OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Donde otros ven pura chatarra amontonada, los mecánicos podemos encontrar piezas que nos emocionan. «¡Oh, mira toda esta basura que fue fabricada hace 50 años! Lo llevaré para colocarlo ordenadamente en una repisa sobre mi cama». Visitar las viejas fábricas que fueron el orgullo del distrito 5 alguna vez, es uno de los paseos más entretenidos que podemos darnos en mi profesión. Hago un par de comentarios sobre cada descubrimiento que hago a mi colega del ministerio, que me acompañó para esta expedición que debe ser breve, hay un reloj colgando sobre nuestras cabezas. En este distrito se refugia la paria de la sociedad y Morgana no quiera que nos contamines con el contacto.
Mi colega no pierde el propósito en mente y desaparece en una de las cabinas principales para buscarlo. En el taller tenemos un proyecto inspirado en un modelo que solo conocimos de niño y alguien tuvo la idea de venir a buscar el objeto de nuestros sueños. Fui la primera en apuntarme, pero no tengo apuro en irme. Abandono a mi colega en la cabina y sé que estará enojado por el tiempo que perderá tratando de hallarme, pero no me importa. Estoy sacando el polvo de los circuitos de una maquina colosal, cuando escucho el sonido de los pasos.
Simulo estar examinando los botones y me muerdo la uña de mi dedo pulgar, mientras espío de soslayo para identificar a quien está cerca. Doy una vuelta alrededor de la máquina, sin apartar la vista de esta, hasta que quedo en una posición donde compruebo que quedo frente a la visitante y entonces levanto mis ojos. Era consciente de que si no me ofrecía a venir a esta fábrica, el plan que surgió como una iluminación habría caído. Lo único que hicieron fue agitar la zanahoria delante de mi nariz y caí al pozo. ¿En serio cuánta gente estúpida hay que no le importaría ser visto con un repudiado? — Nos iremos enseguida— le digo a la mujer de ojos rasgados, sintiendo el peso de su mirada. Tengo las manos caídas a los lados, buscar mi varita como instinto de protección sería terriblemente injusto, tal vez ella ni siquiera sea una bruja, hay muchos squibs marginados por el ministerio.
Mi colega no pierde el propósito en mente y desaparece en una de las cabinas principales para buscarlo. En el taller tenemos un proyecto inspirado en un modelo que solo conocimos de niño y alguien tuvo la idea de venir a buscar el objeto de nuestros sueños. Fui la primera en apuntarme, pero no tengo apuro en irme. Abandono a mi colega en la cabina y sé que estará enojado por el tiempo que perderá tratando de hallarme, pero no me importa. Estoy sacando el polvo de los circuitos de una maquina colosal, cuando escucho el sonido de los pasos.
Simulo estar examinando los botones y me muerdo la uña de mi dedo pulgar, mientras espío de soslayo para identificar a quien está cerca. Doy una vuelta alrededor de la máquina, sin apartar la vista de esta, hasta que quedo en una posición donde compruebo que quedo frente a la visitante y entonces levanto mis ojos. Era consciente de que si no me ofrecía a venir a esta fábrica, el plan que surgió como una iluminación habría caído. Lo único que hicieron fue agitar la zanahoria delante de mi nariz y caí al pozo. ¿En serio cuánta gente estúpida hay que no le importaría ser visto con un repudiado? — Nos iremos enseguida— le digo a la mujer de ojos rasgados, sintiendo el peso de su mirada. Tengo las manos caídas a los lados, buscar mi varita como instinto de protección sería terriblemente injusto, tal vez ella ni siquiera sea una bruja, hay muchos squibs marginados por el ministerio.
No hay cosa que odie más que un informante que se acobarda, más ahora cuando estoy tan desesperada por información que soy capaz de caer en una trampa por lanzarme de cabeza. Pasé toda la noche escondida en un agujero sucio esperando su llegada pero jamás lo hizo y al final no me quedó más remedio que volver a casa reptando pues ni siquiera reuní ánimos suficientes como para volver a mi forma humana. Es triste y me enfurece, pero no hay nada más que pueda hacer así que dedico mi mañana a descansar hasta que ya no puedo mantenerme en la cama.
Luego de darme un baño, tomo un libro y voy a mi sitio de lectura habitual en la fábrica. Llevo unos cuantos frutos secos ya que no encuentro algo mejor para el almuerzo, pero dudo que me llenen así que tendré que volver temprano con la esperanza de que alguien del equipo, de la familia, decida preparar algo rico con lo que se consiga en el día. Por suerte no me toca cocinar ya que no estoy de ánimos ¿Cómo estarlo después de tremendo fracaso?
Llego la fábrica y me sorprende encontrarme con un rostro desconocido. No es del distrito y definitivamente no repudiada ya que todo en su aspecto dice que lleva una buena vida. Me quedo dura como una tabla ya que temo que se trate de alguien del ministerio y cuando habla en plural me lo confirma. Las personas de los distritos contiguos no nos temen, saben que estamos de su lado, así que no sienten la necesidad de explicarse de esa forma, mucho menos hacer expediciones en grupo.
- ¿Puedo ayudar en algo para apresurar su retirada? - pregunto lo más amable que puedo, intentando no sonar alarmada y lo logro. Tengo años de práctica así que no me cuesta dibujar una sonrisa que finge ser honesta - No quiero sonar ruda pero este es mi sitio de lectura - agrego levantando el ejemplar en mi mano derecha. Debí haber traído la espada... No es rival contra la varita pero al menos así no me sentiría tan indefensa.
Luego de darme un baño, tomo un libro y voy a mi sitio de lectura habitual en la fábrica. Llevo unos cuantos frutos secos ya que no encuentro algo mejor para el almuerzo, pero dudo que me llenen así que tendré que volver temprano con la esperanza de que alguien del equipo, de la familia, decida preparar algo rico con lo que se consiga en el día. Por suerte no me toca cocinar ya que no estoy de ánimos ¿Cómo estarlo después de tremendo fracaso?
Llego la fábrica y me sorprende encontrarme con un rostro desconocido. No es del distrito y definitivamente no repudiada ya que todo en su aspecto dice que lleva una buena vida. Me quedo dura como una tabla ya que temo que se trate de alguien del ministerio y cuando habla en plural me lo confirma. Las personas de los distritos contiguos no nos temen, saben que estamos de su lado, así que no sienten la necesidad de explicarse de esa forma, mucho menos hacer expediciones en grupo.
- ¿Puedo ayudar en algo para apresurar su retirada? - pregunto lo más amable que puedo, intentando no sonar alarmada y lo logro. Tengo años de práctica así que no me cuesta dibujar una sonrisa que finge ser honesta - No quiero sonar ruda pero este es mi sitio de lectura - agrego levantando el ejemplar en mi mano derecha. Debí haber traído la espada... No es rival contra la varita pero al menos así no me sentiría tan indefensa.
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Mi sonrisa aparece de improviso, como le gusta hacer. Para ser una chica que pretende vender una imagen de apatía, me gusta demasiado reírme. Eso suaviza mi semblante y hasta me hace parecer amigable, lo que no tendría que suceder con un repudiado porque las normas son claras. El problema es este: pongo mi peor cara para los pálidos del ministerio y muestro una expresión más amena a los marginados. Es que su comentario de que viene a la fábrica a leer rompe todos los estereotipos. No estoy pisando el territorio de una banda criminal que experimenta con hechizos para hacer chivatoscopios explosivos, sino el templo sagrado de una lectora. Cuanta rudeza.
—No puedo irme hasta que mi compañero acabe con la máquina que está arreglando— miento. El hombre debe estar buscándome por los corredores sin ventanas y llamándome en susurros porque tiene demasiado miedo de encontrarse con repudiados o traidores, precisamente. No me sorprendería que se fuera sin mí, porque estoy grande como para escapadas y no tiene por qué cuidarme. La lealtad entre colegas por la profesión es un tanto difícil de mantener si la otra parte hace estupideces. Y bien, en realidad espero que lo haga. Puedo regresar al taller un poco más tarde, diciendo que lo perdí de vista y lo busqué un rato, por eso mi demora. Nadie podría decirme nada.
También está presente otro detalle que me detiene en el lugar. Conozco la voz de esta mujer, porque fue parte de mi infancia. En el taller de mi padre, la radio estaba prendida durante todas las horas del día, es la compañía de los mecánicos que tienen sus cabezas metidas entre motores y conexiones, y demasiados concentrados para una charla entre ellos. La voz de esta mujer se filtraba entonces en medio del trabajo, a mi padre le agradaba. Recuerdo estar sentada al lado de la radio, observando el movimiento en el taller, a cada mecánico en su puesto, en ese entonces media poco más de un metro y mi cabello era oscuro hasta mi espalda baja. —Yo te conozco— digo. —Creo… que muchos en Neopanem te conocemos.
—No puedo irme hasta que mi compañero acabe con la máquina que está arreglando— miento. El hombre debe estar buscándome por los corredores sin ventanas y llamándome en susurros porque tiene demasiado miedo de encontrarse con repudiados o traidores, precisamente. No me sorprendería que se fuera sin mí, porque estoy grande como para escapadas y no tiene por qué cuidarme. La lealtad entre colegas por la profesión es un tanto difícil de mantener si la otra parte hace estupideces. Y bien, en realidad espero que lo haga. Puedo regresar al taller un poco más tarde, diciendo que lo perdí de vista y lo busqué un rato, por eso mi demora. Nadie podría decirme nada.
También está presente otro detalle que me detiene en el lugar. Conozco la voz de esta mujer, porque fue parte de mi infancia. En el taller de mi padre, la radio estaba prendida durante todas las horas del día, es la compañía de los mecánicos que tienen sus cabezas metidas entre motores y conexiones, y demasiados concentrados para una charla entre ellos. La voz de esta mujer se filtraba entonces en medio del trabajo, a mi padre le agradaba. Recuerdo estar sentada al lado de la radio, observando el movimiento en el taller, a cada mecánico en su puesto, en ese entonces media poco más de un metro y mi cabello era oscuro hasta mi espalda baja. —Yo te conozco— digo. —Creo… que muchos en Neopanem te conocemos.
Ahí está la tensión, la señal de alarma que nos mantiene vivos aún cuando las cosas están tranquilas en Neopanem. La experiencia me dice que debo estar preparada, pero tampoco quiero salir corriendo ya que la joven podría recordar mi rostro y luego ponerme como una sospechosa ¿Quién sale corriendo si no tiene nada que ocultar? Muchos, en realidad, pues no sería extraño que ataquen sin razón. Pero la muchacha no es una auror, me lo dice su expresión corporal y falta de arrogancia al hablar.
-Eres del 6 entonces ¿Cierto? - pregunto dando unos pasos hacia adelante. La mejor defensa es un ataque así que si no quiero sentirme indefensa será mejor comenzar a actuar como si no lo estuviera - No vemos muchas máquinas por aquí, solo cacharros y uno que otro mini robot manejado por niños en la calle - comento aunque en realidad solo he visto uno de éstos últimos y no son precisamente manejados por niños. Esos eventos de apuestas no son lo mío y sin duda un peligro innecesario para los repudiados del norte.
Se me eriza la piel al escuchar que me conoce y tengo que respirar profundo para no levantar sospechas allí mismo. Esa es una frase que escuchaba mucho durante el gobierno de los Black, pero desde que cayeron mis relaciones públicas bajaron mucho como para que alguien me recuerde - Estoy muy lejos de la estación de radio y sin duda lejos de los lujos del Capitolio - respondo encogiéndome de hombros - ¿Cómo es tu nombre? Te firmaría un autógrafo pero aquí no hay ni tinta.
-Eres del 6 entonces ¿Cierto? - pregunto dando unos pasos hacia adelante. La mejor defensa es un ataque así que si no quiero sentirme indefensa será mejor comenzar a actuar como si no lo estuviera - No vemos muchas máquinas por aquí, solo cacharros y uno que otro mini robot manejado por niños en la calle - comento aunque en realidad solo he visto uno de éstos últimos y no son precisamente manejados por niños. Esos eventos de apuestas no son lo mío y sin duda un peligro innecesario para los repudiados del norte.
Se me eriza la piel al escuchar que me conoce y tengo que respirar profundo para no levantar sospechas allí mismo. Esa es una frase que escuchaba mucho durante el gobierno de los Black, pero desde que cayeron mis relaciones públicas bajaron mucho como para que alguien me recuerde - Estoy muy lejos de la estación de radio y sin duda lejos de los lujos del Capitolio - respondo encogiéndome de hombros - ¿Cómo es tu nombre? Te firmaría un autógrafo pero aquí no hay ni tinta.
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Asiento con la barbilla, secundando la suposición que hizo la mujer y reservándome la verdad de que soy una empleada del ministerio con un permiso especial para estar aquí. Cuando mencionas al ministerio, los repudiados no reaccionan con natural amabilidad. Tienen sus buenas razones para demostrarse hostiles hacia un sistema que los expulsó y los marginó a la pobreza. Prefiero identificarme como una simple mecánica, es lo que soy en esencia más allá de los rangos y las etiquetas que nos dan. —Es triste escuchar eso— contesto. —Las fábricas de este distrito siempre fueron impresionantes, y el deterioro de las pocas máquinas que quedaron abandonadas, es una pena que le duele a cualquiera en mi profesión.
Demuestro un lamento sincero que espero propicie un clima más ameno entre las dos, sin que vea mi presencia como una invasión a su espacio. ¿Lo es? Claro que lo es. No pertenezco a este lugar. Pero podría haber pertenecido. Sin varita, sin reconocimiento de mis derechos, sin herramientas para trabajar. Podría haber servido de ayuda a los refugiados en estos distritos decadentes, eso suelo decirme cuando en noches en vela me arrepentimiento de haber aceptado el acuerdo con Hans. Enseguida pienso que mis conocimientos en la práctica requieren de materiales y tecnologías que nos financia el ministerio, si eso nos faltara, estaríamos jugando con pura chatarra para armar mini-robots, así como esos niños a los que se refiere ella. Sería menos que cualquier estudiante iniciando tercer curso del Royal.
—Soy Lara Scott—. Es lo justo que le de mi nombre, sea por mera educación, puesto que yo conozco el suyo. Kennedy Wang, la voz que nos acompañaba en el taller de mi padre durante todos los días de la semana. No me precio de tener una memoria auditiva, y sin embargo, los recuerdos se despegan cuando un estímulo hace posible el reconocimiento. Siempre me fue mejor memorizando rostros, ahora sé que la cara de esta mujer la podré identificar donde sea, unido a un nombre que trae su trayectoria. —¿Extraña el Capitolio, Kenny?— me tomo el atrevimiento de usar un diminutivo en ella, y mi pregunta no es arrogante ni burlona, sueno en verdad interesada.
»Lamento mucho que no pueda seguir con su trabajo, era muy buena en ella. Guardo recuerdos de mi infancia que valoro muchísimo y su voz está de fondo. Lamento que aquí no tengan el equipamiento o los técnicos necesarios para poder continuar…—. Se lo que estoy haciendo, tal vez no del todo consciente, no estoy dimensionando lo grave que puede tornarse esto. Soy solo yo ofreciendo un poco de lo que puedo porque todo en este lugar me deprime. —Seguro sería de gran entretenimiento para el distrito—. Una distracción de la vida que llevan.
Demuestro un lamento sincero que espero propicie un clima más ameno entre las dos, sin que vea mi presencia como una invasión a su espacio. ¿Lo es? Claro que lo es. No pertenezco a este lugar. Pero podría haber pertenecido. Sin varita, sin reconocimiento de mis derechos, sin herramientas para trabajar. Podría haber servido de ayuda a los refugiados en estos distritos decadentes, eso suelo decirme cuando en noches en vela me arrepentimiento de haber aceptado el acuerdo con Hans. Enseguida pienso que mis conocimientos en la práctica requieren de materiales y tecnologías que nos financia el ministerio, si eso nos faltara, estaríamos jugando con pura chatarra para armar mini-robots, así como esos niños a los que se refiere ella. Sería menos que cualquier estudiante iniciando tercer curso del Royal.
—Soy Lara Scott—. Es lo justo que le de mi nombre, sea por mera educación, puesto que yo conozco el suyo. Kennedy Wang, la voz que nos acompañaba en el taller de mi padre durante todos los días de la semana. No me precio de tener una memoria auditiva, y sin embargo, los recuerdos se despegan cuando un estímulo hace posible el reconocimiento. Siempre me fue mejor memorizando rostros, ahora sé que la cara de esta mujer la podré identificar donde sea, unido a un nombre que trae su trayectoria. —¿Extraña el Capitolio, Kenny?— me tomo el atrevimiento de usar un diminutivo en ella, y mi pregunta no es arrogante ni burlona, sueno en verdad interesada.
»Lamento mucho que no pueda seguir con su trabajo, era muy buena en ella. Guardo recuerdos de mi infancia que valoro muchísimo y su voz está de fondo. Lamento que aquí no tengan el equipamiento o los técnicos necesarios para poder continuar…—. Se lo que estoy haciendo, tal vez no del todo consciente, no estoy dimensionando lo grave que puede tornarse esto. Soy solo yo ofreciendo un poco de lo que puedo porque todo en este lugar me deprime. —Seguro sería de gran entretenimiento para el distrito—. Una distracción de la vida que llevan.
Aún cuando no pude disfrutar de los distritos del norte cuando estaban en todo su esplendor, yo también siento lástima por lo que se han convertido. Aún así he aprendido a considerar el cinco mi hogar, cambié las elegantes bibliotecas del Capitolio por una fábrica abandonada así como las comidas en restaurantes con estrellas por lo que encuentre el encargado de la comida del día. Pero al menos mi integridad está intacta y puedo dormir tranquila con mi decisión, sé que muchos cómplices del nuevo gobierno no pueden decir lo mismo y mis programas se alimentan de sus arrepentimientos.
- Le duele a cualquiera - corrijo con mirada severa. O a cualquiera con corazón, mejor dicho.
Su nombre no me suena para nada, pero de inmediato lo guardo en mi amplio directorio de rostros. Quizás algún día pueda necesitar a la mecánica del distrito 6 por sus habilidades o quizás necesite pedir un escondite y pueda comprarla con melancolía y encanto. Pero ese encanto puede esperar ya que de momento no la necesito - No somos amigas, señorita Scott... Debes llamarme Kennedy - corrijo otra vez pero en esta ocasión me cruzo de brazos. Las personas del distrito me llaman Kenny, los más allegados Ken, como si el cariño te diera permiso de acortar el nombre hasta solo decir la inicial.
- Extraño mi armario, pero puedo vivir con eso - respondo de todas formas con media sonrisa. Aquí también tengo una estación de radio, que quizás no tiene tanto brillo como la anterior, pero el contenido me gusta mucho más. Antes entretenía, ahora informo. Y creo que lo estoy haciendo bien ya que al parecer Lara no tiene idea de la Red Neopanem... Si nadie le dijo es porque no es de fiar o no tiene los amigos correctos.
- El distrito no necesita entretenimiento, con sobrevivir tenemos suficiente - pero los materiales sí los tenemos. Al principio trabajaba con lo mínimo, pero gracias a las nuevas generaciones que se fueron uniendo al equipo todos los problemas fueron resueltos - ¿Qué te hace creer que no hay medios ni técnicos? Has venido a buscar material aquí así que sin duda hay cosas de valor - otras tuvimos que robarlas - Y entre la gente del norte también hay talento... El señor Johnson era un buen cirujano antes - comento con rostro inocente, que pase como un intento de defender mi distrito - Aunque creo que los chefs fueron todos asesinados - bromeo para desviar la atención del asunto importante.
- Le duele a cualquiera - corrijo con mirada severa. O a cualquiera con corazón, mejor dicho.
Su nombre no me suena para nada, pero de inmediato lo guardo en mi amplio directorio de rostros. Quizás algún día pueda necesitar a la mecánica del distrito 6 por sus habilidades o quizás necesite pedir un escondite y pueda comprarla con melancolía y encanto. Pero ese encanto puede esperar ya que de momento no la necesito - No somos amigas, señorita Scott... Debes llamarme Kennedy - corrijo otra vez pero en esta ocasión me cruzo de brazos. Las personas del distrito me llaman Kenny, los más allegados Ken, como si el cariño te diera permiso de acortar el nombre hasta solo decir la inicial.
- Extraño mi armario, pero puedo vivir con eso - respondo de todas formas con media sonrisa. Aquí también tengo una estación de radio, que quizás no tiene tanto brillo como la anterior, pero el contenido me gusta mucho más. Antes entretenía, ahora informo. Y creo que lo estoy haciendo bien ya que al parecer Lara no tiene idea de la Red Neopanem... Si nadie le dijo es porque no es de fiar o no tiene los amigos correctos.
- El distrito no necesita entretenimiento, con sobrevivir tenemos suficiente - pero los materiales sí los tenemos. Al principio trabajaba con lo mínimo, pero gracias a las nuevas generaciones que se fueron uniendo al equipo todos los problemas fueron resueltos - ¿Qué te hace creer que no hay medios ni técnicos? Has venido a buscar material aquí así que sin duda hay cosas de valor - otras tuvimos que robarlas - Y entre la gente del norte también hay talento... El señor Johnson era un buen cirujano antes - comento con rostro inocente, que pase como un intento de defender mi distrito - Aunque creo que los chefs fueron todos asesinados - bromeo para desviar la atención del asunto importante.
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Se lo que es una actitud hostil porque no me crié precisamente en un ambiente acolchonado del Capitolio o el distrito 1, pero si resistí al chocarme varias veces contra el metal en mi propio distrito y fabriqué mis propias escamas, ¿qué puede decirme esta mujer que me haga mella? No provoca un cambio en mi actitud. Si quiere puede tirar mi amabilidad a un costado de la fábrica, entre las briznas altas y sucias de pasto, cuando se vaya. No me importa. Miradas severas y una cierta apatía arrogante me mantiene en la casilla que piso, no me habilita a dar un paso más que simule cercanía con su situación, lo que no logra es empujarme del todo y hacerme sentir non grata en esta fábrica. Tenemos sentimientos de pertenencia al lugar por distintas razones, ella por residencia, yo por profesión. Tengo mis pies en este sitio y no pienso moverlos.
—Puedes decirme Lara— ofrezco, por mi parte no tengo un apodo más corto que ofrecer ni espero un trato más formal. Scott, en todo caso, era el apellido de mi padre y si lo uso es para protegerme. La cuestión de emplear corazas es que si pretendes que la otra persona baje un poco la guardia, tienes que ceder parte de tu propia armadura. Sé que quiero agradar a esta mujer, al menos que me dé algo de lo que suelo buscar en los distritos del norte cuando los visito con el pretexto de que todavía se pueden hallar cosas de valor entre la chatarra. Algo que no sé qué es o no quiero decírmelo con todas las letras, porque paso tanto tiempo en el centro mismo del ministerio, que no tengo la seguridad absoluta de que mis pensamientos estén a salvo. —Y no, en un primer encuentro no podemos considerarnos amigas. Esperemos al segundo o al tercero —. Seguiré merodeando por aquí.
»¿Los tiene, entonces? — pregunto. Hago la pregunta directa, pese a que tiene todo y el derecho a velar por su propia seguridad para darme una mentira a cambio. —¿Sigue haciendo radio? —. Y espero que algo en su expresión me diga que sí lo hace, porque necesito saber que no todo está roto en los distritos miserables del gobierno de los Niniadis, pero que sus labios se muevan para formular una mentira rotunda. Espero que me mienta y así, solo como una sospecha en mi mente, no es información real que deba reportar.
Y antes de que el silencio que sigue a mi pregunta de espacio a una respuesta, relleno ese hueco con lo que se puede opinar de la realidad cruda de los repudiados. —Hay distintos niveles de infierno y es mentira que los conocemos a nuestra muerte. Es la vida misma. Y ustedes…— miro a mí alrededor, como si pudiera ver más allá de las paredes débiles del galpón hacia las fronteras del distrito 5— están pagando sus culpas, ¿no? —. «Ustedes, los repudiados». —Al menos en este infierno, todavía conservan algunos talentos. ¿Es una persona religiosa, Kenny? Mis padres lo eran. Mi padre diría que conservar un talento en el infierno es permitir que un ángel caído siga conservando su espada—. La religiosidad era parte de la herencia muggle que mis padres tenían como valor, y con la magia como secreto durante todo lo que fue mi infancia, puedo recordar a mi padre con sus lecturas que me compartía y a mi madre con sus rezos en solitario, que se espaciaron hasta hacerse invisibles a mis ojos cuando quedó viuda. Si lo conserva es como su propio secreto, nadie dudaría ahora de que su única fe está puesta en la ciencia. —Y habrá otros infiernos con más lujos, pero créame cuando le digo que también son un martirio para el alma a su manera.
—Puedes decirme Lara— ofrezco, por mi parte no tengo un apodo más corto que ofrecer ni espero un trato más formal. Scott, en todo caso, era el apellido de mi padre y si lo uso es para protegerme. La cuestión de emplear corazas es que si pretendes que la otra persona baje un poco la guardia, tienes que ceder parte de tu propia armadura. Sé que quiero agradar a esta mujer, al menos que me dé algo de lo que suelo buscar en los distritos del norte cuando los visito con el pretexto de que todavía se pueden hallar cosas de valor entre la chatarra. Algo que no sé qué es o no quiero decírmelo con todas las letras, porque paso tanto tiempo en el centro mismo del ministerio, que no tengo la seguridad absoluta de que mis pensamientos estén a salvo. —Y no, en un primer encuentro no podemos considerarnos amigas. Esperemos al segundo o al tercero —. Seguiré merodeando por aquí.
»¿Los tiene, entonces? — pregunto. Hago la pregunta directa, pese a que tiene todo y el derecho a velar por su propia seguridad para darme una mentira a cambio. —¿Sigue haciendo radio? —. Y espero que algo en su expresión me diga que sí lo hace, porque necesito saber que no todo está roto en los distritos miserables del gobierno de los Niniadis, pero que sus labios se muevan para formular una mentira rotunda. Espero que me mienta y así, solo como una sospecha en mi mente, no es información real que deba reportar.
Y antes de que el silencio que sigue a mi pregunta de espacio a una respuesta, relleno ese hueco con lo que se puede opinar de la realidad cruda de los repudiados. —Hay distintos niveles de infierno y es mentira que los conocemos a nuestra muerte. Es la vida misma. Y ustedes…— miro a mí alrededor, como si pudiera ver más allá de las paredes débiles del galpón hacia las fronteras del distrito 5— están pagando sus culpas, ¿no? —. «Ustedes, los repudiados». —Al menos en este infierno, todavía conservan algunos talentos. ¿Es una persona religiosa, Kenny? Mis padres lo eran. Mi padre diría que conservar un talento en el infierno es permitir que un ángel caído siga conservando su espada—. La religiosidad era parte de la herencia muggle que mis padres tenían como valor, y con la magia como secreto durante todo lo que fue mi infancia, puedo recordar a mi padre con sus lecturas que me compartía y a mi madre con sus rezos en solitario, que se espaciaron hasta hacerse invisibles a mis ojos cuando quedó viuda. Si lo conserva es como su propio secreto, nadie dudaría ahora de que su única fe está puesta en la ciencia. —Y habrá otros infiernos con más lujos, pero créame cuando le digo que también son un martirio para el alma a su manera.
Llamarla señorita Scott no fue más que una falsa formalidad para marcar mi punto, pero ahora sin duda la llamaré por su nombre de pila. Sin embargo el que planee encuentros futuros hace que todo mi cuerpo se tense. Sí, tenemos aurores patrullando de vez en cuando así como visitas de las que no nos enteramos, pero Lara vendrá aquí, a mi territorio y la verdad que tener a alguien observándome personalmente no me hace ni pizca de gracia - ¿Cómo puedes estar segura de que habrá un segundo o tercero? Aquí no podemos darnos el lujo de hacer planes a largo plazo - me apresuro a responder - Ni siquiera sé si podré terminar mi libro - lo cuál sería una terrible tragedia, definitivamente no quiero irme de éste mundo con asuntos pendientes y mucho menos con un libro a medio leer.
Me sorprende la pregunta directa pero no dejo que se note. En cambio guardo silencio observándola a los ojos por unos segundos ¿Qué planea con todo esto? ¿Es realmente una mecánica curiosa o una auror encubierta que busca llevarme a la justicia por no dejarme censurar? - No debería ser difícil construir una antena con las cosas que hay aquí ¿Cierto? Tú eres la experta en eso - respondo relajada y doy un suspiro quizás demasiado dramático antes de continuar - Ya no tengo energía para hacer radio, han quebrado mi espíritu y no puede hacerse un programa sin él - los gestos que hago con las manos, mi voz, incluso la forma en que muevo mi cabello son algo completamente ajeno ¿Busca una confesión? No la tendrá. Pero tampoco fingiré de forma convincente que soy inocente.
Intento contener la risa cuando se pone toda espiritual pues he perdido la fe en todo eso hace mucho. Sí coincido en que vivimos en un infierno, pero comparto las llamas con algunos fantasmas y ellos tienen la chance de seguir adelante y no lo hacen, así que lo que hay del otro lado tampoco debe ser muy bueno. Si hay ángeles hay un cielo, y si los hay son unos malditos bastardos que nos dejaron aquí a la merced de un montón de magos estúpidos intentando hacer quien sabe qué con el mundo.
- Creo en que hay seres celestiales con hermoso cabello blanco y dones increíbles - comienzo a responder - Habitan entre nosotros y vivo aquí por ser descendiente de ellas - si hay algo parecido a un ángel, son las veelas y tampoco han ayudado demasiado. Mi madre ni siquiera tuvo la chance de hacer algo al respecto, simplemente salvó mi vida y luego... Bueno, no sé con certeza qué es lo que ocurrió pero tengo una idea bastante cercana.
Me sorprende la pregunta directa pero no dejo que se note. En cambio guardo silencio observándola a los ojos por unos segundos ¿Qué planea con todo esto? ¿Es realmente una mecánica curiosa o una auror encubierta que busca llevarme a la justicia por no dejarme censurar? - No debería ser difícil construir una antena con las cosas que hay aquí ¿Cierto? Tú eres la experta en eso - respondo relajada y doy un suspiro quizás demasiado dramático antes de continuar - Ya no tengo energía para hacer radio, han quebrado mi espíritu y no puede hacerse un programa sin él - los gestos que hago con las manos, mi voz, incluso la forma en que muevo mi cabello son algo completamente ajeno ¿Busca una confesión? No la tendrá. Pero tampoco fingiré de forma convincente que soy inocente.
Intento contener la risa cuando se pone toda espiritual pues he perdido la fe en todo eso hace mucho. Sí coincido en que vivimos en un infierno, pero comparto las llamas con algunos fantasmas y ellos tienen la chance de seguir adelante y no lo hacen, así que lo que hay del otro lado tampoco debe ser muy bueno. Si hay ángeles hay un cielo, y si los hay son unos malditos bastardos que nos dejaron aquí a la merced de un montón de magos estúpidos intentando hacer quien sabe qué con el mundo.
- Creo en que hay seres celestiales con hermoso cabello blanco y dones increíbles - comienzo a responder - Habitan entre nosotros y vivo aquí por ser descendiente de ellas - si hay algo parecido a un ángel, son las veelas y tampoco han ayudado demasiado. Mi madre ni siquiera tuvo la chance de hacer algo al respecto, simplemente salvó mi vida y luego... Bueno, no sé con certeza qué es lo que ocurrió pero tengo una idea bastante cercana.
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—No estoy segura de que volvamos a vernos— aclaro. Coloco mis manos en los bolsillos traseros de mi pantalón vaquero, gastado en algunas partes y con manchas visibles del trabajo porque todavía usamos el uniforme rudimentario para nuestras tareas en el taller, en vez de las prendas especiales que ni siquiera dejan que la grasa se adhiera a la tela, entre muchas otras virtudes. Lo agradezco, porque es mucho más cómodo. También porque en medio de esta fábrica abandonada, hablando con una repudiada, no quiero nada del lujo contrastante del Capitolio. Tal vez quiero que Kennedy me vea como alguien en quien puede confiar, porque en verdad puede hacerlo si así lo decide. Pero no me atrevo a ser tan sincera, no en un primer encuentro. —Las cosas pueden ser o no ser, y no lo son hasta que sucedan. Dejo abierta la posibilidad de que nos veamos una segunda o una tercera vez. Si sucede podremos hablar con un trato diferente, entonces no seríamos simples desconocidas en un lugar en ruinas, sino conocidas. A partir de ahí, es irreversible, se avanza hacia lo que tenga que ser.
Me saca una sonrisa cuando contesta a su modo, dándome a entender que puede haber algún mecánico en la zona que con unas pocas cosas logró “hacer magia”, expresión que usaban antes los muggles sobre el talento de algunos de crear algo con tan poco. Pero no me confirma nada, solo me queda suponer. No es tampoco una invitación a nada, así que mi oferta queda levitando entre nosotros, hasta que se desvanezca en el aire mismo. Cambio mi semblante al escuchar su elección de palabras, es fuerte oír que este gobierno quiebra el espíritu de personas con una energía tan expansiva como la que tenía aquella locutora que escuchaba a través de la radio y nos tenía pendientes del sonido de su voz. Y ese es mi miedo también, mi peor miedo en este gobierno, que hagan pedazos mi espíritu. —¿Segura?— inquiero. —¿Se puede realmente romper un espíritu?
Debe ser lo que me fijaron mis padres en mí durante mi primera infancia, a lo que acudo para sostener mis convicciones y el fuego de mi carácter cuando todo a mí alrededor es una construcción de ideas en las que no creo, para conservar mi espíritu inquebrantable. Me salva la prudencia de mi madre, quien fue firme en inculcarme normas de supervivencia después de la experiencia de perder a mi padre, para entender que esconder es la mejor manera de mantener algo a salvo. Los tengo presente a ambos cuando explico a Kennedy mi propia interpretación del cielo y el infierno. Y no la juzgo por otorgar a las veelas más divinidad de la que se merecen, porque también he hecho fe a mi manera. La cuestión es que al menos la tengo, no me queda claro si ella también. —Tiene una ascendencia muy noble, es una ironía cruel que ahora esté aquí— opino, elijo mantener mi tono anterior, aunque sea raro en mí que adorne las verdades. —En mi caso desciendo de pueblos que fueron esclavos u oprimidos, con una gran fe en algo superior desde su posición tan baja por culpa de injusticias de las que no se pueden entender— comparto. Rápidamente añado para alejarnos del tema que nos expone: —Perdona por tanta charla existencialista, debe ser el escenario que inspira— sonrío.—Juro que hay una o dos leyes científicas y comprobabas entre todo lo que dije—. Claro que siempre es más fácil abrirse a un completo desconocido, por más que sea un riesgo estúpido con el recelo que se vive en Neopanem.
Me saca una sonrisa cuando contesta a su modo, dándome a entender que puede haber algún mecánico en la zona que con unas pocas cosas logró “hacer magia”, expresión que usaban antes los muggles sobre el talento de algunos de crear algo con tan poco. Pero no me confirma nada, solo me queda suponer. No es tampoco una invitación a nada, así que mi oferta queda levitando entre nosotros, hasta que se desvanezca en el aire mismo. Cambio mi semblante al escuchar su elección de palabras, es fuerte oír que este gobierno quiebra el espíritu de personas con una energía tan expansiva como la que tenía aquella locutora que escuchaba a través de la radio y nos tenía pendientes del sonido de su voz. Y ese es mi miedo también, mi peor miedo en este gobierno, que hagan pedazos mi espíritu. —¿Segura?— inquiero. —¿Se puede realmente romper un espíritu?
Debe ser lo que me fijaron mis padres en mí durante mi primera infancia, a lo que acudo para sostener mis convicciones y el fuego de mi carácter cuando todo a mí alrededor es una construcción de ideas en las que no creo, para conservar mi espíritu inquebrantable. Me salva la prudencia de mi madre, quien fue firme en inculcarme normas de supervivencia después de la experiencia de perder a mi padre, para entender que esconder es la mejor manera de mantener algo a salvo. Los tengo presente a ambos cuando explico a Kennedy mi propia interpretación del cielo y el infierno. Y no la juzgo por otorgar a las veelas más divinidad de la que se merecen, porque también he hecho fe a mi manera. La cuestión es que al menos la tengo, no me queda claro si ella también. —Tiene una ascendencia muy noble, es una ironía cruel que ahora esté aquí— opino, elijo mantener mi tono anterior, aunque sea raro en mí que adorne las verdades. —En mi caso desciendo de pueblos que fueron esclavos u oprimidos, con una gran fe en algo superior desde su posición tan baja por culpa de injusticias de las que no se pueden entender— comparto. Rápidamente añado para alejarnos del tema que nos expone: —Perdona por tanta charla existencialista, debe ser el escenario que inspira— sonrío.—Juro que hay una o dos leyes científicas y comprobabas entre todo lo que dije—. Claro que siempre es más fácil abrirse a un completo desconocido, por más que sea un riesgo estúpido con el recelo que se vive en Neopanem.
Sostengo la mirada ante su pequeño discurso sobre el futuro y finalmente decido dedicarle una media sonrisa por aquel razonamiento. Supongo que nuestra relación es el gato de Schrödinger, oculto en la caja hasta nuestro nuevo posible encuentro. De no ocurrir nos quedaremos con la intriga de su estado y de existir esa nueva reunión probablemente esconderíamos un nuevo gato. Conociéndome el experimento podría tardar años pues no me atrevería a poner una etiqueta amigable demasiado rápido. Por el contrario, solo haría falta un comentario de su parte para evolucionar rápidamente hacia el camino opuesto, hasta ahora no ha ocurrido.
Esa pregunta solo podría hacerla una persona que ha vivido en paz con el gobierno toda su vida pues en los distritos del norte abundan los espíritus quebrados. Lo veo en cada persona que decide abandonar Red Neopanem con la clásica frase que tanto ruido hace en mis oídos "¿Cuál es el punto?" - Depende del espíritu. Algunos pueden ser doblados, pisoteados y aun así sobrevivir, otros solo necesitan un gran golpe para no repararse jamás. Digamos que en mi caso fue lo segundo - en realidad ahora mismo mi espíritu está en un pozo oscuro pero aun luchando por salir, solo porque tengo otros espíritus tan tercos como el mío acompañándome.
Me encojo de hombros pues al menos aquí no tengo que ocultar lo que soy. En el Capitolio vivía de la mejor manera, pero allí todos teníamos que pretender ser seres sin magia, no tengo nada en contra de los muggles pero me hubiese gustado poder mostrar mi sangre de veela sin miedo a ser reprimida por eso - Jamás creí que este sitio inspiraría a nadie para nada, me alegro de que lo haya hecho contigo - no lo digo en serio pues ver el distrito en ruinas es lo que nos da fuerza cada día para salir a buscar nuevas historias - Si no está avalado por la ciencia, está avalado por la magia, pero la única validación que me vale es la mía - agrego guiñando el ojo, un poco arrogante de mi parte pero es la verdad.
Esa pregunta solo podría hacerla una persona que ha vivido en paz con el gobierno toda su vida pues en los distritos del norte abundan los espíritus quebrados. Lo veo en cada persona que decide abandonar Red Neopanem con la clásica frase que tanto ruido hace en mis oídos "¿Cuál es el punto?" - Depende del espíritu. Algunos pueden ser doblados, pisoteados y aun así sobrevivir, otros solo necesitan un gran golpe para no repararse jamás. Digamos que en mi caso fue lo segundo - en realidad ahora mismo mi espíritu está en un pozo oscuro pero aun luchando por salir, solo porque tengo otros espíritus tan tercos como el mío acompañándome.
Me encojo de hombros pues al menos aquí no tengo que ocultar lo que soy. En el Capitolio vivía de la mejor manera, pero allí todos teníamos que pretender ser seres sin magia, no tengo nada en contra de los muggles pero me hubiese gustado poder mostrar mi sangre de veela sin miedo a ser reprimida por eso - Jamás creí que este sitio inspiraría a nadie para nada, me alegro de que lo haya hecho contigo - no lo digo en serio pues ver el distrito en ruinas es lo que nos da fuerza cada día para salir a buscar nuevas historias - Si no está avalado por la ciencia, está avalado por la magia, pero la única validación que me vale es la mía - agrego guiñando el ojo, un poco arrogante de mi parte pero es la verdad.
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Se me eriza la piel cuando se refiere a espíritus que con un único golpe se hacen trizas, un único impacto certero. —¿Y cuántos años lleva así? Creí que una vez que el espíritu se quebraba solo quedaba morir— le digo abiertamente, esperando a que me lo aclare, no uso un tono prepotente, sino curioso. Me he dicho muchas veces que escudaré mis partes débiles para que no queden expuestas al daño, acoracé mi corazón y eso me mantuvo indemne. Pero los descuidos se dan cada tanto, la guardia baja deja penetrar al dolor, a veces no llego a ser consciente de que algo se expande en mi interior hasta que cierra sus garras y saca sangre. Kennedy puede decir que su espíritu roto, pero sigue de pie. Sigue respirando. Me consuela el pensamiento de que mientras se siga con vida y caminando sobre los pies, se puede dar lucha con los demonios internos y ninguna herida será incurable.
La fábrica abandonada con su techo derruido por el que se observa retazos de cielo de día, es una cúpula sobre mi cabeza y el aire está cargado de la naturaleza que rodea el terreno, yo si lo siento inmenso, inspirador. Mis padres me hablaban de templos antiguos, sitios como este son el mío. Se curva mi boca en una sonrisa soslayada, no se escucha tan alegre como dice estarlo. Tal vez las veelas si son una divinidad pagana, y aquí estoy con una, que se erige como autoridad sobre lo que es verdad.
Puede que mis acciones tengan un poco de una soberbia similar. No creo en verdades ajenas y solo escucho a mis pensamientos, el problema es que fueron instruidos muy temprano en mi vida y no puedo decir que sean ideas que acuñé por mi cuenta. —¿Y qué validas, Kenny?— inquiero, abriendo ese interrogante para que me responda a sus anchas. Hasta ahora sus contestaciones han sido para marcar una diferencia con mis ideas, pero quiero saber qué tiene para decirme una extraña de la que conozco más que la voz y que vive en un mundo tan distinto al mío, pese a que digan que solo se trata de distritos un poco alejados en el mapa.
La fábrica abandonada con su techo derruido por el que se observa retazos de cielo de día, es una cúpula sobre mi cabeza y el aire está cargado de la naturaleza que rodea el terreno, yo si lo siento inmenso, inspirador. Mis padres me hablaban de templos antiguos, sitios como este son el mío. Se curva mi boca en una sonrisa soslayada, no se escucha tan alegre como dice estarlo. Tal vez las veelas si son una divinidad pagana, y aquí estoy con una, que se erige como autoridad sobre lo que es verdad.
Puede que mis acciones tengan un poco de una soberbia similar. No creo en verdades ajenas y solo escucho a mis pensamientos, el problema es que fueron instruidos muy temprano en mi vida y no puedo decir que sean ideas que acuñé por mi cuenta. —¿Y qué validas, Kenny?— inquiero, abriendo ese interrogante para que me responda a sus anchas. Hasta ahora sus contestaciones han sido para marcar una diferencia con mis ideas, pero quiero saber qué tiene para decirme una extraña de la que conozco más que la voz y que vive en un mundo tan distinto al mío, pese a que digan que solo se trata de distritos un poco alejados en el mapa.
Una vez que se te rompe el espíritu lo único que queda es replantearte tu vida y comenzar de cero. Eso es lo que he hecho cuando fui despojada de mi familia y mi hogar para pasar a vivir en el repudio, cuando me apartaron de mi empleo hacia un sitio en donde las personas peleaban para conseguir una radio. Pero aquí estoy, más de 15 años después con un equipo de gente incluso mejor del que tenía en el Capitolio y por fin pudiendo hacer algo importante que es para lo que estudié en primer lugar - El espíritu está roto pero el corazón sigue funcionando... Hay gente aquí que no quiero dejar - siempre va ha haber algo o alguien que valga la pena.
Y ahí vamos de nuevo con el apodo. Suspiro y me doy por vencida pues no habrá forma de cambiarlo ahora. Así que Lara Scott se suma a la lista de personas que se toman la libertad de llamarme Kenny, ahora solo falta que se gane la confianza al punto de que no me moleste que lo haga - Valido lo que ven mis ojos y lo que me cuentan aquellos en los que confío - respondo a su pregunta cruzándome de brazos. Creo que está empezando a hacer un poco de frío.
- Bueno, señorita Scott... Será mejor que me marche antes de que se tome la libertad de averiguar dónde vivo para que le invite la cena - digo cambiando completamente de tono para cortar el ambiente. Pese a mis palabras, creo que las libertades me las tomaré yo para averiguar quién es exactamente y si hay chances de que vague por el distrito en el futuro... No debe ser difícil pues nos dedicamos a eso - Espero no arrepentirme de haberla conocido - bonita forma de decir adiós ¿Cierto?
Y ahí vamos de nuevo con el apodo. Suspiro y me doy por vencida pues no habrá forma de cambiarlo ahora. Así que Lara Scott se suma a la lista de personas que se toman la libertad de llamarme Kenny, ahora solo falta que se gane la confianza al punto de que no me moleste que lo haga - Valido lo que ven mis ojos y lo que me cuentan aquellos en los que confío - respondo a su pregunta cruzándome de brazos. Creo que está empezando a hacer un poco de frío.
- Bueno, señorita Scott... Será mejor que me marche antes de que se tome la libertad de averiguar dónde vivo para que le invite la cena - digo cambiando completamente de tono para cortar el ambiente. Pese a mis palabras, creo que las libertades me las tomaré yo para averiguar quién es exactamente y si hay chances de que vague por el distrito en el futuro... No debe ser difícil pues nos dedicamos a eso - Espero no arrepentirme de haberla conocido - bonita forma de decir adiós ¿Cierto?
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Comprendo el sentimiento de estar en un lugar porque hay personas a las que no quiero dejar, y eso me hace consciente de que en este momento, estoy en el sitio incorrecto. Las personas que me importan en verdad no están aquí, mi empatía hacia Kennedy y otras personas que están castigadas a vivir en esta pobre periferia de NeoPanem no se compara al sentimiento de apego que siento por lo único que queda de mi familia y unas pocas personas que me necesitan. Estoy buscando en las ruinas de estas fábricas, de este distrito, en las miserias de esta gente y en la misma Kenny algo que no es para mí, no ahora. Queda pendiente ese sentimiento vago de que hubo una vez un destino con mi nombre que me expulsaba a estos distritos, y que ese destino sigue archivado.
Así que cuando la mujer se despide tengo que retirarme yo también, el rato que pasé tentando a la suerte es una cuenta apuntada en mi haber. —No soy tan maleducada para exigir una cena en un primer encuentro— digo, mi expresión es de la una suave solemnidad, que se rompe por la sonrisa que se va extiendo por mis labios. —También lo dejaremos para la segunda vez que nos veamos—. Así como los apodos y la falta de títulos como el de «señorita Scott». Quiero agradar a esta mujer, por las razones más inocentes que jamás volveré a tener, y por eso me pesan sus últimas palabras. Saltar entre fronteras, pasarme de un distrito a otro, escuchar voces que se contraponen, todo el tiempo caminar sobre finas líneas, y no soy equilibrista, sino escapista. No parece que haya algo que pueda hacer de este encuentro algo de qué arrepentirnos, así que prometo con toda tranquilidad: —No sucederá—. Me giro para alejarme dando zancadas largas, que la despedida está hecha y solo queda que cada quién vuelva al lugar al que pertenece.
Así que cuando la mujer se despide tengo que retirarme yo también, el rato que pasé tentando a la suerte es una cuenta apuntada en mi haber. —No soy tan maleducada para exigir una cena en un primer encuentro— digo, mi expresión es de la una suave solemnidad, que se rompe por la sonrisa que se va extiendo por mis labios. —También lo dejaremos para la segunda vez que nos veamos—. Así como los apodos y la falta de títulos como el de «señorita Scott». Quiero agradar a esta mujer, por las razones más inocentes que jamás volveré a tener, y por eso me pesan sus últimas palabras. Saltar entre fronteras, pasarme de un distrito a otro, escuchar voces que se contraponen, todo el tiempo caminar sobre finas líneas, y no soy equilibrista, sino escapista. No parece que haya algo que pueda hacer de este encuentro algo de qué arrepentirnos, así que prometo con toda tranquilidad: —No sucederá—. Me giro para alejarme dando zancadas largas, que la despedida está hecha y solo queda que cada quién vuelva al lugar al que pertenece.
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