The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
La rubia se secó el sudor de la frente y apoyó ambas manos sobre el lavabo, estaba exhausta, no dejaba de temblar y ni siquiera eran las 12 del mediodía.
Ariadna podía atender cualquier herida abierta sin impresionarse, podía frenar hemorragias sin siquiera mirar, sin embargo algo que si lograba impactarla y en ciertos casos causarle shock, eran los pacientes que llegaban accidentados o casi muertos, culpa de una Acromántula.
El problema no eran las personas, el veneno, los traumatismos o carne expuesta...lo que le molestaban eran sus dudas y preguntas ¿Acaso su padre había sufrido así? ¿Lo habían atendido con amabilidad? ¿Nadie pudo siquiera curarlo o hacer lo que ella hace? Su madre jamás le había dado detalles del suceso y ella nunca había preguntado.

Un poco más calmada, lavó su rostro y manos, cambió su uniforme por uno limpió y entonces sí, salió al pasillo donde esperaba la familia del explorador. —Él estará bien, sólo hay que seguir un control especial por un par de días y tiene que descansar. Por favor hablen con la enfermera para que les informe bien el horario de visitas.— La esposa le sonrió y su rostro se empapó de lagrimas culpa de la felicidad, Ariadna trató de calmarla, pero entonces la mujer la apretó entre sus brazos para agradecerle. Que incomoda se ponía cuando eso sucedía, y como tampoco tenía mucho cuerpo para pelear, se dedicó a llenar de oxigeno sus pulmones, como podía, hasta que el hijo mayor de su paciente logró separar a su madre de ella.

Por fin el horario del almuerzo llegó y como había quedado en comer con su madre en un restaurante el centro, recuperó su bolso, se colocó un abrigo encima del uniforme, se peinó con los dedos y salió disparando. Si bien podía utilizar la aparición, prefirió caminar, respirar un poco de aire y tal vez mirar una o dos vidrieras.

Al llegar al lugar pactado, no pudo ver a su madre y como no era una mujer que llegaba tarde, supuso que estaba algo (bastante) ocupada. Pidió con amabilidad la mesa que usualmente ocupaban y mientras tomaba asiento, le encargó a la mesera un trago con jugo de naranjas y champagne. Lo necesitaba.
Ariadna T. Tremblay
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Eloise R. Leblanc
Ministro de Educación
No me podría definir jamás a mi misma como alguien olvidadizo, pero siendo una mujer de tantas ocupaciones como era, podía ser normal que las cosas que no iban a parar a mi agenda fuesen relegadas a una esquina de mi mente. Mi secretaria se encargaba de recordarme todos los compromisos que tenía sin fallar en un solo momento, pero tenía órdenes específicas de no importunarme con otras cosas a menos de que fueran realmente necesarias. Incluso ella tenía que hacer cita a veces si es que necesitábamos algún tipo de reunión de mayor longitud.

Es por eso por lo que, cuando se tratan de compromisos de palabra como lo era un almuerzo arreglado el día anterior con mi propia hija, existía la posibilidad de que no lo tuviese en mente. No había sido intencional, tenía los codos enterrados en una pila de expedientes para las estadísticas de fin de curso y sinceramente no estaba pensando en comer. No al menos hasta que el comunicador suena con la voz de Clara inquiriendo qué deseaba como almuerzo ese día. - El especial número 4 de mi restaurante favorito, gracias. - Había contestado de manera distraída mientras revisaba un caso particular de una niña cuyo estatus de sangre estaba siendo puesto en duda. Era una pequeña muchacha rubia que había iniciado el año anterior en el Prince, y tenía unos ojos que me recordaban a los de mi Ariadna cuando era pequeña… ¡Ariadna!

Miro la hora con recelo, y me llevo una mano a la sien cuando noto que llevo unos cuantos minutos retrasada. Llevando la pluma de nuevo a su lugar en el tintero, dejo escapar un suspiro y me levanto con parsimonia de la silla antes de agarrar mi cartera y dirigirme a la salida. - Cancela el pedido, tengo otro compromiso. - Clara asiente con sobriedad, y ese es todo el indicador que necesito para saber que no tengo nada más importante en al menos unas horas.

Una vez que estoy fuera del edificio, tardo unos segundos en aparecerme fuera del establecimiento en el que habíamos acordado encontrarnos con mi hija, y no tardo en localizarla una vez que me encuentro dentro. - ¿Día complicado? - Consulto al haber llegado a su lado al mismo tiempo que el mesero, y notando que la bebida es claramente una con contenido alcohólico. - Un martini triple sec sin hielo, por favor. - Acto seguido tomo asiento en frente de la rubia y me disculpo desinteresadamente por mi tardanza. Me conoce de toda su vida, no voy a andar justificándome innecesariamente.
Eloise R. Leblanc
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
En pocos minutos la copa con bebida anaranjada apareció frente a ella. Sonriendo con amabilidad, la tomó y bebió un sorbo para luego indicar que la mezcla estaba perfecta. —Muchas gracias, pediré el resto cuando mi acompañante llegue.— Y eso fue todo lo que tuvo que decir para quedar nuevamente sola con sus pensamientos.

Se apoyó en uno de sus codos y con la mirada algo perdida, recordó cada una de las heridas de su más reciente paciente. Pies, piernas, abdomen, pecho, brazos, cuello y al llegar al rostro, su maldita mente le jugó una broma de muy mal gusto y sólo podía imaginar a su padre. A su pobre padre agonizando por el veneno, el dolor y la pérdida de sangre.

Parpadeó varias veces y estirando su cuerpo, bebió unos cuantos sorbos más sin respirar. Ella no estaba acostumbrada a ingerir tragos con alcohol, así que un vaso era su limite y tenía que tomarlo con calma para hacerlo durar y que no le pagara fuerte.

Cuando bajó la copa y la depositó sobre la mesa, vio la cabellera dorada ingresando por la puerta del restaurante, por fin había llegado. Una sonrisa se formó en su rostro, aunque siempre que se juntaba con su madre, tenía dos sentimientos que se peleaban por dominar su cuerpo, tranquilidad y comodidad contra la incertidumbre y ansiedad. —Buenas tardes, madre... y podría preguntarte lo mismo.— Respondió y apuntó con un movimiento de cabeza hacia la mancha de tinta en la blusa, para que su progenitora no la hubiese notado, es porque su mente si que estaba ocupada.

La chica anotó en la libreta el trago de su madre, pero Ariadna estaba muriendo de hambre, así que antes de que se retirara, la llamó. —Yo quiero pedirte el plato de pasta a la carbonara y de entrada una ensalada de la casa. Muchas gracias.— Esperó a que Eloise también dijera su elección para el almuerzo y cuando quedaron solas otra vez, arqueó las cejas de manera interrogante, se cruzó de brazos y aguantó unos segundos. —Ya, arrojalo, ¿Qué tienes en mente? Ya van un par de noches que no duermes en tú cama y ni siquiera has criticado mi nuevo corte de cabello...¿Está todo bien?
Ariadna T. Tremblay
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Eloise R. Leblanc
Ministro de Educación
¿Preguntarme lo mismo? Miro hacia donde señala y noto la mancha de tinta sobre mi blusa, casi insignificante. Saco la varita y con un hechizo silencioso, no tarda en desaparecer y dejar la prenda tan impecable como si fuese nueva. Con sinceridad, no había notado ese pequeño descuido, pero si era sincera, tampoco revisaba tanto el estado de mi ropa a menos de que tuviese alguna reunión en particular. Años de ejercer como profesora me dejaron una actitud de resignación absoluta en ciertas cosas, las manchas de tinta eran una de ellas.

No me concentro demasiado tiempo en el menú, y pido lo primero que le llama la atención a mi estómago, y un buen vino que acompañe la elección. La costumbre de almorzar con una copa de vino me la habían inculcado desde muy chica, y ahora era casi una cuestión religiosa. - ¿Arrojarlo? No sé de qué hablas Ari. - ¿Acaso me había estado comportando diferente? No podía ver qué es lo que quería señalar la muchacha. - No voy a criticar tu corte de cabello cuando esta vez sí me gusta lo que te has hecho. - Aseguro. Aunque tampoco es que le hubiese prestado demasiada atención, solía verla tan seguido con el pelo recogido por culpa de su trabajo, que tampoco era algo que me impresionase de alguna manera.

- ¿Y desde cuándo tengo que dar explicaciones de lo que hago o dejo de hacer dentro de mi casa? - Retruco. Ya estaba grandecita como para que me controlen y con sinceridad esta semana había estado más relajada que de costumbre. Había salido con colegas de trabajo y… bueno, tampoco iba a explicarle a mi hija que seguía teniendo vida sexual pese a lo que pudiese pensar de mi o de mi edad. - Puedo asegurarte que todo está en perfecto estado, pero ahora temo que te estés reflejando. ¿Está todo bien? - Consulto dando un trago de la copa que la mesera acaba de depositar en frente mío.
Eloise R. Leblanc
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Observó a su madre mientras esta realizaba el hechizo para quitar la mancha de tinta y al mismo tiempo bebió un sorbo más. Su trago estaba fresco, dulce y suave, tal vez podía pedir uno más sin problemas.
Sonrió en cuanto la camarera se despidió con el pedido y apoyando los codos sobre la mesa, esperó la respuesta de Eloise. —Bueno, es que hace mucho que no hablamos ni nos vemos...Algo nuevo tiene que haberte pasado.— Explicó y no pudo ocultar la sorpresa en su rostro, ¿En serio dijo que le había gustado?
Instintivamente trató de acomodar los mechones cortos y sueltos, pero en cuanto notó lo que estaba haciendo, bajó los brazos y acomodó la servilleta en su regazo. Sip, muy disimulada.

Su atención se vio comprometida durante unos segundos, no es que fuese chismosa, pero los gritos de un hombre reclamando la mala cocción de su plato,  eran difíciles de ignorar. Pobre camarera.
Negó con la cabeza un par de veces y volvió a mirar el rostro de su madre. —¿Desde...que soy tú hija? No me tienes que dar explicaciones, esto es una conversación, mamá. No te estoy interrogando.— Bufó un poco rondando los ojos.
Desde siempre le era difícil mantener una charla con ella sin que ambas comenzaran a gritarse. No era culpa de Ari o de Eloise, simplemente ambas eran de carácter y personalidad muy distinta...O eso creía.

Como sea...Si, todo está bien conmigo y el trabajo.— Respondió bajando la mirada y concentrándose en alinear los cubiertos, con su copa, plato y demás. —Sólo...Hoy tuve un paciente complicado, es todo.
Ariadna T. Tremblay
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Eloise R. Leblanc
Ministro de Educación
- No sé por qué, pero sigo teniendo la sensación de que algo hay que quieres pedirme. - Tal vez es porque últimamente he estado recordando algunos momentos de si infancia y me han quedado frescas las tácticas que usaba en ese entonces cuando quería obtener algo. - Lamento decepcionarte, pero tienes una madre bastante aburrida. - Por no decir tapada de trabajo. No había nada fuera de la rutina que fuese importante destacar, o que no supiera ella ya.

Me abstengo de decirle que quite los codos de la mesa, demasiado acostumbrada a tener el reproche fácil en la punta de la lengua. Por suerte lo hace, y simplemente se dedica a acomodar su cabello, como si no estuviese convencida de mi sinceridad sobre mi gusto.

- No hace falta que comencemos a discutir. Dejémoslo ahí. - Hija mía o no, sabía de sobra el cómo me ponían ciertas respuestas, y más aún el insoportable gesto que tenía de rodar sus ojos. No es que yo no o hiciera en ocasiones, pero odiaba profusamente que lo usara en mi presencia. Se sentía como una falta de respeto, y la había educado mejor que eso. - Me alegra que se encuentre todo bien. Y me apena oír de tu paciente. ¿Salió todo como correspondía o…?- Complicado no necesariamente quería decir fallecido, así que con el paso del tiempo había aprendido a consultar y no asumir cosas en el ámbito médico.
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Con el pasar de los años, había intentado ser más espontanea y menos predecible, cuidaba sus gestos y trataba de no delatarse.
25 años después, era impresionante como su madre podía leerla y todavía no entendía cómo es que lo hacia.
No tenía sentido arrojar indirectas, con Eloise tenía que ser honesta y directa, si no, no funcionaba. —No quiero que compres un esclavo, no me gusta la idea.
Abrió la boca para inundarla con todos los argumentos previamente preparados, pero la presencia de la mesera acomodando los platillos del almuerzo, le interrumpió.

Esperó con paciencia a que la joven se retirara y aprovechó para beber un par de sorbos más de su jugo de naranja con unas gotas de alcohol.
Una vez solas, Ariadna empezó a condimentar la ensalada a gusto, un poquito de sal, un poco de aceite y tres litros de vinagre. Delicioso.
No eres aburrida, madre...Pero si deberías tomarte unas vacaciones o tal vez trabajar una hora menos, sería bonito tenerte en casa un poco más.
Lo último lo murmuró en voz baja, no porque se sintiera intimidada o con miedo, si no porque ya sabía cuál sería la respuesta.
Ari también la conocía a Eloise.

Con los vegetales verdes revueltos, empezó a comer y aunque la pasta tenía un aroma y pinta increíble, de momento su apetito se cortó.
Si...Él estará bien, necesita muchos cuidados y no creo que deje el hospital en las próximas semanas, pero sobrevivirá. Ocurrió durante un ataque dentro de el nido de una acromántula.— Y metió un gran bocado de ensalada dentro de su boca, tal vez así no tendría que responder nada más acerca del accidente.
Ariadna T. Tremblay
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Eloise R. Leblanc
Ministro de Educación
Entrecierro los ojos para observar su figura con algo más de nitidez, analizando su petición antes de definir qué cosa era la que la motivaba a decir eso. Cualquier cosa que entrase bajo la definición de “gustar” era automáticamente considerado un capricho en mi mente, y Ariadna sabía perfectamente cómo me sentía al respecto de esos infantilismos. - Explícate mejor Ari, sabes que nunca hago o dejo de hacer cosas por el gusto ajeno. - Ni siquiera por el de mi hija. Tenía muy en claro que los gustos se los tenía que procurar uno, y no depender de las opiniones o decisiones de los demás. Lo del esclavo era algo inamovible dentro de mi mente, pero no por eso dejaría de escuchar su opinión. Si es que tenía una lo suficientemente razonable, claro.

La llegada de la comida nos distrajo por unos segundos y no tardé en distraerme con la copa de vino para ver si tenía mi visto bueno. Era bastante pasable así que mientras que Ari se dedicaba a ahogar su ensalada, yo probaba los primeros bocados de mi plato, sin darme cuenta del hambre que estaba teniendo. - ¿Trabajar una hora menos? - Su bebida debía tener más alcohol que la mía o sino no me explicaba su pedido. - Tomaré vacaciones una semana durante el verano seguramente, pero la sola idea de trabajar menos es casi risible. No te das una idea del trabajo que estamos teniendo estos días. Incluso aunque estuviese una hora menos dentro de la oficina, la pasaría en el despacho de casa para terminar con los casos actuales. - Y terminar era una palabra demasiado bonita, porque nunca se terminaban realmente los casos. Ni siquiera cuando los alumnos se graduaban de tercer curso.

De golpe me cuesta tragar cuando me habla de su caso clínico, y tengo que volver a tomar de la copa de vino antes de poder contestarle. - Me alegro que tu paciente tenga un pronóstico favorable. - Es lo único que digo, sin atreverme a mirarla a los ojos. Sabía lo que significaba para ella este tipo de situaciones, así que prefería dejar el tema allí, sin invadir ni la confidencialidad médico-paciente, ni los sentimientos por los que pudiese estar atravesando en estos momentos. Si quisiera realmente contarme, me lo habría dicho en un principio.
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Iba a explicarse, pero la llegada de la mesera la interrumpió y sólo pudo continuar, una vez que esta desapareció detrás de las puertas que unía la gran sala con la cocina.
Trató de controlar los movimientos de sus brazos y manos, mas le era imposible. Ariadna se comunicaba no sólo con las palabras, si no también con los movimientos y gestos. —No es una buena idea, madre. No sabes a quién estarás metiendo en nuestras vida, en nuestro hogar. Puede ser un criminal y no siempre estarás en casa para controlarlo.— Aquellas sólo eran vagas excusas, lo que verdaderamente le preocupaba, era que si el esclavo desobedecía y como consecuencia Eloise lo castigaba, ella no podría hacer nada por él.
Era fácil cerrar lo ojos, vendarte el rostro y cerrar la boca frente a actos injustos, pero es mucho más difícil, cuando eso ocurre cada segundo y cada día, frente a ti.
Ariadna no podía decirle eso a su madre, ¿la consideraría una traidora? ¿Podría ir presa por opinar distinto? Soltó un largo suspiro y de nuevo jugueteó con su cabello, no se acostumbraba a tenerlo tan corto y suelto. —Lo que quiero decir, es que es peligroso. Además no necesitamos un esclavo, con Lady Cora y Gaspard estamos bien, cómodas y seguras.— Con el tenedor pinchó un trozo de lechuga cortado en finas tiras y lo removió dentro del plato. —Papá jamás hubiese permitido o aceptado que hicieras esto.

Su copa ya estaba vacía, mas el plato seguía lleno. Intentó terminar la ensalada y apenas tragó un par de bocados pequeños de su pasta, sentía que iba a explotar. También tenía que cambiar de tema rápido.
¿Y qué hay de tú secretaria? Podrías entregarle un poco más de responsabilidades, tal vez con los papeles y tramites menos importantes y tú te haces cargo del verdadero trabajo pesado.— Sólo estaba largando ideas sin pensar, quería involucrarse un poco más en su vida y eso le costaba horrores.

Ariadna observó atenta el rostro de su madre y no pasó por alto el hecho de que evitara mirarla a la cara, ¿También ella lo extrañaba o ya lo había olvidado por completo? No, no podía preguntarle eso. —Gracias, ma.— Susurró y dejó los cubiertos sobre el plato, indicando que ya había terminado su almuerzo.
Ariadna T. Tremblay
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Eloise R. Leblanc
Ministro de Educación
Creo que debo haberla mirado fijo por al menos medio minuto antes de poder siquiera expresarme como era debido. ¿Había escuchado lo que había dicho? Suponía que sí si su gesticulación me decía algo, pero esperaba de verdad que ese no fuera el problema que tenía con la idea de adquirir un esclavo.  - ¿Estar en casa para controlarlo? Ariadna, tuviste la mejor formación que se puede tener, ¿y necesitas de mí para poner a raya a un humano?, por favor… - Tenía veinticinco años y era una bruja con una carrera prometedora, un puesto especializado y un talento bastante único en lo suyo. No podía salirme con esa tontería de tener miedo de un esclavo. Un elfo bajo los efectos de una poción era mucho más peligroso…

- Eras muy chica cuando falleció como para saber lo que hubiese querido tu padre. - Mi respuesta es tajante en lo que trata de escudarse en una carta un tanto vieja y desgastada. Mi esposo había sido muchas cosas, y si bien era muy sobreprotector con nuestra hija, no pondría reparos en esta ocasión teniendo en cuenta de que Ari estaba en su edad adulta y en pleno uso de todas sus facultades. - Lady Cora y Gaspard son útiles, sí. Pero hay comportamientos que no se le puede enseñar a un elfo y esperar lo mejor de eso. - Su actitud condescendiente y su manía de autoflagelarse ante los errores era un tanto irritable, por no decir ciertamente exasperante. - Además de qué es un proyecto personal y una decisión tomada. A menos claro de que tengas otros argumentos...

Voy a atribuir su leve falta de juicio a una larga jornada laboral o a un hecho verdaderamente estresante, porque no estaba segura de querer creer que lo que estaba diciendo provenía de su sentido de la razón. - Tengo gente que se ocupa de los trámites, insignificantes, y no son precisamente la persona que me hace el café por las mañanas o me encarga comida. -- Clara era muy competente en su trabajo, pero dudaba que pudiese entender de verdad algo del departamento. - Lo que yo tengo es el verdadero trabajo pesado, que requiere muchas horas ya que estoy jugando con el futuro de las personas. Cada decisión es importante. ¿O me vas a decir que le dejarías parte de tu trabajo en una cirugía a la recepcionista del hospital?
Eloise R. Leblanc
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Bueno, admitía que aquel argumento no había sido el mejor para ganar la discusión y ese era el problema, que a su madre jamás podía vencerla, porque una vez tomada la decisión, no había forma alguna para hacer que lo replantee o cambie de opinión.
Soltó un largo suspiró y trató de no juntar los labios, ya sabía Eloise que cuando Ariadna hacía eso, era porque estaba enfadada. —No he dicho eso, no cambies mis palabras.— Claro que podía controlar un simple humano, el problema era que no quería hacerlo y esa opinión tendría que morir con ella.

Que haya sido chica, no quita el hecho de que lo conocía, ¿O te olvidas que pasé más tiempo con él que contigo?— No lo dijo para ofender o atacarla, menos para reclamar su atención, simplemente se lo informó para que no desvalorizara sus palabras, cuando para esa edad, Ariadna ya no era tan pequeña.
Se le cerró el estomago y no sería capaz de volver a probar bocado. Siempre era lo mismo..."Si hija, hablemos, te escucho" sin embargo al final cualquier conversación era en vago, pues la decisión ya estaba tomada. —Entonces no haré que pierdas el tiempo, madre.— Gruñó.

Las siguientes palabras de la rubia mayor tienen sentido, Ariadna jamás dejaría que una secretaría ingresara siquiera a la salas de sus pacientes, menos a las de operaciones. Pero el tema anterior ya le había dejado el gusto amargo dentro de la boca, así que no respondió.
Alzó la mano para llamar a la mesera, pidió un trago más de su jugo con alcohol y en cuanto lo dejó sobre la mesa, la menor lo bebió de un sólo tirón, sin respirar. —Claro que no.— Respondió finalmente y pagó por el almuerzo de ambas. —Tengo que volver al trabajo, gracias por verme, ten un lindo día.— Y algo mareada, se levantó para dirigirse hacia la salida. Que carajos había hecho.
Ariadna T. Tremblay
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