The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Zenda M. Franco
Fugitivo
El sol aún no se alzaba en el horizonte, cuando unos golpecitos en su espalda la despertaron. Balbuceó palabras inentendibles y soltando un suspiro, se dio media vuelta y trató de seguir durmiendo abrazada a su almohada. Los toques fueron insistentes hasta que abrió los ojos y se encontró con el rostro de su hermano demasiado despierto. —¿Ben?— Era muy temprano para una visita, la cual obviamente era secreta porque el mayor no quería hacer ruido alguno, cuando por lo general, era todo lo contrario. —¿Qué sucede?— Preguntó adormilada, sentándose y estirando los brazos hacia arriba.

Los planes fueron revelados y los nervios la invadieron, ¿Salir al bosque luego de lo que había pasado? ¿Y si todavía los buscaban? Tragó en seco y trató de convencer a Ben de hacer algo más tranquilo como el trabajo en la huerta, sin embargo luego de unos 5 minutos, cerraban la puerta de casa y se dirigían al enorme y aterrador bosque.

Zenda seguía medio dormida, asi que cargada con la mochila y el arco en la espalda, la varita en la mano derecha y refregando sus ojos con la libre, caminaba detrás de la enorme montaña, siguiendo cada uno de sus pasos.
Ben, ¿Qué tanto te duelen las transformaciones? Con Ken vimos un libro y las imágenes son muy feas...¿Duele mucho? Porque a mi cambiar no me duele y tal vez si puedo ser una loba sin que me moleste...— La menor todavía tenía la idea de que al ser un hombre lobo, sería mas rápida e invencible. Hacía tiempo de que la idea de acompañarlo durante la luna era lo que mas quería en el mundo, claro que todo fue antes del ataque contra los aurores. —Papá me dijo que es horrible, pero él no puede saberlo porque no le pasó, ¿no?

Cuando el distrito quedó atrás y los puestos de guardias desaparecieron detrás de los frondosos árboles, Mia dejó de hablar y se aferró con fuerza a su varita. Quiso demostrar valentía, pero las imagenes de los cadáveres le seguían afectando.
Ben...— "Quiero volver con mamá", Iba a decirle, pero al final terminó preguntando por algo completamente distinto. —¿Qué hacía Melanie cuando tenía miedo?
Zenda M. Franco
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Despertar a Zenda es un poco más complicado que antes considerando que no vivo con ellos y que no le he dicho nada a ninguno de nuestros padres porque no deseo cruzarme con ellos, ya que temo decir algo que delate todo lo que ha estado pasando a sus espaldas. Hace algunos días que vengo evitando a mi hermana por el simple hecho de que Ava me ha plantado la duda de que quizá no compartamos ese vínculo y, a decir verdad, se me ha hecho algo difícil el poder verla a la cara con tremenda incógnita dando vueltas en la cabeza. Pero he prometido que ayudaré con su formación y ella no tiene culpa alguna de las complicaciones que los demás han ocasionado a su alrededor.

Pero conozco esta casa como la palma de mi mano y puedo mover a Zenda cuando el sol apenas está empezando a asomar. Es fácil que crucemos el puente, yo abriendo la marcha para una niña demasiado adormilada y con pasos mucho más firmes que los suyos. Llevo conmigo mi ballesta, lista para una mañana de caza y, obviamente, el hacha y el cuchillo colgados al cinto. Nada de armas que puedan provocar sonido, especialmente porque he organizado esta exploración lo suficientemente cerca del distrito como para asegurarnos que nadie va a encontrarnos. Por si las dudas, la capa de invisibilidad se encuentra en mi bolsillo encantado. Nunca se es lo suficientemente precavido.

Ya estoy apartando las primeras ramas cuando la voz de Zenda me llega desde algún punto por detrás de mi espalda y gruño un “mmm” que deja bien en claro que la estoy escuchando, pero no abro la boca hasta que empiezo a comprender lo que está queriendo decir — ¿De qué libro estás hablando? — a pesar de que intento parecer tranquilo, mi voz delata una pizca de sospecha — La transformación no es solo dolorosa, sino que incontrolable. No tiene nada que ver con la metamorfomagia — realmente ruego que esté preguntando para saber si puede cambiar su imagen a un lobo y que no esté pensando en lo que creo que está pensando.

Sea como sea, la pregunta siguiente me toma tan de sorpresa que esta vez sí me detengo y giro la cabeza hacia ella, acomodando la ballesta que llevo en mis manos para poder verla mejor. Sé que Zenda sabe de mis hermanos, pero no es un tema que hable con nadie de manera habitual, especialmente con ella. En parte no la culpo por su curiosidad: técnicamente, también son sus hermanos, a pesar de que ella nació mucho después de sus muertes. Ni hablemos de todo lo que Ava me ha contado sobre nuestro posible no parentesco.

Melanie — me es extraño nombrar a mi melliza, ya que han pasado al menos diecisiete años desde que el “nosotros” pasó a ser individual. Una media sonrisa, apagada y llena de nostalgia, se asoma brevemente en mi boca cuando acomodo la ballesta en mi espalda y vuelvo sobre mis pasos para inclinarme delante de ella, tratando de estar a su altura — Mel no le tenía miedo a muchas cosas, excepto a las tormentas. Hacíamos algo cuando había una… ¿Sabes? — intento obviar el recuerdo de la arena. Esos segundos donde su método espanta truenos se había convertido el modo de mantenerla conmigo hasta que murió. Me relamo los labios y mis ojos bajan al suelo un segundo, antes de volver a los de ella — Solo contábamos juntos y en voz alta. Llegaba un punto donde la tormenta pasaba y veíamos que tan alto era el número al que habíamos llegado al contar — ahora que lo digo, no sé si era una idea genial o demasiado infantil. Sea cual sea la respuesta a eso, no deja de provocarme un amargo sabor y un frío nudo estomacal, así que desvío un poco la mirada para frotarme la nariz con la mano en un intento de mantener la compostura — ¿Por qué? ¿Tienes miedo?

No la culpo. Salir del distrito no ha sido lo mismo desde el último altercado con los aurores y es la primera vez que Zenda viene conmigo desde ese entonces, pero tiene que saber que mientras esté conmigo no le pasará nada. Tengo mala suerte, pero no dejaría que le pongan un dedo encima. Creo que se lo dejo bien en claro cuando le aprieto un hombro cariñosamente y me incorporo para retomar la marcha, un poco más apurado que antes en un intento de ocultar mi estado vulnerable ante un recuerdo algo ácido — ¿Por qué preguntas sobre las transformaciones? ¿Nueva duda? — al menos así podemos evitar hablar de Melanie.
Benedict D. Franco
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Zenda M. Franco
Fugitivo
Caminando detrás de su hermano y sin darse cuenta, Zenda busca con la mirada plantas medicinales o comestibles. Era algo que ya se le hacía habitual, sobretodo en primavera, ya que era la mejor época para recolectar semillas y ramitas y luego convertirlas en té o algún ungüento.

El tono de voz de Ben la despierta de golpe, estaban tan preocupada por su duda, que olvidó cómo había obtenido ese libro y cómo con Ken se habían infiltrado en la casa de Seth. —Yo...Es un libro de Seth, nos lo presto para...— Balbuceó sin poder mentir. Mia era inconsciente, bruta, juguetona, terca y curiosa, pero jamás le había ido bien el arte de la mentira.  —Con Ken nos colamos en la casa de Seth para buscar un hechizo que hace que las palabras se lean mejor, ya sabes, para el anillo. No encontramos eso, pero si fotos de como un hombre se convertía en lobo cuando estaba la luna llena.— Murmuró apenada en voz baja y tan rápido que se quedó sin aire en los pulmones, no quería que Ben la regañara, no a ella ni a su amigo y tal vez si no alcanzaba a oírla, evitaba una futura pelea.

Con el distrito detrás de ellos, la pequeña procuró pisar la tierra humedecida por el rocío de la madrugada, así no haría ruido para espantar a los animales y al mismo tiempo se mantendrían ocultos de los posibles aurores.
La pregunta la hizo al mismo tiempo que se agachaba para juntar en una bolsita, un par de semillas de pequeño arbusto de cerezas, que con seguridad podía decir que en un par de años iba a ser un gran árbol.
Cuando levantó su cuerpo, se encontró con Ben observándola de un extraño modo que no sabía interpretar, últimamente incluso su madre y Ava la miraban así cuando preguntaba algo. —Yo...No tienes que...Lo siento.— Pero se calló cuando tenía a su hermano a la misma altura, respondiendo a su pregunta.

Contar en voz alta, eso era sencillo y tal vez podía funcionar. —¿Y cuál fue el número más alto al que llegaron?— Preguntó en voz baja y con los ojos abiertos por la curiosidad.
Obviamente su expresión cambió cuando ahora era Ben el que le preguntaba. —Yo...— Soltó un suspiro resignado y trató de acomodar los mechones de cabellos despeinados. —Sé que entrenamos mucho, desde pequeños, y que nos quieren preparar para que sepamos defendernos...— Pateó con la punta de su bota la tierra blanda y empezó a hacer un pequeño agujero, trataba de evitar el contacto visual o lloraría. —Pero fue distinto cuando estaban esos aurores. Sé cómo dispararle a un animal desde muy lejos, puedo correr rápido y hacer muchos hechizos, pero...pero cuando estaban ellos, me olvidé de todo.— Le explicó, sentía tanta impotencia que su mano libre estaba formada en un puño y la que sostenía la varita, estaba por romperla.

El cambió de tema le venía un poco mejor, siguió caminando detrás de Ben, hasta llegar a uno de los árboles donde ella sola podía armar un par de trampas con cuerdas. Si atrapaba un par de animales pequeños, por fin podría terminar el brazalete de Cale y Ellioh, el de Ben, Ava y mamá, ya estaban listos. —Emmm...Si, sólo una duda.— Susurró en respuesta y le regaló una diminuta sonrisa, antes de ponerse a trabajar.

Menos mal que estaba junto a él, porque ya había perdido la noción del espacio entre tanta charla.
Zenda M. Franco
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Los balbuceos son algo que conozco bien, no porque me mientan sino porque yo solía mentir de esa manera cuando tenía su edad. Lo bueno es que Zenda parece notarlo rápido porque no se tarda en corregirse y tengo que arquear una ceja — ¿De qué anillo hablas? — pregunto, aunque se me hace que no es muy importante porque dudo que algo así tuviese mucha importancia. Lo que en verdad se lleva mi atención es el resto de la historia — Primero que nada, debes saber que Seth no tiene problema en prestar libros si se lo pides. No tienes por qué colarte en la casa de los demás — mira quien habla — Y segundo, las ilustraciones no le hacen justicia a la licantropía — he visto esos libros y puedo asegurar que el dolor es mucho peor, en especial cuando solo buscas arrancarte la piel y son tus propias garras las que te lastiman. Un cambio tan brusco en la anatomía de alguien jamás puede ser una experiencia serena.

¿Cuál fue el número más alto? Me encojo de hombros, sacudiendo la cabeza con inseguridad — No lo recuerdo — la última vez que conté de esa manera fue cuando Melanie murió, así que he omitido esa información y, antes de eso, puedo decir que fue hace mucho tiempo y es un dato que se terminó borrando — hey — le chisto, tratando de llamar su atención — Sé lo que es eso. Bueno, no exactamente así, pero he estado ahí y era un poco más joven que tú ahora. Hiciste lo que pudiste y lo hecho fue por pura defensa. No tienes nada de qué arrepentirte o que temer — le he repetido esto a Alice mil veces: eran ellos o nosotros y no hay que culparse por ello — en cuanto a los aurores… hemos asegurado el perímetro, así que nadie puede encontrarnos.

Es una suerte de que podamos seguir el camino, porque no estoy como para tener un viaje al pasado y a las peores memorias de mi vida. Vuelvo a hacerme con la ballesta para ser libre de mantener la guardia en alto mientras ella arma una trampa, dándole la espalda al mantener la vista en el paisaje. Nada se mueve, a excepción de los pájaros que sacuden las ramas sobre nuestras cabezas. La primavera se ha vuelto mi estación favorita, porque el clima es excelente para la caza y la supervivencia: nada de nieve ni de calor excesivo y, por qué no, animales activos mucho más fáciles de rastrear.

La mirada de soslayo que le regalo a Zenda deja bien en claro que no le creo del todo por culpa de ese vacile en su voz, aferrando con algo más de fuerza la ballesta — La licantropía es una maldición, Zen. Te conviertes en un monstruo y puedes hacer cosas… horribles — me relamo como si de esa manera pudiese volver a sentir la sangre que alguna vez derramé entre mis dientes y trato de reprimir el escalofrío — Pudo haberme matado la misma noche en la que me mordieron, pero tuve suerte de tener a Seth y a tu madre cerca. No es una idea para considerar, ni siquiera por la simple curiosidad de saber cómo sería una de esas transformaciones — con un resoplido que me revuelve el flequillo, acomodo la ballesta y le disparo a la ardilla que ha aparecido en una de las ramas. De ser más pequeña se habría salvado porque no gastaría mi tiempo en un animal diminuto, pero su cuerpo es lo suficientemente grande y pesado como para caer con un sonido sordo al suelo.
Benedict D. Franco
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Zenda M. Franco
Fugitivo
El que estaba en la tumba de Coco.— Responde con un leve encogimiento de hombros, restandole importancia al tema. Para Zenda aquel anillo no era más que una vieja baratija, arruinada por el paso del tiempo y clima.
La niña le pone atención a la siguiente explicación, sin dejar de juntar semillas y ramitas dentro de la bolsita, la cual una vez llena, la cierra y la guarda en la pesada mochila encantada. —Pero...¿Y qué tiene de divertido pedirlo? Con Ken nos colamos por la ventana y buscamos información importante, somos unos espías muy buenos porque nadie nos descubrió.— Le dice con una pequeña sonrisa orgullosa, que luego se borra al fruncir el ceño. —Que yo te lo cuente no vale ¿verdad?

Por alguna extraña razón, Zenda siempre solía meter la pata con las preguntas que le hacía a su hermano mayor, tenía que aprender a dejar de ser tan curiosa respecto al pasado y su condición de licantropia, o él terminaría odiándola por traer viejos recuerdos al presente.
Poco a poco el cabello rubio se transformó en una especia de marrón castaño y quién le ponía atención a esos cambios, sabía que ese era el color de la niña cuando sentía inseguridad. —No hice mucho, Ben...¿Y si algún día ellos vienen y no estás para ayudarnos?— Preguntó retorciendo los dedos nerviosa, al mismo tiempo que mordía el interior de su mejilla, hasta sentir el gusto metálico de la sangre en su lengua. Durante la conversación, Zenda había enfocado la mirada en una abeja que buscaba néctar dentro de una flor, sin embargo al escuchar al mayor, volvió la vista hacia su rostro. —¿Lo prometes?— Quería sonar segura, valiente, pero su voz se rompió cuando la duda la atacó.

Soltando otro suspiro perezoso, continuó la marcha y sólo se detuvo cuando Ben lo hizo. En cuestión de minutos acomodó las cuerdas para armas las trampas y una vez finalizado, tomó una flecha de su carcaj y la colocó en el arco lista para cazar.
Con la mirada paseando entre las ramas en busca de alguna presa, escuchó todo y aunque quería ignorarlo, no podía. —Lo entiendo, es sólo que también me gustaría acompañarte como Seth lo hace... así tienes mayor compañía y la transformación duele menos. Podría incluso traerte carne, así no lastimas a nadie.— Sugirió caminando un poco alrededor de él, no se despegaría ni siquiera cinco metros, no por ahora.

Un leve movimiento entre los arbustos llamaron su atención y sin poder controlarlo, sus ojos cambiaron de forma para tener una mejor visión. Era un conejo bastante gordo, así que al verlo, la niña sonrió y apuntó con su arco. —Creo que te ganaré.— Susurró bromeando y disparó. La flecha atravesó al pobre e indefenso animal, pero no sintió remordimiento, ella no era Beverly. Zenda sabía que si no cazaban, no comían y como había sido uno de los peores inviernos, estaba harta de pasar hambre.

Corriendo fue a recoger el conejo y le quitó la flecha para limpiarla y volverla a usar. —Mira, Ben...¡Debe pesar como 80 kilos!— Susurró riendo y se lo entregó. Era obvio que no pesaba eso, pero la niña quería creer que si.
Emocionada envolvió sus brazos en el torso de él y lo abrazó con mucha fuerza, hundiendo, o mejor dicho estampando su rostro contra la enorme panza. —Lo olvidaba, tengo un regalo para ti.
Zenda M. Franco
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Mi mirada se transforma en un gesto de sospecha cuando menciona a Coco, especialmente porque nadie de quienes vinieron después del grupo inicial sabe quien era a excepción de conocer la existencia de su tumba. Al menos puedo quedarme seguro con el hecho de que, hasta donde ellos saben, solo se trataba de alguien que murió en este lugar hace muchos años. Quince años y medio, si vamos a ser específicos — No es cuestión de que sea divertido, es cuestión de ser educados. ¿Acaso te gustaría que alguien entre a tu casa y se ponga a hurgar entre tus cosas sin permiso? — De verdad, a veces creo que con la treintena salieron a flote todos los comentarios dignos de mi padre de esa manera que no me reconozco, pero es que bueno. Zenda fue la menor y agarró a los adultos en un estado más resignado y agotado, así que alguien tiene que ponerle los puntos. Es muy irónico que tenga que ser yo — No vale porque no diré nada, pero no vuelvas a hacerlo.

Intento no reírme, de verdad, cuando se nota tan preocupada que me dan ganas de apretarle los cachetes — No soy un superhéroe. Creo que tenemos un distrito bastante capacitado como para poder defenderse sin mí — murmuro, tratando de reprimir la sonrisa que delataría mis ganas de reír — Echo es un excelente militar y, odio admitirlo, Cale ha aprendido bien todos estos años. Por algo es el jefe de la milicia… ¿No? — aunque en un mano a mano sin magia le ganaría, no vamos a engañarnos, modestia aparte — Pero si te deja tranquila, sí, te lo prometo.

Sé que Zenda sigue hablando, pero juro que dejo de escucharla después de la estupidez que dice que me obliga a voltearme a ella con la ballesta aún en posición y los ojos como platos. Ella va y viene, se ríe, atrapa un conejo y yo sigo en la misma postura, hasta que dice algo de un regalo — ¿Qué? — sé que me sale algo más brusco de lo que quisiera y tengo que relamerme los labios y hacer una mueca como si estuviese masticando las palabras. Parpadeo, tratando de convencerme de que no ha querido decir lo que creo que ha querido decir y regreso la ballesta a mi espalda, tomando el conejo con algo de brusquedad — ¿Qué regalo? — que no quiero sonar frío, pero es que… vamos.

Le doy la espalda para ir a buscar la ardilla, le quito la flecha y coloco ambas presas en los ganchos del cinturón. No es lo más delicioso de ver, pero hemos descubierto que es un buen modo de cargarlas cuando no queremos llevar una mochila muy cargada con nosotros para movilizarnos mejor. Estoy limpiando la punta de la flecha cuando me es inevitable no lanzarle un vistazo con ojos entornados, debatiéndome entre si debo ser suave o si tengo que sacudirla un poco — Primero que nada: ¿Crees que soy una clase de perro como Gigi que puedes “traerme carne” para que no haga nada? — y ahí va. En un principio tengo los dientes algo apretados por culpa de la mandíbula tensa, pero poco a poco las palabras empiezan a escupirse solas — Y segundo: ¿Qué clase de transformación sugieres? Porque Seth tardó años y años en convertirse en animago y, disculpa que te lo diga, pero si quieres que te muerda tienes un serio problema. ¿Sabes lo que….? — guardo la flecha con un gesto repentino y me presiono las sienes, masajéandolas — ¿Sabes lo que eso significa? ¿Quieres saber lo que es ser un hombre lobo? Pues bien.

Ya está. Avanzo los pocos pasos que me separan de mi hermanita y la tomo del brazo para arrastrarla conmigo, haciendo que camine a mi par a pesar de que mis piernas son mucho más largas. Sé que nos alejo de la zona que hemos marcado, pero me importa poco y nada. No le digo ni una palabra mientras nos guío entre los árboles, llegando a un pequeño claro donde he despertado hace no tanto tiempo, la última luna llena. No me había alejado tanto en esa ocasión porque Seth estaba conmigo, pero hubo un simple detalle que no pudo controlar — ¿Ves eso? — señalo al soltarla. A pocos metros, las moscas y las hormigas se han apiñado alrededor de los restos de lo que alguna vez fue un glorioso alce macho — ¿Y qué me dices de eso? — agrego, apuntando a los arañazos y las ramas partidas de un grueso y viejo roble — No es hambre lo que te devora cuando te transformas, es simplemente instinto. ¿Sabes que no tienes consciencia ni recuerdos nítidos de lo que ocurre durante la luna llena? ¿Sabes que podría atacar a quien sea, incluso a ti? ¿O quieres que te hable de la gente que he asesinado por accidente? — doy un paso hacia atrás y me recargo en el árbol más cercano, cruzando mis brazos para mirarla con mesura. Sé que estoy siendo algo brusco y gráfico para una niña de trece años, pero debería saber cómo son las cosas si ha llegado a tener esas ideas. Prefiero que me vea como un monstruo antes de querer ser uno ella misma — Cuando sale la luna llena soy mucho más poderoso, sí, pero el triple de peligroso. No tienes idea de cómo es que se te nuble absolutamente toda razón y en cuanto al dolor… bueno, es un cuerpo entero mutando, así que ya te lo imaginarás. ¿O acaso también quieres que me quite la ropa y empiece a enumerar una a una las marcas? La de la mordida todavía se ve bastante bien — y es bastante desagradable. Acabo suspirando con fuerza y prenso los labios, desviando la mirada — Lamento todo esto, pero quiero que te quede bien en claro: yo jamás permitiría que estés siquiera a dos metros de mí durante esas noches. Jamás.
Benedict D. Franco
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Zenda M. Franco
Fugitivo
¡Pero si no revisamos todas sus cosas!— Explicó para defenderse. —Sólo miramos los libros, más que nada los títulos y nos fuimos cada uno para su casa.— Puso los ojos en blanco y se quedó quieta escuchando lo que Ben le decía, muchas veces él la regañaba más que su padre y eso comenzaba a irritarle, más que nada porque sabía que tenía razón y que ella estaba equivocada.
De todos modos y pese a los constantes conflictos, seguía amándolo y continuaba buscando cualquier excusa para pasar tiempo con él a solas, sin la molesta presencia de su "hija". —Vale, lo prometo, la próxima golpearé la puerta.— Dijo en tono aburrido, para dar por finalizado el asunto que tampoco era para tanto.

Las siguientes palabras del pelirrojo, hacen que la pequeña abra los ojos como platos y empiece a reír, se estira para pararse en la punta de sus botas y aplasta el rostro de Ben entre sus manos. —¿Quién eres y qué le has hecho a mi hermano?— Pregunta entre carcajadas, mirándolo muy de cerca. Era la primera vez que le escuchaba decir algo positivo, en voz alta, acerca de Cale. —Sé que todos están capacitados, Ben...pero tú eres el mejor.— Le sonríe y deja un beso húmedo en su mejilla, antes de continuar con la cacería. Estaba satisfecha con la promesa.

Zenda se distrae tanto con el conejo y con la siguiente posible presa, que no observa el cambio en el rostro de su hermano, menos el tono que usa para hablar, hasta que es demasiado tarde.
Con la flecha cubierta de sangre y el arco en la espalda, guarda la varita en su bolsillo y lo escucha algo confundida. —¿Qué? Yo no dije eso...— Trata de replicar, pero la voz de Ben es demasiado intimidante para continuar y se queda observándolo con el ceño fruncido. —No quiero que me muerdas, sólo hablo de usar mi habilidad o incluso intentar ser ani...
Ben parecía fuera de si, la tomó del brazo y caminó a una velocidad que le era difícil de seguir, en varias ocasiones las pequeñas ramas de los arbustos rasparon la piel de sus piernas y en otras se le doblaron los tobillos, ya que las botas le quedaban demasiado grandes. —¡BEN!— Chilló asustada, intentando soltarse y luchando por contener las lagrimas, no quería llorar.

Ver el animal en estado de putrefacción no le causa tanta impresión, pues ya había visto como carneaban en el distrito e incluso había intentado ella misma ayudar. Los rasguños y arañazos en el viejo árbol, si le afectan. Estaban hechos con tanta ira y enojo, incluso podía notar la sangre seca entre la madera, ¿sería de él o de alguna victima?
En ese punto, las lagrimas corrían por las mejillas de Zenda y no hacía nada por limpiarlas, sólo intentaba hacerlo en silencio y dándole la espalda para no verlo.

Si él le hubiese explicado y enseñado las cosas con más calma, ella lo habría entendido perfectamente. Sin embargo tenía un enorme nudo en la garganta y el brazo todavía le dolía. —Lo entiendo.— Gruñó al final. —Y no quiero ser una loba, sólo quería acompañarte cuando pueda transformarme como Seth, no con una mordida.— Con la mano libre, limpió su rostro lleno de impotencia, aunque era en vano, porque las lagrimas seguían cayendo. —¿No lo entiendes? ¡Casi morimos en el bosque el otro día y no quiero que nada malo te pase a ti o a mamá o a papá o a nadie!— Ahora si empezó a gritar, al tiempo que rebuscaba algo en su mochila. —¡Perdiste a tú familia anterior y yo no soportaría que eso pasara de nuevo, no soy tan fuerte como tú!— Se sentía horrible, sólo quería volver a casa. Cuando por fin encontró la pulsera que le había hecho a cada miembro de la familia, la sostuvo dentro de su puño. —Y este era tú regalo.— Dijo ya en un tono más bajo, arrojandole la artesanía en la cara. La de Ben era una de cuero y a diferencia de las demás, no tenía seis dijes de madera, si no nueve. Una por cada integrante de la familia.
¡Y ahora me voy a casa!— Le gritó enojada, pero aun más herida herida, y empezó a correr hacia la dirección contraria del distrito.
Zenda M. Franco
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
En experiencia, todo lo que salga de la boca de un niño son excusas. “Que no quise decir eso, que entendiste mal, que…” y sé que estoy siendo extremista, pero es que a veces siento que los más jóvenes, en especial Zenda, no ven las cosas como yo las veo. Una parte de mí, muy en el fondo, sabe que no tendría que ser tan duro con ella. La otra parte, la más idiota posiblemente, es la que se deja llevar por mis propias experiencias como si eso fuese lo normal. “Porque yo a tu edad…” Bien, sé que yo no fui un niño normal. Sé que a los trece años había visto y hecho mucho más que un adulto promedio y que no puedo pretender que todo mocoso que se me cruce sea maduro, firme y productivo. Pero es posible que, por haber sido ese niño, me sea tan fácil el enojarme con aquellos que pretenden crecer demasiado rápido. Es contradictorio, confuso y molesto. ¿Por qué simplemente no puede ver que intento protegerla y ya?

No llores — es odioso saber que puedo ser esto, pero tampoco era mi intención que acabe alejándose de esa manera. O sí, no sé. Quizá asustarla es la mejor salida — ¿Qué si no lo entiendo? ¡Lo entiendo muy bien, Zenda, y por eso no te quiero cerca cuando estas cosas pasan! ¿Crees que Seth puede controlarme siempre? ¿O que todo se soluciona tan fácil? ¡Pues no! — sus gritos me aturden y me despego del árbol como si éste me hubiese dado una descarga — ¡TÚ ERES MI FAMILIA Y JUSTAMENTE ESTOY TRATANDO DE NO PERDERTE! — sé que escupo un poco al gritar, pero no le presto atención. Sé que el rostro se me ha enrojecido y soy perfectamente capaz de sentir la vena de mi cuello a punto de explotar — ¿Crees que es tan fácil? ¡Ya he aceptado que han muerto y lo último que necesito es que tú…! — el “que seas la siguiente” se me pierde en algún punto entre sus gritos y la manera que tiene de lanzarme algo a la cara, por lo que automáticamente me echo hacia atrás por la sorpresa.

La veo salir corriendo mientras hago malabares para ver la pulsera entre mis dedos, demasiado grandes a comparación de los que hicieron este pequeño detalle. La puedo oír correr mientras que se me cierra un nudo en la garganta, por lo que la voz tarda en aparecer — ¡Zenda, espera! — sé que puede oírme, no es que yo tenga una voz delicada o fácil de disimular en los ruidos del bosque. Aprieto la pulsera al salir corriendo detrás de ella, sabiendo que aunque soy más pesado soy más rápido, tengo piernas más largas y conozco el bosque mejor que ella; además, oírla me es algo demasiado sencillo — ¡Ven aquí! — reconozco la maraña de pelo a la que alcanzo en algún momento y tiro de la ropa que cubre su espalda para obligarla a voltearse — ¡No vuelvas a hacer eso! ¿Me oyes? ¡Nunca! — sé que la sacudo por los brazos y los hombros, pero también la conozco así que dudo mucho que me esté escuchando o que se quede tranquila así que es casi mi único modo de que me preste atención — ¡¿Quieres perderte en el bosque o qué?! ¡Esto no es un juego! Yo… — ¿Qué? ¿Qué no quiero que le pase nada o que lamento haber dicho las cosas cómo las dije? ¿Lo lamento de veras?

La suelto y abro mi puño, notando la pulsera atrapada contra mi palma. Con un bufido, me alejo de ella dando unos pasos hacia atrás — Te mostré lo que hice porque protegerte de mí mismo es lo único que puedo hacer con seguridad. Lo que sucedió en el claro es algo que se nos fue de las manos y que no puedo controlar. ¿Por qué te cuesta tanto entenderlo? — sé que mi voz se ha tornado más suave, pero mi postura sigue tensa a pesar de echarle una mirada algo más apagada. El cansancio a veces puede conmigo, a pesar de que no lo demuestre — Eres la única hermana que me queda, Zen. Hay cosas que jamás vas a entender — sé que quizá la sangre no nos una, pero sigue siendo una Franco. Y romperle la promesa a Melanie de que sería el último Franco del mundo es lo único en contra de la voluntad de mi melliza que pienso hacer.
Benedict D. Franco
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Zenda M. Franco
Fugitivo
Aquella excursión que suponía ser un buen comienzo del día, terminó a los gritos y llanto, la primera por parte de ambos y la segunda por parte de Zenda, quien se alteraba cada vez más al escuchar la voz de Ben, en ese tono tan elevado ¿Y si alguien los escuchaba y descubría?
En un principio intentó sólo escucharlo y no interrumpir, sin embargo las lagrimas empezaron a caer con facilidad y sus manos se transformaron en puños. Odiaba que la regañaran de esa forma tan brusca, más cuando ella no había hecho nada malo...¿No?
Ben, Ava, Echo, Ellioh, Calle, Seth, Arleth, absolutamente todos en el distrito no entendían lo que era crecer en 20 kilómetros cuadrados como mucho, y conocer a tan sólo 20 personas, mientras te intentan enseñar lo que es el mundo exterior, cómo está formado y qué costumbres suelen tener. Es obvio que la curiosidad de los más pequeños, sobretodo de Zenda, iba a ser inocente y al mismo tiempo peligrosa.
Salir era lo que más quería en el mundo, sin embargo en estos momentos, mientras su hermano continuaba gritando, lo único que la pequeña quería era volver a casa.

¡Tú no me grites!— Irónicamente le replica chillando y ya es muy tarde, ese "no llores", hace que Mia empiece a sollozar aún más.
Todo lo que Benedict le dice, es cierto, pero la bruja está tan angustiada y enfadada que no quiere escucharlo.  —¡Pues ya no quiero acompañarte en nada, si te pones así sólo porque pregunté algo acerca de tú "maldición"...no quiero ver cómo te pones siendo un monstruo!— Atacó y cubrió su rostro con las manos. En cualquier otra situación, jamás le hubiese dicho eso, Ben no era un monstruo y todo lo que estaba gritando, lo hacía sin pensar.

Al volver a mirarlo, mientras se seca las lagrimas, empieza a temblar en su lugar. Antes habían discutido, peleado y todo, pero nunca lo había visto tan furioso, tenía el rostro desfigurado y la vena en su cuello parecía querer estallar.
"lo último que necesito..." No quería oírlo más, así que estampó el regalo contra su cara para que cerrara la boca, ¿Lo último que qué? —¡YA NO TE PREOCUPES POR MI, NO TE NECESITO!— Acomodó la mochila en su espalda, el arco entre sus hombros y salió corriendo hacia lo que suponía ser el distrito 14.

No pasó mucho tiempo, ni tantos kilómetros, que Ben la alcanzó y comenzó a sacudir. Zenda estaba nerviosa y muy alterada, el llanto ya se entrecortaba con espasmos que le impedían respirar con normalidad y todo su cuerpo se estremecía mientras él la zarandeaba. —Yo...— No, no iba a poder hablar. —No...— Intentó calmarse un poco y entonces entendió porqué su hermano le gritaba preocupado, no reconocía esa parte del bosque, de hecho no tenía idea de dónde estaban.

Él se apartó de ella y durante unos segundos toda su preocupación se centró en que no se fuera y la dejara allí, sin embargo siguió hablando y la pequeña sin aguantar más, se dejó caer en el suelo y apoyando la espalda contra un tronco, abrazó sus rodillas al pecho y trató de dejar de llorar. Estaba haciendo una terrible escena, menos mal que estaba solos o los demás niños se burlarían.
No, no las entenderé si me las explicas así.— Susurró en voz baja, por suerte los espasmos ya eran cada vez menos. —No...no quise decir eso, Ben...No eres un monstruo. Lo siento.

No era las siete de la mañana y ya le dolía la cabeza, también un poquito el alma y se sentía horrible. Por suerte alcanzó a ver que la pulsera todavía estaba a salvo en las manos enormes de su hermano y eso la alivió un poco más. —No vas a perderme y yo tampoco a ti, somos hermanos, familia...y aunque estemos un poquito rota, todavía nos queremos ¿no?— Con el dedo indice empezó a dibujar círculos en la tierra, pese a que lo que en verdad quería era abrazarlo fuerte.
Zenda M. Franco
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
¿Qué soy un monstruo? ¿Qué no me necesita? ¡Pues bien! Que piense eso, no me importa. Si así es cómo ella desea verme, es lo que le terminaré dando. He pasado años sabiendo lo que soy y negándolo a ojos de todo el mundo, escuchando a personas como Seth y Alice que no dejan de mentirme a la cara diciendo que soy alguien completamente normal con un problema que ocurre una vez al mes. Parece ser que Zenda lo entendió muy rápido, así que puede pudrirse. Un monstruo. Bah…

Sí, son pensamientos idiotas, pero son algunos de los que se aglomeran en mi cabeza entre todo lo que me está gritando. ¿Soy un monstruo? ¿De verdad? Lo primero que veo al mirar mis manos es la M de muggle en mi muñeca, pero eso no me califica como monstruo, sino como simple paria para NeoPanem. Tengo que arremangarme un poco para ver los arañazos que han quedado de la última luna llena, cicatrizando y por desaparecer. Esto no es nada en comparación a lo que sucedería si me quito la ropa. ¿Soy un monstruo? ¿Es así como ella me ve?

La oigo llorar y por un momento le doy la razón, porque sé que he gritado como no debería haberlo hecho y no recuerdo haber actuado así con ella anteriormente — Ya no sé cómo explicarte las cosas. ¿Cuántas veces hemos hablado…? — murmuro con voz ronca. “Zenda, no vayas al bosque”. “Zenda, no me sigas”. “Zenda, no puedes venir conmigo”. Ella sabe, se lo he dicho todo como se lo dije a todos los niños. No soy un ejemplo de moral y responsabilidad, pero siempre hice lo que tengo a mano para mantenerlos a salvo. Mi “puf” se mezcla con una breve y apenas audible risa irónica y levanto los ojos hacia ella, porque no le creo nada de lo que dice, mucho menos esa afirmación que niega la idea que ha vuelto a plantarme en la cabeza — Un monstruo puede ser muchas cosas, no solo la idea que te meten en los cuentos — explico tranquilamente. Para ojos de la ministra, yo soy un monstruo. Para mis ojos, ella lo es. Y si Zenda me viese las noches de luna llena, se olvidaría por completo de que soy su hermano.

¿Quién dice que está rota? — pregunto finalmente, recuperando un poco la voz y el tono de incredulidad. Me coloco la pulsera y la chequeo en mi muñeca, tocando sus dijes con cuidado con uno de mis dedos — Papá solía tener esa idea cuando yo era niño y por mucho tiempo le creí. Está bien que soy un quejoso, pero creo que nunca viste lo que tenemos — he visto NeoPanem y creo que no hay nadie allí dentro que pueda jactarse de poseer lo único que tenemos en el catorce que ellos no — Sé que perdimos personas y estoy harto de eso, pero vamos… ¿Qué dices de las navidades que festejamos todos juntos? No vas a decirme que todo el mundo tiene eso — ellos tendrán duchas y todo eso, pero se pierden de Beverly aturdiendo a todos con cuentos que a nadie le interesa y al señor Robinson perdiendo la dentadura antes de que sirvan la comida porque se queda dormido, algo que Kendrick siempre aprovecha para dibujarle bigotes o imitar sus ronquidos. Una vez Cale y yo estábamos tan ebrios que nos abrazamos cantando villancicos con letras modificadas y creo que no hay nadie en el distrito que no se haya burlado de eso en alguna ocasión — Todo el catorce es nuestra familia. Y sí, a veces quiero matar a la mayoría, pero bah… — con resignación, me acerco a ella y me dejo caer a su lado, acomodando mis piernas de manera que apoyo mis codos en las rodillas, uniendo mis dedos para juguetear con mis pulgares — Sé que somos duros contigo, pero es que a veces no sé a quien sales tan cabezota. Antes de que digas algo, ya sé que soy terco, pero hasta yo tengo mis límites — omito la parte que cuando era un adolescente era medio estúpido, porque no es necesario tocar ese tema. Le doy un suave codazo, tratando de sonreírle — Siento haberte gritado. Solo que realmente espero no tener que enterrarte a ti también por un error que podría haberse evitado.
Benedict D. Franco
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Zenda M. Franco
Fugitivo
Con el pasar de los minutos, la situación vuelve a calmarse poco a poco. Zenda observa cómo Ben inspecciona los recientes rasguños en sus brazos y la "M" en su muñeca. Ella sabía qué significaba, nadie le había ocultado eso y si antes se sentía mal, ahora la sensación de decepción consigo misma era mil veces peor.
Todo lo que había dicho fue producto de la ira y si a ella le costaba sacarse una idea de la cabeza, con su hermano era mucho más difícil. —No te preocupes por ello, ya no quiero salir del distrito nunca más.— Le respondió en voz baja, pero muy seria. Y era cierto, Zenda ya no quería siquiera salir a recolectar semillas, mucho menos a cazar o investigar. Era peligroso.

No...—Se quedó callada y dejó que hablara mientras tomaba asiento junto a ella. Evitando su mirada, se estiró para sacar de la mochila su marcador especial y casi nuevo, no lo usaba tanto como los crayones porque era mucho más difícil de conseguir y quería hacerlo durar.
Sin pedir permiso, empujó las piernas de Ben hacia el suelo y con cuidado tomó asiento sobre ellas, apoyó su espalda contra el enorme pecho de su hermano y siguió observando hacia abajo. De repente sujetó la muñeca masculina contra las rodillas de ella y destapó su fibrón.
Trazó con tinta negra la marca que sabía que le molestaba, pero no se detuvo allí, continuó escribiendo e intentando ser lo más prolija posible. —Sé que un monstruo puede ser muchas cosas, pero no lo eres.— Dice a modo de explicación y luego deja que él vea su nuevo tatuaje hecho por ella, "magnífico". —Tiene muchas definiciones la palabra, Ben. Grande, lujoso, que es muy bueno, que tiene excelente moral e intelec...intelectual— Se trabó un poco al dar la explicación, sin embargo consiguió recordar cada palabra. —Puedes ser un hermano molesto y gruñón, un buen líder, un cerdo cuando cenamos...—Le sonríe tímidamente aún con los ojos algo húmedos. —Pero no eres un monstruo.

No se removió de sus piernas, de hecho se acomodó para quedar recostada sobre él, abrazándolo por el cuello. —Todo el 14 es nuestra familia, somos algo raros, pero nos queremos...— Afirmó y sin mirarlo, con sus dedos acarició el cabello pelirrojo. Eso era algo que hacía desde pequeña, incluso antes de recordarlo y también era un gesto que no se le había borrado con el tiempo. —¿Nuestras navidades son las mejores? ¿En serio?— Le preguntó incrédula, ahora si levantando la cabeza para observarlo.
No soy cabezota y no quiero que me entierres, Ben. Me falta mucho tiempo para molestarte y hacerte enojar.— Bromeó sonriendo y se secó las lagrimas que aún escapan de sus ojos. —Además también tengo que tener un novio, aprender a escalar un árbol sola, tal vez adoptar una mascota, leer hasta el final un libro de esos gordos que tiene mamá o ¡y aprender a conducir!

Al bajar la vista de nuevo, observó la pulsera en la muñeca de su hermano y sin decir nada, se arremangó la camisa que era tres talles mayor y le mostró que tenía una parecida pero con menor cantidad de dijes circulares. —Es por mamá, papá, Ava, Cale, tú y yo...Pero en esta.— Y acarició con cuidado el cuero que envolvía la muñeca masculina. —También por Shamel, Melanie y...tú mamá, Mila ¿Te gusta?
Zenda M. Franco
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
¿Tengo que creerle? ¿Hacía falta solo un buen susto para que Zenda dejase de fastidiar con la idea de salir del distrito? Habérmelo dicho antes y me habría montado una escena falsa para ahorrarme tantas peleas y discusiones. Lo único que tengo que cuidar ahora son los movimientos de Kendrick, pero al menos sé que él lo hace con intenciones de convertirse en explorador y que no saldrá corriendo en dirección a NeoPanem a primera cuenta. Zenda siempre me ha preocupado más en ese aspecto y, con respecto a los otros niños, jamás dieron muestras de querer salir de la zona cómoda y segura.

Zenda es tan pequeña que apenas siento el toque de sus manos o su peso, pero de todos modos permito que se acople a mi cuerpo como se le antoje, ya sin demasiados ánimos como para seguir peleando o siquiera llevarle la contraria. Mi mano se crispa y tengo el impulso de apartarla cuando siento que está jugueteando con mi cicatriz, hasta que asomo la mirada por encima de su cabeza para chequear qué es lo que está haciendo — No me considero demasiado lujoso… — murmuro en un intento de bromear como si nada hubiera ocurrido. Me brota el reírme cuando me califica como un cerdo y apoyo la cabeza en el tronco, echando un vistazo hacia arriba — ¿Buen líder? Gracias, es el primer comentario que alguien me dice desinteresadamente de mi trabajo — otra broma, al menos a medias. No es como si necesitase un ascenso o algo como para recibir felicitaciones, porque en el catorce las cosas funcionan de manera distinta. Y a veces creo que apesto en mi trabajo, a pesar de que sé que muchos factores influyen en no poder encontrar comida.

Las caricias en mi pelo son suficiente como para que cierre los ojos en total relajación, riendo profundamente en la garganta cuando noto su asombro — Claro. No tengo mucho para compararlas porque no recuerdo una navidad multitudinaria desde hace añares… pero no se comparan — desde que más de la mitad de la familia murió, papá y yo teníamos festejos navideños algo penosos. El catorce fue una total mejora.

Abro un ojo para mirarla entre divertido y sarcástico cuando asegura que no es cabezota, pero es el resto lo que más me hace reír — Primero: ¿De dónde piensas sacar la nafta para gastar en aprender a conducir? — los pocos vehículos que tenemos en el distrito, como las motos, son usados en muy pocas ocasiones. Por algo siempre vamos a caballo a todos lados — Y segundo… ¿A quién tienes en vista? Creo que no tienes muchas opciones — Kyle, Kendrick… Jared tendría que crecer un poco más y después están las niñas, que si se tira para ese lado no me molestaría, pero tampoco son varias — Tuve mi primera novia a tu edad. Fue lindo — creo que nunca le hablé de Zyanelle, pero tampoco hay mucho para contar. Yo era un vencedor de los juegos, ella la hija de un patrocinador. Fue casual y simple.

La explicación de la pulsera hace que la mire con mayor atención, sin poder contener la sonrisa — Obvio que me gusta. Podrías hacer pulseras para todo el mundo, se te da bien — le doy unas suaves palmadas en la espalda — Gracias, Zen. Hace mucho que no tengo nada de ellos — salvo algunas fotos que papá rescató y tiene guardadas en algún sitio y, bueno, los recuerdos oxidados. La sacudida de unas ramas hace que estire el cuello alerta, pero en cuanto veo pasar un ciervo que se aleja a toda velocidad, lo ignoro por completo — Deberíamos chequear… ya sabes, la trampa que dejaste — intento ubicarme un momento en el entorno, lanzando una rápida mirada y le doy una nueva palmada, esta vez con intenciones de que se levante — No tengo un regalo para ti, pero quizá podría enseñarte como ubicarte por esta zona. No quiero arriesgarme a que salgas corriendo otra vez y termines en el distrito doce.
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Zenda M. Franco
Fugitivo
No te rías, hablo en serio... y ahora tú cicatriz se ve mucho mejor.— Comenta sonriendo satisfecha, al ver cómo las letras habían quedado bastante parejas y bonitas.  
Cierra el marcador haciendo fuerza hasta escuchar el "click" y lo vuelve a guardar en su mochila, para luego pasar a jugar con los cabellos de su hermano mayor, envolviendo los mechones entre sus dedos. —Sí, eres buen líder Ben, dentro y fuera del distrito...¿No te acuerdas lo qué hiciste la noche del incendio? ¿O cómo desactivaste ese aparato feo de los aurores? Nos has salvado miles de veces.— Le dice frunciendo el ceño, no entendía cómo es que tenía que explicarle eso a él. —Y eso sólo es lo último, ¿O ya te olvidaste de cómo casi muero culpa de las nueces y me llevaste corriendo con mamá?— Esa era la anécdota más estúpida, pero le causó un poco de risa.

Bueno, yo no tengo con qué compararlo más que con los vídeos que nos han enseñado en el colegio.— Responde. Le habría encantado pasar una navidad fuera del distrito, ver cómo lo celebraban en los demás hogares, sin embargo el deseo desapareció al instante.  Ben tenía razón, el 14 era su familia y ellos jamás le harían daño, algo que no puede decir de los otros. Además, durante las fiestas, es el único momento dónde todo es alegría y felicidad y por esto mismo los adultos suelen ser menos molestos.

Podemos empezar a fabricar nafta, no ahora pero dentro de unos años...O tal vez sólo intente encantar una alfombra o escoba, ¿Eso se puede hacer?— Pregunta ante la duda y al instante su sonrisa se borra, mira a Ben horrorizada mientras su cabello vuelve poco a poco a la normalidad. —¡Que asco! Claro que no, Ken es como mi hermano, es un piojo molesto y Bev me asesinaría si le digo que sea mi novio. Kyle no está mal, pero todavía no me cae muy bien, es muy nuevito y blandito, necesita entrenar más porque hasta yo puedo aplastarlo contra el suelo en las luchitas...y Jared....—Zenda arruga la nariz y frunce el ceño. —Estoy segura de que todavía se come los mocos o los pega debajo de la mesa en el colegio. Asqueroso. — Las lagrimas que ahora caen de sus ojos son culpa de la risa y con un leve suspiro, termina acostándose sobre Ben con la oreja pegada cerca del corazón. Los latidos eran más tranquilos y eso le saca un bostezo. —Yo mejor esperaré un par de años para buscar otra cosa, no hay apuro...Siempre tú puedes presentarme a un amigo.— Bromeó y continuó rascando la cabeza del pelirrojo.

No, ya no haré más pulseras, porque si no ya no serán especiales.— Murmuró observando el cuero y madera que había trabajado durante varias noches y sin magia.
Los movimientos en los arbustos alertan a ambos, por unos instantes la respiración de Zenda se corta y su pulso se acelera, sin embargo al ver que sólo era un animal, vuelve a respirar poniéndose en pie y se da la vuelta estirando los brazos, para ayudar a Ben a levantarse. —Me parece bien y...En serio creí que estaba corriendo hacia el distrito, no pretendía escaparme.— Admite con las mejillas enrojecidas y espera para seguirlo.
Zenda M. Franco
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Fue trabajo en equipo, Zen. Yo solo recuerdo gritar mucho y a los demás estando tan histéricos como yo — aseguro, a pesar de que mi expresión se mantiene en gracia, esa que aumenta cuando me recuerda el incidente con las nueces. Tengo que cubrirme el rostro con una mano, sacudiendo la cabeza ante la risa que hace que sacuda un poco mis hombros — ¡No me lo recuerdes! Nunca había visto algo tan violeta en mi vida como tu cara — fue un susto terrible, pero hoy en día es una de esas memorias que me hacen estallar cuando llegan volando a mi cerebro.

¿De qué videos habla? Si Sophia se toma su tiempo en enseñar viejas costumbres con videos, tendré que chequearlo para reírme de algunas cosas. Suelto un suspiro largo, arqueando una de mis cejas con cinismo — Ajá. ¿Y cómo lo fabricaríamos, niña genio? Conocemos todos los recursos que hay por aquí y jamás vi algo que nos permita hacer algo como gasolina — le digo, sacudiéndole cariñosamente el cabello — Y en cuanto encantar una escoba o una alfombra… es magia avanzada, muy avanzada. Por eso en NeoPanem tienen magos que se dedican exclusivamente a la creación de medios de transporte. Es magia muy complicada para una niña — y no sé que tanto para un adulto sin una verdadera formación, como la mayoría de los que tenemos en el distrito.

Vuelvo a tener quince años cuando se escandaliza por los muchachos y mi risita se oye por lo bajo, moviendo mis cejas hacia arriba como si no supiese si creerle o no — “Un piojo molesto”. He oído esas cosas antes. Y Kyle… quizá si lo conoces mejor te termina por gustar — seguiría molestándola con las pocas opciones, cuando lo último que dice me pinta una expresión de asco y se me escapa un “diuuuj” — ¡Zenda, eso sería pedofilia! Además, no tengo a quien presentarte — ¿Qué amigos tengo, que ella no conozca? ¡Y no, absolutamente no!

Tiene sentido lo que dice de las pulseras, así que se lo dejo pasar; además, tengo la chiquilina sensación de sentirme importante al menos unos minutos si considero que alguien se ha tomado la molestia de hacerme un regalo así. Tomo sus manos para levantarme con el impulso y sacudo el césped de mi ropa, mirándola de soslayo — ¿Sabes? Si quieres encontrar el distrito, solo debes seguir el arroyo que proviene de las montañas. Es el mismo que cruza por debajo del puente y, si no te alejas demasiado, siempre puedes mantenerlo al alcance del oído — es casi un secreto, porque no tiendo a decirle eso a los chicos para evitar que se tienten con tonterías. Me pico la nariz con un dedo como para indicarle que es algo que solo tiene que quedar entre ella y yo — además, los árboles se vuelven menos tupidos cuanto más te alejas del bosque. Y si trepas a los árboles, es muy sencillo guiarte por la posición de las montañas. Adivinar cómo guiarte con las estrellas es algo más complicado, en especial porque en la noche no puedes ver ni árboles, ni montañas, ni nada.

Llegar al punto donde había dejado la trampa no es muy complicado. Un conejo tan gordo como el primero cuelga cabeza abajo, por lo que le doy un suave empujoncito para que ella se haga cargo — es tu presa — le recuerdo y sé que ella entiende muy bien que esto es, simplemente, una muestra de total confianza.
Benedict D. Franco
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Zenda M. Franco
Fugitivo
Zenda iba a mencionar algo más respecto de lo valiente que era en las situaciones extremas, pero las carcajadas de Ben son contagiosas y ambos terminan sacudiendo los hombros en un ataque de risa. —¿Era una pelota toda purpura?— Pregunta bromeando.
Absolutamente en todos sus cumpleaños, alguien sacaba el tema de "el día de las nueces" y no había ser humano dentro del distrito que no llorara de la risa. Claro que cada año agrandaban más las cosas o agregaban algo que no había pasado, mas no le molestaba, era divertido.  

La duda de su hermano hace que se quede callada durante unos minutos, para pensar bien en la respuesta y cuando la tiene, levanta el dedo indice al grito de un "Ajah". —Podemos crear un nuevo vehículo, que para funcionar utilice nafta hecha por nosotros con nuestros propios recursos...Al primer modelo podemos ponerle: "Benza 001".— La bruja pone los ojos en blancos y le da un par de palmaditas en los hombros, antes de volver a abrazarlo. —Por suerte tengo muchos años para practicar, tal vez cuando seas muy viejito y no tengas dientes, te puedo llevar a pasear en mi alfombra mágica.

La interesante conversación cambia cuando Ben le sugiere conocer un poco mejor al niño nuevo, algo que Zenda estaba evitando a toda costa, ya que no se sentía segura y no podía confiar en él tan fácilmente como Ken. —¿Has oído esas cosas antes? Mmm lo tendré en cuenta pero lo dudo, no puedo confiar en alguien que no sabe diferenciar las platas venenosas de las que son comestibles, ¿Y si me mata? No, no, mejor esperamos.— Zenda empieza a reí y cubre con sus manos el rostro del mayor, la ponía nerviosa con ese movimiento de cejas. —¡NO, BEN! Hablo de los hijos de tus amigos...No me gustan los viejos.— Y ahora si, se removía sobre sus piernas en un ataque de risa extremo.
¿Cómo carajos pasó del llanto con espasmos a las carcajadas que te hacen doler la panza? Maldito Benedict.

En pie y calmada, escucha con atención las indicaciones de su hermano para guiarse hacia el distrito, claro que todo lo que dice la toma por sorpresa. No lo había escuchado antes, ni siquiera en las clases de supervivencia y eso sonaba mucho más sencillo. Río, árboles, montaña, si, definitivamente podía hacerlo.

En un abrir y cerrar de ojos están parados frente a la trampa que había colocado minutos atrás, sólo que la cuerda no está vacía, un enorme y gordo conejo cuelga sin vida. El estomago de Zenda gruñe en respuesta, ya se imaginaba ese delicioso trozo de carne con patatas y zanahorias al horno.
El gesto de Ben le saca una enorme sonrisa, con cuidado se acerca para recuperar su presa y sin problema alguno lo cuelga sobre su hombro. Estaba feliz de llevar tal botín a su hogar. —¿Vienes a almorzar a casa hoy verdad?
Zenda M. Franco
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