The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
Un día libre es lo que necesito desde hace un tiempo, oportunidad que se había presentado y supe aprovechar. Hace un par de meses que no puedo echar el ojo y eso es lo que intento hacer todo el día, descansar esperando que mis pesadillas no me acosen. Sin mucho éxito decido levantarme y comenzar mi día, a pesar de que es bastante más tarde de lo que suelo levantarme.

Las horas transcurren rápido mientras mantengo mi mente ocupada con unos par de libros. Maggs llega a casa temprano de la escuela y dejo que se acomode, no antes de preguntarle cómo había sido su día por simple costumbre. No soy una madre metida en los asuntos de mi hija y tampoco es que la obligo a contarme las cosas, ella me diría lo que quisiera y cuando quisiera.

Nada fuera de lo normal sucede, hasta que en medio de la tarde suena el teléfono y voy a atenderlo. -¿Hola?- me sorprende bastante la voz que escucho al otro lado del aparato, a pesar de que aquella persona ya me avisó que llamaría. -Soy yo- no creo posible lo que sucede, pero opto por escuchar lo que tiene que decir -Pensé que no llamarías- no me limito a bajar la voz y continúo respondiendo -Está bien, hablaré con ella entonces y luego te confirmo- la sorpresa es tan grande que ni me da lugar a sentirme furiosa ni nada, sólo eso, sorprendida -Lo recordaré- es imposible que olvide alguna cosa, así que ni siquiera tomo nota y me despido -Adiós- corto la llamada y me quedo en aquel lugar, sin hacer mucho movimiento.

Después de la conversación con Hans, todo cambió. Antes de la llamada tenía la esperanza que sólo fuera la típica valentía ocasional la que lo había hecho tocar el tema de la cena, pero al parecer el hombre va en serio. Ya no puedo seguir manteniendo a mi hija en la oscuridad, oculta de la verdad y de su padre. Temo que se enoje conmigo por no haber soltado la lengua antes, pero el día en que le presente a Hans Powell se acercaría tarde o temprano y prefiero estar presente cuando pase. El momento para contar todo ya tiene fecha y es justo ahora.

Lanzo un suspiro de resignación -¡Maggs!- no sé en que lugar de la casa se encuentra así que la llamo en voz lo suficientemente alta como para que pueda escucharla y me dirijo hacia la cocina para tomar dos vasos y una jarra llena del jugo preferido de mi hija. Dejo las cosas sobre la mesa en la que solemos desayunar, mientras escucho unos pasos que me indican que alguien entró en la habitación -Tenemos que hablar- le digo, señalando con la cabeza la silla vacía alrededor de ésta y sirvo el jugo en ambos vasos.

Finalmente me siento, frente a la silla que le dejo a Margareth y espero un segundo antes de comenzar a hablar -acabo de recibir una llamada- no tengo mucha idea de como empezar así que sólo suelto eso mientras mi cabeza sopesa como continuar. Estoy preparada para responder todas las preguntas que la niña decida hacerme y ésta vez, no planeo guardarme nada.
Audrey S. Niniadis
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Es raro salir del colegio y ver a mamá ya en la casa, pero no me quejo. Desde que consiguió su nuevo trabajo y nos mudamos que casi no la veo. Lo entiendo, está ocupada y nunca deja que me falte nada; pero extraño a la tía, y al distrito ocho, y mis clases de arte… Claro que no hago berrinche, sé comportarme mejor que eso, y no voy a ser una nenita que anda llorando por que las cosas no sean igual que antes; simplemente decido esperar en silencio, no quejarme y aguardar el momento adecuado para plantear mis demandas.

La tarde transcurre tranquila y me pongo a terminar un bordado que he dejado mucho tiempo de lado por estar ocupada en adaptarme al nuevo colegio. No por tener nuevas responsabilidades pienso dejar otras de lado, y busco el que se ha convertido en mi rincón favorito junto a la ventana antes de poder acomodarme con mi aguja e hilo. No sé cuantos minutos pasan, o incluso si son horas, pero cuando el teléfono suena por costumbre me apresuro a ir a atenderlo sin darme cuenta que mamá ha tenido la misma idea. Es ella la que saluda a la persona del otro lado del teléfono y si bien solo alcanzo a escuchar su nombre dicha por la voz de un hombre antes de bajar el tubo para que no se escuche mi respiración, trato de parar la oreja para ver si capto algo de lo que hablan. Para mi mala suerte solo puedo escuchar la voz de mamá, así que cuando no dice nada que llame del todo mi interés, espero a que no se escuche más su voz antes de colgar yo también mi lado de la línea.

Claro que no me esperaba que mi madre me llamase antes de poder retomar mi bordado, y si bien en otro momento no habría acudido solo porque me llama con ese apodo que no me gusta, la curiosidad es más fuerte que yo. ¿Tendría que ver con la llamada de recién? Trato de recordar las palabras que dijo, y no puedo evitar preguntarme si la “ella” de la que hablaba sería yo.

No tardo en encontrarla en la cocina, y me molesta que haya preparado todo a la perfección, como si quisiera hacerme sentir cómoda adrede. - Lo imaginé, sino no me hubieras llamado. - Le contesto metódica. No es normal que mamá ande dando vueltas alrededor de un asunto, así que me siento para darle el gusto, y la miro expectante.

- Sí, lo sé. Estaba aquí, escuché el teléfono… - Espero a que continúe hablando, o se explaye de alguna forma. Pero no lo hace y no puedo evitar fruncir el ceño. - ¿Estás bien? ¿Qué te dijeron que debes comentarme? - ¿La habrán despedido del trabajo o algo así? No, había escuchado su tono de voz minutos antes, y había dejado en claro que tenía algo que consultar ¿conmigo?
M. Meerah Powell
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
Si no fuera mi hija quien tengo adelante, probablemente me preguntaría como una niña podía comportarse tan adulta. Pero es Maggs de quien estamos hablando, una niña criada por alguien como yo con tan poca inteligencia emocional. Me alegra que en ocasiones muestre un lado adulto, pero me hace extrañar a aquella niña a la que debía explicarle todo y nunca preguntaba demasiado.

Asiento con la cabeza a lo dice, dándole la razón. Sé que sueno como una completa idiota y que es raro en mí no encontrar las palabras. Pero cómo le dice uno a su hija de doce años que su padre quiere ingresar en su vida como si siempre hubiera estado ahí. Comprendo a mi madre enseguida y la razón por la que siempre había evitado hablar de mi padre. Entonces los recuerdos de mi niñez aparecen en mi mente, ese día en el que Sean llamó a la puerta, ese día en el que por fin supe que cara ponerle. Entonces me decido a actuar como siempre lo hago para todo, contar la verdad sin tapujos y sin preocuparme demasiado.

-Estoy bien- me alegra que se preocupe por como me encuentro, pero explicarle la mezclas de sentimientos que me generó el encuentro con Hans no es la mejor manera de comenzar una conversación. Tomo un poco de jugo para aclarar un poco mi seca garganta y comienzo a hablar -La persona que me llamó es tu padre- escudriño su reacción pero no la dejo decir una palabra porque continuo -quiere conocerte, así que nos invitó a cenar con él- finalmente lo digo, ya no hay vuelta atrás en éste asunto.

Varias veces la niña me preguntó sobre su padre, pero había esquivado todas las preguntas. Sin embargo, desde hace un tiempo se mantuvo callada en ese asunto. Quizá se rindió o quizá esperó hasta que se lo contara, pero ahora ya no importa. -Nunca te hablé de él, así que probablemente tengas curiosidad y quieras conocerlo- estoy abriendo la boca por mi misma y destapando muchas cosas que, con el tiempo, se habían mantenido demasiado bien ocultas -Entiendo también que verlo sin saber nada de él puede ser incómodo- me acomodo sobre la mesa, bajando la mirada hacia el vaso de jugo y aprovechando la oportunidad para jugar un poco con él -Así que responderé todas las preguntas que tengas.
Audrey S. Niniadis
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Mamá sigue hablando, pero apenas registro sus palabras luego de que me confiesa que la persona que había llamado era mi padre. ¿Eso quería decir que la voz al otro lado de la línea era él? ¿Había escuchado a mi padre sin siquiera saberlo? No… no se cómo reaccionar, o cómo ella espera que reaccione ante lo que me está diciendo.

Es que no entiendo cómo puede ella estar tomando la situación con tanta calma cuando antes se paralizaba ante la sola mención de mi progenitor; o me cambiaba de tema, o me esquivaba, o simplemente me aclaraba que no hablaría de él. Había dejado de preguntarle cuando había tenido la edad para entender que probablemente no conociera su identidad, ¿pero ahora estaba en contacto con él? Él… ni siquiera tenía un nombre o una cara que poner a la voz que había escuchado. - ¿Cómo se llama? - Es lo primero que puedo preguntar cuando vuelvo a centrarme en su presencia en frente mío.

No hace falta que le aclare que también quiero conocerlo, y no me molesto en reprocharle que me haya ocultado su identidad por años. Sabe lo que ha hecho, y lo ha hecho adrede así que siento que es inútil discutir cosas que ahora solo podrían perjudicarme más que beneficiarme. - ¿Él supo siempre de mi existencia? - Porque una cosa es que mi madre haya ocultado su identidad, pero si el sabía de mí, ¿a qué venía este repentino interés en conocerme? ¿Sería por el nuevo puesto de mamá? Sabía que ahora tenía un puesto importante en el ministerio y si solo buscaba beneficiarse… -- ¿De qué trabaja?... ¿Trabaja?

Me muerdo el labio y apoyo las palmas de mi mano contra el borde de la silla, cruzando los tobillos y hamacándolos en un vaivén nervioso. - No sé que preguntar… ¿Qué puedes decirme de él?
M. Meerah Powell
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
En cuanto reacciona a la noticia, me alegro que mi hija no se enfade por haberle ocultado todos éstos años la verdad, por haber decidido callar y esquivar el tema. Así que, a pesar de que sigo sin estar completamente segura de que que estoy haciendo, respondo su primera pregunta -Hans Michael Powell- no estoy segura si Maggs puede asociar el nombre con la cara, pero busco una respuesta en sus reacciones. Después de todo, Hans ahora es Ministro de Justicia y es probable que mi hija se haya enterado de aquello o lo haya visto en algún lado.

Las siguientes preguntas me dan la respuesta a lo que estoy pensando y respondo ambas casi al mismo tiempo. -Es Ministro de Justicia- digo y al pensar en la siguiente respuesta, no puedo evitar dedicarle una suave pero triste sonrisa -Lo sabía, pero no estaba cien por ciento seguro de que hubieras nacido- cuento la verdad de manera un poco vaga como si no me afectara en lo más mínimo, a pesar de que lo sigue haciendo. Suelto un ligero suspiro, intentando cambiar mi oscuro ánimo, ese que quizá no se note pero que realmente siento. Sin embargo, sé que debo acostumbrarme porque ésta simple conversación me generaría aún más sentimientos de ese estilo.  

Observo a Maggs detenidamente, verla tan nerviosa me termina pareciendo adorable, por lo que una suave mueca de ternura se escapa de mis labios. -Puedo decirte todo lo que sé y solíamos hablar bastante. Recuerda que una vez que me dicen algo, no puedo olvidarlo. Cómo es, que edad tiene, si tiene familia, hasta  su tipo de sangre. Todo lo que sepa y quieras saber te lo contaré. Ahora es el momento -agrego, recordando cada una de las preguntas que me hizo sobre su padre a medida que crecía.

Al pasar unos segundos, tomo el poco jugo que queda en mi vaso y vuelvo a servirme mientras hablo -empezaré con las trivialidades y de ahí podrás hacer las preguntas que quieras- debo poner de lo mío también en ésto, por ese motivo decido comenzar yo a responder antes de que siquiera pregunte mucho más - Hans Powell tiene 33 años, 3 más que yo aproximadamente. Es mago de sangre mestiza, a pesar de que no es tan importante. Cumple años el 30 de Enero y por lo que me ha dicho, no tiene hijos ni está casado- comento como si estuviera promocionando a uno de mis cazadores contando su expediente, como si tan sólo fuera más trabajo de oficina.
Audrey S. Niniadis
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Hans Michael Powell. Hago la mímica con mi boca, como tratando de acostumbrar a mi lengua a cómo debería sentirse antes de poder decirlo en voz alta. Hans Michael Powell… Hans Powell… Powell… Un momento, ¿no era ese el nombre del…?

Oh, bueno. Al parecer no bastaba con enterarme de que mi padre al parecer estaba vivo y quería conocerme, sino que también tenía que llevarme la sorpresa de que mi progenitor, mi propio padre, era el nuevo y flamante Ministro de Justicia. Cómo si no hubiese tenido suficiente cuando había conocido al abuelo Sean. ¿Y mamá había elegido criarme en el ocho, con solo la tía por compañía? Nunca entendería a los adultos, de verdad.

Tardo unos segundos en entender cómo podría saber mi padre de mí, pero no estar seguro de si había nacido, hasta que caigo en que probablemente mi existencia hubiese sido lo que lo hubiera alejado de mi madre. Tenía una compañera en el Prince a quien su padre había abandonado antes de nacer, pero mientras que ella sentía solamente rencor hacia su figura paterna, yo solo podía sentir algo de curiosidad. No me podía tomar demasiado a pecho que se hubiese ido antes de que naciera, se decía que era el ministro más joven de estas últimas décadas y me iba lo suficientemente bien en matemática como para poder calcular las edades.

- Ya lo sé mamá. - Dejo de escapar en un gruñido. Cómo si pudiese olvidarme de que mi madre tiene memoria eidética, me lo recordaba… oh, claro: cada vez que preguntaba algo con más curiosidad de la debida, o para refutar cualquier tipo de discusión que pudiese iniciar con ella. Era imposible pelear con tu madre cuando la misma era capaz de recordar cada una de las cosas que dices, incluso cuando estás enojada. Lo bueno es que no solía tener razones para pelear con ella.

Aunque ganas no me faltan cuando cumple su palabra y se pone a recitar trivialidades que no me importan. La mayoría ya las sabía, mi padre al parecer era famoso y todo lo que dice ya lo he escuchado en las noticias. Salvo por su cumpleaños, si lo dijeron no lo recordaba, pero dudaba que pudiese olvidarlo de ahora en más. ¿Debía llevarle un regalo cuando lo viese? - Ya he escuchado de él, y esas cosas no me interesan… Aunque no sé que quiero saber. ¿Nos parecemos en algo? - Es una duda válida. Sé en qué cosas me parezco a mamá, pero hay muchas de mis actitudes que no podía decir que las hubiese sacado de ella.
M. Meerah Powell
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
-Te pareces más a él que a mí- admito un poco fastidiada con la idea pero no tanto como para demostrarlo. Con anterioridad, había días en el que me molestaba solamente ese hecho porque me hacía recordar a aquel tiempo donde Hans estaba conmigo, esa época donde me sentía entendida y amada. Me encojo de hombros para quitarle importancia a mis pensamientos y continuo hablando - por lo menos físicamente- me reclino sobre la mesa y me cruzo de brazos mientras miro fijamente a mi hija -nariz, mentón, boca, hasta las líneas ahí- levanto una mano para señalar, con un dedo, el surco nasogeniano ya que estoy segura que si lo nombro mi hija no tendría ni idea de a que me refiero -Tienes una sonrisa muy parecida a la de él- admito, mientras una ligera sonrisa se dibuja en mi boca, impulsada por los recuerdos de los momentos que pasé con ese hombre, los hermosos recuerdos. Entonces, la sonrisa desaparece desdibujada por las memorias del mismo día en el que Hans se fue, ese mismo día donde me había enterado que Maggs llegaría a mi vida.

No muestro ningún tipo de emoción, simplemente me quedo viendo a un punto detrás de mi hija que ni siquiera logro enfocar bien. Termino completamente perdida en el pasado, hasta que un sonido me despierta de ese estado. Vuelvo la vista a mi hija y sigo contando como si nada hubiera pasado -¿Sabes Maggs? Cuando conocí a Hans fue cuando Sean me mandó devuelta al Distrito ocho. En ese entonces yo era muy diferente a como soy ahora y no me refiero a físicamente- mi hija es una de las pocas personas que conocen mi habilidad como metamorfomaga, así que decido aclararle aquello -mi personalidad estaba un poco destruida- esa no era la palabra correcta, ni siquiera la frase ¿pero como le puedo decir a mi hija que antes yo era un desastre por culpa del alcohol, las excesivas compañías y varias cosas más? No hay manera de que pueda contarle algo así a Maggs. No muestro ninguna emoción, hablo de manera calmada y normal, aunque por dentro siento la melancolía que sólo podía traerme la rememoración de los eventos de mi época más sombría -Tu padre y yo podíamos entendernos muy bien y nos contábamos todo- lo admito sin problemas- Él me ayudó a... arreglarme- si es que esa es la palabra que se puede utilizar para decir que volví a ser un poco como mi verdadero yo. Por como soy ahora y lo que me dice siempre mi hija, es muy probable que no crea todo eso, pero igual le cuento toda la verdad, como si la historia fuera de alguien más y no algo que me pasó a mí.

Miro a Maggs a los ojos y me encojo de hombros para minorizar la importancia de lo que acabo de decir. No quiero que mi hija se preocupe por nada de eso y deseo que sólo escuche. Ya que decidí abrir la boca, debo contar todo por completo, pero prefiero no repetir la historia demasiadas veces, así que espero que la niña pueda entender todo a la perfección. Continuo hablando como si nada -llevábamos bastante tiempo juntos cuando me enteré que estaba embarazada de él y, en cuanto se lo dije, simplemente se fue- esa es toda la historia, todo lo que evité contarle a mi niña.
Audrey S. Niniadis
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Que me diga que me parezco a él, no es la respuesta que espero precisamente; pero me distrae lo suficiente como para ponerme a analizar sus palabras. Había visto sus fotos en los periódicos, e incluso había aparecido en televisión, pero jamás hubiese pensado que ese hombre con el que no creía tener relación se pareciese a mí de alguna forma. Trato de imaginar nuestras caras en paralelo para notar las similitudes que marca mi madre, pero me es difícil. No sin un espejo cerca, o sin la memoria de mi madre. Porque por más famoso que sea, lo único que puedo recordar bien de Hans Powell son sus ojos, de un azul que contrasta con el color caramelo de los míos; y su porte, imponente en una forma que no creía que jamás fuese a poder imitar.

Vuelvo a poner mi atención en su persona cuando comienza con su “¿Sabes Mags?” y la miro confundida cuando dice que su personalidad estaba destruida. ¿Cómo podía destruírsele a uno la personalidad? ¿Qué tanto debió pasar en su vida para eso? Me abstengo de preguntar solo porque no creo oportuno interrumpirla cuando está tan sumida en su burbuja del recuerdo, y termino por agarrar el vaso de jugo solo para tener algo que hacer que no me resulte incómodo. Doy un sorbo y solo entonces me doy cuenta de lo seca que tengo mi garganta, porque en un principio duele cuando el líquido pasa por ella. Doy otro trago tentativo y solo después del tercero siento como la sensación de molestia empieza a calmar. - Entonces, si tanto te ha ayudado, ¿por qué te negaste a hablarme de él todos estos años? - Porque sí, pudo haberla dejado, pero si tiene tantos lindos recuerdos ¿por qué los guarda?

Claro que luego recuerdo cómo es mi madre, y no me cuesta entender demasiado. Porque estoy acostumbrada a su semblante impasible y a su fachada imperturbable. - Perdón - Murmuro porque no sé si me he pasado con mi comentario anterior o no. Pero siento que la molestia de la garganta se ha trasladado a mi estómago, y que estoy enojada. - Pero siempre quise saber de él, y que solo me lo digas porque de alguna manera se ha enterado de que sí existo… ¿Y cómo es que ha sido eso? ¿por qué de la nada quiere conocerme? - Y no se si el enojo es dirigido hacia mi madre o hacia mi progenitor, pero estoy confundida, y molesta, y, y… y me estoy comportando como una nena caprichosa. ¡Pero tengo razón!
M. Meerah Powell
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
Mi vista se fija en Margareth en cuanto me reprocha el hecho de haberme negado con anterioridad a hablar de Hans y realmente entiendo su enojo. Desde su punto de vista debo ser una madre muy extraña a la que es difícil comprender ya que no conoce todas las razones, ni siquiera el hecho de que me encontrara en tan mal estado antes de conocerlo. Pero yo lo sé, siempre lo supe o creí saberlo. El abandono siempre me aterró, que las personas con las que lograra encariñarme se fueran y me dejaran nuevamente sola, y eso fue lo que su padre había hecho. Comienzo a hacer mi mirada de advertencia, esa que me hace ver tan similar a Sean, pero antes de poder realizarla mi hija se disculpa.

Agarro el vaso frente mío y tomo algo de jugo mientras pienso cómo se debe sentir mi hija. La entiendo, en realidad lo hago. ¿Quién mejor para entenderla que Audrey Wadlow, la niña que del día a la mañana se quedó sóla a los trece años y que de repente recibió la visita de un padre que ni siquiera sabía que estaba vivo? Quería responder todas y cada una de sus preguntas, quitarle todas sus dudas y hacer que su confusión, enojo y molestia desaparecieran, pero eso no sería posible. Una delicada mueca similar a una triste sonrisa aparece en mi cara y se desvanece igual de rápido. -Me ayudó, pero al irse me hizo mucho daño- todo es verdad y quiero explicarle la situación detalladamente a mi hija, así que sigo hablando -Hans pensó que tomaría la decisión más fría posible- no quiero abarcar ese tema, así que lo dejo simplemente ahí. ¿Qué clase de madre puede decirle a su hija que su padre deseaba que abortara? -Pero creo que subestimó mi capacidad de apegarme- no es la palabra correcta, quizás empatizar va mejor, pero eso no importa en lo más mínimo -Pensó que si se iba no tendría que hacerse cargo de un hijo nunca en su vida, pero aquí estamos- sigo contando sin inmutarme y jugando con el vaso, que ahora se encuentra sobre la mesa -Por eso no te conté sobre él, no me pareció correcto hablarte de un hombre que ni siquiera quiso saber de ti en un principio. Pero al parecer me equivoqué- admito tan rápido que me sorprende hasta mí.

Rememoro todo lo hablado anteriormente y empiezo a creer que realmente parece una broma. Me pongo en el lugar que yo había ocupado hacía tiempo, pensando en cómo podría sentirme si Margareth, mi madre, me dijera algo similar y, a pesar de que agradecería la verdad, me sentiría bastante molesta porque hablara de una manera que parezca tan... ¿cruel? Suspiro ante mis pensamiento y decido continuar con la charla. -Nos encontramos por trabajo y, aunque no le dije nada, él preguntó por ti. Pensé que querrías conocerlo ya que me preguntaste mucho por él antes. Así que le dije que no había tomado la decisión que él pensó y que estabas aquí. Reaccionó...- pienso un segundo y me veo obligada a desviar la mirada. La reacción de Hans ante la noticia realmente me había sorprendido ahora que me ponía a pensarlo. Nunca pensé que él quisiera saber, que quisiera hacerse cargo. Siempre me habló de su familia y desde el principio había notado su terror a tener una propia -...bastante mejor de lo que pensé- agrego sin más mientras vuelvo a mirarla -Él propuso la cena. Tampoco sé que pasa por su mente. No soy tan buena descifrándolo- bajo la cabeza con la vista fija en el vaso, con el que ahora estoy jugando. Si había una persona en el mundo que lograba desconcertarme ese era Hans Powell, pero nunca había entendido el porqué.
Audrey S. Niniadis
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Tardo unos segundos en comprender que mi madre, una persona tan estoica que casi rozaba lo fría, pudiese estar tan dolida por algo, que ni siquiera podía hablar sobre ello. ¿Qué tanto daño podía haber hecho mi progenitor? Estoy por abrir la boca para reprochar, pero sigue con su explicación y solo puedo mirarla con el ceño fruncido, sin captar del todo el significado detrás de las palabras que pronuncia. ¿La decisión más fría? ¿Su capacidad de apegarse? - Ah… - Tardo un poco en comprender, pero cuando lo hago todo cobra sentido, para luego perderlo tan rápido como llegó.

- Me estás diciendo que nunca me contaste de él porque ¿qué? ¿él creía que abortarías? - Me arrodillo con rapidez sobre la silla y apoyo los puños contra la mesa, completamente indignada por su explicación. Fueron años de aprender a leer su lenguaje corporal, de no preguntar demasiadas cosas solo para guardar la oportunidad de sacar el tema de mi padre a flote en cuanto tuviese la oportunidad, ¿y al final había sido un capricho de crianza? - Sí, te equivocaste. Nunca me importó que el quisiera o no saber de mí, era yo la que quería saber de él. - El reproche se siente ácido contra mi lengua y creo que es la primera vez que discuto en serio con mi madre. O al menos la primera vez en la que rozo la falta de respeto para con ella.

Al menos me termina por explicar qué es lo que llevó al repentino interés de Hans Powell por mí y de nuevo no sé cómo sentirme con eso. Al menos se había acordado de que había una posibilidad de que sí existiese… y quería conocerme. Eso era lo que importaba, ¿no? - Perdón, sigo sin entender por qué no me hablabas de él; pero si dices que tanto dolió… voy a tratar de comprenderlo. - No quería que mamá cambiase de opinión y decidiera cancelar la cena. Sabía que mi comportamiento no había sido ejemplar, pero esta vez yo tenía la razón, y no iba a quedarme callada al respecto.

Agarrando de nuevo el vaso de jugo, doy los tragos que hacen falta para acabar la bebida mientras voy calmando la postura, dejando mis rodillas a un costado y levantando los codos de la superficie. - ¿Cuándo y dónde quiere conocerme? - Consulto al reparar en el detalle de que, si era en cualquier fecha pronta, tendría que revisar todo mi guardarropa con antelación. Me negaba a ponerme cualquier cosa que no hubiera hecho yo. - Aguarda… ¿la prensa se enterará de esto? Porque no quiero que todo el mundo ande diciendo que el ministro Powell es mi padre cuando todavía no pude conocerlo yo.
M. Meerah Powell
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
Su enojo es comprensible, completamente, pero aún así me toma por sorpresa. Maggs no es de las niñas que suelen levantar la voz o reprochar a sus mayores ni mucho menos, pero es cierto que es algo más temperamental de lo que Hans o yo fuimos alguna vez. Nunca logré entender cómo podía llegar a ser tan distinta a ambos a la vez, pero quizás se debe al hecho de que pasó la mayor parte de su vida criada por mi tía y probablemente algunos rasgos de ella también se le habían pegado.

Escucho lo que tiene para decirme y, a pesar de que lógicamente lo entiendo, siento arder dentro de mí, llegando obligarme a soltar una que otra mirada de advertencia a mi hija que no logro saber si la capta. Estoy furiosa también, que me reproche sin conocer completamente la situación, sin saber lo que había cruzado mi mente y los sentimientos que me desbordaban y siguen haciéndolo. ¿Cómo es posible que una niña que ha tenido casi todo lo que ha querido en la vida y no ha tenido demasiadas dificultades, se atreva a criticarme? Pero lo entiendo, justo por ese motivo es que puede y quiere hacerlo, por eso piensa que tiene la completa razón. Siempre le di todo y lo único que le prohibí fue saber la verdad, así que... ¿acaso no es lógico que me haga una escena de capricho por algo así?

No pienso demasiado en claro, gracias al enojo y mis perturbados pensamientos. Así, cuando me hace una pregunta, respondo en un tono normal pero que a mí me parece estar algo cargado de toda esa furia -¿Acaso piensas que yo podría haber salido con alguien que se regocijara con el hecho de estar en los tabloides? -entonces levanto la vista y al verla lo recuerdo. No estoy hablando con alguien normal que me está sacando de quicio, es mi hija la que está frente mío. Suspiro para calmarme -Creo que no sólo se parecen en lo físico- admito en un susurro casi inaudible, al sorprenderme por el hecho de la nueva similitud que había entre mi padre, mi hija y su padre. Ellas eran las únicas tres personas que conseguían sacarme por completo de mis cabales o desconcertarme de una manera u otra. -No creo que quiera contarle a la prensa, por lo menos no hasta estar seguro o hasta verte. Pero eso deberás preguntárselo a él - sirvo un poco de jugo en el vaso de mi hija y lleno el mío -Quiere que nos encontremos en un restaurante del capitolio éste fin de semana.
Audrey S. Niniadis
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M. Meerah Powell
Fugitivo
¿Era una pregunta retórica o una de verdad? Porque no entendía si decía que por eso de los tabloides es que no estaba con mi padre, o si creía que Hans Powell, el nuevo ministro, ignoraba la prensa. Porque al menos cuando estábamos en el Ocho, no había una sola persona en todo el Prince que no supiera quien era el nuevo ministro de Justicia. Sí, claro, nos lo enseñaron también en clase; pero había oído muchas más veces de él en la televisión o en las revistas. Mis amigos no creerían jamás que él era mi padre, aunque bueno, dudaba que tampoco creyesen que el Niniadis de mi apellido sí era por esos Niniadis.

La miro expectante cuando murmura, pero el tono bajo de su voz me dice claramente que no quería que escuchase su comentario. Lo ignoro, si no quiere que escuche pues allá ella. Ya me había cansado de esperar respuestas de su parte cuando al parecer nada de lo que yo creía estaba siquiera cerca de mis más locas hipótesis. -Entonces… ¿si iremos a la cena? - Me emociono, porque estaba con temor de haber enojada a mamá lo suficiente como para que me prohibiese el ir… aunque bueno. Si me lo prohibía, trataría de contactarlo por mi parte. Supongo que en parte ese debe haber sido uno de los miedos de mamá. No cabía duda de que si sabía quien era mi padre, iba a tratar de contactarlo por todos los medios posibles.

- Aguarda…  ¿Este fin de semana? - Creo que el pánico comienza a invadirme de tan solo pensar en la fecha. Por un lado, siento que si es por mí, bien podíamos cenar hoy y al fin podría conocerlo. Por el otro… por el otro soy una niña insegura que tiene pánico de conocer a su padre. Yo tenía un mínimo conocimiento de cómo era gracias a lo que había escuchado de él y, bueno, a la escueta información que me había dado mi madre solo minutos atrás. ¿Pero que esperaba él de mí? - ¿Le dijiste algo sobre mí? - No es que mis notas fuesen malas, si no contaba deportes. Y también tenía un hobbie, que comparado con su trabajo era una nimiedad. ¿Y le gustarían las mascotas? No llevaría a Argie a la cena, pero si llegaba a decir que un Puff no era una mascota adecuada…

Un pensamiento cruza mi mente y me obligo a levantarme de la silla, dar la vuelta a la mesa, y quedar situada al lado de ella. - Por favor, dime que no le dijiste que me pusiste Margareth. - Suplico. Odiaba ese nombre, y si conocía a mamá como la conocía, seguramente le habría dicho que me llamo Margareth, o peor: Maggs. Brrrr... Margareth, diaj.
M. Meerah Powell
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
Asiento con la cabeza al tiempo que escucho a mi hija preguntar si lo veríamos. ¿Cuantas veces más haría la misma pregunta? -Claro que sí ¿pensás que lo voy a cancelar?- era obvio que no planeo hacerlo, ya el trabajo de revelar la verdad estaba hecho y ella ya sabe quien es su padre. Cancelar la cena significaba darle la oportunidad de buscar a Hans por su cuenta y hablar con él sin mi presencia. Eso es algo que no planeo permitir.

Miro a mi hija entusiasmarse y finalmente logro relajarme. Pensar en el hecho de que mi hija pudiera enfurecerse conmigo me estresaba bastante, pero por suerte se encuentra bastante ocupada con otros hilos de pensamiento. Me reclino sobre la mesa y coloco mis brazos cruzados sobre ella, mientras observo cada una de las reacciones de Maggs -No le dije mucho sobre ti, solamente que eras niña y tu nombre- admito, mientras la primera verdadera sonrisa se dibuja en mi rostro. Pero así como se dibuja, desaparece al escuchar su siguiente comentario. Me veo obligada a levantar una ceja, mostrando mi incredulidad y le respondo -Le dije tu nombre completo. ¿Pero qué tiene de malo Margareth? Era el nombre de tu abuela- siempre me resulta extraño el hecho de que mi hija se moleste con la sola mención de su primer nombre. ¿Acaso no es sólo un nombre? ¿Qué importa? Además, ¿qué tenía de feo aquel nombre? A mi me parece un nombre bonito.

Me encojo de hombros, intentando quitarle importancia a la situación y me levanto, al igual que ella segundos antes, de la silla. -Ya que no hay más preguntas que te interesen hacerme lo dejaremos aquí. Tomaré tu reacción como un sí. Le confirmaré que saldremos éste fin de semana. ¿Te parece bien?- en cuanto termino de hacer aquella pregunta, espero la respuesta y agarro el vaso de jugo. Asiento con la cabeza nuevamente hacia la respuesta. Salgo de la cocina para comenzar mi camino hacia el teléfono, el cual agarro y me llevo hasta una habitación de la casa.
Audrey S. Niniadis
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