The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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You and I walk a fragile line ✘ Lara
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Recuerdo del primer mensaje :

Me encantan los sábados, porque eso significa que puedo dormir un poco más que de costumbre si decido no asomar la nariz por el ministerio. No haber bajado la persiana anoche es la razón por la cual, a pesar de no oír el despertador, hago una mueca de disgusto y mi mano pesada hace un amague de cubrirme los ojos. La dejo caer, quizá con demasiado énfasis en mi pereza, obviando que mi brazo no cae en línea recta como todos los días. Pero no, se curva sobre un cuerpo ajeno, algo que mis neuronas deciden ignorar por solo dos segundos. Esos que bastan para que me remueva y sienta mi nariz rozar una piel no tan desconocida, acabando por arrugarse ante la sensación de picor. Cabello. La arrugo otra vez, en una suave mueca. Asumo por su longitud que se trata de Josephine, pero son solo suposiciones de alguien que no ha despertado del todo. Josephine jamás duerme conmigo. Y yo jamás despierto abrazando a alguien…

Acabo por despertarme solo por la alarma que grita en mi cerebro como si se tratase de la sirena de seguridad del trabajo, esa que solo oí en situaciones de simulacro. Me cuesta separar los párpados, descubriendo que tengo el rostro escondido de manera tal que mi nariz está demasiado cerca del oído de una persona que no debería estar aquí, lo cual explica la sensación del cabello. No reparo ni calculo la posición de mi cuerpo cuando mi primera reacción es el echarme hacia atrás, consiguiendo que mi coronilla golpee contra la cabecera de la cama con un ruido sordo y mis ojos se ponen bizcos ante el latigazo de dolor, ese que me obliga a maldecir en mil lenguas diferentes con un gruñido áspero que se muere en mi garganta y acaba en una ridícula mímica. Puedo sacudir solo un brazo, ese que se desprende de su cintura, porque el otro ha quedado atrapado debajo de su cabeza. Y no, no reparo en delicadezas cuando tiro con algo de brusquedad para volver a ser dueño de todas las extremidades de mi cuerpo, incluso a sabiendas de que eso probablemente la despierte.

Me llevo en reacción una mano a la zona golpeada, frotando como si eso sirviese de algo e intento moverme, pero patéticamente me encuentro tratando de desenroscar mis pies de las sábanas. Con un suspiro más largo de lo normal, tomo asiento lentamente y apoyo los codos sobre mis rodillas, consiguiendo así una mayor facilidad al momento de frotarme los párpados con las manos. Me toma solo dos segundos el agradecer que no tengo resaca a sabiendas de que no he bebido tanto, pero hay algo diferente que tiene mi estómago algo revuelto. Me basta con dejar caer los brazos y girar la cabeza, seguro de mi expresión adormilada y el cabello revuelto, para mirar a quien tengo al lado — Creo que tenemos una situación algo problemática — mi voz de la mañana es cualquier cosa menos respetable, pero opto por un tono clásico, seguro de que puede oírme. Con un resoplido, me dejo caer de espaldas sobre el colchón y mantengo la vista en el techo — ¿Soy yo o podemos decir que nos estamos acostando? — creo que no parpadeo cuando mis cejas se mueven con seriedad. Dos veces no matan a nadie, al menos que anoche no cuente solo como una. Pero elimina automáticamente la excusa de “fue solo una vez” y esa es la primera norma de todas. Voy a necesitar mucho café.
Hans M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Curvas peligrosas, esas hay muchas. Nosotros jugamos con ellas, pero me gusta pensar que yo sí puedo manejar los frenos. Aún así, la curiosidad puede más que mi genio y no puedo evitar preguntar: — ¿Me consideras una curva peligrosa? — no reprocharé si lo hace, sé cómo es este baile. Hay cosas que no serán favorables para ninguno de los dos si esto se rumorease en los pasillos o periódicos, pero también creo que eso es el mínimo de los conflictos si tenemos en cuenta nuestra naturaleza.— Bueno... — suelto con gracia — Eso depende. Ya dijiste que nada de bares, nada de karaoke, así que supongo que solo nos veremos durante nuestros negocios. Puedo vivir con eso — no me prometo que nunca volverá a suceder nada, ya lo hice y fallé escrepitosamente. Así que permitiré que ella decida, que el correr de los días nos hable sobre este capricho con el conocimiento brindado por el tiempo. Puede serlo todo o puede serlo nada.

Que no lo haga, que no abra la boca sobre cosas que es mejor silenciar y que, sin embargo, no lo hago. Es anormal el conseguir una respuesta tan natural de su cuerpo, encontrándome entre sus brazos tal como ella se haya entre los míos, en una escena que siempre tomaría como inconcebible hasta esta mañana — Así que... ¿Me das la razón? — obviamente lo hace más fácil, siempre he sido alérgico a sentir demasiado. Los pensamientos solo complican las cosas. Las caricias solo sirven para hundirme un poco en mi sitio, aferrando el agarre en un involuntario gesto de obvia comodidad. No puedo contenerme y le otorgo una sonrisa, elevando una de mis cejas sin saber si reírme o mostrarme falsamente conmovido, así que hago ambas — ¿No querías preocuparte por mí? Que considerada — mis ojos intentan seguir el movimiento de su mano, esa que no sé si quiere invitarme a avanzar o prohibirme hacerlo. Estoy seguro de que puede sentirme respirar contra su palma, tratando de mantener un latido calmo — Pero no estamos hablando sobre mí. Lo estás haciendo de nuevo: esquivas la atención para salir ilesa — me inclino lo suficiente como para murmurar cerca de ella, sonriéndole como si el gesto fuese un secreto — No soy tan insensible, Scott. Me movilizas, solo que no de una manera preocupante — al menos, es lo que elijo creer.

Mis ojos miran por encima de ella los dos segundos en los que Poppy elije aparecer en la puerta, detenerse y marcharse a toda velocidad. Suspiro ante el ligero alivio de la calma por una interrupción fallida, volviendo la atención a ella como si nada hubiera pasado — Todo esto suena a que te preocupas porque no quieres que nadie te toque de más. Sigue siendo un cliché — por más que me mofe de ella, espero que sepa que no es con mala intención. Subo la mano por su torso a modo de caricia, hasta tomar su mentón con suave cuidado. Poder darme estos lujos es un atrevimiento que viene por mi seguridad, por lo intocable que siempre me he sentido. Porque sí, si alguien va a salir lastimado aquí, jamás seré yo. Soy un experto en mover estas cartas, siempre lo he sido, no va a cambiar ahora. Muevo su mentón con un cuidado poco propio de mí, permitiéndome el admirar sus facciones a tan poca distancia — Mírate. No querías hablar de emociones y lo hiciste el último cuarto de hora. ¿Soy tan bueno en esto o es que en realidad no se te da tan bien? — dejo caer la mano, apoyándola con cuidado en su cuello — ¿Esto te afecta? — mis dedos caminan por su torso hasta presionar su vientre, invadiendo su espacio en un vago intento de intimidad. Mi comisura se eleva un poco, aunque mi vista baja para vigilar el paso de mi mano por su cadera — ¿O siquiera esto? — delato mi instante de meditación al prensar y humedecer mis labios, mirándola de soslayo — Quizá lo mejor es que te vayas por hoy. Para evitarte más preocupaciones — aún así, aprieto un poco el agarre antes de obligarme a aflojar mis dedos y echar la cabeza hacia atrás. Podría pedirle que se quede un poco más porque sé que no pasará a mayores, pero no voy a caer en eso de nuevo. Y quizá así, sea mejor.
Hans M. Powell
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Invitado
Invitado
No eres la curva peligrosa— ladeo mi sonrisa y entorno mi mirada. —No lo estaba pensando de esa manera…— separo los labios para articular una respuesta, me quedo con el aire suspendido sin poder hacerlo. Esto podría ser otra explicación larga y confusa, llena de malos vaticinios, que hará que corramos al distrito ocho a comprar una de esas capas que nos libran de todo mal y nos esconden incluso de la muerte, porque maldición si no estoy sonando como un Cassandra en esta cocina. Lo bueno es que combinado a sus modos de relajarme, aun puede hacerme contener una carcajada cuando descarta bares y karaokes de nuestros posibles encuentros futuros, si bien lo que logra ensanchar mi sonrisa es su confianza en poder vivir con nuestras reuniones exclusivas de trabajo. Me da la ocasión para burlarme de él. —Buen chico, se lo que lograrás. Créeme que puedes llevar una buena vida sin que haga falta hacerme de wingman o escucharme desafinar— digo y paso mi pulgar por su mejilla en una caricia.

Podíamos dejarlo ahí, en un estado libre de preocupaciones como era el propósito inicial de este desayuno. No sé si lo hace para fastidiarme, me temo que sea porque tiene confianza en que negaré todo lo que me dice, así sea por el hábito de contradecirlo y volver a nuestros viejos roles de costumbre, en los que nos sentimos más cómodos. —No te daré la razón— replico. —Porque no tengo una respuesta—. Todo lo que pueda decir no será ni verdad ni mentira, es un limbo de incertidumbres hasta que resuelva esto por mi cuenta, porque si su intención al principio era que llegáramos a un acuerdo sobre que podríamos simplemente pasar de esto, no me está gustando trabajar en pareja con él. Si fuera mi compañero en un proyecto de mecánica, pediría inmediatamente al profesor que me designara otro, porque se me está haciendo armar un único pensamiento que sea concluyente. El contacto por contacto, tocarlo sin que sea necesariamente un movimiento para algo más, lo inexplicable de que esté sucediendo en su cocina, me tiene dando vueltas sobre algo que no puedo definir, y no hace falta que lo haga. —Eres quien centró la atención en mí al decir «a menos que»— lo remedo—, ¿quieres que también me ponga a hacer pronósticos sobre ti?— acerco mi rostro para entrelazar fugazmente nuestras miradas. —¿Te gusto y eso no te gusta? ¿Y si empiezo a movilizarte de una manera que sí sea preocupante? ¿Si te hago sentir demasiado? — me burlo de él con una sonrisa.

Puedo mirarlo a gusto cuando sostiene mi barbilla, seguir la línea de cada uno de sus rasgos y gestos, no pierdo mi semblante de renovada paz porque acabo lograr un nuevo tipo de confianza en él. Está tan seguro de lo que dice, que consigue convencerme de que puede tratar con algo así, de que no es insensible –eso lo sé- pero esto tampoco altera nada en su vida. La cuestión es ver cuánto impacta en mí. —Eres quien me hace hablar de emociones porque indagas demasiado, haces preguntas y suposiciones de cómo me siento— digo, mi suspiro cae entre nosotros siguiendo el descenso de su caricia— y no dejas de tocarme— presiono mis labios contra su mandíbula, subiendo por su mejilla, con una sonrisa que es de resignación porque me queda hacer un drama de esto o reírme al pensar en ello, y elijo lo último. Para que no se vuelva un drama, acepto la salida que me ofrece. Dudo así como sus manos que todavía me sostienen, entonces bajo las mías para retirarlas y apartarme de él, libre de un agarre que podría retenerme en esta cocina para seguir sumándome preocupaciones. —Sí, esta vez sí me iré— anuncio, dando los pasos que hagan falta para salir de ese campo gravitacional que hay entre nosotros esta mañana. —No quiero plantar banderas también en tu cocina. Si en unas pocas horas me expando tanto por tu casa, ¿cuánto de dominio te quedará al final del día?— hago una broma final sobre esto. —Además, estuve a punto de aprobar tu examen y me hiciste fallar— lo recuerdo. Me quedo enfrentada a él, guardo las manos en los bolsillos de mi vaquero y me balanceo sobre mis pies. Se supone que tenía que irme con la certeza de que no había nada de qué preocuparnos y ahora tengo una tarea pendiente. —Buscaré mis zapatos y mi varita en tu sala y me iré, no hace falta que me acompañes. Y... ya nos veremos, cuando sea necesario.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Es una pena, estoy seguro de que verte desafinar debe ser todo un espectáculo — me burlo, un poco más centrado en como su caricia me hace apoyar brevemente la mejilla en ese pequeño gesto, uno inusual pero que recibo sin considerarlo. No, claro que no me dará la razón, de hacerlo posiblemente se largaría a llover con tal fuerza que sería riesgoso que abandone la isla; lo que sí no me esperaba es que acepte tan tranquilamente que no tiene una respuesta concreta — No puedo creer que no tienes nada que refutar — digo simplemente, en un chiste inocente alusivo a nuestro constante juego de tire y afloje. Si no hay respuesta, no hay discusión y eso corta el tema en lleno, tampoco pienso meterme a fondo en éste cuando tengo cosas más importantes de las cuales preocuparme. Como, por ejemplo, cómo haré para cumplir con mi trabajo después de la petición del señor Niniadis. Aunque sea unos minutos más, puedo entretenerme con algo tan tonto como esto, riéndome cuando me tira la pelota — Si fuese así, te felicitaría por conseguir algo que nadie ha logrado en años. Pero ya te dije anoche: no funciono así — a veces porque lo rehúyo, a veces porque simplemente noto que no nace en mí como parece sucederle al resto del mundo. Nadie es lo suficientemente interesante como para valer el precio de ese nivel de atención.

Hago un mea culpa interno, aprovechando el toque para hacer un recorrido mental gracias a mi tacto, apenas presionando una piel que se está volviendo curiosamente familiar — Es la costumbre. Dejaré de hacerlo — sorpresivamente, es una verdadera promesa, una que no sé si puedo cumplir pero que de todos modos nace con honestidad. Es la siguiente acusación la que me hace sonreírle, mordiendo con cuidado mis propios labios y pellizcando un poco de piel seca en la comisura de los mismos — ¿Cómo dejar de hacerlo? — es una declaración que destila la poca vergüenza que me da el admitir mi atracción. Tengo una fibra sensible, una que se rinde ante un cuerpo que me llama lo suficiente como para provocarme ansias de hundirme en una exploración, por inocente que ésta sea. Son solo caricias, muy diferentes a las otorgadas en la cama, con una intención mucho más casta. Pero ella anuncia que coincide conmigo, que se irá y lo acepto cerrando mis dedos en un puño que se ve alejado por sus propias manos. Me río con los labios apretados y bajo la mirada a mis pies, meneando la cabeza hasta solo alzar la mirada en su dirección — Tú quisiste fallar. Y en cuanto a las banderas… — me encojo de hombros y apoyo los codos en la mesada a mis espaldas — Me gusta cuando las batallas tienen suspenso. Que sea todo en un mismo día le quitaría la diversión. Si algún día quieres la revancha… bueno, siempre queda el tour — es una invitación sin compromiso, una que sé que posiblemente muera en este lugar, pero aún así la mueca se me ensancha con diversión — Tengo un piano de cola que quizá te interese — mis cejas se mueven como si quisiera tentarla con la idea, aunque termino quebrando la voz en una risa ligera, sin una pizca de seriedad. Espero recuperarla el lunes, cuando el traje vuelva a su lugar.

El balanceo de su cuerpo me hace pensar que no está segura de irse, pero no hago movimiento alguno mientras ella clama por mi ausencia en la puerta. La observo curioso, regalándole el último análisis de la mañana y opto por enderezar mi espalda, cruzándome de brazos sobre el pecho en una postura mucho más parecida a mi yo de todos los días — Me sentiré un mal anfitrión, pero si así lo deseas, me quedaré aquí — prometo sin darle vueltas — Ya te he invadido lo suficiente como para todo el fin de semana — puede que esta sea mi casa, pero sé que hubo otra clase de incursiones en todas estas horas. Paso saliva en un gesto involuntario y mi cabeza tiene el reflejo de inclinarse hacia ella en una búsqueda de despedida, pero mi cuello parece frenarla por su cuenta y finjo estar más concentrado en el reloj de la pared, como si tuviese algún compromiso que he olvidado y que debo cumplir — Supongo que sí — coincido, volviendo a buscar su mirada con algo de desgano — Te llamaré cuando necesite de tu ayuda. Que tengas un buen fin de semana, Scott — puede que sea un gesto casi que estúpido, pero le tiendo la mano en una invitación a que la estreche. Como si todo esto no fuese más que un negocio, uno que señalo con la sonrisita torcida. Al menos es un poco serio intento de nuestra acostumbrada formalidad.
Hans M. Powell
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Invitado
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Un espectáculo que no verás— aseguro, es de las últimas cosas que digo para contradecirle, lo fácil que renuncio a seguir llevándole la contraria es otro de los recuerdos que tendrá para atesorar si quiere. Subo mis hombros un poco para que sepa que así están las cosas, me guardaré las respuestas que puedan exponer más rincones de mi mente, que llevo hablando más de la cuenta y luego no podré recoger mis palabras dichas como si se me hubieran caído sin querer, no ante una persona que se agarra hasta de mis comas y mis silencios para cuestionar el por qué de las cosas. No escapa a ninguna de mis preguntas, y esa transparencia que tiene para mostrarme su modo de ser y de pensar, me vuelve aún más precavida con lo mío. —Descuida, tengo mi respeto por lo imposible—. Puedo trabajar en proyectos que pretenden cambiar las reglas del tiempo o que todos los líneas cruzan los límites de lo conocido, pero se bien hasta donde llegan mis capacidades y hay fronteras que no traspaso. Con las personas también sucede que no puedes esperar más de lo que pueden dar... y menos si no puedes recibir. Será otra espectáculo que ninguno de los dos verá.

No sé si confiar en su promesa de que no seguirá indagando, tiro de mis labios en una sonrisa porque no lo creo posible viniendo de él. Lo siguiente me hace reír quedamente, podríamos demorarlo unos minutos más, aceptar la barrera de la ropa como parte del acto hasta que un movimiento cualquiera, sea suyo o sea mía, indique que hasta las últimas de las barreras deben caer y otra vez el vértigo nos tenga exigiendo a prisa respuestas en la piel del otro. Los pasos que doy son de plomo, los escapes no se dan precisamente con pies ligeros, a veces requieren de mucho esfuerzo. Su opinión de que es una batalla que queda en suspenso me hace reír por lo bajo y abarco toda la cocina con una mirada, no puedo creer que queda abierta una invitación para volver a esta casa. No creo que lo haga, siendo sincera, pero no me arriesgaré a negarlo en voz alta. —Tus actos de persuasión son únicos— le concedo, porque mencionar el piano es una sugerencia que mínimamente merece una consideración. Siento un cosquilleo en los dedos que me piden volver a rozar su mejilla y me alegro de haber roto el contacto, así puedo refrenar ese impulso de algo que se acerca más a la ternura que al deseo y es extraño, por no decir incorrecto.

Te libero de tus deberes como anfitrión, sino el camino hasta la puerta se hará largo y espero llegar a casa en algún momento del día— digo con franqueza. Creo que estrecharnos la mano es lo más acertado que podemos hacer, por más que me provoque un acceso de risa que contengo en mi garganta. Lo único que expreso es la sonrisa que me baila en los labios. Pienso en besarlo, claro, pero con obediencia estrecho su mano un segundo, puede que dos segundos, al tercero la suelto. Lo hago antes de que nos recorra una sensación familiar, aquella que le echamos la culpa a la piel. —Que disfrutes de tu sábado, Hans— contesto. Doy un paso hacia atrás con los ojos aun puestos en él, hasta que el segundo se agota y me giro para salir de la cocina con una tranquilidad de la que hago acopio rebuscando en mis viejas maneras. Con tenerlo fuera de vista logro engañarme con éxito y al abandonar del todo la casa me convenzo de que todo lo ocurrido se queda allí, con Hans, quien parece ser capaz de lidiar con ello.
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