OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Cualquiera se podrá preguntar por qué de todas las personas del planeta se me ocurre invitar a Hero Niniadis a mi casa a pasar una noche de desenfreno. Ni yo misma sabría que responder, aunque el hecho de que haya pasado de vivir en una habitación de dos metros cuadrados en un orfanato a una de las mejores casas de la zona residencial tiene algo que ver. Nunca he sido de presumir, básicamente porque las ocasiones que he tenido de hacerlo vienen siendo muy pocas, pero hoy he hecho una excepción. Además, tampoco se me ocurría nadie al que le importara ni siquiera un poco que he pasado de ser una don nadie a la hija misteriosa de un vencedor de los juegos. Aunque no es que lo haya ido pregonando por ahí, los cotilleos siempre tienen un lugar reservado en los pasillos entre clase y clase.
Cuando le pregunté a mi padre – sí, después de varios meses me he acostumbrado a la idea de llamarle como tal – si le parecía bien que invitara a una amiga (¿que ya no pase de mi culo significa que somos amigas? Tendrá que valer), al principio no pareció muy agraciado, y quizás tiene que ver con que podría ser perfectamente mi hermano, al final terminó por aceptar. La etapa de dejarme hacer todo lo que se me antoje se le está acabando, así que tengo que aprovechar. Tampoco es como si pudiera negarse, no es que vaya a montar aquí la fiesta del siglo, mucho menos tratándose de la hija de la presidenta, que apuesto a que no ha probado el alcohol en su vida, muchísimo menos fumar un cigarrillo.
Hasta yo resulté sorprendida cuando la pelirroja aceptó, no sin antes consultar su apretadísima agenda de futura reina del mambo y preguntarle a su madre, quien estoy segura ya habrá hecho un análisis completo de quién soy, dónde vivo, quiénes son mis padres y cuantos pelos tengo en el dedo derecho del pie. Acabó por decir que sí, así que me imagino que he pasado el test de personas decentes con las que se puede llevar. Además, seguro que es una forma de asegurarse de que no estoy vendiendo droga para ganar la pasta que supone vivir en una casa así, o algo por el estilo. Ahora que lo pienso, lo de la droga no es tan mala idea, me lo apuntaré para la próxima.
Cuando le dije que podía pasarse sobre las nueve de la noche no esperaba escuchar el sonido del timbre literalmente a esa hora. Bajo las escaleras a trompicones y por poco no me mato con uno de mis zapatos que dejé ahí al regresar de la escuela, y cuando digo por poco me refiero a que mi frente acaba estampada en la pared que tengo en frente. Maldigo en voz baja mientras recorro el último tramo del pasillo y abro la puerta aún con una mano acariciándome la cabeza. - ¿Lo de los guardaespaldas era necesario? - Murmuro casi dejando soltar una risa irónica cuando dos hombres del tamaño de gigantes se plantan frente al marco de la puerta.
Le doy pie a que pase mientras me despido de los hombres con un saludo militar que pretende ser amistoso, pero ninguno de los dos se mueve de su sitio hasta que cierro la puerta tras de nosotras. Porque sí, lo compruebo mirando por la mirilla, capaces son de quedarse toda la noche ahí parados. - Espero que te guste la pizza, la he pedido de queso. - Y si no le gusta va tener que aguantarse. - Puedes dejar el abrigo por ahí, y quítate los zapatos si quieres, ¿has traído pijama o quieres que te preste uno? - Me muevo por el pasillo apartando cosas que yo he dejado tiradas con anterioridad, apartándolas de lado para que pueda pasar.
Cuando le pregunté a mi padre – sí, después de varios meses me he acostumbrado a la idea de llamarle como tal – si le parecía bien que invitara a una amiga (¿que ya no pase de mi culo significa que somos amigas? Tendrá que valer), al principio no pareció muy agraciado, y quizás tiene que ver con que podría ser perfectamente mi hermano, al final terminó por aceptar. La etapa de dejarme hacer todo lo que se me antoje se le está acabando, así que tengo que aprovechar. Tampoco es como si pudiera negarse, no es que vaya a montar aquí la fiesta del siglo, mucho menos tratándose de la hija de la presidenta, que apuesto a que no ha probado el alcohol en su vida, muchísimo menos fumar un cigarrillo.
Hasta yo resulté sorprendida cuando la pelirroja aceptó, no sin antes consultar su apretadísima agenda de futura reina del mambo y preguntarle a su madre, quien estoy segura ya habrá hecho un análisis completo de quién soy, dónde vivo, quiénes son mis padres y cuantos pelos tengo en el dedo derecho del pie. Acabó por decir que sí, así que me imagino que he pasado el test de personas decentes con las que se puede llevar. Además, seguro que es una forma de asegurarse de que no estoy vendiendo droga para ganar la pasta que supone vivir en una casa así, o algo por el estilo. Ahora que lo pienso, lo de la droga no es tan mala idea, me lo apuntaré para la próxima.
Cuando le dije que podía pasarse sobre las nueve de la noche no esperaba escuchar el sonido del timbre literalmente a esa hora. Bajo las escaleras a trompicones y por poco no me mato con uno de mis zapatos que dejé ahí al regresar de la escuela, y cuando digo por poco me refiero a que mi frente acaba estampada en la pared que tengo en frente. Maldigo en voz baja mientras recorro el último tramo del pasillo y abro la puerta aún con una mano acariciándome la cabeza. - ¿Lo de los guardaespaldas era necesario? - Murmuro casi dejando soltar una risa irónica cuando dos hombres del tamaño de gigantes se plantan frente al marco de la puerta.
Le doy pie a que pase mientras me despido de los hombres con un saludo militar que pretende ser amistoso, pero ninguno de los dos se mueve de su sitio hasta que cierro la puerta tras de nosotras. Porque sí, lo compruebo mirando por la mirilla, capaces son de quedarse toda la noche ahí parados. - Espero que te guste la pizza, la he pedido de queso. - Y si no le gusta va tener que aguantarse. - Puedes dejar el abrigo por ahí, y quítate los zapatos si quieres, ¿has traído pijama o quieres que te preste uno? - Me muevo por el pasillo apartando cosas que yo he dejado tiradas con anterioridad, apartándolas de lado para que pueda pasar.
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De entre todas las personas que esperaba que me invitase a una noche de pijamas, tengo que confesar que no hubiese esperado que sea Maeve. No me malinterpreten, no la juzgo en lo absoluto. Sé que mi compañía debe ser todo un placer, solo que creí que no supiera apreciarla. Fuera de eso, creo que nuestra relación ha mejorado en los últimos meses y he encontrado a su extraña personalidad increíblemente agradable, incluso cuando no tenía tan buen gusto como yo. Pero, vamos, que eso es algo bastante positivo, si tomamos en cuenta de que puedo darme el lujo de jugar con ella como si fuese una muñeca… cuando me lo permite, claro.
Así que lleno un bolso repleto de cosas útiles para la ocasión, más ansiosa de lo que podría jamás confesar. Es que, hay que decirlo al menos para mí misma, mamá y papá son muy estrictos cuando se trata de pasar la noche afuera, pero tras unas cuantas preguntas y vaya a saber qué más, han decidido que Maeve no es ninguna amenaza y puedo aceptar la invitación: no por nada casi todas las pijamadas, legendarias por cierto, suelen ser en mi casa. Lo único malo de todo esto es que insisten en ser llevada hasta la residencia junto a dos guardaespaldas y lo entiendo, juro que lo hago, pero estoy cerca de tener catorce años y me gustaría un poquito más de intimidad. Hoy es Maeve, pero el día de mañana no quiero ir de la mano con Patrick y dos escoltas en nuestra íntima y maravillosa cita.
Sea como sea, pronto nos aparecemos en la callecita del distrito cuatro y el olor del mar hace que levante la nariz por inercia más que por gusto. Me suelto del brazo del guardaespalda más robusto y avanzo primero, marcando el ritmo con el sonido de mis zapatitos al acercarme a la puerta, de donde llamo con cuidado de no ser tan ruidosa. Estoy acomodando el bolsito en mi hombro cuando Maeve aparece en puerta, sonriendo de par en par — Según mis padres, sí. No pueden evitarlo — ¿Qué harían si algo me ocurriese? No puedo ni imaginarlo, si soy de lo mejor que tienen hoy en día.
Entro a la casa de Maeve como si fuese la mía, pero con un simple vistazo me doy cuenta de que no lo es. Es mucho más pequeña, lo cual es obvio, y se encuentra mucho más poblada de cosas que cualquier otra habitación dentro de mi mansión. Sin embargo, creo que no se está tan mal. Ni siquiera me molesto en despedirme de la escolta que la puerta ya está cerrada y, por ende, puedo dar como iniciada nuestra noche — ¿No es que todas las pizzas tienen queso? — le pregunto como si fuese obvio — Por mí está bien. No es una comida que acostumbre a comer en casa, pero puedo disfrutarla — y es que, salvo en ocasiones de un antojo en particular, la pizza no tiende a formar parte de mí menú.
En base a sus indicaciones, me quito el delgado abrigo ideal para la estación y observo a mi alrededor. Estoy acostumbrada a que Sage venga corriendo y lo tome, pero como no estamos en casa lo acomodo muy delicadamente en el perchero y, aferrándome a mi bolsito, sigo a Maeve por el camino que ella misma está abriendo. Me es imposible no mirarla con curiosidad y diversión… ¿Así que esto es el no tener muchos sirvientes? — ¡Obvio que traje pijama! — y no es una voz ofendida, sino que entusiasmada — Y mascarilla. Y esmaltes. ¡Y mira! — sin más preámbulos, abro uno de los bolsillos grandes de mi bolso y le enseño la cantidad de golosinas que he conseguido — Todas de mi alacena. Papá me dejó traerlas, así que tenemos con qué entretenernos.
Para mirar películas o lo que sea que ella quiera hacer. Vuelvo a cerrar el bolsito para que el contenido no se ande cayendo por ahí y le sonrío — ¿Hay algún adulto en la casa? — pregunto más por curiosidad que cualquier otra cosa: de no haberlo, no voy a contarle a mis padres — ¿Qué hacemos ahora? ¿Esperamos a que llegue la pizza? ¡Jamás he ordenado pizza! — al menos, no yo. Siempre alguien más lo hacía y las traía cuando yo las pedía, más simple.
Así que lleno un bolso repleto de cosas útiles para la ocasión, más ansiosa de lo que podría jamás confesar. Es que, hay que decirlo al menos para mí misma, mamá y papá son muy estrictos cuando se trata de pasar la noche afuera, pero tras unas cuantas preguntas y vaya a saber qué más, han decidido que Maeve no es ninguna amenaza y puedo aceptar la invitación: no por nada casi todas las pijamadas, legendarias por cierto, suelen ser en mi casa. Lo único malo de todo esto es que insisten en ser llevada hasta la residencia junto a dos guardaespaldas y lo entiendo, juro que lo hago, pero estoy cerca de tener catorce años y me gustaría un poquito más de intimidad. Hoy es Maeve, pero el día de mañana no quiero ir de la mano con Patrick y dos escoltas en nuestra íntima y maravillosa cita.
Sea como sea, pronto nos aparecemos en la callecita del distrito cuatro y el olor del mar hace que levante la nariz por inercia más que por gusto. Me suelto del brazo del guardaespalda más robusto y avanzo primero, marcando el ritmo con el sonido de mis zapatitos al acercarme a la puerta, de donde llamo con cuidado de no ser tan ruidosa. Estoy acomodando el bolsito en mi hombro cuando Maeve aparece en puerta, sonriendo de par en par — Según mis padres, sí. No pueden evitarlo — ¿Qué harían si algo me ocurriese? No puedo ni imaginarlo, si soy de lo mejor que tienen hoy en día.
Entro a la casa de Maeve como si fuese la mía, pero con un simple vistazo me doy cuenta de que no lo es. Es mucho más pequeña, lo cual es obvio, y se encuentra mucho más poblada de cosas que cualquier otra habitación dentro de mi mansión. Sin embargo, creo que no se está tan mal. Ni siquiera me molesto en despedirme de la escolta que la puerta ya está cerrada y, por ende, puedo dar como iniciada nuestra noche — ¿No es que todas las pizzas tienen queso? — le pregunto como si fuese obvio — Por mí está bien. No es una comida que acostumbre a comer en casa, pero puedo disfrutarla — y es que, salvo en ocasiones de un antojo en particular, la pizza no tiende a formar parte de mí menú.
En base a sus indicaciones, me quito el delgado abrigo ideal para la estación y observo a mi alrededor. Estoy acostumbrada a que Sage venga corriendo y lo tome, pero como no estamos en casa lo acomodo muy delicadamente en el perchero y, aferrándome a mi bolsito, sigo a Maeve por el camino que ella misma está abriendo. Me es imposible no mirarla con curiosidad y diversión… ¿Así que esto es el no tener muchos sirvientes? — ¡Obvio que traje pijama! — y no es una voz ofendida, sino que entusiasmada — Y mascarilla. Y esmaltes. ¡Y mira! — sin más preámbulos, abro uno de los bolsillos grandes de mi bolso y le enseño la cantidad de golosinas que he conseguido — Todas de mi alacena. Papá me dejó traerlas, así que tenemos con qué entretenernos.
Para mirar películas o lo que sea que ella quiera hacer. Vuelvo a cerrar el bolsito para que el contenido no se ande cayendo por ahí y le sonrío — ¿Hay algún adulto en la casa? — pregunto más por curiosidad que cualquier otra cosa: de no haberlo, no voy a contarle a mis padres — ¿Qué hacemos ahora? ¿Esperamos a que llegue la pizza? ¡Jamás he ordenado pizza! — al menos, no yo. Siempre alguien más lo hacía y las traía cuando yo las pedía, más simple.
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Quizás hace unos meses la idea de pasar una noche entera comiendo chucherías y hablando de cotilleos con Hero me hubiera parecido la más grande de las tonterías, sin embargo, hoy no puedo más que intentar esconder mi emoción tras una sonrisa nerviosa mientras recorro el pasillo de mi casa. – Pero esta tiene extra. – Murmuro con una ceja alzada y haciendo especial caso a la misma palabra. El mundo es un lugar mejor desde que existe el queso. – Ya sé, mañana puedes volver a comer lechuga y tomates de huerta, hoy vamos a pasarlo bien, ¿de acuerdo? – Igual debería aplicarme a mí misma lo de llevar una dieta más equilibrada, puesto que suele basarse en comida a domicilio la mayoría de los días de la semana. Aunque pensándolo mejor, creo que me tengo que aprovechar de poder comer lo que se me antoje sin engordar un gramo de grasa, por lo menos mientras dure.
Siento como mis papilas gustativas empiezan a segregar saliva cuando abre su bolso y me enseña toda la cantidad de golosinas que lleva consigo, casi cayéndome al suelo de la ilusión mientras subo las escaleras de la casa. – ¡Va a ser una noche genial! – Abro la puerta de mi habitación, dejando espacio a que pase mientras la sujeto con delicadeza. – No es tan grande como la tuya, y tampoco he tenido mucho tiempo para decorarla todavía, pero igualmente es mejor que compartir dormitorio con otras cuatro personas. – Puede que solo tenga una cama, un escritorio mal ordenado, un corcho con papeles y algunas fotos y una estantería a medio rellenar, pero se puede percibir el orgullo en mi voz al decir que tengo un sitio donde ser yo misma.
- Mi padre dijo que estaría trabajando hasta tarde, aunque entre tú y yo, creo que se fue al bar de la esquina para dejarnos un poco de tiempo tranquilas. – Hasta ese momento no se me había ocurrido la posibilidad de que eso pudiera producirle algún tipo de incomodidad. - No tienes de qué preocuparte, si viene alguien siempre podemos lincharle a palomitas con mantequilla. – Bromeo. Ruedo los ojos por la habitación hasta que encuentro mi pijama doblado sobre la silla del escritorio, lo cual me sorprende porque no recuerdo haberlo dejado tan ordenado esta mañana. – ¿Nunca has pedido pizza? Te dejaré el honor de abrirle la puerta al pizzero si te hace ilusión, aunque he de advertirte, tiene unos ojos realmente irresistibles. – Además de ser el culpable de que pida pizza cada sábado de la semana. – Mientras esperamos podemos ponernos cómodas, hay un baño al final del pasillo a la izquierda por si quieres un poco de intimidad. – Yo por el contrario, me quito la camisa primero y me pongo la parte superior de mi pijama para después quitarme la falda del uniforme escolar y proceder a acomodarme en mis pantalones de andar por casa.
Para darle un poco de ambiente al lugar, me acerco al pequeño reproductor de música que guardo en uno de los cajones y le doy directamente al botón que se encarga de poner la lista de los últimos éxitos musicales en aleatorio. Del armario saco todos los almohadones y esparzo por la cama y el suelo unas mantas acolchadas para poder tumbarnos cuando nos apetezca. – Tengo especial interés en probar esa mascarilla de aguacate que veo en tu bolso, ¿crees que tengo muchas ojeras? – Me gustaría decir que me han salido por estudiar tanto, pero todos sabemos que es más bien por quedarme hasta las tantas de la noche haciendo dios sabe qué que ni yo misma lo sé. – ¡Oh! ¡Me encanta esta canción! El chico es una monada, aunque creo que le pillaron fumando un porro y a la audiencia le ha dejado de gustar. – Comento con total naturalidad subiendo un poco el volumen. – ¿Cómo está Patrick? – Intento que no se me note la gracia que me hace que le guste, recordando la última vez que le dije que tenía cara de pato.
Siento como mis papilas gustativas empiezan a segregar saliva cuando abre su bolso y me enseña toda la cantidad de golosinas que lleva consigo, casi cayéndome al suelo de la ilusión mientras subo las escaleras de la casa. – ¡Va a ser una noche genial! – Abro la puerta de mi habitación, dejando espacio a que pase mientras la sujeto con delicadeza. – No es tan grande como la tuya, y tampoco he tenido mucho tiempo para decorarla todavía, pero igualmente es mejor que compartir dormitorio con otras cuatro personas. – Puede que solo tenga una cama, un escritorio mal ordenado, un corcho con papeles y algunas fotos y una estantería a medio rellenar, pero se puede percibir el orgullo en mi voz al decir que tengo un sitio donde ser yo misma.
- Mi padre dijo que estaría trabajando hasta tarde, aunque entre tú y yo, creo que se fue al bar de la esquina para dejarnos un poco de tiempo tranquilas. – Hasta ese momento no se me había ocurrido la posibilidad de que eso pudiera producirle algún tipo de incomodidad. - No tienes de qué preocuparte, si viene alguien siempre podemos lincharle a palomitas con mantequilla. – Bromeo. Ruedo los ojos por la habitación hasta que encuentro mi pijama doblado sobre la silla del escritorio, lo cual me sorprende porque no recuerdo haberlo dejado tan ordenado esta mañana. – ¿Nunca has pedido pizza? Te dejaré el honor de abrirle la puerta al pizzero si te hace ilusión, aunque he de advertirte, tiene unos ojos realmente irresistibles. – Además de ser el culpable de que pida pizza cada sábado de la semana. – Mientras esperamos podemos ponernos cómodas, hay un baño al final del pasillo a la izquierda por si quieres un poco de intimidad. – Yo por el contrario, me quito la camisa primero y me pongo la parte superior de mi pijama para después quitarme la falda del uniforme escolar y proceder a acomodarme en mis pantalones de andar por casa.
Para darle un poco de ambiente al lugar, me acerco al pequeño reproductor de música que guardo en uno de los cajones y le doy directamente al botón que se encarga de poner la lista de los últimos éxitos musicales en aleatorio. Del armario saco todos los almohadones y esparzo por la cama y el suelo unas mantas acolchadas para poder tumbarnos cuando nos apetezca. – Tengo especial interés en probar esa mascarilla de aguacate que veo en tu bolso, ¿crees que tengo muchas ojeras? – Me gustaría decir que me han salido por estudiar tanto, pero todos sabemos que es más bien por quedarme hasta las tantas de la noche haciendo dios sabe qué que ni yo misma lo sé. – ¡Oh! ¡Me encanta esta canción! El chico es una monada, aunque creo que le pillaron fumando un porro y a la audiencia le ha dejado de gustar. – Comento con total naturalidad subiendo un poco el volumen. – ¿Cómo está Patrick? – Intento que no se me note la gracia que me hace que le guste, recordando la última vez que le dije que tenía cara de pato.
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Queso extra, eso suena a mucha grasa, pero por una noche dudo mucho que me mate. Eso me lleva a asentir mientras la sigo escaleras arriba, aferrada a mi bolsito y chequeando cada rincón con ojos escrutadores, hasta que abre la puerta de su dormitorio y primero asomo la cabeza antes de meter todo el cuerpo. Es pequeña, sí, pero se la ve acogedora, aunque yo le haría un par de remodelaciones — Oh tienes uno de estos — apoyo mi bolsito sobre la cama y me acerco al corcho, mirándolo con interés — Yo tengo un montón de post it de todos los colores en la parte superior de mi escritorio. Siempre los consideré bonitos y delicados — ¿Qué decía papá de estas situaciones? Ah, sí — ¡Pero esto se ve bonito también! — ahí está, la amabilidad y la educación.
Me causa risa la confesión sobre su padre y la miro con los ojos como platos, girándome hacia ella — ¿Le lanzas comida? — uy, que hasta parece rebelde y toda la cosa. Abro la boca para decirle que obviamente he comido pizza pero jamás la he ordenado por mi cuenta, cuando el comentario sobre el chico del delivery hace que cambie la expresión y mi atención se vaya por las ramas — ¿Hay chicos guapos en el cuatro? — he oído sobre ellos, obvio, por culpa de Bianca Owells. Siempre se rumoreó que eran apuestos porque hacían surf y la mayoría tenía ojos tan azules como el mar. Tan pintoresco y exótico — Abriré la puerta para chequearlo. Y obvio que he comido pizza, es solo que… — pero obviamente Maeve elije este momento para empezar a desnudarse y yo me giro con velocidad. ¿Acaso últimamente la gente no tiene nada de pudor con sus cuerpos? Ese pensamiento me lleva de inmediato a Sage y creo que estoy roja como un tomate cuando agarro mi pijama y salgo disparada hacia el baño. Había tratado de no pensar en eso, pero me he dado cuenta de que se ha estado volviendo cada vez más difícil, en especial cuando mi esclavo y yo estamos a solas.
Aprovecho la visita al toilette para cambiarme, doblar mi ropa con prolijidad y mojarme la cara con agua fría. Vuelvo en un pis pas al dormitorio para ver como Maeve anda poniendo música que jamás he escuchado y tengo que parar la oreja, porque no se parece en nada a las orquestas que escucho todos los días. Acomodo mi ropa dentro del bolso y le lanzo una mirada para chequear sus ojeras — No te ves tan mal, pero créeme que luego de la mascarilla te verás divine. Además, tienes una piel muy bonita y si la hidrataras serías la envidia de todas las chicas — creo que la expresión me cambia por completo cuando habla del muchacho de la banda y miro al equipo de música como si éste tuviese las respuestas a mis preguntas — ¿Qué es un porro? — pregunto. Si se fuma, debería ser un cigarrillo. ¿Eso es tan escandaloso? He visto a otros niños fumando cigarros a la salida de la escuela y, aunque se ve asqueroso, tampoco lo veo tan extraño.
Arrugo un poquito la nariz cuando nombra a Patrick y me dejo caer entre los almohadones que ha acomodado con un suspiro cargado de dramatismo, porque las cosas no han estado demasiado bien desde hace unos días — Supongo que bien. El muy zonzo ha estado muy amigo con esa niñata nueva, Violet noséqué — intento hacerme la superada, pero creo que en algún punto se nota mi disgusto — Así que estoy esperando a que se dé cuenta de lo que se anda perdiendo y venga a pedirme perdón: si es con flores, bombones o de rodillas, mejor — estúpidos chicos. Nunca saben lo tontos que pueden llegar a ser con sus decisiones. Me quito un mechoncito de la cara y le lanzo un vistazo a la ventana, preguntándome cuando llegará la pizza y si deberé cerrarle la puerta en la cara al apuesto repartidor solo por ser hombre — Los niños apestan. No he conocido a ni uno que valga la pena — creo que Sage es quien mejor me trata y es mi esclavo, así que eso tiene que decir mucho sobre los muchachos que me rodean. Me acomodo moviendo mi cadera de un lado al otro y acabo apoyando el codo en mi rodilla y después mi mentón en mi mano, mirándola con atención — ¿Tú tienes a alguien que te robe los suspiros?
Me causa risa la confesión sobre su padre y la miro con los ojos como platos, girándome hacia ella — ¿Le lanzas comida? — uy, que hasta parece rebelde y toda la cosa. Abro la boca para decirle que obviamente he comido pizza pero jamás la he ordenado por mi cuenta, cuando el comentario sobre el chico del delivery hace que cambie la expresión y mi atención se vaya por las ramas — ¿Hay chicos guapos en el cuatro? — he oído sobre ellos, obvio, por culpa de Bianca Owells. Siempre se rumoreó que eran apuestos porque hacían surf y la mayoría tenía ojos tan azules como el mar. Tan pintoresco y exótico — Abriré la puerta para chequearlo. Y obvio que he comido pizza, es solo que… — pero obviamente Maeve elije este momento para empezar a desnudarse y yo me giro con velocidad. ¿Acaso últimamente la gente no tiene nada de pudor con sus cuerpos? Ese pensamiento me lleva de inmediato a Sage y creo que estoy roja como un tomate cuando agarro mi pijama y salgo disparada hacia el baño. Había tratado de no pensar en eso, pero me he dado cuenta de que se ha estado volviendo cada vez más difícil, en especial cuando mi esclavo y yo estamos a solas.
Aprovecho la visita al toilette para cambiarme, doblar mi ropa con prolijidad y mojarme la cara con agua fría. Vuelvo en un pis pas al dormitorio para ver como Maeve anda poniendo música que jamás he escuchado y tengo que parar la oreja, porque no se parece en nada a las orquestas que escucho todos los días. Acomodo mi ropa dentro del bolso y le lanzo una mirada para chequear sus ojeras — No te ves tan mal, pero créeme que luego de la mascarilla te verás divine. Además, tienes una piel muy bonita y si la hidrataras serías la envidia de todas las chicas — creo que la expresión me cambia por completo cuando habla del muchacho de la banda y miro al equipo de música como si éste tuviese las respuestas a mis preguntas — ¿Qué es un porro? — pregunto. Si se fuma, debería ser un cigarrillo. ¿Eso es tan escandaloso? He visto a otros niños fumando cigarros a la salida de la escuela y, aunque se ve asqueroso, tampoco lo veo tan extraño.
Arrugo un poquito la nariz cuando nombra a Patrick y me dejo caer entre los almohadones que ha acomodado con un suspiro cargado de dramatismo, porque las cosas no han estado demasiado bien desde hace unos días — Supongo que bien. El muy zonzo ha estado muy amigo con esa niñata nueva, Violet noséqué — intento hacerme la superada, pero creo que en algún punto se nota mi disgusto — Así que estoy esperando a que se dé cuenta de lo que se anda perdiendo y venga a pedirme perdón: si es con flores, bombones o de rodillas, mejor — estúpidos chicos. Nunca saben lo tontos que pueden llegar a ser con sus decisiones. Me quito un mechoncito de la cara y le lanzo un vistazo a la ventana, preguntándome cuando llegará la pizza y si deberé cerrarle la puerta en la cara al apuesto repartidor solo por ser hombre — Los niños apestan. No he conocido a ni uno que valga la pena — creo que Sage es quien mejor me trata y es mi esclavo, así que eso tiene que decir mucho sobre los muchachos que me rodean. Me acomodo moviendo mi cadera de un lado al otro y acabo apoyando el codo en mi rodilla y después mi mentón en mi mano, mirándola con atención — ¿Tú tienes a alguien que te robe los suspiros?
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Su interés por mi corcho hace que mi mirada se vaya directamente sobre él mientras ella misma se acerca para examinarlo. – Nunca fue mi intención que se viera bonito, la verdad. Solo sirve para que no se me olviden los deberes y cosas que tengo que hacer en el día a día, aunque se me sigue olvidando igualmente. – Digamos que el recordar cosas poco interesantes nunca fue lo mío, y no hace falta ser Sherlock Holmes para comprobarlo, con un solo vistazo a mis cuadernos de clase sería suficiente. - En el futuro le pondré fotos, eso estaría guay. – Solo me haría falta una cámara, y ah, sí, alguien con quien hacerme una foto, duh.
Su reacción me resulta de lo más graciosa, en especial por como sus ojos se abren como platos hasta parecer una ardilla a la que le han quitado su bellota favorita. Me río más por eso que por el comentario de lanzarle comida a mi padre. – Nah, alguna patata frita de vez en cuando pero solo cuando se mete a cotillear mis cosas. – Que viene siendo más a menudo de lo que me gustaría. Creo que no se fía de mí desde aquella vez que lancé un petardo en clase cuando le dije que la cajita que llevaba en la mochila eran tampones. A día de hoy no sé como no me ha echado aún. Lazos de sangre, ah. Mi atención se va hacia ella cuando pregunta por los chicos del cuatro, y no puedo hacer nada más que tirarme sobre los cojines con gesto dramático mientras me llevo una mano a la frente. – Ojalá solo fueran guapos… – Murmuro tras un largo suspiro en el que dejo mi mirada centrada en el techo, para después rodar sobre un lado y acercarme a donde está. – El otro día estaba en la playa y un grupo de chicos pasó por mi lado corriendo con las tablas de surf bajo el brazo, mientras el viento les sacudía el pelo, con esos músculos… ¡puff, tipo película! Casi se me caen las bragas allí mismo. – Solo de recordarlo casi se me caen ahora.
Me arrastro cual salamandra por el suelo y me acerco a uno de los cajones de la estantería para sacar un espejo de mano y observar mi piel en lo que me echa un cumplido. – Mmm, ¿tú crees? A mí siempre me ha parecido que tengo color de muerta. En fin. – Vuelvo a suspirar dramáticamente y me dejo rodar hasta alcanzar el bolso de Hero y sacar una de las mascarillas que trajo consigo. – Veamos… Esta no tiene mala pinta. – Giro el envoltorio de plástico para leer las instrucciones, palpándome una mejilla cuando leo que lo primero de todo es que la piel debe estar limpia. Creo que se refiere a que te laves la cara antes de utilizarla pero bah, si es una mascarilla tendrá que hacer el efecto igualmente. – Aquí dice que se tiene que dejar actuar durante unos quince minutos, solo espero que huela bien. – Y sin más preámbulos tiro de una esquina para abrir el pequeño sobrecito, quizás con menos cuidado del que debería.
Y no lo digo solo porque estemos sentadas encima de mi colcha, sino porque su siguiente pregunta hace que la mire perpleja y posteriormente me empiece a reír hasta el punto de que el envoltorio tiembla en mis manos. – ¿No sabes lo que es un porro? – Ni siquiera sé por qué me sorprende, apenas sabe lo que es el vodka va a saber lo que es un cigarro alucinógeno. – Es una droga, se fuma como el tabaco, pero en vez de pudrirte los pulmones hace que veas cosas raras, te rías como un idiota y en resumidas cuentas, te hace ser más sociable. – O eso me han dicho. – Conozco a un tipo de lo más introvertido que tras fumarse uno hizo un striptisease en medio de toda la discoteca. – Pobre Fergus, ahora ni siquiera sale de casa. – No te lo recomiendo. – Añado como observación final, aunque no puedo evitar reírme por su posible reacción mientras jugueteo con la mascarilla entre mis manos.
La observo, metiéndome en la boca un regaliz que se escapa de uno de los bolsillos de su mochila, eso y mientras trato de averiguar como se coloca la dichosa mascarilla esta. – Bah, Patrick es un imbécil, tú te mereces a alguien mejor, y no lo digo solo porque tenga cara de pato. – Reafirmo por quincuagésima vez, a ver si esta vez la convenzo de que es así. Igualmente su comentario me hace reír entre dientes mientras mastico el regaliz y disfruto de su sabor dulce. – ¿Que me robe los suspiros? Creo que eres la única persona de nuestra edad capaz de utilizar esa frase sin que suene del siglo pasado. – Si solo fueran siglos. – Hoy en día es complicado encontrar a alguien que merezca la pena. ¿Sabes, Hero? Un día tienes que salir de fiesta conmigo, aquí en el cuatro, así ves como están los chicos fuera de la capital. – Una pena que esa idea sea tan intrigante como imposible. – Nada de porros. – Me río al final.
Su reacción me resulta de lo más graciosa, en especial por como sus ojos se abren como platos hasta parecer una ardilla a la que le han quitado su bellota favorita. Me río más por eso que por el comentario de lanzarle comida a mi padre. – Nah, alguna patata frita de vez en cuando pero solo cuando se mete a cotillear mis cosas. – Que viene siendo más a menudo de lo que me gustaría. Creo que no se fía de mí desde aquella vez que lancé un petardo en clase cuando le dije que la cajita que llevaba en la mochila eran tampones. A día de hoy no sé como no me ha echado aún. Lazos de sangre, ah. Mi atención se va hacia ella cuando pregunta por los chicos del cuatro, y no puedo hacer nada más que tirarme sobre los cojines con gesto dramático mientras me llevo una mano a la frente. – Ojalá solo fueran guapos… – Murmuro tras un largo suspiro en el que dejo mi mirada centrada en el techo, para después rodar sobre un lado y acercarme a donde está. – El otro día estaba en la playa y un grupo de chicos pasó por mi lado corriendo con las tablas de surf bajo el brazo, mientras el viento les sacudía el pelo, con esos músculos… ¡puff, tipo película! Casi se me caen las bragas allí mismo. – Solo de recordarlo casi se me caen ahora.
Me arrastro cual salamandra por el suelo y me acerco a uno de los cajones de la estantería para sacar un espejo de mano y observar mi piel en lo que me echa un cumplido. – Mmm, ¿tú crees? A mí siempre me ha parecido que tengo color de muerta. En fin. – Vuelvo a suspirar dramáticamente y me dejo rodar hasta alcanzar el bolso de Hero y sacar una de las mascarillas que trajo consigo. – Veamos… Esta no tiene mala pinta. – Giro el envoltorio de plástico para leer las instrucciones, palpándome una mejilla cuando leo que lo primero de todo es que la piel debe estar limpia. Creo que se refiere a que te laves la cara antes de utilizarla pero bah, si es una mascarilla tendrá que hacer el efecto igualmente. – Aquí dice que se tiene que dejar actuar durante unos quince minutos, solo espero que huela bien. – Y sin más preámbulos tiro de una esquina para abrir el pequeño sobrecito, quizás con menos cuidado del que debería.
Y no lo digo solo porque estemos sentadas encima de mi colcha, sino porque su siguiente pregunta hace que la mire perpleja y posteriormente me empiece a reír hasta el punto de que el envoltorio tiembla en mis manos. – ¿No sabes lo que es un porro? – Ni siquiera sé por qué me sorprende, apenas sabe lo que es el vodka va a saber lo que es un cigarro alucinógeno. – Es una droga, se fuma como el tabaco, pero en vez de pudrirte los pulmones hace que veas cosas raras, te rías como un idiota y en resumidas cuentas, te hace ser más sociable. – O eso me han dicho. – Conozco a un tipo de lo más introvertido que tras fumarse uno hizo un striptisease en medio de toda la discoteca. – Pobre Fergus, ahora ni siquiera sale de casa. – No te lo recomiendo. – Añado como observación final, aunque no puedo evitar reírme por su posible reacción mientras jugueteo con la mascarilla entre mis manos.
La observo, metiéndome en la boca un regaliz que se escapa de uno de los bolsillos de su mochila, eso y mientras trato de averiguar como se coloca la dichosa mascarilla esta. – Bah, Patrick es un imbécil, tú te mereces a alguien mejor, y no lo digo solo porque tenga cara de pato. – Reafirmo por quincuagésima vez, a ver si esta vez la convenzo de que es así. Igualmente su comentario me hace reír entre dientes mientras mastico el regaliz y disfruto de su sabor dulce. – ¿Que me robe los suspiros? Creo que eres la única persona de nuestra edad capaz de utilizar esa frase sin que suene del siglo pasado. – Si solo fueran siglos. – Hoy en día es complicado encontrar a alguien que merezca la pena. ¿Sabes, Hero? Un día tienes que salir de fiesta conmigo, aquí en el cuatro, así ves como están los chicos fuera de la capital. – Una pena que esa idea sea tan intrigante como imposible. – Nada de porros. – Me río al final.
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Intento pasar por alto lo que dice de sus bragas porque estoy tratando de imaginarme a los muchachos que está describiendo y, tengo que admitirlo, no suena nada mal, aunque un poquito lujurioso. Se lo dejo pasar porque estoy acostumbrada a que Maeve sea algo extraña para expresarse, además de que me está dando el pie para hablar de artículos de belleza y eso me entusiasma mucho más — ¡Pero si tienes una piel divina! Cuando se es muy blanca hay que encontrar el modo de cuidarla y ponerse el rubor necesario, pero siempre he creído que se ve muy delicado. Aunque siempre envidiaré de cómo lucen los colores cálidos las de piel morena — suspiro de ensueño. ¿Quién pudiera…? Todo su movimiento hace que salga de mi momento de envidia a las morochas porque me llevo ambas manos a la boca por cómo está manejándose, sin saber sin reírme u horrorizarme — ¡Primero debes limpiarte la cara con un algodón! ¡Son como las leyes de la ciencia de la belleza!
No sé de qué se ríe tanto, hasta que lo siguiente hace que me muestre entre sorprendida e intrigada. No puedo dejar de pensar de que Maeve tiene una vida de lo más curiosa y la verdad es que no sé si ha conocido lugares de los más extraños o simplemente se ha enterado por la boca de alguien más. Me doy cuenta de que he acomodado toda mi postura para prestarle toda mi curiosa atención, así que me obligo a relajar los músculos para hacerme la no tan interesada — Si no lo recomiendas… de todos modos, no haría algo así. ¿Qué tiene de divertido alucinar si no tienes control sobre lo que estás haciendo? — ¿Y hacer el ridículo delante de todo el mundo? No, gracias, jamás me lo perdonaría.
La miro con cierto reproche cuando no tarda en insultar a Patrick pero en verdad agradezco que se ponga de mi lado, porque al fin de cuentas posiblemente tenga razón. Cualquier chico en la escuela rogaría por tener mi atención y él no hace más que jugar conmigo como el muy bobo que es, como si de verdad no supiera ver lo que tiene para él. Me estiro para tomar algunos de los confites que sobresalen del bolso porque al verla comer me da hambre, pero me quedo a mitad de camino cuando me río de lo que dice — ¿De fiesta? ¿Contigo? — no sé por qué, pero estoy segura de que sus fiestas no tienen nada de ver con las mías. Y no lo digo porque nadie puede igualar el nivel de elegancia y genialidad que tienen mis festejos, sino porque Maeve y yo somos tan diferentes que de seguro no tiene platillos ni la música ambiental adecuada — ¿Cómo son las fiestas aquí? He oído de que algunos chicos de la escuela organizan bailes sin adultos, pero jamás he ido a alguna. Muchos se me hacen muy bobos y sin una pizca de gracia — la miro un instante como evaluándola, pero acabo decidiendo que ella no tiene tan poca gracia como ellos.
Antes de que haga una tontería, le pido con un gestito de la mano que me aguarde y saco un poco de algodón de mi mochila. Básicamente corro al baño para humedecerlo y regreso, sentándome otra vez entre los almohadones con las piernas cruzadas y haciéndole una seña para que se acerque — Tienes que limpiar mejor tus poros antes de cualquier tratamiento — le explico, empezando a frotar el algodón por su rostro — Para saber tanto sobre chicos, sabes muy poco sobre el cuidado de tu piel — quizá si tuviera más tiempo para sí misma… ¿Cómo le hacía? No es mucho más grande que yo, así que no entiendo cómo es que funciona. ¿Un día te levantas y los chicos ocupan toda tu atención? Realmente no quiero que pase, pero… — El otro día vi a Sage desnudo — ¿Por qué digo eso? Me sale tan rápido que necesito controlar el calor que invade mis mejillas, pero con la espalda tensa continúo limpiando su piel como si nada hubiese ocurrido — El muy tonto se duchó en mi baño y lo encontré en pleno acto de vandalismo. ¿Puedes creerlo? — por la risita que suelto al final, dejo bien en claro que no voy a contarle los detalles de cómo me puse a gritar y que prácticamente tuve que huir de él para dejar de mirarlo. Por la barba de Merlín, que ridículo. ¡Es solo un esclavo!
No sé de qué se ríe tanto, hasta que lo siguiente hace que me muestre entre sorprendida e intrigada. No puedo dejar de pensar de que Maeve tiene una vida de lo más curiosa y la verdad es que no sé si ha conocido lugares de los más extraños o simplemente se ha enterado por la boca de alguien más. Me doy cuenta de que he acomodado toda mi postura para prestarle toda mi curiosa atención, así que me obligo a relajar los músculos para hacerme la no tan interesada — Si no lo recomiendas… de todos modos, no haría algo así. ¿Qué tiene de divertido alucinar si no tienes control sobre lo que estás haciendo? — ¿Y hacer el ridículo delante de todo el mundo? No, gracias, jamás me lo perdonaría.
La miro con cierto reproche cuando no tarda en insultar a Patrick pero en verdad agradezco que se ponga de mi lado, porque al fin de cuentas posiblemente tenga razón. Cualquier chico en la escuela rogaría por tener mi atención y él no hace más que jugar conmigo como el muy bobo que es, como si de verdad no supiera ver lo que tiene para él. Me estiro para tomar algunos de los confites que sobresalen del bolso porque al verla comer me da hambre, pero me quedo a mitad de camino cuando me río de lo que dice — ¿De fiesta? ¿Contigo? — no sé por qué, pero estoy segura de que sus fiestas no tienen nada de ver con las mías. Y no lo digo porque nadie puede igualar el nivel de elegancia y genialidad que tienen mis festejos, sino porque Maeve y yo somos tan diferentes que de seguro no tiene platillos ni la música ambiental adecuada — ¿Cómo son las fiestas aquí? He oído de que algunos chicos de la escuela organizan bailes sin adultos, pero jamás he ido a alguna. Muchos se me hacen muy bobos y sin una pizca de gracia — la miro un instante como evaluándola, pero acabo decidiendo que ella no tiene tan poca gracia como ellos.
Antes de que haga una tontería, le pido con un gestito de la mano que me aguarde y saco un poco de algodón de mi mochila. Básicamente corro al baño para humedecerlo y regreso, sentándome otra vez entre los almohadones con las piernas cruzadas y haciéndole una seña para que se acerque — Tienes que limpiar mejor tus poros antes de cualquier tratamiento — le explico, empezando a frotar el algodón por su rostro — Para saber tanto sobre chicos, sabes muy poco sobre el cuidado de tu piel — quizá si tuviera más tiempo para sí misma… ¿Cómo le hacía? No es mucho más grande que yo, así que no entiendo cómo es que funciona. ¿Un día te levantas y los chicos ocupan toda tu atención? Realmente no quiero que pase, pero… — El otro día vi a Sage desnudo — ¿Por qué digo eso? Me sale tan rápido que necesito controlar el calor que invade mis mejillas, pero con la espalda tensa continúo limpiando su piel como si nada hubiese ocurrido — El muy tonto se duchó en mi baño y lo encontré en pleno acto de vandalismo. ¿Puedes creerlo? — por la risita que suelto al final, dejo bien en claro que no voy a contarle los detalles de cómo me puse a gritar y que prácticamente tuve que huir de él para dejar de mirarlo. Por la barba de Merlín, que ridículo. ¡Es solo un esclavo!
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Mis cejas se alzan y tengo que echar la cabeza un poco hacia atrás como si no creyera que de verdad me está lanzando un cumplido, pasándome las manos por la piel de mi rostro segundos después como para comprobar que lo dice de verdad. – Una lástima que nunca me ponga morena, tendré que utilizar uno de esos sprays bronceadores si alguna vez quiero no estar pálida o roja como un cangrejo. – Solo de recordar lo que hace el sol de verano en mi piel se me quitan las ganas de pisar una playa en los próximos cincuenta años. Suspiro de tragedia pues al final son los chicos del cuatro los que van a acabar conmigo y mis quemaduras de tercer grado. Me río ante su comentario histérico sobre mi poca sabiduría acerca del maquillaje, como si no supiera con quien está hablando. – Tienes que disculparme, Hero, creo que es más difícil acordarse de todo esto que de las fórmulas en clase de Aritmancia. – Y mira que esas son complicadas.
Para ser sincera, sería más probable ver a un elefante fumando un porro antes que ver a la hija de la presidenta de gobierno probando droga, del tipo que sea. – Créeme, no saber lo que estás haciendo es lo que la mayoría encuentra divertido. – Por muy penoso y triste que sea, la gente disfruta más de las estupideces que hace cuando ni siquiera es consciente de que las está haciendo. Que luego se arrepienten, sí, pero es demasiado tarde como para remediarlo. – No es lo peor que alguien puede tomar, ¿sabes? Muchos estudios dicen que es más dañino el tabaco, pero qué sé yo. – En que momento me encontraría yo hablando de drogas con la hija de Jamie Niniadis. Solo espero que no comente nada de esto cuando vuelva a su casa.
Casi me siento ofendida por la manera en que pone en evidencia el salir de fiesta conmigo, abriendo la boca para quejarme en lo que continúa hablando. – ¿Qué tendría eso de malo? – ¿Honestamente? Más cosas de las que me gustaría admitir. – Nada de eso. Una fiesta de verdad, ya sabes, discoteca, música de calidad, chicos que bailen algo más que un minué. – Nunca he ido a un baile en su casa, la verdad, y no sé si es una lástima o una bendición, pero de lo que estoy segura es que allí no se divertirá más que el mayordomo. – Los bailes organizados son para pijos, uno se lo pasa mejor cuando no sabe lo que se va a encontrar en la noche, ¿de verdad vas a decirme que nunca has estado en un pub más allá de las doce? – No es como si a mí me dejaran del todo tampoco, tengo que agradecer mis tácticas de convencimiento a eso.
Estiro los brazos a ambos lados cuando desaparece como una bala tras la puerta y me quedo sola en la habitación, tiempo que aprovecho para llevarme otra golosina a la boca y encogerme de hombros en mi sitio. Luego dice que soy yo la extraña. Mi boca formula un oh cuando la veo volver con un algodón empapado que posteriormente utiliza para lavarme la piel. Arrastro mi cuerpo para acercarme un poco más a ella y que no tenga que estirar demasiado los brazos, sintiendo el agua fría chorrear sobre mi cara. – Bueno, tú no sabes nada de chicos, creo que formamos un buen equipo. – Soy capaz de murmurar en lo que me toquetea. Puede que hace unos meses me hubiera llamado loca por decir algo así, a día de hoy he comenzado a apreciar su compañía hasta el punto de considerarla una amiga. No puedo decir que sea una amistad corriente, al fin y al cabo somos tan distintas como un perro y un pez, pero por esa misma razón creo que hemos acabado congeniando.
Abro los ojos como platos antes de soltar una risotada que llena toda la habitación cuando me confiesa lo de Sage. La imagen que se crea en mi cerebro es tan graciosa como aterradora solo de pensar en su reacción. – ¿Tan malo fue? ¿O es que esperabas ver otra cosa? – Sé que soy terrible por reírme, que no debería bromear con algo que sé que ella considera impuro, por así decirlo, pero me es imposible no mirarla sin destornillarme de risa. No quiero imaginarme lo que haría el pobre Sage después de darse cuenta de su error, o como lo llama ella, su acto de vandalismo. – ¿Y qué has hecho con él? – Estoy segura de que su madre lo hubiera mandado de vuelta al mercado, lo que me hace sospechar que no se lo ha contado a nadie si aún habla de él como si siguiera en la casa.
Para ser sincera, sería más probable ver a un elefante fumando un porro antes que ver a la hija de la presidenta de gobierno probando droga, del tipo que sea. – Créeme, no saber lo que estás haciendo es lo que la mayoría encuentra divertido. – Por muy penoso y triste que sea, la gente disfruta más de las estupideces que hace cuando ni siquiera es consciente de que las está haciendo. Que luego se arrepienten, sí, pero es demasiado tarde como para remediarlo. – No es lo peor que alguien puede tomar, ¿sabes? Muchos estudios dicen que es más dañino el tabaco, pero qué sé yo. – En que momento me encontraría yo hablando de drogas con la hija de Jamie Niniadis. Solo espero que no comente nada de esto cuando vuelva a su casa.
Casi me siento ofendida por la manera en que pone en evidencia el salir de fiesta conmigo, abriendo la boca para quejarme en lo que continúa hablando. – ¿Qué tendría eso de malo? – ¿Honestamente? Más cosas de las que me gustaría admitir. – Nada de eso. Una fiesta de verdad, ya sabes, discoteca, música de calidad, chicos que bailen algo más que un minué. – Nunca he ido a un baile en su casa, la verdad, y no sé si es una lástima o una bendición, pero de lo que estoy segura es que allí no se divertirá más que el mayordomo. – Los bailes organizados son para pijos, uno se lo pasa mejor cuando no sabe lo que se va a encontrar en la noche, ¿de verdad vas a decirme que nunca has estado en un pub más allá de las doce? – No es como si a mí me dejaran del todo tampoco, tengo que agradecer mis tácticas de convencimiento a eso.
Estiro los brazos a ambos lados cuando desaparece como una bala tras la puerta y me quedo sola en la habitación, tiempo que aprovecho para llevarme otra golosina a la boca y encogerme de hombros en mi sitio. Luego dice que soy yo la extraña. Mi boca formula un oh cuando la veo volver con un algodón empapado que posteriormente utiliza para lavarme la piel. Arrastro mi cuerpo para acercarme un poco más a ella y que no tenga que estirar demasiado los brazos, sintiendo el agua fría chorrear sobre mi cara. – Bueno, tú no sabes nada de chicos, creo que formamos un buen equipo. – Soy capaz de murmurar en lo que me toquetea. Puede que hace unos meses me hubiera llamado loca por decir algo así, a día de hoy he comenzado a apreciar su compañía hasta el punto de considerarla una amiga. No puedo decir que sea una amistad corriente, al fin y al cabo somos tan distintas como un perro y un pez, pero por esa misma razón creo que hemos acabado congeniando.
Abro los ojos como platos antes de soltar una risotada que llena toda la habitación cuando me confiesa lo de Sage. La imagen que se crea en mi cerebro es tan graciosa como aterradora solo de pensar en su reacción. – ¿Tan malo fue? ¿O es que esperabas ver otra cosa? – Sé que soy terrible por reírme, que no debería bromear con algo que sé que ella considera impuro, por así decirlo, pero me es imposible no mirarla sin destornillarme de risa. No quiero imaginarme lo que haría el pobre Sage después de darse cuenta de su error, o como lo llama ella, su acto de vandalismo. – ¿Y qué has hecho con él? – Estoy segura de que su madre lo hubiera mandado de vuelta al mercado, lo que me hace sospechar que no se lo ha contado a nadie si aún habla de él como si siguiera en la casa.
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Mucho no importa, porque la verdad es que hasta el olor del tabaco me parece asqueroso y son cosas que no pienso probar ni muerta. ¡Además, luego te queda el tufo en la ropa y no podría siquiera soportarlo! De todas formas, cualquier pensamiento relacionado a las drogas se va un poco de mi mente cuando llega todo el asunto de las fiestas. No le respondo porque sé que ella sabe muy bien la respuesta, que sería algo así como “de malo nada, de peligroso todo”. Ruedo un poco los ojos cuando me dice pija en toda la cara, pero estoy demasiado entretenida como para ofenderme (además de que, por supuesto, es ella la que se lo pierde) — ¡Jamás me dejarían hacer algo así! — le digo entre escandalizada y sorprendida — Además, los pubs son para mayores. ¿No te parece sumamente arriesgado meterte en un lugar así? ¿No te metes en problemas? — una cosa sé que no necesito y eso es que no tengo por qué rebajarme a ir a un sitio lleno de borrachos. Papá se infartaría y mamá… bueno, creo que pondría la cara que pone cuando desaprueba algo. No suele tener tiempo para opinar de mi vida.
Limpiar a Maeve es más fácil y más entretenido de lo que hubiera pensado; al menos se está quieta, a pesar de que no deja de hablar. Sorprendentemente, no tiene tanta mugre como hubiese creído — Al menos sacarás algo bueno de todo esto. No habrá chico que te diga que no cuando vean lo suave que eres — al menos en piel, porque de todo lo demás creo que Maeve jamás sería definida con esa palabra. Si alguien me hubiera dicho que esto pasaría alguna vez, creería que ha estado consumiendo demasiada televisión basura. Maeve es tan extraña que es entretenida por el simple hecho de ser algo parecido a su amiga, como cuando encuentras una mascota nueva y exótica que te dejan quedarte después de mucho patalear. No es que le ando diciendo pajarraco, pero bueno, tampoco hay tanta diferencia, porque habla mucho y de formas raras.
Su carcajada hace que aleje un poquito el algodón de su cara y tengo que hacer un enorme esfuerzo para no verme molesta, porque el hacerlo dejaría ver a qué grado me afecta. Intento darme aires y levanto un poco el mentón, arrugando el algodón entre mis dedos al dar por finalizada la limpieza — ¡No! Bueno, no sé. No esperaba ver nada. No había pensado en cómo eran los chicos sin ropa hasta que… eso — sacudo una mano para dar a entender que había cosas que yo jamás había visto y arrugo los labios como si hubiese chupado un limón. No soy ignorante, me enseñaron las diferencias entre los hombres y las mujeres, pero nunca gasté mi tiempo en pensar en ello. ¿Que qué he hecho con él? — ¡Nada! ¿Cómo crees que…? — ah, no, que ella habla de otra cosa. Dejo el algodón a un lado y me hago con la mascarilla para tener la excusa de no mirarla a los ojos, hundiendo mis dedos en ella con algo más brusquedad de la normal — No le dije a nadie porque no quería que los empleados se enterasen y dijeran tonterías. ¡Hubiera sido mi ruina! — mamá tiene demasiado como para tener que preocuparse por cosas como ésta. Centrándome en mi trabajo, empiezo a colocarle la mascarilla con cuidado — Además, el castigo hubiese sido terrible y yo ya me encargué solita de ponerlo en su lugar. Un poco más de trabajo, menos comida, menos horas de sueño… quizá así aprenda la lección.
Muchos dirían que soy blanda, pero yo no podría ser capaz de efectuar un castigo físico y el pedir que lo hagan por mí dejaría en evidencia lo que ha pasado. Siempre queda la opción de mentir, pero si hay algo que papá dice es que debo ser completamente honesta y vaya que sí lo soy, al punto de que jamás me molesta decir lo que pienso incluso aunque la gente sensible se ofenda por escuchar la más mínima verdad — Es raro que Sage haga algo así. Siempre es un esclavo excelente y sí, a veces se toma libertades por mi culpa y me dan ganas de golpearlo y tiene esa tonta manía de rodar los ojos aunque crea que no lo veo y… — suspiro con pesadez, porque creo que es la primera vez que me percato de que sí le presto atención cuando me irrita. Que esclavo más bobo — Pero me sirve y me importa. Quiero decir, me importa que lo consideren un buen sirviente, por más bien que le quede la ropa mojada — ¿Yo dije eso? Sin prestarle atención a que tengo los dedos lleno de mascarilla, abro los ojos con espanto y me tapo la boca como si hubiera dicho la mayor barbarie de la historia.
Limpiar a Maeve es más fácil y más entretenido de lo que hubiera pensado; al menos se está quieta, a pesar de que no deja de hablar. Sorprendentemente, no tiene tanta mugre como hubiese creído — Al menos sacarás algo bueno de todo esto. No habrá chico que te diga que no cuando vean lo suave que eres — al menos en piel, porque de todo lo demás creo que Maeve jamás sería definida con esa palabra. Si alguien me hubiera dicho que esto pasaría alguna vez, creería que ha estado consumiendo demasiada televisión basura. Maeve es tan extraña que es entretenida por el simple hecho de ser algo parecido a su amiga, como cuando encuentras una mascota nueva y exótica que te dejan quedarte después de mucho patalear. No es que le ando diciendo pajarraco, pero bueno, tampoco hay tanta diferencia, porque habla mucho y de formas raras.
Su carcajada hace que aleje un poquito el algodón de su cara y tengo que hacer un enorme esfuerzo para no verme molesta, porque el hacerlo dejaría ver a qué grado me afecta. Intento darme aires y levanto un poco el mentón, arrugando el algodón entre mis dedos al dar por finalizada la limpieza — ¡No! Bueno, no sé. No esperaba ver nada. No había pensado en cómo eran los chicos sin ropa hasta que… eso — sacudo una mano para dar a entender que había cosas que yo jamás había visto y arrugo los labios como si hubiese chupado un limón. No soy ignorante, me enseñaron las diferencias entre los hombres y las mujeres, pero nunca gasté mi tiempo en pensar en ello. ¿Que qué he hecho con él? — ¡Nada! ¿Cómo crees que…? — ah, no, que ella habla de otra cosa. Dejo el algodón a un lado y me hago con la mascarilla para tener la excusa de no mirarla a los ojos, hundiendo mis dedos en ella con algo más brusquedad de la normal — No le dije a nadie porque no quería que los empleados se enterasen y dijeran tonterías. ¡Hubiera sido mi ruina! — mamá tiene demasiado como para tener que preocuparse por cosas como ésta. Centrándome en mi trabajo, empiezo a colocarle la mascarilla con cuidado — Además, el castigo hubiese sido terrible y yo ya me encargué solita de ponerlo en su lugar. Un poco más de trabajo, menos comida, menos horas de sueño… quizá así aprenda la lección.
Muchos dirían que soy blanda, pero yo no podría ser capaz de efectuar un castigo físico y el pedir que lo hagan por mí dejaría en evidencia lo que ha pasado. Siempre queda la opción de mentir, pero si hay algo que papá dice es que debo ser completamente honesta y vaya que sí lo soy, al punto de que jamás me molesta decir lo que pienso incluso aunque la gente sensible se ofenda por escuchar la más mínima verdad — Es raro que Sage haga algo así. Siempre es un esclavo excelente y sí, a veces se toma libertades por mi culpa y me dan ganas de golpearlo y tiene esa tonta manía de rodar los ojos aunque crea que no lo veo y… — suspiro con pesadez, porque creo que es la primera vez que me percato de que sí le presto atención cuando me irrita. Que esclavo más bobo — Pero me sirve y me importa. Quiero decir, me importa que lo consideren un buen sirviente, por más bien que le quede la ropa mojada — ¿Yo dije eso? Sin prestarle atención a que tengo los dedos lleno de mascarilla, abro los ojos con espanto y me tapo la boca como si hubiera dicho la mayor barbarie de la historia.
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Mi frente se arruga y mis labios se juntan como para dar la imagen de que estoy pensando la última vez que me metí en problemas por salir por sitios donde no debería estar, como si me resultara muy difícil acordarme de una situación en concreto, cuando en realidad no me hace falta darle más de una vuelta porque fue mismamente la semana pasada. Pero así me hago la interesante y la que no se mete en problemas. — Bueeeeeeeeno, es para mayores pero algunos hacen la vista gorda si llevas un top ajustado. — Así funcionan los hombres, son tan simples como eso. — Es más divertido de lo que parece, hay chicos monos y el señor Lambert siempre está dispuesto a jugar una partida de póker. Y no se lo digas a su mujer pero, ha perdido más dinero del que debería apostando contra mí. — Declaro con una sonrisa de oreja a oreja, orgullosa de mi habilidad para el juego, o más bien para hacer desaparecer las cartas. — Aunque si se lo preguntas no lo reconocerá, es un mal perdedor. — Y en lo que a problemas se refiere, bueno, digamos que he aprendido a mantenerme lejos de esos.
No puedo evitar soltar una risotada y rodar los ojos ante su comentario, de seguro los chicos no prestan atención a cosas tan delicadas como la suavidad de la piel de las chicas. ¿O sí?. — ¿De verdad crees que los chicos no van a rechazar a una chica por tener la piel suave? — Se me escapa algo así como un tsss seguido de un ¡tonterías! que afianzo con una sacudida de mi mano hacia atrás. — Hombres, no saben diferenciar ni lo que tienen ahí abajo van a saber lo que es la suavidad. — Mi intervención deja en evidencia la relación amor-odio que tengo para con los chicos, y es que no pueden ser tan simples y complicados a la vez. ¡Luego dicen de las chicas!
Su reacción me resulta de lo más cómica, sobre todo pensando en que es Sage quien provoca esos sentimientos en ella, y me es imposible no alzar las cejas divertida con el acompañamiento de una sonrisilla traviesa. — ¡Oh, por favor, Hero! Nadie va a matarte porque hayas visto las partes íntimas de un hombre. — Tiene que agradecer que haya utilizado esas palabras y no otras más directas. Mi expresión pasa de encontrar la situación ligeramente divertida a no poder aguantarme por más tiempo la risa, cosa que dificulta con amplitud su tarea de limpiarme la cara. — ¿CREÍAS QUE TE HABÍA PREGUNTADO SI TUVISTE SEXO CON ÉL? — Vale, quizás debería dejar de reírme tan escandalosamente, la situación es graciosa, pero si tenemos en cuenta la ilegalidad del asunto y con quién estoy hablando, haría mejor en cerrar la boca. Me aguanto la compostura, a pesar de que mis mofletes se hinchan de vez en cuando tratando de mantener la serenidad. — Vale, independientemente de que sea un esclavo y esté prohibido y todo eso, jamás te lo perdonaría. ¡De las dos yo tenía que ser la primera en perderla! — Y con esto termina mi ronda de cachondeo. Por el momento.
La mascarilla se siente viscosa sobre mi piel, aunque tengo que agradecer que por lo menos no huele del todo mal, incluso puedo considerarlo agradable. — Me da pena. Imagínatelo, él tan tranquilo bajo el calor de la ducha cantando raining men para que tú de repente aparezcas de la nada pegando gritos de loca. — Puede que no haya especificado, pero la conozco lo suficiente como para saber que esa sería su reacción. — Y no puedes culparle, tienes una casa enooooorme, entiendo que se pierda hasta el más antiguo de tus sirvientes. — Esa mansión tiene más calificación de laberinto que de hogar.
Hasta yo misma me sorprendo de la tranquilidad con la que suelta su siguiente comentario, transformando mi boca en una o gigante antes de que se me escape una risotada. — Vaya. Esto ha tomado un giro inesperado. — MUY inesperado. Hero, ¿enamorada de Sage? Vale, puede que esté exagerando las cosas, probablemente solo le resulte atractivo, pero aún así. WOW. — ¡No tienes por qué avergonzarte, mujer! Es normal que te sientas atraída por un hombre, y pasáis muuucho tiempo juntos. — Me apuesto un galeón a que Sage se siente de la misma manera y por eso se metió en su ducha. Obviamente eso no lo digo en voz alta. — Es una lástima la situación que os ha tocado, un poco desafortunada la verdad, ya sabes, tu madre y eso de que... — Mis dedos se juntan como para explicar que una pareja entre bruja y humano quizás no sea la mejor noticia que pueda darle, estoy segura de que la mujer sufriría de deja vu. Que irónico todo.
No puedo evitar soltar una risotada y rodar los ojos ante su comentario, de seguro los chicos no prestan atención a cosas tan delicadas como la suavidad de la piel de las chicas. ¿O sí?. — ¿De verdad crees que los chicos no van a rechazar a una chica por tener la piel suave? — Se me escapa algo así como un tsss seguido de un ¡tonterías! que afianzo con una sacudida de mi mano hacia atrás. — Hombres, no saben diferenciar ni lo que tienen ahí abajo van a saber lo que es la suavidad. — Mi intervención deja en evidencia la relación amor-odio que tengo para con los chicos, y es que no pueden ser tan simples y complicados a la vez. ¡Luego dicen de las chicas!
Su reacción me resulta de lo más cómica, sobre todo pensando en que es Sage quien provoca esos sentimientos en ella, y me es imposible no alzar las cejas divertida con el acompañamiento de una sonrisilla traviesa. — ¡Oh, por favor, Hero! Nadie va a matarte porque hayas visto las partes íntimas de un hombre. — Tiene que agradecer que haya utilizado esas palabras y no otras más directas. Mi expresión pasa de encontrar la situación ligeramente divertida a no poder aguantarme por más tiempo la risa, cosa que dificulta con amplitud su tarea de limpiarme la cara. — ¿CREÍAS QUE TE HABÍA PREGUNTADO SI TUVISTE SEXO CON ÉL? — Vale, quizás debería dejar de reírme tan escandalosamente, la situación es graciosa, pero si tenemos en cuenta la ilegalidad del asunto y con quién estoy hablando, haría mejor en cerrar la boca. Me aguanto la compostura, a pesar de que mis mofletes se hinchan de vez en cuando tratando de mantener la serenidad. — Vale, independientemente de que sea un esclavo y esté prohibido y todo eso, jamás te lo perdonaría. ¡De las dos yo tenía que ser la primera en perderla! — Y con esto termina mi ronda de cachondeo. Por el momento.
La mascarilla se siente viscosa sobre mi piel, aunque tengo que agradecer que por lo menos no huele del todo mal, incluso puedo considerarlo agradable. — Me da pena. Imagínatelo, él tan tranquilo bajo el calor de la ducha cantando raining men para que tú de repente aparezcas de la nada pegando gritos de loca. — Puede que no haya especificado, pero la conozco lo suficiente como para saber que esa sería su reacción. — Y no puedes culparle, tienes una casa enooooorme, entiendo que se pierda hasta el más antiguo de tus sirvientes. — Esa mansión tiene más calificación de laberinto que de hogar.
Hasta yo misma me sorprendo de la tranquilidad con la que suelta su siguiente comentario, transformando mi boca en una o gigante antes de que se me escape una risotada. — Vaya. Esto ha tomado un giro inesperado. — MUY inesperado. Hero, ¿enamorada de Sage? Vale, puede que esté exagerando las cosas, probablemente solo le resulte atractivo, pero aún así. WOW. — ¡No tienes por qué avergonzarte, mujer! Es normal que te sientas atraída por un hombre, y pasáis muuucho tiempo juntos. — Me apuesto un galeón a que Sage se siente de la misma manera y por eso se metió en su ducha. Obviamente eso no lo digo en voz alta. — Es una lástima la situación que os ha tocado, un poco desafortunada la verdad, ya sabes, tu madre y eso de que... — Mis dedos se juntan como para explicar que una pareja entre bruja y humano quizás no sea la mejor noticia que pueda darle, estoy segura de que la mujer sufriría de deja vu. Que irónico todo.
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¿Tops ajustados? ¿Apuestas? Maeve no puede estar hablando en serio. ¿Cómo es posible que una niña tenga ese estilo de vida siendo…? Bueno, siendo una niña. Sé que la miro escandalizada y estoy apostando mentalmente en cómo mi madre no la aprobaría en lo absoluto, pero acabo dejándoselo pasar. Discutir con ella no tendrá sentido alguno y la verdad es que se me hace que esos lugares de los que habla deben oler muy mal, sin tener en cuenta la idea de los chicos guapos — Bueno, siempre es lindo verse linda — digo simplemente. ¿A quién le gusta la fealdad? Más allá de que he oído mil veces que la belleza es subjetiva, siempre acabamos inclinándonos ante lo que nosotros pensamos que es hermoso. Las cuentas se hacen solas.
La sonrisita que me lanza me propina unas extrañas ansias de meterle mi varita por la nariz en una actitud demasiado barbárica como para siquiera considerarlo de verdad. ¿Es realmente necesario que me recuerde lo que he visto con exactitud ese día? — ¡OH, POR TODOS LOS CIELOS, NO LO DIGAS! — me llevo las manos a las orejas y aprieto con fuerza los ojos porque la imagen mental que me clava es tan repentina que no puedo evitar sentir cómo se me achica la panza — ¡No quiero perder nada, no ahora! ¡Esas cosas se hacen cuando estás lista y decides hacerlo con alguien especial! — Sage no es especial. Es solo Sage. ¡Y no estoy lista! ¡Y es Sage! — ¡Y fue su culpa! ¡Estaba haciendo un postre y se metió a mi ducha por algo que dijo del chocolate y vamos, que conoce bien mi baño como para haberse confundido! ¡Vive limpiando mi cuarto! — sé que no esperaba que lo encuentre, pero eso solo subraya que sabía que estaba cometiendo un error y lo peor que le pasó fue que lo descubrí.
La sensación fría que tengo en algunas zonas de mi cara me delata que me he manchado con mascarilla, pero eso ahora no importa demasiado porque estoy más concentrada en sacudir la cabeza como una frenética — ¡No me siento atraída por Sage! — sé que es imposible, incorrecto e incluso descabellado. Pero, no obstante, hay una pequeña vocecita molesta que me susurra en la oreja, haciéndome fruncir el entrecejo: “¿Ah, no?”. Porque recuerdo lo que pasó ese día y también lo que siguió en los posteriores. ¡Pero él ni siquiera debería contar como un chico! Mi mirada se va de lleno a como une los dedos y me muevo hacia atrás, como si el tomar distancia fuese suficiente como para no contagiarme de sus ideas radicales y peligrosas — No soy cómo mi hermano — afirmo entre dientes. No sé cuánto ha salido a la luz, pero los carteles de búsqueda que han ido por todos lados desde antes de que yo naciera delataron que Seth Niniadis viajaba con un humano. “El apestoso muggle”, como lo llama mi madre. Y aunque nunca he podido averiguar mucho porque mis padres no hablan del tema, sé que se fue por su propia cuenta y papá no deja de preguntarse por qué eligió a un esclavo por sobre su familia. Yo jamás elegiría a Sage sobre ellos, lo sé, sería inaudito — No hay nada de qué lamentarse porque no ha pasado nada. Él trabaja para mí, es como una mula de carga — (con lindos ojos) — y nunca podría tocarlo. Es prácticamente imposible que yo sienta algo por él. ¡Además, a mí me gusta Patrick! — él sí que es un partido seguro. Es mago, lindo, de buena familia y posiblemente tenga un futuro increíble, no tan brillante como el mío, pero sí lo suficiente como para poder complementarse. Sage está destinado a fregar pisos hasta que se le caigan las manos o simplemente muera.
Sé que me ha cambiado la expresión facial ante ese pensamiento, pero no consigo identificar el por qué. Suerte para mí, el timbre me hace chillar del susto y me doy cuenta de que se trata de la pizza al recordar el detalle — ¡El delivery! — excusa divina, me limpio la mano con mi propio pijama, le estampo la mascarilla en las manos y busco los galeones necesarios para salir corriendo escaleras abajo en una huida monumental. La entrada se abre con mucha facilidad y tengo que concederle a Maeve que tiene buen gusto, porque el muchacho tiene una sonrisa divina y unos ojos de ensueño. Lo hubiese disfrutado más si no fuese porque agarro la pizza tan rápido que le cierro la puerta en la cara sin pagar y entonces recuerdo los galones, los cuales entrego casi tirándoselos por la cabeza sin molestarme en si le estoy dando de más o no. No pueden culparme, porque he recibido una pizza por primera vez en mi vida. Para cuando regreso al dormitorio, creo que mis mejillas han retomado su color habitual y trato de mantener la compostura al apoyar la caja entre los cojines que estábamos ocupando, cuidadosa de no manchar mis dedos con grasa — ¿Cuántos granos incluye una pizza? — pregunto entre curiosa y horrorizada — Voy a tener que trabajar el doble del tiempo en tu piel. ¿Qué opinas de la mascarilla? Huele bien… ¿No? — por el modo en el cual hablo, como si fuese una carrera de respiración y que, para colmo, me lleno la boca con una porción sin prestarle atención a sus calorías, creo que deja bien en claro que estoy demandando cambiar de tema. No puede gustarme Sage. ¿O sí puede?
Creo que es la primera vez en mi vida que detesto ser el tema de conversación. Debería volver a hablarme del chico del porro.
La sonrisita que me lanza me propina unas extrañas ansias de meterle mi varita por la nariz en una actitud demasiado barbárica como para siquiera considerarlo de verdad. ¿Es realmente necesario que me recuerde lo que he visto con exactitud ese día? — ¡OH, POR TODOS LOS CIELOS, NO LO DIGAS! — me llevo las manos a las orejas y aprieto con fuerza los ojos porque la imagen mental que me clava es tan repentina que no puedo evitar sentir cómo se me achica la panza — ¡No quiero perder nada, no ahora! ¡Esas cosas se hacen cuando estás lista y decides hacerlo con alguien especial! — Sage no es especial. Es solo Sage. ¡Y no estoy lista! ¡Y es Sage! — ¡Y fue su culpa! ¡Estaba haciendo un postre y se metió a mi ducha por algo que dijo del chocolate y vamos, que conoce bien mi baño como para haberse confundido! ¡Vive limpiando mi cuarto! — sé que no esperaba que lo encuentre, pero eso solo subraya que sabía que estaba cometiendo un error y lo peor que le pasó fue que lo descubrí.
La sensación fría que tengo en algunas zonas de mi cara me delata que me he manchado con mascarilla, pero eso ahora no importa demasiado porque estoy más concentrada en sacudir la cabeza como una frenética — ¡No me siento atraída por Sage! — sé que es imposible, incorrecto e incluso descabellado. Pero, no obstante, hay una pequeña vocecita molesta que me susurra en la oreja, haciéndome fruncir el entrecejo: “¿Ah, no?”. Porque recuerdo lo que pasó ese día y también lo que siguió en los posteriores. ¡Pero él ni siquiera debería contar como un chico! Mi mirada se va de lleno a como une los dedos y me muevo hacia atrás, como si el tomar distancia fuese suficiente como para no contagiarme de sus ideas radicales y peligrosas — No soy cómo mi hermano — afirmo entre dientes. No sé cuánto ha salido a la luz, pero los carteles de búsqueda que han ido por todos lados desde antes de que yo naciera delataron que Seth Niniadis viajaba con un humano. “El apestoso muggle”, como lo llama mi madre. Y aunque nunca he podido averiguar mucho porque mis padres no hablan del tema, sé que se fue por su propia cuenta y papá no deja de preguntarse por qué eligió a un esclavo por sobre su familia. Yo jamás elegiría a Sage sobre ellos, lo sé, sería inaudito — No hay nada de qué lamentarse porque no ha pasado nada. Él trabaja para mí, es como una mula de carga — (con lindos ojos) — y nunca podría tocarlo. Es prácticamente imposible que yo sienta algo por él. ¡Además, a mí me gusta Patrick! — él sí que es un partido seguro. Es mago, lindo, de buena familia y posiblemente tenga un futuro increíble, no tan brillante como el mío, pero sí lo suficiente como para poder complementarse. Sage está destinado a fregar pisos hasta que se le caigan las manos o simplemente muera.
Sé que me ha cambiado la expresión facial ante ese pensamiento, pero no consigo identificar el por qué. Suerte para mí, el timbre me hace chillar del susto y me doy cuenta de que se trata de la pizza al recordar el detalle — ¡El delivery! — excusa divina, me limpio la mano con mi propio pijama, le estampo la mascarilla en las manos y busco los galeones necesarios para salir corriendo escaleras abajo en una huida monumental. La entrada se abre con mucha facilidad y tengo que concederle a Maeve que tiene buen gusto, porque el muchacho tiene una sonrisa divina y unos ojos de ensueño. Lo hubiese disfrutado más si no fuese porque agarro la pizza tan rápido que le cierro la puerta en la cara sin pagar y entonces recuerdo los galones, los cuales entrego casi tirándoselos por la cabeza sin molestarme en si le estoy dando de más o no. No pueden culparme, porque he recibido una pizza por primera vez en mi vida. Para cuando regreso al dormitorio, creo que mis mejillas han retomado su color habitual y trato de mantener la compostura al apoyar la caja entre los cojines que estábamos ocupando, cuidadosa de no manchar mis dedos con grasa — ¿Cuántos granos incluye una pizza? — pregunto entre curiosa y horrorizada — Voy a tener que trabajar el doble del tiempo en tu piel. ¿Qué opinas de la mascarilla? Huele bien… ¿No? — por el modo en el cual hablo, como si fuese una carrera de respiración y que, para colmo, me lleno la boca con una porción sin prestarle atención a sus calorías, creo que deja bien en claro que estoy demandando cambiar de tema. No puede gustarme Sage. ¿O sí puede?
Creo que es la primera vez en mi vida que detesto ser el tema de conversación. Debería volver a hablarme del chico del porro.
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Apenas me sorprende su reacción puesto que estamos hablando de Hero Niniadis y ella y la palabra dramática son casi sinónimos, pero aún así no puedo evitar echar mi cabeza un poco hacia atrás mientras se lamenta por su castidad. Me entra la risa floja cuando intento imaginarme la situación, cosa que no es muy complicada porque me la narra con pelos y señales. — Bueno, ¡quién sabe!, igual solo quería una mano para quitarse el chocolate de encima. — De acuerdo, creo que ese comentario no ayuda a que se calme. — Seguro pensó que sería sexy y todo. — No conozco bien a Sage, las pocas visitas que he hecho a la mansión de los Niniadis me han dado a conocer que es un esclavo educado, callado y poco problemático, suficiente para saber que de todas las cosas que podría hacer a propósito, bañarse en chocolate para que Hero lo limpie no es una de ella. Pero aún así tiene su gracia. La idea me saca una risotada que intento disimular con una tos jocosa desde lo profundo de mi garganta, sin mucho éxito. — Vale, ya me callo. — Dios sabe que más cosas se me podrían ocurrir si llego a seguir hablando.
Estoy segura de que la mascarilla cubre la mayor parte de mis expresiones faciales, como también lo estoy de que se distingue perfectamente la forma que tienen mis cejas de elevarme y mis labios de torcerse en una sonrisa traviesa, mirándola de arriba abajo cuando asegura que su esclavo no le atrae. — Ajá... — Vamos, que está muy claro lo que está ocurriendo. — Eso no hay quien se lo crea. Si no te sintieras atraída por él no hubieras dicho lo bien que se ve con la ropa mojada, ¿o me equivoco? — No puede tener ningún argumento contra eso porque han sido sus propias palabras las que la han delatado. Levanto las palmas de las manos y echo el cuerpo un poco hacia atrás cuando menciona a su hermano, no queriendo ni muerta tirar por ese tema, en especial después de la miradita que me echa. — Oh, sí, como olvidarnos de Patrick. Tremendo partidazo. Estoy segura de que su cara de pato y la forma que tiene de sacarse los mocos cuando nadie le ve resultan de lo más interesante para las revistas de cotilleo. — Suelto otra risotada como si no me pudiera creer que me está hablando en serio. — No te culpo, con la de especímenes que tenemos en clase, es normal que se te vaya el ojo a lo que tienes en casa. — ¿Y qué más da que se sienta atraída por Sage? Hasta donde yo sé la anatomía de un muggle y de un mago viene a ser la misma, ¿o no?
Antes de que pueda decir nada más, Hero sale disparada por la puerta incluso antes de que mi cerebro procese que alguien ha llamado a la puerta. Suelto un suspiro a la vez que dejo que mi espalda caiga sobre los cojines y me estiro durante un segundo mientras la escucho abrirle la puerta al repartidor. Cuando vuelve a entrar al cuarto ya me he reincorporado y puedo sentir el olor de la pizza llegar a mi nariz al mismo tiempo que se me hace la boca a agua. Cojo un trozo del cartón cuando la posa sobre las sábanas y me llevo la esquina a la boca, casi pasando por alto la manera que tiene de acelerar la conversación como si no fuera a darme cuenta. Venga hombre, así es como acostumbro a hablar yo en mi día a día. — Mmmm, sí, bueno, no está mal, creí que sería algo peor, ¿en cuánto tiempo se supone que podré quitarme este pastajo? — Antes de que termine de preguntar ya he llevado un dedo a la propia piel de mi cara para comprobar si se ha secado, lo cual no tardo en averiguar cuando siento su pegajosidad entre mis dedos. — ¡Ahora me toca a mí! — Me tiro sobre su bolso con cuidado de no manchar la colcha de grasa y empiezo a sacar cosas extrañas con la mano que tengo libre. — Uhhh, ¿qué se supone que es esto? ¿alguna clase de tortura china? — Pregunto sosteniendo entre mis manos una cosa rara de metal que por alguna razón asocio a las pestañas. — Y no creas que he olvidado nuestra pequeña charla, en algún momento vas a tener que admitirlo y créeme, es más seguro que lo hagas aquí que no en tu casa. — Dejo caer con total naturalidad mientras sigo sacando cosas de los bolsillos de su bolso. Salta a mi curiosidad un pequeño spray que no tardo en apretar al aire hasta que sale un líquido transparente con olor a rosas. Madre mía, qué cantidad de mierdas usa esta mujer.
Estoy segura de que la mascarilla cubre la mayor parte de mis expresiones faciales, como también lo estoy de que se distingue perfectamente la forma que tienen mis cejas de elevarme y mis labios de torcerse en una sonrisa traviesa, mirándola de arriba abajo cuando asegura que su esclavo no le atrae. — Ajá... — Vamos, que está muy claro lo que está ocurriendo. — Eso no hay quien se lo crea. Si no te sintieras atraída por él no hubieras dicho lo bien que se ve con la ropa mojada, ¿o me equivoco? — No puede tener ningún argumento contra eso porque han sido sus propias palabras las que la han delatado. Levanto las palmas de las manos y echo el cuerpo un poco hacia atrás cuando menciona a su hermano, no queriendo ni muerta tirar por ese tema, en especial después de la miradita que me echa. — Oh, sí, como olvidarnos de Patrick. Tremendo partidazo. Estoy segura de que su cara de pato y la forma que tiene de sacarse los mocos cuando nadie le ve resultan de lo más interesante para las revistas de cotilleo. — Suelto otra risotada como si no me pudiera creer que me está hablando en serio. — No te culpo, con la de especímenes que tenemos en clase, es normal que se te vaya el ojo a lo que tienes en casa. — ¿Y qué más da que se sienta atraída por Sage? Hasta donde yo sé la anatomía de un muggle y de un mago viene a ser la misma, ¿o no?
Antes de que pueda decir nada más, Hero sale disparada por la puerta incluso antes de que mi cerebro procese que alguien ha llamado a la puerta. Suelto un suspiro a la vez que dejo que mi espalda caiga sobre los cojines y me estiro durante un segundo mientras la escucho abrirle la puerta al repartidor. Cuando vuelve a entrar al cuarto ya me he reincorporado y puedo sentir el olor de la pizza llegar a mi nariz al mismo tiempo que se me hace la boca a agua. Cojo un trozo del cartón cuando la posa sobre las sábanas y me llevo la esquina a la boca, casi pasando por alto la manera que tiene de acelerar la conversación como si no fuera a darme cuenta. Venga hombre, así es como acostumbro a hablar yo en mi día a día. — Mmmm, sí, bueno, no está mal, creí que sería algo peor, ¿en cuánto tiempo se supone que podré quitarme este pastajo? — Antes de que termine de preguntar ya he llevado un dedo a la propia piel de mi cara para comprobar si se ha secado, lo cual no tardo en averiguar cuando siento su pegajosidad entre mis dedos. — ¡Ahora me toca a mí! — Me tiro sobre su bolso con cuidado de no manchar la colcha de grasa y empiezo a sacar cosas extrañas con la mano que tengo libre. — Uhhh, ¿qué se supone que es esto? ¿alguna clase de tortura china? — Pregunto sosteniendo entre mis manos una cosa rara de metal que por alguna razón asocio a las pestañas. — Y no creas que he olvidado nuestra pequeña charla, en algún momento vas a tener que admitirlo y créeme, es más seguro que lo hagas aquí que no en tu casa. — Dejo caer con total naturalidad mientras sigo sacando cosas de los bolsillos de su bolso. Salta a mi curiosidad un pequeño spray que no tardo en apretar al aire hasta que sale un líquido transparente con olor a rosas. Madre mía, qué cantidad de mierdas usa esta mujer.
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No me gusta admitirlo, pero creo que Maeve tiene razón y eso solo puede significar una cosa: tengo que hacer algo para solucionarlo. El solo recuerdo hace que me muerda los labios hasta que sus insultos hacia Patrick me hacen mirarla en mal modo a forma de reproche, tratando de ignorar ese último comentario — Patrick no está mal cuando te tomas la molestia de conocerlo como yo lo hago — hemos compartido helados y caminatas de la mano y sí, puede ser que a veces hable mucho de su estúpida consola y no se fije en lo bonita que voy ese día, pero no es un mal chico. Al menos tiene muy en claro lo que quiere para su vida y eso yo lo encuentro encantador.
La pizza no sabe mal. El queso se me patina dentro de la boca y estoy segura de que hace mucho que no ingiero tanta grasa en un solo mordisco, pero puedo hacer la excepción por hoy — Solo unos minutos más. Luego te limpiaremos, pondremos crema y quedará excelente. Y siempre podemos… ¡No manches mi bolso! — es más una petición sufrida que una orden cuando la veo moverse de esa manera, poniendo mi voz de sufrimiento más delatora. Si alguno de mis estuches queda manchado con grasa, se verá arruinado y tendré que comprar uno nuevo. Me meto lo que queda de la pizza en la boca, limpio mis manos con las servilletas que venían con la caja y, de paso, también trato de dejar mis labios sin rastros de la porción. Doblo la servilleta para dejarlo y trato no reírme de ella, porque es su casa y me han enseñado que hay que ser educados en situaciones como esta — Es para darle forma a tus pestañas. Las arquea y tus ojos se ven mucho más grandes. Deberías probarlo — no quiero decir que la miro como si quisiera darle a entender que tiene ojos que necesitan ser resaltados, pero sí, sí lo hago.
Hubiera agarrado otra porción si no fuese porque me entretengo más echándole una mirada de reproche — Vas a agotarlo sin usarlo — mascullo al sentir el aroma a rosas, quitándoselo de un manotazo para volver a taparlo — Ven, déjame quitarte eso — me arrodillo para estar más cerca de ella, tomo uno de los extremos de la mascarilla y empiezo a tironear, empezando a quitarle toda la porquería que estaba contaminando su piel. Es una tarea que requiere de mi concentración, así que pensar en Sage y en lo que hemos hablado no parece tan preocupante en el mientras tanto — Nadie en casa me haría nada. Bueno, mi madre no puede tocarme — es sabido que hay inmunidad diplomática entre nuestra familia, pero jamás permitiría que algo como esto me convirtiese en una deshonra — El problema se lo llevaría Sage y si su nombre se mancha con algo como esto, también lo haría el mío. No estoy aceptando que me guste — me apresuro a aclarar, dando un último tironcito para quitarle la mascarilla de la nariz — Es solo que no deseo que… ya sabes. Pudo ser un irresponsable, pero es un buen esclavo.
Y a regañadientes, debería decir que también es una buena persona, aunque no cuente como una. Ya con el rostro de mi amiga limpio, saco la crema hidratante, abro el potecito y empiezo a pasarle un poquito por la cara con la punta de mis dedos. ¡Adoro esta crema! Tiene un aroma perfecto a flores silvestres y siempre me ha dejado la piel preciosa, como si no hubiese entrado en lo absoluto a la pubertad. Su creadora es prácticamente una heroína para cualquier jovencita que ande pasando por problemas con su cutis — Maeve… ¿Tú qué crees que deba hacer? — Por favor, ruego que no diga alguna burrada. Ella sabe más de chicos que yo, pero también tiene modos que yo jamás utilizaría. Quizá debería arrepentirme de hacer esa pregunta.
La pizza no sabe mal. El queso se me patina dentro de la boca y estoy segura de que hace mucho que no ingiero tanta grasa en un solo mordisco, pero puedo hacer la excepción por hoy — Solo unos minutos más. Luego te limpiaremos, pondremos crema y quedará excelente. Y siempre podemos… ¡No manches mi bolso! — es más una petición sufrida que una orden cuando la veo moverse de esa manera, poniendo mi voz de sufrimiento más delatora. Si alguno de mis estuches queda manchado con grasa, se verá arruinado y tendré que comprar uno nuevo. Me meto lo que queda de la pizza en la boca, limpio mis manos con las servilletas que venían con la caja y, de paso, también trato de dejar mis labios sin rastros de la porción. Doblo la servilleta para dejarlo y trato no reírme de ella, porque es su casa y me han enseñado que hay que ser educados en situaciones como esta — Es para darle forma a tus pestañas. Las arquea y tus ojos se ven mucho más grandes. Deberías probarlo — no quiero decir que la miro como si quisiera darle a entender que tiene ojos que necesitan ser resaltados, pero sí, sí lo hago.
Hubiera agarrado otra porción si no fuese porque me entretengo más echándole una mirada de reproche — Vas a agotarlo sin usarlo — mascullo al sentir el aroma a rosas, quitándoselo de un manotazo para volver a taparlo — Ven, déjame quitarte eso — me arrodillo para estar más cerca de ella, tomo uno de los extremos de la mascarilla y empiezo a tironear, empezando a quitarle toda la porquería que estaba contaminando su piel. Es una tarea que requiere de mi concentración, así que pensar en Sage y en lo que hemos hablado no parece tan preocupante en el mientras tanto — Nadie en casa me haría nada. Bueno, mi madre no puede tocarme — es sabido que hay inmunidad diplomática entre nuestra familia, pero jamás permitiría que algo como esto me convirtiese en una deshonra — El problema se lo llevaría Sage y si su nombre se mancha con algo como esto, también lo haría el mío. No estoy aceptando que me guste — me apresuro a aclarar, dando un último tironcito para quitarle la mascarilla de la nariz — Es solo que no deseo que… ya sabes. Pudo ser un irresponsable, pero es un buen esclavo.
Y a regañadientes, debería decir que también es una buena persona, aunque no cuente como una. Ya con el rostro de mi amiga limpio, saco la crema hidratante, abro el potecito y empiezo a pasarle un poquito por la cara con la punta de mis dedos. ¡Adoro esta crema! Tiene un aroma perfecto a flores silvestres y siempre me ha dejado la piel preciosa, como si no hubiese entrado en lo absoluto a la pubertad. Su creadora es prácticamente una heroína para cualquier jovencita que ande pasando por problemas con su cutis — Maeve… ¿Tú qué crees que deba hacer? — Por favor, ruego que no diga alguna burrada. Ella sabe más de chicos que yo, pero también tiene modos que yo jamás utilizaría. Quizá debería arrepentirme de hacer esa pregunta.
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Ruedo los ojos y casi se me puede escuchar bufar por lo bajo, pero opto por no hacer ningún comentario y dejarlo estar cuando defiende a Patrick. Aunque pensándolo mejor, lo haré. — Muy listo no debe de ser si anda detrás de Violet y no de ti, y no lo digo solo porque seas mi amiga. — En cuanto lo digo, pese a haber estado mirándola directamente a ella, aparto la mirada casi de inmediato cuando me pongo a analizar mis palabras. No es que sea nada del otro mundo llamar a alguien con el que compartes algo de tiempo fuera del colegio amigo, sin embargo, aún me cuesta imaginarme si Hero se siente de la misma manera. Quiero decir, ella tiene millones de amigas, todas esas que la siguen por detrás como perritos falderos durante el recreo o las que se sientan con ella a almorzar y charlan sobre vete tú a saber qué, pero yo no hago ninguna de esas cosas. Puede que no comparta la misma afinidad que el resto de sus compañeras, pero yo sí que he llegado a considerarla una amiga.
Con un pequeño suspiro me termino el trozo de pizza y procedo a limpiarme las manos con una servilleta para que no me mate por tirar unas pequeñas migas encima de su preciado bolso de piel, ese que probablemente cueste más que la mitad de esta casa. — Mmmm… Se ve un poco doloroso. — La idea de poner eso directamente sobre el ojo desde luego no suena agradable. Estar hablando sobre maquillaje y belleza me recuerda a algo que, si bien no me ha quitado el sueño por las noches, sí me ha dado curiosidad en lo que se refiere a Hero. — Supongo que te habrás enterado del baile de primavera que están organizando en el colegio, ¿ya sabes qué te pondrás? — No me importa tanto el vestido como con quien irá, pero me parece una forma más discreta de preguntar. Solo espero que no diga Patrick porque entonces sí que la acabaré matando a palos.
Entre dientes se me puede escuchar murmurar un sí, señora en lo que me acerco para que me quite la mascarilla de la cara, la cual se ha acabado secando en mi piel hasta el punto de que puedo sentir como la misma se estira cuando intento mover las cejas o la boca intentando hablar. Es una sensación extraña pese a que no podría definirla como incómoda. — Puedes decir que te importa, ¿sabes? — El tenerla tan cerca me permite apenas susurrar, como si estuviéramos hablando de algo que nadie debería escuchar, pese a que lo más probable es que sea así. — No que te importa que se vea bien porque si no tu reputación se va al carajo, sino que te importa de verdad. No hay nada de malo en eso, ¿no? — Le pregunto puesto a que a estas alturas no me queda claro qué se nos tiene permitido sentir en lo referente a los humanos. Quiero decir, es evidente que somos diferentes en muchos aspectos, no sé hasta que punto somos mejores que ellos, pero lo que está claro es que, si de sentimientos se tratara, no somos tan distintos. ¿O sí?
Me mantengo en silencio mientras esparce por mi rostro una crema que huele demasiado bien a rosas, tratando de intentar descifrar lo que piensa por sus gestos hasta que ella misma habla por sí sola. Al principio su pregunta me confunde, aunque no dejo que eso se me note y alzo la barbilla con total seguridad. — Deberías aclarar tus ideas primero, es un poco complicado entender tus sentimientos si ni siquiera tú sabes como te sientes al respecto. Y luego, sería buena idea que tuvieras una charla con Sage. — Son pocos, pero tengo mis momentos de seriedad y tiene que aprovecharse de que no me esté mofando y comparando su situación con la de cualquier película románticoa que acaba con los protagonistas suicidándose. — No estoy diciendo que vayas y le confieses tu amor como si esto fuera una tragicomedia, pero quizás te serviría de ayuda saber si él se siente de la misma manera. — La verdad es que nunca me habían pedido consejo sobre temas serios, o consejos de ningún tipo si vamos al caso, de manera que termino por encogerme de hombros. — Y si no siempre puedes utilizar una poción multijugos con Patrick sin que se dé cuenta. — Oye, eso no sería tan mala idea. Siempre que se pueda utilizar una poción de ese calibre con pelo humano. Acabo por reírme ante la propia ridiculez de la idea y sacudiendo la cabeza como para indicarle que no debe tomar en serio mi último comentario.
Con un pequeño suspiro me termino el trozo de pizza y procedo a limpiarme las manos con una servilleta para que no me mate por tirar unas pequeñas migas encima de su preciado bolso de piel, ese que probablemente cueste más que la mitad de esta casa. — Mmmm… Se ve un poco doloroso. — La idea de poner eso directamente sobre el ojo desde luego no suena agradable. Estar hablando sobre maquillaje y belleza me recuerda a algo que, si bien no me ha quitado el sueño por las noches, sí me ha dado curiosidad en lo que se refiere a Hero. — Supongo que te habrás enterado del baile de primavera que están organizando en el colegio, ¿ya sabes qué te pondrás? — No me importa tanto el vestido como con quien irá, pero me parece una forma más discreta de preguntar. Solo espero que no diga Patrick porque entonces sí que la acabaré matando a palos.
Entre dientes se me puede escuchar murmurar un sí, señora en lo que me acerco para que me quite la mascarilla de la cara, la cual se ha acabado secando en mi piel hasta el punto de que puedo sentir como la misma se estira cuando intento mover las cejas o la boca intentando hablar. Es una sensación extraña pese a que no podría definirla como incómoda. — Puedes decir que te importa, ¿sabes? — El tenerla tan cerca me permite apenas susurrar, como si estuviéramos hablando de algo que nadie debería escuchar, pese a que lo más probable es que sea así. — No que te importa que se vea bien porque si no tu reputación se va al carajo, sino que te importa de verdad. No hay nada de malo en eso, ¿no? — Le pregunto puesto a que a estas alturas no me queda claro qué se nos tiene permitido sentir en lo referente a los humanos. Quiero decir, es evidente que somos diferentes en muchos aspectos, no sé hasta que punto somos mejores que ellos, pero lo que está claro es que, si de sentimientos se tratara, no somos tan distintos. ¿O sí?
Me mantengo en silencio mientras esparce por mi rostro una crema que huele demasiado bien a rosas, tratando de intentar descifrar lo que piensa por sus gestos hasta que ella misma habla por sí sola. Al principio su pregunta me confunde, aunque no dejo que eso se me note y alzo la barbilla con total seguridad. — Deberías aclarar tus ideas primero, es un poco complicado entender tus sentimientos si ni siquiera tú sabes como te sientes al respecto. Y luego, sería buena idea que tuvieras una charla con Sage. — Son pocos, pero tengo mis momentos de seriedad y tiene que aprovecharse de que no me esté mofando y comparando su situación con la de cualquier película románticoa que acaba con los protagonistas suicidándose. — No estoy diciendo que vayas y le confieses tu amor como si esto fuera una tragicomedia, pero quizás te serviría de ayuda saber si él se siente de la misma manera. — La verdad es que nunca me habían pedido consejo sobre temas serios, o consejos de ningún tipo si vamos al caso, de manera que termino por encogerme de hombros. — Y si no siempre puedes utilizar una poción multijugos con Patrick sin que se dé cuenta. — Oye, eso no sería tan mala idea. Siempre que se pueda utilizar una poción de ese calibre con pelo humano. Acabo por reírme ante la propia ridiculez de la idea y sacudiendo la cabeza como para indicarle que no debe tomar en serio mi último comentario.
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¿Me considera su amiga? No sé si es porque siempre he visto a Maeve como alguien un poco ortodoxa o tal vez algo extraña, pero esa declaración me llama más la atención que el resto de las palabras que ha dicho, por lo que mi rostro se transforma en una tierna expresión de “ow” cargado de conmoción. Lo malo es que el momento de ternura se evapora en segundos porque me recuerda al baile y hago rodar mis ojos en gesto de obviedad — He estado ayudando a repartir las entradas, obvio que lo tengo bien presente. Estuve demasiado ocupada en ayudar con la organización así que aún no he planificado cómo iré esa noche. ¿Tú tienes algo en mente? — hay un chico divino que usa mucho producto para el cabello que de seguro estará encantado en llevarla si no tiene pareja.
— ¿Nada de malo con que me importe? ¿Recuerdas quien es mi madre? — el tono de voz se me agudiza porque sé que no estoy negando lo que me ha dicho, pero creo que no es necesario hacerlo. Decir que Sage me importa es prácticamente suicidio y, además, ¿lo hace? Sé que siempre ha estado allí para mí, pero es parte de su trabajo. También sé que se ha tomado la molestia de cuidarme y salvarme cuando fue necesario, pero eso no quiere decir que sienta algo por él debido a que estaba simplemente cumpliendo parte de su empleo y obligación. No puedo decir que me importa solo porque me siento agradecida de tenerlo cerca. ¿No?
Dejo flotando mis dedos frente a su cara en segundos de confusión, sintiendo como la crema se patina entre mis yemas — ¿Confesar mi amor? — incluso paso por alto lo último que dice sobre Patrick, porque estoy más ocupada en comprender todo lo que está diciendo y, para mi horror, lo está diciendo en serio. ¡En serio! No he visto a Maeve hablar con seriedad en todo el tiempo en el cual la conozco y eso solamente me informa de la gravedad de la situación — Yo no estoy enamorada de Sage… ¡Oh por Merlín! — no sé por qué me sale ese grito exactamente. Si es por mi indignación o porque el calor que siento en la nuca me sacude como una verdad que solamente quiero sepultar. Sea cual sea la razón, me llevo una mano a la mejilla al sentirme invadida, incómoda y extremadamente sucia — ¡Eso es tan ilegal! ¡Maeve! ¡Iré a prisión! O peor… ¡No me dejarán ir al baile! ¡Mi madre va a matarme! — soy una Niniadis, tengo inmunidad diplomática, pero no debería siquiera mirar a un muggle con otros ojos. ¡No son como nosotros! Ellos no han hecho otra cosa que pudrir la existencia de los magos a lo largo de la historia y nuestra familia lo sabe muy bien.
Las lágrimas que brotan de mis ojos son de pura desesperación y angustia porque, terrible para mí, soy una decepción para mi familia o para cualquier mago o bruja que se respete. Intento contener el llanto tomando aire con fuerza y termino de pasarle la crema, manteniendo la compostura como una reina. Hero Niniadis no llorará por culpa de un muggle, jamás — No podría hablar con Sage de esto. Sería tan humillante… ¡Y se reiría de mí! — explico con un dejo de angustia — Incluso aunque le dijera que… eh… me llama la atención — carraspeo, cerrando la crema al ver finalizada mi tarea — es simplemente imposible. Nada que sea contra la ley puede terminar bien.
— ¿Nada de malo con que me importe? ¿Recuerdas quien es mi madre? — el tono de voz se me agudiza porque sé que no estoy negando lo que me ha dicho, pero creo que no es necesario hacerlo. Decir que Sage me importa es prácticamente suicidio y, además, ¿lo hace? Sé que siempre ha estado allí para mí, pero es parte de su trabajo. También sé que se ha tomado la molestia de cuidarme y salvarme cuando fue necesario, pero eso no quiere decir que sienta algo por él debido a que estaba simplemente cumpliendo parte de su empleo y obligación. No puedo decir que me importa solo porque me siento agradecida de tenerlo cerca. ¿No?
Dejo flotando mis dedos frente a su cara en segundos de confusión, sintiendo como la crema se patina entre mis yemas — ¿Confesar mi amor? — incluso paso por alto lo último que dice sobre Patrick, porque estoy más ocupada en comprender todo lo que está diciendo y, para mi horror, lo está diciendo en serio. ¡En serio! No he visto a Maeve hablar con seriedad en todo el tiempo en el cual la conozco y eso solamente me informa de la gravedad de la situación — Yo no estoy enamorada de Sage… ¡Oh por Merlín! — no sé por qué me sale ese grito exactamente. Si es por mi indignación o porque el calor que siento en la nuca me sacude como una verdad que solamente quiero sepultar. Sea cual sea la razón, me llevo una mano a la mejilla al sentirme invadida, incómoda y extremadamente sucia — ¡Eso es tan ilegal! ¡Maeve! ¡Iré a prisión! O peor… ¡No me dejarán ir al baile! ¡Mi madre va a matarme! — soy una Niniadis, tengo inmunidad diplomática, pero no debería siquiera mirar a un muggle con otros ojos. ¡No son como nosotros! Ellos no han hecho otra cosa que pudrir la existencia de los magos a lo largo de la historia y nuestra familia lo sabe muy bien.
Las lágrimas que brotan de mis ojos son de pura desesperación y angustia porque, terrible para mí, soy una decepción para mi familia o para cualquier mago o bruja que se respete. Intento contener el llanto tomando aire con fuerza y termino de pasarle la crema, manteniendo la compostura como una reina. Hero Niniadis no llorará por culpa de un muggle, jamás — No podría hablar con Sage de esto. Sería tan humillante… ¡Y se reiría de mí! — explico con un dejo de angustia — Incluso aunque le dijera que… eh… me llama la atención — carraspeo, cerrando la crema al ver finalizada mi tarea — es simplemente imposible. Nada que sea contra la ley puede terminar bien.
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Tratándose de Hero, me sorprende que no se haya preocupado por tener el mejor vestido de la fiesta hecho por el mejor estilista del país, lo cual me hace soltar un suspirito de nostalgia porque eso significa que quizás esté empezando a madurar como persona. — Aún no he decidido si iré. — La directora del colegio se encargó de que todo el mundo tuviera una entrada a su disposición para que nadie se sienta excluido del evento, pero si queremos o no asistir es nuestra propia decisión. Para mí el baile anual de la escuela siempre ha significado una excusa para gastar dinero, y como mucho para llenar los pasillos de rumores sobre quién besó a quién las próximas dos semanas. Aunque admito que debe de sentirse bien vestirse con uno de esos vestidos vaporosos de seda que todas las niñas llevan para conmemorar el comienzo de la primavera. — Pero si lo hago te lo haré saber, al fin y al cabo alguien me tiene que ayudar a comprar un vestido. — Dejo caer medio en broma. Suena a cliché, y me cuesta admitirlo, pero la idea de ir de tienda en tienda en busca del traje ideal me produce en ese instante algo parecido a la emoción. Puede que no sea tan mala idea lo de asistir al baile, a fin de cuentas.
Tengo que darle la razón en ese punto, moviendo mis cejas y ladeando la cabeza como para darle a entender que no puedo discutirle eso. Son pocas las personas que a día de hoy me causen temor, y una de esas es Jamie Niniadis. La otra es la cocinera del orfanato donde antiguamente vivía, aún tengo pesadillas de cuando me perseguía escaleras arriba sartén en mano por haber intentado robar unas galletas. Pero bueno eso ahora no viene a cuento. — Seriamente, Hero, tienes que dejar de ser tan dramática. — Van tantas veces que le dije eso que creo que ya perdí la cuenta, ¿por qué no se metió a arte dramático? — Nadie irá a la cárcel, y nadie va a matar a nadie. ¡Dios, Hero! ¿Si vas a ponerte así de roja por qué no cambias de esclavo y problema resuelto? — Si hubiera sabido que se pondría de esta manera le hubiera dicho que se deje de tonterías y vaya a besar al imbécil de Patrick si es que tanto le gusta. — Yo que sé, alguien mayor con arrugas y apenas pelo en la cabeza. — Mis comentarios están completamente fuera de lugar, y lo más probable es que me quiera matar o tirar algo a la cabeza, pero de verdad que no sé que espera sacar de una situación que ni ella misma quiere arreglar.
No me puedo creer que se esté a punto de echar a llorar por Sage, ¡Sage! Si no fuera por que me quedo pasmada observándola sin decir palabra hubiera intentado consolarla de alguna manera. ¿Cómo se consuela a la hija de la presidenta enamorada — o casi enamorada — del esclavo que ella misma escogió para ella? Uhh, qué turbio todo. — Bueno, técnicamente no podría reírse de ti, por eso de la educación y su esclavitud. Y eso... — Trato de objetar, moviendo las manos como para explicarme hasta que entiendo que mi participación no tiene ningún aporte positivo a la situación. — ¿Alguien te dijo que las normas están hechas para romperlas? — Si nadie lo hizo, creo que soy la persona más indicada para tener ese honor, puesto que viene siendo mi frase de guía por excelencia. — Bah, en verdad tendría que darte igual, Sage es indiferente para ti. — Termino por decir, poniendo mucho énfasis en la última parte de la frase mientras la observo por el rabillo del ojo con aire desinteresado para ver el efecto que tiene ese comentario sobre ella.
Tengo que darle la razón en ese punto, moviendo mis cejas y ladeando la cabeza como para darle a entender que no puedo discutirle eso. Son pocas las personas que a día de hoy me causen temor, y una de esas es Jamie Niniadis. La otra es la cocinera del orfanato donde antiguamente vivía, aún tengo pesadillas de cuando me perseguía escaleras arriba sartén en mano por haber intentado robar unas galletas. Pero bueno eso ahora no viene a cuento. — Seriamente, Hero, tienes que dejar de ser tan dramática. — Van tantas veces que le dije eso que creo que ya perdí la cuenta, ¿por qué no se metió a arte dramático? — Nadie irá a la cárcel, y nadie va a matar a nadie. ¡Dios, Hero! ¿Si vas a ponerte así de roja por qué no cambias de esclavo y problema resuelto? — Si hubiera sabido que se pondría de esta manera le hubiera dicho que se deje de tonterías y vaya a besar al imbécil de Patrick si es que tanto le gusta. — Yo que sé, alguien mayor con arrugas y apenas pelo en la cabeza. — Mis comentarios están completamente fuera de lugar, y lo más probable es que me quiera matar o tirar algo a la cabeza, pero de verdad que no sé que espera sacar de una situación que ni ella misma quiere arreglar.
No me puedo creer que se esté a punto de echar a llorar por Sage, ¡Sage! Si no fuera por que me quedo pasmada observándola sin decir palabra hubiera intentado consolarla de alguna manera. ¿Cómo se consuela a la hija de la presidenta enamorada — o casi enamorada — del esclavo que ella misma escogió para ella? Uhh, qué turbio todo. — Bueno, técnicamente no podría reírse de ti, por eso de la educación y su esclavitud. Y eso... — Trato de objetar, moviendo las manos como para explicarme hasta que entiendo que mi participación no tiene ningún aporte positivo a la situación. — ¿Alguien te dijo que las normas están hechas para romperlas? — Si nadie lo hizo, creo que soy la persona más indicada para tener ese honor, puesto que viene siendo mi frase de guía por excelencia. — Bah, en verdad tendría que darte igual, Sage es indiferente para ti. — Termino por decir, poniendo mucho énfasis en la última parte de la frase mientras la observo por el rabillo del ojo con aire desinteresado para ver el efecto que tiene ese comentario sobre ella.
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— ¡Pero, Maeve, debes ir! ¡No puedes perderte el baile de primavera! — los bailes de la escuela son de los mejores eventos que cualquier ciudadano menor de edad puede asistir. Además, es una excusa perfecta para verse bonita y comprar un vestido nuevo, no sea cosa que uses la misma prenda dos veces — Seré tu estilista, ya verás. Y si no tenemos con quien ir, siempre podemos ir juntas — he estado muy ocupada así que no he pensado en el tema de la pareja, además de que he asumido que Patrick me lo pediría por su cuenta. Todavía tiene unos días para corregir su error.
¿Yo, dramática? — Tú no eres la que podría ser juzgada en el Wizengamot por romper el decreto tres de la constitución — “Según la constitución de Neopanem, las relaciones tanto afectivas como sexuales entre magos y humanos, son consideradas traición y por ende, cualquier ciudadano de Neopanem que haya sido encontrado haciéndolo, será penado con la muerte”. Hemos leído de la constitución en NeoPanem y como la hija de la ministra ya me la sabía de memoria al momento de verlo en clase. Además, he ido a suficientes juntas legales y juicios como para señalar los nombres de las primeras personas que me juzgarían. Ojalá la jueza Brawn fuese quien me juzgase, porque ella es mucho más linda que otros, como el viejo de cara de sapo, la señora con la verruga o el ministro buen mozo. La idea de cambiar de esclavo no me parece una mala opción, es fácil poner una excusa si deseara hacerlo. El tema es que es obvio que no quiero y se lo respondo prensando los labios, evitando decirlo en voz alta y pretendiendo estar muy interesada en el tratamiento de belleza.
Tengo que concederle la razón sobre lo primero, pero es lo segundo lo que sorpresivamente me hace reír a pesar del llanto contenido — No quiero ser una criminal — he visto muy bien lo que las relaciones con los muggles le ha hecho a mi familia y eso que no me he atrevido a hacer todas las preguntas. Me acomodo en mi lugar volviendo a apoyar mis pompis en el suelo y rebusco entre el neceser para encontrar la base que va a dejar su piel sin una mínima marca, hasta que detengo por un momento el movimiento de mis manos — Me importa lo que opine de mí. No quiero que crea que soy una niñita boba — no medito demasiado mis palabras, solamente las dejo salir con el tonito que es respaldado por mi ceño fruncido. Es horrendo, pero decir las cosas en voz alta me ayuda a entender mejor lo que ha estado pasando estos últimos días y solo puedo decir que mi gran problema es que sé lo que sucede, lo malo es que no quiero que suceda. ¿Por qué a mí? No he hecho nada malo en toda mi vida. ¡Incluso he organizado cenas de caridad y donado mis mejores zapatos!
Saco la base líquida y empiezo a maquillarla con cuidado de dejarla perfecta, cubriendo principalmente las zonas de las líneas de expresión — No le dirás a nadie. ¿Verdad, Maeve? — murmuro en modo confidencial. Esto es una pijamada de chicas, se supone que lo que digamos no va a salir de aquí — Nadie puede saber que… bueno, ya sabes — como ni loca lo digo en voz alta, hago un gestito con la mano sacudiéndola en círculos y modulando unas palabras que jamás van a salir de mi boca. Algo que suena a “que me gusta Sage” — ¡Y debes jurarlo! ¡Por el chico del delivery!
¿Yo, dramática? — Tú no eres la que podría ser juzgada en el Wizengamot por romper el decreto tres de la constitución — “Según la constitución de Neopanem, las relaciones tanto afectivas como sexuales entre magos y humanos, son consideradas traición y por ende, cualquier ciudadano de Neopanem que haya sido encontrado haciéndolo, será penado con la muerte”. Hemos leído de la constitución en NeoPanem y como la hija de la ministra ya me la sabía de memoria al momento de verlo en clase. Además, he ido a suficientes juntas legales y juicios como para señalar los nombres de las primeras personas que me juzgarían. Ojalá la jueza Brawn fuese quien me juzgase, porque ella es mucho más linda que otros, como el viejo de cara de sapo, la señora con la verruga o el ministro buen mozo. La idea de cambiar de esclavo no me parece una mala opción, es fácil poner una excusa si deseara hacerlo. El tema es que es obvio que no quiero y se lo respondo prensando los labios, evitando decirlo en voz alta y pretendiendo estar muy interesada en el tratamiento de belleza.
Tengo que concederle la razón sobre lo primero, pero es lo segundo lo que sorpresivamente me hace reír a pesar del llanto contenido — No quiero ser una criminal — he visto muy bien lo que las relaciones con los muggles le ha hecho a mi familia y eso que no me he atrevido a hacer todas las preguntas. Me acomodo en mi lugar volviendo a apoyar mis pompis en el suelo y rebusco entre el neceser para encontrar la base que va a dejar su piel sin una mínima marca, hasta que detengo por un momento el movimiento de mis manos — Me importa lo que opine de mí. No quiero que crea que soy una niñita boba — no medito demasiado mis palabras, solamente las dejo salir con el tonito que es respaldado por mi ceño fruncido. Es horrendo, pero decir las cosas en voz alta me ayuda a entender mejor lo que ha estado pasando estos últimos días y solo puedo decir que mi gran problema es que sé lo que sucede, lo malo es que no quiero que suceda. ¿Por qué a mí? No he hecho nada malo en toda mi vida. ¡Incluso he organizado cenas de caridad y donado mis mejores zapatos!
Saco la base líquida y empiezo a maquillarla con cuidado de dejarla perfecta, cubriendo principalmente las zonas de las líneas de expresión — No le dirás a nadie. ¿Verdad, Maeve? — murmuro en modo confidencial. Esto es una pijamada de chicas, se supone que lo que digamos no va a salir de aquí — Nadie puede saber que… bueno, ya sabes — como ni loca lo digo en voz alta, hago un gestito con la mano sacudiéndola en círculos y modulando unas palabras que jamás van a salir de mi boca. Algo que suena a “que me gusta Sage” — ¡Y debes jurarlo! ¡Por el chico del delivery!
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Muevo los labios y me encojo de hombros pensativa, aún planteándome el si ir o no ir al baile, al fin y al cabo va a estar lleno de niñatos insoportables alardeando del dinero que tienen sus padres. Que no es como si el mío no tuviera dinero, pero creo que si le pidiera un pony como lo hizo la semana pasada una niña en mi clase, me mandaría a tomar por culo. Con razón además, ¿para qué narices quiere un caballo si tiene dos pies izquierdos? — Bueeeno, está bien. Siempre podemos colar una botella de vodka en el ponche, de seguro eso sí será divertido. — Lo que daría yo por ver a media clase borracha, en especial las chicas que van de pulcras y que no han roto un vaso en su vida.
— Oh, vamos, deja de ser tan quejica, eres Hero Niniadis, ni muerta podrían ponerte una mano encima. Hay gente que va a la cárcel por cosas más tontas y no tienen la misma suerte que tú que por el simple hecho de llevar un apellido ya eres intocable. — Bufo molesta, en especial porque ninguno de mis padres tuvo esa suerte. Su destino aún me es desconocido, así como las razones por las que se los llevaron en un principio. Jasper dijo que intentaría hacerse con esa información, pero han pasado meses desde que estoy viviendo bajo el mismo techo y ningún dato ha llegado a mis oídos sobre su paradero. He acabado por aceptar que, si bien se molestó en buscarlos, no encontró nada útil que usar en su favor.
De igual manera, el enfado me dura apenas unos segundos porque sus ojos de perrito me dan la suficiente pena como para suspirar y acercarme hacia donde está para rodear sus hombros con uno de mis brazos. – No eres ninguna criminal, y no creo que Sage piense que eres una niñita boba, si acaso un poco egocéntrica, ¿pero tonta? Bah, de seguro se asombra que alguien tan pequeño pueda memorizar la constitución entera del país. – Bromeo con una semi sonrisa en la boca con la intención de hacerla reír y le doy un apretón antes de volverme a sentar frente a ella para que pueda continuar con su tarea de dejarme como una puerta.
Cierro los ojos porque así es más cómodo de aplicar la base de maquillaje, siendo lo más paciente que puedo y no ir a por el primer espejo que encuentre. Es una suerte que las dos seamos bastante pálidas, puesto que no me quiero imaginar el resultado que esto podría tener si alguna de las dos fuera tan morena como lo son la mayoría de las chicas en el cuatro. A veces me dan tanta envidia con su cuerpo y pelo perfecto. – Tranquila, tu secreto está a salvo conmigo, nadie sabrá nada. – Murmuro una vez abro los ojos, aunque procedo a llevarme una mano al pecho mientras elevo la otra a un lado de mi cabeza cuando pronuncio las siguientes palabras. – Juro que no diré nada, lo juro por el chico del delivery, que por cierto tiene nombre, Leo, ¿no te parece un nombre precioso? ¡Además le pega con los ojos! – Tengo que suspirar para que no se me caigan las bragas ahí mismo. Y me estoy saliendo de tema, ya vuelvo, ya vuelvo. – En fin, lo juro por Leo, y por la pizza maravillosa que me trae todos los sábados, y por ese cuerpo esculpido por los dioses… y bueno creo que vas pillándolo. – Una risa se me escapa en el último segundo.
— Oh, vamos, deja de ser tan quejica, eres Hero Niniadis, ni muerta podrían ponerte una mano encima. Hay gente que va a la cárcel por cosas más tontas y no tienen la misma suerte que tú que por el simple hecho de llevar un apellido ya eres intocable. — Bufo molesta, en especial porque ninguno de mis padres tuvo esa suerte. Su destino aún me es desconocido, así como las razones por las que se los llevaron en un principio. Jasper dijo que intentaría hacerse con esa información, pero han pasado meses desde que estoy viviendo bajo el mismo techo y ningún dato ha llegado a mis oídos sobre su paradero. He acabado por aceptar que, si bien se molestó en buscarlos, no encontró nada útil que usar en su favor.
De igual manera, el enfado me dura apenas unos segundos porque sus ojos de perrito me dan la suficiente pena como para suspirar y acercarme hacia donde está para rodear sus hombros con uno de mis brazos. – No eres ninguna criminal, y no creo que Sage piense que eres una niñita boba, si acaso un poco egocéntrica, ¿pero tonta? Bah, de seguro se asombra que alguien tan pequeño pueda memorizar la constitución entera del país. – Bromeo con una semi sonrisa en la boca con la intención de hacerla reír y le doy un apretón antes de volverme a sentar frente a ella para que pueda continuar con su tarea de dejarme como una puerta.
Cierro los ojos porque así es más cómodo de aplicar la base de maquillaje, siendo lo más paciente que puedo y no ir a por el primer espejo que encuentre. Es una suerte que las dos seamos bastante pálidas, puesto que no me quiero imaginar el resultado que esto podría tener si alguna de las dos fuera tan morena como lo son la mayoría de las chicas en el cuatro. A veces me dan tanta envidia con su cuerpo y pelo perfecto. – Tranquila, tu secreto está a salvo conmigo, nadie sabrá nada. – Murmuro una vez abro los ojos, aunque procedo a llevarme una mano al pecho mientras elevo la otra a un lado de mi cabeza cuando pronuncio las siguientes palabras. – Juro que no diré nada, lo juro por el chico del delivery, que por cierto tiene nombre, Leo, ¿no te parece un nombre precioso? ¡Además le pega con los ojos! – Tengo que suspirar para que no se me caigan las bragas ahí mismo. Y me estoy saliendo de tema, ya vuelvo, ya vuelvo. – En fin, lo juro por Leo, y por la pizza maravillosa que me trae todos los sábados, y por ese cuerpo esculpido por los dioses… y bueno creo que vas pillándolo. – Una risa se me escapa en el último segundo.
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Sé que tiene razón, pero por la expresión que le pongo dejo bien en claro que jamás se lo voy a decir en voz alta. Soy intocable, pero nunca permitiría que mi reputación se viera manchada por una sentencia social. Quizá no puedo ser encarcelada, pero la mancha estaría allí y mi consciencia me lo recordaría por el resto de la vida. No me espero ese apretón en los hombros, pero me dejo consolar por una amiga que jamás sospeché tener y, tengo que admitirlo, se siente extrañamente bien. El elogio me hace reír a pesar del estúpido llanto que intento contener y acaba sonando como un ruido algo raro y ahogado, pero igual ladeo la cabeza para poder sonreírle y apretarle amistosamente una mano — Eres una buena amiga, Maeve — le aseguro — A pesar de que eres una terrible mala influencia. ¿De veras quieres embriagar a toda la escuela? — no puedo no poner mis ojos en blanco, porque es imposible.
Detengo la sesión de maquillaje para evaluar su expresión y chequear si merece que le crea. Por extraño que parezca, lo hago. No tengo motivos para desconfiar de ella y esto de estar en pijamas debería contar como un juramento implícito — ¿Cómo es que un nombre como “Leo” le pega con los ojos? — le pregunto sin saber si reírme o no, porque no me lo puedo imaginar. Aunque tiene cara de Leo, así que no me sorprende mucho que digamos. No sé cómo no me horroriza lo que está diciendo y en su lugar me río, volviendo a cuidar de cómo le coloco la base para darle los toques finales. ¡Ya dije yo que iba a dejarla como una muñeca de porcelana! — Lo pillo, lo pillo. ¿Alguna vez has intentado hablarle en lugar de solo pedir que te traiga la pizza? No parece que sea muy complicado — Ya tienen el objeto en común, que es la comida. ¿Qué es lo que puede salir mal? Aunque tampoco es que sepa mucho de estas cosas, así que en lo que me concierne, absolutamente todo puede ser lo que falle en un momento como ese.
Lo bueno del resto de la noche es que no volvemos a hablar de Sage y solamente me dedico a conversar de las cosas que podemos hacer si vamos al baile juntas, alcohol aparte porque me niego a que una noche perfecta sea arruinada por un comportamiento barbárico. Además, tengo que usar las horas que pasamos juntas para aprenderme las canciones de su banda favorita y ayudarla a comernos toda la pizza mientras quedamos perfectamente maquilladas y peinadas, tal y como he predicho en cuanto llegué. Ni me doy cuenta de que a Patrick no lo vuelvo ni a pensar, lo cual debe ser bueno para Maeve. Puede ser que quizá tiene un poquito de cara de pato.
Detengo la sesión de maquillaje para evaluar su expresión y chequear si merece que le crea. Por extraño que parezca, lo hago. No tengo motivos para desconfiar de ella y esto de estar en pijamas debería contar como un juramento implícito — ¿Cómo es que un nombre como “Leo” le pega con los ojos? — le pregunto sin saber si reírme o no, porque no me lo puedo imaginar. Aunque tiene cara de Leo, así que no me sorprende mucho que digamos. No sé cómo no me horroriza lo que está diciendo y en su lugar me río, volviendo a cuidar de cómo le coloco la base para darle los toques finales. ¡Ya dije yo que iba a dejarla como una muñeca de porcelana! — Lo pillo, lo pillo. ¿Alguna vez has intentado hablarle en lugar de solo pedir que te traiga la pizza? No parece que sea muy complicado — Ya tienen el objeto en común, que es la comida. ¿Qué es lo que puede salir mal? Aunque tampoco es que sepa mucho de estas cosas, así que en lo que me concierne, absolutamente todo puede ser lo que falle en un momento como ese.
Lo bueno del resto de la noche es que no volvemos a hablar de Sage y solamente me dedico a conversar de las cosas que podemos hacer si vamos al baile juntas, alcohol aparte porque me niego a que una noche perfecta sea arruinada por un comportamiento barbárico. Además, tengo que usar las horas que pasamos juntas para aprenderme las canciones de su banda favorita y ayudarla a comernos toda la pizza mientras quedamos perfectamente maquilladas y peinadas, tal y como he predicho en cuanto llegué. Ni me doy cuenta de que a Patrick no lo vuelvo ni a pensar, lo cual debe ser bueno para Maeve. Puede ser que quizá tiene un poquito de cara de pato.
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