OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Recuerdo del primer mensaje :
Si pudiera poner un cartel que avise que el lugar está cerrado, lo haría. Diría a través del cristal de que hay un horario de atención y no se atiende después de las diez. Pero el taller no es uno de esos comercios del distrito 9 que guardan las verduras y echan el pestillo, algunos colegas se quedan a trabajar de trasnoche y lo normal es que siempre esté alguien dando vueltas. Yo suelo ser ese “alguien”. Me froto el puente de la nariz mientras cierro con fuerza mis ojos cansados, no me di cuenta que la luz fue mermando cuando avanzaba con mis bocetos. Tengo un lío de planos sobre la mesa, llevo un rato haciendo anotaciones al margen, y ahora los números se mezclan entre sí en un manchón confuso. Me vendría bien un descanso, lástima que suceda por una visita que preferiría no recibir.
Puedo verlo a través de la ventana que se extiende a lo largo de la pared, desde la seguridad de la oficina que tengo asignada. Todavía puedo desaparecer, solo esfumarme, gracias a la magia. Pero no lo haré. La silla se hunde bajo mi peso y doy una vuelta usando las ruedecillas, para girar en el momento exacto en que escucho la puerta abrirse, con las manos entrelazadas sobre mi vientre en mi mejor intento de una postura de falsa autoridad. —Nos volvemos a encontrar, ministro— saludo, con una sonrisa igual de fingida como mi actitud. Se podría decir que este es mi territorio, aquí soy quien manda, que ni bajo un imperius volvería a la sala del ministerio de justicia, eso no altera el juego. De todas maneras soy quien lleva las de perder en esto.
Y eso me jode, muchísimo. Porque me gusta la sensación, aunque no sea real en este gobierno, de que puedo elegir. De que las decisiones que tomo corren por cuenta mía, de que ejerzo voluntad sobre mis acciones. No obstante, fue una decisión y una mala acción lo que me metió en esto. Tengo cosas que perder, puede que no lo parezca. Mi madre es mi única familia, mi trabajo es mi pasión. ¿En serio voy a renunciar a ello por gente que no conozco? Alguna vez lo pensé como lo correcto y lo incorrecto, por lo que creía contra lo que no toleraba. Y creí que colaborar con juguetes para rebeldes era casi una buena acción para la humanidad. El heroísmo impulsivo es pura fachada que se desmorona cuando la realidad de que puedes perderlo todo, y la vida incluida, es una realidad posible antes de ir a un juicio. Por suerte tuve un salvador. En serio soy la mestiza más afortunada de todo NeoPanem. Y es sarcasmo, porque ésta no es una visita de viejos amigos. —Le ofrecería una taza de café— digo —Pero supongo que es una visita rápida— rogaba que lo fuera.
Si pudiera poner un cartel que avise que el lugar está cerrado, lo haría. Diría a través del cristal de que hay un horario de atención y no se atiende después de las diez. Pero el taller no es uno de esos comercios del distrito 9 que guardan las verduras y echan el pestillo, algunos colegas se quedan a trabajar de trasnoche y lo normal es que siempre esté alguien dando vueltas. Yo suelo ser ese “alguien”. Me froto el puente de la nariz mientras cierro con fuerza mis ojos cansados, no me di cuenta que la luz fue mermando cuando avanzaba con mis bocetos. Tengo un lío de planos sobre la mesa, llevo un rato haciendo anotaciones al margen, y ahora los números se mezclan entre sí en un manchón confuso. Me vendría bien un descanso, lástima que suceda por una visita que preferiría no recibir.
Puedo verlo a través de la ventana que se extiende a lo largo de la pared, desde la seguridad de la oficina que tengo asignada. Todavía puedo desaparecer, solo esfumarme, gracias a la magia. Pero no lo haré. La silla se hunde bajo mi peso y doy una vuelta usando las ruedecillas, para girar en el momento exacto en que escucho la puerta abrirse, con las manos entrelazadas sobre mi vientre en mi mejor intento de una postura de falsa autoridad. —Nos volvemos a encontrar, ministro— saludo, con una sonrisa igual de fingida como mi actitud. Se podría decir que este es mi territorio, aquí soy quien manda, que ni bajo un imperius volvería a la sala del ministerio de justicia, eso no altera el juego. De todas maneras soy quien lleva las de perder en esto.
Y eso me jode, muchísimo. Porque me gusta la sensación, aunque no sea real en este gobierno, de que puedo elegir. De que las decisiones que tomo corren por cuenta mía, de que ejerzo voluntad sobre mis acciones. No obstante, fue una decisión y una mala acción lo que me metió en esto. Tengo cosas que perder, puede que no lo parezca. Mi madre es mi única familia, mi trabajo es mi pasión. ¿En serio voy a renunciar a ello por gente que no conozco? Alguna vez lo pensé como lo correcto y lo incorrecto, por lo que creía contra lo que no toleraba. Y creí que colaborar con juguetes para rebeldes era casi una buena acción para la humanidad. El heroísmo impulsivo es pura fachada que se desmorona cuando la realidad de que puedes perderlo todo, y la vida incluida, es una realidad posible antes de ir a un juicio. Por suerte tuve un salvador. En serio soy la mestiza más afortunada de todo NeoPanem. Y es sarcasmo, porque ésta no es una visita de viejos amigos. —Le ofrecería una taza de café— digo —Pero supongo que es una visita rápida— rogaba que lo fuera.
—Veremos— repito en un murmullo más quedo. Se escucha tan seguro de sí mismo que dudo de mi desafío por un mínimo desesperante segundo, porque estoy persiguiendo un imposible si espero ganar haciendo que este hombre rompa un esquema que hasta el momento le funcionó. Percibo la aprensión en mi pecho y la enmascaro con una sonrisa, sacudiendo los pensamientos que buscan desalentarme en mi empresa. No volveré a tener un momento de incertidumbre, porque estoy decidida a abrazar mi único triunfo posible. Por breve que sea, la satisfacción de poder tomar algo de todo esto por encima de Hans. De pronto es un propósito que me mueve, que me motiva a continuar con el trato que me confundía, porque tengo algo que me distrae de ese hecho. —Será divertido— digo al vuelo, como si fuera un juego entre niños aunque no será inocente.
Puedo confiarme pensando que por no ser de las cosas que Hans toma sin tener que pedir que se lo den —así lo dijo él— tengo cierto poder que ejercer sobre él, algo de qué tirar. No soy una ilusa. El tipo está en una posición en el ministerio en que le habrán ofrecido el cielo y el infierno a cambio de algo y habrá aprendido a no claudicar bajo la presión. Lo que hago es tratar, justamente, de no subestimarlo. Porque si se ríe de esto, es porque piensa que ya ganó. Y hay algo no menos importante: hay una contraparte en esta situación, del otro lado estoy yo. Los riesgos del juego también valen para mí que no estoy hecho de metal. Hasta ahora fingí una indiferencia ante las cosas que no puedo tener, y cuesta sostener cuando también las tengo al alcance de mi mano y se me van entre los dedos.
Por eso agradezco que se vaya, que perdure la vaga sensación de que soy quien se llevó una ventaja en este encuentro, si quiero puedo pensar que logré expulsarlo de mi territorio. La oficina vuelve a ser mía, con todo lo familiar de mi entorno, sin su presencia invadiéndome. Le sonrío cuando se despide usando mi nombre de pila y puedo respirar por la tranquilidad que conquisté por unos días, presiento lo que se viene y cuando cierro los ojos al apoyar mi cabeza contra el respaldo de la silla, puedo ver a un thunderbird que agita sus alas para crear una tormenta. Estúpido pájaro. Aunque intentara no podría dormir, mis pensamientos corren a mil por horas. El trabajo logra que tenga mi mente ocupada en algo, anestesiada, y para cuando acabo de enviar la valija a su dueño original, escucho movimientos en el taller. Cuento mooncalfs y hago planes para la semana cuando procuro dormir unas horas, todo con tal de evadir la alarma insistente en mi mente de que traspasé una frontera y pisé un terreno prohibido, porque no es la primera ni será la última vez que la escuche sonar en mi cabeza.
Puedo confiarme pensando que por no ser de las cosas que Hans toma sin tener que pedir que se lo den —así lo dijo él— tengo cierto poder que ejercer sobre él, algo de qué tirar. No soy una ilusa. El tipo está en una posición en el ministerio en que le habrán ofrecido el cielo y el infierno a cambio de algo y habrá aprendido a no claudicar bajo la presión. Lo que hago es tratar, justamente, de no subestimarlo. Porque si se ríe de esto, es porque piensa que ya ganó. Y hay algo no menos importante: hay una contraparte en esta situación, del otro lado estoy yo. Los riesgos del juego también valen para mí que no estoy hecho de metal. Hasta ahora fingí una indiferencia ante las cosas que no puedo tener, y cuesta sostener cuando también las tengo al alcance de mi mano y se me van entre los dedos.
Por eso agradezco que se vaya, que perdure la vaga sensación de que soy quien se llevó una ventaja en este encuentro, si quiero puedo pensar que logré expulsarlo de mi territorio. La oficina vuelve a ser mía, con todo lo familiar de mi entorno, sin su presencia invadiéndome. Le sonrío cuando se despide usando mi nombre de pila y puedo respirar por la tranquilidad que conquisté por unos días, presiento lo que se viene y cuando cierro los ojos al apoyar mi cabeza contra el respaldo de la silla, puedo ver a un thunderbird que agita sus alas para crear una tormenta. Estúpido pájaro. Aunque intentara no podría dormir, mis pensamientos corren a mil por horas. El trabajo logra que tenga mi mente ocupada en algo, anestesiada, y para cuando acabo de enviar la valija a su dueño original, escucho movimientos en el taller. Cuento mooncalfs y hago planes para la semana cuando procuro dormir unas horas, todo con tal de evadir la alarma insistente en mi mente de que traspasé una frontera y pisé un terreno prohibido, porque no es la primera ni será la última vez que la escuche sonar en mi cabeza.
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