The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Should Have Known Better ✘ Lara ⁺¹⁸
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Hoy fue una de esas jornadas donde necesito intercalar entre tazas de café y vasos de alcohol para poder soportarlas. He empezado la mañana en el Wizengamot, presente en uno de los juicios más densos de las últimas semanas y he terminado con una pila de papeleo que me hace preguntarme cuándo se supone que puedo tomarme al menos una semana de vacaciones. Recibí al menos veinte llamadas del departamento del control de criaturas mágicas en quejas sobre un animal que debería ser considerado peligroso, unas treinta del departamento de seguridad nacional porque hay familiares aún ansiosos por todo el asunto de los aurores y ni hablemos de cuando apareció un hombre a pedir sobre sus derechos laborales en medio del pasillo; para mi desgracia, era de los que escupe mientras habla a los gritos con voz de fumador, así que fue desagradable.

Dicho de otro modo, ahí están los motivos por los cuales son las nueve de la noche y sigo dentro del Ministerio de Magia, con ojeras decorando mi rostro, una pila de carpetas debajo de un brazo y la mano temblorosa sosteniendo un vaso térmico por décima vez en el día. No hablemos del pelo desarreglado o la corbata ya mal atada, de todas las veces que me la acomodé y estiré con el correr de las pesadas horas. Muchos de mis empleados ya se han marchado a casa y la gran mayoría de los cubículos y oficinas se encuentran con las luces apagadas, así que no me choco con nadie cuando el ascensor se abre y puedo avanzar a grandes zancadas hacia mi oficina. Hoy será una de esas noches en las cuales tendré que quedarme hasta la madrugada entre un montón de informes, tratando de no perder la vista por culpa de las lámparas, las pantallas y las letras liliputienses. Amo mi trabajo, pero creo que estoy a una llamada telefónica de perder los estribos.

Mi secretaria, Josephine, ya se encuentra acomodándose el tapado y la cartera cuando me ve aparecer en la pequeña sala donde se encuentra su escritorio, justo frente a la enorme puerta de mi despacho. Da un sobresalto que no sé de dónde viene y balbucea algo, pero mi cerebro apagado solo me incita a levantar un dedo en su dirección para que guarde silencio — Tu horario de trabajo se terminó hace una hora — le recuerdo, empleando un tono amable que sé que ella entenderá muy bien como lo que en verdad quiero decir: que no pienso pagar horas extras solo porque no agarró sus cosas cuando debía hacerlo. Ella me discute, pero como no quiero escucharla solo arrugo la nariz con desgano y un bufido, abro la puerta de mi oficina y me detengo en seco, comprendiendo de inmediato qué es lo que Josephine quería decirme.

No he estado en mi piso hace horas, así que no sé cuánto es que lleva esperando. Tampoco he programado una cita, así que todo esto me descoloca por completo porque se trata de mi zona de confort, mi territorio. Y lo peor, es que mi invitada es alguien a quien no esperaba ver en un lugar como este. Carraspeo en un intento de recobrar la compostura y apenas le echo un vistazo a mi asistente sobre el hombro — No hay problema, Josephine. Yo me encargo desde aquí. Que tengas una buena noche — sé que ella abre la boca para decir algo, pero no tengo idea de qué porque le cierro la puerta de inmediato en la cara. Siento la boca algo seca y por inercia miro el reloj digital de la pared, porque si Lara Scott ha venido al ministerio a estas horas, es porque lo que tenemos que hablar es algo que nadie debe escuchar. Bueno, como casi todo lo que charlamos cuando estamos a solas.

No suelo recibir visitas sin una cita programada, pero puedo hacer una excepción — mi voz suena entre bromista y formal mientras me acerco al escritorio y lanzo las carpetas sobre el mismo, haciéndolas sonar con un estruendo sordo. Sin siquiera tomar asiento, meto la mano ahora libre en el bolsillo de mi pantalón y le doy un sorbo a mi café — ¿Tienes algo para mí o a qué le debo el honor de tu hornada y real presencia en este lugar que tanto te gusta? — le otorgo una sonrisa irónica, pasando mi peso de una pierna a la otra. Espero que tenga algo bueno, o no tiene sentido que me quede aquí perdiendo el tiempo.
Hans M. Powell
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Invitado
Invitado
Compruebo que las manijas de mi reloj se hayan movido unos centímetros, y no, siguen mostrando insistentemente que debo permanecer en el ministerio para cumplir las horas que se me exigen, en un taller mucho más grande del que estoy acostumbrada, para dar mi colaboración con los proyectos que serán parte de los discursos de promesas de nuestros ministros. Calculo que a la hora en que abandone este taller, será tan tarde que puedo ir sin escalas hasta mi casa para tirarme a dormir o puedo aprovechar que la noche en el Capitolio recién empieza. Me deshago del uniforme y encuentro en el casillero la mochila que traje en la mañana. Los bares del distrito 6 no tienen nada que envidiarle, pero el cambio de aire es bien agradecido y todavía tengo energía para sostenerme sobre mis pies hasta la madrugada.

Está tan oscuros los corredores del departamento de desarrollo y tecnología, que las luces encendidas en los escritorios de los científicos que trabajan a trasnoche se destacan como formas espeluznantes. No soy nadie para criticar, así que me retiro en silencio y tomo el ascensor. Dudo antes de indicar el piso, y sintiendo el peso del paquete en mis manos, marco aquel que en días rutinarios esquivo a toda costa. Siempre cabe la posibilidad de que la oficina esté vacía y pueda volver sobre mis pasos. Como me encuentro con la secretaria todavía atendiendo en su puesto, doy por hecho que su jefe sigue dando vueltas en el ministerio. Y hay pocas secretarias que se resistan a mi encanto, el de avanzar sobre las puertas y sentarme tercamente a esperar, que la pobre mujer tiene que resignarse. También quiere volver a casa como para retrasar su partida para ponerse a discutir conmigo. ¡Por favor!

Espero a que la puerta se cierre para levantarme de la silla, colocar el paquete en un estante y dar una vuelta entera alrededor del escritorio del ministro, estudiando a la distancia todos los objetos y papeles que están dispuestos sobre su superficie. Contengo mis manos dentro de los bolsillos del abrigo que llevo puesto, un poco más largo que el vestido oscuro, y cuento los cajones que puedo ver, seguro que todos ellos están encantados para que espías de oficina que entran a la noche no puedan echar un vistazo. Solo porque no pierdo nada con intentarlo, a menos que la manija esté bañada en veneno, tiro del cajón superior del escritorio. Me da un susto de muerte escuchar que en ese momento se abre la puerta. ¡Ah, maldita sea! ¿Qué tiene este hombre? Ni siquiera puedo revolver uno de sus cajones por diversión. Camino lejos del mueble con todo el disimulo que puedo lograr, y sonrío para apaciguar mi sobresalto anterior. —Gracias por el honor.

Escucho la pregunta que sale de su boca, pero estoy ocupada revisando su apariencia de pies a cabeza y no oculto este examen visual. Mi expresión anuncia que reprobó la evaluación de estilo. —Te ves fatal, Hans— se lo digo con toda la sinceridad que me caracteriza, y es tentador burlarme de él, pero no lo hago. No soy tan cruel… creo. Puedo serlo, pero no quiero dar el primer golpe a quien parece haber sobrevivido a una estampida de hipogrifos —Eso sí, que nunca se diga que pierdes el carisma— apunto, porque todavía se siente con ánimos de hacer burla de mi presencia. Solo por eso no le diré todavía a lo que vine. —¿Te sorprendí en un mal día o siempre es así? Porque si esta es la vista, vendré más seguido — le doy la espalda para caminar por el despacho y pasear mi mirada por las paredes, buscando información que siempre se guarda en los detalles. —No te ves tan poderoso en tu espacio.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Sé que no tengo que mofarme de su “honor” y que tampoco puedo negar que mi estado debe ser deplorable. Secundo su opinión con un suspiro que me desinfla y desarma la postura de mis hombros, siempre rectos, hasta parecer que desciendo unos centímetros — ¿El carisma es algo que se pierde? — murmuro con una voz que delata lo poco familiarizado que estoy con el asunto, a pesar de que termino sonriendo a desgano para señalar que no estoy hablando en serio. A esta hora y luego de una jornada como la que he vivido las últimas trece horas, no estoy de ánimos para contestar mordazmente… al menos de momento. Sé que no duro cinco minutos sin volver a ser el mismo yo de siempre.

La analizo con la mirada, curioso de todo su “yo”. Desde su ropa hasta su actitud, no muy seguro de por qué es que decidió mover su cara de niña de quince años de su departamento al mío, que poco y nada tiene que ver a excepción de algunas reglas. El café sigue caliente en mi mano, humeando lo suficiente como para calentarme la nariz, hasta que le doy un trago largo que podría quemarme la garganta, pero no lo hace. La necesidad de cafeína es más fuerte — Hay días más relajados. Hoy fue especialmente complicado y por eso mismo agradecería que vayas al grano — apoyo el vaso térmico con cierta brusquedad en el escritorio, lo bordeo y me dejo caer con pesadez sobre mi enorme y cómoda silla. Me echo hacia atrás, reclinando un poco el respaldar y estiro las piernas todo lo largo que soy, poniendo las manos sobre mi abdomen para juguetear con mis pulgares. Poca formalidad, lo sé.

Que se burle de mi poder en mi propia oficina vale que me rostro se vuelva sombrío — No dirías lo mismo si abrieses al menos un cuarto de los informes que tengo aquí. O si vieras este lugar con sus correspondientes empleados, actuando como ratones detrás del queso fresco — ahora es una caja vacía de trabajo. Durante el día, el sonido de los zapatos corriendo a mi antojo es una melodía de las más dulces. La mejor parte es cuando recién llego: es cuando puedes ver cómo todos están holgazaneando hasta que oyen el timbre del ascensor y ven a Josephine correr con la lista de tareas. Ahí es cuando empieza la hipocresía y el circo, pero para mí es sumamente entretenido.

No puedo contenerme y me llevo el dorso de la mano derecha para cubrir un bostezo que delata mi grado de cansancio, por si no había quedado claro con mi aspecto. Me obligo a sostenerme del borde del escritorio y lo uso para darme el envión y enderezarme, empezando a separar los informes que he traído por orden alfabético. Si no se apresura, no me queda otra opción que empezar a trabajar con ella metida aquí dentro — Creí que nuestros acuerdos se hacían en lugares un poquito menos públicos y ya he recibido tu maleta como para que tengas que venir a mi lugar de trabajo — le informo en tonito ejecutivo, como si esta fuese solo otra reunión de negocios como la que tuve con la junta de abogados gubernamentales esta tarde — No necesito más rumores a mis espaldas con lo que hago o dejo de hacer con las personas que vienen a mi oficina sin cita alguna o a un horario no decente — Confieso que algunos de esos chismes son ciertos, pero solo algunos. No es que mi oficina es el motel o el centro de fiestas de la ciudad, como algunos gustan calificarlo. Exagerados, todos ellos.

Otro trago, devuelvo el vaso al escritorio y por fin la miro por encima de una de las carpetas — Y una cosa más — agrego, aunque es obvio por mi mirada que lo único que en verdad me interesa saber es el qué hace aquí — ¿Cómo esperas que confíe en ti si rompes tus promesas? No veo ninguna falda — a pesar de que mantengo la seriedad, tengo que alzar un poco más el informe y recostarme contra el respaldar para esconder el grado de diversión que curva mis labios hacia un lado.
Hans M. Powell
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Invitado
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Me tomo su pregunta en serio y lo pienso por unos segundos, entonces me encojo de hombros porque no tengo una respuesta. Percibo que un comentario jocoso sería muy mal recibido en este preciso momento, y no sé por qué me lo callo. Si me echa de su oficina puedo irme dando un portazo, el paquete está ahí, para que lo encuentre cuando quiera y tiene notas con instrucciones, así no hace falta que le dé una tutoría sobre su funcionamiento. Mis ojos se vuelven duros cuando me exige que aclare el motivo de mi visita y lo veo ponerse cómodo, después de todo es su espacio. —Te traje algo— es todo lo que digo en un tono muy bajo. Evito el contacto visual para mofarme de él y su apariencia decadente, porque hay un gran placer en decírselo, aunque sé hará que me declaren una visita non grata en este país que cabe en cuatro paredes.

Debe ser el instinto de supervivencia, porque no lo interrumpo mientras habla y aguardo a que acabe con su intento de reafirmar qué lugar ocupa cada cosa en la realidad que puede verse a la luz del día, no a estas horas en el ministerio. Porque no seremos los únicos en todo el edificio, pero hay tanto silencio que creo que podría escuchar si cae un alfiler en el departamento de tecnología. Como no digo nada, esa sensación es mayor. Cuento hasta dos para girarme y responder a su comentario sobre las personas que acuden en horarios poco apropiados. —¿Quieres que abra la puerta? Si eso te da la tranquilidad de que nadie se haga una idea equivocada de lo que ocurre aquí— pese a que lo digo con aparente seriedad, mi rostro habla por mí y lo ridículo que me parece la importancia que se da a los chismes. —La cuestión es que creo que no hay nadie del otro lado de la puerta a quien le interese, porque no hay nadie— señalo. — Y si tu secretaria dice algo, déjalo que lo diga.

Como si se me hubiera ocurrido de repente, me acerco a su escritorio y simulo sentirme alarmada. —¿Acaso tu esposa trabaja en uno de los departamentos y puede enojarse de que te visite en un horario indecente en tu oficina?—. Sé que me estoy yendo del tema, no quiero admitir que si alguno de mis compañeros de trabajo sabe que anduve por aquí tendré que inventar una mentira, porque nadie viene este departamento por un poco de café. Así que esto es una excepción, no habrá una segunda vez. Me di el gusto de admirar lo bonita que es la oficina del ministro de justicia, pero no habrá una repetición que fije mi cara en la memoria de su secretaria. No es hasta que pregunta por la falda y me sonrío que noto lo áspero que era el ambiente. Tiendo mis brazos hacia los costados para que pueda ver mi atuendo por debajo del abrigo que llevo desabotonado y se abre. —¡Oye! Es un vestido— exclamo. —Es algo, ¿no? De todas maneras no estás de humor para apreciar mi esfuerzo— me encojo de hombros, resignándome. Hay una voz interna que me dice lo conveniente que es que se sienta tan cansado para cumplir con las tonterías que le dije la vez anterior, pero mis inesperados escrúpulos me detienen.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Me atrevo a detener mi mirada en ella con cierta pizca de curiosidad, tratando de evitar las burlas por cinco minutos… — Que linda, pero mi cumpleaños fue en enero — … y ya la seguí por ese lado porque no puedo conmigo mismo. En primer lugar la analizo a ella, tratando de averiguar si lleva algo consigo, pero no parece tener nada a la vista. Sea como sea, mi atención es robada por el curso de la conversación y tengo que mirarla con una hoja a medio pasar, dudando de si en verdad no sabe lo elemental o tengo que aclararlo. Opto por lo último — Hay cámaras de seguridad en los pasillos — murmuro con obviedad. Por otro lado, termino sonriendo, más para mí que para ella cuando nombra a Josephine — Oh, ella no dirá nada. Sabe que no le conviene — no solo por mantener su trabajo, sino porque ella caería conmigo. Creo que lo que quiero decir queda bien en claro por culpa del tono pícaro que se me escapa.

Sujeto más firmemente el papel para doblarle una punta en un intento de señalar dicha página y suelto un “puff” que se debate entre la risa y el bufido — Por suerte, no estoy casado y no pienso estarlo. ¿Acaso no prendes la televisión? — sé que no lo hace y estoy seguro de que, de hacerlo, jamás se fijaría en los programas de chimentos. Yo tampoco lo hago, me parece una completa estupidez, pero siempre te terminas enterando sobre lo que los demás dicen de ti, especialmente cuando está en la primera plana. Uno de esos lados negativos que tenemos los ministros de este país. Pronto me encuentro bajando el informe para ver cómo me enseña su atuendo, llevándose una mirada escrutadora de pies a cabeza hasta volver a toparme con sus ojos — ¿Te has esforzado? — la pico a modo de chiste cuando bajo la carpeta, dejándola abierta sobre el escritorio. Me inclino detrás del mueble y empiezo a abrir cajones, hasta que encuentro la pluma que estaba buscando — Te ves bien, Scott. ¿Saldrás con alguien esta noche o solo irás en busca de un ligue casual? — tampoco es que me importe demasiado su vida privada, pero por alguna razón le echo un vistazo antes de tachar el nombre de un funcionario que me interesa poco y nada. Quizá es porque estoy atorado de trabajo que conversar de banalidades me viene bien, o tal vez es parte de mi curiosidad por comprender su aparición en mi oficina con ese tipo de vestimenta. En otras ocasiones, tendría bien en claro la situación, pero tratándose de ella es mejor no dar tonterías por sentadas.

Un par de nombres más y dejo la pluma a un costado para desajustar la corbata por completo, dejándola aún más suelta que antes y tratando de encontrar la comodidad que no siento a estas horas. Es el movimiento de mi cabeza ante tal simple acción el que me permite notar la presencia del paquete sobre uno de los muebles, haciéndome fruncir el rostro en gesto de sospecha. No recuerdo haberlo visto antes, así que creo que ya he descubierto por qué ella no tiene nada en sus manos a pesar de asegurar no haber llegado con ellas vacías. Tomo la varita del interior de mi saco y la sacudo ante la mención del “accio”, haciendo que el paquete vuele hasta el escritorio y se pose sobre el informe — ¿Qué has traído? — sé que me muestro desconfiado, pero no es que pueda fiarme de personas como Scott. Quiero decir, si le he tenido que limpiar su nombre es por algo. Hago tamborilear la varita contra el escritorio y chasqueo mi lengua, hasta que me recuesto contra el asiento y le hago un ademán con la mano para que avance — Ábrelo. Disculpa si me tomo la precaución, pero conmigo te has ganado tu pequeña reputación — podría ponerme a hacer un sinfín de hechizos para asegurarme de que es un paquete seguro, pero prefiero ahorrarme el trámite.
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Invitado
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¿Quieres que abra la puerta para las cámaras entonces?— pregunto, porque me gusta mostrar lo irrisorio que me parece preocuparse por lo que pueda decir alguien más. En cualquier lugar, estoy segura que en el ministerio también, se necesita nada para comenzar un rumor. Eso ocurre cuando un montón de personas están hacinadas en un sitio y se cruzan todos los días. La secretaria de Hans tendrá sus dos minutos de fama mañana… o no. Ladeo la cabeza al comprender lo que dice, no voy a insistir con esa mujer porque no la conozco como para opinar sobre ella, por eso opto por mencionar a una mujer hipotética, que habita mi imaginación un segundo, al siguiente Hans acaba con su existencia. —¿Esperas que lo haga en el mucho tiempo libre que tengo?—. Mirar la televisión es uno de los pasatiempos más sedentarios que conozco y yo le doy valor a los minutos del día. Escuchar chismes… también es otra cosa que representa una pérdida de tiempo y a veces energía. —Entonces listo, despreocúpate. Lo importante es que nadie dudará de que seas un hombre sano— lo dejo ahí.

Esto debe importarme tan poco porque no hay un país que haga conventillo de mi vida, porque no hay cámaras buscándome en cada bar del Capitolio o la Isla Ministerial. Porque nunca hice nada para merecer esa atención que con sinceridad no me interesa. Me gusta cuando me dejan ser, y eso también incluye a mi reducida familia y amigos, ninguno de ellos espera que diga a donde voy y con quien estoy. Una vida apacible, la de estar fuera de foco. —No— respondo. —Todavía no me he esforzado—. Puede que esa palabra no sea la indicada, solo quiero mostrar que estamos hablando en tiempos verbales diferentes, yo me refería a un futuro cercano. —Gracias— respondo con educación, aunque suena burlesco. Y no me canso de dar vueltas a sus frases. —No es casual si voy con la intención— sonrío al hacer mi aclaración, solo porque quiero reírme de él y bordear su pregunta hacia la respuesta que puede ser la correcta. Aún no sé si lo es, porque sigo en el ministerio.

Estoy a punto de mirar mi reloj cuando por sus movimientos me doy cuenta que descubrió el paquete y si llegamos a este punto puedo comenzar mi despedida, para dejarlo solo con su regalo de no-cumpleaños y sus carpetas. La escena de simulacro de atentado terrorista me hace poner los ojos en blanco, y que apele a mi reputación me devuelve a mi vieja posición de criminal que puede reincidir. Nunca consideré su muerte como opción para escapar de este acuerdo. No seriamente, tal vez alguna vez… enojada. De ahí a diseñar algo que pueda lastimarlo… En vez de ofenderme doy los pasos que restan hasta su escritorio haciendo que mis pasos suenen con fuerza y uso mis manos en vez de mi varita para romper el papel que lo envuelve. Apenas le causo una fisura cuando me detengo. —Por si esta cosa explota, ¿hay algo que quieras decirme? ¿Un último deseo que pedir?— esto lo digo con intención real.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Hombre sano, claro, como sea.

Su juego de palabras y tiempos se gana mi atención, tengo que admitirlo. Sé como mis ojos la siguen entre medio de las hojas que deberían ser mi centro, pendiente de lo que dice y de cómo lo dice. No obstante, mis labios se mantienen sellados y apretados hasta lo último, regalándole una sonrisa partícipe, teniendo por un breve instante la imagen mental de Scott en uno de los bares al cual suelo acudir — Pues te deseo suerte en tu búsqueda. ¿Quieres que te recomiende algún lugar? — más allá de que el mío es un modo irónico de hablar, puedo darle indicaciones. Tal vez, alguien que no sea yo tiene un poco de diversión esta noche. Siempre sirviendo al prójimo, para variar.

Lo bueno de todo esto es que ella, a pesar de rodarme los ojos de esa manera que solo aumenta mi diversión, se acerca sin chistar y empieza a abrir el paquete. No puedo disimular el movimiento que hago hacia delante para tener una mejor vista, pero entonces ella se detiene y levanto el rostro en su dirección — ¿Deseo? Deseos, deseos, deseos… — entorno mis ojos y los alzo hacia el techo, prensando los labios y dándome golpecitos en el mentón con dedos rítmicos — Déjame pensarlo un momento. Porque tengo cientos de deseos y muy pocas palabras que me gustaría tomar como mis últimas — No sé por qué, pero empiezo a sentir todo este juego de idiotez bastante entretenido. Nadie puede culparme, si tomamos en cuenta el factor de que estoy agotado, pero rápidamente las carpetas dejan de importarme y sé que puedo darme ese gusto por cinco minutos. Tengo toda la noche para hundir mi nariz en ellas.

¿Lo preguntas porque serías tan considerada de cumplir mi última petición? Jamás creí que fueses una persona tan amable, Scott — mi sonrisa en su dirección es algo descarada cuando, sin cambiar la postura, detengo los dedos en mi barbilla y mi mirada vuelve a ella con ojos entretenidos. Dudo de que alguien con su inteligencia tuviese el atrevimiento de cometer una estupidez tan grande en un sitio como este, pero de igual manera cuando bajo las manos, mis dedos apenas rozan el papel — Me gusta esta nueva faceta tuya. No pensé que fueses alguien complaciente que, para variar, usa vestidos y va de levante por bares — no me contengo y estiro el cuello, tratando de ver como un niño por la pequeña fisura en el paquete que ella misma ha ocasionado — Espero que sea una nueva laptop. La mía se está empezando a estropear — mi voz se silencia y creo que por un momento solo puedo escuchar el sonido de un mosquito cerca de la ventana abierta, por la cual ingresa una fresca brisa. Me atrevo a elevar los ojos hacia ella, echando un poco el torso hacia delante para hablarle en un murmullo — Solo para aclararlo, estaba bromeando — porque para que la situación sea un poco más bizarra, podemos agregar bromas que hasta pueden sonar simpáticas. Como se nota que muero de sueño.
Hans M. Powell
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Invitado
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Una carcajada raspa mi garganta cuando hace su ofrecimiento y niego con la cabeza. —No hace falta, asumiré mis propios riesgos— digo. Conozco algunos sitios en el Capitolio y tengo el prejuicio de que visitando algún bar que me recomiende Hans, puede que me encuentre con personas que son de su entorno y, Merlín no quiera, mis chances se reduzcan a abogados de su departamento. También puede ser todo lo contrario, absolutamente lo opuesto, y que tenga que darle las gracias la próxima vez que nos veamos. No me convence ninguna de las posibilidades, me va mejor cuando yo elijo que dirección tomar, y de última, a nadie afecta más que a mí misma. —Como aprecio tu solidaridad, si alguna vez nos vemos por ahí te dejaré ser mi wingman—. No lo necesito, como en todo me gusta trabajar sola. Pero si quiere tomar partido en mis ligues, ¿cómo impedírselo?

Estoy tentada de reírme, lo que me impide es que también me siento molesta con su actitud, no quiero colaborar para que el aire entre los dos se vuelva más ameno. Mientras me habla también revisa las carpetas y yo no tengo otra cosa que hacer más que observarlo, fulminarlo con la mirada cuando no deja pasar la oportunidad de provocar mi mal humor, y le doy el gusto desquitándome con el paquete. Pero mi ánimo cambiante da forma a una sonrisa y ahí estoy otra vez, viéndolo todo como una travesura cuando percibo su expectativa por ver que hay debajo del papel. Ni siquiera merece tanta expectativa. Podría acabar con esto pronto y dejar que vuelva a sus tareas pendientes, que los dos tenemos una larga noche por delante y si tengo suerte espero verme tan cansada como él al final. —Piensa rápido tu deseo, porque el reloj está corriendo… diez, nueve, ocho…— comienzo la cuenta hacia atrás.

»Claro que lo cumpliría— respondo rápido, como si no hubiera dudas de eso. Pero un segundo demasiado rápido que suena falso. No voy a jurar con una mano en el corazón que cumpliré con su última voluntad, porque lo único que quería conseguir de él era una respuesta. No vamos a morir, esto no es una bomba, joder. Lo que obtengo a cambio es una oda a mis recién descubiertas virtudes de carácter. Puedo llevarle la contraria sobre ser complaciente, que está dicho como para arañarme la piel, o mofarme de sus palabras. Muerdo la sonrisa en mis labios y apoyo una mano en el borde de su escritorio para inclinarme. —Para que veas que las chicas con antecedentes también tenemos vestidos en el armario, sexo entre semana y practicamos la caridad— uso mi tono altanero para contestarle. Grandes méritos, claro.

Algo me impide tirar del papel roto y debe ser que desde mi posición puedo ver su rostro, de pronto tengo diez años y estoy reteniendo otra vez un juguete. Fui hija única, aprendí a compartir un poco más tarde que la mayoría de los niños. Puedo reír porque sus esperanzas estén puestas en una laptop, algo tan práctico. Desestima deseos de última voluntad y se conforma con una laptop. Suspiro como si fuera un caso perdido, y quiero creer que su aclaración tiene que ver con esto último. Solo para confirmar, pregunto: —¿Qué de todo?—. Repaso lo que acaba de decir, y si hace bromas es que está de mejor humor, así que puedo forzar a la suerte un poco más.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Puede que ella me amenace con una cuenta regresiva, pero mi expresión no se altera e incluso me atrevo a pasar mis ojos por el contorno de sus facciones, bajarlos por el resto de su cuerpo y regresar a sus orbes, dedicándole una sonrisa significante que se apaga en segundos debido al modo que tengo de relamerme los labios. No voy a pedir deseos, pero puedo encontrar el modo de obtenerlos de todos modos — Esa fue una afirmación veloz — mascullo con simpleza — ¿Tantas ganas tienes de cumplir mis deseos, Scott? — hablo con las palabras algo pausadas, tan bajo que parece que es un secreto entre las dos últimas personas en todo el piso. No puedo contenerme y alzo mis cejas, moviéndolas de arriba a abajo hasta soltar una risa entre dientes, casi muda.

Ella se inclina y mi instinto es el acercarme, cruzando los brazos sobre el escritorio y recargando parte de mi torso en ellos con el mentón alzado en su dirección — Bueno, me parece muy bien que las chicas con antecedentes hagan uso de cuestiones tan necesarias. Aunque eres la única que he conocido que no he encarcelado por voluntad propia, así que todo esto es nuevo para mí — alzo uno de mis hombros a pesar de que no despego mi mirada de la suya — Y, hoy en día, muy pocas son nuevas. Puedo otorgarte el placer de haberme causado una agradable sorpresa — sé lo que estamos haciendo. Sé que estamos tironeando de los nervios del otro, por deporte más que nada. Todavía me acuerdo de la conversación que tuvimos la última vez que nos vimos, pero no he pensado en ello desde que salí de su oficina. Ahora que la tengo delante una vez más, empiezo a cuestionarme que tan bien actué la última vez. Tal vez, soy solo incapaz de resistirme a un buen desafío, especialmente si tiene esa boca.

Su pregunta hace que balancee mi cabeza de un lado al otro con una risa suave, bajando la vista en el movimiento — La gran mayoría, pero especialmente eso último — me he acercado lo suficiente como para poder hablar en voz baja, pero aún no la miro porque estoy entretenido metiendo uno de mis dedos en el pequeño agujero que ella ha creado en el paquete — En general, solo me estoy metiendo contigo — tiro un poco del papel y ayudo a rasgarlo, aunque no del todo, porque me entretengo más elevando la vista hacia ella — Es placentero, ¿verdad? — es una pregunta que puede parecer salida de la nada, pero no lo es. Mi dedo juguetea entre el papel y raspo mi labio inferior con los dientes, hasta chasquear la lengua — El jugar con los nervios de las personas. Hacerlas enfadar o tan solo desconcertarlas por cinco segundos. Creo que se ha vuelto un hobbie de los míos en los últimos años — otro pequeño tironcito al papel, a pesar de que ni lo miro. Tengo un entretenimiento mejor — ¿No lo crees? — es una pregunta que hasta suena inocente — Digo, porque parece que tú entiendes el juego tan bien como yo — enderezo un poco la espalda, presionando un poco más mi torso contra el borde del escritorio al sonreír vagamente — ¿De verdad viniste solo a dejarme un paquete que podrías haberme enviado, Scott, o necesitas de tu wingman? O quizá… — otro tironcito al paquete — ¿Solo estabas aburrida? — no la culpo. Todos buscamos como entretenernos cuando llega la noche.
Hans M. Powell
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Invitado
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Si es tu último deseo, claro que…— no sé para qué busco una explicación convincente que pueda minimizar los daños de mi afirmación anterior. Retroceder sobre mis palabras es como dar un paso atrás y eso afecta un poco mi orgullo, así que toca seguir avanzando hasta donde tenga que llegar. Tengo que alzar un poco la barbilla al ver cómo se sonríe, aún me puedo escudar en mi altanería, pero no encuentro respuesta que darle porque su pregunta es tan maliciosa y ambigua, que me obliga por instinto a dar una negativa y en cambio estoy dejando que por el silencio suponga. No es de extrañar que me gane el calificativo de complaciente, y tenga que reafirmarme en todas las cosas que supone de mí esta noche. Puedo darme cuenta que le estoy dando la razón en todo lo que cree observar en mí, y pese a que lo hago en tono irónico, es como si quisiera demostrarle un punto. Y no me parece que consista en ser llamada una sorpresa agradable, hay algo ahí que no me cierra. ¿Qué viene ahora? ¿Me dará palmaditas en la cabeza?

Son los efectos extraños de la novedad— murmuro, con ese pensamiento me retraigo un poco. —No te encariñes con la idea de lo nuevo, porque después de un tiempo deja de serlo— le aconsejo. —Y ya no hay sorpresa, ni es agradable—. Con lo cerca que estamos puede ver en mis ojos la precaución, lo oscuros que se vuelven cuando no hay humor echando luz. Me tengo prohibido pensar en mí como si fuera una pieza especial en su juego de estrategia porque me haya ganado su perdón hace unos años. Era una desconocida para él en ese entonces, así que no había motivos de trasfondo que lo impulsaron a actuar como lo hizo. Siempre me dije que fue suerte, nada más que suerte, tener una segunda oportunidad de mantenerme en la línea que habían trazado para mí. Sigo confiando en esta, aunque se la presté a alguien más y me olvidé de este detalle.

Repasó todo lo que me ha dicho desde que atravesó la puerta y sí, hay mucho de lo que podría disculparle si era una broma. La más importante es la referencia a mi reputación de terrorista, eso me quedará picando en la piel unos días más y no lo salva decir que solo fue un chiste. Pero si tengo que evaluar mis propios actos, también me ensaño con él y disfruto haciéndolo. Mi respiración se vuelve pesada cuando mi mirada cae en la suya y voy curvando mis labios en una sonrisa. —Muy placentero— coincido. Suelto una risa disimulada cuando lo define como jugar con los nervios de otras personas, que diplomático. Debe ser una habilidad útil en su profesión. El sonido del papel al rasgarse me pone nerviosa, todavía lo tengo en mi mano y es como un peso intangible, que nunca fue de mi real interés. Mi atención está puesta en su interrogante que espera mi respuesta. —¿Así que lo hago? ¿Te enfado y te desconcierto? ¿Afecto tus nervios?— susurro muy suavemente— Y ya te dije, voy a ganar.

La competitividad es la chispa que necesito para hacer frente a un nuevo movimiento que tiene el propósito de dejarme en jaque otra vez. —No a todas tus opciones. ¿Qué hay de ti? ¿Fue una sorpresa agradable verme aquí?—. Libero el paquete de la sujeción de mis dedos y uso mis manos para apoyarme en el borde de la mesa. —¿A qué pensaste que vine… a estas horas… con este vestido…? A las chicas no nos gusta que por nuestra ropa o por la hora juzguen que buscamos sexo, pero puedes ser honesto conmigo, no voy a criticarte— lo invito a hacerlo, es lo mismo que al pedirle que diga un deseo, solo quiero una respuesta de su parte y lo bordea todo que me obliga a ser insistente.
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Tengo que concederle la razón en eso; las sorpresas tienen su fecha de caducidad. Pero me agrada ver esa sonrisa en ella, porque sé que ha captado lo que quiero decir, porque los dos estamos en la misma sintonía a pesar de que ninguno lo diga específicamente. Ensancho mi boca hasta mostrarle la hilera de dientes delanteros cuando coincide conmigo, dejando en evidencia que disfruta del mismo pecado que yo. Imito su risa, apenas moviendo una de mis cejas una fracción de segundo, hasta que mis ojos se entornan en un gesto de recelo — No lo sé. Aún no lo descifro — confieso sin temor a como pueda tomar esas palabras. No son nervios. Creo que es más bien ansiedad. Lo bueno es que lo siguiente me arrebata otra risa cargada de incredulidad — No me hice rico perdiendo apuestas — ¿Le pusimos ese título o solo se dio a entender?

El tacto del paquete pasa a segundo plano cuando su postura cambia y, debo confesarlo, tomo aire e inflo el pecho para contenerlo un momento, haciendo un enorme esfuerzo por mantener el rostro impasible — Fue una sorpresa, aún no la califico. ¿Debería ser agradable? — Aunque no cambio mi postura, la cercanía que ella emplea al acercarse al borde del escritorio me obliga a erguir un poco la columna, encontrándome demasiado cerca como para negar que esta jugando sucio. Al final, suelto una risita y sacudo la cabeza con falsa incredulidad — Sé lo que estás haciendo — la acuso en un susurro. Su insistencia en un último deseo, el recuerdo de una apuesta que jamás diré que olvidé. Me tomo el atrevimiento de abusar de la situación e inclino la cabeza hacia un lado. Nuestras posturas me permiten que pueda rozar mis labios en el costado de su cuello, respirando de forma tal que puedo sentir mi propio aliento rebotando contra mí — Y que insistas en que hable no hará que ganes lo que acordamos. Dudo que mi última petición antes de morir sea el acostarme contigo — aunque si sigue jugando de esta manera, posiblemente mis nervios me traicionen.

Sé que estoy abusando, pero aún así presiono su piel con mi boca en un toque casual, que otras personas hasta calificarían como tímido. En realidad, es solo un testeo — Pueden buscar muchas cosas. En mi experiencia, pocas vinieron con otra idea… al menos que quieras que te ayude con una denuncia — me aparto unos centímetros y sacudo la cabeza para quitarme el pelo de los ojos, aprovechando la renovada distancia para una sonrisa nueva — Pero algo me dice que tú no harías eso. Creo que preferirías pedirle a cualquier otro abogado, juez o funcionario de este departamento que te haga favores legales, antes de volver a mí. Así que, dime una cosa — siento que respiro de nuevo cuando me vuelvo a reclinar, alejándome repentinamente de ella. Recargo ambas extremidades en los apoyabrazos y la analizo un momento, para luego volver a abrir la boca — ¿Quieres que piense que eres una sorpresa agradable? ¿O solo vas a sentarte ahí, proclamando lo mucho que deseas cumplir lo que te pida antes de morir? — la sola idea me muestra divertido y me mordisqueo la pielcita suelta que tengo en el labio inferior hasta quitarla — Eres muchas cosas, Lara, pero no eres una cobarde.
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Sí que te tomas tu tiempo para las cosas— resoplo. Me da un “no sé” para que me conforme, con el que no puedo hacer nada. Dice que tiene que descifrarlo, como si estuviera pidiéndole que me traduzca un mensaje en sirenio arcaico. Las personas que analizan lo que sienten están en un carril alternativo al mío, a veces con ventaja. No entiendo cómo lo hacen. Porque yo tengo que hacer acopio de mi reserva de paciencia para no empezar decirles qué es lo que sienten, actitud que sería muy autoritaria de mi parte. «Mira, yo creo que sí te pongo de los nervios». Pero no voy a hacer su tarea por él, que lo descifre solo. Tengo un juego que ganar. —Me alegro por ti, podrás secarte las lágrimas con galeones cuando pierdas esta vez— replico en un parpadeo, haciendo gala de un exceso de confianza que se podría venir en mi contra, situación de la que me preocuparé cuando se presente y elijo ignorar por el momento.

Agradable no es una palabra que me queda—. Tengo algo contra ese adjetivo, está claro. Me vuelvo un poco vehemente por culpa de mi insistencia, a mí también me pone en un borde inseguro. Mis nudillos pierden su color por la fuerza con que me aferro para no apartarme ni un centímetro y relajo la presión cuando la distancia se cierra. Giro mi rostro por instinto, así puedo respirar del mismo aire, con mi nariz tan cerca de acariciar su mandíbula. Mi sonrisa queda atrapada en medio de los dos, su protesta me causa gracia. —Lo pedirás antes, no te preocupes—. Puedo reírme de las muchas situaciones platónicas que creamos y preguntarme si esta es una de esas, no se siente real y se acaba pronto.

Conservo la sonrisa que tira de mis labios cuando se aparta y mis ojos se entrecierran mientras asimilo cada parte de su discurso, que se levanta entre nosotros como un muro que lo deja fuera de alcance. A mí me cuesta un poco más recuperar mi consciencia de visitante y cazo al vuelo algo sobre que si busco un abogado buscaría a cualquier otro antes que a él. —No lo haría— digo, y hay un nuevo viraje en la conversación en la cual lleva la voz cantante. Como esto tiene pinta de ser un asunto serio, considero sentarme, hasta que lo señala y sé que esto no es nada serio. Es halagador que diga que no soy una cobarde, pero la mayoría de los días… sorpresa, sí lo soy. Y es ahí cuando noto que lleva calificándome cada minuto. Esto sí, esto no. Lara es así, Lara no es así. Tengo algo para usar aquí y pienso hacerlo. —Tampoco me das respuestas explícitas cuando te las pido. ¿Eso te hace un cobarde?— a mi favor, no lo digo como si lo acusara.

Coloco las manos en mi cadera porque sí, yo todavía puedo decir algunas cosas con franqueza. —Vine a entregarte este paquete, porque estaba en el ministerio, porque me quedaba de paso. Porque no voy a evitarte, nunca. Porque me pararé aquí hasta que un día, tal vez otra noche de mierda, digas “Maldición, quiero acostarme contigo” y yo diré “Gané” — cierro los ojos y sonrío recreando esa escena de triunfo. Después regreso a la realidad. Puedo irme ahora y habrá alguien que me dirá exactamente las mismas palabras, y también puede que Hans las oigas de alguien más en un rato. Su secretaria cuando regrese, quizá. —Porque es placentero, ¿no? Jugar con los nervios del otro. Llevas años haciéndolo con mi deuda y ahora quiero participar del juego.
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No sé cómo es que está tan segura de sí misma, tan apegada a la idea de ganar algo que no voy a soltar a pesar de que su forma de moverse nos deja lo suficientemente cerca como para sentirla respirar en mí. La mordería solo para jugar sucio en un intento de silenciarla, pero es una actitud que opto por guardarme — No me preocupo — porque sé que no voy a hacerlo. Sé que puedo tirar hasta quedarme sin soga e igual así voy a encontrar el modo de salir ganando. Siempre ha sido así, no veo por qué con ella debería ser diferente. No tiene nada de especial, al menos que contemos el factor de que ella prefiere imitarme en lugar de seguirme la corriente. Es como coquetear con el espejo.

Creo que mi expresión es brevemente triunfante cuando, prácticamente, me da la razón sin vacilar. Lo malo es que me dura un suspiro, porque no tardo en reír con ganas, girando vagamente en mi silla. Por Merlín, qué mujer — Estudié abogacía. Soy algo así como un experto en evitar preguntas — explico con gracia, balanceando mi asiento de un lado al otro en un movimiento sutil, demasiado lento como para sentirlo — Pero intento ser lo más honesto que puedo contigo. Hasta ahora, creo que no te oculté nada — quitando aquellas preguntas de las cuales no conozco una respuesta.

Y ahí viene el discurso que estaba esperando. El paquete a medio rasgar se lleva mi atención visual solo dos segundos más, pero solo eso. Sé que mi sonrisa se apaga un poco, siendo apenas una sombra en la comisura de mis labios. Tamborileo los dedos en mi asiento, hasta que suelto una vaga risa que echa brevemente mi cabeza hacia atrás — Según tú, el modo de extorsionarme es con… ¿sexo que no puedo tener? — aventuro, porque técnicamente lo ha comparado con su propia deuda — Vaya, no sé si sentirme decepcionado u orgulloso de mí mismo — si solo pueden tocarme con eso, o hice algo muy bien o muy mal.

Estiro un brazo que pasa peligrosamente cerca de su rodilla y me hago con la taza que había olvidado. La vacío de un tirón, pero el ver el fondo apenas manchado por los rastros del café me hace saber de inmediato que necesito algo más fuerte. Lo aparto y me pongo de pie, acomodando por inercia mi saco y le doy la espalda, buscando la botella de whisky que decora el mueble más grande de mi oficina. El “pop” de la tapa invade el silencio de la habitación, chocando con el sonido del cristal y el hielo que revuelvo de la cubitera. Es un simple juego de alcohol que tengo que mantener dentro de mi despacho si no deseo volverme loco en algún momento de la semana y, a decir verdad, me ha hecho más que un favor en alguna que otra reunión laboral. Cuando me vuelvo hacia ella me bastan solo dos pasos para estar junto al escritorio y tenderle uno de los vasos — Al menos aquí tienes los tragos gratis — comento como si nada. Un sorbo y el sabor del alcohol me provoca el disfrutar de mi paladar, moviendo apenas el cristal entre mis dedos, mirándola como si deseara descifrar un código mágico especialmente complicado. Alquimia, eso es. Jamás me ha gustado la alquimia. Es complicada e irritante — Te mueres de ganas de qué lo diga. ¿No es así? — aventuro en un ronroneo. Me acerco lo suficiente como para que mis piernas se frenen con el escritorio y doy un golpecito al vidrio de mi vaso con uno de mis dedos — Maldición, quiero acostarme contigo — la cito, tal vez algo jocoso, y doy otro trago a pesar de que mis ojos siguen fijos en ella. Me tomo esa pausa para beber, me relamo y me fijo en su postura, hasta que peco de confiado. Me basta con acercarme un poco más para usar la mano libre en tomar su cintura, obligándola a sentarse al borde del mueble con un suave pero decidido tirón, hasta que puedo colocarme entre sus piernas para tener una mayor cercanía — Pero la cuestión es, Scott, que creo que eres tú la que se está muriendo por decirlo — no sé si sueno como un niño que ha descubierto un método de extorsión o un adulto que pretende mantener la seriedad. Mi mano acaricia su espalda baja hasta apoyarse sobre el mueble, justo detrás de ella, haciendo de soporte al peso de mi propio torso — Quieres que te lo pida para no perder, pero de verdad deseas hacerlo conmigo. Aquí, contra el mueble. O quizá la pared — revoleo los ojos como si considerase otras opciones, pero termino arrugando la nariz — Somos adultos, sabemos como funcionan las cosas. Al menos, yo sí admito que hay algo de ti que me pone ansioso. Y me da ganas de hincarte el diente… aaahí — estiro uno de los dedos que sujetan mi vaso de whisky para presionar gentilmente su labio inferior — Así que te doy tus opciones. Podemos abrir el paquete, ver qué es lo que has traído y luego te marchas a acostarte con cualquiera de la barra. O podemos seguir bebiendo. Tengo toda la noche y whisky de sobra — y si ella quiere solamente hablar mientras trabajo, puedo hacerlo. Sé que esto puede tomar hasta la madrugada.
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Si hay quienes buscan entender a una persona a través de su signo zodiacal, puede que estén equivocados de rumbo y basta echar un vistazo a la carrera que eligió. Sobre los abogados hay prejuicios que no me dejan aceptar esa supuesta honestidad de la que me habla, si no digo nada es porque habla del intento, porque recuerdo que me dijo que a su manera se ve como alguien decente. Yo no sé si honestidad tiene que ver con que ocultes cosas o simplemente no hables porque la otra persona no tiene por qué saberlo. La franqueza que ofrecemos es parcial, incluso cuando expongo abiertamente mis movimientos porque creo que eso me dará alguna ventaja, al enfrentarlo a lo que sí considero que es un acto honesto, tampoco le estoy diciendo todo.  

Fue bueno el recordatorio de que uno de los dos tiene experiencia en litigios y no soy yo, porque cuando mi discurso sirve para que salga airoso con un cuestionamiento que acaricia su propio ego, descargo mi mirada de fastidio en él y considero tomar el paquete abandonado para arrojárselo, que al guante puede darle un mejor uso esta noche que se queda solo en su despacho, que por hoy esta partida no avanzará más. Me niego a pensarlo como una retirada, aunque sea por terquedad. Rompe la escena que tenía en mente al ponerse de pie y remover el estante. —Oye, no puedes juzgar si no sabes de lo que estás perdiendo— señalo. Estoy siguiendo sus movimientos y los vasos cargados de licor son una tregua de minutos que desbaratan mi plan anterior, a menos que rechace el que me ofrece. Mis dedos se cierran alrededor del vidrio y ladeo la cabeza al observarlo detenidamente, desde sus ojos que sostienen mi mirada hasta sus labios que se mueven para decir su parte del guión. Espero una chispa de algo, pero no llega. —No funciona si lo dices así— murmuro y acerco el vaso a mis labios. —Y nadie muere de las ganas, que la frustración se resuelve de una u otra manera.

Le doy una probaba al whisky antes de tener que llevarlo contra mi pecho, al reacomodar mi postura a su cercanía repentina. Mis labios se abren para tomar una inspiración necesaria de aire y esta vez no soy indiferente al calor en mi piel, que se va extendiendo en una línea ardiente a lo largo del recorrido de su mano por mi espalda. —Se lo que estás haciendo— hay un disfrute en devolverle sus palabras. Alzo mi mano libre hasta el cuello abierto de su camisa y muevo un poco la tela para acariciar el costado de su garganta. —Te ríes de todo esto, pero estás tratando de ganar— susurro, porque quiere que imagine cómo sería y la admisión de que se siente ansioso es poco en comparación a lo que me pide a mí. También es un discurso de parcial sinceridad.

Resisto su toque desviando mi mirada hacia su mandíbula, mi mano se sujeta a su nuca y podría solo inclinarme, mojo mis labios como si estuviera a punto de hacerlo… —¿Por qué siempre que me das opciones ninguna parece la correcta?— pienso en voz alta. Puedo preguntar «¿Qué paquete?», porque dejó de ser importante, y voy admitir que si salgo de esta oficina para ir a buscar la primera opción de la noche, se va a sentir también como una retirada en la que no gana nadie. —Quieres matar este juego de una vez, porque no puedes manejar la ansiedad y eso te molesta—. Dejo mi rostro cerca del suyo y busco sus ojos. — No lo voy a decir. Pero puedo quedarme a beber, si quieres. ¿Quieres?—. Bebo lo que queda de mi vaso y lo agito.
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Puedo darte un punto en eso. Pero si te sacas las ganas con otra cosa… ¿En verdad te estás sacando las ganas? — es una pregunta retórica — Una cosa es desear tener sexo, otra muy diferente es desear a una persona. He ahí el dilema — no tengo problema en admitir que toda esta situación la ha convertido en una persona tentadora. Bien, jamás he negado o afirmado que puede ser una mujer atrayente, pero ante mis ojos ella se presentaba como una pila de papeles y negocios con un intenso carácter. No sé cómo fue que abrió la cajita de Pandora para transformar todo nuestro acuerdo en un campo de batalla, pero aquí estamos. En mi oficina, a horas de la noche, manteniéndome seguro de que no soy el único que siente la corriente fastidiosa en la punta de mis dedos.

Lo repite, obvio que lo hace. Mis palabras salen de su boca y me sonrío, delatándome en un suspiro apenas perceptible cuando sus dedos tocan mi piel allí dónde mi camisa le da el lugar — Ese es el quid de la cuestión, Scott — murmuro en un bisbiseo, agradecido por un tacto que parece arder con un calor que no esperaba encontrar esta noche dentro de mi despacho — Yo siempre estoy tratando de ganar — no tengo miedo de admitirlo, porque es algo que los dos sabemos muy bien del otro. Nos estamos matando por tener la última palabra, incluso cuando siento que el entorno se cierra y que despegarme de ella sería el calificarme como un cobarde que se rinde fácilmente. Y realmente espero que se acerque más, especialmente con el agarre a mi nuca que enciende una alerta, aunque no puedo no reír por lo bajo cuando simplemente se queda en eso, un amague.

Su pregunta posiblemente no espere una respuesta, pero yo alzo vagamente uno de mis hombros para dársela. Tal vez no hay una respuesta correcta y ese es el problema al cual nos enfrentamos, pero no se lo digo porque deseo que me dé alguna — ¿Qué si me molesta? — intento sonar algo incrédulo y mis cejas se alzan hasta perderse bajo el flequillo — Scott, me estás volviendo loco y es irritante — un poco más de sinceridad, para variar. ¿Quiero? Meditar me toma el momento en el cual paso la mano de su cintura a su muslo, jugueteando con tranquila suavidad por su contorno hasta presionar su rodilla. Es un falso momento de meditación, en el cual apenas bajo la vista para seguir el recorrido de mis dedos antes de volver a sus orbes, demasiado cerca como para fingir que no están ahí. Al final, la suelto para estirar la mano y darle un golpecito con los dedos a la carpeta, haciendo que ésta se cierre con una sonrisa tenue. El trabajo puede esperar.

Una parte de mí tiene el impulso de ir a buscar la botella para servirle más whisky, pero la otra me retiene contra ella y me obliga a beber un trago más con cuidado de no hacer que mi vaso choque contra su mentón en el proceso de vaciarlo. ¿Hasta cuando podemos jugar a esto sin matarnos el uno al otro? — Es un halago que elijas mi compañía sobre la de los ebrios del bar, de veras — apoyo el cristal sobre el escritorio y, con ambas manos libres, muevo mis hombros para quitarme el saco y lanzarlo contra la silla, más no por ella sino porque soy precisamente consciente de que el calor se está tornando un poco insoportable. Aprovecho el movimiento para estirarme y, sin más vueltas, tomo la botella y la acerco a nosotros, quitándole la tapa que me permite beber otro trago antes de pasársela. Acá es cuando la formalidad muere por completo y, si voy a embriagarme esta noche, al menos sé que servirá en caso de que pierda mi dignidad junto con mi orgullo. No le doy más vueltas y enrosco mis dedos dócilmente entre los cabellos de su nuca, ladeando un poco mi cabeza al removerme cerca de ella — Los dos sabemos que esto podría terminarse en dos segundos si dejáramos el orgullo de lado. ¿Verdad? — me aseguro de que no soy el único que piensa aquello y permito que la gravedad sucumba al hacer que mi frente presione la suya, atornillando la mano que me queda libre alrededor de su cintura para atraerla contra mí, en un intento de que su torso choque con el propio. Para mi desgracia, huele bien y se siente más suave de lo que habría esperado. Mis labios amenazan a atrapar los suyos, rozando con vaga presión el contacto, hasta que me siento sonreír en su boca — Cuando decidí hacer este trato contigo, no pensé que serías un grano en el culo. Tengo que recordarme el no salvarle el cuello a nadie más en el futuro si es que voy a terminar entre sus piernas — es un comentario divertido, subrayado por el modo de afianzar el agarre — ¿Debería empezar a arrepentirme? — quizá sí. O tal vez no. Todo está en los números.
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Esa es una línea con la que se tiene que tener cuidado de pisar, mi mente está demasiado ocupada con sus cosas como para tener a alguien ahí dando vueltas por culpa de la frustración. La histeria no está hecha para mí, que me gusta que las cosas estén claras y ser frontal con lo que se quiere. Porque alargar la espera también me pone impaciente y eso no es bueno. Cuanto más rápido acabe, puedo sacarlo de mi sistema y volver a lo mío. Me sorprende a mí misma lo segura que me siento de que podré hacerlo una vez que salga de aquí, entonces cada cosa volverá a su sitio. El problema está en que todavía no me fui y que esto no acabará hoy. —Y ahora conviertes los deseos en dilemas— suspiro.— Trataré de que este no me quite el sueño— digo, convencida de que puedo hacerlo. Se lo que es tener, lo que es perder y que haya cosas que están fuera de tu alcance. Puede que dentro un tiempo mire por encima de mi hombro y todo rastro de esta ansiedad haya desaparecido.

Me hace bien pensar que eso es posible para conservar un hilo de lucidez, cuando el calor en la habitación me abraza y podría acercarme solo unos centímetros para atrapar sus labios, descubrir por fin qué ocurre cuando se echa un cerillo sobre gasolina derramada. Sé que no es indiferente a mi roce como yo no lo soy a su contacto. Si tuviera que ganar por encima de una actitud fría, no lo encontraría tan satisfactorio. Y puedo vislumbrar una posibilidad de derrota, se vuelve más emocionante así, porque rechazo la idea de claudicar con más ímpetu. Puedo sonreír con mis labios mordiendo una carcajada al oír su admisión. Me divierte que diga que está irritado. —No es eso. Se parece pero es algo diferente…— me tiento en bromear y mis dedos en su nuca se desplazan hasta hundirse en su cabello, buscando por instinto acercarnos un poco más cuando continúa su roce, que se interrumpe de pronto.  

Pongo los ojos en blanco por la mención del bar al que no fui, ni iré, y mantengo el tono de hablar a la ligera: —¿Y dejarte aquí solo con todo este whisky y tu frustración? No soy tan cruel —. El amago de reírme queda en mi boca cuando lo veo hacer a un lado su saco, y mentiría si dijera que mantuve mis ojos en su cara, tomo la oportunidad para hacer un recorrido. Sin darme cuenta de lo que hago, dejo el vaso sobre el escritorio detrás de mi espalda, no me importa dónde. Tengo mi mirada de regreso a la suya cuando recibo la botella y bebo otro trago del alcohol que necesitamos para aplacar el orgullo. Pero el whisky también termina en alguna parte de la mesa, que espero sea lejos de un papel importante, porque mis manos vuelven a buscar la tela de arrugada camisa y tiro de él.

Esta vez sí me río, y en mis ojos no hay humor, sino una dura advertencia. —Si el costo es mi orgullo, exijo más de dos segundos. Demuéstrame qué merece que lo sacrifique— es un desafío arriesgado, cuando estoy en tensión por su agarre. Tiro con cuidado de las mangas de mi abrigo y dejo que se deslice hasta el suelo. Separo mis labios como si me faltara aire al sentir la caricia de su boca. Escucho lo que dice, a mí aún queda pensar qué recaudos debo tomar después de esta experiencia, y en fin como nunca hago caso de mis propios consejos de supervivencia, no tengo palabras sabias que darle. —Hago muchas cosas sabiendo que me arrepentiré después. Por esa razón estoy en esta deuda contigo, ¿no? No tiene caso pensar si habrá arrepentimiento o no después, porque cuando sabes que algo ocurrirá porque ya no puedes detenerlo, solo queda esperar que pase. Si te consume, entonces que arda—. Mi filosofía no le servirá, él vive con reglas distintas. Solo le expongo mi punto de vista, el por qué yo no voy a retirarme. Uso mi pulgar para delinear su labio inferior y subo con mis labios por su mandíbula, respiro pausadamente cerca de su oído, esperando a que resuelva su conflicto ético.
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Algo diferente, claro. Que se lo repita ella, en especial con la sensación de sus dedos en mi pelo. Todo esto es irritante, tanto como tentador. Son esos segundos donde pecar es el mejor camino que puedes tomar, porque seguir por la otra senda no te parece tentativo en lo absoluto. En definitiva, sospecho que las mejores cosas que se nos presentan deberían ser ilegales — ¿No eres tan cruel? Díselo a mí autocontrol — por suerte, creo que todavía queda un poco, vacilante por culpa del modo en el cual ella tironea de mi camisa para extinguir la distancia entre los dos. No sé dónde ha quedado la botella ni me importa. Sé que el paquete terminará en el suelo y tampoco me interesa. Nos estamos comportando como adolescentes instintivos, demasiado enfocados en la necesidad del calor embriagante como para dejarlo pasar. Lo sé porque reconozco el golpeteo en mi pecho, un poco más pesado debido a la repentina expectación de la adrenalina.

Bingo. Es lo único que salta como un cartel luminoso en cuanto su advertencia es seguida de su tapado cayendo al suelo con un frufrú que tomo como una demanda. Sé que mi sonrisa se amplía en automático, relamiendo una victoria que a estas alturas ya considero más personal que compartida. Intento empujar las dudas a un lado, oyendo como se apagan poco a poco y se escapan de la parte racional de mi cerebro, ayudadas por el modo que tiene de acariciarme y hacerme sentir su respiración en perfecta armonía con la mía. Si esperaba que no hubiese dudas, tendría que haber leído la placa en mi puerta antes de entrar. Toda mi vida gira en torno a leyes y normas. Es imposible que alguien como ella no signifique el romper algunas. Quizá es por eso que respondo aferrando sus muslos y enroscándolos en mi cintura para engancharla a mí, haciendo uso de mi diestra para colocarla en su espalda baja y así presionarnos en lo que podría ser un abrazo efusivo. Mi rostro se ladea en busca del suyo, hundiendo mi nariz en su cabello hasta rozar el contorno de su pómulo — Y creí que yo hablaba demasiado… — murmuro con una risa camuflada. Aprovecho el hundir las manos alrededor de su rostro y tiro vehemente de ella, permitiendo que mi boca demande la suya con un suspiro que reprimo en medio de mi garganta y que parece inflar todo mi torso hasta que lo dejo salir.

Si te consume, entonces que arda. Eso es lo que dijo hace segundos atrás, así que le hago caso porque ahora mismo no me importa el aceptar órdenes. Mis dedos se patinan por su cuello, exploran sus hombros y se clavan en su espalda, estrechándola con la fuerza como para hacer que el escritorio parezca inmenso en su totalidad. Mis labios descubren los suyos con una ansiedad que intenta ser suave pero que se queda a la mitad de camino, tratando de descifrar a qué sabe y que tan bien se siente. No puedo negar que es una satisfacción embriagante, como cuando te arrancas una cáscara que no dejaba de picar en un lugar especialmente molesto. Tengo que tomar una bocanada de aire cuando aprovecho a pellizcar sus labios con un ligero raspón de mis dientes, encontrándome con una sonrisa traviesa que está chocando con su boca — Solo diré una cosa, Scott — reconozco lo ronca que sale mi voz y sé que mi pulso se ha acelerado, pero aún así me las arreglo para buscar su mirada y mantenerla — Quiero que sepas que gané en cuanto te quitaste el abrigo — mis cejas se alzan un segundo en un gesto ganador y casi retador, pero se pierden en la expresión de mi risa entre dientes que acabo enmudeciendo al volver a buscar sus labios, con el ímpetu suficiente como para echarla vagamente hacia atrás. Y mis manos buscan acariciar y remarcar cada parte de su cuerpo que tengo al alcance, hurgando en los espacios de su vestido que dan lugar a la piel y sabiendo que esto es culpa del estúpido deseo contenido. Intento recordármelo momentáneamente cuando abandono su boca para remarcar con la mía el camino de su cuello, descendiendo con peligrosa confianza, porque si ya estamos en el baile, es mejor bailar y no perder los pasos.
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No me eches la culpa de eso— murmuro, desentendiéndome como la responsable de que esto se haya vuelta insoportable para él, si bien la intención era precisamente esa. Una parte de mí no se reconoce el mérito, si todo esto lo acercó a un límite que no quiere cruzar, son sus propios reparos que actúan con una fuerza en contradicción. Cuanto más se resiste, más se acerca, más intolerable se vuelve para él. —Solo tienes que decir las palabras…— y no retenerlas con el jodido autocontrol, el maldito orgullo, la inoportuna ética. Todo eso está retrasando mi victoria y me está empujando a mí al borde. Porque no puedo quedarme como una vestal a la espera de que ceda, cuando me embarga la misma ansiedad que lo atormenta con cada caricia y la presión de su cuerpo sobre el mío.

La condición estúpida de que teníamos que hacer explícito el pedido lo está complicando todo, porque no vamos a decirlo. Recibí más franqueza de su parte de la que esperaba, yo me reservo gran parte de la mía. Tiene que resolver unas cuestiones pendientes con su ego antes de que yo voluntariamente lo alimente. Soy mezquina con mis palabras, y me sorprende de que entre los dos, diga que soy quien habla mucho. Por favor. Estaba tratando de explicarle algo, tal vez instarlo a romper su control. Lo que pasa de largo es que también cargaré con mis arrepentimientos por haber provocado esto, por haber conjurado este desafío para apresurar y acabar la atracción sexual que siento por alguien que juzga y condena desde una posición contraria a la mía. Porque todo en lo que creo, personas como él se encargan de someter.

Sin embargo, quiero esto. Quiero que la corriente de electricidad se convierta en tormenta por el placer que me recorre al tener su cuerpo presionado al mío. Lo atraigo aún más, como si eso fuera posible, cuando encuentro su boca y cada centímetro de mi piel sufre el choque, el impacto reverbera en todo mi cuerpo después de la espera de algo que tardó demasiado. Dije que esto se trataba de tener algo al alcance de las manos que no se lograba atrapar. Esa parte del desafío quedó desbaratada, a punto de ser seguidas por otras. Mis manos tiran de su cabello y exijo de sus labios con codicia, porque la expectativa genera esta sensación de insuficiencia enferma. El espacio que se abre entre los dos como una tregua me hace consciente de la sujeción firme de mis piernas a su alrededor y el desastre que hice con su pelo. Él puede hablar, mientras estoy tratando de calmar mi respiración.

Escuchar su voz nunca estremeció mis nervios como en este momento, haciendo que se quiebren y se disuelvan en calor. Mi risa es inesperada, no sé cómo encontramos el humor en cada brecha. —No, Hans. El juego no es así. No puedes solo declararte ganador— aparto mi rostro y rompo en carcajadas, en serio no puedo creer lo arrogante que es. Y lo decidido que está a hacerse con este triunfo, a querer legitimarlo como suyo cuando esto recién está empezando. Sé que saltamos por encima de algunas reglas del desafío, pero lo único que ha quedado fuera es una capa superficial de ropa. Es nada. —Todavía puedo irme— alcanzo a decir y eso es todo, al segundo siguiente estoy mordiendo sus labios, arrasada por una nueva marea de sensaciones al tener sus manos erizando cada punto que tocan.

El descenso de su boca hace que ceda a la gravedad, puedo cerrar los ojos y caer en su escritorio. No fue por la botella de whisky que estaba cerca, ni mucho menos por las recatadas carpetas. Fue la idea de que estaba justo en el lugar donde Hans me quería, lo que me lleva a recobrar mi postura y liberarlo de mis piernas para empujarlo hacia atrás con mis manos en su camisa que no suelto. Lo conduzco un paso hacia atrás hasta la silla que se supone que me corresponde como su visita y lo hago sentar para poder acomodarme a horcajadas sobre su regazo. Eso me da una altura que me permite sonreír sobre su rostro y apartar el cabello de su frente para peinarlo hacia atrás, antes de inclinarme para un beso más suave si no es imposible entre los dos.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
En mi cabeza, todo esto suena como un coro de respiraciones agitadas y el roce de la tela contra tela, envolviéndonos como un montón de piel y ropa que se estrella y vuelve a estrellar en una batalla en un espacio limitado. Su manera de tocarme me resulta familiar, pero a su vez se siente como una experiencia completamente nueva. Quizá porque no acostumbro a que mantengan en hilo, pero encuentro una satisfacción diferente en cada toque de nuestros labios, en el sabor de su aliento o en como nuestras manos exploran el cuerpo ajeno con exaltada curiosidad. Siento que voy a asfixiarme, como si la corbata estuviese demasiado ajustada a pesar de encontrarse en un estado completamente opuesto, y aún así sé que deseo más. Su risa contagia la mía, pero mi respuesta solo es un divertido ruedo de ojos y un “pst” que ahogo al volver a besarla. Podría discutirle, lo sé, pero lo haré luego. Porque en el apretar de mis brazos, creo que queda bien en claro que no quiero que se marche. Ya llegamos a este punto como para emprender la retirada.

Tenerla recostada en el escritorio me da la libertad de experimentar la sensación de inclinarme sobre ella, de vislumbrar cómo es que mis dedos jueguen por su silueta mientras beso el camino que me lleva a sus clavículas. Para mí desgracia, solo es eso, porque Scott decide que es momento para tomar las riendas y empujarme. Relamo mis labios hinchados con una sonrisa torcida y alzo mis manos a ambos lados de mi rostro, dejando que mi cuerpo se tambalee hasta caer sobre la silla — Injusto — es una broma susurrante, que no dura demasiado porque su cuerpo acomodándose sobre mí es lo único que necesito para dejar de hablar. No obstante, tengo que confesar que me sorprende la suavidad con la que me besa, arrebatándome un suspiro que se desvanece en su boca. Le correspondo con una calma similar, aprovechando el contacto de nuestros labios para acomodar las manos en su espalda. Mis yemas marcan una ruta invisible por el camino de su columna, usando la contraria para empujar con cuidado su cintura. La interrupción viene en modo de pequeño toque, apenas usando mi lengua antes de ladear la cabeza y besar su pómulo. El descenso de mis besos por su cuello es secundado por mi caricia sobre su brazo, la cual sube hasta tirar un poco de su vestido para descubrir la piel de su hombro. Aunque es la punta de mi nariz la que se presiona contra su aroma en primer lugar, dura tan solo un segundo hasta que mis besos empiezan a caminar sobre su piel, doblando la curva de su cuello y jugando hasta llegar al inicio de su brazo — Eres tan… — mi susurro suena más áspero y profundo de lo normal, pero paso de aclararme la garganta. Me sonrío para mí mismo, escondiendo mi rostro en su cuello a la par que mi mano bordea su cintura, presiona su vientre y sube por el centro de su pecho, tratando de descubrir si este sube y baja tan rápido como lo hace el mío — … “seductora” no es la palabra, pero creo que se le acerca demasiado. Tal vez, “tentadora” …

Mi caricia sube hasta llegar a su cuello y vuelve a descender, remarcando el contorno de sus pechos y aferrándose a su muslo. No sé muy bien cual es la palabra que estoy buscando, así que me silencio haciendo uso de mi boca en algo tan fascinante como el continuar explorándola, rascando la superficie de su piel hasta rozar el inicio de su escote. Son mis manos las que buscan algo de la urgencia anterior, presionándose en sus piernas como si buscasen fundirse en ellas. Es un agarre sugestivo, trepador hasta colarse debajo de la falda de su vestido y, en consecuencia, la elevan a su paso al aferrarse a sus glúteos y pasar al toque de la piel de su espalda. La siento cálida, aunque no sé si es por ella o porque es mi temperatura corporal la que me está torturando. Me dejo hundir contra el respaldo de la silla, dejando ir un ligero jadeo que me delata y me obliga a alzar los ojos hacia ella, seguro de que debo tener las pupilas dilatadas — ¿Ya te arrepientes? — la testeo, marcando un poco más mis dedos contra su piel. Creo que esa es la señal que debería indicar con claridad de que yo no lo hago.
Hans M. Powell
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Injusto. Esa palabra en sus labios tiene un cariz diferente al que tendría en la boca de otras personas. —Es solo otro tipo de justicia— murmuro, que me pertenece y la que me coloca en una posición que me eleva, devolviéndome la sensación de control que estoy acostumbrada a ejercer. No seré tirana. Suspiro al acariciar su boca, mis manos elevándose por los lados de su cuello y delineando su mandíbula, podría trazar mil caminos por su rostro, tomarme el tiempo para estudiar con mis dedos cada detalle. El sosiego me zambulle en este estado en que cada respiración, cada segundo, pueden durar horas. Una ilusión dañina, porque es tan frágil que cuando se rompa estallará. Mientras tanto la disfruto, mi respiración se acompasa a la suya, mi piel se estremece con expectación al declive de sus labios, al roce de la tela al caer por mi hombro.

Mis manos van descendiendo por su espalda, sostengo sus hombros cuando inclino mi cuello para que pueda recorrerlo a gusto, así como hace con su tacto por encima de todo mi vestido que se volvió una capa pesada, irritando mi piel con su repentina aspereza al ser un obstáculo de tela entre los dos. Su camisa también lo es y, sin embargo, no hago nada para hacer que las circunstancias cambien. Permito que siga buscando una salida por su cuenta, yo me ocupo de retirar su corbata desecha y acerco mi aliento a su oído para que pueda notar el cambio cuando acerca su mano al centro de mi pecho. —Sigue pensando— musito, mi voz se rompe en un sonido grave y jadeante. Yo no puedo hacerlo, mi cuerpo reacciona en algunos lugares exigiendo la atención de su toque, totalmente fuera de mi voluntad.

Aunque sea yo quien está en mejor posición de los dos, literalmente, en esta posición él puede llegar a toda la piel que está por fuera y por lo bajo de mi ropa, aún tiene un intenso poder sobre mí por las sensaciones que me provoca. No se resigna a una actitud pasiva y eso está bien, porque se siente bien. Deslizo mis dedos por la hilera de botones de su camisa hasta caer cerca de la cintura de su pantalón. Me reacomodo encima de él cuando presiona mi muslo y es intencional cuando busco rozar su entrepierna para apartarme después. Me moldea con lo íntimo de su caricia por debajo de mi vestido y aprovecho el impulso de sus manos para que mi pecho quede cerca de su rostro, mi respiración anhelante chocando con su nariz. Puedo encontrarme con sus ojos cuando pregunta por mi arrepentimiento, y el tiempo pasa, estoy buscando mi voz en el jadeo rasposo de mi garganta, con mi cuerpo vibrando de la tensión y todo el calor acumulándose un poco más abajo del lugar donde se encuentran sus manos.

No— contesto. Beso su cuello, subo con suaves mordiscos. Presiento que este interrogante se volverá a abrir para nosotros dentro de un tiempo, que tendrá una respuesta diferente, porque esto es definitivamente un error y el arrepentimiento que no está incluido en el acto llegará, cuando el mundo haga sus movimientos para reubicarnos en nuestros lugares. Entonces yo recordaré con toda claridad quien es él, y sucederá lo mismo al revés: me verá nítidamente como soy. —Pero se siente como si tuviéramos que parar—. No me muevo ni un centímetro al decirlo, me cosquillea las manos para tirar de mi vestido y sacármelo, es la misma impaciencia que siento de abrir su camisa. Me estoy conteniendo porque no quiero que mi orgullo pase a tener el peso de una pluma, pero su persuasión es muy buena, muy excitante, no recuerdo a la última persona que me hizo sentir que cada milímetro de mi piel temblara de expectación. Lo estúpido sería alejarme. Alcanzo el ruedo de mi vestido y me muevo entre sus piernas al levantarlo casi al borde de mis muslos. —Piensa bien tu respuesta— digo y tiro de sus labios para ahogar todos mis pensamientos, saboreo su gusto en mi boca, apenas unos segundos antes de echarme hacía atrás. —¿Qué harías para que ganemos los dos?
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