The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Jolene W. Yorkey
Mentor
Siempre me ha gustado la lluvia, pero hoy se me hace un poco deprimente. La sala de profesores está casi vacía y digo “casi” porque mi única compañía es el profesor Botts, a quien me gusta considerar como un ente inexistente debido a las miraditas incómodas que tiende a echarme por encima de su periódico como si no fuese capaz de verlo. Tipos ridículos y penosos hay en todos lados, para variar, incluso cuando se trata de la mejor institución de arte de todo el jodido país. Me acomodo en el sofá que ocupo, cerca de la ventana y pretendo estar muy interesada en las formas de las gotas que chocan con el cristal. La taza de café que aprieto contra mi pecho me llena de una calidez que reconforta el cansancio, ese que llevo conmigo a donde vaya pero que intento disimular que no está. Jamás he pensado que esta sería mi vida, si soy sincera. Llegó un punto, hace muchos años, que creí no tener futuro alguno. Estar en una sala rococó escuchando jazz con unos costosos zapatos derby de color carmesí no estaba en mis planes.

Cuando Botts carraspea al pasar una página, sé de inmediato que ese es su paso a intentar entablar una conversación y mis ojos se abren en alarma. Me pongo de pie como si el asiento me hubiese lanzado un maleficio, apoyo la taza sobre la mesa que sé que algún elfo limpiará y finjo un bostezo, algo exagerado y teatral — Qué día. ¿No? — pregunto, buscando efusivamente mi morral, hasta que lo encuentro y me lo calzo en el hombro — Es una pena el tener que seguir trabajando. ¡Que tengas suerte, Barry! — estoy segura de que lo escucho balbucear algo en desconcierto cuando salgo disparada de la sala y cierro la puerta a mis espaldas, con un suspiro de alivio. Acomodo el mechón que se me ha salido del rodete que llevo coronándome y aprieto el paso, dispuesta a usar la media hora que tengo libre en acomodar mi aula para mi próxima clase. Es el grupo de principiantes, así que solo me enfocaré en los colores, nada que mi mente no pueda hacer a estas horas.

Estoy doblando la esquina cuando tropiezo con alguien a quien no me esperaba ver en medio del pasillo, lo cual me descoloca un poco en tiempo y espacio. Incluso, el ligero salto que doy hacia atrás me desarma el rodete improvisado y tengo que sacudirme el cabello que me ha caído sobre la cara para tratar de enfocarla — ¡Syn! — sí, definitivamente es ella, no estoy tan ciega — No esperaba verte aquí. ¿Qué…? Es por las pinturas que no te regresé, ¿no es así? — que memoria de pez la mía. Entre todas las cosas que tengo en la cabeza, de seguro hay varias de mi día a día que se me han traspapelado.
Jolene W. Yorkey
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Invitado
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Puedo percibir que algo está mal cuando no logro concentrarme en mis lecturas de clase y mis dedos tamborilean sobre la madera de la mesa como si buscaran un lapiz para hacer trazos. Deslizo la yema de mi dedo índice en garabatos sobre la superficie, me distraigo y las líneas del libro se hacen difusas hasta volverse una única línea de palabras ilegibles. Abandono el esfuerzo, tengo un par de horas libres por delante y no quiero volver a casa, el silencio de la biblioteca no me serena, se hace opresivo. Cierro el libro con un golpe, renuncio. Debe ser la lluvia, me digo, para no enumerar las mil razones más certeras sobre mi impaciencia que no tiene nombre. Recogo todas mis cosas a prisa, arrojándolas dentro de mi mochila y me la cuelgo al hombro. La silla raspa el suelo y mis zapatillas suenan fuerte sobre las baldosas al salir de la biblioteca casi corriendo. Tengo un destino en mente, un sitio que se volvió más seguro que mi propia casa.

Paso diez minutos sin hacer otra cosa que admirar un retrato en la pared, es un mago de atuendo extravagante acompañado por una bruja robusta y dos niños con grandes mejillas y rizos rubios. El hombre ocupa casi todo el cuadro y el resto son rostros accesorios. Estoy sentada en una banca contra la pared opuesta, aun cargando con la mochila y mi postura recta. El retrato es parte de una colección que varia en tamaños y técnicas. Escucho como mi respiración recobra un compás normal, puedo ponerme de pie cuando esa sensación claustrofóbica de un rato antes se desvanece. Mis pies me llevan a deambular por uno de esos corredores que parecen una galería de arte y al doblar una esquina me encuentro con un rostro conocido de cabello rubio despeinado. -¿Qué...?- balbuceo, haciendo memoria de las pinturas. Ha pasado un tiempo desde que se las di, que me resigné a serían archivadas como suelen hacer otros profesores. -Ah, no. Vine unas horas a pasar el rato. Tal vez usar uno de los salones si está libre- explico. Necesito un rato en que sean mis manos las que piensen y no mi mente. -¿Vas a clases? Si no te molesta, te acompaño- me cuesta un poco tutearla, pero tratarla con la distancia de una autoridad se oye tan impropio al ver lo joven que es.
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Jolene W. Yorkey
Mentor
Resoplo con alivio y me llevo la mano al pecho, dándome por vencida en mi tarea de darle algo de forma a mi cabello con mis dedos. Nunca me ha gustado el ser uno de esos profesores que se apropian de los trabajos ajenos, pero tampoco puedo decir que mi cabeza ha estado en su lugar desde hace meses. Volver a tener a Andy en mi vida, aunque sea esporádicamente, lo ha cambiado todo. La presencia de Gavin ha roto mi rutina y el intento de una vida normal, el convencerme de que puedo ser como los demás de una buena vez, han ayudado a desestabilizar mi concentración. Al menos, su respuesta me hace sentir menos culpable — ¿Tarde libre y horas que usar en pintura? — pregunto con amabilidad y le hago una seña para que camine conmigo, en un obvio gesto de que acepto su compañía — Pensaba preparar los materiales antes de la próxima clase. Nunca se es demasiado cuidadosa cuando te toca con los estudiantes más jóvenes. La semana pasada desperdicié media hora buscando una brocha que uno de los niños había estado usando para meterse en la nariz — ruedo un poco los ojos, mostrándome vagamente divertida a pesar de que eso había sumado un tic a la lista de las razones por las cuales no pienso tener hijos. Puedo reírme de ellos un rato, pero siempre voy a preferir el saber que puedo regresárselos a sus padres.

Synnove puede ser mucho más joven que yo, pero me lleva al menos diez centímetros y eso me quita el peso de la responsabilidad cuando andamos sin títulos de profesora-alumna por el pasillo. Bueno, jamás he sido una persona de gran altura, pero eso jamás ha influenciado en mi día a día, al menos que buscase ser intimidante. He sabido serlo, claro está, pero ahora mismo no es de importancia. Meto las manos en el morral cuando me pongo a buscar las llaves del salón a mitad de camino, sin disminuir el paso — ¿Algún proyecto nuevo? — pregunto por la mera curiosidad y cordialidad de mantener una conversación, pellizcándome el labio inferior con los dientes en la impaciencia de mi búsqueda — Hace tiempo que no me llevo algo nuevo tuyo a casa. ¿O tienes uno de esos bloqueos de inspiración? — uno que yo misma he estado experimentando hace poco, tema aparte.
Jolene W. Yorkey
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Invitado
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Se podría decir que si— respondo con una sonrisa débil. No me embarga la misma emoción que otras veces de agarrar un carboncillo porque tengo un retrato en mente que quiero plasmar, la sensación es más parecida a la necesidad de aferrarme a esa herramienta que me devuelve a mi refugio de seguridad. Sea para dibujar líneas al azar o acabar con una figura que después no querré mirar una segunda vez, lo que sea. El único pasatiempo al que me aboco es dibujar, además de leer y releer la biblioteca de mi madre. No tengo muchas otras cosas para hacer en mi tiempo libre. ¿Deportes? Sí, claro. Mirarlos desde las gradas. ¿Cocinar? Sami lo hace lo suficientemente bien por los dos.

¿Es la clase con los más pequeños?— inquiero con un atisbo de entusiasmo. Para ser una chica que creció como hija única, me agradan los niños y en parte es por eso que me carcome la ansiedad de conocer a mi hermano menor, situación que no será posible a menos que mi padre despierte un día siendo otra persona. Me agradan… a mí manera. Creo que sería una buena hermana mayor orientando y educando sobre las reglas a cumplir en la casa, en la escuela. Lo del niño con el pincel en la nariz me saca una carcajada, pero este es de esos casos en que creo que se necesita una guía como la mía. Seré suave, pero firme. Puedo verme en la tarea con un poco de optimismo. —Puedo ayudar con eso— me ofrezco nuevamente. —Cuidar que nadie coma pintura o quede con un pincel atorado en la nariz.

Camino a su lado por el pasillo, adecuando mis pasos a su prisa. En un acto inconsciente, rasco la palma de mi mano al tener que hablar de mis proyectos. Tengo uno que está creciendo en la pared de mi habitación que no suelo comentar, y en el instituto para probar técnicas no suelo excederme con la impronta personal, como en todo traté más de ajustarme a lo que se espera de nosotros, a seguir consignas. Pero a la profesora Yorkey me daría más vergüenza que satisfacción por tarea cumplida, enseñarle una fuente de frutas solo para hacer alarde de luces y sombras. —Estoy trabajando en retratos de mujeres— es inevitable el tono entusiasta en mi voz. —Es una idea que me gusta mucho, lo quiero hacer. Lograr una colección de rostros que transmitan algo, una historia, y cada una sea diferente— mi tono decae y hago una mueca. —No sé si es un bloqueo, tengo bosquejo de algunos rostros. Pero nada en lo que pueda sentarme a trabajar hasta terminarlo… siguen siendo rostros que no transmiten nada.
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Jolene W. Yorkey
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Asiento a su respuesta, pero toda mi atención se la lleva el entusiasmo. Nunca fui muy apegada a los niños no por decisión mía o porque no me gusten, sino porque nunca tuve facilidad con ellos. Las clases con los más jóvenes siempre me resultan las más agotadoras, porque mi naturaleza está en dejar salir insultos o recurrir a tratos que con ellos debo evitar. Es un cansancio mental y físico, porque ni hablemos del mucho tiempo que tengo que quedarme de pie para controlarlos a todos — Si tienes el don del control infantil, puedes ser mi asistente. Claro, si te interesa — muchos profesores hacen uso de los estudiantes más grandes para sus clases, pero hasta el momento yo no lo he intentado. Ahora que lo pienso, Synnove sería un muy buen avance dentro de mis técnicas de enseñanza… menos estrés aparte.

¡Ahí! Agarro mis llaves y los muchos llaveros retumban en el pasillo, haciendo que me tarde un poco más de lo normal el encontrar cual es la que abre el salón, cuya puerta puedo ver a unos pocos metros. No sé qué es lo que llama más mi atención, si su entusiasmo o su proyecto en particular, pero sea lo que sea se gana que la mire con obvio interés — ¿No has probado el sentarte en una plaza? — sugiero — Cuando era niña, pasaba horas sentada en la plaza. Había rostros de todo tipo y siempre encuentras uno perfecto para copiar. Como si así pudieses contar su historia — obviemos que, en esos tiempos, ir a la plaza era mi excusa para jugar tonterías e imaginar cuentos con Anderson Looper, mucho antes de que nuestras vidas se arruinasen por completo. A veces, no entiendo cómo es que yo fui esa persona — Muchos dicen que tener modelos es como un insulto a la imaginación, pero a mí me parece un ejercicio excelente. No todos vemos lo mismo en la misma persona. ¿No tienes a nadie digno de dibujar? — sin más, aprieto un poco los últimos pasos para abrir la puerta y tantear en busca del interruptor de la luz, debido a que las persianas bajas y la lluvia solo ayudan a la oscuridad.
Jolene W. Yorkey
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Sonrío a la profesora. Decir que tengo ese tipo de don es exagerar, no lo he puesto en práctica para saber con certeza que sea así. ¿Si me interesa? ¡Claro! No admitiré mi falta de experiencia, porque quiero que me tenga en cuenta como su asistente. No debe ser tan difícil impedir que los niños usen pinceles como varitas y emprendan un duelo campal en medio del salón, ¿verdad? —Me encantaría— acepto el ofrecimiento que me hace. Está hecho, tengo una razón para quedarme la siguiente hora en el instituto haciendo algo más que deambulando entre rostros pintados que cuelgan de las paredes.

También podría estar en una plaza, es cierto. ¿Por qué no estoy ahí? Porque no salió tan bien al última vez. —Solía hacerlo, pero me quedé con el boceto inacabado de una chica y no me ha dado ganas de regresar. Es como si me hubiera empecinado con que tiene que ser ese rostro y no otro, en toda la plaza. Lo que no creo es volver a verla y tampoco sería correcto acabar el retrato— le cuento, divagando un poco con mi explicación, hasta que me sincero con un suspiro. —Era una esclava— confieso. Algo me dice que eso está mal, si bien no conozco ley que estrictamente lo prohíba usar a esclavos como modelos para el arte. Debe ser como un tabú que interioricé, al que me enfrento ahora. Porque si el arte es expresión… romper o no romper tabúes también dice algo. —¿Crees que esté mal retratar a una esclava?— le pregunto a Jolene, puesto que es con quien puedo hablar de esto por primera vez, cuando en realidad no hay muchas personas con quien pueda hablar abiertamente de este tema.

Pienso en sí hay otra persona a la que dibujar, sé que juegan muchas cuestiones internas en mi imposibilidad de retratar a mi madre. De todas las mujeres que conozco, es a la que menos justicia podría hacer al plasmar sus rasgos en un lienzo, es tanto lo que ignoro de ella y caería en prejuicios al querer reflejar su historia marcada en sus facciones. —No lo sé— musito, y la sigo al interior del salón que en la oscuridad y con el repiqueteo de la lluvia es una gran caja negra que en segundos resplandecerá con los colores de su interior. Cuando así sucede, revelándose a la vista los cuadros inacabados contra la pared y otros trabajos, camino hasta una banqueta para tener donde colocar mi mochila con los libros de la escuela. — ¿Tal vez mi profesora de arte?— sugiero, ligeramente ilusionada de que acepte.
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Jolene W. Yorkey
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Hay dos modos de acabar el retrato de una persona a la cual solo viste una vez: o le tomas una fotografía o lo pintas de memoria, a no ser que tengas dedos especialmente rápidos. Así que entiendo a lo que se refiere, porque he estado ahí en más de una ocasión, en especial cuando debía dejar salir todo lo que tenía dentro y la pintura fue mi mayor distracción. Soy algo así como el estereotipo que ha encontrado tranquilidad en los métodos más antiguos de descarga. Estoy por decirle algo sobre cómo podría finalizar su retrato usando un poco la imaginación y los rastros de memoria, cuando lo que confiesa me deja un momento muda, estática en una mirada que no sé cómo debe verse desde afuera. Con los labios apretados, tardo más de lo normal en contestar —  No — contesto con simpleza y un tono de voz algo más bajo — No creo que esté mal. La persona que me gustaba dibujar cuando era una niña ahora es un esclavo — siempre repudiaré lo que los Black han hecho y ruego que jamás vuelvan a aparecer, pero una parte de mí sabe que detesta ver a Andy como alguien que carece de libertad. He aprendido hace muchos años que no puedo protegerlo, así que intento con todas mis fuerzas el no pensar en ello.

No sé si puedo hablar de esto con ella, al fin de cuentas es una estudiante y hay temas que nadie debería tocar fuera de la seguridad de sus hogares. Así que sacudo la cabeza, recobro la compostura con un carraspeo y avanzo por el salón ahora iluminado, donde dejo mi bolso y mis llaves sobre el escritorio con un estruendo. Oigo su duda mientras le doy la espalda al levantar un poco las cortinas y abro una de las ventanas, dejando entrar el viento frío que ayudará a airear un poco la habitación, al menos unos minutos antes de que empiece la clase. Su sugerencia me toma por sorpresa y me volteo en su dirección con las cejas completamente alzadas, sintiendo la ligera vena del elogio — ¿No crees que podrías encontrar un rostro un poco más entretenido para pintar? Rubias pálidas hay a montones — es un comentario que oscila entre el chiste y la verdad, pero que también deja en claro que no es una negativa. Hago un movimiento con la cabeza que primero parece dudoso al balancearla de un lado al otro, hasta que asiento al dirigirme al rincón donde se encuentran las cajas con los materiales a trabajar. Siempre dije que los rostros que cuentan historias son los mejores para retratar, por eso entiendo que le haya llamado la atención una esclava. Esos han visto casi la misma cantidad de cosas que yo, pero ella no debería conocer los detalles de un juicio que pasó hace tiempo, pero que de todos modos salió en todos los televisores — ¿Qué estilo usarías? ¿Y qué me dices de los colores?
Jolene W. Yorkey
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De ese tiempo en que los muggles no eran esclavos no tengo memoria, tenía cuatro años cuando se dio el ascenso de los Niniadis en el ministerio y se alteraron todas las estructuras. Hay personas que sí tienen recuerdos en común con muggles que acabaron en el mercado de esclavos y percibo la nota amarga en la voz de mi profesora. —¿Cómo era esa persona?— pregunto, desde la curiosidad más inocente, como si de hecho estuviéramos hablando de una «persona» como tal, y no de un esclavo, condición que los ha rebajado a estratos muy bajos. En mi fuero interno guardo relatos muy interesantes de esclavos, la ironía de crecer casi aislada en un edificio del Capitolio es que mi contacto más inmediato fue un esclavo y en el presente lo es otro, además de los que por coincidencia encuentro en una plaza o a la puerta de mi colegio.

Su réplica, que no es una negativa rotunda a ser mi modelo, me tiene intentando convencerla. —Pero si mi proyecto no trata sobre tonos de cabello o caras de revista— vuelvo a aclarar, ella me había entendido cuando le dije que buscaba rostros que expresaran una historia trazada en sus facciones y sé que ella tiene una que lo vale. Una que no puedo abordar con preguntas simulando un interés vago, y es que cuando me pongo en la tarea de hacer interrogatorios, no doy espacio para respiros. —Comencé a hacerlos con carboncillo— contesto y con rapidez abro mi mochila para sacar de allí el cuaderno y el estuche metálico donde guardo los materiales más básicos, los indispensables para ser transportados si es que surge una oportunidad de usarlos. Si algo me falta, podré encontrarlo en este salón.

»Y puede ser falta de tiempo o ambición, o simple pereza, pero no pensé hacer retratos con otras técnicas que juegan con una mayor variedad de colores. O puede que tenga algo con colores… no lo sé… dibujar siempre se me ha dado mejor que pintar, que jugar con los colores— confieso lo que no suelo demostrar, porque suelo esmerarme en cumplir con las clases del instituto y en todo lo que nos encomiendan, sin «peros» ni gustos personales que se antepongan.
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Jolene W. Yorkey
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¿Cómo era esa persona?

Como no puedo responderle de inmediato, simplemente prenso mis labios y no lo hago. Lo dejo pasar, como un comentario que podría haber ignorado pero que es obvio que no lo hago, porque me deja un instante fuera de esta habitación, con la mente perdida entre la lluvia. El suspiro delgado y largo evidencia que debo meditarlo, no muy segura cómo hablar de esto en mi lugar de trabajo. Por suerte, el hilo de la conversación me hace ganar algo de tiempo — No pierdes el tiempo — es un intento de broma que ayuda a distender mi mente, fijándome en como no se demora en sacar sus materiales de trabajo. Como si hubiera aceptado el desafío, simplemente cruzo mis brazos y me recargo contra la pared de madera, esa que me deja cerca de la ventana y de la mejor iluminación en toda la habitación — No lo veo ni como una cosa ni la otra. Cada quien tiene su estilo, su marca personal. Las clases solo sirven para moldearte en diferentes técnicas, pero está en ti el elegir cuál va mejor con tu mano — si ella quiere hacer un proyecto entero con carboncillos, pues está perfecto — Lo que más me gusta del arte, es que nunca nadie puede estar equivocado. Podemos hablar de un cuadro o de una canción, pero jamás despertará lo mismo en dos personas diferentes — el tono de mi voz, un poco más acelerado, me hace reír de mí misma aunque sea por lo bajo — Sueno como una fanática religiosa, ¿No es así?

Uso mis dedos para quitarme el flequillo de la cara y le hago un gesto para señalarle la ventana — ¿Me quedo aquí o no te ayuda demasiado? — pregunto con amabilidad, segura de que todavía contamos con unos cuantos minutos. Escapar del pobre de Barry tiene sus ventajas, como el ganar un poco de tiempo extra y ayudar a una estudiante algo entusiasta. Doy unos golpeteos con mis nudillos en la pared que tengo detrás, la cual suena algo hueca y me resigno un poco — En cuanto al esclavo… — vacilo un poco. No contengo la sonrisa furtiva, tratando de apagarla un poco pero sin éxito. Tampoco es una sonrisa feliz, pero tampoco puedo decir que se carga de tristeza. Agridulce, como muchas de las memorias que podría contarle — Es mi mejor amigo desde los siete años. Tenemos… bueno, digamos que tenemos historia — desencontrarnos porque la tragedia llegó a su vida, reeencontrarnos porque la tragedia llegó a la mía. Recorrimos juntos el sendero de los Juegos Mágicos y la existencia se encargó de enloquecernos hasta que terminamos aquí, perteneciendo a dos mundos diferentes y, a su vez, tan unidos — Es complicado desligarse de las personas con las cuales has crecido, cuando tu vida tiene más recuerdos con ellos que sin ellos. Quiero decir, he perdido mucha gente, pero algunas simplemente se quedan… — coloco una mano en el pecho, presionando dos dedos en la zona donde puedo sentir mis latidos — Aquí, ya sabes. No es fácil — tengo una lista. Erígone, mamá, Lyon. Andy, Jeremy, Ewan, Dyan, hasta Katie. Jordan, Alex. Algunos fantasmas nunca se van.
Jolene W. Yorkey
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Acomodo el cuaderno sobre mis rodillas, me pican las palmas de las manos para empezar con el boceto cuando la escucho explayarse sobre cómo cada quien vive el arte. Hay algo ahí que quiero retratar, atrapar entre líneas antes de que se escape por el margen. Usar una mesa me daría una posición más cómoda, si fuera mi manera habitual de trabajar. No lo es. Subo un poco las rodillas para dar altura al papel y a la mesa la relego como soporte sobre la cual abro la caja metálica. —Si el arte no nos inspirara este tipo de cosas, hablar en ocasiones como fanáticos religiosos, creo que no estaríamos en este instituto y tampoco haciendo el intento de contribuir con un poco de lo propio— respondo, su actitud es de sobra justificada y un atisbo de algo que me toca capturar al empezar a manchar el papel con el carboncillo, para poder marcarlo luego, cuando pase a definir los rasgos.

¿Quieres sentarte? Puede que esto tarde unos minutos… ¡pero no te muevas!— exclamo. Uso mi varita para que una banqueta llegue hasta ella, el recorte de su figura contra la ventana me hace consciente de la lluvia que no cesa y sé que también tendrá su influencia en el retrato. Es un marco interesante, más que cualquier otro rincón de la sala, no importa lo variante que puede ser la luz. Mis dedos se van manchando de negro, cargo algunas regiones del papel con sombras más oscuras. Trabajo rápido y un poco desprolijo, supongo que algunos detalles me quedarán por hacer en casa si los niños acuden a la clase a tiempo e interrumpen la escena.

Estoy ensimismada en el bosquejo, pero no me pierdo ni a una palabra al hablar del esclavo que alguna vez fue su amigo. Con la mirada gacha, los ojos escondidos, puedo dar la impresión de estar «estar en otro mundo» con los oídos sordos a lo que me rodea. No sucede en esta ocasión, mi postura es engañosa, no estoy encerrada en mi misma. Lo estuve demasiado tiempo, muchos años, pero puedo sentir empatía por lo que me dice y levanto mi mirada hacia ella cuando señala su pecho. Me freno de imitar el gesto por acto reflejo y sostengo el carboncillo con fuerza entre mis dedos. —Eso es llevar muchas personas contigo a todos lados— murmuro. —¿Ayuda cuando te sientes sola? Digo, ¿te ayuda rodearte de los recuerdos de esas personas?— ¿es amargo? ¿es reconfortante? ¿se siente sola a veces? Esas son mis dudas.  Intento algunos trazos con un tono más profundo. —¿Y por qué sigues siendo amiga de alguien que fue tu amigo a los siete años?— pregunto y me aclaro con prisa: —Me refiero a que… ¿por qué una amistad así perdura cuando tantas cosas cambiaron? No logro comprenderlo del todo… las cosas que conozco que perduran, se van desgastando.
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Jolene W. Yorkey
Mentor
No llego a tener ni un pensamiento al respecto, que la banqueta ya está a mi lado y tomo asiento, haciendo uso de mis dientes delanteros para morderme la lengua y ahorrarme una risita ante su obvio entusiasmo. Levanto mis manos en señal de que no voy a moverme, me cruzo de piernas y apoyo en la rodilla ambas manos, enderezando la espalda con ayuda del asiento. Y ahí me quedo.

Son demasiadas personas, ella no tiene idea de cuántas y yo tampoco voy a hacerle una lista que sé que no quiere oír o que ni siquiera llevaría a algo. Su pregunta es una que no me hice jamás, así que me obligo a meditar una respuesta. Nunca supe si servía de algo el recordarlos y tampoco hago mucho énfasis en ello. He aprendido a vivir con su recuerdo, son parte de mí y sus memorias saltan en los momentos menos pensados, pero ya es parte de mi realidad y no una horrible pesadilla. Ha dolido horrores y a veces todavía lo hace, pero también aprendí a sanar. No puedo seguir llorando por algo que pasó hace tanto tiempo — Me gusta recordarlos con cariño, pero no son mi motor. Son algo lindo que tuve, perdí y se quedó conmigo. Lloré cuando tuve que hacerlo, pero la vida sigue... — y aunque no lo parezca, poco a poco me voy dando más cuenta de lo mucho que puedo hacer con esta segunda oportunidad. No lo había considerado, pero tengo una carrera, una casa, un gato, amigos y hasta un chico que disfruta de salir conmigo. Es más de lo que pude haber pedido.

La siguiente duda que sale de ella me hace sonreír, porque es una cosa que yo misma me he preguntado en más de una ocasión. Menos mal que me pidió que me quede quieta, sino me estaría removiendo en mi lugar en la inquietud que me embriaga un instante — Dejamos de vernos y volvimos a encontrarnos. Una y otra vez. ¿Nunca te ha pasado que parece que tienes un imán con otra persona? Siguen diferentes caminos y, al final, siempre se cruzan — creo que esto es un poco íntimo para charlarlo con una estudiante, pero dejarlo salir me hace dar cuenta de que lo tenía atravesado en la garganta. Carraspeo como si pudiese quitarme esa sensación y golpeteo mi rodilla con mis dedos — No todo lo que perdura se desgasta. A veces sí, otras se hace más fuerte. Creo que todo depende de cuándo, cómo y quién... — por un momento, siento que estoy sonando como una soñadora o romántica empedernida y tengo que crispar el rostro en disgusto — Como sea... ¿Que tal va ese retrato? ¿Ya te arrepientes de no haber elegido a alguien mejor?— bromeo, apenas asomando una sonrisita que busca girar el rumbo de la conversación.
Jolene W. Yorkey
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Ese tipo de pensamientos requieren de cierta fuerza que no todos poseen, poder llorar una pérdida y recuperarse como para seguir, que eso siga ocurriendo un par de veces…— comento, presiono el carboncillo contra el papel para que el arco de sus cejas destaquen sobre la mancha oscura de fondo y el rostro dibujado tenga la misma expresión que la modelo real. —La nostalgia puede ser un sentimiento atractivo, volverse un vicio, a veces yo extraño cosas que nunca tuve. Como si existiera la necesidad de carecer de algo, sumirnos en un largo duelo—comparto parte de lo que es mi mundo interior, y es que por fuera de este tengo una vida cómoda. No se podría decir que algo me falta.

Las experiencias que otras personas cuentan las desconozco, algunas tan banales, otras que fuerzan a mi memoria a recordar y lo único que evoco son mis padres como las únicas presencias constantes en mi vida. Hubo personas que se fueron, alguien a quien expulsé. Pese a que lo intento, no consigo recordar si hubo alguien que volviera a mí atraído por un vínculo que nunca llega a romperse con el tiempo. Una y otra vez. Podemos echarle la culpa a que soy joven, todavía es pronto para saber si no volverá alguien que conocí en otra época. Frunzo un poco mi ceño, espero que eso no suceda. Suena raro. No parece que fuera algo que vaya a ocurrirme a mí o puede que sea ingenuidad. —¿Y si es algo que solo le ocurre a unas pocas personas? Por una cuestión de suerte o de desgracia. No creo que todos tengamos un destino entrelazado al de otra persona…— alzo rápidamente mi mirada hacia ella y le sonrío con calma.

»Y no estoy hablando en términos románticos. Es posible que los destinos entrelazados existan y puede ser entre amigos, amantes, enemigos o maestros y alumnos también— me explico. Detengo el movimiento del carboncillo, miro al techo para capturar un pensamiento que atravesó mi mente por un segundo y poder plasmarlo en palabras. —He leído que suele suceder para que aprendas algo de esa persona. La sigues encontrando, mientras siga quedando algo que debes aprender— es lo que logro recordar. Retomo mi trabajo con el carboncillo cuando pregunta por el estado del retrato. —¡Todavía falta, todavía falta! Estoy con la barbilla— impido que se levante si esa es su intención y devuelvo mi mirada al papel. —No, no me arrepiento. Y no hay mejores modelos que otros, no cuando se trata de personas…— opino.
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Jolene W. Yorkey
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Supongo que tiene razón. La nostalgia tiene su atractivo, pero siempre me he negado a ser una de esas personas que pasan su vida de llanto en llanto, olvidándose de que todavía quedan motivos para seguir respirando. Tal vez, cuando era una niña mucho más dramática y perturbada de lo que soy ahora, el quejarme y sentirme caer era algo mucho más cotidiano; como ella dice, era casi un vicio. Me gusta saber que lo he superado, al menos en gran medida. Ya no queda mucho de esa Jolene.

Es posible que no — nunca fui muy creyente de las almas gemelas, al menos no desde que empecé a ver el mundo con ojos adultos. Algunas personas las encuentran y hacen que la relación, sea cual sea, fluya con naturalidad. Luego estamos las personas como yo, gente que ha aprendido a estar sola y que, cada vez que se cruza con alguien que intenta meterse en su vida, sabe como ponerle un freno antes de que las cosas se descontrolen porque ha aprendido que casi todos se marchan. Y luego está Andy, quien parece ser la única constante en este mundo retorcido — ¿Ah, sí? — pregunto con una sonrisa, en parte curiosa, en parte divertida a pesar de lo amargo de la conversación — ¿Y qué se supone que debo aprender? Porque si es paciencia o tolerancia, creo que estoy llegando a mi punto límite — sé que no tiene una verdadera respuesta y que eso debo averiguarlo por mi propia cuenta, pero tampoco estoy segura de querer hacerlo. Tengo muchas incógnitas respecto a Anderson Looper, pero cuestionarlo tampoco es algo que me llame la atención. Después de todo, es mi persona, en el sentido que deba serlo.

Aprieto las manos al borde del asiento en señal de que no estaba pensando levantarme, clavando las yemas contra la madera — En eso estoy de acuerdo. Siempre depende del estilo que busques y de lo que el artista es capaz de capturar — se lo concedo, empezando a sentirme un poco más relajada en la banqueta en una posición que usualmente no tomo. Yo retrato historias, pero no pienso ser parte de ellas — ¿Es por eso que decidiste ir por rostros? ¿De mujeres por alguna razón en especial? — mis ojos buscan encontrarse con la expresión de sus facciones, posiblemente tratando de descubrir su respuesta antes de que salga de su boca — Tal vez, encuentres un rostro con el cual puedas entrelazarte. Hay caras que siempre se quedan con nosotros, cercanas o no — he visto cientas. Tal vez, no hay que ser tan pesimista cuando se es tan joven.
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Tengo entendido que aprender algo requiere que rompamos límites— contesto, mi mirada gacha, concentrada en el trazo del carboncillo por el papel. — Superar barreras de lo conocido— divago, tengo los ojos puestos en el recorrido de la línea negra que va dando forma al rostro de la mujer. No es hasta que acabo con ese trazo que puedo volver a pensar en lo que dije sobre los destinos que entrecruzan y el aprendizaje que queda pendiente en algunos casos. — Paciencia, fuerza, perdón…— menciono las razones por las cuáles un mismo hecho parece repetirse en la vida de alguien, y que puede suceder en el encuentro con personas distintas. — Aprender no es tan fácil, es posible que nos equivoquemos muchas veces, que los conflictos los resolvamos siempre de la misma manera, y seguirá presentándose si es que no lo hicimos de la manera correcta— explico. — Es lo que leí— reconozco con un poco de vergüenza, por estar dándole charla sobre algo que desconozco en experiencia.

Retomo mi trabajo, dándome prisa en definir los rasgos, para que mi modelo no abandone la banqueta antes de tiempo por la impaciencia o lo incómodo que es estar en esa posición. Los artistas terminan por acostumbrarse a ser quienes están siempre detrás del lienzo y quizá ser la modelo causa cierta ansiedad. Nunca hice un autorretrato, por ejemplo. El por qué coincide con la respuesta a su curiosidad. — Porque busco algo de mí en todos esos rostros, por eso son solo mujeres— contesto, mis dedos manchándose con el carbón para extender la sombra que da cuerpo al dibujo. — Supongo que se trata de algo así como entrelazarme— estoy de acuerdo con ella. —Es como cuando una persona reconstruye su árbol familiar, se pregunta por la vida y la obra de sus antepasados, están buscando una guía. Yo lo que hago es construir un mapa de mujeres, son rostros que me cuentan historias, y tal vez entre todas puedan darme las respuestas que busco…— a lo último es un susurro. Paso mis dedos sucios por el cabello que cae a los lados de mi cara y lo coloco detrás de mis orejas, despejando mi rostro. — Estoy tratando de descubrir quien quiero ser.
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Jolene W. Yorkey
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Paciencia, fuerza, perdón. Son cosas que en algún momento tal vez tuve, pero ahora quedaron un poco fundidas con el resto de mi persona. Lo dejo morir, abriendo mi boca en un círculo perfecto y asintiendo cuando da a entender que es algo que solamente leyó y que, si vamos al caso, no debería dejarme pensando por el resto del día. Son solo divages de profesora-alumna, tampoco es algo por lo que debería preocuparme. Sí vuelve a capturar mi atención con una respuesta que, sinceramente, no estaba esperando y no sé muy bien por qué es que me sorprende. Todos los que se vuelcan al arte buscan reflejar algo interno, porque al fin de cuentas es un medio de expresión. Lo fue para mí cuando necesité escapar del mundo real y lo es ahora. Y ella es joven, obvio que está buscando respuestas a una personalidad que aún no ha definido del todo. Me hace algo de gracia recordarme a su edad, porque tenía las manos manchadas y la cabeza totalmente enferma. Era una niña en miles de aspectos y una anciana en cientos. Aún hoy me es complicado encontrarme dentro de una etiqueta.

— Descubrir quienes somos a veces puede ser el trabajo de toda una vida — no me doy cuenta de que estoy susurrando, tal y como si estuviese compartiéndole un secreto que solo debe cruzar el aula de mi dirección a la suya y morir — Como personas, vamos cambiando, madurando y conociendo partes de nosotros de manera constante. Creo que nunca dejamos de evolucionar, a pesar de que nuestra esencia siempre sea la misma — es por eso que nos reconocemos, casi todos los días. A veces, nos avergonzamos de nuestro pasado y, otras, lo abrazamos con fuerza — Pero es bueno que tengas puntos de referencia. Siempre es positivo tener un sitio dónde empezar a tejer los hilos y parece que a ti te da resultado. Además, tienes dedos hábiles — mis ojos bajan hacia sus manos en un gesto que me ayuda a señalar mi punto y se me asoma una pequeña sonrisa por una de mis comisuras — Si hay una estudiante en esta escuela que sé que encontrará lo que busca, eres tú. Eres mucho más inteligente de lo que yo era cuando tenía tu edad… — el tono final de mi oración sale entre dientes y con un tono burlesco, rodando los ojos con gracia ante el recuerdo de una Jo un poco penosa. Una que todavía huía, buscaba refugio en los dos amigos que le habían quedado y fumaba más cigarrillos de los que era capaz de pagar.

Intento no moverme mucho, así que no chequeo la hora ni pregunto cuánto tiempo nos queda. En su lugar, disfruto de verla trabajar, analizando el contorno de sus facciones y la caída de su cabello — Alguna vez deberíamos cambiar — sugiero — Dejar que yo te pinte a ti. Tal vez, verte por medio de los ojos de alguien más ayude en tu búsqueda — o tal vez, todo lo contrario, pero debe saber que mi propuesta está servida sobre la mesa y está cargada de honesta buena intención.
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Tengo toda una vida para descubrir quién quiero ser, es la impaciencia de mi edad la que me hace querer una respuesta que no tarde tanto tiempo. Si pienso en mi futuro como lo hacen mis padres, como una línea recta en la que hay metas que se irán alcanzando una tras otra, puedo saber dónde estaré en cinco años, también en quince años. Pero no quiero sentir que estoy andando por un camino fácil que marcaron otros para mí, sino creer que es algo que puedo elegir. Todo aquello que me apasiona de las leyes, no quiero que me confine a un escritorio en el ministerio y fantaseo con ocupar un puesto en el que pueda formular nuevas leyes, y a la vez es una ambición tan grande, que me da miedo no poder retroceder sobre mis pasos si es demasiado para mí. Si eso al final de cuentas no es para mí. Y por eso estoy aquí, escondiéndome en el Instituto de Arte.  

Froto una mano sobre mi pecho, buscando esa esencia de la que habla Jolene, que no logro descifrar y que se mantendrá no importa cuál sea el camino que tome, como un cofre del que perdí la llave. Repaso el bosquejo a medio terminar que tengo sobre mis rodillas, pienso en como todas estas mujeres son tan diferentes, no en sus rasgos físicos, sino en la historia que fue delineando su sonrisa de una determinada manera, en las arrugas de risa o llanto que bordean sus ojos, en lo intensa o lo melancólica que puede ser su mirada. Cada historia que me cuenta un rostro es un espejo en el que puedo verme si escojo una decisión y no otra. —Me han dicho un par de veces que soy una estudiante inteligente, y lamentablemente, eso no me ha dado todas las respuestas…— suspiro. —¿Ser inteligente es importante a mi edad?— le pregunto, puesto que pasó por esta etapa y la recuerda a juzgar por sus expresiones. —¿O qué es lo importante?— espero que ella pueda darme algo que me sirva de pista.

Interrumpo el retrato y guardo el carboncillo en mi mano, para mirarla con el interés que me causa su propuesta. —Eso podría funcionar— pienso en voz alta, —pero no sé qué podría salir de eso. No soy más de lo que se ve, me daría pena que se me retrate y por más fiel que sea, seguir sintiendo que esa no soy yo—. Es lo que me generaría que mis padres hicieron un boceto mío, alguno de mis compañeros del colegio, puedo verme como esa chica aplicada que cumple con las tareas a tiempo, que llega cinco minutos antes a toda las citas, que alza su barbilla al recitar las normas de buena conducta a los más jóvenes del colegio y un par de idiotas de la especialidad, que siempre tiene sus manos impecables, sin manchas de pintura. Porque el «yo» que pinta es una persona privada, que nadie suele ver. —Podríamos intentar— acepto. —Pero una pregunta más, para poder continuar con mi trabajo. ¿Qué te gustaría hacer mañana? Es decir, cuando te despiertes, te laves los dientes y termines tu desayuno… ¿qué te gustaría hacer?
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Jolene W. Yorkey
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No contengo esa risa cantarina que no sé de dónde sale, un poco más aguda de la ronca de todos los días — Ser inteligente siempre es importante. Pero hablo de la inteligencia de verdad, no la de poder hacer cálculos matemáticos sumamente complicados — para eso solo se necesita ese talento en particular, no cerebro. Como si estuviese siendo obvia, alzo mis hombros dos veces seguidas, haciendo que parezca que están rebotando — No tengo todas las respuestas, Syn. Tengo más dudas que otra cosa, siempre ha sido así. Supongo que cada quien acaba eligiendo lo que le parece importante en su propia vida — todo es tan subjetivo, que asegurar que sé de lo que estoy hablando me parecería un acto demasiado hipócrita. Muchas de mis decisiones u opiniones me parecieron bien en su momento y no todas las comparto con mi yo actual.

Sé que he captado su atención, lo veo en cómo guarda el carboncillo y en cómo nuestras miradas vuelven a cruzarse. Es extraño, pero puedo comprender lo que dice; yo tampoco me reconocí en cosas tan básicas como fotografías cuando volví al ocho, después de todos estos años — Solo hay que probar — dejo en el aire que ella es libre de tomarlo o dejarlo. No todos se sienten cómodos bajo el ojo juzgador de un artista que busca plasmarte, encontrar en ti los juegos de tus facciones. Entonces llega su aceptación, lo que me eleva los pómulos en una sonrisa satisfecha, pero antes de que pueda decir algo al respecto, salta con otra pregunta que no me espero venir. Creo que se me nota, porque la miro más de la cuenta — Me pregunto cómo es que funciona tu mente — comento, en un tono más que nada sorprendido que otra cosa, sin buscar un gramo de ofensa — ¿Seguir durmiendo cuenta como una respuesta? — bromeo, aunque es solo para ganar tiempo. Veamos. ¿Cómo se responde algo que suelo improvisar? — Si no tuviese que trabajar, me gustaría quedarme en la cama tomando algo caliente y leyendo un buen libro. Eso solo. Me gusta estar sola, me ha venido bien muchas veces — no hay ruidos, ni escándalos, solo una. Suena un poco deprimente, ahora que lo pienso, la lluvia tampoco ayuda.

Me corro un mechón de cabello que se me ha colado en la comisura de la boca y muevo un poco la lengua para quitarme esa sensación molesta de picazón de los labios — ¿Cómo es que eso ayuda en tu proyecto? — es obvio que es algo propiamente suyo, así que no deja de causarme curiosidad.
Jolene W. Yorkey
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¿Cuál es la inteligencia de verdad?— pregunto, porque sean o no palabras dichas al aire, me prendo de ellas para cuestionárselas y a estas alturas de nuestra conversación puede que se haya dado cuenta que hago de todo una pregunta. Si ella es una persona con más dudas que respuestas, es posible que yo sea de un tipo similar, porque lo que hago cuando tenga la oportunidad de una charla abierta con otra persona, es someterla a interrogatorio, quizás no de preguntas convencionales. Si le pregunta a mamá qué es la inteligencia de verdad me diría que es saber analizar todas las opciones en sus pros y contras para tomar una decisión, tal vez sea papá quien me diga que ser inteligente es saber adaptarse a las circunstancias. Me intriga saber qué puede decirme mi profesora.

No sé cuál de todas las virtudes que se celebra en las personas me conviene desarrollar, ciertamente la inteligencia que parece la carta ganadora de todas las situaciones, no lo es. Hay otras facetas del carácter que suelen ser subestimadas, pero veo en otras chicas de mi edad que le dan mejores resultados que a mí. La despreocupación es un claro ejemplo. Tal vez me convendría trabajar un poquito más en eso. —Sería algo así como que cada persona arma su propia valija de habilidades— lo relaciono inmediatamente con algo que leí una vez, de las muchas cosas al azar que leo, sobre que las personas debemos trabajar en las habilidades sobre las que recostaremos los proyectos que queremos emprender. Sirven para la vida misma. —Así como hay personas que usan su atractivo y su carisma, por ejemplo. Hay otras que en cambio usan su humor o su creatividad para resolver situaciones…—. Esa sería una buena pregunta para Jolene, una a la que yo también podría intentar dar una respuesta por mi parte.

Pero es otra la que uso para girar la conversación hacia un punto aparentemente incomprensible, y sonrío con un poco de pena a modo de disculpa, mientras juego con el carboncillo entre mis dedos. No puedo explicarle en qué me inspiré para tal planteamiento, porque sería condicionar su respuesta. Puedo imaginarla en el escenario que plantea, así que supongo que mi maestra busca una paz diferente a la que puede darle el taller en silencio, de que disfruta realmente de esa calma en soledad, quizá la necesita. Son muchas las suposiciones que puedo hacer, sobre los escenarios que cada quien nos pintamos, elijo confiarle primero el por qué de mi interrogativa: —Porque creía que las decisiones que tomamos cada día son las que dicen quiénes somos, qué vida queremos— me encojo de hombros, —pero también dice mucho de nosotros los lugares que pintamos en nuestra mente cuando nos preguntan dónde queremos estar. Esos refugios de nuestras mentes — bajo un poco el tono de mi voz al saber que puedo estar bordeando lo personal. —¿Quieres que terminemos por hoy?
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Jolene W. Yorkey
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Mi boca se abre y cierra varias veces, tratando de encontrar un modo de poner en palabras algo que tiendo a simplemente saber por acciones — Hay gente que clama que ser inteligente es poder hacer cálculos matemáticos, aprenderse un libro de memoria, aprobar exámenes que cualquier podría resolver si se sienta a estudiar por ellos — hablo muy lento, delatando que voy armando mejor la idea a medida de que la voy soltando — Creo que la verdadera inteligencia nace de nuestras decisiones, de nuestra cultura, de nuestra manera de sentir y reaccionar. Es… un poco más complicado de lo que la gente cree — y que, sobre todo, nos hace individuos diferentes. Tal como ella dice, todos tenemos nuestra valija de habilidades, a lo que asiento — ¿Qué sería del ser humano si todos tuviésemos el mismo atractivo? — dejo caer, regalando una sonrisa pispireta. Somos lo que hacemos y de ahí la enorme variedad de personas con las que nos cruzamos. Hoy en día no decido cuál es mi favorita ni tampoco la que más me desagrada.

No lo había pensado desde su lógica y verlo de esa manera me borra un poco la sonrisa, más no por disgusto, sino porque puedo ver mucho mejor a dónde quería llegar. Y no se lo niego, creo que se lo afirmo cuando me muerdo los labios y guardo silencio, porque la soledad fue mi escape durante toda mi vida. Fui una niña que se hizo sola y soy una adulta que se maneja con las mismas normas, incluso cuando me doy cuenta de que me estoy esforzando por enderezar mi vida, por jugar el papel de alguien que jamás he sido. Sobreviví desgracias, apagué vidas y escapé de cada una de las acciones que me convirtieron en un ser desagradable, para terminar jugando a la profesora de niños que pinta con colores. Tengo faldas, un gato y me gusta el café. Soy una enorme fachada y por eso me gusta la soledad, porque puedo ser yo. Pero todo esto lo guardo para mí. Solo asiento y me pongo de pie con cuidado, como si me hubiese desestabilizado con solo palabras — Ya va a ser la hora — coincido. A pesar de lo que me ha planteado, encuentro honestidad en el gesto que me quita el pelo de la cara y me hace suspirar con algo de ánimos — Te enseñaré por dónde podemos comenzar en la clase de hoy, porque los niños no deben tardar en llegar. Y podremos hablar un poquito más sobre tu proyecto — sobre pintarla a ella, sobre encontrar su persona. Porque he pasado más de treinta años buscándome a mí misma y todavía no me he encontrado.
Jolene W. Yorkey
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