OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
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Junio
—Así que… un esclavo— digo, desde donde me encuentro hago un repaso visual de su estatura y sus rasgos porque este hombre será parte de un espacio que hasta hace poco estaba reservado para Riley y para mí. Se siente extraño contar con una tercera presencia en este departamento. ¿Y qué la vuelve insoportable? Que sea un esclavo. Tendré una seria charla con mi amigo cuando llegue a casa, y la discusión por la elfina no es nada comparado con lo que le espera por tener a un humano en su casa. La sangre late con fuerza contra mis oídos y el agua fresca que bebo de un vaso pretende serenarme. Estoy controlando con mucho esfuerzo mi tono para dirigirme al hombre que también está en la cocina. Acerco el vidrio del vaso a mi mejilla para enfriar mi rostro caliente por lo molesta que me sentí al descubrirlo aquí.
—¿Cómo te llamas? Soy Lara, por cierto—. Estoy pensando en cómo echarlo y desconozco su nombre, lo que se con toda certeza es que no quiero un esclavo en la sala o en la cocina cuando venga a visitar a Riley, alguien que escucha y ve y actúa como si sus sentidos estuvieran anulados, que siendo una persona se comporta como un mueble que se mueve para llevar y traer cosas de acuerdo a las órdenes que recibe. Rechazo con todo ímpetu que algo así pase a ser cotidiano, natural, en la rutina que teníamos con mi mejor amigo. Me siento enojada con él, también con el esclavo.
Porque si me daba pena imaginar qué sería de Amanita si la devolvía, a este hombre lo que le queda es volver al mercado. Sé cómo se ve ese lugar, estuve allí más veces del número que se considera aceptable y si hago el esfuerzo, tal vez logre recordar su rostro de una de esas veces. Más sucio, más delgado por el hambre, más maltratado por los castigos físicos. Detesto el mercado de esclavos, todo lo que representa, que es difícil apaciguar mi genio de por sí enervado. —¿Qué te parece esta casa? ¿Te gusta estar aquí? —. Maldita sea, no quiero un esclavo cerca. No quiero un recordatorio cercano y constante de cosas que reprimo delante de la mayoría de las personas, y especialmente mi amigo. —Riley es… un gran sujeto. Es la mejor persona que conozco— suspiro. —Te tratará bien —. Y mi amigo tendrá por fin alguien que lo cuide de sí mismo, de una manera en que yo no puedo.
—Así que… un esclavo— digo, desde donde me encuentro hago un repaso visual de su estatura y sus rasgos porque este hombre será parte de un espacio que hasta hace poco estaba reservado para Riley y para mí. Se siente extraño contar con una tercera presencia en este departamento. ¿Y qué la vuelve insoportable? Que sea un esclavo. Tendré una seria charla con mi amigo cuando llegue a casa, y la discusión por la elfina no es nada comparado con lo que le espera por tener a un humano en su casa. La sangre late con fuerza contra mis oídos y el agua fresca que bebo de un vaso pretende serenarme. Estoy controlando con mucho esfuerzo mi tono para dirigirme al hombre que también está en la cocina. Acerco el vidrio del vaso a mi mejilla para enfriar mi rostro caliente por lo molesta que me sentí al descubrirlo aquí.
—¿Cómo te llamas? Soy Lara, por cierto—. Estoy pensando en cómo echarlo y desconozco su nombre, lo que se con toda certeza es que no quiero un esclavo en la sala o en la cocina cuando venga a visitar a Riley, alguien que escucha y ve y actúa como si sus sentidos estuvieran anulados, que siendo una persona se comporta como un mueble que se mueve para llevar y traer cosas de acuerdo a las órdenes que recibe. Rechazo con todo ímpetu que algo así pase a ser cotidiano, natural, en la rutina que teníamos con mi mejor amigo. Me siento enojada con él, también con el esclavo.
Porque si me daba pena imaginar qué sería de Amanita si la devolvía, a este hombre lo que le queda es volver al mercado. Sé cómo se ve ese lugar, estuve allí más veces del número que se considera aceptable y si hago el esfuerzo, tal vez logre recordar su rostro de una de esas veces. Más sucio, más delgado por el hambre, más maltratado por los castigos físicos. Detesto el mercado de esclavos, todo lo que representa, que es difícil apaciguar mi genio de por sí enervado. —¿Qué te parece esta casa? ¿Te gusta estar aquí? —. Maldita sea, no quiero un esclavo cerca. No quiero un recordatorio cercano y constante de cosas que reprimo delante de la mayoría de las personas, y especialmente mi amigo. —Riley es… un gran sujeto. Es la mejor persona que conozco— suspiro. —Te tratará bien —. Y mi amigo tendrá por fin alguien que lo cuide de sí mismo, de una manera en que yo no puedo.
- Así que… una chica. - Lo digo para retrucar su obviedad pero, si me lo ponía a pensar, era algo que no me esperaba. No llevaba mucho tiempo trabajando para mi dueño, pero no era de esas personas a las que te imaginas con una chica en su departamento precisamente. Aunque en sí, era alguien a quien no podía descifrar con facilidad así que probablemente me topase con varias de estas sorpresas durante mi estadía aquí.
Se presenta, y me deja levemente extrañado porque de verdad no estaba acostumbrado a este tipo de cortesía proveniente de los de su clase. - Me llamo Andrew, pero me suelen decir Drew. - Al menos Riley lo hace, y la gente del mercado. Para el resto era Andrew a secas o “eh, tú” y cualquiera de sus derivados. Los magos por regla general no eran demasiado creativos o especialmente memoriosos. - ¿Deseas algo para tomar o algún aperitivo? - Lo pregunto más por costumbre que porque sean indicaciones de mi dueño ya que Lara es la primera persona en visitarlo desde que he llegado aquí. No me habían delimitado un comportamiento de visita y prefería ser cordial a riesgo de no saber qué tipo de persona podía llegar a encontrarme.
- Espero sepas entender que no me gusta hablar de mis amos como regla general…- Cuando me convenía al menos. - Y menos cuando es la primera vez que te veo. Lo siento, ¿Son amigos, pareja o familiares? - Dudaba el último por el escaso parecido físico, pero uno nunca sabía. Tenía que tratar que tipo de postura debía tomar ante esta muchacha antes de abrir la boca de más.
Se presenta, y me deja levemente extrañado porque de verdad no estaba acostumbrado a este tipo de cortesía proveniente de los de su clase. - Me llamo Andrew, pero me suelen decir Drew. - Al menos Riley lo hace, y la gente del mercado. Para el resto era Andrew a secas o “eh, tú” y cualquiera de sus derivados. Los magos por regla general no eran demasiado creativos o especialmente memoriosos. - ¿Deseas algo para tomar o algún aperitivo? - Lo pregunto más por costumbre que porque sean indicaciones de mi dueño ya que Lara es la primera persona en visitarlo desde que he llegado aquí. No me habían delimitado un comportamiento de visita y prefería ser cordial a riesgo de no saber qué tipo de persona podía llegar a encontrarme.
- Espero sepas entender que no me gusta hablar de mis amos como regla general…- Cuando me convenía al menos. - Y menos cuando es la primera vez que te veo. Lo siento, ¿Son amigos, pareja o familiares? - Dudaba el último por el escaso parecido físico, pero uno nunca sabía. Tenía que tratar que tipo de postura debía tomar ante esta muchacha antes de abrir la boca de más.
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Curvo una de mis cejas por su comentario y cruzo mis piernas, deslizo una mano en el aire abarcando el largo de mi cuerpo recostado contra la mesada de la cocina. Sí, así como puede verlo, soy una chica. Con las presentaciones más relevantes hechas, puedo morder mi rabia mientras trato de que la temperatura fría del cristal calme mi carácter encendido para poder continuar esta charla en un tono moderado. Los nombres vienen después, no tengo un apodo que ofrecerle, pero creo que si lo tuviera, se lo diría. —Serás Drew, entonces. Tengo una cuestión con los nombres— explico, más información innecesaria que no tengo por qué dársela, en parte porque espero que no se quede en esta casa y en parte porque sé que no se irá. —No creo en los títulos ni en los honores, somos nuestros nombres y nada más que eso.
Coloco el vaso a mi espalda, sobre la mesada, con cuidado de que quede bien apoyado. Le quedan unos centímetros de agua. —Si quiero tomar algo o si quiero comer algo— digo, esto puede tomarlo de mi parte como si fuera una intención de ser cortante— siempre lo he tomado en esta casa, sin siquiera pedir permiso. No tienes que atenderme. De la única persona que debes estar pendiente es Riley—. Tengo claro que no necesita de mis indicaciones para saber qué es lo que tiene que hacer, por su edad supongo que ha tenido otros amos y que se conoce el manual del mercado de esclavos con todas sus recomendaciones en letra chica. Supongo que también hay un protocolo de cómo atender a los invitados de sus amos, pero yo no lo voy a seguir.
Pienso dos veces en cómo contestar a su pregunta, algo que nunca me había pasado hasta ahora. «Amigos» es la opción que puedo tomar de inmediato, sería tarea de Drew entender con el tiempo y su permanencia en esta casa, de que quizás somos mucho más que eso. Pero tengo la necesidad de hacerle comprender en este momento de conocernos, cuales son los lugares de cada uno. —Soy la primera persona que debes llamar si a Riley le pasa algo. Soy su amiga, su compañera y su familia—. Me voy molestar muchísimo si en una emergencia, los Kavalier son los primeros en llegar y yo me entero por las noticias de la tarde. —Tengo una pregunta— uso mis manos al borde la mesada para inclinarme hacia adelante apenas unos centímetros. —¿Riley te compró?
Coloco el vaso a mi espalda, sobre la mesada, con cuidado de que quede bien apoyado. Le quedan unos centímetros de agua. —Si quiero tomar algo o si quiero comer algo— digo, esto puede tomarlo de mi parte como si fuera una intención de ser cortante— siempre lo he tomado en esta casa, sin siquiera pedir permiso. No tienes que atenderme. De la única persona que debes estar pendiente es Riley—. Tengo claro que no necesita de mis indicaciones para saber qué es lo que tiene que hacer, por su edad supongo que ha tenido otros amos y que se conoce el manual del mercado de esclavos con todas sus recomendaciones en letra chica. Supongo que también hay un protocolo de cómo atender a los invitados de sus amos, pero yo no lo voy a seguir.
Pienso dos veces en cómo contestar a su pregunta, algo que nunca me había pasado hasta ahora. «Amigos» es la opción que puedo tomar de inmediato, sería tarea de Drew entender con el tiempo y su permanencia en esta casa, de que quizás somos mucho más que eso. Pero tengo la necesidad de hacerle comprender en este momento de conocernos, cuales son los lugares de cada uno. —Soy la primera persona que debes llamar si a Riley le pasa algo. Soy su amiga, su compañera y su familia—. Me voy molestar muchísimo si en una emergencia, los Kavalier son los primeros en llegar y yo me entero por las noticias de la tarde. —Tengo una pregunta— uso mis manos al borde la mesada para inclinarme hacia adelante apenas unos centímetros. —¿Riley te compró?
¿De qué clase de manicomio habían salido ella y mi dueño? Llevaba poco menos de dos décadas con tratos que rozaban lo inhumano (y en ocasiones cruzaban esa línea), formando mis opiniones sobre los de su clase, recibiendo solo desdén e indiferencia en los casos que no me trataban con mero desprecio. - Una opinión poco popular si me lo preguntas. No sé que tanto te convenga andar divulgando esa forma de pensar. - La advertencia me brota de los labios sola, y por unos segundos creo que hablamos el mismo lenguaje. Uno que solo creía tener con aquellos que compartían mi mismo destino dentro del mercado. Aunque bueno, con ese tipo de opiniones no tardaría en terminar ella allí si es que algún extremista la escuchaba.
Alzo las manos ante su declaración, en un gesto que indica que no voy a tocar nada si no lo desea. - ¿Tienes algún consejo para eso? Más que cocinar y asegurarme de que coma a horas decentes, no es alguien que de mucho trabajo. - prácticamente vivía con la cabeza metida en sus proyectos, y hablando solo de cosas que no llegaba a entender. Me incluía en algunas ocasiones y trataba de explicarme que es lo que hacía, pero luego se perdía en sus pensamientos y mi presencia pasaba desapercibida. Nunca había tenido tan poco trabajo en toda mi vida y, pese a que la sensación era casi relajante, odiaba cada segundo que pasaba sin hacer algo. No me enteraba de casi nada de lo que pasaba fuera de estas cuatro paredes, y Riley no era una persona que me pudiese ser de utilidad en algún aspecto. No tenía más información que la que surgía de su imaginación.
- Entonces básicamente eres su contacto de emergencia. Perfecto, ahora ¿bajo qué tipo de emergencia debería llamarte? - Porque hubo una ocasión en la que estaba convencido de que mi dueño estaba drogado de pies a cabeza, pero era demasiado temprano y no tenía la más pálida idea de qué había sucedido en aquella ocasión. - ¿Él? - ¿En serio era su amiga? Claro, tenía una elfina, pero Riley no era de esos tipos que uno creyese capaz de comprar un esclavo. - No, fue su padre. No estoy seguro de que Riley sepa todavía cómo funciona esto de tener un esclavo. - Ni yo entendía cómo era esto de tener un dueño que no te tratase como un objeto de su propiedad.
- ¿De dónde se conocen? - Me atrevo a preguntar, tanteando hasta dónde puedo llegar con alguien que dice que somos solamente nuestros nombres. Si no cree en las categorías, técnicamente no vería ningún tipo de inconveniente de que un humano común inquiriese algo de su vida, ¿verdad?
Alzo las manos ante su declaración, en un gesto que indica que no voy a tocar nada si no lo desea. - ¿Tienes algún consejo para eso? Más que cocinar y asegurarme de que coma a horas decentes, no es alguien que de mucho trabajo. - prácticamente vivía con la cabeza metida en sus proyectos, y hablando solo de cosas que no llegaba a entender. Me incluía en algunas ocasiones y trataba de explicarme que es lo que hacía, pero luego se perdía en sus pensamientos y mi presencia pasaba desapercibida. Nunca había tenido tan poco trabajo en toda mi vida y, pese a que la sensación era casi relajante, odiaba cada segundo que pasaba sin hacer algo. No me enteraba de casi nada de lo que pasaba fuera de estas cuatro paredes, y Riley no era una persona que me pudiese ser de utilidad en algún aspecto. No tenía más información que la que surgía de su imaginación.
- Entonces básicamente eres su contacto de emergencia. Perfecto, ahora ¿bajo qué tipo de emergencia debería llamarte? - Porque hubo una ocasión en la que estaba convencido de que mi dueño estaba drogado de pies a cabeza, pero era demasiado temprano y no tenía la más pálida idea de qué había sucedido en aquella ocasión. - ¿Él? - ¿En serio era su amiga? Claro, tenía una elfina, pero Riley no era de esos tipos que uno creyese capaz de comprar un esclavo. - No, fue su padre. No estoy seguro de que Riley sepa todavía cómo funciona esto de tener un esclavo. - Ni yo entendía cómo era esto de tener un dueño que no te tratase como un objeto de su propiedad.
- ¿De dónde se conocen? - Me atrevo a preguntar, tanteando hasta dónde puedo llegar con alguien que dice que somos solamente nuestros nombres. Si no cree en las categorías, técnicamente no vería ningún tipo de inconveniente de que un humano común inquiriese algo de su vida, ¿verdad?
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—Tienes razón, Drew— digo, cruzándome de brazos al recargar mi cuerpo hacia atrás. —Tendré con cuidad con mis opiniones sobre por qué prefiero llamar a la gente por su nombre de pila para no herir la sensibilidad de nadie—. Alzo una de mis cejas para que por mi expresión sepa que no me retracto de lo que dije. Es uno de los comentarios más inofensivos dentro de mi haber, y si tan solo supiera… los muchos pensamientos que me guardo, que pasan de impopulares a prohibidos y penados por la ley. Soy una caja de Pandora de pensamientos que no se pueden divulgar. Lo miro detenidamente, no sería la primera vez que trabo amistad con un esclavo, sucede que este es “propiedad” de Riley y eso me obliga a guardar mis distancias por el momento.
—¿No te da mucho trabajo?— me brota una carcajada seca de la garganta. —Eso debe ser porque Riley todavía te trata como un visitante, no como un habitante de esta casa— opino. Ante cualquier otra persona sostendría hasta última instancia que Riley es la personificación de todo lo bueno, decente, tan políticamente correcta, con su camisa siempre impecable y todas sus herramientas en fila. Pero, ¡vamos! Tengo que ser franca con Andrew para que deje pasar nada. —Cuida de que no explote cosas, de que no pase más de 24 horas sin dormir, de que no se rompa la cabeza contra el lavado del baño al caerse por culpa de estar tan drogado. ¡Y casi lo olvidaba! Que no rompa su televisor en un arrebato. No siempre podré venir corriendo para reparar la maldita cosa— explico.
Eso último es parte de mis tareas como un “contacto de emergencia”, tal como me llama Andrew y me saca otra carcajada otra vez al decirlo de esa manera. —Si se hace daño— respondo tras pensarlo un minuto. —Te darás cuenta pronto que a veces Riley no… está del todo en sí. Tiene la mente en otro lado— «qué manera tan elegante de decirlo, Lara», se burla una voz interna. —Es algo que tendrás que aprender a sobrellevar por tu cuenta, no puedo venir cada vez que eso sucede y generalmente Riley lo controla por sí solo. Pero si hay sangre, piel lastimada, media cabeza abierta o un cuerpo inconsciente, me llamas—. Cuando mi amigo se entere de la buena fama que le estoy echando delante de su esclavo, tendré el teléfono lleno de sus mensajes. Eso le pasa por no contarme que tiene un esclavo cuando todavía no le he perdonado del todo que tenga un elfo.
Claro que no es con él con quien tengo que enojarme, mi bufido al oír que fue su padre quien le dio ostentoso regalo hace notar lo poco que me agrada el señor Kavalier. Tengo mil formas de llamarlo en mi mente y ninguna es un nombre personal. Más pensamientos reservados a mi silencio. Y cuando me pregunta cómo nos conocimos con Riley, la imagen de los Kavalier se vuelve tan nítida y en serio detesto a ese par. Tanto como aprecio a su hijo. —Mis padres colaboraban con los suyos en una ONG— cuento. —Prestaban su trabajo como mecánicos, especialmente mi madre, para unos proyectos de protección animal. Los Kavalier eran quienes financiaban todo. Con Riley nos conocimos en las reuniones que tenían y algunos eventos sociales a los que éramos obligados a ir. Teníamos nueve años y éramos dos niños entre un montón de adultos. Riley tenía que colocarse de esos moños que hasta ahora usa y no sé cómo respira y yo tenía que calzarme unos zapatos que me molestaban. Nos escapábamos del salón e íbamos a la sala de computadoras donde jugábamos a ser agentes secretos—. En parte mis recuerdos de como conocí a Riley me devuelven toda la nostalgia de esa época y me hace sonreír, y en parte, cómo acabó la relación de nuestros padres y mi desprecio a los Kavalier lo empaña un poco. —Y una vez que se fundó el Royal, fuimos compañeros allí— continúo. La misma época en que habrá comenzado su esclavitud. —Crecimos juntos— concluyo. Me aparto de la mesada para caminar hacia una de las banquetas de la isla de la cocina y sentarme allí. —¿Puedo preguntarte cuántos años tienes?
—¿No te da mucho trabajo?— me brota una carcajada seca de la garganta. —Eso debe ser porque Riley todavía te trata como un visitante, no como un habitante de esta casa— opino. Ante cualquier otra persona sostendría hasta última instancia que Riley es la personificación de todo lo bueno, decente, tan políticamente correcta, con su camisa siempre impecable y todas sus herramientas en fila. Pero, ¡vamos! Tengo que ser franca con Andrew para que deje pasar nada. —Cuida de que no explote cosas, de que no pase más de 24 horas sin dormir, de que no se rompa la cabeza contra el lavado del baño al caerse por culpa de estar tan drogado. ¡Y casi lo olvidaba! Que no rompa su televisor en un arrebato. No siempre podré venir corriendo para reparar la maldita cosa— explico.
Eso último es parte de mis tareas como un “contacto de emergencia”, tal como me llama Andrew y me saca otra carcajada otra vez al decirlo de esa manera. —Si se hace daño— respondo tras pensarlo un minuto. —Te darás cuenta pronto que a veces Riley no… está del todo en sí. Tiene la mente en otro lado— «qué manera tan elegante de decirlo, Lara», se burla una voz interna. —Es algo que tendrás que aprender a sobrellevar por tu cuenta, no puedo venir cada vez que eso sucede y generalmente Riley lo controla por sí solo. Pero si hay sangre, piel lastimada, media cabeza abierta o un cuerpo inconsciente, me llamas—. Cuando mi amigo se entere de la buena fama que le estoy echando delante de su esclavo, tendré el teléfono lleno de sus mensajes. Eso le pasa por no contarme que tiene un esclavo cuando todavía no le he perdonado del todo que tenga un elfo.
Claro que no es con él con quien tengo que enojarme, mi bufido al oír que fue su padre quien le dio ostentoso regalo hace notar lo poco que me agrada el señor Kavalier. Tengo mil formas de llamarlo en mi mente y ninguna es un nombre personal. Más pensamientos reservados a mi silencio. Y cuando me pregunta cómo nos conocimos con Riley, la imagen de los Kavalier se vuelve tan nítida y en serio detesto a ese par. Tanto como aprecio a su hijo. —Mis padres colaboraban con los suyos en una ONG— cuento. —Prestaban su trabajo como mecánicos, especialmente mi madre, para unos proyectos de protección animal. Los Kavalier eran quienes financiaban todo. Con Riley nos conocimos en las reuniones que tenían y algunos eventos sociales a los que éramos obligados a ir. Teníamos nueve años y éramos dos niños entre un montón de adultos. Riley tenía que colocarse de esos moños que hasta ahora usa y no sé cómo respira y yo tenía que calzarme unos zapatos que me molestaban. Nos escapábamos del salón e íbamos a la sala de computadoras donde jugábamos a ser agentes secretos—. En parte mis recuerdos de como conocí a Riley me devuelven toda la nostalgia de esa época y me hace sonreír, y en parte, cómo acabó la relación de nuestros padres y mi desprecio a los Kavalier lo empaña un poco. —Y una vez que se fundó el Royal, fuimos compañeros allí— continúo. La misma época en que habrá comenzado su esclavitud. —Crecimos juntos— concluyo. Me aparto de la mesada para caminar hacia una de las banquetas de la isla de la cocina y sentarme allí. —¿Puedo preguntarte cuántos años tienes?
No, pero sí tenía que cuidarse de que no la escucharan decir que consideraba que los esclavos éramos “gente”. No era una opinión popular entre aquellos que podían costearse un esclavo, y podía asegurar, por experiencia propia inclusive, que había mascotas que comían y eran tratadas mejor que nosotros. Riley no era uno de ellos, incluso con su elfina se portaba de maravillas; pero eso no quería decir que todo el mundo fuese como él. Sin ir más lejos, su propio padre era su opuesto, y no me sorprendería que el hombre no estuviese demasiado de acuerdo con las concepciones que tenía su hijo sobre la vida en general.
- Cuando se acuerda de que estoy, sí. - Se muestra atento y me da golosinas incluso. Pero luego paso a tener la misma importancia que un cuadro de pared y pueden pasar horas hasta que recuerde que hay alguien más viviendo en su casa. Últimamente estoy tratando de cronometrar sus ausencias, jugando con la idea de no responder a su primer llamado solo para ver por cuánto tiempo podría desaparecer de así quererlo. - De acuerdo, esas son bastantes más instrucciones de las que tenía hasta ahora. - Qué básicamente eran dos, no entrar a la habitación contigua a la suya (que lo había hecho), y no entrar por la puerta trampa (que todavía no había encontrado). - Igual creo que he retenido todo. Aunque la de las veinticuatro horas es complicada, he notado ese hábito que tiene, pero todavía no sé como hacer que lo cambie. - Lo he visto estar despierto por más de treinta y seis horas, y pese a que he logrado hacer que coma en determinados recreos, no me escuchó de ninguna manera cuando le sugerí que durmiese.
La lista de bajo que circunstancias debo llamarla en determinados casos es aún más corta que la de cuidados que me dio antes, pero en cierta forma me impresiona un poco más. Por el poco tiempo que llevaba aquí mi dueño no había dado indicios de poder estar en alguna de esas situaciones todavía, pero si las mencionaba por algo debía ser. - Eso que dices suena más a que debería llevarlo a un hospital. ¿Segura que debería llamarte solo a ti? - Porque podía hacer que a mis dueños los descubrieran en situaciones complicadas, pero eso generalmente implicaba que gozaran de buena salud y que estuvieran en sus cabales; cualquier otro tipo de situación sería una complicación para mí. No quería que me acusaran de negligencia para con mi amo o algo así solo por no hacer que lo atendiese alguien competente.
En un principio trato de escuchar su historia de cómo se conocieron, pero cuando noto que no me aporta ningún dato de importancia, u al menos algo que no haya supuesto ya, ignoro la mayor parte de su cháchara hasta que me hace una pregunta directa. - Treinta y tres, me han dicho que parezco de más, otros de menos. Nada que me importe mucho la verdad. - La edad para un esclavo no era la gran cosa, ni siquiera los cumpleaños eran del todo importantes cuando no todos recordaban la fecha, o siquiera la edad que tenían.
- Cuando se acuerda de que estoy, sí. - Se muestra atento y me da golosinas incluso. Pero luego paso a tener la misma importancia que un cuadro de pared y pueden pasar horas hasta que recuerde que hay alguien más viviendo en su casa. Últimamente estoy tratando de cronometrar sus ausencias, jugando con la idea de no responder a su primer llamado solo para ver por cuánto tiempo podría desaparecer de así quererlo. - De acuerdo, esas son bastantes más instrucciones de las que tenía hasta ahora. - Qué básicamente eran dos, no entrar a la habitación contigua a la suya (que lo había hecho), y no entrar por la puerta trampa (que todavía no había encontrado). - Igual creo que he retenido todo. Aunque la de las veinticuatro horas es complicada, he notado ese hábito que tiene, pero todavía no sé como hacer que lo cambie. - Lo he visto estar despierto por más de treinta y seis horas, y pese a que he logrado hacer que coma en determinados recreos, no me escuchó de ninguna manera cuando le sugerí que durmiese.
La lista de bajo que circunstancias debo llamarla en determinados casos es aún más corta que la de cuidados que me dio antes, pero en cierta forma me impresiona un poco más. Por el poco tiempo que llevaba aquí mi dueño no había dado indicios de poder estar en alguna de esas situaciones todavía, pero si las mencionaba por algo debía ser. - Eso que dices suena más a que debería llevarlo a un hospital. ¿Segura que debería llamarte solo a ti? - Porque podía hacer que a mis dueños los descubrieran en situaciones complicadas, pero eso generalmente implicaba que gozaran de buena salud y que estuvieran en sus cabales; cualquier otro tipo de situación sería una complicación para mí. No quería que me acusaran de negligencia para con mi amo o algo así solo por no hacer que lo atendiese alguien competente.
En un principio trato de escuchar su historia de cómo se conocieron, pero cuando noto que no me aporta ningún dato de importancia, u al menos algo que no haya supuesto ya, ignoro la mayor parte de su cháchara hasta que me hace una pregunta directa. - Treinta y tres, me han dicho que parezco de más, otros de menos. Nada que me importe mucho la verdad. - La edad para un esclavo no era la gran cosa, ni siquiera los cumpleaños eran del todo importantes cuando no todos recordaban la fecha, o siquiera la edad que tenían.
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Tengo que decir a favor de Andrew que lo asimila todo con una naturalidad admirable, hecho mi descargo sobre las condiciones que deberá cuidar para preservar el bienestar, especialmente físico de Riley, no me queda más que desearle buena suerte. No le diré cómo debe tratar con él, es muy probable que encuentre una manera mejor en compensación a las medidas que suelo tomar por mi cuenta. Me encojo ligeramente de hombros cuando dice que no sabe cómo cambiar su terrible hábito de sueño, o mejor dicho, falta de sueño. —¿Poniéndole algo en la comida?—. Sí, bien, ese es el problema con mis maneras, siempre rebuscadas y timadoras excusándome en que lo hago por el bien de Riley. —Claro que si no quiere comer, tendrías que obligarlo primero…— pienso en voz alta. De los muchos virtudes que le reconozco a mi amigo, más de los que él es consciente, su terquedad como defecto es rival de la mía. Me lo pienso dos veces antes de seguir sumando adjetivos a la lista de referencia que estoy confeccionando a Andrew sobre mi mejor amigo, es decir, ¿dónde está mi lealtad?
Recobro el buen criterio para meditar en su planteamiento y opto por lo más sensato: —Tienes razón— reconozco con un asentimiento del mentón para darle seriedad a la cuestión. —Llama a un medimago o llévalo a un hospital, recién entonces me llamas—. Mis conocimientos en sanación son casi nulos, teniendo en cuenta que no presto atención a los raspones e ignoro dolores cuando estoy concentrada en terminar un proyecto, no hice mérito para ser la primera en llamar en caso de una urgencia. En eso también creo que Andrew podría tener mejor tino, porque en todo este tiempo no es que haya sido la opción más acertada para Riley en cada problema, solo no había alguien más que me hiciera dar un paso al costado porque creo que podría hacerlo mejor. Fuimos una coincidencia de existencias solitarias, como lo mantuvimos hasta ahora, y es lo que trato de explicarle con un relato que me revuelve un par de sentimientos que no suelen aflorar en esta casa, mucho menos ser expresados.
Recuesto mis brazos sobre la barra de la cocina y sopeso la información que acaba de darme como si fuera un dato trascendental. —Los treinta y tres es una edad determinante— digo, —es la edad en la que muchas personas eligen suicidarse— no insinúo nada con ese comentario, es solo dicho al pasar. Ladeo un poco la cabeza, concentro toda mi atención en él y en su persona, apartándonos un rato del tema principal en esta casa que es mi amigo. No quiero seguir pesando palabras sobre su cabeza. —Y, bien, ¿qué puedes decirme de ti, Drew?— hago una floritura en el aire con la mano para invitarlo a hablar. —Me gustaría conocerte mejor si te quedarás a vivir con mi amigo, parece que será un mal inevitable— es un poco injusto decirlo de esa manera, cuando no me estoy refiriendo a él, sino a las condiciones de su presencia en este sitio.
Recobro el buen criterio para meditar en su planteamiento y opto por lo más sensato: —Tienes razón— reconozco con un asentimiento del mentón para darle seriedad a la cuestión. —Llama a un medimago o llévalo a un hospital, recién entonces me llamas—. Mis conocimientos en sanación son casi nulos, teniendo en cuenta que no presto atención a los raspones e ignoro dolores cuando estoy concentrada en terminar un proyecto, no hice mérito para ser la primera en llamar en caso de una urgencia. En eso también creo que Andrew podría tener mejor tino, porque en todo este tiempo no es que haya sido la opción más acertada para Riley en cada problema, solo no había alguien más que me hiciera dar un paso al costado porque creo que podría hacerlo mejor. Fuimos una coincidencia de existencias solitarias, como lo mantuvimos hasta ahora, y es lo que trato de explicarle con un relato que me revuelve un par de sentimientos que no suelen aflorar en esta casa, mucho menos ser expresados.
Recuesto mis brazos sobre la barra de la cocina y sopeso la información que acaba de darme como si fuera un dato trascendental. —Los treinta y tres es una edad determinante— digo, —es la edad en la que muchas personas eligen suicidarse— no insinúo nada con ese comentario, es solo dicho al pasar. Ladeo un poco la cabeza, concentro toda mi atención en él y en su persona, apartándonos un rato del tema principal en esta casa que es mi amigo. No quiero seguir pesando palabras sobre su cabeza. —Y, bien, ¿qué puedes decirme de ti, Drew?— hago una floritura en el aire con la mano para invitarlo a hablar. —Me gustaría conocerte mejor si te quedarás a vivir con mi amigo, parece que será un mal inevitable— es un poco injusto decirlo de esa manera, cuando no me estoy refiriendo a él, sino a las condiciones de su presencia en este sitio.
En el poco tiempo que había pasado con mi dueño había terminado por acostumbrarme a unas cuantas de sus excentricidades (si es que podía llamarlas así). Por lo visto, no solo sus hábitos eran algo que se salían del estándar, sino que sus amigos también. ¿En serio me estaba dando permiso para drogar a mi dueño en caso de necesidad? No es que tuviera un inconveniente en hacerlo, pero generalmente no tenía el permiso para ello. - ¿Es alérgico a algún tipo de droga? - Si tenía que dormirlo, prefería no ser el causante de un shock anafiláctico que podría matarlo en mi ignorancia.
Simplemente me limito a asentir con la cabeza cuando decide que el mejor curso de acción para los posibles accidentes que describe es el hospital, y vago unos segundos pensando si puede haber algún caso en el que ocurra alguna situación de ese tipo. Llego la conclusión de que de hecho es muy probable que pase y me tomo bastante en serio lo de guardarme números de emergencia por si acaso. - Hospital, luego tú… ¿algo más? - Sentía que estaba quedando a cargo de un niño, en lugar de Riley estar a cargo mío y no estaba seguro de cómo sentirme al respecto. No estaba acostumbrado a tener que responder por nadie más que por mí mismo.
¿Y qué demonios se suponía que significaba eso? En boca de otra persona, en otra situación, hasta podría haberlo considerado como una especie de amenaza; en este caso solo me produce el fruncir el ceño al no entender qué es lo que había querido insinuar. ¿Creía que tendría motivos para suicidarme? Si no lo había hecho cuando el estúpido de Gardiner me había torturado, no iba a tener motivos para hacerlo ahora. No iba a dar mi vida por razones estúpidas y darles la satisfacción a los magos. - ¿Qué quieres oír sobre mí? Los últimos dieciséis años de mi vida fueron bastante repetitivos: dueño, mercado, mercado, dueño. Nada que no puedas oír de cualquier otro esclavo. - Qué técnicamente no era mentira, simplemente estaba dejando muchos detalles de lado que no le importaban. - ¿Hay algo que yo tenga que saber de ti?
Simplemente me limito a asentir con la cabeza cuando decide que el mejor curso de acción para los posibles accidentes que describe es el hospital, y vago unos segundos pensando si puede haber algún caso en el que ocurra alguna situación de ese tipo. Llego la conclusión de que de hecho es muy probable que pase y me tomo bastante en serio lo de guardarme números de emergencia por si acaso. - Hospital, luego tú… ¿algo más? - Sentía que estaba quedando a cargo de un niño, en lugar de Riley estar a cargo mío y no estaba seguro de cómo sentirme al respecto. No estaba acostumbrado a tener que responder por nadie más que por mí mismo.
¿Y qué demonios se suponía que significaba eso? En boca de otra persona, en otra situación, hasta podría haberlo considerado como una especie de amenaza; en este caso solo me produce el fruncir el ceño al no entender qué es lo que había querido insinuar. ¿Creía que tendría motivos para suicidarme? Si no lo había hecho cuando el estúpido de Gardiner me había torturado, no iba a tener motivos para hacerlo ahora. No iba a dar mi vida por razones estúpidas y darles la satisfacción a los magos. - ¿Qué quieres oír sobre mí? Los últimos dieciséis años de mi vida fueron bastante repetitivos: dueño, mercado, mercado, dueño. Nada que no puedas oír de cualquier otro esclavo. - Qué técnicamente no era mentira, simplemente estaba dejando muchos detalles de lado que no le importaban. - ¿Hay algo que yo tenga que saber de ti?
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—En todos estos años no ha demostrado ser alérgico a ninguna— respondo, ruedo los ojos por lo conveniente que esto se volvió para Riley. Un buen susto cuando éramos adolescentes nos habría bastado para acabar con este hábito del que todavía no se puede desprender, ni creo que llegue a hacerlo alguna vez. Somos personas resignadas a nuestros defectos, no tenemos la pretensión de cambiarlos. Lo sorpresivo sigue siendo que sigamos vivos y no bajo metros de tierra con una lápida que hable de una muerte estúpida que nos haga honor. Por si las dudas, también conviene tomar recaudos con lo del hospital. —No, nada más— concluyo. No seré yo quien le diga que también de un aviso a los padres de Riley. Quedará a su criterio que los llame, por la lealtad de ser comprado por ellos, si es que ese acto merece algún tipo de lealtad.
Es posible que así sea, porque su relato autobiográfico es el de un esclavo que ve su vida como este gobierno espera que lo haga, sus circunstancias varían del mercado a la casa de un amo y viceversa. Acomodo mis codos sobre la mesa para apoyar mi peso sobre el mueble y cierro un puño contra mi boca, mirándolo tan intensamente que espero poder ver en él algo más que una carcasa de huesos y piel que se mueve de un lado fijo a otro respondiendo órdenes básicas y absolutamente carente de algo más significativo como sentir, pensar y actuar a voluntad. Trabajo con máquinas, los esclavos nunca serán como éstas. Solo callan todo lo que se les está prohibido expresar, se esto. —Pues, he escuchado cosas distintas de otro esclavo— murmuro en contradicción. Su pregunta me tiene en silencio por unos largos segundos, sigo con mis ojos puestos en él. Por reflejo pensaba hacer una broma, hasta que considero que podría estar abriéndome una rendija que ignoro por el momento. —¿Tienes alguna duda puntual?— inquiero. —Si quieres, puedes hacerla. Cuando quieras, no hace falta que sea hoy, podemos abrir un paréntesis de dos minutos en que tú me harás una pregunta y yo te haré otra, y nunca más volveremos sobre ello— propongo.
Es posible que así sea, porque su relato autobiográfico es el de un esclavo que ve su vida como este gobierno espera que lo haga, sus circunstancias varían del mercado a la casa de un amo y viceversa. Acomodo mis codos sobre la mesa para apoyar mi peso sobre el mueble y cierro un puño contra mi boca, mirándolo tan intensamente que espero poder ver en él algo más que una carcasa de huesos y piel que se mueve de un lado fijo a otro respondiendo órdenes básicas y absolutamente carente de algo más significativo como sentir, pensar y actuar a voluntad. Trabajo con máquinas, los esclavos nunca serán como éstas. Solo callan todo lo que se les está prohibido expresar, se esto. —Pues, he escuchado cosas distintas de otro esclavo— murmuro en contradicción. Su pregunta me tiene en silencio por unos largos segundos, sigo con mis ojos puestos en él. Por reflejo pensaba hacer una broma, hasta que considero que podría estar abriéndome una rendija que ignoro por el momento. —¿Tienes alguna duda puntual?— inquiero. —Si quieres, puedes hacerla. Cuando quieras, no hace falta que sea hoy, podemos abrir un paréntesis de dos minutos en que tú me harás una pregunta y yo te haré otra, y nunca más volveremos sobre ello— propongo.
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