OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Hay momentos en la vida de una persona, raros y escasos si se era un esclavo, en los que desde la primera hora de la mañana todo parecía bien y correcto. Esos momentos en los que el agua hierve a la temperatura ideal a la primera, o cuando el panadero te regala las últimas masitas del día anterior ya que nadie dentro de la casa comería sobras. Cuando los paquetes que debo retirar están a tiempo y sin retrasos que luego debía pagar aunque no fuesen mi culpa. O incluso pequeñas noticias que te alegran aunque no deberían, como el hecho de que la chica que te guste haya cortado con su novio.
Cuando todos esos momentos se juntan en un mismo día, a uno debería saltarle una especie de alarma en el cerebro, con luces de neón que titilen y te adviertan de lo que te espera; pero al no suceder, uno tenía que ver como la hermosa ilusión de un día perfecto se desmoronaba más rápido que un castillo de arena.
Desde que Hero me había dicho que quería probar las recetas de un libro de cocina que contenía al menos mil postres me había esmerado por nunca faltar ni un día con una receta nueva. Era estúpido, pero me había puesto eso como objetivo y extrañamente estaba complacido por la tarea. Me gustaba cocinar, pero tener que experimentar algo nuevo todos los días era algo que no sentía desde los primeros meses de mi estadía aquí.
Con el tiempo extra que había ganado y aprovechando que tengo el horario despejado hasta que Hero salga del colegio, me dispongo a hacer uno de los postres más complicados y tentadores que tiene todo el libro. Básicamente es una receta que tiene chocolate, chocolate, y más chocolate; pero tratados de manera tal que, cada uno de ellos debía tener una cocción en particular para que no se arruinase la presentación, ni el sabor. Decir que pasé horas con eso no era una exageración, pero a final de cuentas había valido la pena y si la pelirroja terminaba odiando el postre por el gusto, al menos no podía decir que no era al menos hermoso a la vista.
Veinte minutos más tarde, y una serie de malas decisiones me dejó al borde de las lágrimas solo de la frustración que tenía. Tal vez es por esa misma frustración que, mientras que la alfombra blanca de Hero (que posiblemente hubiese costado más que yo) se estaba escurriendo en el borde de la bañera con mi ropa a un lado, había tomado la inteligentísima decisión de meterme en la ducha de mi ama para quitarme el chocolate que tenía encima.
Cuando todos esos momentos se juntan en un mismo día, a uno debería saltarle una especie de alarma en el cerebro, con luces de neón que titilen y te adviertan de lo que te espera; pero al no suceder, uno tenía que ver como la hermosa ilusión de un día perfecto se desmoronaba más rápido que un castillo de arena.
Desde que Hero me había dicho que quería probar las recetas de un libro de cocina que contenía al menos mil postres me había esmerado por nunca faltar ni un día con una receta nueva. Era estúpido, pero me había puesto eso como objetivo y extrañamente estaba complacido por la tarea. Me gustaba cocinar, pero tener que experimentar algo nuevo todos los días era algo que no sentía desde los primeros meses de mi estadía aquí.
Con el tiempo extra que había ganado y aprovechando que tengo el horario despejado hasta que Hero salga del colegio, me dispongo a hacer uno de los postres más complicados y tentadores que tiene todo el libro. Básicamente es una receta que tiene chocolate, chocolate, y más chocolate; pero tratados de manera tal que, cada uno de ellos debía tener una cocción en particular para que no se arruinase la presentación, ni el sabor. Decir que pasé horas con eso no era una exageración, pero a final de cuentas había valido la pena y si la pelirroja terminaba odiando el postre por el gusto, al menos no podía decir que no era al menos hermoso a la vista.
Veinte minutos más tarde, y una serie de malas decisiones me dejó al borde de las lágrimas solo de la frustración que tenía. Tal vez es por esa misma frustración que, mientras que la alfombra blanca de Hero (que posiblemente hubiese costado más que yo) se estaba escurriendo en el borde de la bañera con mi ropa a un lado, había tomado la inteligentísima decisión de meterme en la ducha de mi ama para quitarme el chocolate que tenía encima.
Tuve un día espantoso, espantoso, espantoso. Tan espantoso como ese vestido rosa chicle que papá una vez me compró creyendo que me quedaría bien pero que solamente me daba aspecto de frutilla rancia. En primer lugar, una de mis compañeras copió mi trabajo y acabó sacándose una mejor nota que yo en clase. En segundo lugar, Patrick parece haberse encaprichado con una niña nueva cuya ropa es horrible. Y en tercer lugar, me puse zapatos nuevos y son muy incómodos porque todavía no se han estirado, así que tengo los talones a la miseria y solo quiero llegar a casa, darme un baño caliente y quizá pedir un masaje de pies. Y mucho chocolate.
Cuando por fin cruzo las puertas de casa tengo los rizos disparados en todas direcciones y la falda del uniforme se mueve con un patético frufrú por mi manera de andar. Sé que le grito a un elfo doméstico que necesito un chocolate caliente de inmediato en mi carrera por las escaleras y cuando entro a mi cuarto, lanzo la mochila sobre la cama. Estoy tan consumida por el agotamiento que no escucho el agua corriente hasta que me estoy sacando los zapatos con un suspiro de placer.
Mis ojos primeros van a los manchones en la alfombra y, como nadie jamás utiliza mi baño al menos que sea yo, asumo que debe haber un error y alguien dejó el agua corriendo. Quizá Sage está cargando un balde o algo por el estilo. Sea como sea, cruzo el cuarto en pocas zancadas y abro la puerta de un sopetón y… ¡Merlín bendito! Ni la propia Morgana podría haberme advertido de lo que me iba a encontrar.
Mi grito agudo hace eco cuando lo suelto en un “ahhhhh” que se extiende por al menos unos quince segundos mientras doy un salto hacia atrás y me cubro el rostro con las dos manos. No he visto muchos traseros en mi vida (salvo, accidentalmente, en la tele o cuando me voy a duchar o el de algún bebé) así que no estaba preparada para esto. Ni para otras cosas que no quiero reproducir en mi mente mientras mi espalda se choca con el lavamanos al tener los párpados cerrados y las palmas presionándolos — ¡¿PERO QUE HACES DESNUDO?! — ¿Cómo se atreve? ¡Este es mi baño! Y es la primera vez que veo a un chico desnudo y ... ¡Oh por dios, le he visto eso a mi esclavo! — ¡¿Y por qué todo huele a chocolate?!
Cuando por fin cruzo las puertas de casa tengo los rizos disparados en todas direcciones y la falda del uniforme se mueve con un patético frufrú por mi manera de andar. Sé que le grito a un elfo doméstico que necesito un chocolate caliente de inmediato en mi carrera por las escaleras y cuando entro a mi cuarto, lanzo la mochila sobre la cama. Estoy tan consumida por el agotamiento que no escucho el agua corriente hasta que me estoy sacando los zapatos con un suspiro de placer.
Mis ojos primeros van a los manchones en la alfombra y, como nadie jamás utiliza mi baño al menos que sea yo, asumo que debe haber un error y alguien dejó el agua corriendo. Quizá Sage está cargando un balde o algo por el estilo. Sea como sea, cruzo el cuarto en pocas zancadas y abro la puerta de un sopetón y… ¡Merlín bendito! Ni la propia Morgana podría haberme advertido de lo que me iba a encontrar.
Mi grito agudo hace eco cuando lo suelto en un “ahhhhh” que se extiende por al menos unos quince segundos mientras doy un salto hacia atrás y me cubro el rostro con las dos manos. No he visto muchos traseros en mi vida (salvo, accidentalmente, en la tele o cuando me voy a duchar o el de algún bebé) así que no estaba preparada para esto. Ni para otras cosas que no quiero reproducir en mi mente mientras mi espalda se choca con el lavamanos al tener los párpados cerrados y las palmas presionándolos — ¡¿PERO QUE HACES DESNUDO?! — ¿Cómo se atreve? ¡Este es mi baño! Y es la primera vez que veo a un chico desnudo y ... ¡Oh por dios, le he visto eso a mi esclavo! — ¡¿Y por qué todo huele a chocolate?!
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¡Y ahí está! La prueba irrefutable de que los días perfectos no existen y de que, si en algún momento la suerte me sonrió yo debí estar mirando para el otro lado. Y es qué, si bien solo podía culparme a mí mismo, había controlado antes la hora y Hero no debía llegar hasta dentro de al menos otros veinte minutos. ¿Desde cuando sale directo del colegio y llega sin haber pasado al menos media hora charlando de su genialidad con el resto de sus minions, o tratando de hacerle ojitos al inútil que tiene por pseudo-novio, o lo que sea que sea que hacen los niños de su edad?
Lo peor es que, cuando el grito resuena entre las cuatro paredes, me giro por inercia y quedo completamente expuesto ante la muchacha que solo logra atinar a cubrirse el rostro y dar media vuelta. Si no fuese mi ama, la situación me daría casi hasta ternura mientras noto como el rubor le sube por su cuello en clara mortificación. Sin embargo, Hero sí es mi ama, y mientras ella logra que el color de su piel iguale el de sus cabellos, la sangre desaparece de mi cuerpo y me baja la presión al punto de estar seguro que podría pasa por un fantasma de esos que la pelirroja dice que son reales.
Casi saltando sobre mi lugar, me apresuro a colocarme las prendas, que están empapadas, pero en esta situación hasta un vestido de la muchacha me vendría bien para no seguir estando desnudo ante una muchacha de edad impresionable. Aunque si íbamos al caso, la remera casi que se transparentaba por lo blanca, fina y mojada, mientras que los jeans se me caían un poco por el propio peso del agua que no había llegado a escurrir del todo.
Oh por dios, me castrarían. ¡Estaba seguro de eso! El señor Niniadis me castraría solo por estar en cualquier estado de desnudez cerca de su pequeña, y la ministra me mataría con la alfombra misma si es que estaba de buen humor y no me asesinaba por medio de alguna tortura mágica especialmente cruel y diseñada para estos casos.
- Porque yo… el postre, ¡la alfombra!, y el chocolate. Y… - Se me traban las ideas más que la lengua, y termino por balbucear entre ademanes exagerados que gracias al cielo no puede ver por estar de espaldas. - ¡Ya me vestí! - Le aseguro con prisa para que no me mate ahí mismo, o salga corriendo a acusarme con sus padres.
Lo peor es que, cuando el grito resuena entre las cuatro paredes, me giro por inercia y quedo completamente expuesto ante la muchacha que solo logra atinar a cubrirse el rostro y dar media vuelta. Si no fuese mi ama, la situación me daría casi hasta ternura mientras noto como el rubor le sube por su cuello en clara mortificación. Sin embargo, Hero sí es mi ama, y mientras ella logra que el color de su piel iguale el de sus cabellos, la sangre desaparece de mi cuerpo y me baja la presión al punto de estar seguro que podría pasa por un fantasma de esos que la pelirroja dice que son reales.
Casi saltando sobre mi lugar, me apresuro a colocarme las prendas, que están empapadas, pero en esta situación hasta un vestido de la muchacha me vendría bien para no seguir estando desnudo ante una muchacha de edad impresionable. Aunque si íbamos al caso, la remera casi que se transparentaba por lo blanca, fina y mojada, mientras que los jeans se me caían un poco por el propio peso del agua que no había llegado a escurrir del todo.
Oh por dios, me castrarían. ¡Estaba seguro de eso! El señor Niniadis me castraría solo por estar en cualquier estado de desnudez cerca de su pequeña, y la ministra me mataría con la alfombra misma si es que estaba de buen humor y no me asesinaba por medio de alguna tortura mágica especialmente cruel y diseñada para estos casos.
- Porque yo… el postre, ¡la alfombra!, y el chocolate. Y… - Se me traban las ideas más que la lengua, y termino por balbucear entre ademanes exagerados que gracias al cielo no puede ver por estar de espaldas. - ¡Ya me vestí! - Le aseguro con prisa para que no me mate ahí mismo, o salga corriendo a acusarme con sus padres.
El corazón me late a mil por hora y lo puedo oír bombear con locura dentro de mi pobre pechito frágil. Mis intenciones están en salir de la habitación pero, como no quiero abrir los ojos, estiro las manos delante de mí en un intento de guiarme hasta el dormitorio. ¡Esto es horrible! He escuchado a las niñas de mi clase hablar de chicos sin ropa, reírse y cuchichear sobre el tema, pero jamás he sentido una mínima curiosidad de verlo por mi propia cuenta porque todavía soy muy joven como para querer algo así. Se suponía que admiraría la desnudez dentro de unos años con alguien que me gustase y todo sería íntimo y mágico… ¡Y no de esta manera tan ridícula! Lo peor es que no podré quitarme la imagen de la retina nunca más. ¡Maldito Sage y sus… sus cosas!
Oigo el movimiento a mis espaldas y me muevo lo más lejos que puedo de él, aunque con paso patoso y sin encontrar la salida al estar dando manotazos en el aire — ¡Tú tienes tu propia ducha! ¿Por qué tenías que…? ¡Ay! — el choque me toma por sorpresa. En mis intentos de alcanzar la puerta sin abrir un ojo, me he dado de lleno con el cuerpo húmedo de mi esclavo y mis manos tropiezan con su pecho, mientras mis párpados se abren del sopetón. Una ola de calor incómodo me invade hasta la médula y, a pesar de que es todo un embrollo, lo empujo para poder alejarme de él lo antes posible — ¡Pero si se te ve todo! — chillo con histeria, clavando mis ojos en el torso marcado por culpa de las prendas húmedas. ¿Estuvo haciendo ejercicio? ¡No, no, NO! ¡Esto es un ultraje!
Todavía estoy tratando de acomodar las ideas de mi cabeza cuando oigo el golpe en la puerta del dormitorio y la vocecita del elfo doméstico anunciando que ha traído el chocolate caliente que le pedí. La suerte de que jamás permito que se aparezcan en mi cuarto sin permiso es la que me permite pegar un gritito y cerrar el baño de un portazo por inercia cuando veo como el elfo comienza a entrar, aunque he cometido la tontería de quedarme del lado de adentro. ¡Y todo para que no me vieran en esta situación! — ¡Déjalo sobre la mesita y vete! — exclamo con las manos aún pegadas a la puerta del baño. Si el elfo vio algo, si le dice a mamá… ¡Oh, madre santa, esto es una vergüenza! Los elfos hablarán y se enterarán los empleados y todos comentarán chismes sobre que yo, Hero Niniadis, estaba en mi baño privado con un esclavo de ropas mojadas. ¡Mi virtud!
El ruido de la puerta y la repentina ausencia de pasos me indica que el elfo se ha marchado y abro la entrada del baño de un tirón, escapando con andar veloz. Por algún motivo, no miro a Sage mientras paseo por mi dormitorio, demasiado inquieta como para sentarme — Espero que tu excusa sea buena o tendré que castigarte y… ¡Oh, oh, no! — las prendas de mi uniforme se encuentran húmedas y manchadas por culpa de nuestro choque, por lo que al notarlo empiezo a sacudirlas con mis manos — ¡Sage, arréglalo! ¡No, espera, no me toques así! — mi cerebro hace un cortocircuito porque él siempre ha arreglado todo lo que se ve mal en mí, pero no quiero que me toque. En parte porque me seguiría mojando y, por otro lado, porque me da un je ne sais quoi .
Oigo el movimiento a mis espaldas y me muevo lo más lejos que puedo de él, aunque con paso patoso y sin encontrar la salida al estar dando manotazos en el aire — ¡Tú tienes tu propia ducha! ¿Por qué tenías que…? ¡Ay! — el choque me toma por sorpresa. En mis intentos de alcanzar la puerta sin abrir un ojo, me he dado de lleno con el cuerpo húmedo de mi esclavo y mis manos tropiezan con su pecho, mientras mis párpados se abren del sopetón. Una ola de calor incómodo me invade hasta la médula y, a pesar de que es todo un embrollo, lo empujo para poder alejarme de él lo antes posible — ¡Pero si se te ve todo! — chillo con histeria, clavando mis ojos en el torso marcado por culpa de las prendas húmedas. ¿Estuvo haciendo ejercicio? ¡No, no, NO! ¡Esto es un ultraje!
Todavía estoy tratando de acomodar las ideas de mi cabeza cuando oigo el golpe en la puerta del dormitorio y la vocecita del elfo doméstico anunciando que ha traído el chocolate caliente que le pedí. La suerte de que jamás permito que se aparezcan en mi cuarto sin permiso es la que me permite pegar un gritito y cerrar el baño de un portazo por inercia cuando veo como el elfo comienza a entrar, aunque he cometido la tontería de quedarme del lado de adentro. ¡Y todo para que no me vieran en esta situación! — ¡Déjalo sobre la mesita y vete! — exclamo con las manos aún pegadas a la puerta del baño. Si el elfo vio algo, si le dice a mamá… ¡Oh, madre santa, esto es una vergüenza! Los elfos hablarán y se enterarán los empleados y todos comentarán chismes sobre que yo, Hero Niniadis, estaba en mi baño privado con un esclavo de ropas mojadas. ¡Mi virtud!
El ruido de la puerta y la repentina ausencia de pasos me indica que el elfo se ha marchado y abro la entrada del baño de un tirón, escapando con andar veloz. Por algún motivo, no miro a Sage mientras paseo por mi dormitorio, demasiado inquieta como para sentarme — Espero que tu excusa sea buena o tendré que castigarte y… ¡Oh, oh, no! — las prendas de mi uniforme se encuentran húmedas y manchadas por culpa de nuestro choque, por lo que al notarlo empiezo a sacudirlas con mis manos — ¡Sage, arréglalo! ¡No, espera, no me toques así! — mi cerebro hace un cortocircuito porque él siempre ha arreglado todo lo que se ve mal en mí, pero no quiero que me toque. En parte porque me seguiría mojando y, por otro lado, porque me da un je ne sais quoi .
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¿Alguien podría matarme en estos momentos? No pedía mucho, simplemente una muerte rápida y de preferencia indolora para acabar de una vez por todas con lo ridículo de la situación. ¿Era mucho pedir? No es que estaba pidiendo tener magia, no ser un esclavo, o no sé: tener un cerebro nuevo. Lo necesitaba, eso sí porque ¿a quién en su sano juicio se le ocurre usarle el baño a su amo sin permiso previo? Todo lo que estaba pasando me lo había ganado a pulso, y solo podía lamentarme por mi propia estupidez.
Castigo, castración o muerte, cualquier cosa era mejor que estar encerrado en el baño con Hero después de que me viera total y completamente en pelotas. Nunca más me quejaría de sus chillidos habituales, no sabía que era posible que la muchacha pudiese llegar a ese registro con la voz y mucho menos esperaba que lo usase para decirme que se me transparentaba la ropa mientras que me manoseaba. En un impulso infantil termino cubriéndome con los brazos como si eso fuese a servir de algo, pero visto y considerando que probablemente no estaba llegando oxígeno a mi cerebro, casi que celebraba mi accionar. -¡Lo- lo siento, lo siento! - Me disculpo con torpeza y mirando hacia los lados de la habitación, buscando una vía de escape o una ventana abierta por la que me pudiese tirar.
Oigo un golpe en la puerta, y si antes no me llegaba la sangre a la cabeza, ahora tampoco me llega el aire a los pulmones de puro shock. Claramente si no me muero por asfixia, me muero infartado. No hay forma que el corazón me lata tan fuerte y estaba convencido de que si había alguien afuera, podría escucharlo y terminaría delátandome ante los padres de mi ama. Afortunadamente solo es un elfo doméstico, y por unos segundos puedo darme el lujo de volver a respirar.
- ¡No tengo una excusa! ¡Fue un accidente, lo juro! - Me apresuro a añadir mientras que la sigo fuera de su baño más por simple costumbre que por querer estar cerca suyo. - Fue por el postr... ¡Pero no te estoy tocando! - Oh vamos, tampoco había sido tan grave como para tener ese nivel de pánico. Si alguien la llegaba a escuchar pensarían que era un abusivo de la peor clase, o peor, que me había sobrepasado con ella hasta el punto de... no quería ni siquiera pensarlo, por dios. - Por favor, no haré nada, ni respiraré cerca tuyo si hace falta, pero por favor deja de decir esas cosas. Juro que fue todo un accidente, lo último que quisiera es que tuvieses que verme... bueno, así. - ¿Cómo calmaba el ataque de histeria de una niña? No estoy acostumbrado a Hero portándose así, generalmente se la da de sobreentendida de la vida y a veces olvido que es al menos tres años más chica que yo.
Un segundo, ¡tiene trece!. Soy un monstruo de la peor clase, es una niña por todos los cielos. Y ha tenido que verme como dios me trajo al mundo cuando probablemente todavía creía en la explicación de las flores y las abejas....
Castigo, castración o muerte, cualquier cosa era mejor que estar encerrado en el baño con Hero después de que me viera total y completamente en pelotas. Nunca más me quejaría de sus chillidos habituales, no sabía que era posible que la muchacha pudiese llegar a ese registro con la voz y mucho menos esperaba que lo usase para decirme que se me transparentaba la ropa mientras que me manoseaba. En un impulso infantil termino cubriéndome con los brazos como si eso fuese a servir de algo, pero visto y considerando que probablemente no estaba llegando oxígeno a mi cerebro, casi que celebraba mi accionar. -¡Lo- lo siento, lo siento! - Me disculpo con torpeza y mirando hacia los lados de la habitación, buscando una vía de escape o una ventana abierta por la que me pudiese tirar.
Oigo un golpe en la puerta, y si antes no me llegaba la sangre a la cabeza, ahora tampoco me llega el aire a los pulmones de puro shock. Claramente si no me muero por asfixia, me muero infartado. No hay forma que el corazón me lata tan fuerte y estaba convencido de que si había alguien afuera, podría escucharlo y terminaría delátandome ante los padres de mi ama. Afortunadamente solo es un elfo doméstico, y por unos segundos puedo darme el lujo de volver a respirar.
- ¡No tengo una excusa! ¡Fue un accidente, lo juro! - Me apresuro a añadir mientras que la sigo fuera de su baño más por simple costumbre que por querer estar cerca suyo. - Fue por el postr... ¡Pero no te estoy tocando! - Oh vamos, tampoco había sido tan grave como para tener ese nivel de pánico. Si alguien la llegaba a escuchar pensarían que era un abusivo de la peor clase, o peor, que me había sobrepasado con ella hasta el punto de... no quería ni siquiera pensarlo, por dios. - Por favor, no haré nada, ni respiraré cerca tuyo si hace falta, pero por favor deja de decir esas cosas. Juro que fue todo un accidente, lo último que quisiera es que tuvieses que verme... bueno, así. - ¿Cómo calmaba el ataque de histeria de una niña? No estoy acostumbrado a Hero portándose así, generalmente se la da de sobreentendida de la vida y a veces olvido que es al menos tres años más chica que yo.
Un segundo, ¡tiene trece!. Soy un monstruo de la peor clase, es una niña por todos los cielos. Y ha tenido que verme como dios me trajo al mundo cuando probablemente todavía creía en la explicación de las flores y las abejas....
El olor del espeso chocolate caliente se desparrama por todo el dormitorio de esa manera que por lo general me deja pacífica mientras lo disfruto. Pero en esta ocasión, mis nervios lo bloquean de manera que solo puedo escuchar las palabras atropelladas de Sage mientras se excusa y yo trato de entenderlas en mi cerebro sobrecalentado — ¡¿Qué postre?! — levantó mis dos manos a ambos lados de mi rostro para darle a entender que sé que no me ha tocado, pero que en realidad solamente quise deshacer la orden que acababa de dar — ¿Qué clase de postre puede provocar algo así?
Todavía siento el calor quemando cada centímetro de mi rostro y me encantaría saber desaparición para poder estar en cualquier lugar del mundo que fuese lejos de él. Por algo que no sé que es, me es imposible no volver a pasar mis ojos por su torso antes de voltearme con violencia — Mi madre no puede enterarse… ¡Y los empleados! ¡Si el elfo vio algo…! — me llevo una mano a las mejillas mientras camino, imaginando los peores escenarios posibles — ¡Imagina las cosas que pueden decir! ¡Seré una desgracia para mi familia! — ya se susurraban cosas sobre lo que había hecho mi hermano mayor como para también verme involucrada en una historia de esas. Mami no lo soportaría.
Me resigno a que voy a tener que hacerme cargo del problema y me meto detrás del vestidor para empezar a quitarme la ropa sucia por su culpa con toda rapidez como si estuviese contaminada. Aprovecho que he dejado un vestido colgado del biombo y me lo paso por la cabeza — Mamá suele lanzar maleficios cruciatus a aquellos que rompen las normas, pero no puedo hacerte eso — porque jamás tendría el poder ni la experiencia y creo que sería un poco demasiado. Bordeo el vestidor y lo observo, extrañamente ansiosa — ¿Te das cuenta de que no puedo dejarte pasar esto? Si el elfo dice algo, mi reputación se verá arruinada por tu estupidez. Quizá no te vio a ti, pero de saber que había alguien más...
¿Todos los chicos se ven así cuando no tienen ropa? ¡No! Hero, deja de pensar en eso. Carraspeo e intento volver a ser la de siempre, aunque el tic en mis labios y en mis dedos me delata — Quizá el látigo… o menos raciones de comida… ¡Sage! ¿Cómo se castiga a un esclavo? — y recién ahora me doy cuenta de lo permisiva que he sido. ¡Y así hemos terminado!
Todavía siento el calor quemando cada centímetro de mi rostro y me encantaría saber desaparición para poder estar en cualquier lugar del mundo que fuese lejos de él. Por algo que no sé que es, me es imposible no volver a pasar mis ojos por su torso antes de voltearme con violencia — Mi madre no puede enterarse… ¡Y los empleados! ¡Si el elfo vio algo…! — me llevo una mano a las mejillas mientras camino, imaginando los peores escenarios posibles — ¡Imagina las cosas que pueden decir! ¡Seré una desgracia para mi familia! — ya se susurraban cosas sobre lo que había hecho mi hermano mayor como para también verme involucrada en una historia de esas. Mami no lo soportaría.
Me resigno a que voy a tener que hacerme cargo del problema y me meto detrás del vestidor para empezar a quitarme la ropa sucia por su culpa con toda rapidez como si estuviese contaminada. Aprovecho que he dejado un vestido colgado del biombo y me lo paso por la cabeza — Mamá suele lanzar maleficios cruciatus a aquellos que rompen las normas, pero no puedo hacerte eso — porque jamás tendría el poder ni la experiencia y creo que sería un poco demasiado. Bordeo el vestidor y lo observo, extrañamente ansiosa — ¿Te das cuenta de que no puedo dejarte pasar esto? Si el elfo dice algo, mi reputación se verá arruinada por tu estupidez. Quizá no te vio a ti, pero de saber que había alguien más...
¿Todos los chicos se ven así cuando no tienen ropa? ¡No! Hero, deja de pensar en eso. Carraspeo e intento volver a ser la de siempre, aunque el tic en mis labios y en mis dedos me delata — Quizá el látigo… o menos raciones de comida… ¡Sage! ¿Cómo se castiga a un esclavo? — y recién ahora me doy cuenta de lo permisiva que he sido. ¡Y así hemos terminado!
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No puedo dejar de sentir que soy un corrompedor de menores de la peor clase. Es que nunca he sido tan consciente de su edad como hasta este momento y verla no ayuda. No hay un centímetro de su piel que no esté tan colorado como su pelo, y no puedo dejar de pensar en qué mierda se paso por mi mente como para terminar usándole la ducha a Hero, sabiendo que faltaban minutos para que volviese. En mi defensa, eran varios minutos, pero mi estupidez no tenía justificación. - El postre… de los chocolates…- Contesto. Y no, lo que adorna mi cara no es un puchero, que no tengo edad para eso dios. Simplemente es el abochornamiento, de verdad.
Tengo que admitir que me vuelve el alma al cuerpo cuando dice que su madre no puede enterarse, y creo que nunca estuve tan agradecido de la vanidad de Hero como en este momento. No debería haberme sorprendido de que le importara más su reputación que bueno, todo lo demás; pero, aunque el miedo constante a lo que podía llegar a pasar seguía estando, un peso había descomprimido mi pecho y pude volver a formar pensamientos casi coherentes. Claro que luego recaigo en lo realmente importante que es todo esto para ella, y no puedo evitar sentirme nuevamente como un troll de las montañas. - Nadie pensará eso de ti. Eres demasiado… pura. Y si el elfo vio y llega a decir algo, siempre puedes decir que te forcé, o te encerré en el baño, o cualquiera de esas cosas. - Suelto como si estuviese completamente dentro de mis concesiones como esclavo el opinar en una situación como esta.
Además, lo que había dicho era completamente cierto: no había forma de que en caso de que el elfo dijese algo, que era muy poco probable incluso si había visto algo, de que alguien además de Jamie Niniadis fuese a creer la historia. Ni siquiera los otros esclavos creerían cualquier tipo de situación en la que estemos involucrados de cualquier manera… ¡Ay por favor! Ni siquiera yo podía pensar en eso. - ¡Incluso hasta puedes decir que me estabas castigando! - Suelto ni bien cruza la idea por mi mente. Al menos eso hacían con los perros callejeros en el mercado, cuando alguno robaba comida o rompía algo, los mojaban con agua helada y los dejaban a la intemperie en las noches de invierno.
Cuando desaparece detrás del biombo para cambiarse, todavía sigo tenso como una tabla de planchar. No me gusta pensar que nuevamente hay alguien con menos ropa de la debida mientras estamos en la misma habitación. Lo que es absurdo porque la he visto desaparecer detrás de ese biombo infinidad de veces, pero el tema de la desnudez está todavía muy fresco y arghhhh. ¿Nadie podía retroceder en el tiempo los últimos treinta minutos? ¿O usar el encantamiento desmemorizante? - Con magia generalmente. Aunque no se use el cruciatus hay otros hechizos que sirven de igual manera. En el mercado ya de por sí nos solían dar bajas raciones de comida así que no sabría si es un castigo normal. - Respondo como si no fuese yo el esclcavo al que quiere castigar. La verdad es que tiene razón, y muy pocas veces ha sido severa de alguna forma conmigo. Me estrujo el borde de la remera, nervioso, y un par de gotitas caen lo que me hace maldecir por lo bajo. Quiero correr a buscar algo para limpiar, cualquier cosa menos seguir estando allí. Pero me es imposible sacarme las costumbres de encima, y se que no debo marcharme hasta que ella así lo requiera.
Tengo que admitir que me vuelve el alma al cuerpo cuando dice que su madre no puede enterarse, y creo que nunca estuve tan agradecido de la vanidad de Hero como en este momento. No debería haberme sorprendido de que le importara más su reputación que bueno, todo lo demás; pero, aunque el miedo constante a lo que podía llegar a pasar seguía estando, un peso había descomprimido mi pecho y pude volver a formar pensamientos casi coherentes. Claro que luego recaigo en lo realmente importante que es todo esto para ella, y no puedo evitar sentirme nuevamente como un troll de las montañas. - Nadie pensará eso de ti. Eres demasiado… pura. Y si el elfo vio y llega a decir algo, siempre puedes decir que te forcé, o te encerré en el baño, o cualquiera de esas cosas. - Suelto como si estuviese completamente dentro de mis concesiones como esclavo el opinar en una situación como esta.
Además, lo que había dicho era completamente cierto: no había forma de que en caso de que el elfo dijese algo, que era muy poco probable incluso si había visto algo, de que alguien además de Jamie Niniadis fuese a creer la historia. Ni siquiera los otros esclavos creerían cualquier tipo de situación en la que estemos involucrados de cualquier manera… ¡Ay por favor! Ni siquiera yo podía pensar en eso. - ¡Incluso hasta puedes decir que me estabas castigando! - Suelto ni bien cruza la idea por mi mente. Al menos eso hacían con los perros callejeros en el mercado, cuando alguno robaba comida o rompía algo, los mojaban con agua helada y los dejaban a la intemperie en las noches de invierno.
Cuando desaparece detrás del biombo para cambiarse, todavía sigo tenso como una tabla de planchar. No me gusta pensar que nuevamente hay alguien con menos ropa de la debida mientras estamos en la misma habitación. Lo que es absurdo porque la he visto desaparecer detrás de ese biombo infinidad de veces, pero el tema de la desnudez está todavía muy fresco y arghhhh. ¿Nadie podía retroceder en el tiempo los últimos treinta minutos? ¿O usar el encantamiento desmemorizante? - Con magia generalmente. Aunque no se use el cruciatus hay otros hechizos que sirven de igual manera. En el mercado ya de por sí nos solían dar bajas raciones de comida así que no sabría si es un castigo normal. - Respondo como si no fuese yo el esclcavo al que quiere castigar. La verdad es que tiene razón, y muy pocas veces ha sido severa de alguna forma conmigo. Me estrujo el borde de la remera, nervioso, y un par de gotitas caen lo que me hace maldecir por lo bajo. Quiero correr a buscar algo para limpiar, cualquier cosa menos seguir estando allí. Pero me es imposible sacarme las costumbres de encima, y se que no debo marcharme hasta que ella así lo requiera.
¿Qué postre de chocolates? ¿Ha desperdiciado chocolate echándolo por el suelo y por su cuerpo? No, no más imágenes tan gráficas, por favor. ¿Está haciendo puchero? Porque parece un cachorrito desamparado. ¿Eso es tierno? Sage no es tierno... ¡Es Sage! — ¿Y por qué me encerrarías en el baño? ¿Te das cuenta de lo malo que sería para ti que yo dijera eso? — por un momento lo miro como si fuese un tonto por no ver lo obvio, pero después me pregunto por qué me estoy preocupando de cómo podrían afectarlo a él mis excusas. ¡Se merece un castigo, por todas las barbas de todos los magos! ¿Y quién castigaría a alguien con un baño? Tratándose de un esclavo, un baño sería un privilegio, considerando lo mal que pueden llegar a oler cuando trabajan muchas horas.
Me estoy acomodando la falda mientras lo oigo hablar, alejándome del biombo y acomodando las cosas de mi escritorio por el mero hecho de hacer algo que no sea mirarlo a él. Lo que sí, le echo un vistazo por el reflejo del espejo, ese que usualmente uso para maquillarme y peinarme, viendo como se escurre la ropa. Le diría que se quite eso, si no fuese porque no tengo intenciones de verlo nuevamente como llegó al mundo — No me gusta eso de torturar. No se ve demasiado delicado — Y no sé magia tan avanzada como para hacerlo, pero eso no tiene que saberlo. Acomodo un último esmalte y me giro, poniendo uno de mis cabellos detrás de la oreja, por muy corto que sea — Pasarás el resto del semestre con trabajo doble en las cocinas y tendrás que coordinarlo con mis demandas — muy diplomático, sí señor — Lo que, asumo, reducirá tus horarios de sueño. Y ya no te daré los postres que me sobren hasta nuevo aviso — o hasta que me aburra, dicho de otra manera.
Quizá muchos dirían que fue un castigo digno de una niña, pero por favor, nadie puede decir que estoy mal. Me cruzo de brazos sobre el pecho y lo miro con el rostro algo fruncido, agradecida de que parece que mi piel ha vuelto a la normalidad a pesar de que mi expresión indica algo que no logro identificar — ¿Vas a agradecerme por mi generosidad o tengo que aumentar el castigo? — y creo que mamá se sentiría orgullosa, porque estoy segura de que he sonado justamente como ella.
Me separo del escritorio y doy algunos pasos en su dirección, pero sigo manteniendo una distancia considerable sin siquiera cambiar la postura. Al final, no puedo contenerme — ¿En qué estabas pensando? ¡Eres un cochino! — y así, sin más, se me escapa una risa nerviosa y casi histérica que trato de contener mordiéndome los labios para no delatar el estrés.
Me estoy acomodando la falda mientras lo oigo hablar, alejándome del biombo y acomodando las cosas de mi escritorio por el mero hecho de hacer algo que no sea mirarlo a él. Lo que sí, le echo un vistazo por el reflejo del espejo, ese que usualmente uso para maquillarme y peinarme, viendo como se escurre la ropa. Le diría que se quite eso, si no fuese porque no tengo intenciones de verlo nuevamente como llegó al mundo — No me gusta eso de torturar. No se ve demasiado delicado — Y no sé magia tan avanzada como para hacerlo, pero eso no tiene que saberlo. Acomodo un último esmalte y me giro, poniendo uno de mis cabellos detrás de la oreja, por muy corto que sea — Pasarás el resto del semestre con trabajo doble en las cocinas y tendrás que coordinarlo con mis demandas — muy diplomático, sí señor — Lo que, asumo, reducirá tus horarios de sueño. Y ya no te daré los postres que me sobren hasta nuevo aviso — o hasta que me aburra, dicho de otra manera.
Quizá muchos dirían que fue un castigo digno de una niña, pero por favor, nadie puede decir que estoy mal. Me cruzo de brazos sobre el pecho y lo miro con el rostro algo fruncido, agradecida de que parece que mi piel ha vuelto a la normalidad a pesar de que mi expresión indica algo que no logro identificar — ¿Vas a agradecerme por mi generosidad o tengo que aumentar el castigo? — y creo que mamá se sentiría orgullosa, porque estoy segura de que he sonado justamente como ella.
Me separo del escritorio y doy algunos pasos en su dirección, pero sigo manteniendo una distancia considerable sin siquiera cambiar la postura. Al final, no puedo contenerme — ¿En qué estabas pensando? ¡Eres un cochino! — y así, sin más, se me escapa una risa nerviosa y casi histérica que trato de contener mordiéndome los labios para no delatar el estrés.
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No puedo evitar rodar los ojos ante la pregunta de la pelirroja ya que sí, era consciente de lo que podía significar para mí el inculparme de algo así; pero en el mercado no nos enseñaban precisamente lo que era tener instinto de supervivencia y no sabía como explicarle a Hero de manera no cínica que mi vida era tan desechable como la de un pañuelito de papel. No es que quisiera morir precisamente, todo lo contrario, pero fueron años de lecciones y castigos que me dejaron el mensaje más que claro: los esclavos éramos un objeto sin poder de decisión alguna. ¿Triste? Era más fácil aprender a vivir con ello que tratar de cambiar la situación. Ya sabía lo que pasaba a aquellos que querían creerse más de lo que podían aspirar a ser jamás.
Luego me recuerdo que estoy hablando con Hero, y tengo que hacer malabares con mi respiración para que no se me escape la risa ante su comentario de torturas “delicadas”. Si los rumores en las cocinas acerca de su madre y su carácter eran ciertos (y ciertamente los creía), todavía no podía entender como la muchacha era hija de Jamie Niniadis. No había tenido el placer de encontrarme a la ministra más que en situaciones de gala, y esperaba jamás tener que encontrarme con ella y sus posibles castigos si lo único que opinaba Hero era en doblar mi trabajo.
- Yo… lo siento. De verdad agradezco tu generosidad y sé que no hace falta que lo diga, pero no planeo fallar. - Es lo que sale de mi boca mientras por dentro una especie de mantra resuena en mi cabeza al ritmo de “no la mates, no la mates, no la mates”. De verdad que el castigo es prácticamente nulo, pero no había falta volver a ser la niña insoportablemente egocéntrica de siempre… ¿A quién quería engañar? ¡Era Hero!
Y tres segundos después vuelve a desconcertarme. Me quedo mirándola como un idiota tratando de comprender que he hecho, cuando comprendo por su risa que ¿está bromeando? ¿conmigo? ¿En qué clase de universo paralelo acabo de entrar? – Estaba pensando en que debía ordenar esto antes de retirarme… - Me detengo un momento para que la frase suene convincente, y luego decido que ya nada puede empeorar más de lo que ya estaba. - ¿En qué estabas pensando tú? - Consulto tratando de sonar lo más inocente (y algo sugestivo) que puedo.
Luego me recuerdo que estoy hablando con Hero, y tengo que hacer malabares con mi respiración para que no se me escape la risa ante su comentario de torturas “delicadas”. Si los rumores en las cocinas acerca de su madre y su carácter eran ciertos (y ciertamente los creía), todavía no podía entender como la muchacha era hija de Jamie Niniadis. No había tenido el placer de encontrarme a la ministra más que en situaciones de gala, y esperaba jamás tener que encontrarme con ella y sus posibles castigos si lo único que opinaba Hero era en doblar mi trabajo.
- Yo… lo siento. De verdad agradezco tu generosidad y sé que no hace falta que lo diga, pero no planeo fallar. - Es lo que sale de mi boca mientras por dentro una especie de mantra resuena en mi cabeza al ritmo de “no la mates, no la mates, no la mates”. De verdad que el castigo es prácticamente nulo, pero no había falta volver a ser la niña insoportablemente egocéntrica de siempre… ¿A quién quería engañar? ¡Era Hero!
Y tres segundos después vuelve a desconcertarme. Me quedo mirándola como un idiota tratando de comprender que he hecho, cuando comprendo por su risa que ¿está bromeando? ¿conmigo? ¿En qué clase de universo paralelo acabo de entrar? – Estaba pensando en que debía ordenar esto antes de retirarme… - Me detengo un momento para que la frase suene convincente, y luego decido que ya nada puede empeorar más de lo que ya estaba. - ¿En qué estabas pensando tú? - Consulto tratando de sonar lo más inocente (y algo sugestivo) que puedo.
— Sé que no lo harás. Si lo haces, no tendré más opción que decirle a mi madre — lanzo un suspiro dramático, como quien acepta un cruel destino a pesar de que desearía que fuese todo lo contrario. Todo el mundo sabe que mi mamá es una persona inteligente y respetable al punto de que muchos aquí le tienen miedo, pero yo simplemente admiro el modo en el cual maneja las cosas. Ha conseguido pasar de ser una persona que no tenía nada a tenerlo todo por seguir a sus creencias, luchando por un mundo mucho más justo para las personas que tanto habían sufrido. Sí, nos enseñaban historia en la escuela, pero yo tenía la mejor versión de todas: la que venía en primera persona.
De todas maneras, yo sé muy bien que Sage no va a fallarme. Ha demostrado en todos estos años que es una persona muy eficiente y el mejor esclavo que pudiese pedir, a pesar de hacer estupideces como la de hoy… lo cual es algo muy extraño, la verdad. ¿Qué se le había metido en la cabeza? Voy a empezar a cerrar el baño con magia, aunque quizá eso complique su tarea de limpiarlo y no puedo tener justamente ese cuarto mugroso. Ya encontraré el modo de solucionarlo.
No entiendo lo que me contesta así que estoy segura de que mi cara es de una confusión total — No, Sage, no quise decir… — en realidad había querido preguntar que qué estaba pensando para meterse en mi ducha, pero su pregunta descarada me toma tan de sorpresa que parpadeo y mi mente se pone en blanco porque no estoy segura de qué tengo que decir. Los esclavos no acostumbran a hacer preguntas de esta índole: una segunda falla en su día que se me borra porque mi lengua habla por sí sola — En… ejercicio — ¿Qué? ¿Por qué? ¿Y por qué usó ese tonito?
El calor que siento subiendo por mi cara es tan bochornoso que hace que todavía me ponga más roja, hasta que noto una extraña picazón en la punta de mis dedos y froto uno de mis pies contra la parte trasera del contrario. Es una incomodidad extraña. Una que no he sentido desde esa vez en la que hice un berrinche ridículo hace años cuando quise un vestido extremadamente bonito y Patrick me miró como si fuese una bebé, algo que aprendí que debería corregir para gustarle. Y solo me doy cuenta de que he dejado de respirar cuando abro la boca para hablar con una enorme bocanada de aire — Esquetengoquepracticargimnasia— todo sale tan atropellado que creo que la mentira puede ser obvia, pero como es un esclavo no va a darse cuenta. Necesito agua. O un helado — Tengo mucha tarea de muchas materias, ya sabes… ¡Así que quítate esa ropa y ponte a limpia! Quiero decir… ¡Cámbiate esa ropa! — le doy la espalda como un terremoto y me alejo en dirección a mi mochila, llevándome una mano a la frente. ¿Qué rayos fue eso? Aprovecho la ruta a la cama para agarrar el chocolate caliente y beberlo de un tirón con una efusividad digna de uno de esos señores de la televisión que toman mucho alcohol, apoyo la taza vacía sobre la mesita con un suspiro y me relamo, buscando ansiosamente las cosas dentro de mi bolso. Necesito un baño de infusión con urgencia.
De todas maneras, yo sé muy bien que Sage no va a fallarme. Ha demostrado en todos estos años que es una persona muy eficiente y el mejor esclavo que pudiese pedir, a pesar de hacer estupideces como la de hoy… lo cual es algo muy extraño, la verdad. ¿Qué se le había metido en la cabeza? Voy a empezar a cerrar el baño con magia, aunque quizá eso complique su tarea de limpiarlo y no puedo tener justamente ese cuarto mugroso. Ya encontraré el modo de solucionarlo.
No entiendo lo que me contesta así que estoy segura de que mi cara es de una confusión total — No, Sage, no quise decir… — en realidad había querido preguntar que qué estaba pensando para meterse en mi ducha, pero su pregunta descarada me toma tan de sorpresa que parpadeo y mi mente se pone en blanco porque no estoy segura de qué tengo que decir. Los esclavos no acostumbran a hacer preguntas de esta índole: una segunda falla en su día que se me borra porque mi lengua habla por sí sola — En… ejercicio — ¿Qué? ¿Por qué? ¿Y por qué usó ese tonito?
El calor que siento subiendo por mi cara es tan bochornoso que hace que todavía me ponga más roja, hasta que noto una extraña picazón en la punta de mis dedos y froto uno de mis pies contra la parte trasera del contrario. Es una incomodidad extraña. Una que no he sentido desde esa vez en la que hice un berrinche ridículo hace años cuando quise un vestido extremadamente bonito y Patrick me miró como si fuese una bebé, algo que aprendí que debería corregir para gustarle. Y solo me doy cuenta de que he dejado de respirar cuando abro la boca para hablar con una enorme bocanada de aire — Esquetengoquepracticargimnasia— todo sale tan atropellado que creo que la mentira puede ser obvia, pero como es un esclavo no va a darse cuenta. Necesito agua. O un helado — Tengo mucha tarea de muchas materias, ya sabes… ¡Así que quítate esa ropa y ponte a limpia! Quiero decir… ¡Cámbiate esa ropa! — le doy la espalda como un terremoto y me alejo en dirección a mi mochila, llevándome una mano a la frente. ¿Qué rayos fue eso? Aprovecho la ruta a la cama para agarrar el chocolate caliente y beberlo de un tirón con una efusividad digna de uno de esos señores de la televisión que toman mucho alcohol, apoyo la taza vacía sobre la mesita con un suspiro y me relamo, buscando ansiosamente las cosas dentro de mi bolso. Necesito un baño de infusión con urgencia.
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Cuando nombra a su madre dudo por unos segundos el que Hero tenga esa extraña habilidad de los magos con la que pueden leer los pensamientos ajenos. Luego recuerdo que además de que es una niña pequeña, es imposible que tenga la habilidad solo por el hecho de que, si me ha leído la mente en cualquier situación o momento del día, probablemente hubiese dejado de ser su esclavo meses después de haber empezado a su servicio.
Luego vuelve a ponerse más roja que un tomate recién cosechado, y no entiendo nada. No, en serio. No entiendo. Primero dice algo acerca de un ¿ejercicio? Y luego balbucea tan rápidamente que a duras penas y puedo distinguir la palabra gimnasio de toda esa oración. ¿Quiere hacer gimnasia ahora? No me sorprendería si no fuese porque el horario de Hero estaba perfectamente diagramado desde el inicio al fin dentro de su pequeña cabecita, y si hubiese querido ir al gimnasio probablemente se pondría su conjunto deportivo completamente a juego con sus zapatillas y no un vestido.
¿Pero qué demonios le está pasando? ¿Qué me quite la ropa? Dirijo rápidamente la mirada a mis prendas, luego de nuevo hacia la muchacha que ahora me da la espalda mientras parece que quiere ahogarse en el chocolate, luego de nuevo a mis prendas… ¡Ahhhhh! No… ¿Podía ser…? No, era absurdo. Imposible. RIDÍCULO. Y sin embargo… La oportunidad era muy grande para dejarla pasar, y antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo, me acerco adrede tan silenciosamente como puedo y me aseguro de respirar solo cuando estoy detrás de ella.
- Llevaré esto a las cocinas y regresaré en seguida para limpiar este desastre. - Declaro tratando de sonar tímido y arrepentido. - De verdad siento todo esto y… gracias, de verdad. - Susurro mientras me estiro para tomar el vaso abandonado. Seré la peor clase de escoria del planeta, pero si podía salvarme de algo a costa de poner nerviosa a mi ama, pues que me demanden o me castiguen si se enteran, pero planeaba hacer uso de la situación si así lo requería.
Luego vuelve a ponerse más roja que un tomate recién cosechado, y no entiendo nada. No, en serio. No entiendo. Primero dice algo acerca de un ¿ejercicio? Y luego balbucea tan rápidamente que a duras penas y puedo distinguir la palabra gimnasio de toda esa oración. ¿Quiere hacer gimnasia ahora? No me sorprendería si no fuese porque el horario de Hero estaba perfectamente diagramado desde el inicio al fin dentro de su pequeña cabecita, y si hubiese querido ir al gimnasio probablemente se pondría su conjunto deportivo completamente a juego con sus zapatillas y no un vestido.
¿Pero qué demonios le está pasando? ¿Qué me quite la ropa? Dirijo rápidamente la mirada a mis prendas, luego de nuevo hacia la muchacha que ahora me da la espalda mientras parece que quiere ahogarse en el chocolate, luego de nuevo a mis prendas… ¡Ahhhhh! No… ¿Podía ser…? No, era absurdo. Imposible. RIDÍCULO. Y sin embargo… La oportunidad era muy grande para dejarla pasar, y antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo, me acerco adrede tan silenciosamente como puedo y me aseguro de respirar solo cuando estoy detrás de ella.
- Llevaré esto a las cocinas y regresaré en seguida para limpiar este desastre. - Declaro tratando de sonar tímido y arrepentido. - De verdad siento todo esto y… gracias, de verdad. - Susurro mientras me estiro para tomar el vaso abandonado. Seré la peor clase de escoria del planeta, pero si podía salvarme de algo a costa de poner nerviosa a mi ama, pues que me demanden o me castiguen si se enteran, pero planeaba hacer uso de la situación si así lo requería.
No sé qué es lo que me está pasando, pero por primera vez tengo ganas de irme de la habitación y no de… ¡Momento! Es él quien debería irse. ¡Este es mi cuarto! Pero sé que le he ordenado que limpie porque, duh, es el desastre que él ha ocasionado y lógicamente tiene que arreglarlo porque para algo está en esta casa. De todos modos, sé que debería agarrar algunas cosas e irme a estudiar a cualquier otro lado. La biblioteca es una buena opción, porque está en el otro extremo de la casa y estaré lo suficientemente lejos como para no hacerme ningún problema. Sí, esa es la salida ideal.
Estoy apilando los libros que saco de mi mochila sobre la cama, cuando el aliento de Sage se siente demasiado cerca como para hacerme cosquillas en la oreja y me provoca un respingo que intento disimular para mantener la compostura. No lo consigo del todo, porque aquel saltito hizo que empujase uno de mis libros y que cayese torpemente sobre el resto. Esto no es justo. Es peor que la vez que Katerina Katolis me ganó como representante estudiantil por un solo voto y enterarme luego que fue culpa de el tonto e inepto de Billy Anderson. La vida puede ser cruel con las personas perfectas como yo, seguramente por envidia del mismo destino.
Rejunto lo que necesito y pego los libros contra mi pecho, me volteo estrepitosamente y mi cuerpo se echa hacia atrás como acto reflejo al tropezar brevemente contra él. Instintivamente me abrazo a mis libros, torciendo el gesto en un involuntario puchero ante una situación que se me escapa de las manos y que no sé controlar por primera vez en mi vida. La sensación no me gusta en lo absoluto. ¿Así es como se siente la gente que no tiene la oportunidad de dar órdenes? — ¡No te acerques tanto! — sé que mi voz suena un tono más agudo de lo normal, pero quizá de esa manera se le graba la idea en la cabeza — Eres un esclavo, Sage. Que no sea tan severa para castigarte no significa que no debes olvidar tu lugar.
Y así sin más, salgo disparada hacia la puerta del dormitorio, la abro de un tirón y la cierro detrás de mí con un portazo que retumba por todo el pasillo y que ruego que nadie le haya prestado atención. Tengo que apoyarme en la entrada de todos modos, con el corazón latiéndome a mil por hora y un extraño retorcijón en el estómago. ¿Qué fue todo eso? De inmediato decido que no quiero saber la respuesta y empiezo a caminar a toda velocidad, rogando estar lejos para cuando él se marche hacia la cocina. Y las siguientes horas, mientras mi nariz se hunde en los deberes en los cuales no me consigo concentrar, no puedo dejar de pensar que el pelo mojado le quedaba ridículamente atracti… digamos que pasable.
Estoy apilando los libros que saco de mi mochila sobre la cama, cuando el aliento de Sage se siente demasiado cerca como para hacerme cosquillas en la oreja y me provoca un respingo que intento disimular para mantener la compostura. No lo consigo del todo, porque aquel saltito hizo que empujase uno de mis libros y que cayese torpemente sobre el resto. Esto no es justo. Es peor que la vez que Katerina Katolis me ganó como representante estudiantil por un solo voto y enterarme luego que fue culpa de el tonto e inepto de Billy Anderson. La vida puede ser cruel con las personas perfectas como yo, seguramente por envidia del mismo destino.
Rejunto lo que necesito y pego los libros contra mi pecho, me volteo estrepitosamente y mi cuerpo se echa hacia atrás como acto reflejo al tropezar brevemente contra él. Instintivamente me abrazo a mis libros, torciendo el gesto en un involuntario puchero ante una situación que se me escapa de las manos y que no sé controlar por primera vez en mi vida. La sensación no me gusta en lo absoluto. ¿Así es como se siente la gente que no tiene la oportunidad de dar órdenes? — ¡No te acerques tanto! — sé que mi voz suena un tono más agudo de lo normal, pero quizá de esa manera se le graba la idea en la cabeza — Eres un esclavo, Sage. Que no sea tan severa para castigarte no significa que no debes olvidar tu lugar.
Y así sin más, salgo disparada hacia la puerta del dormitorio, la abro de un tirón y la cierro detrás de mí con un portazo que retumba por todo el pasillo y que ruego que nadie le haya prestado atención. Tengo que apoyarme en la entrada de todos modos, con el corazón latiéndome a mil por hora y un extraño retorcijón en el estómago. ¿Qué fue todo eso? De inmediato decido que no quiero saber la respuesta y empiezo a caminar a toda velocidad, rogando estar lejos para cuando él se marche hacia la cocina. Y las siguientes horas, mientras mi nariz se hunde en los deberes en los cuales no me consigo concentrar, no puedo dejar de pensar que el pelo mojado le quedaba ridículamente atracti… digamos que pasable.
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