The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No es la primera vez que salimos desde ese primer encuentro, hace unos dos meses. Quizá sí, la primera que en verdad podemos hacernos tiempo. Siempre han sido cafés rápidos entre trabajo, una pizza veloz en los almuerzos y llamadas telefónicas para hablar de nuestra semana, como dos hermanos normales. El problema es que sabemos que no lo somos. Hay algo ahí, un pasado intacto que ninguno quiere nombrar y que estamos fingiendo que no ha sucedido. ¿Está mal el hacerlo? Han pasado años. Nos merecemos el volver a empezar, el ser personas que disfrutan de su rutina. Trabajo, familia y amigos. Hoy es fin de semana. Domingo. Nada más común que reunirse con tu hermana un domingo.

Nunca voy a entender nada de esto — confieso en un susurro, bajando mis lentes de sol un poco. Creo que tampoco hay nada que entender, la pintura es una total porquería. Resulta que, después de un rápido almuerzo que se basó en caminar unas cuadras con una hamburguesa en la mano, hemos acabado en uno de los parques principales del Capitolio donde se está llevando a cabo una enorme muestra de arte al aire libre. Hay familias por todos lados, claro está, pero parece que nadie se va a fijar en nosotros. Eso es lo bueno de la falta de traje o el cabello despeinado: parece que el ministro de justicia se vuelve invisible. Sorbo lo que queda de mi refresco con la pajilla entre los dientes y oigo el sonido de los hielos, un poco decepcionado por que no dure un poco más — ¿Crees que el artista quiso decir algo o solo quiso reírse de los pobres idiotas que pasarán horas tratando de descifrar lo que quiere decir un bendito punto naranja? Ni siquiera es un buen color — odio el naranja. Es tan antiestético como la mancha de kétchup que me relamo con rapidez.

Arrugo la servilleta de papel en mi otra mano y doy un paso hacia delante, tratando de esquivar a una pareja de ancianos que se está tomando demasiado tiempo en caminar, como si pudiesen entender algo de un jarrón con forma de porquería. Volteo la cabeza en busca de mi hermana, a quien le sonrío y le hago señas para que no se quede atrás — Lamento que hayamos terminado en un lugar así, Phoebs. Ya sabes que siempre podemos ir por un helado — la burla a nuestra infancia queda implícita, a pesar de que dudo que pueda ver mi expresión divertida al lanzar el papel al tacho más cercano. Al menos, nadie se fijará en nosotros al conversar sobre nuestros temas, no entre toda la multitud y su barullo.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Me encuentro con la cabeza ligeramente ladeada (y cuando digo ligeramente me refiero a que forma un ángulo de noventa grados con la base de mi cuello), tratando de descifrar el significado de la pintura que tengo frente a mis ojos. Tras unos segundos de comprensión nula, suelto un suspiro y me reincorporo para alzar la vista en busca de mi hermano. Suena extraño pensar que desde hace poco más de unos meses llevo una vida completamente normal, hasta podría decir que me he acostumbrado al capitolio y su estilo de vida. Me gusta tener a mi hermano cerca, algo que solo podría haber deseado tener en sueños. Es evidente que el tiempo nos ha afectado, que hay cosas que permanecerán en mutuo misterio, pero resulta agradable poder salir a hacer cosas como estas como si fuéramos una familia corriente.

Me acomodo el bolso al hombro mientras voy en busca de un Hans confuso analizando lo que parece ser un punto naranja. — Creo que esa es la idea después de todo. — Murmuro divertida cuando advierte no encontrarle el sentido a la pintura. Me acerco un poco con la intención de examinar la obra, pero mis labios terminan por definir una mueca que indican la misma sensación de incertidumbre acerca de su propósito. — Mmmm. Quizás no se trata de lo que vemos en sí, sino de lo que estaba sintiendo el autor o por lo que estaba pasando cuando decidió pintar el cuadro. — O qué se yo, jamás he tenido la oportunidad de acudir a ninguna exposición de arte. Eso me recuerda a que, dado que ahora vivo en la capital, sería buena idea hacer un recorrido por los museos más emblemáticos de la ciudad. — Aunque reconozco que el arte contemporáneo no es muy mi estilo. — Que por lo visto es lo más recurrente en esta muestra que tienen preparada aquí en el parque.

Me apresuro a seguir a mi hermano por el camino esquivando padres con carritos de bebé y niños correteando por el verde césped para darme cuenta del magnífico día que hace. — Oh, no importa, es la primera vez que puedo ver algo así, aunque solo hayan sido puntos, rayas y trazos al azar. Ha sido divertido. — Digamos que no era lo que esperaba, pero eso siempre es bueno, ¿no? — Sabes que nunca digo que no a un helado. — Bromeo. Cuando era niña daba igual que fuera invierno o que estuviera enferma, algo tan simple como un poco de helado era más que suficiente para alegrarme el día. — ¿Todo bien en el trabajo? Traté de llamarte un par de veces esta semana pero acabé hablando del esmalte de uñas de tu secretaria en más de una ocasión. — Digo con gracia cuando ya hemos recorrido un camino largo del parque.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Pst, presumidos — murmuro, haciendo un movimiento de nariz que me asemeja momentáneamente a un conejo frustrado — Hasta yo puedo pintar algo mejor y los dos sabemos que el arte jamás ha sido mi fuerte — creo que, de tener que hacerlo, haría exactamente los mismos monigotes que dibujaba cuando tenía seis años. Pensar en eso me cambia un poco la expresión, suavizando mi gesto. Es bueno saber que algunas cosas no cambian, como mi poco talento plástico y el poder volver a tener tardes en familia. Nunca he sido un hombre con un círculo cercano, pero sí fui un niño hogareño, al menos en su medida; mi madre siempre se encargaba de eso. Al menos nosotros dos podemos seguir haciéndole justicia.

Que diga que es la primera vez que asiste a uno de estos eventos no me sorprende, pero sí me llama un poco la atención. A veces no puedo comprender cómo es que terminamos creciendo en ambientes tan diferentes, habiendo salido del mismo núcleo familiar. — Puedo llevarte al teatro alguna vez. ¿O tienes curiosidad por algo que no sean rayas y puntos? — hay cientos de actividades mucho más interesantes que estas, aunque hay museos en el Capitolio cargados de historia mágica que valen la pena ser visitados. Nadie puede negar que es una ciudad cultural, les guste o no. Su aceptación de un helado me obliga a sonreír al deshacerme de la bebida y, ya con las manos libres, las meto en mis bolsillos del jean y estiro el cuello en busca de algún puesto donde conseguir nuestro postre. No me esperaba la mención de Josephine en toda la perorata, así que alzo un poco las cejas cuando regreso la vista a ella — Me pasó tus llamadas, sí, pero no sabía que hacían sociales — no sé cómo sentirme al respecto de que ellas dos hablen, en especial porque no me imagino un mundo donde mi hermana sea amiga de mi amante ocasional. Intento no darle tanta importancia, en especial porque hay cosas que no me interesa debatir con Phoebe — Solo tuve mucho trabajo. El ministerio está un poco agitado últimamente y mi agenda se volvió una sucesión de reuniones y sentencias demasiado exhaustiva — si no termino calvo para fin de año, lo consideraré un milagro.

Creo ver un puesto de helados a unos metros, cerca de la laguna que corta el parque con un brillo particular que sobresale gracias a los rayos del sol, por lo que le hago un gesto para que camine conmigo — Prometo no dejarte hablando con Josephine tan seguido — le regalo una sonrisa suave, pellizcando amistosamente uno de sus brazos — Fuera de eso, creo que todo ha estado... bien. Podría estar mejor, pero también podría estar peor. ¿Qué me dices de ti? ¿Que tal te trata el Royal? — un lugar lleno de niños correteando todo el día debe ser un infierno, pero si ella es feliz, ya que. Eso me recuerda a otra cosa, una que me hace apretar un poco el paso — Meerah sabe quien eres. Quiere conocerte, ya sabes. Salida familiar — mis ojos la analizan de soslayo, tratando de entrever su reacción. No sé ella, pero no puedo culparla si siente que todo es demasiado. Hasta yo suelo pensarlo.
Hans M. Powell
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Director del Servicio Social
Baaah, eso dicen todos. — Realmente odio que se le quite a alguien el mérito, aunque una raya sobre un fondo negro sea todo su trabajo. — No creo que el arte se base en quien lo haga mejor, sino a quien se le ocurrió primero. — Tampoco es que considere que lo que acabamos de ver sea lo más complicado de la pintura, pero dar un poco de reconocimiento al autor es lo menos que se merece. O por lo menos ahora que la mayoría están muertos desde hace siglos. Igualmente su comentario me hace gracia, y me trae recuerdos de cuando solía hacer sus deberes de plástica porque a él le aburría o, como él mismo ha dicho, las acuarelas nunca fueron realmente lo suyo. Digamos que lo mío tampoco, pero por lo menos puedo dibujar un caballo sin que se confunda por una vaca.

La invitación al teatro me hace abrir los ojos y sonreír con una pizca de emoción, pues las pocas veces que he podido ir a un cine las puedo contar con los dedos de una mano, y honestamente, no creo que tenga mucho que ver con el teatro pese a ser artes escénicas complementarias. — ¿De veras? Me encantaría. Suena a que solo acuden personas de alto estándar y etiqueta. — Añado en broma, pese a que me es difícil imaginarme la situación de forma distinta. De todas maneras, estoy por jurar que por el simple hecho de que mi hermano sea el actual ministro de justicia, ya es razón suficiente para que pueda tener asientos en el mejor palco del salón. Algo con lo que yo solo puedo soñar con mi puesto como profesora. — Supuse que estarías ocupado, trabajar en el ministerio no debe ser fácil, la próxima vez trataré de llamar cuando estés en casa. — No debe ser agradable tener que estar pensando en ochenta mil cosas a la vez y encima tener que soportar a tu hermana llamando cada dos por tres.

Hago un leve gesto con la mano para restarle importancia al asunto de Josephine para después acomodar ambos brazos cruzados sobre mi pecho. — No importa, parece una mujer bastante simpática. — Por no hablar del talento que tiene para hacer multi tareas a la vez que hablar por teléfono. — No puedo quejarme, el resto de profesores me tratan como si fuera una más a pesar de que la mayoría me doblan la edad. — Es por eso que en ocasiones me cuesta participar en conversaciones grupales, puesto que la mayoría están casados, tienen hijos y, bueno, una perspectiva de la vida que yo todavía ni siquiera he podido experimentar. No me agobia, pero en ocasiones me siento completamente fuera de lugar. — Los chicos por otra parte... Cada día son un mundo para mí, cuando creo entender como quieren que funcionen las clases, me sorprenden con que es algo diferente lo que piensan. — Suelto un suspiro. Supongo que tiene que ver con que soy bastante permisiva y en la mayoría de los casos no me gusta utilizar mi puesto de autoridad para hacer sentir mal al alumnado.

Giro la cabeza para mirarle un segundo cuando menciona a su hija, pero la aparto al instante cuando me doy cuenta de que él ha hecho lo mismo. — Oh, ahora entiendo las miradas indiscretas en la clase. — Así que ya sabe que oficialmente soy su tía. ¿Cuál se supone que debe ser mi reacción ante tal acontecimiento? Hasta hace unos meses ni siquiera sabía que Hans seguía vivo y ahora tengo un hermano y una sobrina a los que enorgullecer. Me muerdo el labio inferior durante unos segundos antes de responder. — No veo por qué no, al fin y al cabo es mi sobrina, ¿no? — No sé si eso significa que ahora tengo una responsabilidad más como tía, ¿alguien al que vea como un modelo a seguir quizás? — ¿Qué lugares le gustan? — He tenido a Meerah varias veces en mi clase, las suficientes como para distinguir su personalidad e intuir sus gustos, pero prefiero preguntar.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
La imagen que tiene sobre el teatro es tan cliché que no me avergüenza el reírme, aunque tampoco lo hace el admitir que tiene algo de razón con un encogimiento de hombros — Depende la obra. Si te interesa la ópera o alguna producción de gran escala, tendrás que sacar tu mejor vestido primero. Ya me dirás — y si no tiene ninguno, no tengo problema en hacerle un regalo. Los docentes son personas respetadas en nuestra sociedad, pero prefiero que use su sueldo en su vida personal y los caprichos innecesarios, cubrirlos yo. Es bueno tener una verdadera excusa para el dinero, para variar.

Pienso decir algo sobre que no se preocupe por los horarios de llamada, pero lo otro me interrumpe y hace sonreír con gracia, sin poder contenerme a pesar de todo — Es simpática, sí — acoto sin más. Dejando mis pensamientos sobre mi asistente en el cajón mental, me centro en sus historias sobre la vida entre los profesores, esos moldeadores de mentes que tan bien le hacen a nuestro sistema. Los infantes, obvio, es otro tema — Nunca me han gustado demasiado. Los niños — intento no sonar tan frío o desdeñoso, pero fallo en el intento — No me molestan cuando son educados o inteligentes, pero jamás podría soportar a muchos reunidos o algo así — para ejemplificar, señalo disimuladamente con la cabeza a una pareja tratando de levantar a un niño que no deja de llorar, gritar y patalear vaya a saber por qué razón. Que pesadilla. Por suerte no tardamos en dejarlos atrás en nuestro camino al helado.

El puesto parece tener varios clientes, lo que me permite el chequear los estilos y sabores que se encuentran disponibles, alzando los lentes hasta que quedan acomodados sobre mi cabello. Hablar de Meerah cada vez se vuelve más simple, lo que me hace dar cuenta de que, a pesar de lo bizarro, empieza a volverse parte de mi vida. Supongo que eso es bueno — No tengo idea — contesto con toda la franqueza que soy capaz y busco dinero en mis bolsillos — Hemos ido a comer y hablamos un par de veces. Pero, ahora que lo pienso, ella quería ir a la ópera. Podemos matar dos pájaros de un tiro e ir los tres juntos. Eso estaría bien... ¿No? — porque eso es lo que hacen las familias y se supone que somos una. Los Powell, increíblemente completos.

Es una extraña sensación la que me deja ese pensamiento. Suerte para mí, no tardamos en ser atendidos y me apresuro a pedir un helado de crema y chocolate, dejando que mi hermana haga su pedido. Tras el pago, mi vista se centra distraídamente en el lago, saboreando el frío dulce que me recuerda que hace siglos que no pruebo nada de esto. Se siente demasiado simple en comparación a mis dilemas y tareas del día a día. — ¿Quieres...? — señalo una banca cerca del lago, donde podremos estar tranquilos y cubiertos por algo de sombra — Puedo organizar una salida para el verano. Aprovechar que terminan las clases y ustedes estarán algo más liberadas — no falta tanto para que eso ocurra y eso me recuerda el paso del tiempo, ese que sigo desperdiciando. Por un momento, hasta me siento culpable por estar aquí y no encerrado en casa, rodeado de montones de papeles, buscando a alguien que no sé cómo se ve o siquiera si existe. Es irónico que no me agraden los niños y mi trabajo se vea limitado y condicionado por uno. Y eso me lleva a pensar... — Phoebs... — mi voz suena queda, como la de cualquiera que acaba de tener una sorpresiva idea — Tú trabajas con niños del orfanato. ¿No? — como magos y brujas, deben ser educados, es la ley. Y si no me equivoco, siempre hay posibilidades de que Cordelia Collingwood esté muerta.
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Estoy segura de que la mayoría de las personas que rondan la calle están acostumbradas a hablar de este tipo de pasatiempos como si fueran lo más común entre sus vidas, cuando para mí, la simple idea de tener que buscar un vestido apropiado para la ocasión me es tan extraña como el hecho de estar hablando de acudir siquiera a la ópera. – Gracias. Es agradable poder hacer cosas distintas para variar. – Eso es algo que he aprendido lo poco que llevo viviendo aquí en el capitolio, donde no pasa una semana sin que haya alguna actividad nueva por descubrir, si tienes dinero claro.

No me sorprende cuando dice que no le gustan los niños, a personas como él donde el trabajo ocupa la mayor parte de su tiempo suelen no hacerlo, pero eso no evita que alce una ceja echándole una mirada rápida. – ¿Qué hay de Meerah? Es tu hija. – Me aprovecho de la obviedad de esa frase para sacarle información de como está yendo la relación con ella, puede que sea una niña también, pero siendo su hija puedo imaginar que no vaya a meterla en el mismo saco. – Créeme, no creo que haya nadie en el mundo capaz de soportarlos todo el tiempo, en especial si son adolescentes y tienen las hormonas un poco revolucionadas. – Bromeo para encogerme de hombros después a modo de respuesta. – Son más listos de lo que se creen y mucho más educados que los adultos, en su mayoría, solo hay que saber cómo motivarles. – Al fin y al cabo, son el futuro de nuestra sociedad y probablemente los que más preparados estén para lo que sea que nos depare el futuro.

Es irónico porque nunca busqué el ejercer como maestra, pero de alguna forma me sale de manera natural. Lidiar con niños no es fácil, mucho menos si no te haces respetar desde el primer momento, pero creo que podríamos aprender una cosa o dos de ellos. Otras me gustaría poder volver a mi puesto de frutas que ni hablan ni hacen payasadas. – Por supuesto, me encantaría conocer a Meerah fuera del ámbito académico. – A primeras la imagen que se forma en mi cabeza es tan extraña que me es imposible no pensar en como hubieran sido las cosas si hubiéramos crecido como una familia normal, como la que Meerah puede llegar a tener ahora.

Me apresuro a adelantar el paso para ofrecerle una grata sonrisa al repartidor de helados cuando llega nuestro turno, señalando con el dedo el sabor de vainilla junto con un poco de caramelo. Se lo agradezco en cuanto me lo tiende al igual que a mi hermano por haber pagado, apuntándomelo mentalmente para que la próxima vez sea yo quien lo haga. – Me parece una idea estupenda, puedo echarlo un vistazo al programa de verano por si hay algo que nos interese. – Me ofrezco y me siento sobre el banco posando el bolso sobre mis piernas y probando del helado que enseguida se deshace en mi boca. Contemplo la luz del sol brillar sobre la superficie del agua y a los patos chapotear sobre la misma, hasta que la voz de Hans hace que aparte la mirada por unos segundos para prestarle atención. – Claro, los que están asociados al Royal principalmente. Solemos tenerlos bajo más vigilancia que al resto porque tienen más problemas para relacionarse con los demás, ya sabes, los niños… pueden llegar a ser crueles. – Aunque yo no veo que es lo que podría resultar gracioso de alguien que haya perdido a sus padres, por el motivo que sea, hay estudiantes que lo consideran divertido. – A la salida del colegio también procuramos su vuelta a casa. – O lo que se puede considerar casa un orfanato.
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No es lo mismo… — es una respuesta demasiado automática, así que me veo obligado a explicarme con mayor detalle — Meerah ya está más crecida. Jamás podría soportar a un infante que llora, tiene mocos, depende de ti todo el tiempo y es imposible de señalarle el sentido común. Me… ugh, irritan — Y puede que ella diga que los adolescentes son peores, o lo que sea, pero la mueca en mi rostro deja bien en claro que prefiero soportar las hormonas a la completa educación de un posible y potencial monstruo con babas. Ya tengo suficiente con alzar bebés en los actos públicos como para querer tolerar el olor a pañal en mi propia casa. Quizá, no haber estado para Meerah cuando era pequeña fue una buena decisión al fin y al cabo. Si tenía que averiguar qué le pasaba cuando estaba en pleno llanto, de seguro se me habría caído de los brazos.

Es un hecho, tendremos una salida. Intento que no se me congele el cerebro con el helado al lamerlo con algo más de énfasis por culpa de una extraña ansiedad y tengo que relamerme para no terminar con bigotes de chocolate. Acomodo mi postura en la banca y me inclino hacia delante, apoyando los codos en mi regazo para comer con mayor comodidad — Por supuesto. No me molesta que ustedes elijan, ya que es más que nada para ustedes. Solo dime y buscaré buenos asientos — además, confío más en mí y mis métodos de compra que alguien que no lo ha hecho jamás. Bueno, y porque si me olvido, Josephine siempre puede comprar las entradas a mi nombre. No sé que sería de mí sin esa enorme agenda parlante humana.

Mi atención recae en los datos tan rutinarios de una persona que vive en un ambiente de estudiantes y huérfanos, sobre los cuales no he indagado demasiado a lo largo de mi carrera, a excepción de los casos que llegaron directamente a mis manos. Existe un registro de ciudadanos y su sangre, así que sé que debe haber en alguna parte una lista de estudiantes mestizos. Si nuestros archivos son correctos, Collingwood era una squib y Black un brujo, así que, de haber terminado en el orfanato, ese niño sería uno de ellos. Asiento lentamente en pos de dar a entender que la he entendido y comprendido, usando el helado de excusa para mi silencio. Creo que me llevo una enorme porción a la garganta, porque pronto tengo que darme con la mano en la frente y cerrar los ojos con fuerza ante el congelamiento repentino de mi cerebro — Lo siento… — mascullo, frotándome con rapidez las sienes en un intento de hacer que la horrenda sensación se vaya lo más rápido posible — Solo tuve… No importa. ¿Qué me dices de los estudiantes de quince o dieciséis años? — parpadeo para volver a abrir los ojos, haciendo una mueca. ¿Ya he dejado de sentir el cerebro lleno de hielo? Bien — Verás, he estado trabajando en un caso de suma importancia, algo confidencial. Y creo que el chico o la chica que estoy buscando podría ser uno de los huérfanos del Royal — intento que suene lo más casual posible, atreviéndome a tomar algo más de helado. Un caso más, solo eso — ¿Crees que puedas pasarme una de las listas de alumnos de ese rango de edad? — una maestra jamás levantaría sospechas y no es como si mi misión fuese algo que pudiese ir gritando a los cuatro vientos. Cuanto más bajo perfil, mejor.
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Phoebe M. Powell
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Su visión de los críos me hace reír en un gesto sumamente natural, imaginándome a mi hermano en el futuro siendo padre primerizo en la tarea de cambiar pañales. Nunca me lo he planteado hasta ahora, Hans con una pareja estable y la idea de tener otro hijo. El pensamiento es tan inverosímil que probablemente sea esa la razón por la que no se me había ocurrido con anterioridad. –Bueno, entonces tengo suerte de tratar con adolescentes que no tienen ni el más remoto interés en aprender el arte de la adivinación. – Añado con una sonrisa suficiente para después sorber un poco del helado. Supongo que sí es una suerte que asignaturas como las que imparto sean de carácter obligatorio cuando los alumnos ya están un poco más maduros, y que incluso en años posteriores, pasa a ser optativa.

Me recoloco el pelo detrás de la oreja cuando una ráfaga de viento me revuelve el mismo por detrás, cruzando mis piernas una sobre la otra para estar más cómoda. Asiento con la cabeza para indicar que, en cuanto haya encontrado algo de interés para ambas, se lo comunicaré. – Es una niña encantadora, aunque un poco charlatana con sus compañeros si me lo preguntas. – No es más que un comentario agradable. No me importan los niños que hablan en las clases, al fin y al cabo, un profesor no puede pretender que los alumnos estén los sesenta minutos que dura la lección con la máxima atención, pero sí me preocupa que ese tipo de comportamiento pueda conducir a resultados nefastos.

Dirijo mi atención a su figura tras nivelar el helado por ambos lados con mi lengua como me gustaba hacer cuando era una niña, con cuidado de que el sol no lo derrita antes de habérmelo llevado a la boca. No espero su reacción, por lo me inclino hacia delante y poso una mano sobre su hombro en señal de preocupación. Luego me doy cuenta de que probablemente solo se haya tomado el helado con demasiada rapidez y no puedo evitar no reírme. – ¿Estás bien? – Pregunto más bien por compromiso. – Eso te pasa por ansioso, ¿hace cuánto que no te permitías una tarde para relajarte? – La situación me sigue haciendo gracia pese a que, conociéndole, probablemente no se haya tomado ni un día libre desde que le ascendieron de puesto.

Vuelvo a relajarme sobre el respaldo del banco, levantando un poco la mirada pensativa. – Mmm. Complicados, no dejan que te acerques mucho a ellos y acostumbran a meterse en problemas. – No es como que nadie les culpe, bastante sufren con tener que vivir sin sus padres, en un lugar que ni se preocupa por ellos y sin la aseguración de que cuando salgan puedan llevar una vida acomodada. – No veo por qué no, ¿aunque no sería más fácil para ti ir directamente a los servicios sociales? – Que no es que me esté quejando del favor, de hecho, me alegra saber que puede confiar en mí para cosas como estas. Por otro lado, su comportamiento me dice que no se trata de un asunto que pueda tomar a la ligera, por lo que me apresuro a añadir otra cosa. – Te la traeré la semana que viene al trabajo si te urge, los martes tengo un par de clases nada más, me pasaré entonces. – Afirmo.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Hace cuánto no me tomo una tarde para relajarme? — ¡Me relajo! Los fines de semana… algunos — cuando no estoy tratando de solucionar toda la mierda que me ponen adelante, para variar. Sé que hay muchos de los lujos que me doy que tienen que ver con la ansiedad. Las salidas, los bares, las compañías, los masajes, el hacer deportes en solitario. Soy muy joven para el puesto que estoy ocupando y aún así sé que busco abarcar demasiado, tratando de no dejar cabos sueltos. Si sigo así, llegaré pelado a los cuarenta, a pesar de que por el momento mi cabellera parece estar más que firme. No pongo mis manos en el fuego por eso.

Complicados, claro. Apenas recuerdo lo que era tener quince años, pero las memorias que se me quedaron grabadas son un poco vergonzosas. Por ejemplo, recuerdo esforzarme por ser un estudiante modelo y pasaba horas en la biblioteca, pegando la nariz a un montón de libros viejos. También me acuerdo que se me daba terriblemente mal el hablar con las chicas, irónicamente por estar más concentrado en mi vida académica que hormonal. Supongo que no lo hice mal, porque haber estudiado me dio la vida que tengo ahora y las mujeres llegaron por su cuenta después. Pero hacer catarsis sobre mi adolescencia no era el punto de todo esto — No. No quiero que nadie sepa sobre los documentos que estoy buscando. Cuando digo “confidencial” hablo del más estricto sentido de la palabra — no podrían negármelo, pero tampoco quiero contestar algunas preguntas. Además, se demorarían. Ella es mi salida más rápida y práctica. Asiento, terminando el helado con un lengüetazo que me deja los labios llenos de crema de chocolate y me quita toda la autoridad en dos segundos — Eres excelente, Phoebs. No sabes cuánto te lo agradezco — ni siquiera lo pienso cuando estiro la mano y pellizco su mejilla en ese modo divertido que usábamos cuando éramos niños — De verdad espero que no te meta en problemas. Si alguien te pregunta, solo llámame y yo lo solucionaré. A nadie le gusta cuando se dan cuenta de que pueden joder el trabajo de los gobernantes, mucho menos si juego la carta de que es algo para los Niniadis — eso es algo, honestamente, divertido, en especial cuando les ves las caras.

No tengo servilleta para limpiarme los restos de pegote, así que abro y cierro los dedos con algo de incomodidad, pero aún saboreándome — ¿Quieres ir al cine? — pregunto repentinamente, cambiando de tema de una manera un poco obvia, pero tampoco me importa mucho serlo — Dices que tengo que relajar y no voy nunca al cine. Dicen que hay un par de estrenos bastante interesantes — que al menos, me mantendrán en silencio y distraído por un buen rato. Justo lo que necesitaba.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Ruedo los ojos, jamás entenderé a las personas como Hans que le dan tanta importancia al trabajo. No puedo evitar preguntarme si las cosas hubieran sido diferentes si nuestros caminos nunca se hubieran separado. Si el odio por mi padre no se hubiera apoderado de mi hermano a tan temprana edad y con un cambio de gobierno tan fuerte quizás podría haber desempeñado un oficio menos abrumador. Claro que el niño que conocía no se diferencia mucho del hombre que tengo frente a mis ojos en cuanto a metas personales. Hans siempre fue más comprometido que yo, la figura líder y sensata que aborrecía cuando no era más que una niña. A lo mejor el comportamiento de mi padre fue la cerilla que prendió su lado más responsable, pero siempre supe que acabaría desempeñando algún trabajo importante.

Asiento con la cabeza, nunca he sido cotilla, pero esta vez me cuesta horrores ignorar las peticiones que se forman en mi cabeza interesadas en saber más acerca de este asunto tan confidencial. Sin embargo, lo poco que conozco a mi hermano me ha dado a entender que no es una persona a la que le sea fácil soltar secretos. Supongo que tenemos eso en común. – No te preocupes, no diré nada, aunque tampoco es como si tuviera nadie a quien contárselo. – Reconozco con timidez, ser nueva en una ciudad tan grande no hace que las relaciones sociales sean más fáciles. Tengo que entrecerrar los ojos como lo haría en mis tiempos de juventud cuando siento ese pellizco en mi mejilla y mirarle como si fuera a cortarle la mano en ese preciso instante. – Que seas mi hermano no te da derecho a tratarme como una chiquilla. – Bromeo en lo que le doy un codazo amistoso, por muchos años que pasen, sé que para él nunca dejaré de ser una niña. – Nadie causará problemas, ninguno de los profesores suele entrometerse en asuntos que no les competen, y de todas formas tampoco creo que le presten mucha atención a la profesora de adivinación. – Quizás sea por el historial académico en las escuelas de magia, pero no puedo evitar elevar un dedo hasta llevarlo a la altura de mi frente y moverlo en círculos como para dar a entender lo que todos opinan de los maestros de esta disciplina.

Su invitación me toma por sorpresa, lo cual se demuestra en el modo que tengo de alzar las cejas mientras comienzo a morder el cono de oblea tras haberme terminado tristemente el helado. – Está bien, te dejaré elegir mientras no me metas a ver algo gore, las comedias son mis favoritas. – Añado como pista guiñándole un ojo. Que no es como si yo hubiera ido al cine cientos de veces, pero aún recuerdo los años en los que me colaba por la parte de atrás del anfiteatro simplemente por diversión. Son días como el de hoy en los que me pregunto como han podido cambiar tanto las cosas en tan poco tiempo.
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