The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Anoche no pegué un ojo. Esta mañana fue de las peores en toda la semana y durante la tarde no dejaron de llegar papeles que tuve que firmar, chequear, seguir firmando y analizar hasta que me quedé dormido sobre el escritorio y mi secretaria me despertó con una sacudida que le valió un gruñido y un sobresalto. No es solamente culpa de la enorme pila de trabajo por chequear antes de que se venza el plazo, sino también porque ayer he tenido una de las jornadas más extrañas que he tenido en toda mi vida. ¿Por qué? Muy simple: mi ex acabó apareciendo en mi oficina cuando yo solamente esperaba un informe y todo terminó en que conoceré a una hija que no sabía si existía o no. ¿Karma? Posiblemente. Sé que he hecho cosas que muchos considerarían cuestionables, así que tal vez es la vida riéndose de mí después de que haya pasado tanto tiempo riéndome de ella.

Es por eso por lo que he aceptado de muy buena gana la idea de Annie sobre tomarnos una de nuestras noches como compañeros de trabajo que buscan un trago con el cual olvidar el estrés y, en este caso, celebrar por atrasado nuestros triunfos laborales. No es como si hubiésemos tenido tiempo antes, pero parece ser la excusa perfecta como para quitarme de encima los pensamientos que han estado martillando la parte trasera de mi cerebro. Quizá Annie no es mi íntima amiga, pero hemos aprendido a disfrutar de nuestra compañía después de largas reuniones donde fui su asesor legal y, por qué no, aprendí del hermoso negocio de hacerse de los contactos adecuados. Nunca está de más tener una buena relación con un Weynart.

El bar de alta clase donde solemos recurrir se encuentra en uno de los sectores más exclusivos del Capitolio, donde me aparezco unos pocos minutos antes de la hora pactada. Meto las manos dentro de la delgada chaqueta y camino con suma calma hasta cruzarme con los guardias de la entrada, quienes me dejan ingresar sin la necesidad de dar nombre o siquiera hacer la fila. La música, por suerte, no está tan alta como para cubrir los murmullos y las risas de las personas que han decidido disfrutar de la noche en un ambiente alejado a la idea de un club nocturno, pero los ignoro mientras me acerco a la parte trasera, donde hay una segunda barra. Casi siempre nos encontramos allí, especialmente porque no hay tanta aglomeración de gente y se puede beber sin fotografías o comentarios de más. Lo malo de ser figuras públicas, supongo.

Puedo reconocer el cabello oscuro de Annie dándome la espalda, sentada frente a una barra en la cual se lucen cientos de botellas de diferentes colores y tonalidades. Me acerco lo suficiente como para posar con suavidad una mano en su hombro y echarle un vistazo al hombre que posiblemente la ha atendido antes que a mí, dedicándole una sonrisa de mero compromiso — Un Black Russian, por favor — pido simplemente, tomando asiento junto a mi compañera con un suspiro que denota mi cansancio. Echo un vistazo a nuestro alrededor y me quito el pelo de los ojos, tratando de no verme tan agotado — ¿Empezaste sin mí? Espero que tengas una buena excusa — bromeo y, sin mucha vuelta, acerco el cuenco de maníes y me llevo dos a la boca.
Hans M. Powell
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Annie C. Weynart
Jefe de Área en Investigación
Luego de una semana de haber vuelto a mi antiguo departamento cualquiera diría que las cosas serían más sencillas, o cuando menos no tan estresantes. La realidad era otra, y a lo largo del día estuve a punto de perder la paciencia al menos en cinco ocasiones distintas. A estas alturas no estaba segura de qué me sorprendía más: si la falta de avances en proyectos que creía que ya estarían terminados; o que se hubiesen atrevido a tocar mis investigaciones como si fueran de uso popular. Había demorado más de tres días en reorganizar y recategorizar todo lo que estaba pendiente; y recién ayer había podido comenzar a trabajar de verdad.

Me hallaba exhausta, pero extrañamente era reconfortante volver a hacer lo que realmente disfrutaba: no ladrarles a otras personas por incompetentes, aunque algunos dijesen lo contrario; sino el poder meterme de lleno en cosas que no comprendía y quería comprender. Los meses que había pasado como directora de la arena me habían servido para aprender más de lo que creía, y si bien había concluido en que ése no era un trabajo para mí, no podía decir que había perdido el tiempo.

Pese a todo, lo que realmente necesitaba era un trago, y poder charlar con alguien con el que no tendría que ser hipócrita o mandona y, ¿qué mejor en esos casos que tu abogado? O bueno… algo similar. No me molesto en volver a casa al terminar la jornada laboral; mi aspecto es, como siempre, impecable y el bar en el que siempre nos encontrábamos con Hans era lo suficientemente exclusivo como para que no me importase destacar más de lo necesario.

No me doy cuenta de la hora a la que llego hasta que ya me encuentro sentada frente a la barra, y decidiendo que tenía que matar el tiempo con algo, no tardo en pedirle un Manhattan al hombre que se encuentra atendiendo. No lo recuerdo de las otras veces así que supongo que debe ser nuevo, pero se gana mi aprobación cuando no pasa más tiempo del necesario mirando mi escote. Estoy a la mitad de mi bebida cuando me sobresalto levemente ante la mano que se posa sobre mi hombro, pero tras voltear levemente la cabeza, dejo que se me escape una leve sonrisa a manera de saludo. - ¿Acaso se necesita una excusa para empezar a beber? - Arqueo una ceja y me giro un levemente hacia él, cruzando una pierna por sobre la otra y levantando la copa a su salud antes de tomar otro trago. - Aunque parece que no soy la única con una semana movida. ¿También la tuya estuvo llena de gente incompetente? - Consulto haciendo alusión a su gesto cansado.
Annie C. Weynart
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Mi sonrisa pretende ser una disculpa cuando noto que aparentemente la he tomado por sorpresa, respondiendo con una risa entre dientes mientras acomodo mi chaqueta, la cual se ha arrugado un poco al tomar asiento — No. Siempre se necesitan excusas para cuando dices que no tienes ganas de beber — le digo en tono de verdad absoluta. Annie es una de las pocas personas del ambiente político con la cual me siento cómodo dentro de un bar, especialmente porque ni me molesto en mantener las apariencias frente a un grupo de magos de alta sociedad a quienes, por lo general, intento impresionar. Además, algo en la confianza depositada en mí que Annie demuestra siempre que tiene una consulta o problema legal me dice que ya me he ganado al menos parte de su respeto.

Al no tener aún mi bebida, agarro el bol de maníes por un costado y lo alzo brevemente a su salud como respuesta a ese gesto, sonriendo apenas hasta que su pregunta me hace inflar las mejillas con las cejas arqueadas y soltar un pesado suspiro — Ni que lo digas. He tenido a un familiar diferente por día llamando a mi puerta desde todo el asunto de los aurores. Y ni hablar de los imbéciles que creo que jamás han cursado una carrera de leyes en su vida — como mi cabeza se va rápidamente a la pila de papeles que quedaron sobre mi escritorio y que estarán esperando allí mañana por la mañana, me apresuro a meterme más maní en la boca — Y para colmo, una de las mujeres a las cuales tuve que entrevistar resultó siendo mi ex novia y resulta que tengo una hija.

Como para tirar una bomba sin anestesia. Voy a ser sincero: no le he contado a nadie de Audrey y Margareth porque no he tenido la oportunidad y tampoco es que tengo gente demasiado cercana como para ir llorando mi mala suerte. Y bah, que no he llorado por nada en años, ni siquiera puedo recordar cual fue la última lágrima. Sea como sea, decirlo en voz alta lo convierte en algo real, tangible y asumido, Doy gracias a que el encargado de la barra desliza mi trago hacia mí y mascullo un agradecimiento antes de llevármelo a la boca, agradecido del sabor que refresca mi garganta.

Bajo un poco el vaso y, con el codo correspondiente apoyado en la barra, lo giro entre mis dedos a la altura de mis ojos para observarlo como si fuese de lo más interesante, moviéndolo con lentitud — Supongo que mis días de mujeres desconocidas en la cama han terminado. No hay nada más antierótico que un hijo no reconocido, por mucho dinero que tengas — y eso que yo he pedido conocerla, pero vamos… si creyese que nada va a cambiar, me estaría mintiendo a mí mismo.
Hans M. Powell
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Annie C. Weynart
Jefe de Área en Investigación
Me encojo de hombros en un gesto que indica que le doy la razón a sus palabras y dejo la bebida con cuidado sobre el mostrador, riéndome por lo bajo cuando eleva el bol de maníes para corresponder mi brindis. Aprovechando que mi codo queda sobre la barra, me estiro un poco y posiciono mi mentón sobre mi palma mientras lo observo inflar los cachetes en un gesto que ya le he visto en otras ocasiones, cuando acudo a él con algún planteo científico que roza los límites legales o morales y tiene que pensar un poco más si realmente puede ser practicado dentro del ámbito judicial.

Claro que no esperaba que además de una semana cargada de mundanidades soltara una paternidad recién descubierta y por unos segundos solo atino a fruncir el ceño, sin saber muy bien cómo contestar. - No estoy segura de si debo felicitarte o darte el pésame. - Me sincero. Su expresión no me dice demasiado y si bien el carácter de Hans no es muy difícil de descifrar, en este caso estoy perdida. No tengo idea de niños, y mi experiencia con las cuestiones familiares es tan rebuscada que no sé si pueda comparar situaciones.

Por momentos me siento un poco culpable, mientras que él me suelta sin problema alguno que al parecer ahora tiene una hija, yo misma no le he podido contar que he descubierto que mi progenitor no es quien yo creía. Aunque en mi defensa, mi descubrimiento repentino no lo había tomado ni la mitad de bien que él en estos momentos. Aprovechando que el barman ha traído la bebida de mi compañero de copas, le hago una seña con el dedo índice y con un gesto rápido le señalo mi copa, pidiéndole una segunda para luego terminarme la actual en dos grandes tragos que queman mi garganta de una manera extremadamente placentera.

- Siempre puedes adoptar el ángulo de “papi soltero”, si llevas una foto de la niña en tu billetera tienes sexo asegurado. - Le respondo tomando de la copa la cereza que ha quedado al fondo del vaso y sonriéndole antes de llevarla a mi boca. No me sorprende que esa sea una de sus preocupaciones, de ser hombre, verme como él y hallarme en su posición, pensaría lo mismo; incluso siendo mujer probablemente decidiera no tener al bebé si me encontrase en esa encrucijada.

Mordisqueo un poco el cabo de la cereza, y lo deposito en la servilleta antes de volver a dirigirme a él. - ¿Qué edad tiene? No recuerdo haberte conocido una pareja, así que supongo que al menos tendrá un par de años. - Consulto sabiendo que siendo una ex, probablemente haya sido una relación estable y no una aventura de una noche. - Ah, lo siento. Yo haciéndote preguntas de la niña y ni siquiera sé tu opinión al respecto. ¿Piensas hacer algo con esa información? Porque sino siempre puedes llegar a un acuerdo con tu ex y nadie tiene por qué enterarse de nada.

Después de todo, él lo ha dicho: dinero no le falta y si se llegase a descubrir la historia siempre puede alegar el haber querido proteger a su hija de la exposición que generaba su cargo, o alguna de esas babosadas que puede sacar a flote con un poco de carisma y frases bien ubicadas en la prensa. - Aunque eso sí perjudicaría tu vida sexual… Ya qué, tendrás que limitarte a las mujeres conocidas. - Suelto un falso suspiro desganado, y le guiño el ojo con picardía.
Annie C. Weynart
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Un poco de ambas está bien — o un poco más de pésame, pero tampoco quiero ser tan pesimista, No es que no supiera que existía la posibilidad de la existencia de Margareth, pero saber que hay alguien por ahí que porta gran parte de tu genética de forma confirmada es un poco perturbador. El comentario sobre el papi soltero y tierno me hace ladear la cabeza en su dirección con una mano en el pecho y mi mejor expresión de adulto conmovido, torciendo un poco la boca hacia abajo por las comisuras y formando un vago puchero — No creí que fueses de las mujeres que da ese tipo de consejos. ¿Apelar a la ternura? Es nuevo.

Mi fachada de persona tierna pierde toda su estructura cuando la conversación continúa y la mueca tensa se pierde detrás del vaso de vidrio, del cual bebo un trago generoso que amenaza con terminase muy pronto — Doce. Fue uno de esos accidentes que ocurren cuando conoces a alguien con quien puedes vivir en la cama — es irónico, pero jamás he admitido que con Audrey tuve una relación un poco más profunda que con el resto. Digamos que, cuando empecé mi vida en el Capitolio, muchas cosas quedaron descartadas, incluyendo la idea de las parejas. La resolución de Annie me hace reír un poco más fuerte de lo que pensaba y apoyo el vaso sobre la madera de la barra, sacudiendo la cabeza — No seré un idiota como mi padre. Me haré cargo, como debe ser, aunque cueste la salud de mis bolas — tengo la comodidad para hacerlo, el problema es que dudo que mi vida sea fácil de acoplar a la de una niña. Con solo ver mi loft eso queda muy en claro… y ni hablemos de los otros detalles que tiendo a mantener en privado, como las visitas a los distritos del norte.

Estoy por volver a llevarme el trago a los labios cuando su guiño se lleva toda mi atención, pintándome una sonrisa juguetona — Señorita Weynart… ¿Usted me está seduciendo? — dejo caer en un tono arrastrado. Termino mi bebida de un saque y empujo el vaso con los labios aún apretados por el fuerte sabor a alcohol, levantando rápidamente la vista hacia las muchas botellas de decoración, buscando algún índice de inspiración para mi siguiente pedido. Si alguien necesita más de un trago esta noche, soy yo — Si no es así, siempre me queda mi secretaria — la cual ha cumplido con favores extra en más de una ocasión, si vale la pena mencionar. Fue un muy buen plus con el nuevo puesto.

Levanto mi dedo para llamar la atención del barman y hago pedido de una copa de vino, aunque en el instante en el cual éste aparece simplemente pido que deje la botella — He visto tus juegos — mi comentario es casual, mientras me encargo de llenar mi copa y dejo una vez más el vino a un costado — ¿Tuviste con quien sobrevivir los momentos de estrés o acabó matando tu vida social como siempre dicen los rumores? No he conocido muchos vigilantes que sepan lo que es divertirse — y ella jamás me ha parecido aburrida.
Hans M. Powell
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Annie C. Weynart
Jefe de Área en Investigación
Su cambio completo de expresión me toma desprevenida y dejo escapar un bufido divertido cuando su puchero solo sirve para reforzar lo que acabo de decirle. Si adoptaba esa postura de padre tierno y adorable cualquier mujer entre los veinte y los cuarenta no dudaría en terminar en su cama, probablemente con expectativas erróneas, pero nada que no pudieran perdonar si es que la reputación que decía tener era acertada. - No sé que otro consejo pudiese dar, la verdad. - No es que tampoco lo dijese por experiencia, cuanto menos conociera de las personas que llevaba a mi cama mejor.

Su puchero desaparece cuando vuelve a hablar de su hija con y solo asiento de manera comprensiva cuando dice su edad. Doce no era una mala edad para entablar una relación con un hijo si es que se iba a hacer cargo como decía; o al menos me parecía que a esa edad comenzaban a ser personas más razonables y no solo nenes caprichosos y molestos que solo servían para que fuese extremadamente cuidadosa con mis métodos anticonceptivos. La maternidad estaba tan lejos en mi agenda que probablemente fuese tía abuela antes de considerar tener descendencia propia, o siquiera adoptada.

- No estoy segura si pudiera considerarlo como seducción. Es un ofrecimiento. - Le aclaro sin perder la sonrisa socarrona e inclinando el eje de mi tronco hacia adelante, acercándome lo suficiente como para que mi actitud si pudiese leer como insinuante. - Pero tranquilo, puedes guardarlo para otra ocasión. Hoy todavía puedes aprovechar a llevarte a cualquier desconocida. Porque déjame decirte que en serio, ¿tan cliché? - Lo de la secretaria era tan obvio y común que a la vez no estaba segura de que esos casos se dieran en la realidad. Pero al parecer sí pasaba y como siempre, Hans sabía aprovechar las situaciones que le convenían. - Eso sí, asegúrate de que ella no busque encajarte una segunda paternidad.

El barman entrega nuestros dos pedidos y vuelvo a relajar mi postura, tomando la copa con delicadez antes de llevarla a mis labios y dar un rápido trago. - Y si llegases a conocerlos, probablemente sean los juegos más aburridos de la historia. No había pasado tanto tiempo sin ningún alivio sexual desde que dejé de estudiar. - Tomo un segundo trago sin que me sorprenda el nivel de sinceridad que habíamos llegado a alcanzar. Uno no podía mentirle a su asesor legal, y gracias al cielo Hans era lo suficientemente inteligente como para no considerarlo simplemente una herramienta más. - Lo peor no era el estrés o la frustración sexual, lo peor era la inutilidad ajena. No he conocido a mi predecesor, pero no voy a poder entender jamás como hay gente que todavía conservaba su puesto desde la arena anterior… No te sorprendas si tengo que ir a verte en unas semanas por alguna demanda en mi contra. - Le advierto sabiendo que más de una persona ha sido desplazada de su puesto por mi causa. - A menos claro, que con el cambio de puesto ya no tengas tiempo para estas cosas…

Con la sorpresa de su paternidad recién descubierta había olvidado que supuestamente nos habíamos juntado para celebrar nuestros triunfos laborales y trato rápido de enmendar mi omisión. - Felicidades por eso, señor ministro… ¿Qué se siente estar por encima del resto de los plebeyos como nosotros? - Después de todo, y pese a que había vuelto a mi departamento ostentando el puesto de jefa, su cargo era muchísimo más importante y reconocido que el mío. Probablemente no hubiese ninguna persona en Neopanem que no tuviese puestos sus ojos sobre él ahora… de una forma u otra.
Annie C. Weynart
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Un ofrecimiento, claro. Echo un poco la cabeza hacia atrás por esas palabras al empezar a reírme una vez más, aferrando con mayor énfasis mi bebida — Tú no la has visto. No podía desperdiciar esa oportunidad — sé que suena como si fuese un niñato cargado de hormonas, pero creo que nadie podría reprocharme a aquel pensamiento si hubiese visto las piernas de mi secretaria. Le lanzo una miradita de “oh, vamos” ante lo último, haciendo vibrar mis labios como un equino furioso — Que lo intente. No tengo problema en reclamar un aborto o un voto de silencio — una hija con Audrey es algo completamente diferente por las situaciones que llevaron a su existencia, pero un bebé bastardo es otro tema, el cual no me puedo permitir y mucho menos en este momento de mi vida.

La oigo con la atención de alguien que se encuentra disfrutando de un vino de buena calidad y relamo con cuidado su sabor que decora mis labios y los tiñe de un color algo más rosado — Los empleados que deberían ser despedidos se encuentran en todos los ámbitos. A veces creo que estamos desperdiciando puestos en gente que no se los merece — creo que mi opinión es muy clara respecto al tema, o eso imagino cada vez que alguno de mis trabajadores se acerca con los nervios a flor de piel cuando tenemos que tener reuniones a solas. Nunca se me dio bien el guardarme las opiniones cuando creo que el otro está diciendo incoherencias — Siempre tendré tiempo para tus demandas, Annie, pero asegúrate de conseguir una cita o mi agenda explotará.

Mi cabeza se inclina hacia ella en un gesto que por un momento imita a su falsa seducción anterior, aunque es más un agradecimiento que otra cosa — Se siente espectacular. Poseo una nueva casa además de mi departamento en el Capitolio, la gente se aparta más rápido cuando me ven pasar y he conseguido algunos nuevos elfos domésticos junto con un esclavo bastante veloz y eficiente— en el loft que poseo en la ciudad capital jamás había querido un esclavo para no tener que compartir habitación con uno, pero ahora que en la isla ministerial tengo una mansión, las cosas han cambiado. Si hay algo que Margareth heredará de mi parte, ahora que lo pienso, son propiedades.

Al final le empujo con cuidado la botella en un ofrecimiento, dejando bien en claro que ella puede servirse lo que guste. Me acomodo de manera que mi cuerpo se apoya de costado contra la barra y puedo verla de frente, acariciando el vidrio de mi fría copa con la punta de los dedos — Pero no soy el único que ha tenido unos meses interesantes. Estuviste en boca de todos las últimas semanas y, hasta donde he escuchado, tu trabajo te ha valido un buen título. Es bueno saber que se sigue apostando por las mentes capacitadas y con verdadera pasión por el trabajo. Brindo por eso — he conocido muchos empleados que tienen ideas y creencias de dudosa credibilidad y, la verdad, muchos de ellos no se merecen ni una pizca de confianza. He visto narices arrugadas y ojos de horror en el Wizengamot en más de una ocasión y, de ser Jamie Niniadis, tendría más cuidado. Lo bueno de mi nuevo puesto es que tengo el poder de poner en la mira a algunos nombres que no creo dignos de portar semejante título.

Vaciando la copa, la apoyo y observo las gotas que quedaron decorando sus bordes. Sé que voy a seguir bebiendo, pero pienso darme una breve pausa — ¿Qué opinas de ella, Annie? — digo sin mucho interés, señalando con disimulo con un gesto del mentón a una muchacha de cabellos rojizos a unos cuantos metros, ocupando una mesa del rincón con quien parecía ser una amiga. De todos modos, el tono que empleo es el de una persona que se encuentra completamente aburrida y sin una pizca de verdadero interés — ¿Fácil de engañar con los cuentos del padre tierno o solo basta con una presentación?
Hans M. Powell
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Annie C. Weynart
Jefe de Área en Investigación
La verdad es que tiene razón y nunca he visto a su secretaria. Tengo el mal hábito de ignorar a la gente que no tiene ningún tipo de importancia ante mis ojos, y aunque lo hubiese acompañado en alguna ocasión probablemente no hubiese gastado ni un segundo en mirarla. Sin embardo, podía identificarme muy bien con eso de no desperdiciar oportunidades, así que no podía reprocharle nada si su secretaria estaba tan buena como él decía. - ¿Por qué no me cuesta imaginar que el que tengas el papelerío necesario armado para esta situación? - Consulto sin poder dejar de pensar que seguro en el contrato de la muchacha debía haber una cláusula de confidencialidad tan abarcativa que podría llegar a incluir embarazos no deseados.

- ¿A veces? - Consulto casi burlona en lo que jugueteo con mi copa antes de llevarla a mis labios y terminarla de un trago. Había demasiados puestos de trabajo que debían existir solamente para disminuir el índice de desocupación, o sino no me explicaba como algunas personas podían siquiera estar trabajando. - Eres un amor, Hans. Me aseguraré de programar algo con tu secretaria antes de ir a verte. - Le aseguro, burlona. ¿Qué tanto se molestará si uso esa oportunidad para hacer uso de mi ofrecimiento anterior?

Luego habla de los beneficios de su nuevo puesto, y mi mente se remonta a cuando Riorden había pasado por lo mismo. - ¿Hay esclavos eficientes? - Consulto con una mueca. La verdad es que nunca me había apasionado la idea de los esclavos, me parecían inútiles e innecesarios si uno contaba con elfos domésticos jóvenes. Me molestaba tener que confiar cualquier tipo de cuestión a alguien con las que a duras penas podía compartir habitación. - Lo lamento, nunca he confiado demasiado en ellos y no puedo dejar de pensar que son demasiado… volátiles. No se si tendría la paciencia para entrenar uno.

Acepto su ofrecimiento y no tardo en llenar mi copa con el vino que ha ordenado, notando como la cereza que no había comido antes sube junto con el líquido. Dejando la botella a un lado, tomo la fruta y la degusto con más delicadeza que antes, disfrutando la mezcla de sabores producto de la bebida anterior con la actual. - No hace falta que me halagues, querido. Ya te he ofrecido sexo. - Le respondo divertida, dejando que se me escape una risita, aunque sepa que no es por eso que me regala un par de cumplidos. - Quisiera creer que fue por mi trabajo que he obtenido el ascenso. Pero no puedo ser tan ilusa como para no saber que la mayor razón por el cambio es el que no pudiesen dejar que la directora de la arena regresara a ser una simple científica. - Conocía mis capacidades y estaba orgullosa de ellas, pero eso no significaba que todos supiesen verlas.

Me distraigo cuando pregunta por alguien más y soy lo suficientemente disimulada como para que, cuando me giro a ver a la muchacha que está señalando, el movimiento sea sumamente casual. - Desabróchate un poco más la camisa, y no tendrás siquiera que presentarte. - Le aseguro cuando vuelvo mi vista nuevamente hacia él, recorriendo su pecho rápidamente antes de elevar mi vista a sus ojos. - A menos claro, que quieras llevarte a las dos. En ese caso el cuento del padre tierno viene de maravillas. - Escaneo rápidamente el lugar con la mirada, pero no logro encontrar a nadie que llame lo suficiente mi atención. - ¿Y tú que opinas? ¿Ves a alguien que pueda acompañarme, o tendré que insinuármele al barman?
Annie C. Weynart
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Te sorprenderías. No tienen la velocidad de los elfos domésticos, pero pueden ser muy útiles. Además, es bueno que los muggles sepan para qué existen — si van a estar ahí, aspirando aire con sus pulmones, que al menos lo hagan mientras sirven para algo — No es difícil entrenarlos, si sabes los castigos adecuados — no he conocido un muggle que soporte un crucio y se haya atrevido a volver a cometer el mismo error. Una buena sección de lecciones de comportamiento y ninguno de esos ridículos humanos sería un problema. A veces hay que tener mano dura para que las personas hagan lo que nosotros deseamos, lo he aprendido por las malas.

Verla juguetear con esa pequeña fruta entre los labios mientras hace énfasis en su oferta anterior hace que cualquier pensamiento que se me cruce me provoque el agradecer que, hasta donde sé, Annie no sepa legeremancia. Intento enfocarme en lo que está diciendo, pero mis dedos cometen el atrevimiento de pellizcar el tallito de la cereza, quitándoselo con cuidado de la boca — Por favor. Sabes muy bien que, de no saber de lo que eres capaz, no te habrían otorgado el trabajo en La Arena en primer lugar — le recuerdo, pellizcando los restos de la fruta con mis dientes delanteros y acabando por dejar el tallo sobre la barra como si fuese lo más común del mundo.

Su consejo “amoroso” hace que suelte una risa mal disimulada y me estiro para recuperar la botella y servir un poco más de vino en mi copa, dispuesto a seguir con la atención en la bebida. Tras un rápido y corto trago, vuelvo a dejar el cristal y apoyo mi postura contra la barra para hacerle caso y desabrochar los primeros botones de mi camisa con dedos ágiles y veloces, tal y como si estuviese en la sala de mi casa luego de una pesada jornada laboral — ¿Así? — le pregunto, volviendo a recargar el cuerpo en la barra y apoyándome más que nada en mi brazo — Las dos… no me metas ideas tentadoras — bromeo, aunque mi voz indica que en cierto modo estoy hablando en serio.

Su pregunta hace que mire a mí alrededor, centrándome en un grupo de hombres algo mayores y pasando de inmediato a otro, algo más alejado — ¿Alguno de allí? — pregunto sin estar seguro de sus gustos. Hemos bromeado cientos de veces sobre este tema, pero jamás le presté atención a si tiene un tipo o no — Con tu escote, dudo mucho que alguno ponga resistencia si vas a ofrecer su compañía y un trago. Eres una mujer deseable, Weynart y estoy seguro de que lo sabes — no tengo motivos para sentir pudor al admitir algo como eso, así que vuelvo el rostro una vez más hacia ella y bebo tranquilamente de la copa — Tú dirás. Podemos separarnos aquí o puedes seguir el trabajo con mi camisa por tu propia cuenta — acabo agregando, dedicándole una sonrisa entre bromista y pícara. Sea cual sea su respuesta, no me molestará el resultado.

El sabor del vino todavía se mantiene intacto en mi boca y hace que me relama moviendo la lengua por mis dientes con mis labios apretados, dejando una copa nuevamente vacía. Cualquier persona en mi lugar podría estar medianamente mareado, pero yo me siento completamente fresco. Siempre he sabido ser una persona con un buen control sobre sus acciones, incluso en las noches de total ebriedad — Recuérdame el no volver a interrumpir nuestras salidas como lo hemos hecho los últimos dos meses — le digo, echándole una mirada casi por el rabillo del ojo — No es lo mismo tomar con una amiga y colega que solo en tu barra personal. Algún día vas a tener que permitir que te prepare unos martinis.
Hans M. Powell
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Annie C. Weynart
Jefe de Área en Investigación
Entiendo su punto de vista, pero descarto rápidamente el comentario con un ademán de la mano. - Pero eso significaría tener que soportar que cometan un error en primer lugar, y no sé si tengo ganas de seguir rodeada de gente incompetente luego de una larga jornada laboral. - Sin contar el que ni siquiera estaba segura de que realmente sirvieran para algo, pero no le doy más vueltas al asunto. Tal vez en unos años cambiase de opinión y tendría una interesante mascota que cumpliese mis caprichos. O tal vez no, y podría convencer a Hans de que prestase a su esclavo para la arena si en algún momento cometía alguna ofensa lo suficientemente grande.

No he llegado a terminar de morder la pequeña fruta cuando Hans se hace con ella en un movimiento sorpresivo, pero no me quejo. Verla desaparecer dentro de su boca es casi pecaminoso, y que vaya acompañado de un refuerzo a mi ego lo hacía bastante mejor. - Touché - Es lo único que respondo, todavía demasiado concentrada en el movimiento que produce su boca al masticar lo que queda de la cereza.

No tarda demasiado en terminar, y tengo que apurar la copa a mis labios solo para ocupar mi mente en otra cosa. El alcohol siempre es una buena salida y el vino que ha elegido es incluso más rico que el trago que había pedido antes. Dejando la copa luego de vaciar más de la mitad de su contenido, tomo la botella que acaba de dejar y la giro hasta que la etiqueta quede de frente, tratando de memorizar la marca que allí se lee. Vuelvo a levantar la vista cuando me habla y tardo unos segundos en entender qué es lo que me pregunta, porque no reparo en su camisa hasta que es muy tarde para disimular el calor que me ha subido a las mejillas. No es la primera vez que veía a un hombre guapo en mi vida, pero mi libido nunca había sido bajo y Hans era algo un poco más que atractivo.

Apenas y giro cuando me señala en una dirección, porque ya he visto el menú y no iba a pedirme un aperitivo cuando tenía el plato fuerte delante de mí. - Luego soy yo la de las ideas tentadoras… - Me río con suavidad y, sintiendo la necesidad de tener algún tipo de contacto, descruzo las piernas con facilidad y llevo la contraria por encima de la otra, buscando que también quede apoyada contra su costado y aprovechando que el tajo de mi falda queda expuesto desde esa posición.

Echándome un poco hacia atrás, busco mi copa nuevamente y termino lo que queda con rapidez, dándome cuenta que por culpa de su insinuación ya me he olvidado del nombre que estaba impreso en la botella. - Por supuesto que no, tampoco es que lo hayamos hecho adrede. Con nuestras ocupaciones y todo eso… - Inclinándome un poco sobre la barra, sonrío al sentir la presión de mi pierna sobre la suya mientras vuelvo a rellenar ambas copas con lo que queda de la botella. - Si sabes preparar el vodka Martini, y tienes un par más de cerezas, soy tuya por esta noche. - Declaro mientras doy un nuevo sorbo de mi copa. Después de todo no podía negarme a la oferta de más alcohol y buen sexo. - Ves, te dije que lo de la camisa servía.
Annie C. Weynart
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Between vodka and wine ✘ Annie IqWaPzg
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Alzo un hombro con una expresión clara de “lo sé, lo sé” cuando me acusa de plantear ideas tentadoras, con una sonrisa de suficiencia que deja bien en claro que conozco el efecto posible de mis palabras. He conocido a muchas mujeres en los últimos años y, a pesar de que no llego a comprenderlas por completo, he aprendido a cómo manejar alguna que otra situación. Annie puede ser parte de una familia poderosa y básicamente una de las mujeres con mayor peso y personalidad que conozco, pero no deja de ser una persona como el resto.

Una parte de mi cabeza grita “¡bingo!” ante la presión de su pierna contra la mía, sintiendo el calor y dejando que mis ojos bajen sin mucho disimulo al tajo de su falda. Posiblemente el ministro Weynart no vería de buena manera mi forma de pasear la vista por las curvas de su hermanita menor, hasta volver a encontrarme con los orbes claros que tan bien sobresalen en la poca luz del bar. La estoy oyendo, juro que sí, pero mi atención está puesta especialmente en su forma de moverse y de vaciar la botella de vino en algo que tomo como una invitación a largarnos de allí.

Las ocupaciones. Las viejas amigas de los buenos momentos — recito con gracia, enroscando mis dedos en la copa una última vez y dejándola vacía con la rapidez del que ya ha estado bebiendo por un buen rato. Mi lógica atrapa esa indirecta más rápido que la mugre a un muggle y mi cuerpo se acomoda vagamente hacia delante, enroscando los dedos casuales alrededor de su rodilla más cercana — Voy a hacerte más caso con el tema de las camisas de ahora en adelante — prometo con solemnidad, aunque rompo un poco con esa fachada al guiñarle un ojo en la complicidad de la poca distancia — aunque no me esperaba que las cerezas fuesen el camino para llamar tu atención. Siempre encuentras cómo sorprenderme, Annie.

Utilizo la mano que me quedó en libertad para hurgar dentro del bolsillo de mi chaqueta y pasar los galeones por la barra en dirección al barman, quien arquea las cejas con agradecida sorpresa cuando se percata de que la suma es más de la correspondiente — Quédate con el cambio — expreso sin preocuparme, soltando la pierna de Annie para ser libre de subir un poco el cuello de mi chaqueta y ponerme de pie como si hubiésemos decidido en voz alta el marcharnos de aquí — Con aparecernos en cuanto salgamos de aquí estará bien — sé que la mayoría de los bares exclusivos poseían hechizos de seguridad para evitar a los clientes que buscaban entrar sin pagar, por lo que aparición y desaparición dentro de los mismos casi siempre era imposible. Con confianza y sin pedir permiso, uso mi mano para colocarla en su espalda baja y darle un suave empujón con intenciones de que me siga — Y ya verás, Annie. Hago unos martinis de muerte.

Es obvio que no estoy hablando exclusivamente de la bebida, pero eso puede descubrirlo por su cuenta. Tenemos toda la noche y mi cerebro ha aceptado muy bien la idea de continuar ingiriendo alcohol mientras la compañía fuese la indicada. ¿Quién diría que podríamos hacer todo tipo de negocios sin ensuciarnos las manos?
Hans M. Powell
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