todos los días. Diferentes cursos, pero misma habitación. Es mi zona. Por eso camino con calma, dejo el morral sobre mi escritorio y volteo para echarle una mirada escrutadora — Lo bueno del arte abstracto es que cada uno puede elegir qué ver — digo simplemente y le dedico una sonrisa. Me cruzo de brazos y observo al gato, al cual señalo con un gesto del mentón — ¿Vas a quedarte en mi clase o el gato captó tu atención? Digo, pareces muy entretenido con el debate.
El sobresalto al escuchar una voz me hace tambalear en la banqueta y me tengo que sostener de la mesada con una mano. La gata no se muestra sorprendida, debe conocerse con la mujer que acaba de entrar. Parece respetar su autoridad en el salón porque pierde parte de la arrogancia que me demostraba y se acurruca como una bola peluda inofensiva que solo destaca por la particularidad de sus tres colores. El cuaderno quedó abierto sobre la mesa, vuelvo a tomarlo para comprobar si la mezcla de manchas puede ser interpretada como una avispa. Tengo que girarla un par de veces más. —¿El arte abstracto es como esa prueba psicológica de las manchas de tinta?— pregunto. Comienza a preocuparme que haya podido ver a la vez una mariposa y un pato, cuando alguien más vio a una avispa. Nada de calaveras, eso es bueno. Debo tener alguna perturbación con la magizoología, pero nada con el despertar de inferis, genial. Puedo dormir tranquilo esta noche.
Estudio los otros bocetos pasando a prisa las hojas, me detengo para girar mi rostro hacia ella al contestarle. —¿Frida? Respeto mucho su opinión como crítica de arte, siempre tenemos debates interesantes. Ella generalmente opina que las obras están sobrevaloradas y que mis fotografías son aburridas, encuentra más entretenido limpiar su pelaje— cuento. Tiendo una mano para acariciar al animal entre sus orejas y me echa una mirada de desagrado, como si fuera un admirador molestoso para ella, pero no se aparta, se resigna a mi demostración de afecto como si no le quedara otra opción.
—¿La clase es abierta?— inquiero, otra vez con los ojos puestos en el cuaderno hasta que doy con unas figuras que se apilan en un desorden armonioso, por contradictorio que suene eso, con líneas de contorno muy marcadas, y le muestro el boceto a la profesora. —¿Qué puede ver aquí? Yo veo un reloj— más que una prueba psicológica, parece un juego. Me fijo en la firma del artista para saber de quién se trata, por esas coincidencias quizá nos vimos alguna vez en el Royal. El problema es que suelo tener mejor memoria con los rostros, en vez de los nombres. —Siempre pensé que mi talento para el dibujo se limitaba a rostros asimétricos, comienzo a creer que podría haber tenido futuro en el arte abstracto— volteo el cuaderno para mirar el siguiente dibujo desde otra perspectiva.
Estudio los otros bocetos pasando a prisa las hojas, me detengo para girar mi rostro hacia ella al contestarle. —¿Frida? Respeto mucho su opinión como crítica de arte, siempre tenemos debates interesantes. Ella generalmente opina que las obras están sobrevaloradas y que mis fotografías son aburridas, encuentra más entretenido limpiar su pelaje— cuento. Tiendo una mano para acariciar al animal entre sus orejas y me echa una mirada de desagrado, como si fuera un admirador molestoso para ella, pero no se aparta, se resigna a mi demostración de afecto como si no le quedara otra opción.
—¿La clase es abierta?— inquiero, otra vez con los ojos puestos en el cuaderno hasta que doy con unas figuras que se apilan en un desorden armonioso, por contradictorio que suene eso, con líneas de contorno muy marcadas, y le muestro el boceto a la profesora. —¿Qué puede ver aquí? Yo veo un reloj— más que una prueba psicológica, parece un juego. Me fijo en la firma del artista para saber de quién se trata, por esas coincidencias quizá nos vimos alguna vez en el Royal. El problema es que suelo tener mejor memoria con los rostros, en vez de los nombres. —Siempre pensé que mi talento para el dibujo se limitaba a rostros asimétricos, comienzo a creer que podría haber tenido futuro en el arte abstracto— volteo el cuaderno para mirar el siguiente dibujo desde otra perspectiva.
Alzo los hombros en un gesto divertido y mi cabeza se ladea hacia un lado, acompañando el gesto exagerado de meditación — Por supuesto. Vivo juzgando los problemas de mis alumnos en base a lo que ellos ven en sus propias pinturas — bromeo. El arte es un canalizador, eso no es secreto para nadie, pero ya he tenido demasiado con doctores o terapeutas en mi vida como para molestarme en analizar a otras personas. Yo solo les enseño, les comparto mi gusto por los colores y las texturas, pero no planeo ir más allá, al menos que sean casos en verdad preocupantes. Me fijo en la minina, cuyo pelaje parece relucir por culpa de la luz de la habitación, apenas sonriendo y apretando un poco más el cruce de mis brazos — Al menos nunca ha vomitado una bola de pelos sobre tus fotografías. Tuve que descartar un cuadro por eso una vez. Menos mal, no me gustaba demasiado — puedo decir que el animal tiene un gusto parecido al mío, para variar.
Doy varios pasos para bordear el escritorio, apoyo mis manos en éste y doy un saltito que me impulsa para sentarme encima, dejando mis piernas delgadas y cortas balanceándose en el aire como una niña de cinco años. Esto me permite inclinarme hacia delante y achinar mis ojos para fijarme en lo que me enseña, entretenida con estos cinco minutos de conversación sin sentido — ¿Un reloj? — pregunto, tomándolo como una opción válida. Mordisqueo mis labios en el proceso de meditación y señalo el contorno turquesa de una de las manchas — Un estanque, visto desde arriba. Eso de ahí son las plantas acuáticas — Demasiado rebuscado, ¿no? Chisto ante sus palabras y sacudo una mano para descartar su pensamiento, a sabiendas de que he escuchado cosas de ese estilo con demasiada frecuencia — Cualquiera puede dibujar si se lo propone. Algunos tienen mayor facilidad, otros menos, pero la clave en cualquier rama del arte es la práctica y la paciencia. Aunque tal vez tu talento sea analizar manchas. ¿Pensaste en ser terapeuta? — mis ojos hacen un ruedo con diversión y pellizco la punta de mi lengua entre mis dientes hasta chasquearla con una risa muda. Me ahorro el decir que no me gustan los terapeutas, porque creo que no es algo que venga a cuento ahora mismo.
El ronroneo de Frida me distrae un momento y la expresión se me apaga, pasándome una mano por el costado de mi cuello hasta masajearme uno de los hombros — Con respecto a la clase, es abierta para quien le interese. Ya sé que esta es una institución y todo eso, pero si es por curiosidad, no veo lo malo en tener oyentes — la educación es algo que no debería cobrarse, siempre he dicho eso. Vuelvo a alzar los ojos hacia él, tratando de recordar si alguna vez hemos hablado, pero pronto me aseguro de que no es así — ¿Cómo te llamas? Te he visto en varias ocasiones, pero nunca en mi área. Eres de los chicos-cámara, ¿no es así? — me llevo las manos delante de la cara en mímica de sostener una cámara fotográfica y muevo mi dedo junto al fingido sonido del “click” que sale de mi boca — Soy una porquería con las fotos. Jamás se me dio eso de “captar el momento adecuado”. Prefiero que todo salga de aquí — desarmo mi postura teatral para picarme la sien, haciendo alusión a mi mente. La imaginación siempre fue mi fuerte y, si no fuese por ella, muchas cosas en mi cabeza habrían terminado por no funcionar.
Doy varios pasos para bordear el escritorio, apoyo mis manos en éste y doy un saltito que me impulsa para sentarme encima, dejando mis piernas delgadas y cortas balanceándose en el aire como una niña de cinco años. Esto me permite inclinarme hacia delante y achinar mis ojos para fijarme en lo que me enseña, entretenida con estos cinco minutos de conversación sin sentido — ¿Un reloj? — pregunto, tomándolo como una opción válida. Mordisqueo mis labios en el proceso de meditación y señalo el contorno turquesa de una de las manchas — Un estanque, visto desde arriba. Eso de ahí son las plantas acuáticas — Demasiado rebuscado, ¿no? Chisto ante sus palabras y sacudo una mano para descartar su pensamiento, a sabiendas de que he escuchado cosas de ese estilo con demasiada frecuencia — Cualquiera puede dibujar si se lo propone. Algunos tienen mayor facilidad, otros menos, pero la clave en cualquier rama del arte es la práctica y la paciencia. Aunque tal vez tu talento sea analizar manchas. ¿Pensaste en ser terapeuta? — mis ojos hacen un ruedo con diversión y pellizco la punta de mi lengua entre mis dientes hasta chasquearla con una risa muda. Me ahorro el decir que no me gustan los terapeutas, porque creo que no es algo que venga a cuento ahora mismo.
El ronroneo de Frida me distrae un momento y la expresión se me apaga, pasándome una mano por el costado de mi cuello hasta masajearme uno de los hombros — Con respecto a la clase, es abierta para quien le interese. Ya sé que esta es una institución y todo eso, pero si es por curiosidad, no veo lo malo en tener oyentes — la educación es algo que no debería cobrarse, siempre he dicho eso. Vuelvo a alzar los ojos hacia él, tratando de recordar si alguna vez hemos hablado, pero pronto me aseguro de que no es así — ¿Cómo te llamas? Te he visto en varias ocasiones, pero nunca en mi área. Eres de los chicos-cámara, ¿no es así? — me llevo las manos delante de la cara en mímica de sostener una cámara fotográfica y muevo mi dedo junto al fingido sonido del “click” que sale de mi boca — Soy una porquería con las fotos. Jamás se me dio eso de “captar el momento adecuado”. Prefiero que todo salga de aquí — desarmo mi postura teatral para picarme la sien, haciendo alusión a mi mente. La imaginación siempre fue mi fuerte y, si no fuese por ella, muchas cosas en mi cabeza habrían terminado por no funcionar.
—Ser maestro tiene su lado perturbador— opino, arqueo una ceja y la miro de reojo. Noto que lo dice en broma, pero un profesor que tenga unos pocos conocimientos de psicomagia seguro cae en la tentación de evaluar más allá de la calidad artística de una obra. El arte es la expresión más honesta de una persona y alguien suspicaz puede saber interpretar los signos inconscientes de su autor. Me gustaría decir que la fotografía no nos expone tanto, eso depende. Si realmente es arte, lo hace. Si son solo fotografías al azar, de esas que se merecen miradas hastiadas de Frida o un escupitajo de pelos, no dicen nada. —Oh, sí. Frida puede ser una crítica feroz— sonrío a la gata y obviamente ésta no me responde al gesto, es tan insensible a mi entera admiración.
Espero a que la mujer haga su interpretación del boceto, me apoyo en mis brazos sobre la mesa y tomo distancia del cuaderno para que lo estudie. Quiebro mi postura para lanzarme encima de la hoja cuando señala unas plantas acuáticas en el supuesto estanque. —Esas no son plantas— frunzo mi ceño, afinando un poco más mi mirada y aun sin las gafas que suelo usar para leer, puedo jurar que esas diminutas manchas que se mueven gracias a un encantamiento mágico no son plantas de un estanque. —Para mí esto es similar a un reloj mecánico, lo que hay en su centro son engranajes— explico. Estoy viendo más cosas de las que hay en el núcleo confuso que dibujó el artista. Regreso mi mirada a ella con atención, entrecierro un poco los ojos. Me echo hacia atrás con cuidado de no caerme y mis brazos se entrecruzan contra mi pecho. —Las personas que dibujan siempre dicen eso. Tienen que entender que hay mortales que no pueden unir más de tres líneas en algo que tenga una forma reconocible— refuto.
A lo demás respondo con un asentimiento quedo del mentón, lo de la práctica y la paciencia es obligatorio para crecer en la rama artística que sea. Pero en aquellas que se requiera de un talento natural, nada nunca compensará su carencia. Quizá solo la pasión. Lo que a mí me une a la fotografía es más esto, que cualquier otra cosa. Y por eso cuando me pregunta si consideré ser terapeuta suelto una carcajada seca y me sonrío como si fuera un buen chiste. —Sería un pésimo terapeuta, le diría a la gente lo que tiene que hacer— contesto. —Renuncia a tu trabajo, deja tu casa, despídete de tu esposo, empaca una muda de ropa y tu cepillo de dientes, y sal a la ruta— me encojo de hombros. Sí, un consejo tan sencillo. No digo que siguiendo esa pauta haya encontrado la clave de la felicidad, pero estoy mejor que hace cinco años.
—Entonces me quedaré un rato, esto del arte abstracto es una revelación para mí— exagero, lo que me está dando es un entretenimiento, para lo fácil que puedo caer en la aburrición y la inquietud de moverme, esto me tiene dedicándole un segundo o tercer pensamiento sobre lo mismo. Reprimo una mueca de sonrisa, cuando acaba con su mímica de estar capturando una fotografía con la presión de un botón invisible, saco la que tengo en el bolso, imito su movimiento y también hago una falsa captura. —Sí, lo soy. Un chico-cámara. Lo haces sonar como si fuéramos en parte una máquina. No digo que no sea genial en un futuro, eh…— añado. Lograr una simbiosis con la cámara, de que ésta retrate lo que nuestros ojos ven, lleva su tiempo, paciencia y práctica. Coloco el aparato sobre la mesa así puedo devolverle la mirada, sin nada que tape parte de mi rostro—Me llamo Dave… y tu eres ¿la profesora Yorkey?—. El plantel no es tan amplio como para desconozcas a las caras más frecuentes de los salones. —Apuesto a que hacer fotografías es más fácil que dibujar, lo de «capturar el momento» también es cuestión de práctica. Se pierden muchos momentos hasta poder capturar alguno que lo valga— le comparto mi opinión, no llego a repetir sus palabras pero allí están.
Espero a que la mujer haga su interpretación del boceto, me apoyo en mis brazos sobre la mesa y tomo distancia del cuaderno para que lo estudie. Quiebro mi postura para lanzarme encima de la hoja cuando señala unas plantas acuáticas en el supuesto estanque. —Esas no son plantas— frunzo mi ceño, afinando un poco más mi mirada y aun sin las gafas que suelo usar para leer, puedo jurar que esas diminutas manchas que se mueven gracias a un encantamiento mágico no son plantas de un estanque. —Para mí esto es similar a un reloj mecánico, lo que hay en su centro son engranajes— explico. Estoy viendo más cosas de las que hay en el núcleo confuso que dibujó el artista. Regreso mi mirada a ella con atención, entrecierro un poco los ojos. Me echo hacia atrás con cuidado de no caerme y mis brazos se entrecruzan contra mi pecho. —Las personas que dibujan siempre dicen eso. Tienen que entender que hay mortales que no pueden unir más de tres líneas en algo que tenga una forma reconocible— refuto.
A lo demás respondo con un asentimiento quedo del mentón, lo de la práctica y la paciencia es obligatorio para crecer en la rama artística que sea. Pero en aquellas que se requiera de un talento natural, nada nunca compensará su carencia. Quizá solo la pasión. Lo que a mí me une a la fotografía es más esto, que cualquier otra cosa. Y por eso cuando me pregunta si consideré ser terapeuta suelto una carcajada seca y me sonrío como si fuera un buen chiste. —Sería un pésimo terapeuta, le diría a la gente lo que tiene que hacer— contesto. —Renuncia a tu trabajo, deja tu casa, despídete de tu esposo, empaca una muda de ropa y tu cepillo de dientes, y sal a la ruta— me encojo de hombros. Sí, un consejo tan sencillo. No digo que siguiendo esa pauta haya encontrado la clave de la felicidad, pero estoy mejor que hace cinco años.
—Entonces me quedaré un rato, esto del arte abstracto es una revelación para mí— exagero, lo que me está dando es un entretenimiento, para lo fácil que puedo caer en la aburrición y la inquietud de moverme, esto me tiene dedicándole un segundo o tercer pensamiento sobre lo mismo. Reprimo una mueca de sonrisa, cuando acaba con su mímica de estar capturando una fotografía con la presión de un botón invisible, saco la que tengo en el bolso, imito su movimiento y también hago una falsa captura. —Sí, lo soy. Un chico-cámara. Lo haces sonar como si fuéramos en parte una máquina. No digo que no sea genial en un futuro, eh…— añado. Lograr una simbiosis con la cámara, de que ésta retrate lo que nuestros ojos ven, lleva su tiempo, paciencia y práctica. Coloco el aparato sobre la mesa así puedo devolverle la mirada, sin nada que tape parte de mi rostro—Me llamo Dave… y tu eres ¿la profesora Yorkey?—. El plantel no es tan amplio como para desconozcas a las caras más frecuentes de los salones. —Apuesto a que hacer fotografías es más fácil que dibujar, lo de «capturar el momento» también es cuestión de práctica. Se pierden muchos momentos hasta poder capturar alguno que lo valga— le comparto mi opinión, no llego a repetir sus palabras pero allí están.
No puedo contenerme, incluso cuando mis labios se prensan y tironean en un obvio intento de no soltar la risa que se me acaba escapando — Así que tú puedes ver un reloj pero yo no puedo ver un estanque. ¿No es un poco injusto? — intento sonar más seria de lo que me siento, pero la forma que tienen mis labios de doblarse en un puchero me quitan cualquier rastro de posible ofensa. Intento no mostrar una mínima exasperación pero creo que no lo consigo, porque creo haber escuchado esa excusa unas cientos de veces desde que empecé a trabajar aquí. Y antes también — Hay personas que tienen mayor facilidad, es cierto. Pero nadie se vuelve bueno en algo de la noche a la mañana. En cada técnica mejorada, hay horas y horas de dedicación — que se lo diga a mis dedos rasposos, sino. Su risa me contagia en una mueca divertida, hasta que abro la boca en sorpresa y desvío la mirada, meneando un poco la cabeza — A todos nos vendría bien uno de esos terapeutas. La mitad del tiempo, uno no sabe que hacer — especialmente yo. A veces, no vendría mal que alguien me sacuda un poco las ideas sin ningún filtro de por medio.
Es la fracción de segundo en la que finge sacar una foto, la que uso para llevar una mano a mi cabeza y posar en actitud ridícula, bizqueando un poco los ojos — Sería un poco perturbador — digo nomas, algo orgullosa de no haberme confundido. La cámara sobre la mesa se lleva gran parte de mi atención, oyéndolo a pesar de mostrarme curiosa, y salto del escritorio con intenciones de acercarme — Jolene — contesto a secas. Mis alumnos pueden llamarme “profesora”, pero es un título que aún me hace ruido en los oídos. Me gusta mi empleo, pero hay cosas que todavía no digiero del todo. Le echo un vistazo a él, segura de que debe tener razón. No soy una experta en fotografía así que no voy a contradecirle — Hay gente que tiene buen ojo — digo como simple acuerdo. Mis dedos rozan la cámara y le hago un gesto — ¿Puedo…? — hago el ademán para indicarle el pedir permiso de tomar la cámara y sonrío con suavidad — ¿Siempre has tomado fotografías, Dave?
Es la fracción de segundo en la que finge sacar una foto, la que uso para llevar una mano a mi cabeza y posar en actitud ridícula, bizqueando un poco los ojos — Sería un poco perturbador — digo nomas, algo orgullosa de no haberme confundido. La cámara sobre la mesa se lleva gran parte de mi atención, oyéndolo a pesar de mostrarme curiosa, y salto del escritorio con intenciones de acercarme — Jolene — contesto a secas. Mis alumnos pueden llamarme “profesora”, pero es un título que aún me hace ruido en los oídos. Me gusta mi empleo, pero hay cosas que todavía no digiero del todo. Le echo un vistazo a él, segura de que debe tener razón. No soy una experta en fotografía así que no voy a contradecirle — Hay gente que tiene buen ojo — digo como simple acuerdo. Mis dedos rozan la cámara y le hago un gesto — ¿Puedo…? — hago el ademán para indicarle el pedir permiso de tomar la cámara y sonrío con suavidad — ¿Siempre has tomado fotografías, Dave?
Rasco mi mentón meditando sobre la diferencia de nuestras percepciones. — ¿Y si es un estanque con engranajes que se ven como plantas acuáticas dentro de un reloj mecánico? Es arte abstracto, es muy probable— opino. Me estoy tomando esto en serio aunque sea dudoso, empeñado en descubrir la intención del artista que tiene una firma tan ilegible como su obra. Debe ser un seudónimo, porque no hay manera de que este sea su nombre. Y yo que me quejo de mi falta de talento del dibujo, otros lo tienen en garabatear su firma. Comprendo el punto de la profesora, lo he escuchado cierta cantidad de veces en los salones de este instituto.
Ellos sostienen el discurso de que el arte también es dedicación, no lo discuto, si no se creyera necesaria la disciplina este instituto con sus profesores no existiría. —Pero si se carece del mínimo talento, ¿por qué una persona tendría que dedicar horas y horas a aprender la técnica? Nacemos destinados a ciertas cosas, a otras no—. Mencionar al destino simplifica la vida de todos los seres humanos, resuelve todas las incógnitas, refuerza todo aquello en lo que se cree. Y de todas maneras, hay ocasiones en que no sabemos qué hacer con la carga de nuestra existencia. —Quedándonos quietos nunca encontramos la salida, hay que moverse. Salir a la ruta— repito. —Y tomar todos caminos equivocados si hace falta— froto mi mandíbula y alzo mi mirada al techo. —Consideraré lo de dar una conferencia existencialista sobre lo bien que hace escapar de las circunstancias.
Mi sonrisa queda escondida por mi cámara cuando hace una mueca, pero si no tomo la foto es porque hay personas al quedar en primer plano se sienten intimidadas por la lente y se ponen a la defensiva. Ella lo toma con humor y eso ayuda a que pueda aceptar su nombre de pila para referirme a ella, no pone la distancia que podía encontrar en mis maestros del Royal. Los del instituto siempre fueron bichos raros, el arte lo exige. Con toda confianza le tiendo mi cámara. —Claro— digo y la coloco en su mano. Si me lo hubiera pedido alguno de los chicos curiosos con los que me suelo encontrar en el patio o en mis salidas por los distritos, haría mi recomendación de siempre de que volvieran a lo suyo y no molestaran, mi cámara es casi tan importante como mi varita, tal vez más. —No. Comencé a los dieciséis, cuando encontré una cámara guardada en mi casa. Toque un par de botones y ocurrió la magia— sonrío de costado. —Me fascinó. Ahora pienso que era una bobería, pero me sentí enamorado en ese momento de una cámara vieja, era una maravilla en mis manos— le cuento y coloco mis palmas hacia arriba, examinando sus mapas de líneas. Las dejo caer sobre mis rodillas, vuelvo mis ojos hacia ella. —¿Y pintar? ¿Es algo desde siempre?
Ellos sostienen el discurso de que el arte también es dedicación, no lo discuto, si no se creyera necesaria la disciplina este instituto con sus profesores no existiría. —Pero si se carece del mínimo talento, ¿por qué una persona tendría que dedicar horas y horas a aprender la técnica? Nacemos destinados a ciertas cosas, a otras no—. Mencionar al destino simplifica la vida de todos los seres humanos, resuelve todas las incógnitas, refuerza todo aquello en lo que se cree. Y de todas maneras, hay ocasiones en que no sabemos qué hacer con la carga de nuestra existencia. —Quedándonos quietos nunca encontramos la salida, hay que moverse. Salir a la ruta— repito. —Y tomar todos caminos equivocados si hace falta— froto mi mandíbula y alzo mi mirada al techo. —Consideraré lo de dar una conferencia existencialista sobre lo bien que hace escapar de las circunstancias.
Mi sonrisa queda escondida por mi cámara cuando hace una mueca, pero si no tomo la foto es porque hay personas al quedar en primer plano se sienten intimidadas por la lente y se ponen a la defensiva. Ella lo toma con humor y eso ayuda a que pueda aceptar su nombre de pila para referirme a ella, no pone la distancia que podía encontrar en mis maestros del Royal. Los del instituto siempre fueron bichos raros, el arte lo exige. Con toda confianza le tiendo mi cámara. —Claro— digo y la coloco en su mano. Si me lo hubiera pedido alguno de los chicos curiosos con los que me suelo encontrar en el patio o en mis salidas por los distritos, haría mi recomendación de siempre de que volvieran a lo suyo y no molestaran, mi cámara es casi tan importante como mi varita, tal vez más. —No. Comencé a los dieciséis, cuando encontré una cámara guardada en mi casa. Toque un par de botones y ocurrió la magia— sonrío de costado. —Me fascinó. Ahora pienso que era una bobería, pero me sentí enamorado en ese momento de una cámara vieja, era una maravilla en mis manos— le cuento y coloco mis palmas hacia arriba, examinando sus mapas de líneas. Las dejo caer sobre mis rodillas, vuelvo mis ojos hacia ella. —¿Y pintar? ¿Es algo desde siempre?
— ¿Nunca te ha gustado algo para lo que no eres naturalmente bueno? — contradigo sin vacilar. Ah, discutir aunque sea en calma, ese sí que es mi talento — Por ejemplo, jamás he sido particularmente buena cocinando, pero he aprendido algunas recetas después de quemarme la lengua y pasarme con los condimentos mil veces. Es exactamente lo mismo. Para disfrutar de hacer algo, no tienes por qué pensar que estás destinado a ello, sino nuestras actividades o placeres serían muy limitados — obviemos que, si miro un poco mi historial, jamás hubiese dicho que mi destino era dar clases. Seguro hubiera apostado por guardia de prisión o condenada a la horca, pero ya, quitemos las ironías. Doy unos piques en mi mentón como si considerase su idea, hasta encoger mis hombros y alzar mis manos — Llámame cuando la hagas. Pagaría por una conferencia sobre escapar de las circunstancias de ver un reloj con engranajes de alga.
Sé lo mañosos que son los artistas con sus objetos de trabajo. Una vez conocí a un músico que casi se pone morado de lo mucho que se exaltó cuando me atreví a apenas rozar las cuerdas de su guitarra. Por eso mismo, creo que dice mucho de Dave el que me entregue su cámara con toda la confianza, sin siquiera dar un consejo de cómo evitar destruirla en dos segundos. Lo bueno es que jamás he tenido dedos torpes, así que dudo mucho de esa posibilidad. La alzo, chequeando un poco la lente y enfocando a Frida, quien parece demasiado aburrida con toda la situación, aunque no tomo ninguna fotografía — Siempre parece una bobería cuando recordamos el momento en el cual algo nos encantó por completo — digo con simpleza, sin bajar la cámara, con la cual termino apuntando a su dueño. Sin previo aviso, aprieto el botón y la imagen se congela dentro del aparato, por lo que lo bajo con una sonrisa que se debate entre la disculpa y la gracia. Su pregunta la apaga un poco, aunque solo es eso, un poco — Desde que tengo memoria — admito — Pintar, recortar, hacer historias y ponerles brillantinas a los cuadernos. No se me daba bien el mundo real — como para no.
Sin rodeos, le tiendo la cámara, sujetándola con firmeza para evitar una caída en caso de un mal pase — Ahora tiene una foto de su dueño. Para que juzgue el mal ojo que tengo — murmuro en pos de bromear — Si crees que apesto en la fotografía, podemos hacer un intercambio. Clases de arte abstracto por fotos, aunque tal vez la conferencia cubriría la cuota — por un momento creo oír pasos así que me giro en dirección a la puerta, pero como las figuras siguen de largo doy por sentado que no son mis alumnos. De todos modos, se habrían adelantado de ser así — ¿Dave de David? ¿O por qué viene? — inquiero al voltear nuevamente hacia él — Es bueno ver que a gente más joven aún le sigue interesando este tipo de cosas, chico-cámara. Tengo cientos de alumnos, pero hay pocos que hablan de lo mismo que tú. Ya sabes, el momento bobo del encanto — revoleo los ojos con una sonrisa como si estuviese hablando de algo soñador y adorable, haciendo comillas con los dedos en el aire. Él entenderá lo que quiero decir.
Sé lo mañosos que son los artistas con sus objetos de trabajo. Una vez conocí a un músico que casi se pone morado de lo mucho que se exaltó cuando me atreví a apenas rozar las cuerdas de su guitarra. Por eso mismo, creo que dice mucho de Dave el que me entregue su cámara con toda la confianza, sin siquiera dar un consejo de cómo evitar destruirla en dos segundos. Lo bueno es que jamás he tenido dedos torpes, así que dudo mucho de esa posibilidad. La alzo, chequeando un poco la lente y enfocando a Frida, quien parece demasiado aburrida con toda la situación, aunque no tomo ninguna fotografía — Siempre parece una bobería cuando recordamos el momento en el cual algo nos encantó por completo — digo con simpleza, sin bajar la cámara, con la cual termino apuntando a su dueño. Sin previo aviso, aprieto el botón y la imagen se congela dentro del aparato, por lo que lo bajo con una sonrisa que se debate entre la disculpa y la gracia. Su pregunta la apaga un poco, aunque solo es eso, un poco — Desde que tengo memoria — admito — Pintar, recortar, hacer historias y ponerles brillantinas a los cuadernos. No se me daba bien el mundo real — como para no.
Sin rodeos, le tiendo la cámara, sujetándola con firmeza para evitar una caída en caso de un mal pase — Ahora tiene una foto de su dueño. Para que juzgue el mal ojo que tengo — murmuro en pos de bromear — Si crees que apesto en la fotografía, podemos hacer un intercambio. Clases de arte abstracto por fotos, aunque tal vez la conferencia cubriría la cuota — por un momento creo oír pasos así que me giro en dirección a la puerta, pero como las figuras siguen de largo doy por sentado que no son mis alumnos. De todos modos, se habrían adelantado de ser así — ¿Dave de David? ¿O por qué viene? — inquiero al voltear nuevamente hacia él — Es bueno ver que a gente más joven aún le sigue interesando este tipo de cosas, chico-cámara. Tengo cientos de alumnos, pero hay pocos que hablan de lo mismo que tú. Ya sabes, el momento bobo del encanto — revoleo los ojos con una sonrisa como si estuviese hablando de algo soñador y adorable, haciendo comillas con los dedos en el aire. Él entenderá lo que quiero decir.
—Supongo que sí— digo y frunzo mis cejas al pensar en algo que encaje en esa categoría, lo primero que se me viene a la mente son los juegos de cartas. Me río de mí mismo por dentro, se expresa en mi rostro como una sonrisa ladeada. Soy pésimo en esas artes, la suerte me lleva y me trae como un avión de papel en una tormenta. —Si te trata de un pasatiempo o un gusto por capricho, dedicarle una fracción de nuestras horas no será algo malo—. Medito en las otras cosas que he intentado, tengo el convencimiento de que en la práctica se sabe si somos buenos para algo o no, y la motivación no se extingue al errar, en algunas ocasiones solo lo hacemos porque nos gusta. Hasta ese punto estoy parcialmente de acuerdo con ella. —Yo lo pensaba como aquello a lo que nos volcamos de lleno, que consume nuestro tiempo. Lamento mucho cuando alguien se dedica a lo equivocado. Cuando la perseverancia se vuelve empecinamiento, y mantenernos en lo equivocado nos detiene a seguir buscando…— recorro con mi mirada las paredes, la mesada, no encuentro a la vista lo que quiero expresar, ni tampoco entre las palabras que conozco. —¿Lo que nos haga sentir completos?
Sigo con mis ojos la cámara que está en sus manos, se la di en un gesto de confianza pero no puedo evitar cuidarla a mi distancia, puede que esté tan prendado de ésta como de la primera cámara que encontré. La que está acomodada sobre un colchón de fotografías a las que acudo cuando me pregunto sobre aquello a lo que estamos destinados y si nuestro pasado es también un camino que tenemos por delante, porque hubo decisiones anteriores a las nuestras que fueron delineando el futuro. Sonrío y aparto la mirada, escapando del ojo de la cámara cuando escucho el “click”, pero es tarde. —El mundo real y sus defectos…— murmuro. —¿De ahí no es que surge la inspiración de algunos artistas para crear otras realidades posibles?— inquiero, quiero decir realidades más amables, hay espíritus quebrantados que los necesitan. También creo que hay otros, más impasibles, que creo que merecen ver la realidad en su crudeza y las fotografías sirven para ese propósito. Estoy pisando un poco tambaleante esa línea.
—Frida nunca lo admitirá, pero besaría una foto mía aunque se vea solo la mitad de mi oreja— tengo una sonrisa cruzando mi rostro, tiendo mis dedos hacia la gata y rasco su barbilla. Ella ronronea y así se quiebra parte de su supuesta indiferencia hacia nosotros. —Eso suena a un buen canje. Los consejos sobre escapes de la vida serán gratis— contesto, y con mis manos atraigo a la gata para sujetarla contra mi pecho, un brazo pasando por su cuerpo peludo y el otro sirviendo de apoyo. —Es por David— me encojo de hombros, la elección de mi nombre no tiene una gran historia. No podría decir lo mismo de la pobre Charlie que casi fue Ginevra o Margarita. Sigo pendiente de lo que dice la mujer para entender su punto, y al acabar sonrío más amplio. —Es un momento maravilloso. ¿Cómo no hablar de él? A veces un momento vale para el recuerdo de toda una vida—. Creo que hay pocos instantes tan significativos en la vida como cuando encuentras tu vocación. —Y también terminamos un poco enamorados del recuerdo de ese momento.
Sigo con mis ojos la cámara que está en sus manos, se la di en un gesto de confianza pero no puedo evitar cuidarla a mi distancia, puede que esté tan prendado de ésta como de la primera cámara que encontré. La que está acomodada sobre un colchón de fotografías a las que acudo cuando me pregunto sobre aquello a lo que estamos destinados y si nuestro pasado es también un camino que tenemos por delante, porque hubo decisiones anteriores a las nuestras que fueron delineando el futuro. Sonrío y aparto la mirada, escapando del ojo de la cámara cuando escucho el “click”, pero es tarde. —El mundo real y sus defectos…— murmuro. —¿De ahí no es que surge la inspiración de algunos artistas para crear otras realidades posibles?— inquiero, quiero decir realidades más amables, hay espíritus quebrantados que los necesitan. También creo que hay otros, más impasibles, que creo que merecen ver la realidad en su crudeza y las fotografías sirven para ese propósito. Estoy pisando un poco tambaleante esa línea.
—Frida nunca lo admitirá, pero besaría una foto mía aunque se vea solo la mitad de mi oreja— tengo una sonrisa cruzando mi rostro, tiendo mis dedos hacia la gata y rasco su barbilla. Ella ronronea y así se quiebra parte de su supuesta indiferencia hacia nosotros. —Eso suena a un buen canje. Los consejos sobre escapes de la vida serán gratis— contesto, y con mis manos atraigo a la gata para sujetarla contra mi pecho, un brazo pasando por su cuerpo peludo y el otro sirviendo de apoyo. —Es por David— me encojo de hombros, la elección de mi nombre no tiene una gran historia. No podría decir lo mismo de la pobre Charlie que casi fue Ginevra o Margarita. Sigo pendiente de lo que dice la mujer para entender su punto, y al acabar sonrío más amplio. —Es un momento maravilloso. ¿Cómo no hablar de él? A veces un momento vale para el recuerdo de toda una vida—. Creo que hay pocos instantes tan significativos en la vida como cuando encuentras tu vocación. —Y también terminamos un poco enamorados del recuerdo de ese momento.
Completos, supongo que es un buen modo de definirlo. Encontrar cosas que me completen a lo largo de mi vida siempre ha sido un poco complicado y, aún así, he sabido sobrevivir. Siempre a mi manera, claro está — Bueno… cuando era niña pasé años escribiendo cuentos basándome en los juegos que hacía con mi mejor amigo. Ya sabes, esos donde tu hermano mayor es un monstruo de barro y los charcos son lagos imposibles de cruzar. Evadir la realidad es la clave de las cabezas que nunca dejan de funcionar, aunque sea con delirios — tampoco me tomo muy en serio a una mocosa de ocho años que tenía mil y un motivos para no querer ver lo que sucedía dentro de las paredes de su hogar. Una vez más podríamos meternos en el lado de la terapia y, una vez más, la rehuyo.
Como no toma la cámara que le ofrezco, la pego a mi pecho y mis ojos se centran en los ronroneos de Frida, quien parece muy a gusto entre los brazos del muchacho. Me sonrío por esa declaración tan cariñosa con el animal, hasta que su nombre completo hace que levante la mirada hacia él — Es un buen nombre — digo nomas. No sé por qué exactamente, pero me parece un comentario apropiado y, si consideramos que la mayoría de mis comentarios siempre están fuera de lugar, creo que viene bien. No tardo en sospechar que David es uno de esos artistas románticos que ven su trabajo con ojos soñadores, pero no puedo poner las manos en el fuego por mi pensamiento si considero que no lo conozco — Creo que todos tenemos cierto ideal con respecto a nuestro arte. Siempre nos creemos enamorados — un pincel, un cuento o una foto. Son escapes y los escapes ahorran dolores o problemas. Dicho de otro modo, es imposible no idealizarlos.
Un dedo golpetea suavemente el costado de la cámara y ladeo la cabeza al observar la luz solar que resalta los colores de la minina. No puedo con mi genio y chisto — ¿Puedo pedirte un favor? — levanto la cámara para enseñársela — ¿Te molesta si los fotografío juntos? De paso, te llevas un recuerdito de Frida para pegar en tu nevera y puedes decirme qué tal. Es que... — me encojo de hombros — Puedo decir que es una imagen que quedaría bien en un cuadro, pero dudo ser tan veloz. Y sería más para ti que para mí — bueno, obviemos que es un capricho de buena iluminación.
Como no toma la cámara que le ofrezco, la pego a mi pecho y mis ojos se centran en los ronroneos de Frida, quien parece muy a gusto entre los brazos del muchacho. Me sonrío por esa declaración tan cariñosa con el animal, hasta que su nombre completo hace que levante la mirada hacia él — Es un buen nombre — digo nomas. No sé por qué exactamente, pero me parece un comentario apropiado y, si consideramos que la mayoría de mis comentarios siempre están fuera de lugar, creo que viene bien. No tardo en sospechar que David es uno de esos artistas románticos que ven su trabajo con ojos soñadores, pero no puedo poner las manos en el fuego por mi pensamiento si considero que no lo conozco — Creo que todos tenemos cierto ideal con respecto a nuestro arte. Siempre nos creemos enamorados — un pincel, un cuento o una foto. Son escapes y los escapes ahorran dolores o problemas. Dicho de otro modo, es imposible no idealizarlos.
Un dedo golpetea suavemente el costado de la cámara y ladeo la cabeza al observar la luz solar que resalta los colores de la minina. No puedo con mi genio y chisto — ¿Puedo pedirte un favor? — levanto la cámara para enseñársela — ¿Te molesta si los fotografío juntos? De paso, te llevas un recuerdito de Frida para pegar en tu nevera y puedes decirme qué tal. Es que... — me encojo de hombros — Puedo decir que es una imagen que quedaría bien en un cuadro, pero dudo ser tan veloz. Y sería más para ti que para mí — bueno, obviemos que es un capricho de buena iluminación.
—No tengo idea, nunca se me ocurrieron de esos cuentos…— parpadeo un par de veces con una sonrisa torcida y negando con la cabeza. La imagen que toma forma en mi cabeza de una niña que escribe cuentos es diferente a los recuerdos que tengo en los que trataba de pillar las mentiras en las anécdotas exageradas de mis padres, a quienes nunca les faltó imaginación para plantear escenarios insólitos. —Y fui hijo único mucho tiempo, hasta convertirme en el hombre de barro para alguien más— pienso en Chippie otra vez, tiene una manera de ver al mundo más similar a la de mis padres. —¿Qué pasó con esos cuentos?— pregunto por curiosidad, creo que hay pocas cosas que sean tan inocentes como crear historias a partir de los juegos de la infancia y es que con todas las particularidades que crecí, sigo apreciando los recuerdos que tengo de esa etapa y a los amigos que nunca volví a ver.
Rasco la barbilla de la gata, tengo mis ojos puestos en ella cuando con un encogimiento de hombros, le resto importancia a mi nombre. Por costumbre me presento como «Dave» y no recuerdo otras personas aparte de mis padres, en algunas cenas tensas, que me llamen «David». Cuando lo usa mi padre es porque la situación se puso fea, y si llegamos a esos extremos es por la incomprensión. Mi interés por la fotografía está por fuera de las fronteras de su entendimiento. Es algo que me coloca lejos de lo que ellos conocen, y como cualquier padre o madre, eso los desconcierta. Decir que estoy enamorado de esto no es errado. El simple flechazo pasó hace tiempo, todos esperaban que pasara, que madurara hacia algo más, diferente, y no, amo esto. Al punto de que no me importa si lo hago bien, mal o todavía no sé qué hacer. —Si nada nos salva de la muerte, que al menos el amor al arte nos salve de la vida— abrazo a Frida para que no se deslice entre mis manos para escapar. — Esa frase no me pertenece— le aclaro, es una adaptación de algo que leí una vez, en un ejemplar comido por ratas que encontré en uno de los distritos del norte.
Curvo una ceja hacia arriba, doy mi consentimiento para concederle un favor al mover mi mentón hacia abajo y aguardo a escuchar de qué se trata. Me saca una sonrisa que se trate de una fotografía, la cámara continúa en su posesión. Levanto a la gata por encima de mi cara y choco su hocico con mi nariz. —¿Qué dices Frida? ¿Lo hacemos oficial con una foto?—. Ella me responde con un maullido que interpretaré como una aceptación. —Dice que sí— la sostengo contra mi pecho, mi mentón sobre su cabecita, entre sus orejas. — Puedo darte la fotografía para que lo dibujes y la busco luego— sugiero, si es que en verdad quiere hacerlo. Pero, ¿quiere hacerlo? ¿Qué puede haber de interesante en esto? —¿Podrías pintarme como en esos retratos antiguos de gente rica con sus mascotas? ¿Con un sillón y cortinas de terciopelo rojo? Y que me vea más alto, tal vez con una camisa con volados y una capa— bromeo.
Rasco la barbilla de la gata, tengo mis ojos puestos en ella cuando con un encogimiento de hombros, le resto importancia a mi nombre. Por costumbre me presento como «Dave» y no recuerdo otras personas aparte de mis padres, en algunas cenas tensas, que me llamen «David». Cuando lo usa mi padre es porque la situación se puso fea, y si llegamos a esos extremos es por la incomprensión. Mi interés por la fotografía está por fuera de las fronteras de su entendimiento. Es algo que me coloca lejos de lo que ellos conocen, y como cualquier padre o madre, eso los desconcierta. Decir que estoy enamorado de esto no es errado. El simple flechazo pasó hace tiempo, todos esperaban que pasara, que madurara hacia algo más, diferente, y no, amo esto. Al punto de que no me importa si lo hago bien, mal o todavía no sé qué hacer. —Si nada nos salva de la muerte, que al menos el amor al arte nos salve de la vida— abrazo a Frida para que no se deslice entre mis manos para escapar. — Esa frase no me pertenece— le aclaro, es una adaptación de algo que leí una vez, en un ejemplar comido por ratas que encontré en uno de los distritos del norte.
Curvo una ceja hacia arriba, doy mi consentimiento para concederle un favor al mover mi mentón hacia abajo y aguardo a escuchar de qué se trata. Me saca una sonrisa que se trate de una fotografía, la cámara continúa en su posesión. Levanto a la gata por encima de mi cara y choco su hocico con mi nariz. —¿Qué dices Frida? ¿Lo hacemos oficial con una foto?—. Ella me responde con un maullido que interpretaré como una aceptación. —Dice que sí— la sostengo contra mi pecho, mi mentón sobre su cabecita, entre sus orejas. — Puedo darte la fotografía para que lo dibujes y la busco luego— sugiero, si es que en verdad quiere hacerlo. Pero, ¿quiere hacerlo? ¿Qué puede haber de interesante en esto? —¿Podrías pintarme como en esos retratos antiguos de gente rica con sus mascotas? ¿Con un sillón y cortinas de terciopelo rojo? Y que me vea más alto, tal vez con una camisa con volados y una capa— bromeo.
Hago un pequeño repaso mental para analizar hechos y recuerdos, hasta que doy con la noche en la cual hice entrega de ese cuaderno, destinado a un bebé que jamás conocí. Intento no darle mucha importancia y me encojo de hombros en una actitud que pretende ser natural — Los perdí hace siglos — intento que suene lo más desinteresado posible, incluso sacudo una mano en el aire en busca de hacer énfasis en mi actuación. Con respecto a lo que sigue, no puedo evitar hacer un movimiento de cejas que me muestra divertida — ¿Quién debería denunciarte por derechos de autor? — bromeo — ¿Sabes? Cuando vayas a un bar, no le digas a nadie que esas no son tus frases. Seguro a alguna persona le gusta. — no sé de dónde sale la confianza para uno de estos chistes pasajeros, pero va, solo lo hace.
No sé cómo es que he terminado en un punto donde aguardo el veredicto de un gato, pero lo hago tal y como si Frida pudiese discutir conmigo y espero hasta que permito que se me patine una sonrisa de lado — Me parece un buen negocio— concluyo con falsa pomposidad. Levanto la cámara y acerco mi ojo al lente, buscando cómo enfocarlo de buena manera como para ser capaz de capturar con exactitud la imagen que tengo en la cabeza plantada como un capricho. Estoy segura que lo único que puede ver de mí en esta postura es la sonrisa al escucharlo, apenas resonando en una risita — ¿Por qué no? El estilo renacentista haría que tus pómulos sobresalgan. Tienes mejillas de manzana — sé que no es un comentario que nadie por encima de los seis años disfrute de oír, así que chasqueo la lengua con diversión y tomo la fotografía, la cual se congela justo antes de que Frida decida moverse un poco. Perfecto.
Bajo la cámara y busco chequear el resultado, dando unos pasos en su dirección para que él pueda juzgar por su propia cuenta — ¿Cómo crees que te verías si te agrego uno de los cuellos blancos del romanticismo? — alcanzo a bromear, justo antes de oír el timbre que me sobresalta y hace que aferre la cámara con fuerza, como si hubiese temido que caiga al suelo. Los murmullos de los pasillos me indican que no tenemos mucho más tiempo, así que volteo hacia el tratando de tomar una postura más parecida a la profesora que a la bruja civil — ¿Te quedarás en la clase, entonces? Porque hay un par de asientos al fondo que están libres y tienen una excelente vista.
No sé cómo es que he terminado en un punto donde aguardo el veredicto de un gato, pero lo hago tal y como si Frida pudiese discutir conmigo y espero hasta que permito que se me patine una sonrisa de lado — Me parece un buen negocio— concluyo con falsa pomposidad. Levanto la cámara y acerco mi ojo al lente, buscando cómo enfocarlo de buena manera como para ser capaz de capturar con exactitud la imagen que tengo en la cabeza plantada como un capricho. Estoy segura que lo único que puede ver de mí en esta postura es la sonrisa al escucharlo, apenas resonando en una risita — ¿Por qué no? El estilo renacentista haría que tus pómulos sobresalgan. Tienes mejillas de manzana — sé que no es un comentario que nadie por encima de los seis años disfrute de oír, así que chasqueo la lengua con diversión y tomo la fotografía, la cual se congela justo antes de que Frida decida moverse un poco. Perfecto.
Bajo la cámara y busco chequear el resultado, dando unos pasos en su dirección para que él pueda juzgar por su propia cuenta — ¿Cómo crees que te verías si te agrego uno de los cuellos blancos del romanticismo? — alcanzo a bromear, justo antes de oír el timbre que me sobresalta y hace que aferre la cámara con fuerza, como si hubiese temido que caiga al suelo. Los murmullos de los pasillos me indican que no tenemos mucho más tiempo, así que volteo hacia el tratando de tomar una postura más parecida a la profesora que a la bruja civil — ¿Te quedarás en la clase, entonces? Porque hay un par de asientos al fondo que están libres y tienen una excelente vista.
—Una lástima— musito, sin darle más importancia de lo que ella les da a esos cuentos de su infancia. Supongo que hay cosas que quedan relegadas al pasado, las fantasías a las que nos aferrábamos de niños en primer lugar. Se necesita de una mirada limpia de ilusiones infantiles al crecer, para poder ver la vida y el mundo. Y peco de sentimental cuando me pongo en plan de citar frases que no son mías, sonrío por la recomendación que me hace la mujer y niego con mi barbilla, sosteniendo la mirada baja, puesta sobre la mesada. —No, ese no es mi modo de hacer las cosas. Nunca usaría las palabras de otra persona como mías— asevero. La miro de soslayo, profundizo mi sonrisa. —Si me piden que improvise, la mentiría se descubriría pronto— digo en broma.
No puedo creer que acepte mis intervenciones en cuanto al retrato que espera pintar, tomándonos a Frida y a mí como sus modelos. La observo sujetar la cámara para hacer la fotografía, sigo el movimiento de sus dedos para comprobar que lo haga bien, sin que parezca que la estoy controlando y moderándome para no hacerle ningún comentario a menos que haga falta. Permanezco inmóvil el tiempo en que la cámara se tarda en procesar la captura de la imagen. —¿A qué te refieres con mejillas de manzana?— pregunto, mis cejas se levantan hacia arriba en un gesto que acentúa mi expresión interrogante. Rozo mis pómulos con la mano que puedo sacar del agarre a Frida que se ha movido, pidiendo que la deje sobre mis rodillas. —¿Se ven sonrojadas?— inquiero. Quizá la temperatura dentro del salón ascendió y no lo percibí, paso mis nudillos por la piel para verificar si mis mejillas están calientes.
Me encorvo hacia delante para ver su trabajo con la cámara fotográfica, y alcanzo a echarle un vistazo, más no contestar a su broma, cuando un sonido me devuelve a la realidad de que estamos en horario de clases y este salón cumple una función en el instituto. Es el espacio para que los niños jueguen con el arte abstracto, una clase a la que tengo permiso de participar. No hace falta que le recuerde su invitación, ella la tiene presente. —Me quedaré— decido. Lo que sea que tuviera que hacer, puedo dejarlo pasar por hoy y no creo que el mundo sufra un daño por eso. —Puede que al final de la clase descubra que la pintura también puede ser para los negados, si veo a un par trabajar en ello— No lo creo, solo es válida como justificación para quedarme. —Y puedes agregar lo que quieras al retrato, cuellos de volados o lazos amarillos. Lo único que te pido es que… no me hagas las mejillas sonrojadas, por favor— digo al momento en que escucho la puerta abrirse y Frida sale disparada de mi brazo para huir al alfeizar de la ventana.
No puedo creer que acepte mis intervenciones en cuanto al retrato que espera pintar, tomándonos a Frida y a mí como sus modelos. La observo sujetar la cámara para hacer la fotografía, sigo el movimiento de sus dedos para comprobar que lo haga bien, sin que parezca que la estoy controlando y moderándome para no hacerle ningún comentario a menos que haga falta. Permanezco inmóvil el tiempo en que la cámara se tarda en procesar la captura de la imagen. —¿A qué te refieres con mejillas de manzana?— pregunto, mis cejas se levantan hacia arriba en un gesto que acentúa mi expresión interrogante. Rozo mis pómulos con la mano que puedo sacar del agarre a Frida que se ha movido, pidiendo que la deje sobre mis rodillas. —¿Se ven sonrojadas?— inquiero. Quizá la temperatura dentro del salón ascendió y no lo percibí, paso mis nudillos por la piel para verificar si mis mejillas están calientes.
Me encorvo hacia delante para ver su trabajo con la cámara fotográfica, y alcanzo a echarle un vistazo, más no contestar a su broma, cuando un sonido me devuelve a la realidad de que estamos en horario de clases y este salón cumple una función en el instituto. Es el espacio para que los niños jueguen con el arte abstracto, una clase a la que tengo permiso de participar. No hace falta que le recuerde su invitación, ella la tiene presente. —Me quedaré— decido. Lo que sea que tuviera que hacer, puedo dejarlo pasar por hoy y no creo que el mundo sufra un daño por eso. —Puede que al final de la clase descubra que la pintura también puede ser para los negados, si veo a un par trabajar en ello— No lo creo, solo es válida como justificación para quedarme. —Y puedes agregar lo que quieras al retrato, cuellos de volados o lazos amarillos. Lo único que te pido es que… no me hagas las mejillas sonrojadas, por favor— digo al momento en que escucho la puerta abrirse y Frida sale disparada de mi brazo para huir al alfeizar de la ventana.
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