OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Mayo
Mis padres me avisaron que teníamos un nuevo esclavo en casa y el sábado que regresé pude verlo dando vueltas por ahí. Lo observé desde mi trono que era el sofá de la sala, estudiando sus movimientos a la distancia, porque tenía que buscar la mejor manera de abordarlo y porque —siendo sincera— estaba asustada. Solté la revista que fingía mirar y bajé mis pies enfundados en medias al suelo, y como éste se encontraba tan limpio, fui hasta la cocina donde supuse que Sami se encontraría porque lo había visto desaparecer en esa dirección.
Calmé los nervios en mi estómago y subí a uno de los taburetes para quedar con los brazos acomodados sobre la barra de mármol. Estaba tan limpia, impoluta, como el resto del piso. Mis padres nunca admitieron una pelusa de suciedad incluso cuando no teníamos esclavo. Ellos consideran que tener a Sami es más que nada una cuestión de estatus, no lo necesitamos porque los vecinos tienen un esclavo, sus colegas tienen uno. Es parte del decorado obligatorio para que nuestra casa sea un modelo de revista, así como nuestra foto familiar.
—Si vas a quedarte con nosotros, Sami, creo que es necesario que acordemos un par de reglas— comienzo con mi expresión seria, exponiendo el caso llanamente y lo acompaño con el movimiento de mis manos que alisan la superficie vacía de la mesada. —Me dijo mamá que antes trabajabas con un diseñador—. Pese a que me pone nerviosa esta conversación, este detalle de su historia me había intrigado y casi hizo que me sintiera entusiasmada de tener un sirviente con esa experiencia. Me tranquiliza ver su rostro sereno, mucho mayor que yo. Si tan solo pudiera moverse por el piso como una presencia sosegada, que no altera nada, mucho menos a mí, podríamos convivir.
Mis padres me avisaron que teníamos un nuevo esclavo en casa y el sábado que regresé pude verlo dando vueltas por ahí. Lo observé desde mi trono que era el sofá de la sala, estudiando sus movimientos a la distancia, porque tenía que buscar la mejor manera de abordarlo y porque —siendo sincera— estaba asustada. Solté la revista que fingía mirar y bajé mis pies enfundados en medias al suelo, y como éste se encontraba tan limpio, fui hasta la cocina donde supuse que Sami se encontraría porque lo había visto desaparecer en esa dirección.
Calmé los nervios en mi estómago y subí a uno de los taburetes para quedar con los brazos acomodados sobre la barra de mármol. Estaba tan limpia, impoluta, como el resto del piso. Mis padres nunca admitieron una pelusa de suciedad incluso cuando no teníamos esclavo. Ellos consideran que tener a Sami es más que nada una cuestión de estatus, no lo necesitamos porque los vecinos tienen un esclavo, sus colegas tienen uno. Es parte del decorado obligatorio para que nuestra casa sea un modelo de revista, así como nuestra foto familiar.
—Si vas a quedarte con nosotros, Sami, creo que es necesario que acordemos un par de reglas— comienzo con mi expresión seria, exponiendo el caso llanamente y lo acompaño con el movimiento de mis manos que alisan la superficie vacía de la mesada. —Me dijo mamá que antes trabajabas con un diseñador—. Pese a que me pone nerviosa esta conversación, este detalle de su historia me había intrigado y casi hizo que me sintiera entusiasmada de tener un sirviente con esa experiencia. Me tranquiliza ver su rostro sereno, mucho mayor que yo. Si tan solo pudiera moverse por el piso como una presencia sosegada, que no altera nada, mucho menos a mí, podríamos convivir.
Cada día en el mercado había imaginado miles de escenarios distintos en los que era comprado. Imaginé dueños malévolos, buenas personas, líderes, simples empleados... Pero en cada una de mis fantasías yo siempre estaba conforme pues no importaba cuan malos fueran, no podía ser peor que el mercado. Creí que estaría cómodo pues ya había sido esclavo antes pero ni bien llegué a la casa de los Lackberg me sentí como el único humano en otro planeta. Dudo que esta casa algún día se convierta en mi hogar, si no me devuelven, será como estar eternamente de visita.
Lo primero que hago es darme un baño y cambiar mi ropa pues ya no aguanto un solo día más con los harapos con los que me tenían en el mercado. Luego como un poco y agradezco no ser molestado en mis primeros pasos por el lugar. Es una casa bonita y sumamente limpia lo cuál me hace dudar de hacia dónde estarán orientadas mis tareas, quizás quieren que cocine y no me molestaría para nada pues por lo que pude ver tienen la despensa llena con miles de posibilidades.
Decido ir una vez más hacia la cocina y tomo asiento en uno de los taburetes de la barra con un vaso de agua en mi mano. Vaya que extrañaba beber agua limpia en un vaso limpio con ropa limpia en un sitio limpio... Espero que James tenga la suerte de ser comprado pronto y así poder relajarse también.
La llegada de la señorita Lackberg me sorprende pero me apresuro a levantarme y hacer una pequeña reverencia. No es una costumbre que tenía con mi antiguo amo pero tengo entendido que muchos esperan eso de la servidumbre, como si fueran de la realeza - Obedeceré las reglas que tengan - respondo rápidamente. Ya era hora, en realidad, pues nadie me ha dado órdenes específicas hasta ahora - Así es, el señor Ricky Fitzgibbons, maravilloso mago y excelente diseñados - que en paz descanse - No se preocupe, señorita, no espero que me dejen vestir con diseños propios como el señor Fitzgibbons lo hacía. - me atajo antes de que diga nada más. Ahora mismo podría usar hasta un feo uniforme gris y no quejarme al respecto.
Lo primero que hago es darme un baño y cambiar mi ropa pues ya no aguanto un solo día más con los harapos con los que me tenían en el mercado. Luego como un poco y agradezco no ser molestado en mis primeros pasos por el lugar. Es una casa bonita y sumamente limpia lo cuál me hace dudar de hacia dónde estarán orientadas mis tareas, quizás quieren que cocine y no me molestaría para nada pues por lo que pude ver tienen la despensa llena con miles de posibilidades.
Decido ir una vez más hacia la cocina y tomo asiento en uno de los taburetes de la barra con un vaso de agua en mi mano. Vaya que extrañaba beber agua limpia en un vaso limpio con ropa limpia en un sitio limpio... Espero que James tenga la suerte de ser comprado pronto y así poder relajarse también.
La llegada de la señorita Lackberg me sorprende pero me apresuro a levantarme y hacer una pequeña reverencia. No es una costumbre que tenía con mi antiguo amo pero tengo entendido que muchos esperan eso de la servidumbre, como si fueran de la realeza - Obedeceré las reglas que tengan - respondo rápidamente. Ya era hora, en realidad, pues nadie me ha dado órdenes específicas hasta ahora - Así es, el señor Ricky Fitzgibbons, maravilloso mago y excelente diseñados - que en paz descanse - No se preocupe, señorita, no espero que me dejen vestir con diseños propios como el señor Fitzgibbons lo hacía. - me atajo antes de que diga nada más. Ahora mismo podría usar hasta un feo uniforme gris y no quejarme al respecto.
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Paso de la reverencia de Sami como si no hubiera nada trascendente en ello, supongo que es un gesto que naturalizamos. Estamos atrapados en jerarquías, desde amos y esclavos hasta las que ocupamos en el colegio y en un futuro cercano en el ministerio. De una u otra manera, todos reverenciamos a los que están arriba. Lo tengo presente porque aspiro ascender en esta escala social, no te especializas en leyes porque te guste trabajar en una oficina de dos por dos y bajar la cabeza ante un jefe. Creo en mis aptitudes para ascender como lo hicieron mis padres, estamos hechos para eso. Porque no tenemos nada más que sea más importante que eso.
Y, obviamente tengo autoridad por encima de Sami, no quiero que crea que porque soy joven y todavía una estudiante, tendremos una relación fácil para él. Su obediencia inmediata no me convence, es lo que todos están obligados a decir y luego sus acciones no van acordes. Es pronto para juzgar que todo irá bien con el nuevo esclavo. Pero no soy una persona cruel, tengo el propósito de dejar claros mis puntos sin usar los honores que se les conceden a los amos para educar a sus esclavos. Todavía creo en el poder de las palabras, en la diplomacia. —No se puede esperar nunca que haya dos amos iguales— comento. No estoy segura de que Sami llegue a opinar de nosotros así como lo hace con su anterior dueño, ni que espere que tengamos un guardarropa de lujo para él. En mi casa los colores que predominan son el negro, el blanco y… ¡sorpresa! El gris. En mi armario, bien escondidos detrás de las puertas, tengo abrigos y tapados de colores estridentes para romper con la monocromía.
—Lo de ofrecerte diseños exclusivos…— vuelvo sobre eso— Mamá espera que puedas ser quien nos ayude con eso. Te darás cuenta pronto que…— recorro toda la cocina con mis ojos, inspeccionando las alacenas cerradas, los electrodomésticos mágicos que parecen a estrenar. Creo que en el único objeto personal que hay es una enredadera que cae desde su maceta en la parte superior de la alacena. En la sala al menos hay dos fotografías enmarcadas de nosotros, en cada una estoy posicionada en el medio para mantener la distancia entre mis padres. —Hay muy poco para hacer en esta casa. Es poco lo que nos verás durante el día y no te preocupes por la comida, vivimos de lo que respiramos en el día— bromeo sobre esto con un semblante carente de cualquier expresión.
»La regla número uno es que nunca me busques si yo no te busco, ¿ok? Como ahora—comienzo, mostrando el dedo índice en alto y a punto de levantar un segundo dedo. — Dos: si quieres entrar en una habitación en la que yo estoy, me pides permiso y esperas a que te lo de— y si nada me lo impide, cambiaré de habitación. Quiero limitar mi contacto con Sami a la menor cantidad de veces posibles.
Y, obviamente tengo autoridad por encima de Sami, no quiero que crea que porque soy joven y todavía una estudiante, tendremos una relación fácil para él. Su obediencia inmediata no me convence, es lo que todos están obligados a decir y luego sus acciones no van acordes. Es pronto para juzgar que todo irá bien con el nuevo esclavo. Pero no soy una persona cruel, tengo el propósito de dejar claros mis puntos sin usar los honores que se les conceden a los amos para educar a sus esclavos. Todavía creo en el poder de las palabras, en la diplomacia. —No se puede esperar nunca que haya dos amos iguales— comento. No estoy segura de que Sami llegue a opinar de nosotros así como lo hace con su anterior dueño, ni que espere que tengamos un guardarropa de lujo para él. En mi casa los colores que predominan son el negro, el blanco y… ¡sorpresa! El gris. En mi armario, bien escondidos detrás de las puertas, tengo abrigos y tapados de colores estridentes para romper con la monocromía.
—Lo de ofrecerte diseños exclusivos…— vuelvo sobre eso— Mamá espera que puedas ser quien nos ayude con eso. Te darás cuenta pronto que…— recorro toda la cocina con mis ojos, inspeccionando las alacenas cerradas, los electrodomésticos mágicos que parecen a estrenar. Creo que en el único objeto personal que hay es una enredadera que cae desde su maceta en la parte superior de la alacena. En la sala al menos hay dos fotografías enmarcadas de nosotros, en cada una estoy posicionada en el medio para mantener la distancia entre mis padres. —Hay muy poco para hacer en esta casa. Es poco lo que nos verás durante el día y no te preocupes por la comida, vivimos de lo que respiramos en el día— bromeo sobre esto con un semblante carente de cualquier expresión.
»La regla número uno es que nunca me busques si yo no te busco, ¿ok? Como ahora—comienzo, mostrando el dedo índice en alto y a punto de levantar un segundo dedo. — Dos: si quieres entrar en una habitación en la que yo estoy, me pides permiso y esperas a que te lo de— y si nada me lo impide, cambiaré de habitación. Quiero limitar mi contacto con Sami a la menor cantidad de veces posibles.
El nerviosismo me hace contener la respiración y temo desmayarme allí mismo por la falta de oxígeno, pero ni siquiera me atrevo a exhalar pues temo a que ese simple acto pueda cambiar lo que está diciendo la joven. Creo que ni ella es consciente de su amabilidad, aunque es difícil juzgar a los magos ya que están acostumbrados a maneras muy distintas a las nuestras, al menos a las que solíamos tener antes de ser encerrados en el mercado y obligados a ser esclavos.
Guardo silencio hasta que termina de hablar y proceso todo con cuidado. En realidad, esas dos normas bien podría no habérmelas dicho y yo no las habría roto pues el señor Fitzgibbons jamás habría permitido tanta falta de respeto hacia su persona... ¿Acaso no es lo esperable por parte de nosotros? Quizás James tiene razón y hasta ahora me he estado conformando con muy poco, la vida es más que tener una cama cómoda y comida sobre la mesa, pero el mercado nos hace eso, rompe nuestro espíritu hasta ver a nuestros amos como la salvación de tan terrible lugar.
-Señorita Lackberg, quizás he entendido mal - comienzo con los ojos abiertos de par en par, gesto que no me favorece ya que soy consciente de que de por si tengo los ojos bien grandes, pero no puedo con mi asombro - ¿Quiere decir que gran parte de mis labores tendrán que ver con el diseño? - pregunto y luego trago saliva, aunque creo que necesito mínima mente un litro de agua.
Eso sumado al hecho de que al parecer no están mucho en casa, lo que quiere decir que tendré muchísimo tiempo libre para cantar y bailar en calzones y medias por toda la sala ¡Maravilloso! Aunque, pensándolo de nuevo, será como vivir en una burbuja. No podré escuchar conversaciones a no ser que haya elegantes cenas en las que tenga que servir o a no ser que me saquen de la casa por alguna razón, quizás para hacer las compras y demás... pero no hay muchas noticias decisiva en el supermercado.
-En cuanto a la comida, me gusta cocinar y me considero bueno en eso... Así que puedo preparar lo que sea cuándo lo necesiten - o lo haré para mí en el tiempo libre. Será bueno comer pato en lugar de rata para variar.
Guardo silencio hasta que termina de hablar y proceso todo con cuidado. En realidad, esas dos normas bien podría no habérmelas dicho y yo no las habría roto pues el señor Fitzgibbons jamás habría permitido tanta falta de respeto hacia su persona... ¿Acaso no es lo esperable por parte de nosotros? Quizás James tiene razón y hasta ahora me he estado conformando con muy poco, la vida es más que tener una cama cómoda y comida sobre la mesa, pero el mercado nos hace eso, rompe nuestro espíritu hasta ver a nuestros amos como la salvación de tan terrible lugar.
-Señorita Lackberg, quizás he entendido mal - comienzo con los ojos abiertos de par en par, gesto que no me favorece ya que soy consciente de que de por si tengo los ojos bien grandes, pero no puedo con mi asombro - ¿Quiere decir que gran parte de mis labores tendrán que ver con el diseño? - pregunto y luego trago saliva, aunque creo que necesito mínima mente un litro de agua.
Eso sumado al hecho de que al parecer no están mucho en casa, lo que quiere decir que tendré muchísimo tiempo libre para cantar y bailar en calzones y medias por toda la sala ¡Maravilloso! Aunque, pensándolo de nuevo, será como vivir en una burbuja. No podré escuchar conversaciones a no ser que haya elegantes cenas en las que tenga que servir o a no ser que me saquen de la casa por alguna razón, quizás para hacer las compras y demás... pero no hay muchas noticias decisiva en el supermercado.
-En cuanto a la comida, me gusta cocinar y me considero bueno en eso... Así que puedo preparar lo que sea cuándo lo necesiten - o lo haré para mí en el tiempo libre. Será bueno comer pato en lugar de rata para variar.
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Mi espalda se pone recta al creer que está a punto de oponerse a una de mis reglas, pero para el nuevo esclavo lo más importante siguen siendo los diseños. Espero que haya prestado atención a lo que dije sobre no compartir espacios a menos que lo conceda, porque no quiero descuidos por ser incapaz de pensar en otra cosa que no sea ropa exclusiva. Ni siquiera imagino que sea posible que esas reglas las conozca de sobra. Las armé pensando en mí, una y otra vez en mí, es poco de lo que sabemos de la historia que traen los esclavos y no solemos preguntar. Porque no nos interesa. Permitir que Sami recupere parte de sus tareas con su viejo amo es una excepción, es aceptar que no es una tabla rasa sobre la que podemos escribir.
—Digamos que serás nuestro asesor particular de imagen — uso esas palabras para ser lo más clara posible en lo que mi madre espera de él y yo también por conveniencia. Mi madre no tiene aspiraciones de una posición influyente en el ministerio, tiene una reputación que todavía puede manejar dentro de su departamento y no cree que haga falta rodearse de asesores políticos como otros colegas de mayor influencia. Pero la idea de un esclavo que le ayuda a decidir qué chaqueta usar en el día a día, la entusiasma. Entre semana no estoy yo para darle mi opinión, y… si espera que mi padre diga algo, bien puede irse en bata al ministerio. Ellos no se hablan. Me guardo este dato para no dárselo a Sami, si lo menciono será como darle importancia, y es algo que irá notando con el paso del tiempo.
—¿Lo dices en serio? Bien, entonces prepara algo mientras sigo diciéndote las reglas para nuestra convivencia — ordeno, porque puedo hacerlo, aunque el tono exigente es natural que ni siquiera me doy cuenta que lo planteo como un mandato. ¿Cuándo fue la última vez que comí algo en casa para lo que haya usado ollas y utensilios? Hice mis intentos algunos fines de semana, por la necesidad humana de alimentarme, pero me va mejor con todo aquello que puedo servirme directamente de una caja de cartón o cuyos ingredientes no tienen que cocinarse. —La tercera regla consiste en que no puedes tocarme— sostengo mi mirada en alto aunque me cuesta, para continuar con una falsa actitud de serenidad. — Si me tropiezo, si me lastimo… No puedes tocarme.
—Digamos que serás nuestro asesor particular de imagen — uso esas palabras para ser lo más clara posible en lo que mi madre espera de él y yo también por conveniencia. Mi madre no tiene aspiraciones de una posición influyente en el ministerio, tiene una reputación que todavía puede manejar dentro de su departamento y no cree que haga falta rodearse de asesores políticos como otros colegas de mayor influencia. Pero la idea de un esclavo que le ayuda a decidir qué chaqueta usar en el día a día, la entusiasma. Entre semana no estoy yo para darle mi opinión, y… si espera que mi padre diga algo, bien puede irse en bata al ministerio. Ellos no se hablan. Me guardo este dato para no dárselo a Sami, si lo menciono será como darle importancia, y es algo que irá notando con el paso del tiempo.
—¿Lo dices en serio? Bien, entonces prepara algo mientras sigo diciéndote las reglas para nuestra convivencia — ordeno, porque puedo hacerlo, aunque el tono exigente es natural que ni siquiera me doy cuenta que lo planteo como un mandato. ¿Cuándo fue la última vez que comí algo en casa para lo que haya usado ollas y utensilios? Hice mis intentos algunos fines de semana, por la necesidad humana de alimentarme, pero me va mejor con todo aquello que puedo servirme directamente de una caja de cartón o cuyos ingredientes no tienen que cocinarse. —La tercera regla consiste en que no puedes tocarme— sostengo mi mirada en alto aunque me cuesta, para continuar con una falsa actitud de serenidad. — Si me tropiezo, si me lastimo… No puedes tocarme.
Es increíble como una simple frase puede cambiar completamente el rumbo de tus pensamientos. La idea es muy tentadora, de hecho todo el fondo de la cocina detrás de la señorita Lackberg desaparece para ser reemplazada por fondos y luces imaginarias. Días de sol, noches elegantes, bailes escolares y restaurantes para citas... De verdad vienen mil ideas a mi mente. Ella es muy bella así que estoy seguro de que lucirá muy bien lo que tengo en mente, por supuesto sin cometer el gran pecado de creer que cualquier cosa le quedará bien solo por ser bella.
- Esperaré ansioso a para poder realizar mis tareas - respondo con una sonrisa y las manos entrelazadas detrás de mi espalda, sacando pecho, pues aún antes de comenzar estoy orgulloso de lo que voy a hacer. Además es una gran oportunidad ya que son tres estilos completamente distintos, un padre de familia, una mujer destacada y una joven que arrasará con el mundo, así los veo.
Ni bien recibo la orden voy hacia el refrigerador y comienzo a sacar ingredientes. También doy un rápido paseo por la alacena para sacar una cuántas cosas más y decido hacer un poco de sushi pues no se me ocurre nada más elegante y que diga Capitolio para festejar mi salida del mercado de esclavos - Comprendo, señorita - respondo con la siguiente regla - Pero si considero que la herida es demasiado grave me tomaré la libertad de llamar a un medimago para que la atienda - advierto con la voz segura.
En realidad es algo extraño que ponga tantas distancias, me pregunto si habrá tenido algún problema con esclavos anteriores... Quizás se sobrepasó con ella o intentó hacerle daño pues no es raro encontrarse con humanos que pierden la paciencia bajo las órdenes de sus dueños. Aún así, la señorita Lackberg parece una buena joven así que realmente dudo que le haya pedido a mis antecesores algo completamente descabellado.
- Espero que el sushi sea de su agrado, puedo exprimir algún jugo si así lo desea.
- Esperaré ansioso a para poder realizar mis tareas - respondo con una sonrisa y las manos entrelazadas detrás de mi espalda, sacando pecho, pues aún antes de comenzar estoy orgulloso de lo que voy a hacer. Además es una gran oportunidad ya que son tres estilos completamente distintos, un padre de familia, una mujer destacada y una joven que arrasará con el mundo, así los veo.
Ni bien recibo la orden voy hacia el refrigerador y comienzo a sacar ingredientes. También doy un rápido paseo por la alacena para sacar una cuántas cosas más y decido hacer un poco de sushi pues no se me ocurre nada más elegante y que diga Capitolio para festejar mi salida del mercado de esclavos - Comprendo, señorita - respondo con la siguiente regla - Pero si considero que la herida es demasiado grave me tomaré la libertad de llamar a un medimago para que la atienda - advierto con la voz segura.
En realidad es algo extraño que ponga tantas distancias, me pregunto si habrá tenido algún problema con esclavos anteriores... Quizás se sobrepasó con ella o intentó hacerle daño pues no es raro encontrarse con humanos que pierden la paciencia bajo las órdenes de sus dueños. Aún así, la señorita Lackberg parece una buena joven así que realmente dudo que le haya pedido a mis antecesores algo completamente descabellado.
- Espero que el sushi sea de su agrado, puedo exprimir algún jugo si así lo desea.
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Sami es tan políticamente correcto con sus respuestas como lo son la mayoría de los esclavos, cosa que en un tiempo confundí con amabilidad. Esta vez tomo el recaudo de pensar en la aceptación de su tarea con distancia. Me desenvuelvo tan bien sola, soy tan celosa de mi espacio personal, que la mayoría cree que siempre fue así, alguien hecho para estar solo. Pero ningún niño quiere estarlo, ninguna chica que está pasando cambios que no entiende y no tiene una mamá que le dé todas las respuestas, así que tiene que buscarlas por su cuenta.
Entonces caí fácil en confundir la sumisión de alguien con amabilidad, la amabilidad con algo más. Esa persona era totalmente indiferente, no fue su culpa. Soy yo la que tiene que recordar que el contacto no necesariamente implica vincular un sentimiento con alguien. Algunas personas solo pasan, solo existen alrededor, ni siquiera pueden ser consideradas personas… Miro al nuevo esclavo y el curso de mis pensamientos se detiene. —Sí, eso estaría bien. Puedes llamar a alguien más si hace falta—. Un medimago es la mejor opción, hago todas mis apuestas que llegaría antes y sería de más utilidad que comunicar a cualquiera de mis padres.
Soy terriblemente injusta con ellos al pensar de esa manera, pero dentro de mi mente las normas no son tan ordenadas. Puedo llegar a asustarme de las cosas que pienso. Por eso me exijo cumplir con reglas que me invento para ponerme frenos a mí misma, y si puedo, se las impongo a alguien más. Un esclavo no tiene derecho a rechistar. Sami no lo hace, claro. Pero no quiero ponérselo tan fácil, solo para seguir marcando distancia. —No como peces— eso es mentira. —Me agradan y comerlos me da culpa—. Sushi es algo que puedo y suelo comer en restaurantes con mis padres, no quiero algo tan elaborado y… tan poco hogareño, cuando tengo la oportunidad en tanto tiempo de tener una cena en casa. —¿Sabes hacer frikadeller? Son algo así como albóndigas fritas. Mi abuela solía hacerlas para mi padre y sus hermanos. Murió antes que yo naciera, así que nunca pude probarlas—. Por el retrato que tengo de ella, somos muy parecidas. Es como verme en un espejo de cómo seré dentro de cincuenta años.
Entonces caí fácil en confundir la sumisión de alguien con amabilidad, la amabilidad con algo más. Esa persona era totalmente indiferente, no fue su culpa. Soy yo la que tiene que recordar que el contacto no necesariamente implica vincular un sentimiento con alguien. Algunas personas solo pasan, solo existen alrededor, ni siquiera pueden ser consideradas personas… Miro al nuevo esclavo y el curso de mis pensamientos se detiene. —Sí, eso estaría bien. Puedes llamar a alguien más si hace falta—. Un medimago es la mejor opción, hago todas mis apuestas que llegaría antes y sería de más utilidad que comunicar a cualquiera de mis padres.
Soy terriblemente injusta con ellos al pensar de esa manera, pero dentro de mi mente las normas no son tan ordenadas. Puedo llegar a asustarme de las cosas que pienso. Por eso me exijo cumplir con reglas que me invento para ponerme frenos a mí misma, y si puedo, se las impongo a alguien más. Un esclavo no tiene derecho a rechistar. Sami no lo hace, claro. Pero no quiero ponérselo tan fácil, solo para seguir marcando distancia. —No como peces— eso es mentira. —Me agradan y comerlos me da culpa—. Sushi es algo que puedo y suelo comer en restaurantes con mis padres, no quiero algo tan elaborado y… tan poco hogareño, cuando tengo la oportunidad en tanto tiempo de tener una cena en casa. —¿Sabes hacer frikadeller? Son algo así como albóndigas fritas. Mi abuela solía hacerlas para mi padre y sus hermanos. Murió antes que yo naciera, así que nunca pude probarlas—. Por el retrato que tengo de ella, somos muy parecidas. Es como verme en un espejo de cómo seré dentro de cincuenta años.
No todo puede ser perfecto el primer día así que no me extraña escuchar la primer negativa. Aún así ruedo los ojos al escuchar su excusa, sin que ella pueda verme, por supuesto. Me agradan la mayoría de los animales y, según su lógica, tendría que limitarme a cometer canibalismo mágico pues hasta una vaca merece más que ellos con las cosas que nos hacen. En el mercado nos obligan a comer lo que hay disponible así que no hay chance de ser muy quisquilloso, pero en otra vida seguramente sería vegano.
-Fleischküchle - respondo pues creo saber a qué se refiere pero las conozco con otro nombre. Así que guardo el pescado y saco algo de carne en su lugar. Preparé el plato una sola vez en mi vida pero estoy seguro de que lograré hacerlo a la perfección. Lo único que lamento es que no podré comer sushi, pero supongo que puedo hacerlo cualquier otro día solo para mí - ¿Prefiere una guarnición fría o caliente? Puedo hacer ambas si gusta - pregunto comenzando a preparar la carne picada.
La cocina no es tan grande como la del señor Fitzgibbons pero me basta para sentirme en el paraíso una vez más. He visto como cocinan algunos magos, dedicándose a tres o cuatro tareas a la vez gracias a la magia; y si bien yo no puedo hacer eso, es tan amplia que no temo intentarlo pues está todo al alcance de mi mano.
- Recomiendo papas al horno, puedo hacerlas con un poco de perejil en el interior y quedan de maravilla - es algo complicado y casi artesanal, pero el resultado final vale la pena - Olvidé preguntar... ¿Alguna alergia que deba tener en cuenta? ¿Frutos secos? ¿Condimentos? ¿Pelo de perro? - no es que vaya a traer uno pero a veces cuando veo uno por la calle no puedo evitar acariciarlo y podría terminar accidentalmente causando un ataque de estornudos.
-Fleischküchle - respondo pues creo saber a qué se refiere pero las conozco con otro nombre. Así que guardo el pescado y saco algo de carne en su lugar. Preparé el plato una sola vez en mi vida pero estoy seguro de que lograré hacerlo a la perfección. Lo único que lamento es que no podré comer sushi, pero supongo que puedo hacerlo cualquier otro día solo para mí - ¿Prefiere una guarnición fría o caliente? Puedo hacer ambas si gusta - pregunto comenzando a preparar la carne picada.
La cocina no es tan grande como la del señor Fitzgibbons pero me basta para sentirme en el paraíso una vez más. He visto como cocinan algunos magos, dedicándose a tres o cuatro tareas a la vez gracias a la magia; y si bien yo no puedo hacer eso, es tan amplia que no temo intentarlo pues está todo al alcance de mi mano.
- Recomiendo papas al horno, puedo hacerlas con un poco de perejil en el interior y quedan de maravilla - es algo complicado y casi artesanal, pero el resultado final vale la pena - Olvidé preguntar... ¿Alguna alergia que deba tener en cuenta? ¿Frutos secos? ¿Condimentos? ¿Pelo de perro? - no es que vaya a traer uno pero a veces cuando veo uno por la calle no puedo evitar acariciarlo y podría terminar accidentalmente causando un ataque de estornudos.
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Una de mis cejas rubias se alza por la sorpresa de que Sami de otro nombre a la receta que le pedí, en vez de simplemente hacerlo. El resto de sus preguntas que buscan conocer y poder estar a las alturas de mis expectativas, me dan la oportunidad de probar que tan alto puedo hacer que salte. Si fuera un poco más perversa o insensible a la situación de los esclavos, lo haría. Ellos están para servirnos, porque el derecho de nacimiento sí importa y a ellos se les colocó en un escalafón inferior. Todo esto lo sé, hay una voz que con petulancia resuena en mi cabeza recordándome todo lo que mis padres me han enseñado desde niña con sus palabras y sus acciones.
—Puedes…— «hacer la que quieras», estoy a punto de decir porque no me agrada la soberbia. Pero el mundo funciona de una manera, que los pequeños gestos como ceder la decisión a un esclavo cuando son los amos los que decimos qué, cuándo y cómo, son totalmente inapropiados para los mismos esclavos. Ni que decir si hubiera otro mago en la habitación. —Puedes hacer ambas — digo, sueno firme, pero mi tono es hueco. Le veo desplazarse por la cocina abriendo puertas y removiendo ingredientes, todo ese ruido que llevo tiempo sin escuchar en esta casa. Me inclino sobre la mesada acomodando mis codos y acunando mi rostro con las manos, mis ojos fijos en su figura aprovechando que está de espaldas. —De acuerdo — acepto su sugerencia con un dejo de vaguedad. No me animo a decírselo, pero estudio cada uno de mis movimientos para conocer la receta. Algún día me gustaría prepararla por mi cuenta, tenga o no esclavos en mi propia casa.
—Una vez me dijeron que era alérgica a los gatos — recuerdo cuando pregunta al respecto. —Quería uno y fue la manera en que mis padres encontraron que desistiera. Para que tomes nota, resulta que ellos son alérgicos a los gatos. Mi mamá, en realidad. Mi papá solo los detesta —. Cuento esto porque no parece información relevante. Así se inicia, comentarios que digo al azar, no me doy cuenta que estoy compartiendo algo personal porque supongo que es lo natural con una persona con la que empezarás a convivir. —¿Y tú, Sami? ¿Eres alérgico a algo? —. Ese es el problema, empezar con esto de conocer a la otra persona. —No queremos que te enfermes y perderte como nuestro asesor de imagen al poco de comenzar—agrego. —¿De qué distrito vienes? ¿Estuviste mucho tiempo en el mercado? ¿Qué hacías antes de ser esclavo? — las preguntas me salen a borbotón, no las puedo parar, y mis reglas están a punto de pasar a ser un mal chiste. Me aclaro rápidamente. —Necesito saber qué tipo de persona dejamos entrar a nuestra casa.
—Puedes…— «hacer la que quieras», estoy a punto de decir porque no me agrada la soberbia. Pero el mundo funciona de una manera, que los pequeños gestos como ceder la decisión a un esclavo cuando son los amos los que decimos qué, cuándo y cómo, son totalmente inapropiados para los mismos esclavos. Ni que decir si hubiera otro mago en la habitación. —Puedes hacer ambas — digo, sueno firme, pero mi tono es hueco. Le veo desplazarse por la cocina abriendo puertas y removiendo ingredientes, todo ese ruido que llevo tiempo sin escuchar en esta casa. Me inclino sobre la mesada acomodando mis codos y acunando mi rostro con las manos, mis ojos fijos en su figura aprovechando que está de espaldas. —De acuerdo — acepto su sugerencia con un dejo de vaguedad. No me animo a decírselo, pero estudio cada uno de mis movimientos para conocer la receta. Algún día me gustaría prepararla por mi cuenta, tenga o no esclavos en mi propia casa.
—Una vez me dijeron que era alérgica a los gatos — recuerdo cuando pregunta al respecto. —Quería uno y fue la manera en que mis padres encontraron que desistiera. Para que tomes nota, resulta que ellos son alérgicos a los gatos. Mi mamá, en realidad. Mi papá solo los detesta —. Cuento esto porque no parece información relevante. Así se inicia, comentarios que digo al azar, no me doy cuenta que estoy compartiendo algo personal porque supongo que es lo natural con una persona con la que empezarás a convivir. —¿Y tú, Sami? ¿Eres alérgico a algo? —. Ese es el problema, empezar con esto de conocer a la otra persona. —No queremos que te enfermes y perderte como nuestro asesor de imagen al poco de comenzar—agrego. —¿De qué distrito vienes? ¿Estuviste mucho tiempo en el mercado? ¿Qué hacías antes de ser esclavo? — las preguntas me salen a borbotón, no las puedo parar, y mis reglas están a punto de pasar a ser un mal chiste. Me aclaro rápidamente. —Necesito saber qué tipo de persona dejamos entrar a nuestra casa.
Ya puedo verme encerrado en la cocina por unas cuantas horas, no me molesta pero eso retrasará la siesta que tenía programada para dentro de poco. Así que debo hacer dos ensaladas, una de las cuales es artesanal y la otra tendré que hacerla sencilla para conservar la cordura; quizás algo con algunos tomates. Pero no debo perder tiempo pensando, así que comienzo con las papas así ya las dejo listas y luego puedo dedicarme de lleno a las albóndigas. Además, es una buena tarea para realizar mientras charlamos.
Tendré en cuenta lo de la alergia por si algún día deseo mandar al hospital a la señora Lackberg... No lo haré, por supuesto. Y algo me dice que la alergia de la señorita es solo un invento de sus progenitores para no cumplir su capricho, pero me reservaré mi opinión para mí mismo.
- No tengo alergias que yo sepa - bien podría ser alérgico al pelo de un puma pero jamás me he topado con uno. Creí que ahí terminarían las preguntas sobre mí pero llegan una tras otra como balas en un pelotón de fusilamiento. No me molesta hablar de mí mismo pero estoy bastante sorprendido pues no lo esperaba para nada - Vivía en el distrito uno, mi familia era dueña de una de las joyerías más importantes, teníamos clientes de todo Panem - comienzo a relatar con una sonrisa melancólica. No hay día en el que no extrañe esos tiempos, más ahora luego de haber pasado por el mercado una vez más - Cuando todo... cambió, pasé unas semanas en el mercado hasta que me compró el señor Fitzgibbons con quien estuve hasta que falleció - siento la necesidad de aclarar que fue por causas naturales pero al final no digo nada - Me llevaron al mercado y estuve unas semanas más hasta que sus padres me compraron - es curioso que en ambas ocasiones llegaron a mi rescate en el peor momento, cuando mi salud ya no daba para más.
Cuando termino de cortar las papas comienzo a cruzar los perejiles prolijamente, lo cuál me resulta más sencillo de lo esperado, creo que no tardaré tanto como había estipulado.
- En mi tiempo con el señor Fitzgibbons aprendí a cocinar y todo lo que sé sobre moda, él me enseñó - comento pues ella dijo que necesitaba conocer todo sobre mí y ese me parece un detalle importante - Jamás volví a ver a mi familia luego de que nos capturaron por primera vez y no he tenido la chance de hacer muchos amigos como esclavo - quizás puedo considerar a James un amigo, pero solo para decir que tengo uno y no sentirme tan patético.
Tendré en cuenta lo de la alergia por si algún día deseo mandar al hospital a la señora Lackberg... No lo haré, por supuesto. Y algo me dice que la alergia de la señorita es solo un invento de sus progenitores para no cumplir su capricho, pero me reservaré mi opinión para mí mismo.
- No tengo alergias que yo sepa - bien podría ser alérgico al pelo de un puma pero jamás me he topado con uno. Creí que ahí terminarían las preguntas sobre mí pero llegan una tras otra como balas en un pelotón de fusilamiento. No me molesta hablar de mí mismo pero estoy bastante sorprendido pues no lo esperaba para nada - Vivía en el distrito uno, mi familia era dueña de una de las joyerías más importantes, teníamos clientes de todo Panem - comienzo a relatar con una sonrisa melancólica. No hay día en el que no extrañe esos tiempos, más ahora luego de haber pasado por el mercado una vez más - Cuando todo... cambió, pasé unas semanas en el mercado hasta que me compró el señor Fitzgibbons con quien estuve hasta que falleció - siento la necesidad de aclarar que fue por causas naturales pero al final no digo nada - Me llevaron al mercado y estuve unas semanas más hasta que sus padres me compraron - es curioso que en ambas ocasiones llegaron a mi rescate en el peor momento, cuando mi salud ya no daba para más.
Cuando termino de cortar las papas comienzo a cruzar los perejiles prolijamente, lo cuál me resulta más sencillo de lo esperado, creo que no tardaré tanto como había estipulado.
- En mi tiempo con el señor Fitzgibbons aprendí a cocinar y todo lo que sé sobre moda, él me enseñó - comento pues ella dijo que necesitaba conocer todo sobre mí y ese me parece un detalle importante - Jamás volví a ver a mi familia luego de que nos capturaron por primera vez y no he tenido la chance de hacer muchos amigos como esclavo - quizás puedo considerar a James un amigo, pero solo para decir que tengo uno y no sentirme tan patético.
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Ya somos dos. Desconozco si soy alérgica a algo que no sea dicho por mis padres, que hasta hace unos años todavía encontraban a los consultorios de los medimagos conmigo porque no hay nada de información y ni siquiera datos sensibles que puedan escapar a su control. Mi salud es parte esencial del paquete que soy como hija modelo. Lo de las alergias en particular… esa manipulación por parte de mis padres no me pasó desapercibida, fue una entre muchas ocasiones en que aludieron algo incuestionable para que renunciara o aceptara algo que se ajustaba más a sus expectativas. Puede parecer algo menor, pero se quedó haciendo ruido en mi mente.
El relato de vida de Sami es breve. Menciona una familia, no dice cuántos eran, si tenía hermanos. Tenía una joyería, dato importante. ¡Tenía una joyería! Quiero creer que mis cejas no han salido disparadas hasta el nacimiento de mi cabello rubio por la sorpresa, sino que pude conservar una expresión solo interesada en su historia, nada que comprometa demasiado mis emociones. Claro que hablar de la joyería, ¡seguro lo ha dicho para asombrarme! Para romper un poco el molde en el que encasillamos a los esclavos. Incomoda menos a nuestras consciencias pensar en que vienen de lugares tan miserables como el mercado, que la vida que le damos de servidumbre, es el cielo. ¿Y si antes de eso tuvieron algo mejor?
—¿Eras el amante del señor Fitzgibbons, Sami?— pregunto, esperando que me mire para poder escudriñar su expresión. Lo hago en parte para incomodarlo, en parte por morbosa curiosidad. También porque es algo que me preocupa. —¿O él alguna vez… intentó abusar de ti?— soy solo un poco más suave al preguntar esto, sé que es terriblemente invasivo, un asalto a su intimidad, salvo por el detalle que los esclavos no tienen esfera de intimidad que escape de sus amos. Podemos preguntar esto si así lo queremos. —Puedes ser honesto conmigo en esto, si quieres. Es bueno que sepas que estoy en contra de eso y no disculparía jamás a un amo que se comportara de esa manera. Es simplemente asqueroso— mascullo. Le doy vuelta a dos cosas que dijo casi al final de su historia. No sabe de su familia. No tiene amigos. —¿Tienes hermanos?—. No lo parece, pero hay mucho sentimiento personal en este interrogante.
El relato de vida de Sami es breve. Menciona una familia, no dice cuántos eran, si tenía hermanos. Tenía una joyería, dato importante. ¡Tenía una joyería! Quiero creer que mis cejas no han salido disparadas hasta el nacimiento de mi cabello rubio por la sorpresa, sino que pude conservar una expresión solo interesada en su historia, nada que comprometa demasiado mis emociones. Claro que hablar de la joyería, ¡seguro lo ha dicho para asombrarme! Para romper un poco el molde en el que encasillamos a los esclavos. Incomoda menos a nuestras consciencias pensar en que vienen de lugares tan miserables como el mercado, que la vida que le damos de servidumbre, es el cielo. ¿Y si antes de eso tuvieron algo mejor?
—¿Eras el amante del señor Fitzgibbons, Sami?— pregunto, esperando que me mire para poder escudriñar su expresión. Lo hago en parte para incomodarlo, en parte por morbosa curiosidad. También porque es algo que me preocupa. —¿O él alguna vez… intentó abusar de ti?— soy solo un poco más suave al preguntar esto, sé que es terriblemente invasivo, un asalto a su intimidad, salvo por el detalle que los esclavos no tienen esfera de intimidad que escape de sus amos. Podemos preguntar esto si así lo queremos. —Puedes ser honesto conmigo en esto, si quieres. Es bueno que sepas que estoy en contra de eso y no disculparía jamás a un amo que se comportara de esa manera. Es simplemente asqueroso— mascullo. Le doy vuelta a dos cosas que dijo casi al final de su historia. No sabe de su familia. No tiene amigos. —¿Tienes hermanos?—. No lo parece, pero hay mucho sentimiento personal en este interrogante.
No hay muchos magos que muestren curiosidad por los esclavos. De hecho estoy acostumbrado a que pregunten mi nombre y luego se equivoquen con él o quizás lo hacen a propósito ya que "Sami" suena demasiado adorable como para darle órdenes a alguien. Pero al parecer la señorita Lackberg es diferente al resto pues hace una pregunta bastante comprometedora, que no me molesta, pero sí me sorprende. Estoy a punto de responder cuando me interrumpe con otra interrogante que hace que me corte un poco el dedo con el cuchillo que llevo en la mano. No es un gran corte pero tendré que vendarlo si no quiero que se infecte.
El señor Fitzgibbons siempre fue amable conmigo, de vez en cuando hacía una que otra broma subida, palmadas en el trasero y cuando se embriagaba con sus amigos a veces pedía que me sentara en su regazo, pero nunca más que eso. Aprendí a aceptarlo pues otros la tienen peor, en el mercado definitivamente hay personas que viven un calvario, y cualquier queja podía significar que me devolviera así que era mejor quedarme callado.
Pongo mi dedo bajo el grifo del agua y luego voy hacia la alacena para buscar el kit de primeros auxilios, pues no espero que la señorita Lackberg use su magia para curarme, de hecho no lo quiero - No fue el señor Fitzgibbons - respondo aclarando el por qué de mi cambio de ánimo. De solo recordarlo tengo que abrazar mi cuerpo para hacerme pequeñito pues así me sentía cuando llegaba el señor Hutton a la casa, simpático y encantador frente a mi dueño pero un diablo cuando nos quedábamos solos - Su pareja se tomaba ciertas libertades de vez en cuando - agrego mientras coloco una bandita.
Creo que la peor parte era no poder hablar con mi amo al respecto pues estaba tan enamorado que ante la más mínima insinuación que hice decidió ponerse completamente en mi contra. Al final tuve que aguantármelas sin decir ni una sola palabra. Fue difícil introducirme al sexo de esa manera, pero me gusta creer que lo fui superando poco a poco y cuando llegue el momento de hacerlo por voluntad propia, espero poder disfrutarlo.
-No la agobiaré con los detalles - quiero dejar el tema ahí, aunque algo me dice que la señorita indagará en el futuro, si no es ahora mismo - No tengo hermanos pero sí muchos primos... Los compraron casi al mismo tiempo que yo la primera vez, jamás volví a escuchar sobre ellos.
El señor Fitzgibbons siempre fue amable conmigo, de vez en cuando hacía una que otra broma subida, palmadas en el trasero y cuando se embriagaba con sus amigos a veces pedía que me sentara en su regazo, pero nunca más que eso. Aprendí a aceptarlo pues otros la tienen peor, en el mercado definitivamente hay personas que viven un calvario, y cualquier queja podía significar que me devolviera así que era mejor quedarme callado.
Pongo mi dedo bajo el grifo del agua y luego voy hacia la alacena para buscar el kit de primeros auxilios, pues no espero que la señorita Lackberg use su magia para curarme, de hecho no lo quiero - No fue el señor Fitzgibbons - respondo aclarando el por qué de mi cambio de ánimo. De solo recordarlo tengo que abrazar mi cuerpo para hacerme pequeñito pues así me sentía cuando llegaba el señor Hutton a la casa, simpático y encantador frente a mi dueño pero un diablo cuando nos quedábamos solos - Su pareja se tomaba ciertas libertades de vez en cuando - agrego mientras coloco una bandita.
Creo que la peor parte era no poder hablar con mi amo al respecto pues estaba tan enamorado que ante la más mínima insinuación que hice decidió ponerse completamente en mi contra. Al final tuve que aguantármelas sin decir ni una sola palabra. Fue difícil introducirme al sexo de esa manera, pero me gusta creer que lo fui superando poco a poco y cuando llegue el momento de hacerlo por voluntad propia, espero poder disfrutarlo.
-No la agobiaré con los detalles - quiero dejar el tema ahí, aunque algo me dice que la señorita indagará en el futuro, si no es ahora mismo - No tengo hermanos pero sí muchos primos... Los compraron casi al mismo tiempo que yo la primera vez, jamás volví a escuchar sobre ellos.
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No creo poder comer las albóndigas cuando las tenga hechas. Si logro contener la náusea que me quema el interior de la garganta, cualquier cosa que quiera ingerir volverá sobre la mesada. Yo pregunté, pero no soporto la respuesta. Es un asco que haya hombres y también mujeres que abusen de esa manera de los esclavos. Una cosa es que te lo cuenten como un mal chiste, como un chisme de mierda, como una especulación entre adolescentes. Otra cosa es que alguien a quien conoces o que estás conociendo, te confirme que esas cosas pasan. Mi cara por sí tan pálida, se pone amarillenta mientras digiero su relato.
—Bastardo— murmuro, invocando a todos los demonios y veelas furiosas para que se tomen su venganza sobre este hombre, porque creo que la justicia llega más tarde o más temprano, en cualquiera de sus formas. Y si yo… si yo algún día tuviera las posibilidades de ejercer justicia, los magos también serían castigados por sus faltas, más allá de las que el ministerio considera traición, todas aquellas que son bajeza de carácter, cobardía o perversidad. Porque se puede justificar un robo o un asesinato, lo único que no creo que tenga un argumento que lo justifique es el abuso sexual. —¿Cómo sobrellevas eso?— le pregunto, con mi interés real en él. No es una curiosidad morbosa. Es preocupación, es tratar de entender. Si a mí me pasara algo así… supongo que mis padres pagarían psicomagos y me comprarían un auto volador para que lo material cubra la herida emocional.
Me siento mal por haberle dicho que no me tocara, que no invadiera mi espacio. —Me gustaba nuestro anterior esclavo—. No pensaba confesarlo en una primera charla, no planeaba decirlo nunca. Siento un minuto de pánico, hasta que me digo que si Sami llega a contarlo, mi palabra pesará más. —Me gustaba de verdad— le aclaro. —Enamorarse de un esclavo está mal, pero ciertos abusos gozan de impunidad. Es… injusto—. Mi palabra favorita según algunos de mis compañeros. Podemos dejar el tema atrás si lo queremos, al hablar de la familia. —Yo no tengo hermanos, ni primos de mi edad— comento. Sí tengo un hermano, pero compartí mucho de mí para ser el primer día. —¿Sabes que es lo bueno de estar y crecer solo? Que eso te hace más fuerte— al decirlo deslizo mi dedo por la superficie inmaculada de la mesada. —Nadie vendrá a ayudarte si gritas, nadie peleará tus batallas, el mundo te somete o aprendes a ser fuerte.
—Bastardo— murmuro, invocando a todos los demonios y veelas furiosas para que se tomen su venganza sobre este hombre, porque creo que la justicia llega más tarde o más temprano, en cualquiera de sus formas. Y si yo… si yo algún día tuviera las posibilidades de ejercer justicia, los magos también serían castigados por sus faltas, más allá de las que el ministerio considera traición, todas aquellas que son bajeza de carácter, cobardía o perversidad. Porque se puede justificar un robo o un asesinato, lo único que no creo que tenga un argumento que lo justifique es el abuso sexual. —¿Cómo sobrellevas eso?— le pregunto, con mi interés real en él. No es una curiosidad morbosa. Es preocupación, es tratar de entender. Si a mí me pasara algo así… supongo que mis padres pagarían psicomagos y me comprarían un auto volador para que lo material cubra la herida emocional.
Me siento mal por haberle dicho que no me tocara, que no invadiera mi espacio. —Me gustaba nuestro anterior esclavo—. No pensaba confesarlo en una primera charla, no planeaba decirlo nunca. Siento un minuto de pánico, hasta que me digo que si Sami llega a contarlo, mi palabra pesará más. —Me gustaba de verdad— le aclaro. —Enamorarse de un esclavo está mal, pero ciertos abusos gozan de impunidad. Es… injusto—. Mi palabra favorita según algunos de mis compañeros. Podemos dejar el tema atrás si lo queremos, al hablar de la familia. —Yo no tengo hermanos, ni primos de mi edad— comento. Sí tengo un hermano, pero compartí mucho de mí para ser el primer día. —¿Sabes que es lo bueno de estar y crecer solo? Que eso te hace más fuerte— al decirlo deslizo mi dedo por la superficie inmaculada de la mesada. —Nadie vendrá a ayudarte si gritas, nadie peleará tus batallas, el mundo te somete o aprendes a ser fuerte.
Intento volver a la tarea de la cocina para mantener la mente ocupada y devolver todos los pensamientos y sentimientos que tengo guardados en una cajita desde hace tiempo, pero tal y como lo sospechaba, la señorita Lackberg hizo una nueva pregunta al respecto. Intento hacer memoria para ver cómo lidié con ésto la última vez que alguien preguntó pero caigo en la cuenta de que no lo sé porque jamás he hablado con nadie. Quizás debería haber aprovechado mi estadía en el mercado de esclavos de la última semana para sincerarme pero como no surgió el tema, o mejor dicho nadie preguntó directamente, no lo hice.
- ¿Ahora? Se siente como una pesadilla de la que afortunadamente ya pude despertar - comienzo bastante entero, pero como una avalancha todo lo que estuve conteniendo en estos años cae sobre mis hombros, forma un nudo en mi garganta y tengo que agarrarme del borde de la mesada para mantener la compostura. No debería estar comportándome así el primer día, no es apropiado, pero la señorita Lackberg me ha hecho abrir esa puerta y no soy lo suficientemente fuerte como para cerrarla sin más.
-La primera vez fue la más difícil porque creí que podría defenderme, fui un ingenuo - me sincero notando como las lágrimas comienzan a invadir mis ojos, debo apartarme si no quiero arruinar la comida - Luché tanto que él tuvo que sacar su varita y cuando me encantó ya no pude hacer nada más que quedarme quieto y llorar - las imágenes de aquella vez vuelven a mi mente, yo tenía poco más de 16 años y cero experiencia en el asunto... Venía de ser un príncipe en el uno, coqueteando con todos los que estaban a mi alcance, para entonces convertirme en un objeto para alguien más, mucho menos que nada.
- Esa es la noche más difícil de sobrellevar, supongo que intento olvidarla y taparla con el resto de las veces... Con el tiempo aprendí a quedarme callado y solo bajarme los pantalones, así era más sencillo - finalizo respirando profundo para recuperar la compostura. Podría decir mil y un cosas, pero ya he agobiado a la señorita lo suficiente. Lo último que me falta es que vaya a contarle a sus padres y estos terminen devolviéndome al mercado por hablar de más.
Agradezco que comience a hablar sobre ella ya que me da tiempo para recuperarme, aunque me sorprende bastante la revelación ya que no es lo que esperaba ¿Ella se había enamorado de un esclavo? Hasta suena como una novela que definitivamente leería. Sonrío de lado con el final pues creo que es exactamente lo contrario. De momento no tengo a nadie en quién confiar, pero actuar como manada es lo que me ha salvado la primera vez que estuve en el mercado - Cuando nos metieron al mercado, mis primos me mantuvieron vivo... Yo no quería comer ni beber nada, estaba en shock, pero ellos me obligaron. Me hablaban aún cuando yo no respondía y se metían en mi campo visual solo para hacerme reaccionar - recuerdo y una sonrisa honesta se forma en mi rostro. Puede que no sea un recuerdo bonito pero es mucho mejor que el que he relatado antes - Eran unos pesados... Pero su estrategia sirvió, aquí estoy. Nos separaron y luego pasó lo que pasó pero al menos de esa forma tengo la chance de seguir escribiendo mi historia, conseguir más recuerdos felices - sí, ya me han dicho que soy un optimista.
- ¿Ahora? Se siente como una pesadilla de la que afortunadamente ya pude despertar - comienzo bastante entero, pero como una avalancha todo lo que estuve conteniendo en estos años cae sobre mis hombros, forma un nudo en mi garganta y tengo que agarrarme del borde de la mesada para mantener la compostura. No debería estar comportándome así el primer día, no es apropiado, pero la señorita Lackberg me ha hecho abrir esa puerta y no soy lo suficientemente fuerte como para cerrarla sin más.
-La primera vez fue la más difícil porque creí que podría defenderme, fui un ingenuo - me sincero notando como las lágrimas comienzan a invadir mis ojos, debo apartarme si no quiero arruinar la comida - Luché tanto que él tuvo que sacar su varita y cuando me encantó ya no pude hacer nada más que quedarme quieto y llorar - las imágenes de aquella vez vuelven a mi mente, yo tenía poco más de 16 años y cero experiencia en el asunto... Venía de ser un príncipe en el uno, coqueteando con todos los que estaban a mi alcance, para entonces convertirme en un objeto para alguien más, mucho menos que nada.
- Esa es la noche más difícil de sobrellevar, supongo que intento olvidarla y taparla con el resto de las veces... Con el tiempo aprendí a quedarme callado y solo bajarme los pantalones, así era más sencillo - finalizo respirando profundo para recuperar la compostura. Podría decir mil y un cosas, pero ya he agobiado a la señorita lo suficiente. Lo último que me falta es que vaya a contarle a sus padres y estos terminen devolviéndome al mercado por hablar de más.
Agradezco que comience a hablar sobre ella ya que me da tiempo para recuperarme, aunque me sorprende bastante la revelación ya que no es lo que esperaba ¿Ella se había enamorado de un esclavo? Hasta suena como una novela que definitivamente leería. Sonrío de lado con el final pues creo que es exactamente lo contrario. De momento no tengo a nadie en quién confiar, pero actuar como manada es lo que me ha salvado la primera vez que estuve en el mercado - Cuando nos metieron al mercado, mis primos me mantuvieron vivo... Yo no quería comer ni beber nada, estaba en shock, pero ellos me obligaron. Me hablaban aún cuando yo no respondía y se metían en mi campo visual solo para hacerme reaccionar - recuerdo y una sonrisa honesta se forma en mi rostro. Puede que no sea un recuerdo bonito pero es mucho mejor que el que he relatado antes - Eran unos pesados... Pero su estrategia sirvió, aquí estoy. Nos separaron y luego pasó lo que pasó pero al menos de esa forma tengo la chance de seguir escribiendo mi historia, conseguir más recuerdos felices - sí, ya me han dicho que soy un optimista.
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Nunca hagas preguntas que no quieras escuchar. El problema es que estudiando leyes, me enseñaron que debo hacer todas esas preguntas cuyas respuestas nadie quiere oír, y que mi estómago debe ser el primero en resistir lo que pueda decirse. Se necesita entereza cuando tienes que prestar la atención de alguien que relata una situación de abuso, cuando no es el morbo lo que te interesa. Si a mí me cuesta, si mantener los hombros cuadrados y la barbilla fija, sujetando mi mirada en la espalda de Sami, sé que para él es mucho más difícil.
Las personas callamos cosas que nos lastiman y no hablamos de ellas porque la ocasión en una charla no se da, pero si la ocasión se diera… tampoco lo haríamos. Cuando sellas una cubierta sobre lo que te duele, lo mejor es no abrirla. Te resignas a ese sentimiento punzante de todos los días, convives con él y puedes llegar a ignorarlo para cumplir con la rutina porque también se ha vuelto una costumbre. Lo sé, porque llevo una vida en la que nunca decimos si algo nos enoja o nos duele, siempre contestamos que estamos bien, y eso me dio mucho para reflexionar a solas. Y se un poco sobre este tipo de casos, agravados por la situación de indefensión de los esclavos de que alguien crea en sus relatos y que por hablar sea más probable que reciban un castigo.
— No le diré a nadie— prometo. Lo que quiero decirle es que no me aprovecharé de su confesión, que tampoco lo meteré en problemas con nadie por divulgarlo, porque es una verdad de peso de que los esclavos salen perdiendo siempre, en todo, aunque la injusticia sea cometida contra él en este caso. — Pero si alguna vez llegas a encontrarte con este hombre o cualquier otra persona que crea que tiene autoridad sobre ti, tienes que decírmelo. Porque ahora eres mi esclavo— y creeré en él. A cambio espero lo mismo, fui muy imprudente al contarle mi secreto para hacer una comparación sobre cómo las relaciones afectivas están penadas y los abusos tienen impunidad. A favor de Sami diré que ni siquiera hizo un comentario cuando lo dije, cualquier otro amo festejaría sus modales. —Y lo que yo dije puedes olvidarlo. Fue una cosa de niña, sabía que estaba mal— le robo toda importancia al asunto. — No fue nada.
Lo escucho hablar de sus primos y el concepto de familia está ahí presente, esa idea que acaricié por años de estar los unos para los otros. El sentimiento de soledad en mi casa cuando era niña se tornaba insoportable para mí, en el presente es llevadero y busco de tener siempre mi espacio. — Tuviste una buena familia— opino. — Morir casi nunca soluciona ninguno de los problemas— murmuro, un poco para mí misma. — Si quieres tener la oportunidad de las cosas mínimamente cambien, siempre debes mantenerte vivo—. No sé de qué parte de mí nace decir eso, y decírsela a un esclavo que no tiene potestad sobre su propia vida, nunca tomará decisiones que en realidad signifiquen un cambio. Él es optimista con su última frase, pero en ningún momento pierdo de vista su real condición. — Pareces una buena persona, Sami. Creo que me gustará tenerte en casa—. Así es como comienzo algo que sé que puede volverse un problema para mí, solo me queda esperar que mis padres sigan demasiado ocupadas en sus cosas como para notarlo. Tal vez tendrían que haberme dejado tener ese gato, y así no me encariñaría con cada esclavo que pasa por esta casa, culpa de que necesito una mínima cuota de afecto que ellos no supieron darme.
Las personas callamos cosas que nos lastiman y no hablamos de ellas porque la ocasión en una charla no se da, pero si la ocasión se diera… tampoco lo haríamos. Cuando sellas una cubierta sobre lo que te duele, lo mejor es no abrirla. Te resignas a ese sentimiento punzante de todos los días, convives con él y puedes llegar a ignorarlo para cumplir con la rutina porque también se ha vuelto una costumbre. Lo sé, porque llevo una vida en la que nunca decimos si algo nos enoja o nos duele, siempre contestamos que estamos bien, y eso me dio mucho para reflexionar a solas. Y se un poco sobre este tipo de casos, agravados por la situación de indefensión de los esclavos de que alguien crea en sus relatos y que por hablar sea más probable que reciban un castigo.
— No le diré a nadie— prometo. Lo que quiero decirle es que no me aprovecharé de su confesión, que tampoco lo meteré en problemas con nadie por divulgarlo, porque es una verdad de peso de que los esclavos salen perdiendo siempre, en todo, aunque la injusticia sea cometida contra él en este caso. — Pero si alguna vez llegas a encontrarte con este hombre o cualquier otra persona que crea que tiene autoridad sobre ti, tienes que decírmelo. Porque ahora eres mi esclavo— y creeré en él. A cambio espero lo mismo, fui muy imprudente al contarle mi secreto para hacer una comparación sobre cómo las relaciones afectivas están penadas y los abusos tienen impunidad. A favor de Sami diré que ni siquiera hizo un comentario cuando lo dije, cualquier otro amo festejaría sus modales. —Y lo que yo dije puedes olvidarlo. Fue una cosa de niña, sabía que estaba mal— le robo toda importancia al asunto. — No fue nada.
Lo escucho hablar de sus primos y el concepto de familia está ahí presente, esa idea que acaricié por años de estar los unos para los otros. El sentimiento de soledad en mi casa cuando era niña se tornaba insoportable para mí, en el presente es llevadero y busco de tener siempre mi espacio. — Tuviste una buena familia— opino. — Morir casi nunca soluciona ninguno de los problemas— murmuro, un poco para mí misma. — Si quieres tener la oportunidad de las cosas mínimamente cambien, siempre debes mantenerte vivo—. No sé de qué parte de mí nace decir eso, y decírsela a un esclavo que no tiene potestad sobre su propia vida, nunca tomará decisiones que en realidad signifiquen un cambio. Él es optimista con su última frase, pero en ningún momento pierdo de vista su real condición. — Pareces una buena persona, Sami. Creo que me gustará tenerte en casa—. Así es como comienzo algo que sé que puede volverse un problema para mí, solo me queda esperar que mis padres sigan demasiado ocupadas en sus cosas como para notarlo. Tal vez tendrían que haberme dejado tener ese gato, y así no me encariñaría con cada esclavo que pasa por esta casa, culpa de que necesito una mínima cuota de afecto que ellos no supieron darme.
Ese es el problema, aún cuando me puedo considerar a salvo de los abusos de otras personas que creen que pueden decirme qué hacer, solo es porque alguien más tiene poder sobre mí como para poder defenderme. Y no es una clase de defensa como la que hicieron mis primos en su momento ya que ni siquiera soy amigo de la señorita Lackberg, solo soy su esclavo - Yo tampoco diré nada - prometo aunque en realidad no es necesario aclararlo. Más me vale no decir nada si no quiero volver al mercado.
Sí que tuve una buena familia, lo sé ahora y lamento no haberles dado más cariño cuando aún podía. Mi madre podía tener sus mañas, pero la extraño con todo mi corazón y no hay día que pase en el que lamente haber dicho tantas veces a mi padre que nos deje de tratar como esclavos... No lo sabía, no tenía idea. Era un niño idiota que solo se concentraba en sí mismo y ahora está pagando las consecuencias. Podría haber huido, quizás vivir como repudiado, pobre y sin estilo pero al menos sin tener que seguir las órdenes de los magos. Es una línea de tiempo que no sé si hubiese sido mejor o peor, aún así de tener la oportunidad de volver no sé si me atrevería a intentarlo.
- No quiero morir, pero a veces desearía no haber nacido en absoluto - confieso con una sonrisa triste. Me habría ahorrado muchas cosas y no podría lamentar nada pues no existiría ¿Cierto? - Solo quedan las albóndigas - me interrumpo mientras termino de preparar las papas. Solo espero no haber transmitido mis sentimientos a la comida ya que resultará de lo más agria.
- Creo que también me gustará estar aquí, señorita Lackberg - respondo amablemente. Es la verdad, nunca había logrado abrirme de esta forma y solo llevo poco tiempo bajo este techo. ¿Quién sabe lo que puede pasar de aquí a una semana, un mes o un año?
Sí que tuve una buena familia, lo sé ahora y lamento no haberles dado más cariño cuando aún podía. Mi madre podía tener sus mañas, pero la extraño con todo mi corazón y no hay día que pase en el que lamente haber dicho tantas veces a mi padre que nos deje de tratar como esclavos... No lo sabía, no tenía idea. Era un niño idiota que solo se concentraba en sí mismo y ahora está pagando las consecuencias. Podría haber huido, quizás vivir como repudiado, pobre y sin estilo pero al menos sin tener que seguir las órdenes de los magos. Es una línea de tiempo que no sé si hubiese sido mejor o peor, aún así de tener la oportunidad de volver no sé si me atrevería a intentarlo.
- No quiero morir, pero a veces desearía no haber nacido en absoluto - confieso con una sonrisa triste. Me habría ahorrado muchas cosas y no podría lamentar nada pues no existiría ¿Cierto? - Solo quedan las albóndigas - me interrumpo mientras termino de preparar las papas. Solo espero no haber transmitido mis sentimientos a la comida ya que resultará de lo más agria.
- Creo que también me gustará estar aquí, señorita Lackberg - respondo amablemente. Es la verdad, nunca había logrado abrirme de esta forma y solo llevo poco tiempo bajo este techo. ¿Quién sabe lo que puede pasar de aquí a una semana, un mes o un año?
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Mi índice deja un trazo de huella por toda la mesada y lo termino con un punto. — Pero naciste, si quieres puedes verlo como que el daño está hecho. Solo nos que queda vivir y tal vez en algún momento entender por qué las cosas ocurren como lo hacen— le digo. No le puedo prometer más que eso, es un esclavo. «Las cosas mejorarán, Sami», ¿qué clase de mentira mezquina es esa? Y soy su dueña, no más que eso, para prometerle algo más. Ser amable con él es una cuestión que el ministerio podría entrar a cuestionar si se excede. Sobre vivir… bien, supongo que al final de esto, todos nos encontraremos.
A mí la idea de morir me asusta, creo que este otro de los terrores que nos impone el instinto de preservación de la especie sino todos haríamos fila en las terrazas del edificio para suicidarse. Suelo apoyar el control de natalidad, porque una vez que le das un soplo de vida a un niño, por más que falte la intención de hacerlo, listo, no puedes quitárselo. Y ese niño también crecerá para convertirse en alguien que busca su propio sentido. Pensar en ello, me conduce a la idea de que mi padre tiene otro hijo, y tengo mucho resentimiento hacia él porque podría haberlo evitado, pero nada contra mi hermanito… porque él solo nació. Los esclavos están atados a sus circunstancias de nacimiento, pero no son los únicos. No se lo podría decir jamás a otro mago, siempre insisten en que hay peores realidades posibles y ser esclavo nos hace sentir mejor con nuestra mierda. Pero la tenemos.
— Es pronto para decirlo— nos prevengo con un tonito de precaución, que coincida con mis palabras no tiene que dar pie a ningún tipo de amistad. — Todavía me queda probar las albóndigas y esa es la verdadera prueba de fuego—. Sueno muy formal para pensar que esa puede ser una broma, sin embargo lo es. No pediré que lo devuelvan al mercado cuando lleguen mis padres si quema la comida, y pese a que lo hice una vez, esta vez trataré de hacer mejor las cosas y que no haga falta llegar a esa medida. Podemos hacerlo, si otros magos con sus esclavos pueden, ¿por qué nosotros no? Y Sami tiene todas las respuestas correctas como esclavo, soy yo quien tiene que hacerlo bien. Y siempre lo hago, puedo hacerlo.
A mí la idea de morir me asusta, creo que este otro de los terrores que nos impone el instinto de preservación de la especie sino todos haríamos fila en las terrazas del edificio para suicidarse. Suelo apoyar el control de natalidad, porque una vez que le das un soplo de vida a un niño, por más que falte la intención de hacerlo, listo, no puedes quitárselo. Y ese niño también crecerá para convertirse en alguien que busca su propio sentido. Pensar en ello, me conduce a la idea de que mi padre tiene otro hijo, y tengo mucho resentimiento hacia él porque podría haberlo evitado, pero nada contra mi hermanito… porque él solo nació. Los esclavos están atados a sus circunstancias de nacimiento, pero no son los únicos. No se lo podría decir jamás a otro mago, siempre insisten en que hay peores realidades posibles y ser esclavo nos hace sentir mejor con nuestra mierda. Pero la tenemos.
— Es pronto para decirlo— nos prevengo con un tonito de precaución, que coincida con mis palabras no tiene que dar pie a ningún tipo de amistad. — Todavía me queda probar las albóndigas y esa es la verdadera prueba de fuego—. Sueno muy formal para pensar que esa puede ser una broma, sin embargo lo es. No pediré que lo devuelvan al mercado cuando lleguen mis padres si quema la comida, y pese a que lo hice una vez, esta vez trataré de hacer mejor las cosas y que no haga falta llegar a esa medida. Podemos hacerlo, si otros magos con sus esclavos pueden, ¿por qué nosotros no? Y Sami tiene todas las respuestas correctas como esclavo, soy yo quien tiene que hacerlo bien. Y siempre lo hago, puedo hacerlo.
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