The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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James G. Byrne
Fugitivo
Jamás he estado en el distrito tres y creo que Gaspard está perdiendo la paciencia conmigo. Desde que llegamos, no he dejado de distraerme con absolutamente todo lo que encuentro a mi paso. La gente, tan diferente al Capitolio. Las calles, el ruido y los colores. Actúo como un turista, siendo arrastrado y pinchado por el enano elfo que me incita a seguir el ritmo, así podemos terminar con nuestros asuntos con mayor rapidez para ser libres de volver a casa a preparar la cena, esa que Lady Cora ya debe estar decidiendo por nosotros. Es una tarde fresca, incluso ha llovido un poco y tengo el cabello pegado al cráneo, decorado por pequeñas gotitas de humedad. Eso me hace preguntarme si será un problema el entrar a los negocios, pero tampoco es que me importe demasiado. Nadie se fija en un esclavo más de la cuenta.

Creo que he frustrado a mi acompañante después de un par de recorridos, así que me deja quietecito en el banco de una plaza mientras él va a buscar el último de los artefactos. Hasta donde tengo entendido, la señora Leblanc ha hecho un par de encargos tecnológicos y por eso estamos aquí, lo cual explica por qué tengo una bolsa llena de porquerías metálicas que no entiendo. Es la primera vez que estoy verdaderamente solo en días, por lo que bostezo y agradezco el poco tráfico de gente para estirarme en el banco a mis anchas, sintiendo las gotas de llovizna picándome la nariz. Obvio, cometo el acto infantil de sacar la lengua y beber algunas. Estoy entretenido de esta manera tan boba cuando alguien pasa por delante de mí, llevándose mi atención entre el flequillo porque creo reconocer ese modo de andar en un cuerpo tan alto. No puede ser posible… ¿O sí?

¡Drew! — no sé si me escucha porque la sorpresa ha ahogado un poco mi voz, así que apoyo la mano libre en el respaldar de la banca y la uso para impulsarme hacia arriba, parándome de un modo algo torpe — ¡Ey, Andrew! — medio que salto para llegar a él, haciendo un enorme esfuerzo para no pisar mis propios pies y darle así un golpe en el brazo que lo obliga a voltearse hacia mí. Es él, de verdad. Mi boca se ensancha en forma de O por la sorpresa, tratando de reprimir la sonrisa que empieza a tironear mis mejillas cuando me llevo las manos a la cabeza en asombro, evitando el golpearme con la bolsa — ¡Eres tú! ¡Eres jodidamente tú! Creí que… — ya sabe. Que seguiría en el mercado, que nunca más volvería a verlo y todas esas frases trilladas.
James G. Byrne
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Andrew H. Keogh
Tributo
De unos días para acá, he tomado la sabia y sana decisión de relevar a Anita en casi todas las tareas que implicaban el abandonar la casa de Riley. No eran muchas ya que en su mayoría solo se trataba de comprar comida o buscar algún encargo menor; pero la elfina era feliz siendo la sombra de nuestro amo, y yo era aún más feliz al poder disfrutar de un buen tiempo al aire libre. Ni dueño ni elfina se preocupaban de que demorase más de la cuenta y, aunque tenía que mantener las apariencias en las calles, nada impedía que pasease un poco más de la cuenta siempre que llevase una bolsa con alguna tontera en la mano.

Lamentablemente no me era muy fácil moverme en el tres sin ningún tipo de contacto o conocido al que contactar, y teniendo la altura que tenía, no era muy fácil escabullirme a recorrer las zonas recónditas sin destacar innecesariamente. Por el momento no me importaba demasiado mientras que pudiese estirar las piernas, disfrutando de la pseudo libertad que tenía gracias al despiste natural de Riley, y saboreando del aire a lluvia primaveral que sentía en el distrito.

No hacía mucho desde que había abandonado la casa de mi dueño y, cuando creo escuchar que alguien pronuncia mi nombre, lo ignoro a sabiendas que nadie me conoce por estos lares… o eso suponía, porque antes de que pueda cambiar mi trayectoria un leve golpe en el brazo me obliga a voltearme hasta que me encuentro con una cara conocida. - ¡Jimbo! El mismo que viste y calza, ¿he cambiado tanto en tan poco tiempo? - Bromeo. Podía ser que tuviese unos kilos más gracias a la generosidad de mi amo, pero no eran los suficientes como para marcar una diferencia importante. - Veo que todavía estas en una pieza, los rumores decían que caíste en las garras de un pez gordo. ¿Qué ha sido de tu vida?
Andrew H. Keogh
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James G. Byrne
Fugitivo
¿Cuándo fue la última vez que alguien me llamó “Jimbo”? No puedo enumerarlo en las últimas semanas, seguro de que es un apodo muy propio de él y que en boca de alguien más sonaría raro. Ahora mismo, me alegra oírlo — Sigues igual de amorfo que siempre. ¡Lara tenía razón, estás en el tres! — paso el dato por alto de que no sabe de mi encuentro con la amiga de su amo, pero es que el entusiasmo me tiene un poco sin cuidado, más que de costumbre. Me obligo a bajar un poquito el tono de voz por si las moscas, aunque me cuesta un poco porque, aparentemente, maneja una mínima información sobre mi destino en la isla ministerial. Suelto un resoplido exagerado y ruedo los ojos, apretando un poco las correas de la bolsa entre mis dedos — Pez gordo, sí. Me compró Leblanc, la ministra de educación. Fuera de limpiar vasija cara, no me ha pasado demasiado — al menos, no de lo que podamos hablar abiertamente.

Eso sí me lleva a mirar a nuestro alrededor en busca de posibles chusmas y me inclino un poco hacia él, en un intento de hablar en confidencia. La llovizna nos mantiene seguros ya que no hay casi nadie en la calle, pero somos simple esclavos desperdiciando el tiempo — ¿Ibas a algún lugar? Puedo acompañarte. O podemos quedarnos por aquí. Tú trabajas para este tipo… ¿Ramón? ¿River? ¿Ricky? — ¿Cómo se llamaba? — ¿Recuerdas la amiga que te dije que me visitaba de vez en cuando, allá en el mercado? Es amiga suya, me dijo que te conoce, o eso creía. Si no es así, fue solo casualidad que su amigo tenga un Andrew como esclavo y tú estés en el tres — no puede ser tanta casualidad, al menos que la vida se quiera reír aún más de mí. Lo miro de arriba a abajo, como si su pinta pudiese decirme si estoy en lo cierto o no, tratando de apagar un poco la sonrisa que me tironea de la boca por inercia — ¿Te tratan bien? — eso, al fin y al cabo, es lo importante.
James G. Byrne
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Andrew H. Keogh
Tributo
¿Amorfo? - Y tú sigues siendo un espárrago parlante. Si comes un poco más te voy a ascender a fideo charlatán. - Bromeo al notar que, pese a que sigue siendo un muchacho ato y flacuchento, los huesos no sobresalen tanto por debajo de su piel. Algo bueno debe de haber sacado de su nuevo dueño. ¿Lara?... Lara… ¿Alta así? - Elevo la palma hasta que queda a la altura aproximada que creo que tenía la muchacha. - ¿Ojos marrones? ¿Tez un tanto oscura? - Supongo que debe ser esa Lara porque no recordaba de otra, pero Riley me había llevado una vez al ministerio así que no estaba seguro de no haber cruzado a otra mujer de ese nombre y haberlo olvidado en el proceso. - ¿Y tú de dónde la conoces?

Dejo escapar un silbido por lo bajo cuando explica quien lo compró, y en ese momento puedo entender muy bien el por qué parece tener más carne en sus antes hundidas mejillas. - Oh vamos, te toca una casa como esa ¿y no te pasa nada fuera de lo ordinario? Qué desperdicio.

-Riley - Aclaro con simpleza ante su mala memoria. - Simplemente estoy sacando de paseo esta bolsa de papas, es una buena excusa para no volver con las manos vacías. - Señalo la bolsa que tiene dentro dos paquetes grandes de papas fritas, que ya había comprado a inicios de la semana, pero que me servían como excusa para pasearme a mis anchas sin que me mirasen demasiado. - Creo que no es casualidad. Su amiga se llama Lara y que me digas que era amiga tuya también hace que todo cobre mucho más sentido ahora. - Si era conocida de Jimbo, podía entender mejor su falta de prejuicio contra los de nuestra clase, y ese comentario acerca de los nombres. - Normalmente habría negado hasta la tumba antes de decir que un mago podía ser alguien decente pero… Jimbo, ¡Comí hamburguesas dos noches seguidas!
Andrew H. Keogh
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James G. Byrne
Fugitivo
Fideo charlatán. Ese término me gusta — Esa misma. Nos conocimos cuando yo vivía en el seis, ¿lo recuerdas? ¿Mi primer amo? — tiene que recordarlo, si consideramos el hecho de que fue él quien me cuidó cuando regresé a la miseria a un mercado donde no iban a preocuparse por mi mejoría. Fue una época de mierda donde creí que no sobreviviría, pero puedo decir que tuve suerte. Alzo un hombre ante su reclamo y trato de volver a dejar clavado en mi cabeza el nombre de Riley, a sabiendas de que no servirá de nada. Con curiosidad, estiro el cuello para chequear las papas de su bolsa y tuerzo el gesto en un gesto que admite su ingenio: a mí no se me habría ocurrido, pero en mi caso tendría que ser algo más inteligente si consideramos que Leblanc jamás se tragaría algo como esto.

El mundo es un pañuelo — me siento satisfecho con que mis dudas con Lara hayan quedado resueltas, en especial de esta manera. Eso significa que Andrew estará bien cuidado y no debo temer por su integridad, al menos la que le queda. Bueno, más bien por que no termine para la mierda, como vengo diciendo hace tiempo que posiblemente suceda. Y bien, sí me salta un poco la envidia cuando habla de sus lujos, pero aún así la sorpresa en mis facciones es verdadera y, en gran parte, llena de alegría por él — Eso explica mucho. ¿De esas que chorrean queso? Las he probado solo una vez, pero son la puta gloria — creo ver aparecer un paraguas a unos metros, así que aprieto su brazo con una mano y tiro de él, buscando el movernos de nuestro punto. No sé a dónde vamos, pero arrastrarnos por el parte me parece mejor opción, al menos una menos llamativa — Entonces podemos decir que Riley es un amo decente. Lara me dijo que estarías bien con él — lo suelto, echando un vistazo rápido sobre mi hombro, pero creo que nadie se ha fijado en nosotros. Carraspeo un poco y relamo mis labios, seguro de que lo que tengo para contar sí va a gustarle — Vi un montón de niños ricos ebrios en la fiesta de cumpleaños de Hero Niniadis. Y hay una esclava en la isla que está… — uso mis dedos pulgar e índice para marcar un “diez puntos”, frunciendo un poco la boca — Aún no ha pasado nada, pero estoy trabajando en ello.
James G. Byrne
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Andrew H. Keogh
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Hago una mueca cuando nombra a su primer amo, porque ese bastardo era una de mis cuentas pendientes. De sólo recordar el estado en el que se hallaba cuando lo conocí… - Sí, lo recuerdo. El hijo de puta al que le gustaba más ver la forma de tus huesos, que carne sobre los mismos. - Y ojalá eso hubiera sido lo único que le hubiese pasado, el hambre no era moneda inusual en el esclavo, pero había visto cadáveres con más expresión en su mirada que Jimbo en aquellas épocas. Volverlo a la vida había sido un trabajo arduo que hasta el día de hoy todavía tenía sus repercusiones. Eso o tenía una genética de mierda para ser tan escuálido.

- Y uno que se siente cada vez más pequeño. - Existían doce distritos, y nos veníamos a encontrar de casualidad en este, cuando podría haber venido en cualquier hora de cualquier día en el que yo me encontrase en la casa de mi dueño. - Y bacon… creo que no cómo bacon desde que matamos a piglet cuando yo era un adolescente. - Después de todo, vivir en una granja tenía sus ventajas, la comida fresca era una de ellas. Mi madre solía decir que el pavo todavía cantaba en las cenas de acción de gracias. - Si Lara lo dice… veré que tanto me sirve estar con él, sabes cómo es esto. .- Si bien me gustaba pasarla bien, no me interesaba en lo absoluto pasar la vida sirviendo a nadie. Pero tenía razón y Riley era un amo decente. Debería buscar otras maneras para que el se deshaga de mí, y no al revez. - ¿Estuviste en la fiesta de la princesita insoportable? Al menos ya estás pensando con la cabeza que corresponde para esos asuntos ¡Ya era hora de que fueras dejando de lado la castidad! - Y no es que no hubiese tenido oportunidades antes, pero no las aprovechaba. Estaba comenzando a pensar que Jimbo era uno de esos romanticones insulsos que no se animaban a nada. - Si necesitas que te dejen bien parado, podría mandarle alguna nota a mi hermana… No ha podido responderme la última, pero por lo que pude averiguar todavía sigue trabajando para la familia esa.
Andrew H. Keogh
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James G. Byrne
Fugitivo
Que me hable de bacon solo me despierta el hambre, así que pongo una mano en mi estómago como si de esa manera pudiese calmarlo a pesar de que sé que será imposible hasta que llegue a la casa de la señora Leblanc y me robe algo de la despensa — Solo pórtate bien con él. A Lara le importa y no me gustaría excusarte con ella sobre cosas que ninguno de los dos podemos negar — aunque suene a que estoy bromeando, creo que los dos sabemos que hay cierto grado de verdad y seriedad en mis palabras. Nos conocemos lo suficiente como para saber cómo es él y, aunque jamás me he molestado en juzgarlo, quizá llegó el momento de aconsejarle un freno antes de volver a cometer un error (o acierto, depende cómo se vea) con alguien que tal vez no lo merezca tanto. Y digo “tanto” porque es un mago y ya sabemos cómo son.

Sabes que no he dejado la castidad por cuestiones de fuerza mayor. Y no, no voy a acostarme contigo por lástima — me apresuro a atajarme antes de que pueda volver a sugerirlo, echándole una mirada de advertencia sobre unos labios curvados en una tenue y torcida sonrisa. Puede que reconozca que mis hormonas me andan pasando factura a estas alturas de mi corta y volátil existencia, pero sentir que hago algo como esto como un favor de su parte sería un poco humillante para mí. Al menos, lo que dice a continuación me quita esos pensamientos de la mente y tengo que tener cuidado de no tropezar con mis propios pies, aunque la bolsa se me agita en la mano — Había olvidado que tenías una hermana en la isla — declaro. No es la primera vez que le oigo hablar de ella, pero nunca le presté más atención de la que debía — ¿Quién es? Quizá pueda pasarle alguna nota hoy si lo necesitas. Y no es necesario que sea un intercambio de favores, puedo arreglármelas solo — intento mostrarme mucho más seguro de lo que en verdad me siento y pongo mi mejor carita de suficiencia, apretando un poco el paso para mantenerme a la altura de sus piernas largas — ¿No tienes miedo de meterte en problemas? Dudo que los amos vean con buenos ojos que los muggles intercambien notitas.
James G. Byrne
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Andrew H. Keogh
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Me llevo la mano al pecho en un ademán exagerado, y abro la boca dejando escapar el aire como si me hubiese golpeado de lleno en el pecho. - Me hieres. ¿Me crees capaz de portarme mal con mi dueño? - De acuerdo, tal vez había exagerado demasiado, y debía tener cuidado de no ser demasiado teatral en plena calle. No era prudente andar divirtiéndose en lugares públicos cuando el resto pensaba que no merecíamos pasarla bien en lo absoluto. - Ya, no parece tan mal tipo. Trataré de portarme todo lo bien que pueda. - Y es lo máximo que puedo prometer, ni siquiera yo confiaba en mí mismo a veces.

Frunzo todo el gesto para no soltar una carcajada allí mismo. - Cuando descubras lo divertido que puede ser acostarse con alguien, ya veremos si dices si es lástima o no. Además ¿quién podría decirle que no a esas mejillas? -  Y le aprieto el pómulo huesudo que tiene en el rostro, solo porque estábamos en público y no quedaba bien visto que le pellizque las mejillas del culo.

- Yo, no. Tengo miedo que ella se meta en problemas, pero la hacen feliz y me asegura que es cuidadosa así que…- Me encojo de hombros y trato de no pensar en que llevo años sin verla. La extrañaba, y estaba seguro que de quererlo, habría podido encontrar la manera de verla aunque sea una vez. Pero por más de que no me arrepentía de las cosas que había hecho, ella no pensaría de la misma manera, y no sabía si sería capaz de mirarla a los ojos. - Se llama Tini, bah, Celestine. Trabaja para Sean Niniadis así que dudo mucho que quieras correr esa clase de riesgos. - Como le había dicho, solo le mandaba notas gracias a un sistema cuidadoso que había diseñado, y no quería ponerla en aprietos ni a ella, ni a mi amigo. - Aunque tal vez sí me lo pensaría si quieres que sea un intercambio de favores. - Le guiño el ojo con diversión, tratando de volver a recomponerme un poco.
Andrew H. Keogh
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James G. Byrne
Fugitivo
Lo conozco lo suficiente como para saber que es capaz de meterse con su dueño y como para siquiera molestarme por lo que me dice, así que me basto de una mirada de advertencia y un manotazo a su pellizco para hacer que me suelte la piel extra de mi mejilla — Puede ser divertido, pero tu ofrecimiento proviene de la lástima. “Mi amigo es casto, vamos a terminar con su sufrimiento — ironizo un poco la cuestión porque no deja de parecerme ridícula. Veamos, Andrew es la clase de tipo que tanto mujeres como hombres se detienen a mirar, soy consciente de ello. También sé que, si yo buscase lo que me ofrece, él lo haría sin chistar. Aún así, la relación que hemos desarrollado con los años me impide el aceptar así como así, porque entre su amistad y el hecho de que lo veo como un favor, no puedo evitar pensar que sería algo incómodo.

La conversación sobre su hermana cambia un poco el panorama, transformando una zona de bromas en una de pequeños sentimentalismos. Si están teniendo cuidado, optaré por no preocuparme, al menos de momento. Tengo intenciones de darle algún consejo sobre su cuidado, porque la seguridad en la isla puede joderles la existencia si algo se les va de las manos, pero lo que dice a continuación me descoloca lo suficiente como para hacer que olvide de lo que estábamos hablando — Espera. ¿Celestine es tu hermana? — ¿Cuántas veces hemos hablado de familia? Cientas, pero jamás llegamos a los detalles personales. Se evitan emociones encontradas, ya saben. Menos detalles, menos motivos para ponerse sensible. E igual, ahora mismo eso no me importa, porque estoy debatiéndome entre la incomodidad y las ganas histéricas de reírme — No te haré ese tipo de favores cuando… bueno, creo que conozco a tu hermana.

Voy a obviar el tipo de favores de los cuales me está hablando. Reduzco la velocidad de mi andar para rascarme la nuca con cierta intranquilidad, mordiéndome la lengua — ¿Me golpearías si te digo que he recibido masajes y coqueteos de una Celestine que trabaja para Sean Niniadis? En las cocinas. Me enseñó a hacer un postre de chocolate que está de muerte — frunzo el rostro como cuando estás decidido a recibir un puñetazo, aunque no cierro del todo los ojos para poder medir su reacción — Juro que jamás la toqué bajo ningún aspecto, si te sirve de algo.
James G. Byrne
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Andrew H. Keogh
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Me encojo de hombros simplemente porque no sé si sería lástima así como así, pero si él no quiere, no pienso obligarlo a nada. Jamás había obligado a nadie a tener relaciones, y no iba a empezar ahora con James, que era por sobre todas las cosas, un buen amigo. - Tú te lo pierdes. - Tampoco es que le tocaría ser casto toda la vida, cada cual encontraba como dejar la etiqueta detrás de una forma u otra. Mi oferta no tenía fecha de expiración así que, sus tiempos, sus reglas.


Un segundo… ¿conocía a mi hermana? ¿por qué creo que lo que sea que va a salir de su boca no me va a gustar? - ¿Masajes? - Mi mirada es la de un escéptico, pero luego me acuerdo de que es Jimbo con el que estoy hablando, y me abstengo de preguntar qué tipo de masajes porque no me sentiría cómodo con la respuesta que me dé, sin importar lo mucho que que confíe o no en él. ¿Qué se supone que debía decirle? Por un lado, la única imagen que tengo de mi hermana es la de una niña pequeña, llevo años sin verla, y aunque logro rescatar alguna que otra nota cada unos cuantos meses, eso no era suficiente como para conocerla. Tendría… ¿cuántos? ¿veintidós, veintitrés años? Seguro que era una mujer echa y derecha a estas alturas.

Dejo escapar un suspiro casi exhausto, y vuelvo a erguirme, buscando su mirada antes de hablar. - No la tocaste… pero quieres hacerlo. - Ya lo había dicho, estaba diez puntos a sus ojos, y coqueteaban. Hago una pausa, tomo aire y lo suelto. - ¿Osea que a ella sí y a mí no? - Me llevo una mano al pecho y me hago el ofendido, lo que dura solo unos segundos antes de que use la misma mano para darle un empujón. - Ya quita esa cara de perro mojado. ¿Qué te puedo hacer? Eres más lento que una oruga, prefiero que seas tú a cualquiera de los otros depravados que puede encontrarse… supongo. - Podía defender a los nuestros a capa y espada si hacía falta, pero no eran la clase de gente con la que querría jamás imaginar a mi hermana. Jimbo era… el mejor de todos los males si podía decirlo de alguna manera. - Solo no me digas jamás qué haces o no con ella. Por favor.
Andrew H. Keogh
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James G. Byrne
Fugitivo
No soy una persona tímida ni tampoco tiendo a arrepentirme de las cosas que digo o pienso, pero ahora estoy pasando por la extraña sensación de querer evaporarme o, al menos, ser capaz de camuflarme con el medio ambiente — ¡No! Sí, bueno… puede ser —  no puedo mentirle porque ya he abierto la boca, pero tampoco puedo confesar tan libremente que le quiero meter mano a su hermana menor así como así. Todavía tengo la sensación de que va a darme un puñetazo cuando la resolución con la que me salta me toma por sorpresa, descolocándome un instante que me lleva a alzar las manos en un gesto de “qué sé yo” y rodar los ojos con cierta exasperación — Si quieres, podemos besuquearnos aquí, como para escandalizar a los vecinos y terminar castigados, para variar — no hablo en serio, menos cuando el golpe no del tipo que esperaba y puedo respirar con la calma de que no va a matarme, al menos por ahora.

No soy tan lento… — mi voz apenas es audible mientras él sigue hablando y acabo frunciendo el ceño con los brazos cruzados, casi mostrándome como si hubiese ofendido mi orgullo. Termino resoplando y detengo mi andar por completo en plena calle, quedando algo rezagado en nuestro paseo, cosa que tampoco es muy complicada porque sus piernas son más largas que las mías — No tienes por qué pedirlo, no lo haría. Empezando con que ahora no podré hacer nada solo porque no voy a evitar pensar en tu estúpida cara cada vez que le hable siquiera — no contengo la expresión de disgusto, sin poder creerme mi suerte. Mala, por supuesto, tal y como ha sido durante veinte años. Porque de entre todas las personas que podría haber conocido y con la cual terminé coqueteando, acabó siendo la hermana menor y distanciada de mi mejor amigo. A veces me sorprende mi puntería para las desgracias.

Un trueno a lo lejos es lo que me alerta de lo que pasa a continuación. La lluvia aumenta su intensidad y las finas gotas pasan a ser un chaparrón, por lo que me tiro de la chaqueta para cubrirme la cabeza y así evitar algo que debería saber que es inevitable, porque en segundos estoy empapado — Ven… — soy consciente de que una bruja pasa corriendo junto a nosotros en busca de refugio, pero yo doy unos pocos pasos hasta quedar bajo el toldo de un local que se encuentra cerrado, por lo que nadie se molestará si aguardamos aquí por el momento en el cual la lluvia pare un poco. Me abrazo a mí mismo, apegando de esa forma la bolsa a mi propio torso — Puedo hablarle de ti, si quieres. A pesar de todo lo que creas por lo que dije, me agrada de verdad. Fue una de las pocas personas en la isla que me trató con decencia — en esto, estoy seguro de que puede ver que estoy siendo sincero — Tal vez, si es por mí, puedan conversar seguido. Podemos encontrar el modo de seguir en contacto. Con Lara hicimos un acuerdo, encontrarnos cada dos semanas los jueves en el Capitolio. Riley puede ser parte de la cadena — es una idea arriesgada y algo delirante, pero es la mejor que tengo — ¿Qué opinas? Más allá de que estoy loco, pero eso siempre me lo dijiste.
James G. Byrne
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Andrew H. Keogh
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- Creo que es la primera vez que me haces una proposición, Jimbo. - Es obvio que no habla en serio, pero nunca fui bueno en eso de dejar pasar sus comentarios. Jim era una de esas personas expresivas que siempre terminaban sacándote una sonrisa quisiera o no hacerlo. Era demasiado fácil hacer que se exaspere o ponerlo incómodo. -Pero nadie nos va a castigar por eso, tendría que meterte mano cuando mínimo, y dudo que quieras. - Los  magos nos prestaban la misma atención que a los perros en esos asuntos, o menos incluso, ya que los animales podían pasar por tiernos o adorables, o cuanto adjetivo se les pasara por la mente. Adjetivos que, jamás nos pondrían a nosotros ya que tenían alternativas como “escoria” o “porquería”. ¿Acaso esa gente se veía al espejo?

- Énfasis en "tan". - Le aclaro con escepticismo pintado en la voz. - Jimmy, lo único que has hecho es coquetear y cocinar con mi hermana. Y no te estoy alentando a nada, ni te estoy dando ideas pero vamos, es mi hermana. No la veré hace años y aún así estoy seguro de que no puede ser nada menos que hermosa. - Y no lo decía solo por deber fraternal, de verdad que siempre había sido una muchacha bonita, y además de eso, amable. La bondad siempre me había parecido una cualidad que aumentaba el atractivo de las personas en cierta forma, pese a que podía contar con los dedos de una mano a la gente que conocía y podía jactarse de poseer algo de amabilidad en su cuerpo. - Así que sí, espero que sepas disculparme, pero he visto a tortugas más rápidas que tú.

Se me escapa una puteada por lo bajo cuando la llovizna se convierte primero en una lluvia, y luego en lo que parece un diluvio que termina empapándome en cuestión de segundos. Sabía que iba a llover bastante, pero no había traído un paraguas ya que esperaba que fuese un paseo corto. No tenía idea de que iba a encontrarme con un viejo amigo en el camino. Al menos encontramos refugio con rapidez, y aunque el negocio estuviese cerrado, dudaba que alguien saliera a la calle con este clima como para decirnos algo por cubrirnos de la lluvia. - No lo sé…- Contesto con sinceridad. - ¿Creerás que soy muy idiota si te digo que no estoy seguro de que quiera verla? No… Tú sabes que no me arrepiento de las cosas que hice, de las decisiones que tomé. Pero no creo que Tini esté de acuerdo con mi accionar, y no sé qué pueda pensar de mí. - No tenía ninguna excusa que justificase mi comportamiento, no ante sus ojos al menos, y no quería romper la ilusión que pudiese tener de su hermano mayor. - Soy un maldito cobarde. Lo sé.
Andrew H. Keogh
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James G. Byrne
Fugitivo
Abro la boca con clara intención de serle sincero con respecto a su suposición, pero algo me dice que no quedará muy bien que ande hablando de las aptitudes físicas de su hermana tan libremente, así que me encojo de hombros y muevo la cabeza como si no quisiera decir que está tremendamente buena — No te creas. ¿O acaso una tortuga te consiguió los cigarrillos con sabor a menta cuando hubo que aceptar favores a cambio? — siendo sincero, el recuerdo de esa pequeña travesía hace que ponga cara de disgusto, porque la persona en cuestión tenía un uso excesivo de saliva y mucho mal aliento, incluso para un esclavo en venta. Menos mal que era una caja grande y completa, sino jamás hubiese aceptado.

Creo que es una de las pocas veces que he visto a Andrew con dudas y eso me obliga a mirarlo con ojos algo descontrolados, abiertos de par en par en su dirección, aunque sospecho que él solo puede ver dos pelotas debajo de mucho pelo mojado y la chaqueta. Me quedo callado más de lo normal, dejando que sea la lluvia la encargada de romper el silencio entre nosotros, hasta que creo que no puedo estirarlo más — Drew, eres muchas cosas. Estúpido, egocéntrico, demasiado confiado en un comportamiento errático que te va a llevar a la horca un día de estos — los enumero con toda la parsimonia del mundo, tal y como si estuviese haciéndole la lista del supermercado — Pero no eres ningún cobarde. Muchos no podrían hacer ni la mitad de lo que tú haces, en especial por miedo a las consecuencias — no hablo solo de acostarse con sus amos, creo que queda implícito que también me refiero a las cientos de charlas que hemos tenido y a sus ideales tan marcados, pegados a quien él está seguro de que es. Me acomodo la chaqueta para que vuelva a su posición normal y me peino el cabello hacia atrás, sintiendo como las gotas lo han dejado chorreando — Si no quieres hablarle de tus intimidades, no lo hagas. Pero ella debería estar orgullosa de tener un hermano como tú — penoso, me doy cuenta de que ni siquiera puedo mirarlo a la cara, hasta que me obligo a hacerlo con una sonrisa divertida pero pequeña que busca romper el hielo — Mira, que hiciste que me ponga cursi y todo eso.

Me recargo en las rejas metálicas del local, esas que apenas se oyen debajo de mi espalda y le doy un amistoso puñetazo en el brazo, como si eso fuese castigo suficiente por la culpa que acabo de otorgarle, a pesar de que sé que no debe siquiera haberlo sentido — Si te atreves, podemos buscar la excusa para que entres a la isla. Ya te arriesgaste por mí en el pasado, puedo hacer lo mismo por ti en el presente — dejemos de lado que robar comida en el mercado no es lo mismo que organizar un reencuentro bajo las narices de los ministros del país, pero ese es un detalle que no hace falta remarcar ahora mismo.
James G. Byrne
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Andrew H. Keogh
Tributo
Suelto un bufido cuando saca a flote lo de los cigarrillos, y ruedo los ojos con diversión pese a que no refuto su comentario. Ya suficiente había sido que el pobre estuviera dispuesto a algún tipo de intercambio de ese tipo como para andar tirando por los suelos su logro. - Una tortuga que sabe usar la lengua, pero una tortuga en fin. - Me encojo de hombros con resignación, y lo miro de arriba abajo antes de agregar: - Si usaras la lengua para otras cosas, ya verías que tanto más puedes conseguir. - Que a decir verdad era un comentario más acertado de lo que pensaba, porque ponerla a trabajar de más podía significar una buena recompenza; o un muy buen castigo si uno la usaba para hablar cosas que no debían ser dichas.

- Wow, yo también te quiero Jimbo. - Mi comentario idiota claro está, se me escapa antes de que él pueda terminar de hablar, pero tenía que admitir que sus comentarios no eran necesariamente un bálsamo para el alma… Hasta que de golpe lo son y me siento reconfortado por sus palabras, al punto que siento que se levanta un peso de mis hombros que no sabía que tenía. Lo miro en silencio por unos segundos, hasta que termino por devolverle la sonrisa mientras que llevo una mano a sus cabeza para sacudir la maraña de pelos que tiene sobre ella. - Y tu tienes una boca que te llevaría a muchos lados si no estuviésemos viviendo en esta sociedad de mierda. Y no estoy hablando precisamente de favores sexuales. - Yo tendría una cantidad considerable de recursos a mi disposición, conocía mis ideales y no temía esparcirlos entre aquellos que estuviesen interesados en escuchar, ¿Pero Jim? Jimbo tenía un carisma y una labia particular que lo hacían capaz de convencerte de cualquier cosa. Se metería en problemas, seguro, pero admiraba esa cualidad en él. - Gracias espárrago.

Me recargo a su lado y medito sus palabras antes de tomar una decisión. - Solo si ves que el riesgo es mínimo para tí. No tengo problemas en arriesgarme yo, pero esto va más allá y no me gustaría verte tomando medidas innecesarias para cumplir un capricho personal. - No iba a ilusionarme con la idea de ver a mi pequeña, porque conocía los peligros que eso podía implicar, pero si la oportunidad se daba, y él contaba con la gente de confianza adecuada…- Nunca creí que iba a decir esto, pero trataré que no me devuelvan por un tiempo así sabes dónde encontrarme. - Riley no era todo lo insoportable que habían sido otros antes que él, y podía seguir con la farsa que era servir a alguien de manera incondicional por un tiempo más…
Andrew H. Keogh
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James G. Byrne
Fugitivo
No dije que te quiero, pero si lo vas a tomar de ese modo… — no me muestro ni por asomo ofendido o molesto, sino que intento peinar un poco la maraña que se toma la molestia de sacudir — Lo sé. Podría ser la llama de la revolución que tanto se necesita, pero como son todos unos cobardes, me toca el limpiar la vajilla — el resoplido que suelto busca ser dramático, pero es obvio que no hablo en serio. Hemos conversado de las posibilidades, existentes o no, de sacudir un poco la estructura en la cual estamos sumidos, pero los dos sabemos que son ideas imposibles de personas demasiado soñadoras. Así que, en lugar de quejarme sobre cosas que por el momento ninguno puede cambiar, le regreso la sonrisa en el gesto más amistoso que soy capaz — Sabes que no es nada, mazacote. Puedes contar conmigo para tirarte flores con brutal honestidad.

No creo que sea un capricho, Drew — el tono es mucho más serio. Paseo la vista por el paisaje, cada vez más húmedo, que no me permite ver más allá de la cortina de agua que cae delante de nuestras narices y sacude el toldo sobre nuestras cabezas — Si yo supiera qué ha sido de mi hermano, también buscaría volver a verlo. Pero prometo no hacer que nos maten en el proceso. Sabes que no soy tan idiota — no tiendo a reconocer que he tenido familia, porque sé que no tiene sentido recordarlos. Todos han muerto, a excepción de uno que, hasta donde sé, podría haber seguido el mismo camino. Apenas los recuerdo, así que no puedo tener nostalgia por memorias que no tienen una verdadera forma. Su promesa, por otro lado, me alivia — Intentaré que Lara pase mis mensajes. Quizá podamos traficarnos uno de esos espejos comunicadores que usan los magos — todo sería tan sencillo…

En mi desgracia, la lluvia no es tan fuerte como para ocultar la pinta del elfo doméstico que camina por la cuadra de enfrente y que parece tener los ojos furiosos fijos en mí, porque me hace un mar de señas para que me fije en él y su diminuta figura — Mierda — murmuro, enderezándome como si hubiese sido atrapado por los guardias del mercado comiendo a deshoras — Gaspard va a matarme, o al menos voy a divertirme verlo intentarlo — tengo que girarme hacia mi amigo, no muy seguro de cuánto podrá contarle el elfo a su ama, así que opto por mantener las apariencias — Me pondré en contacto, Drew. Disfruta de tu bacon y pórtate bien — me basta una sonrisa y un guiño pícaro para despedirme. Incluso, me muestro de buen humor cuando Gaspard me llama mocoso incompetente cuando hace que los dos desaparezcamos del distrito.
James G. Byrne
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