OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Estoy seguro de que mi gruñido se escuchó en todo el distrito.
Fueron semanas extrañas, donde muchos no hablan de lo que ha pasado y las noticias se mantienen de puertas para adentro entre las personas con cargos superiores. Yo tengo mis propios problemas, como la última luna llena que me dejó lo suficientemente malhumorado como para decidir pasar la mañana siguiente limpiando y manteniendo mi moto en un intento de desconectar cualquier idea. Quizá fue el estado poco lúcido que me cargo, o quizá es que todavía quedan algunos fragmentos de la noche que me mantienen fuera de mis facultades diarias. Sea como sea, acabó por hacerme un tajo accidentalmente con una de las herramientas en la mano, lo cual me hace quejarme, gruñir, patear la moto y seguir insultando. De seguro Seth se moriría de risa si me viera. Papá me diría que soy un quejoso. Me da igual.
Jamás me ha gustado la sangre, pero me he acostumbrado hace mucho tiempo a ella. Intento limpiarme ante la vista de una desinteresada Gigi, pero mi cabaña no es el lugar más cómodo para conseguir agua limpia y no la he cargado. Con la mano pegada al pecho y manchando la remera, rebusco hasta encontrar mi pequeño botiquín, agarro la botellita de agua oxigenada, la abro con los dientes y… nada. Vacía. ¿Cómo no asumí que, habiendo tenido gente viviendo conmigo hace algunas semanas, ya todo se habría acabado?
Lo pienso un momento y decido lo peor que se me puede ocurrir: tragarme el orgullo e ir en busca de ayuda. Para no ir dejando una hilera de sangre ahí por donde vaya, arranco un trozo de remera vieja (considerando que es una de las más limpias que tengo) y la enrosco alrededor de la herida. Seguro Alice me pegará algún que otro grito, pero puedo vivir con eso — Nos veremos luego, nena — le digo a Gigi, que me responde con un suave sonido — Tengo que chequear esto. Lo último que necesito es que se me infecte — como para terminar de tachar el cartón de la buena suerte.
Lo bueno de vivir en el catorce son las distancias. Todo ha vuelto a la normalidad, al menos en la parte visual. Las casas tienen a sus propios inquilinos y ya nadie vive conmigo en un cuarto minúsculo, por lo que me cruzo con más personas en el camino que antes. Diviso rápidamente la casita de Alice y me es imposible no recordar la primera noche en la cual toqué su puerta, aunque en un estado mucho más deplorable que ahora. O quizá no. Al menos mi humor era otro. Como sea.
— ¿Al? — llamo con suavidad al tocar la puerta, que se abre con facilidad al no estar trabada. Primero asomo la cabeza, luego todo el cuerpo, y cierro detrás de mí con un rápido vistazo a la sala. Parece que no hay nadie, pero pronto oigo algunos pasos y la veo aparecer en la habitación. Antes de que pueda decir algo ante mi penosa imagen, levanto una mano que ya indica una excusa — No necesito un sermón. Solo agua oxigenada y creí que tendrías — y porque creo que es una herida profunda, pero jamás voy a decirle eso, menos hoy.
Fueron semanas extrañas, donde muchos no hablan de lo que ha pasado y las noticias se mantienen de puertas para adentro entre las personas con cargos superiores. Yo tengo mis propios problemas, como la última luna llena que me dejó lo suficientemente malhumorado como para decidir pasar la mañana siguiente limpiando y manteniendo mi moto en un intento de desconectar cualquier idea. Quizá fue el estado poco lúcido que me cargo, o quizá es que todavía quedan algunos fragmentos de la noche que me mantienen fuera de mis facultades diarias. Sea como sea, acabó por hacerme un tajo accidentalmente con una de las herramientas en la mano, lo cual me hace quejarme, gruñir, patear la moto y seguir insultando. De seguro Seth se moriría de risa si me viera. Papá me diría que soy un quejoso. Me da igual.
Jamás me ha gustado la sangre, pero me he acostumbrado hace mucho tiempo a ella. Intento limpiarme ante la vista de una desinteresada Gigi, pero mi cabaña no es el lugar más cómodo para conseguir agua limpia y no la he cargado. Con la mano pegada al pecho y manchando la remera, rebusco hasta encontrar mi pequeño botiquín, agarro la botellita de agua oxigenada, la abro con los dientes y… nada. Vacía. ¿Cómo no asumí que, habiendo tenido gente viviendo conmigo hace algunas semanas, ya todo se habría acabado?
Lo pienso un momento y decido lo peor que se me puede ocurrir: tragarme el orgullo e ir en busca de ayuda. Para no ir dejando una hilera de sangre ahí por donde vaya, arranco un trozo de remera vieja (considerando que es una de las más limpias que tengo) y la enrosco alrededor de la herida. Seguro Alice me pegará algún que otro grito, pero puedo vivir con eso — Nos veremos luego, nena — le digo a Gigi, que me responde con un suave sonido — Tengo que chequear esto. Lo último que necesito es que se me infecte — como para terminar de tachar el cartón de la buena suerte.
Lo bueno de vivir en el catorce son las distancias. Todo ha vuelto a la normalidad, al menos en la parte visual. Las casas tienen a sus propios inquilinos y ya nadie vive conmigo en un cuarto minúsculo, por lo que me cruzo con más personas en el camino que antes. Diviso rápidamente la casita de Alice y me es imposible no recordar la primera noche en la cual toqué su puerta, aunque en un estado mucho más deplorable que ahora. O quizá no. Al menos mi humor era otro. Como sea.
— ¿Al? — llamo con suavidad al tocar la puerta, que se abre con facilidad al no estar trabada. Primero asomo la cabeza, luego todo el cuerpo, y cierro detrás de mí con un rápido vistazo a la sala. Parece que no hay nadie, pero pronto oigo algunos pasos y la veo aparecer en la habitación. Antes de que pueda decir algo ante mi penosa imagen, levanto una mano que ya indica una excusa — No necesito un sermón. Solo agua oxigenada y creí que tendrías — y porque creo que es una herida profunda, pero jamás voy a decirle eso, menos hoy.
No se puede decir que hayan sido unas semanas tranquilas desde que volvimos de nuestra expedición a las afueras del distrito, lo que pretendía ser una pequeña excursión sin peligro alguno terminó siendo un baño de sangre con ninguna baja por nuestra parte, aunque no se pueda decir lo mismo del grupo de aurores con el que nos topamos aquella tarde. Desde entonces nadie ha vuelto a hablar de ello, o por lo menos, no fuera de las paredes donde se reunió el Consejo para determinar qué es lo que debíamos esperar después de aquel ataque. En cierto modo lo agradezco, aunque eso no evita que a mi mente lleguen imágenes nítidas de esa misma tarde y recuerdos tan vívidos que en ocasiones se siente como si todavía estuviéramos allí.
Lo mejor que he podido hacer desde que volvimos es mantener la cabeza distraída, a lo que Bev no ha podido ayudar más. En su afán de convertirse en médica, medimaga, sanadora o qué se yo, todo depende del día en el que le preguntes, hemos podido ocupar casi todo su tiempo libre, y por ende el mío, en recopilar libros acerca de la anatomía humana, y esos incluyen los que se quemaron en el incendio hace ya unos meses. Con su ayuda, me paso las tardes reescribiendo páginas que no se pudieron salvar, apilando láminas de interés para mi nueva ayudante de medicina y corrigiendo detalles que con el tiempo se han ido perdiendo.
Cuando los libros dejan de ser un entretenimiento y empiezan a ser un verdadero tostón, Murph aparece de vez en cuando para contarme como le ha ido el día, o normalmente para intentar convencerme de que meter a otro conejo y dos pájaros heridos en casa es una buena idea ahora que tenemos la casa para nosotras solas. O casi. Derian cuenta, pero a él le dan igual cuantos bichos meta en casa. Como hace poco que me dio un susto de muerte cuando por poco no se desmorona a pocos pasos de la casa, estoy en una fase de madre permisiva que deja que su hija haga lo que quiera siempre y cuando sus amigos silvestres no destrocen la casa.
El tema de la salud frágil de Murphy siempre me ha tenido preocupada, pero aún más desde aquella tarde en la que era incapaz de respirar con normalidad o, si quiera, de moverse. Y quizás sea esa la razón por la que haya dedicado tanto tiempo en las últimas semanas a rebuscar información que haya podido pasar por alto. Muy en el fondo sé que hay algo que no encaja, pero otra parte de mí también tiene miedo de encontrar lo que falla, o, por el contrario, no hacerlo nunca.
Estoy haciéndome una taza de té en la cocina en medio de la tranquilidad en que se ha convertido la mañana, apoyando los codos sobre la encimera y plantando los ojos a través de la ventana mientras le doy un pequeño sorbo al líquido. Es en ese momento en el que me doy cuenta de lo mucho que hacía que no me dedicaba a no hacer nada. Aunque rápidamente ese pensamiento se disipa cuando escucho una voz en la entrada y poco más tarde, la puerta cerrarse. La cabellera rojiza de Ben hace que levante las cejas sorprendida por su visita después de los días malhumorados que ha tenido tras la luna llena. - ¿También creías que sería buena idea andar por ahí con un trapo sucio alrededor? - Le reprocho cuando veo que ni siquiera se ha tomado la molestia de recubrir lo que imagino que es una herida con un paño limpio.
Ruedo los ojos tras soltar un suspiro de exasperación, agarrándole del brazo y tirando de él hasta la cocina. - Ya que has venido hasta aquí por lo menos deja que te lo vea antes de que las bacterias acaben con tu terquedad. - Le chisto mientras con un movimiento de ojos le indico que se siente en la silla. Aparto con cuidado el harapo con el que ha tenido la indecencia de cubrirse la herida. - Oh, lo siento, pero vamos a tener que amputarle la mano. - Murmuro en el tono más serio posible, segundos antes de volver a rodar las ojos y mostrar una pequeña sonrisa ladeada.
Me acerco a los cajones para sacar unas gasas, esparadrapo y desinfectante, además de unas tijeras. Me lavo las manos con un poco de agua y jabón antes de sentarme a su lado y verte el antiséptico sobre un trozo de gasa para limpiar la herida, apenas levantando la mirada de su mano. - Sabía que querías hacerme una visita, pero tanto como para tener que hacerte esto para conseguirlo, me parece un poco exagerado. - Bromeo levantando la cabeza un segundo hacia él.
Lo mejor que he podido hacer desde que volvimos es mantener la cabeza distraída, a lo que Bev no ha podido ayudar más. En su afán de convertirse en médica, medimaga, sanadora o qué se yo, todo depende del día en el que le preguntes, hemos podido ocupar casi todo su tiempo libre, y por ende el mío, en recopilar libros acerca de la anatomía humana, y esos incluyen los que se quemaron en el incendio hace ya unos meses. Con su ayuda, me paso las tardes reescribiendo páginas que no se pudieron salvar, apilando láminas de interés para mi nueva ayudante de medicina y corrigiendo detalles que con el tiempo se han ido perdiendo.
Cuando los libros dejan de ser un entretenimiento y empiezan a ser un verdadero tostón, Murph aparece de vez en cuando para contarme como le ha ido el día, o normalmente para intentar convencerme de que meter a otro conejo y dos pájaros heridos en casa es una buena idea ahora que tenemos la casa para nosotras solas. O casi. Derian cuenta, pero a él le dan igual cuantos bichos meta en casa. Como hace poco que me dio un susto de muerte cuando por poco no se desmorona a pocos pasos de la casa, estoy en una fase de madre permisiva que deja que su hija haga lo que quiera siempre y cuando sus amigos silvestres no destrocen la casa.
El tema de la salud frágil de Murphy siempre me ha tenido preocupada, pero aún más desde aquella tarde en la que era incapaz de respirar con normalidad o, si quiera, de moverse. Y quizás sea esa la razón por la que haya dedicado tanto tiempo en las últimas semanas a rebuscar información que haya podido pasar por alto. Muy en el fondo sé que hay algo que no encaja, pero otra parte de mí también tiene miedo de encontrar lo que falla, o, por el contrario, no hacerlo nunca.
Estoy haciéndome una taza de té en la cocina en medio de la tranquilidad en que se ha convertido la mañana, apoyando los codos sobre la encimera y plantando los ojos a través de la ventana mientras le doy un pequeño sorbo al líquido. Es en ese momento en el que me doy cuenta de lo mucho que hacía que no me dedicaba a no hacer nada. Aunque rápidamente ese pensamiento se disipa cuando escucho una voz en la entrada y poco más tarde, la puerta cerrarse. La cabellera rojiza de Ben hace que levante las cejas sorprendida por su visita después de los días malhumorados que ha tenido tras la luna llena. - ¿También creías que sería buena idea andar por ahí con un trapo sucio alrededor? - Le reprocho cuando veo que ni siquiera se ha tomado la molestia de recubrir lo que imagino que es una herida con un paño limpio.
Ruedo los ojos tras soltar un suspiro de exasperación, agarrándole del brazo y tirando de él hasta la cocina. - Ya que has venido hasta aquí por lo menos deja que te lo vea antes de que las bacterias acaben con tu terquedad. - Le chisto mientras con un movimiento de ojos le indico que se siente en la silla. Aparto con cuidado el harapo con el que ha tenido la indecencia de cubrirse la herida. - Oh, lo siento, pero vamos a tener que amputarle la mano. - Murmuro en el tono más serio posible, segundos antes de volver a rodar las ojos y mostrar una pequeña sonrisa ladeada.
Me acerco a los cajones para sacar unas gasas, esparadrapo y desinfectante, además de unas tijeras. Me lavo las manos con un poco de agua y jabón antes de sentarme a su lado y verte el antiséptico sobre un trozo de gasa para limpiar la herida, apenas levantando la mirada de su mano. - Sabía que querías hacerme una visita, pero tanto como para tener que hacerte esto para conseguirlo, me parece un poco exagerado. - Bromeo levantando la cabeza un segundo hacia él.
— Oh, lo siento, señora, pero al menos intenté presionarlo — exclamó con un rodeo de ojos y un “duh” tan infantil que de seguro parezco un niño que se ha encaprichado con mantener su orgullo intacto ante alguna reprimenda por parte de su padre. La verdad es que siempre he intentado evitar que Alice fuese la víctima de mi mal humor, pero es un poco imposible hacerlo cuando has dormido poco y nada por culpa de una maldición que te transforma en una bestia peluda y violenta.
Como me lo esperaba, Alice me toma del brazo y me arrastra a la cocina, por lo que me dejo llevar con el peso algo pesado como si estuviese a punto de resistirme a pesar de que mis piernas van detrás de ella sin chistar. Me duele un poco, pero he tenido heridas mucho peores como para empezar a quejarme ahora — Creo que se necesitan más que unas bacterias para algo así — admito como quien no quiere la cosa, haciéndome el interesante. Me traiciono a mí mismo al sentarme ante su gesto porque ya me los conozco de memoria y la dejo revisarme, rodando los ojos por su comentario pero, sin poder evitarlo, sonriendo vagamente de medio lado — A veces eres una pesadilla… ¿Sabes? — bromeo. Ella sabe que jamás pensaría eso sobre ella, por muy irritado que pueda estar.
Conozco la rutina de Alice cuando se pone en papel de médica y no de loqueseaqueseaestarelaciónquenotieneuntítulo. La veo ir y venir buscando lo que necesita para trabajar y, resignado, dejo que me limpie la herida, la cual parece arder por culpa de su profundidad ante el contacto con la gasa. Intento no arrugar demasiado la nariz ante la sensación, pero su comentario me descoloca y tengo que parpadear para verla — Mierda, adivinaste mis intenciones, señorita Whiteley — pongo mi mejor expresión de horror ante tal comentario y le termino devolviendo la sonrisa — Aunque con una mano así creo que sería difícil poder sobrepasarme contigo.
Para ser honestos, me doy cuenta de que he bajado un poco la voz al hacer tal comentario, ya que no tengo idea de si hay alguien más en casa y, primero, no creo que debería ser algo que tendrían que escuchar y, segundo, tampoco sé si ha dicho o no algo a su hija sobre lo que está pasando aquí, a pesar de que asumo que Murphy se hace una idea. Tampoco le he preguntado. A veces, a decir verdad, no sé de qué hablamos de que hay tantas cosas que no nos decimos. Mi visita al distrito cuatro es otra de las cosas que jamás sale en ninguna conversación, aunque creo que de momento eso sí es algo que tengo que guardarme para mí.
Me es inevitable no chequear su perfil mientras trabaja, buscando una excusa para no bajar la mirada en dirección al enchastre que es mi mano — Estaba haciendo el mantenimiento de mi moto. Creí que me distraería después de anoche, pero todavía no funciono del todo bien — explico, moviendo apenas las puntas de mis dedos en un intento de chequear, estúpidamente, su sensibilidad — Algún día llegaré sin un miembro, Al, de veras. Y ahí voy a dejar de gustarte por idiota manco — bromeo. Un chiste siempre ayuda en mis intentos de no empezar a conversar muy seriamente; era un perfecto mecanismo de defensa cuando la gente tenía miedo de hablarme sobre mi licantropía porque pensaban que iba a ponerme a llorar o a romper cosas.
En cuanto termina la limpieza, ladeo un poco la cabeza, siendo capaz de ver mejor la piel cortada — ¿Vas a tener que coser? — es una pregunta boba, porque esperaba algo así para este tipo de tajo, al menos que pueda simplemente vendarlo… ya ni sé. Alzo mis ojos en un intento de distenderme de la conversación y chequeo la habitación — ¿Estás sola? — pregunto sin poder contenerme, recargándome contra el respaldo del asiento — Espero no haber interrumpido nada importante — quizá estaba haciendo algo hasta que llegué yo de fastidio. Como siempre que toco la puerta.
Como me lo esperaba, Alice me toma del brazo y me arrastra a la cocina, por lo que me dejo llevar con el peso algo pesado como si estuviese a punto de resistirme a pesar de que mis piernas van detrás de ella sin chistar. Me duele un poco, pero he tenido heridas mucho peores como para empezar a quejarme ahora — Creo que se necesitan más que unas bacterias para algo así — admito como quien no quiere la cosa, haciéndome el interesante. Me traiciono a mí mismo al sentarme ante su gesto porque ya me los conozco de memoria y la dejo revisarme, rodando los ojos por su comentario pero, sin poder evitarlo, sonriendo vagamente de medio lado — A veces eres una pesadilla… ¿Sabes? — bromeo. Ella sabe que jamás pensaría eso sobre ella, por muy irritado que pueda estar.
Conozco la rutina de Alice cuando se pone en papel de médica y no de loqueseaqueseaestarelaciónquenotieneuntítulo. La veo ir y venir buscando lo que necesita para trabajar y, resignado, dejo que me limpie la herida, la cual parece arder por culpa de su profundidad ante el contacto con la gasa. Intento no arrugar demasiado la nariz ante la sensación, pero su comentario me descoloca y tengo que parpadear para verla — Mierda, adivinaste mis intenciones, señorita Whiteley — pongo mi mejor expresión de horror ante tal comentario y le termino devolviendo la sonrisa — Aunque con una mano así creo que sería difícil poder sobrepasarme contigo.
Para ser honestos, me doy cuenta de que he bajado un poco la voz al hacer tal comentario, ya que no tengo idea de si hay alguien más en casa y, primero, no creo que debería ser algo que tendrían que escuchar y, segundo, tampoco sé si ha dicho o no algo a su hija sobre lo que está pasando aquí, a pesar de que asumo que Murphy se hace una idea. Tampoco le he preguntado. A veces, a decir verdad, no sé de qué hablamos de que hay tantas cosas que no nos decimos. Mi visita al distrito cuatro es otra de las cosas que jamás sale en ninguna conversación, aunque creo que de momento eso sí es algo que tengo que guardarme para mí.
Me es inevitable no chequear su perfil mientras trabaja, buscando una excusa para no bajar la mirada en dirección al enchastre que es mi mano — Estaba haciendo el mantenimiento de mi moto. Creí que me distraería después de anoche, pero todavía no funciono del todo bien — explico, moviendo apenas las puntas de mis dedos en un intento de chequear, estúpidamente, su sensibilidad — Algún día llegaré sin un miembro, Al, de veras. Y ahí voy a dejar de gustarte por idiota manco — bromeo. Un chiste siempre ayuda en mis intentos de no empezar a conversar muy seriamente; era un perfecto mecanismo de defensa cuando la gente tenía miedo de hablarme sobre mi licantropía porque pensaban que iba a ponerme a llorar o a romper cosas.
En cuanto termina la limpieza, ladeo un poco la cabeza, siendo capaz de ver mejor la piel cortada — ¿Vas a tener que coser? — es una pregunta boba, porque esperaba algo así para este tipo de tajo, al menos que pueda simplemente vendarlo… ya ni sé. Alzo mis ojos en un intento de distenderme de la conversación y chequeo la habitación — ¿Estás sola? — pregunto sin poder contenerme, recargándome contra el respaldo del asiento — Espero no haber interrumpido nada importante — quizá estaba haciendo algo hasta que llegué yo de fastidio. Como siempre que toco la puerta.
Respondo a su queja infantil con una miradita de reojo, apenas soltando un suspiro porque en ocasiones Ben es tan bruto que me sorprende que aún tenga mano. Me permito soltar una risotada cuando él mismo se burla de lo terco que es, a lo que no puedo hacer más que asentir internamente para mí misma mientras paso la gasa por la herida en la misma dirección y repito el proceso unas cuantas veces hasta que la sangre, junto con la mugre que traía, desaparece. – Vaya, ¿te has puesto de acuerdo con Murph? Ya van dos veces que escucho esa palabra en lo que va de día, al final voy a terminar por creérmelo. – Murmuro con indignación, aunque en el tono de mi voz se percibe una ligera sorna que acompaño devolviéndole una pequeña sonrisa.
A pesar de ser relativamente temprano, las nubes cubren la mayor parte del cielo, de manera que solo llegan a la habitación pequeños rastros de luz. Eso impide en parte la visibilidad que tengo sobre la herida, pero tras limpiarla profundamente, puedo comprobar que no se trata de un corte tan feo como parecía al principio. – ¿Así que eso es lo que más te preocupa? – No puedo no hacer más que cachondearme de su comentario, en especial cuando su tono de voz pasa a ser ligeramente más bajo. – Tranquilo, por ahora no hay alcohol de por medio. – Digo recordando como acabó la última vez que Ben vino a buscar atención médica a esta casa en concreto, sin poder evitar rodar los ojos ante ese ridículo pensamiento.
- Deberías descansar en vez de tratar de arreglar esa chatarra. Cualquier día acabarás saltando por los aires y será algo más que una mano lo que pierdas. – No pretendía que sonara tan serio, pero por la forma en la que levanto la mirada hacia él podría ser perfectamente su madre soltándole la regañina de turno. En seguida me doy cuenta de eso y relajo los hombros sacudiendo un poco la cabeza. – De verdad, ¿cuándo fue la última vez que te tomaste un día libre? – Vuelvo a murmurar tras unos segundos de silencio en los que me dedico a examinar la herida más cerca. A veces se me ocurre que Ben simplemente no puede estarse quieto. – Manco o no, sigues teniendo tu encanto. – Murmuro para relajar el ambiente, pese a ser consciente de lo cursi que ha debido de sonar eso.
– No, con unos puntos de aproximación bastará, no es tan profunda como parece. – Con un simple movimiento de varita por parte de Seth hubiera bastado para hacer desaparecer el corte. – En todo caso, sobrevivirás. – Bromeo en una ligera respiración mientras me alargo en la silla para alcanzar el interior de un cajón. Casi estoy a punto de volcar cuando encuentro la caja que quiero y mi cuerpo vuelve a balancearse hacia la posición correcta. En seguida vuelvo a ponerme a trabajar en la herida y ni siquiera me planteo preguntarle si le duele porque sé de sobra que ha tenido heridas peores, de la misma manera que sé que, en caso de hacerlo, lo negará.
Para cuando termino estoy tan concentrada en dejarlo perfecto que por unos minutos solo se escucha el viento rugir tras la ventana, hasta que la pregunta de Ben se recoge entre el silencio y me obligo a levantar la cabeza en señal de aprobación. – Estaba haciendo té. – Hago un breve gesto para indicarle la tetera que yace sobre la encimera. – Aún queda bastante si te apetece tomar algo caliente. – O casi caliente, qué se yo, a estas alturas podría haberse enfriado que no notaría la diferencia.
Sobre los puntos coloco una compresa que ejerza de protección con ayuda del esparadrapo y recojo todo lo que he utilizado en silencio, guardando el material posteriormente en su sitio. Aprovecho que estoy de pie para verter un poco de líquido sobre otra taza y se la tiendo con cuidado. No es hasta el momento en que le doy un sorbo a mi propio vaso que me doy cuenta de lo callada que he estado en todo este tiempo. – Han sido unas semanas de locos. - Declaro por fin, y ni yo misma sabría explicar a que pretendo referirme con esa frase.
A pesar de ser relativamente temprano, las nubes cubren la mayor parte del cielo, de manera que solo llegan a la habitación pequeños rastros de luz. Eso impide en parte la visibilidad que tengo sobre la herida, pero tras limpiarla profundamente, puedo comprobar que no se trata de un corte tan feo como parecía al principio. – ¿Así que eso es lo que más te preocupa? – No puedo no hacer más que cachondearme de su comentario, en especial cuando su tono de voz pasa a ser ligeramente más bajo. – Tranquilo, por ahora no hay alcohol de por medio. – Digo recordando como acabó la última vez que Ben vino a buscar atención médica a esta casa en concreto, sin poder evitar rodar los ojos ante ese ridículo pensamiento.
- Deberías descansar en vez de tratar de arreglar esa chatarra. Cualquier día acabarás saltando por los aires y será algo más que una mano lo que pierdas. – No pretendía que sonara tan serio, pero por la forma en la que levanto la mirada hacia él podría ser perfectamente su madre soltándole la regañina de turno. En seguida me doy cuenta de eso y relajo los hombros sacudiendo un poco la cabeza. – De verdad, ¿cuándo fue la última vez que te tomaste un día libre? – Vuelvo a murmurar tras unos segundos de silencio en los que me dedico a examinar la herida más cerca. A veces se me ocurre que Ben simplemente no puede estarse quieto. – Manco o no, sigues teniendo tu encanto. – Murmuro para relajar el ambiente, pese a ser consciente de lo cursi que ha debido de sonar eso.
– No, con unos puntos de aproximación bastará, no es tan profunda como parece. – Con un simple movimiento de varita por parte de Seth hubiera bastado para hacer desaparecer el corte. – En todo caso, sobrevivirás. – Bromeo en una ligera respiración mientras me alargo en la silla para alcanzar el interior de un cajón. Casi estoy a punto de volcar cuando encuentro la caja que quiero y mi cuerpo vuelve a balancearse hacia la posición correcta. En seguida vuelvo a ponerme a trabajar en la herida y ni siquiera me planteo preguntarle si le duele porque sé de sobra que ha tenido heridas peores, de la misma manera que sé que, en caso de hacerlo, lo negará.
Para cuando termino estoy tan concentrada en dejarlo perfecto que por unos minutos solo se escucha el viento rugir tras la ventana, hasta que la pregunta de Ben se recoge entre el silencio y me obligo a levantar la cabeza en señal de aprobación. – Estaba haciendo té. – Hago un breve gesto para indicarle la tetera que yace sobre la encimera. – Aún queda bastante si te apetece tomar algo caliente. – O casi caliente, qué se yo, a estas alturas podría haberse enfriado que no notaría la diferencia.
Sobre los puntos coloco una compresa que ejerza de protección con ayuda del esparadrapo y recojo todo lo que he utilizado en silencio, guardando el material posteriormente en su sitio. Aprovecho que estoy de pie para verter un poco de líquido sobre otra taza y se la tiendo con cuidado. No es hasta el momento en que le doy un sorbo a mi propio vaso que me doy cuenta de lo callada que he estado en todo este tiempo. – Han sido unas semanas de locos. - Declaro por fin, y ni yo misma sabría explicar a que pretendo referirme con esa frase.
— No te lo he dicho, pero tu hija y yo tenemos reuniones secretas para hablar de tus manías — bromeo en tono cargado de sarcasmo, torciendo un poco el gesto. La verdad es que lo que acabo de decir es bastante improbable, porque si no fuese por alguna que otra actividad y el factor de que vivimos juntos durante un tiempo, Murphy y yo jamás hemos pasado tiempo a solas. Hoy en día es incluso cómodo no hacerlo, porque así me evito la posibilidad de alguna pregunta incómoda. Sé que Murphy no es Beverly, pero uno nunca sabe con qué te van a salir los niños.
Mi boca se torna en un falso puchero al asentir por esa mentirosa preocupación, acabando en romper toda la fachada externa cuando me hace reír al recordarme el detalle de esa noche — No podemos decir que nos salió mal — admito con un encogimiento de hombros. De todas las cosas que han estado sacudiendo a mi vida en los últimos meses, Alice es posiblemente una de las mejores y jamás hubiese creído que sería así. Si algo no estaba buscando esa noche, era el meterme en su cama y acabar como terminamos a final de cuentas.
La reprimenda no tarda en aparecer, pero como estoy acostumbrado a ella simplemente hago un resoplido y se lo dejo pasar — Un Franco jamás explotaría arreglando un vehículo — reprocho con orgullo. Y es verdad, considerando que la rama de mi padre proviene del distrito seis y siempre se han dedicado a la mecánica — Uhm… no lo sé. ¿El último domingo de pesca cuenta como día libre? — quizá no tenemos trabajos típicos, pero el catorce siempre tiene algo para estar mejorando o vigilando. Mantenerme ocupado siempre fue un buen modo de que mi cabeza no se tomara el permiso de vagar por recuerdos indeseados — No me mires así. Sabes que acabo por aburrirme si paso mucho tiempo en casa — lo sabe, ha vivido conmigo. Sin embargo, el piropo me toma desprevenido y me vale una sonrisa — Lo sé. Si me has visto por las mañanas en más de una ocasión, tengo que asumir que algo de mí te gusta como para soportarme manco — y no entremos en los detalles de los ronquidos que ha tenido que soportar.
Suspiro con exagerado alivio y me desarmo en el asiento por la aclaración de mi supervivencia. Los minutos que siguen se basan en mí poniendo muequitas mal disimuladas mientras Alice me cose, hasta que soy libre de abrir y cerrar mis dedos en un intento de chequear si soy capaz de soportar el ardor. Sep, no hay problema. — Té. Suena bien — la casa está silenciosa, así que asumo que no molestamos a nadie. Acepto la taza con cuidado de no echarla sobre el suelo y doy un sorbo, agradeciendo que no esté hirviendo para no acabar quemándome la lengua.
El silencio de Alice se rompe con un comentario que no esperaba. Quiero decir, casi suena a que se está obligando a hablar y la miro con ojos algo confusos, dedicándole una rápida sonrisa que se esconde debajo de la taza — Lo que me molesta, la verdad, es el no enterarme de nada — confieso sin vergüenza alguna — Papá no me dice nada y Arleth se la pasa encerrada. He intentado hablar con Echo, pero… — alzo mis hombros — Nada. Supongo que lo mejor será esperar a que crean conveniente el decirnos qué desean hacer y mantener la calma. Seguir trabajando como si nada hubiera pasado — pero todos sabemos que cosas han pasado. Aún recuerdo a Alice en las grutas y me es inevitable no darle un apretoncito con mi mano sana, presionando sus dedos — ¿Tú cómo estás? ¿Mejor? — le pregunto — Sabes que puedes quedarte en casa si no quieres estar sola por las noches.
Mi boca se torna en un falso puchero al asentir por esa mentirosa preocupación, acabando en romper toda la fachada externa cuando me hace reír al recordarme el detalle de esa noche — No podemos decir que nos salió mal — admito con un encogimiento de hombros. De todas las cosas que han estado sacudiendo a mi vida en los últimos meses, Alice es posiblemente una de las mejores y jamás hubiese creído que sería así. Si algo no estaba buscando esa noche, era el meterme en su cama y acabar como terminamos a final de cuentas.
La reprimenda no tarda en aparecer, pero como estoy acostumbrado a ella simplemente hago un resoplido y se lo dejo pasar — Un Franco jamás explotaría arreglando un vehículo — reprocho con orgullo. Y es verdad, considerando que la rama de mi padre proviene del distrito seis y siempre se han dedicado a la mecánica — Uhm… no lo sé. ¿El último domingo de pesca cuenta como día libre? — quizá no tenemos trabajos típicos, pero el catorce siempre tiene algo para estar mejorando o vigilando. Mantenerme ocupado siempre fue un buen modo de que mi cabeza no se tomara el permiso de vagar por recuerdos indeseados — No me mires así. Sabes que acabo por aburrirme si paso mucho tiempo en casa — lo sabe, ha vivido conmigo. Sin embargo, el piropo me toma desprevenido y me vale una sonrisa — Lo sé. Si me has visto por las mañanas en más de una ocasión, tengo que asumir que algo de mí te gusta como para soportarme manco — y no entremos en los detalles de los ronquidos que ha tenido que soportar.
Suspiro con exagerado alivio y me desarmo en el asiento por la aclaración de mi supervivencia. Los minutos que siguen se basan en mí poniendo muequitas mal disimuladas mientras Alice me cose, hasta que soy libre de abrir y cerrar mis dedos en un intento de chequear si soy capaz de soportar el ardor. Sep, no hay problema. — Té. Suena bien — la casa está silenciosa, así que asumo que no molestamos a nadie. Acepto la taza con cuidado de no echarla sobre el suelo y doy un sorbo, agradeciendo que no esté hirviendo para no acabar quemándome la lengua.
El silencio de Alice se rompe con un comentario que no esperaba. Quiero decir, casi suena a que se está obligando a hablar y la miro con ojos algo confusos, dedicándole una rápida sonrisa que se esconde debajo de la taza — Lo que me molesta, la verdad, es el no enterarme de nada — confieso sin vergüenza alguna — Papá no me dice nada y Arleth se la pasa encerrada. He intentado hablar con Echo, pero… — alzo mis hombros — Nada. Supongo que lo mejor será esperar a que crean conveniente el decirnos qué desean hacer y mantener la calma. Seguir trabajando como si nada hubiera pasado — pero todos sabemos que cosas han pasado. Aún recuerdo a Alice en las grutas y me es inevitable no darle un apretoncito con mi mano sana, presionando sus dedos — ¿Tú cómo estás? ¿Mejor? — le pregunto — Sabes que puedes quedarte en casa si no quieres estar sola por las noches.
Sé perfectamente que a mi hija le importa más bien poco con quien me ande viendo, pero la idea de que ella y Ben se dediquen a tener reuniones conspirativas en mi contra me hace reír. Aunque para ser sincera, desconozco hasta qué punto le viene siendo indiferente a Murphy lo que sea que tengamos entre nosotros, y tampoco es como si hubiéramos tenido alguna conversación formal sobre el tema. De lo que sí estoy segura es que en algún momento de estos últimos meses me he visto obligada a responder a sus preguntas. De igual manera, no parece molestarle, y he llegado a la altura donde todo lo que no resulte una molestia es sinónimo de aceptación.
Sonrío para mis adentros a modo de afirmación a la par que mis labios se mueven en un susurro tan bajo que dudo que me oiga. – No. – De todas las cosas que podía esperar de vivir aquí, ninguna de ellas contaba con Benedict en mis planes. A día de hoy me sigo planteando que hubiera ocurrido si me hubiera limitado a hacer mi trabajo en vez de dedicarme a beber. Probablemente no estaríamos teniendo esta conversación y nada de lo que ahora me importa hubiera tenido significado. En cierto modo siento que estoy en deuda con él por la manera en que me tomo las cosas hoy en día.
Sé que le estoy pidiendo mucho cuando hablo del descanso, al fin y al cabo, es lo que todos hacemos cuando queremos mantener la cabeza lejos de cualquier pensamiento inoportuno, pero viniendo de la última luna llena no sé como atina a hacer las cosas bien. Aunque está claro que por el aspecto de su mano el cansancio está empezando a hacer efecto. – No se trata de que te tires todo el día a la bartola en el sofá, pero ayudaría a controlar mis nervios que de vez en cuando te tomaras un respiro. – Porque en caso contrario, la que va a acabar atándolo a la silla voy a ser yo misma. – Solo un ratito, lo suficiente para que pueda ver que me tomas en serio por lo menos un poco. – Suena casi a una súplica en lo que mis labios se transforman en un mohín. Me preocupa el estado con el que regresa de una luna llena y a él parece importarle un comino.
Cuando dice lo de no enterarse de nada casi se me escapa murmurar un ‘bienvenido a mi mundo’, pero considero el momento como poco apropiado y me quedo con el pensamiento para mí misma. – Para serte sincera no me sorprende que no tengan ni idea de lo que hacer ahora. No es como si lo que pasó fuera a cambiar la forma que tenemos de vivir, pero sigue siendo… frustrante. – Aunque no creo que frustrante sea la palabra adecuada. – No estamos tan protegidos como creíamos, creo que eso es lo que más nos está afectando a todos. – Murmuro, y me muerdo el labio inferior tan fuerte que por poco no me hago sangre.
Como si nada hubiera pasado. Le pego un sorbo a la taza para ocupar el silencio, mientras le doy vueltas a esa frase y a otras tantas parecidas que he escuchado en las últimas semanas. No necesito apenas asentir porque la presión de sus dedos en mi mano es suficiente para dejar en claro que, por mucho que tratemos de ocultar lo que pasó, al final todo pasa factura. Acaricio la superficie de su piel con el pulgar, sin apartar la vista en lo que un trago de líquido atraviesa mi garganta y asiento. – No es algo de lo que me enorgullezca, pero he aprendido a vivir con ello. – Lejos de sonar dramática se tiene que recordar que en mi vida he herido a una persona, no intencionadamente al menos, por no hablar de lo lejos que se encuentra de mi profesión el acabar con la vida de alguien. Quizás me he llegado a perdonar por lo que hice, pero eso no significa que lo vaya a olvidar, algo parecido a la sensación que se tiene cuando muere tu primer paciente. Aunque ese último pensamiento hace que me sienta asqueada conmigo misma por siquiera relacionarlo.
– ¿Sabes? Cuando llegué aquí por primera vez era una persona totalmente distinta a la que era cuando tenía dieciséis, tú me conocías de entonces, aunque apenas nos dirigíamos la palabra. - Me quedo pensativa unos segundos en lo que me planteo lo que quiero decir con exactitud. – Tampoco soy la misma que hace unos meses, y sospecho que tú tienes algo que ver con eso, pero lo que quiero decir es que...– Me tomo un momento para meditar y apretar un labio contra otro de forma inconsciente. – Siento que no soy la misma persona desde aquella tarde, esperaba que con el tiempo esa sensación desapareciera pero no lo ha hecho, y no sé si alguna vez lo hará. – Perdí algo en ese claro que no creo que llegue a encontrar jamás. – No es más que una tontería. – Murmuro segundos de silencio después, echándole un vistazo al interior de la taza y levantándome al instante al ver que está vacía.
Sonrío para mis adentros a modo de afirmación a la par que mis labios se mueven en un susurro tan bajo que dudo que me oiga. – No. – De todas las cosas que podía esperar de vivir aquí, ninguna de ellas contaba con Benedict en mis planes. A día de hoy me sigo planteando que hubiera ocurrido si me hubiera limitado a hacer mi trabajo en vez de dedicarme a beber. Probablemente no estaríamos teniendo esta conversación y nada de lo que ahora me importa hubiera tenido significado. En cierto modo siento que estoy en deuda con él por la manera en que me tomo las cosas hoy en día.
Sé que le estoy pidiendo mucho cuando hablo del descanso, al fin y al cabo, es lo que todos hacemos cuando queremos mantener la cabeza lejos de cualquier pensamiento inoportuno, pero viniendo de la última luna llena no sé como atina a hacer las cosas bien. Aunque está claro que por el aspecto de su mano el cansancio está empezando a hacer efecto. – No se trata de que te tires todo el día a la bartola en el sofá, pero ayudaría a controlar mis nervios que de vez en cuando te tomaras un respiro. – Porque en caso contrario, la que va a acabar atándolo a la silla voy a ser yo misma. – Solo un ratito, lo suficiente para que pueda ver que me tomas en serio por lo menos un poco. – Suena casi a una súplica en lo que mis labios se transforman en un mohín. Me preocupa el estado con el que regresa de una luna llena y a él parece importarle un comino.
Cuando dice lo de no enterarse de nada casi se me escapa murmurar un ‘bienvenido a mi mundo’, pero considero el momento como poco apropiado y me quedo con el pensamiento para mí misma. – Para serte sincera no me sorprende que no tengan ni idea de lo que hacer ahora. No es como si lo que pasó fuera a cambiar la forma que tenemos de vivir, pero sigue siendo… frustrante. – Aunque no creo que frustrante sea la palabra adecuada. – No estamos tan protegidos como creíamos, creo que eso es lo que más nos está afectando a todos. – Murmuro, y me muerdo el labio inferior tan fuerte que por poco no me hago sangre.
Como si nada hubiera pasado. Le pego un sorbo a la taza para ocupar el silencio, mientras le doy vueltas a esa frase y a otras tantas parecidas que he escuchado en las últimas semanas. No necesito apenas asentir porque la presión de sus dedos en mi mano es suficiente para dejar en claro que, por mucho que tratemos de ocultar lo que pasó, al final todo pasa factura. Acaricio la superficie de su piel con el pulgar, sin apartar la vista en lo que un trago de líquido atraviesa mi garganta y asiento. – No es algo de lo que me enorgullezca, pero he aprendido a vivir con ello. – Lejos de sonar dramática se tiene que recordar que en mi vida he herido a una persona, no intencionadamente al menos, por no hablar de lo lejos que se encuentra de mi profesión el acabar con la vida de alguien. Quizás me he llegado a perdonar por lo que hice, pero eso no significa que lo vaya a olvidar, algo parecido a la sensación que se tiene cuando muere tu primer paciente. Aunque ese último pensamiento hace que me sienta asqueada conmigo misma por siquiera relacionarlo.
– ¿Sabes? Cuando llegué aquí por primera vez era una persona totalmente distinta a la que era cuando tenía dieciséis, tú me conocías de entonces, aunque apenas nos dirigíamos la palabra. - Me quedo pensativa unos segundos en lo que me planteo lo que quiero decir con exactitud. – Tampoco soy la misma que hace unos meses, y sospecho que tú tienes algo que ver con eso, pero lo que quiero decir es que...– Me tomo un momento para meditar y apretar un labio contra otro de forma inconsciente. – Siento que no soy la misma persona desde aquella tarde, esperaba que con el tiempo esa sensación desapareciera pero no lo ha hecho, y no sé si alguna vez lo hará. – Perdí algo en ese claro que no creo que llegue a encontrar jamás. – No es más que una tontería. – Murmuro segundos de silencio después, echándole un vistazo al interior de la taza y levantándome al instante al ver que está vacía.
Ese mohín. La tengo que mirar de reojo y mover mis ojos hacia cualquier otra dirección mientras intento no reírme de lleno en su cara — ¿Estás haciéndome puchero para convencerme o es mi imaginación? — digo con la voz algo arrastrada y la diversión dándole cierto tono bonachón. No puedo no pellizcarle uno de los resaltados pómulos de manera cariñosa y burlesca, como si estuviese tratando como un cachorrito tierno — Yo sí te tomo en serio. Es mi culo el que tiene pulgas — valga la ironía de la metáfora.
Frustrante. Es un buen modo de definir la situación. Sorbo del té con todo el silencio del que soy capaz mientras Alice habla, llenándome de su sabor que extrañamente me recuerda que no he desayunado, y trato de parecer una persona serena y comprensiva a pesar de que mi cerebro está funcionando a toda maquina — NeoPanem está cambiando. Nos guste o no, estar lejos no nos convierte en inmunes a sus novedades y si han aumentado la seguridad, eso incluye las exploraciones. Lo bueno es saber que no pueden encontrarnos — al menos que vengan con alguien que los guíe directamente hacia nosotros, pero confiamos en nuestros miembros y ex miembros. O eso quiero creer.
Su caricia influye en el modo en el cual aprieto su mano y beso sus dedos en un gesto simple, rápido y cariñoso que espero que le trasmita mi intento de ser un soporte. Vivir con quienes somos es de lo más complicado, lo sé muy bien, pero esperar a volver a ser algo que dejamos de ser es todavía peor. No digo nada hasta que Alice calla y yo dejo la taza ya vacía sobre el mueble más cercano, apenas estirándome, para ser libre de centrar toda mi atención en ella — No son tonterías — insisto con suavidad — Y, hasta donde sé, ciertas cosas siempre se quedan con nosotros. Solamente nos acostumbramos al lugar que terminan ocupando. Alguna vez te sentirás de nuevo como la Alice de todos los días o, al menos, una versión bastante similar — puedo hablar por mí y espero que logre encontrarse — Y si sale mal, siempre voy a estar aquí para ser un fastidio y una distracción a la que encuentras totalmente atractiva — el agregado es puro humor, subiendo primero una ceja y después otra hasta reír de mí mismo.
Por otro lado, coincido internamente con que hemos cambiado en los últimos meses y que nuestra compañía ha sido de lo más satisfactoria. En estos días donde todo el catorce parecía demasiado turbulento, reunirme con Alice era una buena terapia, en especial porque muchas veces no es necesario hablar. Y mientras que reunirse en silencio con Seth y Sophia incluía estar dentro de mi propia cabeza, con Alice tenía la excusa de no hablar estando dentro de la cama. O arriba de la mesada, depende dónde se diese la ocasión.
— ¿Quieres hacer algo? — acabo sugiriendo de manera casi repentina, alzando la vista hacia ella como si tuviera una nueva resolución — Lo que sea. Algo que te saque de tu rutina y no te tenga encerrada. Puedes enseñarme lo que haces con Beverly o podemos ir a dar un paseo o… bueno. Lo que tú quieras. Puedo ser solo tuyo por esta jornada… y de paso controlas que no me estrese — y eso es mucho decir. Alice debería sentirse halagada por todo esto.
Frustrante. Es un buen modo de definir la situación. Sorbo del té con todo el silencio del que soy capaz mientras Alice habla, llenándome de su sabor que extrañamente me recuerda que no he desayunado, y trato de parecer una persona serena y comprensiva a pesar de que mi cerebro está funcionando a toda maquina — NeoPanem está cambiando. Nos guste o no, estar lejos no nos convierte en inmunes a sus novedades y si han aumentado la seguridad, eso incluye las exploraciones. Lo bueno es saber que no pueden encontrarnos — al menos que vengan con alguien que los guíe directamente hacia nosotros, pero confiamos en nuestros miembros y ex miembros. O eso quiero creer.
Su caricia influye en el modo en el cual aprieto su mano y beso sus dedos en un gesto simple, rápido y cariñoso que espero que le trasmita mi intento de ser un soporte. Vivir con quienes somos es de lo más complicado, lo sé muy bien, pero esperar a volver a ser algo que dejamos de ser es todavía peor. No digo nada hasta que Alice calla y yo dejo la taza ya vacía sobre el mueble más cercano, apenas estirándome, para ser libre de centrar toda mi atención en ella — No son tonterías — insisto con suavidad — Y, hasta donde sé, ciertas cosas siempre se quedan con nosotros. Solamente nos acostumbramos al lugar que terminan ocupando. Alguna vez te sentirás de nuevo como la Alice de todos los días o, al menos, una versión bastante similar — puedo hablar por mí y espero que logre encontrarse — Y si sale mal, siempre voy a estar aquí para ser un fastidio y una distracción a la que encuentras totalmente atractiva — el agregado es puro humor, subiendo primero una ceja y después otra hasta reír de mí mismo.
Por otro lado, coincido internamente con que hemos cambiado en los últimos meses y que nuestra compañía ha sido de lo más satisfactoria. En estos días donde todo el catorce parecía demasiado turbulento, reunirme con Alice era una buena terapia, en especial porque muchas veces no es necesario hablar. Y mientras que reunirse en silencio con Seth y Sophia incluía estar dentro de mi propia cabeza, con Alice tenía la excusa de no hablar estando dentro de la cama. O arriba de la mesada, depende dónde se diese la ocasión.
— ¿Quieres hacer algo? — acabo sugiriendo de manera casi repentina, alzando la vista hacia ella como si tuviera una nueva resolución — Lo que sea. Algo que te saque de tu rutina y no te tenga encerrada. Puedes enseñarme lo que haces con Beverly o podemos ir a dar un paseo o… bueno. Lo que tú quieras. Puedo ser solo tuyo por esta jornada… y de paso controlas que no me estrese — y eso es mucho decir. Alice debería sentirse halagada por todo esto.
Ese contacto cariñoso sobre mi pómulo hace que pierda toda la seriedad con la que pretendía que sonara lo que he dicho con anterioridad, y probablemente la mueca también tiene algo que ver con eso. – Ya, sí con tomar en serio te refieres a que me haces caso cuando te digo que prefiero abajo entonces sí, me tomas en serio. – No me creo que acabe de decir eso en voz alta. Me llevo una mano a la frente en lo que agacho y sacudo la cabeza casi arrepentida de mis palabras de no ser por la risa que sigue después. A veces me extraño de como se me ocurre soltar estas cosas en mi propia casa, a sabiendas de que puede entrar alguien en cualquier momento.
La seguridad con la que afirma que el gobierno no puede encontrarnos es reconfortante, aunque solo sea durante los segundos en los que mi cabeza no se para a pensar en la cantidad de cosas que podrían pasar. Como lo que puede ocurrir cuando las provisiones se terminen y haya que volver a poner pie en NeoPanem. La última vez no es que fuera muy bien que digamos. – Es triste que tengamos que andar jugando al escondite. A veces me da la sensación de que Jamie está más cerca de encontrarnos que nosotros de conocer la verdadera amenaza. – Más de una vez subestimamos el poder que tiene esa mujer sobre la población, por no hablar de que haría, y hará, todo lo que esté en su mano por recuperar a su hijo, incluso si eso significa cargarse medio país.
Aunque me gustaría que fuese distinto, llegar a ser la persona que era antes se me hace una tarea tan difícil como imposible. – Quizás tengas razón, no lo sé. – Murmuro a secas debido a que mi concentración se va con la simpleza de su beso. – Se te da bien dar consejos, si lo de la cacharrería no termina de funcionar siempre puedes dedicarte a hacer terapia. – La franqueza con la que doy mi opinión al principio desaparece gracias a la medio broma que añado al final junto con una sonrisa, pese a ser verdad que le considero un buen foco de supresión a mis problemas. Con Ben es más fácil hablar las cosas, no sé si porque la mayoría de las adversidades de la vida ya las ha sufrido o simplemente porque se le da bien escuchar a los demás, o una combinación de las mismas. Si bien le conozco desde hace tiempo, jamás se me hubiera ocurrido que acabaría confiándole ciertas inseguridades como lo hago hoy. – ¿Totalmente atractiva? ¿Te has escuchado por las noches? Te aseguro que tus ronquidos son de lo menos encantador. – Bromeo, imitando su gesto de levantar una ceja hasta que su propia risa me levanta una sonrisa.
Después de pasar la mañana encerrada entre cuatro paredes, no me es complicado aceptar su ofrecimiento de salir a hacer algo. No es como si el distrito catorce disponga del servicio de ocio que ofrece la capital del país, pero hemos aprendido a disfrutar de las cosas tan simples como dar un paseo. – Vayamos pues. – El tiempo no es de lo más favorable, casi apunta a que dentro de poco se pondrá a llover, pero más motivo para salir y aprovechar la oportunidad.
Por el camino que cruza las ya rehabilitadas casas del distrito me dedico a contemplar el paisaje como si no lo recorriera cada día. Entrelazo mis dedos con la mano de Ben que de momento no ha sufrido de ninguna herida y dejo reposar mi cabeza sobre su hombro con total naturalidad. De seguro la escena tiene que verse graciosa desde fuera, como dos ancianos que pasean por el parque cada día por el resto de su vida. Cuando nos acercamos a la zona del claro, veo en un matorral algo que me hace alzar la voz. – ¿Alguna vez te he contado el por qué de mi segundo nombre? – Si lo he hecho tendrá que aguantarse. – A mi abuelo materno le encantaban las dalias, esas flores grandes de allí, por eso se lo puso a mi madre. Tenía un conjunto de ellas plantadas bajo la ventana y no había un solo día que no se acercara para ver como estaban. Simplemente las adoraba. – Hago una pausa en lo que me libero de nuestro agarre y me acerco a donde crecen las dalias. – Cuando mi madre se quedó embarazada de mí, él cayó gravemente enfermo, durante esos meses apenas podía levantarse de la cama, pero lo que más le preocupaba era que no podía ocuparse de sus flores. Ella se preocupó por cuidarlas cada día, incluso cuando dio a luz. – Por entonces ya he alcanzado el matorral y me dispongo a rozar con los dedos los diminutos pétalos. – Murió pocos días después. – Más tarde descubrí que le gustaban tanto porque le recordaban a mi abuela. – Nunca llegué a conocerlo, pero de alguna manera esa historia hace que me sienta un poco unida a él. – Triste como las personas más bonitas siempre acaban yéndose.
La seguridad con la que afirma que el gobierno no puede encontrarnos es reconfortante, aunque solo sea durante los segundos en los que mi cabeza no se para a pensar en la cantidad de cosas que podrían pasar. Como lo que puede ocurrir cuando las provisiones se terminen y haya que volver a poner pie en NeoPanem. La última vez no es que fuera muy bien que digamos. – Es triste que tengamos que andar jugando al escondite. A veces me da la sensación de que Jamie está más cerca de encontrarnos que nosotros de conocer la verdadera amenaza. – Más de una vez subestimamos el poder que tiene esa mujer sobre la población, por no hablar de que haría, y hará, todo lo que esté en su mano por recuperar a su hijo, incluso si eso significa cargarse medio país.
Aunque me gustaría que fuese distinto, llegar a ser la persona que era antes se me hace una tarea tan difícil como imposible. – Quizás tengas razón, no lo sé. – Murmuro a secas debido a que mi concentración se va con la simpleza de su beso. – Se te da bien dar consejos, si lo de la cacharrería no termina de funcionar siempre puedes dedicarte a hacer terapia. – La franqueza con la que doy mi opinión al principio desaparece gracias a la medio broma que añado al final junto con una sonrisa, pese a ser verdad que le considero un buen foco de supresión a mis problemas. Con Ben es más fácil hablar las cosas, no sé si porque la mayoría de las adversidades de la vida ya las ha sufrido o simplemente porque se le da bien escuchar a los demás, o una combinación de las mismas. Si bien le conozco desde hace tiempo, jamás se me hubiera ocurrido que acabaría confiándole ciertas inseguridades como lo hago hoy. – ¿Totalmente atractiva? ¿Te has escuchado por las noches? Te aseguro que tus ronquidos son de lo menos encantador. – Bromeo, imitando su gesto de levantar una ceja hasta que su propia risa me levanta una sonrisa.
Después de pasar la mañana encerrada entre cuatro paredes, no me es complicado aceptar su ofrecimiento de salir a hacer algo. No es como si el distrito catorce disponga del servicio de ocio que ofrece la capital del país, pero hemos aprendido a disfrutar de las cosas tan simples como dar un paseo. – Vayamos pues. – El tiempo no es de lo más favorable, casi apunta a que dentro de poco se pondrá a llover, pero más motivo para salir y aprovechar la oportunidad.
Por el camino que cruza las ya rehabilitadas casas del distrito me dedico a contemplar el paisaje como si no lo recorriera cada día. Entrelazo mis dedos con la mano de Ben que de momento no ha sufrido de ninguna herida y dejo reposar mi cabeza sobre su hombro con total naturalidad. De seguro la escena tiene que verse graciosa desde fuera, como dos ancianos que pasean por el parque cada día por el resto de su vida. Cuando nos acercamos a la zona del claro, veo en un matorral algo que me hace alzar la voz. – ¿Alguna vez te he contado el por qué de mi segundo nombre? – Si lo he hecho tendrá que aguantarse. – A mi abuelo materno le encantaban las dalias, esas flores grandes de allí, por eso se lo puso a mi madre. Tenía un conjunto de ellas plantadas bajo la ventana y no había un solo día que no se acercara para ver como estaban. Simplemente las adoraba. – Hago una pausa en lo que me libero de nuestro agarre y me acerco a donde crecen las dalias. – Cuando mi madre se quedó embarazada de mí, él cayó gravemente enfermo, durante esos meses apenas podía levantarse de la cama, pero lo que más le preocupaba era que no podía ocuparse de sus flores. Ella se preocupó por cuidarlas cada día, incluso cuando dio a luz. – Por entonces ya he alcanzado el matorral y me dispongo a rozar con los dedos los diminutos pétalos. – Murió pocos días después. – Más tarde descubrí que le gustaban tanto porque le recordaban a mi abuela. – Nunca llegué a conocerlo, pero de alguna manera esa historia hace que me sienta un poco unida a él. – Triste como las personas más bonitas siempre acaban yéndose.
No me doy cuenta de que chiflo con diversión por ese comentario que jamás hubiese esperado escuchar de la boca de Alice hasta que me estoy riendo por ello — Vaya, doctora, se está poniendo atrevida — digo con obvia gracia, sacudiendo la cabeza de un lado al otro. Lo malo de las risas es que duran poco porque mi mente viaja a la casa de gobierno, esa que los dos conocemos bien y a la cual ninguno desea regresar. Jamie Niniadis podría estar planificando como barrernos en ese mismo momento, pero como vivimos en una burbuja lo más probable es que no lo sepamos hasta que nos caiga encima… si es que alguna vez lo hace. No puedo quitarme eso de la cabeza, hasta que Alice hace un comentario que me ayuda a escapar de la conversación seria — Lo estuve pensando. Quizá me ponga un consultorio o un círculo de autoayuda donde la temática sea celebrar nuestros “treinta días sin crisis” — a algunos no les vendría mal, ahora que lo pienso. Doctor Benedict Franco. Seth se partiría de la risa.
— Si estoy roncando, es porque no me estoy escuchando. ¿Tan malo es dormir conmigo? — cuestiono entre risas, sin saber cómo sentirme al respecto. Lo bueno de todo esto es que Alice acaba por aceptar mi propuesta y en pocos minutos nos encontramos en el exterior. Bueno, tomó más minutos de lo que esperaba porque tuve que pedirle algunos para cambiarme la remera por una que ya había dejado allí, porque no pensaba caminar con la mía salpicada de la sangre de mi tonto accidente. Al menos, así evitaba preguntas.
Caminar de la mano con alguien es extraño, pero Alice siempre se las arregló para que me fuese fácil. Increíblemente, he descubierto que el qué dirán con ella no me importa y las muestras de cariño en público se han ido haciendo cada vez más habituales, al punto que papá llegó a hacerme preguntas al respecto. No supe bien qué responderle, pero pareció conforme al darse cuenta de que no estoy pensando sentar cabeza con alguien como Eowyn o Ava. ¿Quién lo diría?
Disfruto del balanceo de nuestras manos hasta que llegamos al claro y Alice se entretiene con algo que le ha llamado la atención, así que la sigo. Niego con la cabeza porque no recuerdo dicha historia y me quedo callado, oyendo a pesar de tener los ojos posados en un pájaro que se encuentra a pocos metros de nosotros. Es una tarde linda a pesar del clima, posiblemente porque el ambiente que se respira es mucho más relajado de lo que hubiese creído. Quizá vamos a estar bien, al final de todo. — Es una linda historia. Al menos puedes decir que llevas un poco de los dos contigo — a pesar de que le doy un apretoncito a su mano, uso la que tengo libre para cortar algunas de las flores y armar un pequeño ramo con sumo cuidado. En estos casos, agradezco la habilidad manual que me ha otorgado el uso de las armas — Nunca he preguntado por qué me han llamado Benedict o Desmond. Siempre lo asumí a un período de muy mal gusto — con una sonrisita, le tiendo el ramo como regalo sin detenerme a pensar lo cursi que se debió ver eso — Quizá papá lo recuerde, así que podría preguntarle. Si alguna vez tengo hijos… — cosa que dudo mucho — espero ponerles nombres fuertes. Con buenas historias para contar — todo esto hace que me salte una duda mientras le suelto la mano al pasar mi brazo por su cintura al seguir con lentitud nuestro camino — Al… ¿Por qué “Murphy”? — nunca me meto demasiado con las historias de su pasado, pero a veces la curiosidad es más fuerte. Si hay cosas que no me ha dicho sobre su vida, debe tener sus razones.
— Si estoy roncando, es porque no me estoy escuchando. ¿Tan malo es dormir conmigo? — cuestiono entre risas, sin saber cómo sentirme al respecto. Lo bueno de todo esto es que Alice acaba por aceptar mi propuesta y en pocos minutos nos encontramos en el exterior. Bueno, tomó más minutos de lo que esperaba porque tuve que pedirle algunos para cambiarme la remera por una que ya había dejado allí, porque no pensaba caminar con la mía salpicada de la sangre de mi tonto accidente. Al menos, así evitaba preguntas.
Caminar de la mano con alguien es extraño, pero Alice siempre se las arregló para que me fuese fácil. Increíblemente, he descubierto que el qué dirán con ella no me importa y las muestras de cariño en público se han ido haciendo cada vez más habituales, al punto que papá llegó a hacerme preguntas al respecto. No supe bien qué responderle, pero pareció conforme al darse cuenta de que no estoy pensando sentar cabeza con alguien como Eowyn o Ava. ¿Quién lo diría?
Disfruto del balanceo de nuestras manos hasta que llegamos al claro y Alice se entretiene con algo que le ha llamado la atención, así que la sigo. Niego con la cabeza porque no recuerdo dicha historia y me quedo callado, oyendo a pesar de tener los ojos posados en un pájaro que se encuentra a pocos metros de nosotros. Es una tarde linda a pesar del clima, posiblemente porque el ambiente que se respira es mucho más relajado de lo que hubiese creído. Quizá vamos a estar bien, al final de todo. — Es una linda historia. Al menos puedes decir que llevas un poco de los dos contigo — a pesar de que le doy un apretoncito a su mano, uso la que tengo libre para cortar algunas de las flores y armar un pequeño ramo con sumo cuidado. En estos casos, agradezco la habilidad manual que me ha otorgado el uso de las armas — Nunca he preguntado por qué me han llamado Benedict o Desmond. Siempre lo asumí a un período de muy mal gusto — con una sonrisita, le tiendo el ramo como regalo sin detenerme a pensar lo cursi que se debió ver eso — Quizá papá lo recuerde, así que podría preguntarle. Si alguna vez tengo hijos… — cosa que dudo mucho — espero ponerles nombres fuertes. Con buenas historias para contar — todo esto hace que me salte una duda mientras le suelto la mano al pasar mi brazo por su cintura al seguir con lentitud nuestro camino — Al… ¿Por qué “Murphy”? — nunca me meto demasiado con las historias de su pasado, pero a veces la curiosidad es más fuerte. Si hay cosas que no me ha dicho sobre su vida, debe tener sus razones.
Aunque capto el tono burlón de su voz, se me ocurren varias personas a las que no les vendría mal ese círculo de ayuda del que ahora mismo nos estamos partiendo el culo. Aquí todos nos conocemos, pero estoy segura de que muchos se guardan más de lo que dejan ver. Yo misma me incluiría dentro de ese grupo de no ser por que en los últimos meses me he dejado transparentar en lo que a sentimientos se refiere. – Nah. Si se ignoran los ronquidos no es tan malo, menos cuando te robas la manta para ti solo. – Que no es como si fuera a molestarme del todo, pero el comentario tiene su gracia. Es en momentos como estos en los que no recuerdo cuando se volvió una costumbre el dormir juntos, aunque como todo, probablemente resultara de la espontaneidad con la que hacemos todo últimamente.
Coincido en que es una buena historia para contar, asintiendo con la cabeza levemente mientras mi mirada sigue perdida en recorrer una de las flores con mi mano. – Me hubiera gustado conocerle, por lo menos para ponerle voz al rostro de las fotografías. – Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que contemplé una imagen suya que apenas recuerdo como era su cara, aunque no es como si tuviera importancia ahora, tendría que haber puesto más interés en guardar ese tipo de cosas cuando aún tenía ocasión de hacerlo. – ¿Crees que se puede sentir a alguien que nunca has llegado a conocer? – Pregunto por curiosidad más que por la búsqueda de una respuesta concreta, posando mis ojos sobre su figura después de un rato.
- ¿Período de mal gusto? – Repito en lo que se dibuja una pequeña mueca que segundos después se transforma en una diminuta sonrisa cuando me tiende el ramo de flores. – Oh, gracias… Cuando era más niña las flores me parecían un cliché, aunque probablemente se debiera a que nunca nadie me las regaló. Todo un detalle por tu parte. – Murmuro aún con la sonrisa dibujaba en el rostro. Por otro lado, el debate de los nombres me trae recuerdos lejanos de cuando aún fantaseaba con los que le pondría a Murphy. – ¿Alguna idea en mente? – O quizás prefiera dejarlo para cuando llegue el momento, aunque estoy segura de que la situación tendría que cambiar mucho como para si quiera plantearse el tener hijos.
Algo antes de que pronuncie sus palabras me da la pista de por donde va a ir su pregunta, en especial por el modo que tiene de articular mi nombre tras comenzar la frase. – Supongo que no me tomarás en serio si te digo que tenía cara de Murphy. – Bromeo en un principio antes de hundir mi nariz en las flores y sentir su brazo rodearme la cintura. – Si algo malo puede pasar, pasará… La ley de Murphy. Enfatiza lo negativo por encima de todo. – No necesito mirar su cara para conocer que sabe de lo que estoy hablando, casi todo el mundo la conoce. A más de uno seguro que se le cayó la tostada por el lado equivocado. ¿Por qué entonces ese nombre? – Todo lo que pueda pasar, pasará, sea bueno o malo. Cuando la vi por primera vez supe que Murph era la demostración de que no importa la cualidad de lo que suceda, porque siempre la tendría a ella y ella me tendría a mí. – Nunca pensé que lo diría en voz alta, ya que siempre lo he considerado algo entre mi hija y yo, pero hacerlo resulta en cierto punto reparador. – Es lo mejor que me ha pasado. – Aunque no siempre lo demuestre. Esa conclusión me sirve para hacer un amago de sonreír y suspirar. – Eso o tenía las hormonas disparadas y me dio por filósofa. - Añado a modo de broma al final.
Coincido en que es una buena historia para contar, asintiendo con la cabeza levemente mientras mi mirada sigue perdida en recorrer una de las flores con mi mano. – Me hubiera gustado conocerle, por lo menos para ponerle voz al rostro de las fotografías. – Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que contemplé una imagen suya que apenas recuerdo como era su cara, aunque no es como si tuviera importancia ahora, tendría que haber puesto más interés en guardar ese tipo de cosas cuando aún tenía ocasión de hacerlo. – ¿Crees que se puede sentir a alguien que nunca has llegado a conocer? – Pregunto por curiosidad más que por la búsqueda de una respuesta concreta, posando mis ojos sobre su figura después de un rato.
- ¿Período de mal gusto? – Repito en lo que se dibuja una pequeña mueca que segundos después se transforma en una diminuta sonrisa cuando me tiende el ramo de flores. – Oh, gracias… Cuando era más niña las flores me parecían un cliché, aunque probablemente se debiera a que nunca nadie me las regaló. Todo un detalle por tu parte. – Murmuro aún con la sonrisa dibujaba en el rostro. Por otro lado, el debate de los nombres me trae recuerdos lejanos de cuando aún fantaseaba con los que le pondría a Murphy. – ¿Alguna idea en mente? – O quizás prefiera dejarlo para cuando llegue el momento, aunque estoy segura de que la situación tendría que cambiar mucho como para si quiera plantearse el tener hijos.
Algo antes de que pronuncie sus palabras me da la pista de por donde va a ir su pregunta, en especial por el modo que tiene de articular mi nombre tras comenzar la frase. – Supongo que no me tomarás en serio si te digo que tenía cara de Murphy. – Bromeo en un principio antes de hundir mi nariz en las flores y sentir su brazo rodearme la cintura. – Si algo malo puede pasar, pasará… La ley de Murphy. Enfatiza lo negativo por encima de todo. – No necesito mirar su cara para conocer que sabe de lo que estoy hablando, casi todo el mundo la conoce. A más de uno seguro que se le cayó la tostada por el lado equivocado. ¿Por qué entonces ese nombre? – Todo lo que pueda pasar, pasará, sea bueno o malo. Cuando la vi por primera vez supe que Murph era la demostración de que no importa la cualidad de lo que suceda, porque siempre la tendría a ella y ella me tendría a mí. – Nunca pensé que lo diría en voz alta, ya que siempre lo he considerado algo entre mi hija y yo, pero hacerlo resulta en cierto punto reparador. – Es lo mejor que me ha pasado. – Aunque no siempre lo demuestre. Esa conclusión me sirve para hacer un amago de sonreír y suspirar. – Eso o tenía las hormonas disparadas y me dio por filósofa. - Añado a modo de broma al final.
— Creo que puedes sentir a cualquier persona, mientras se haya significado algo para ti — y lo digo de corazón. Además, se supone que siendo pariente de sangre, la conexión debería ser incluso más profunda; quiero decir, yo no recuerdo mucho de mamá y cada vez se vuelve una imagen más borrosa, pero continúo sintiéndola conmigo en momentos de mayor crisis. Tal vez se debe a que soy el menor o algo así. Y hablando de eso, tengo que mirarla con mi mejor expresión de “pues claro” cuando parece no entender lo de mal gusto — ¿Quién le pone a su bebé “Benedict Desmond”? Es algo cruel — una vez unos niños de la escuela me dijeron que habían hecho que naciera con cincuenta años y creo que tienen completa razón,
Su modo de reaccionar a mi improvisado regalo me produce darle un cariñoso apretón en su cintura, ladeando la cabeza para poder verla mejor — Jamás he regalado flores, así que digamos que acabamos de tachar eso de la lista de las cosas que nunca hicimos. Ya perdí la cuenta — me hubiera puesto a pensar en todas las cosas que dijimos que no habíamos hecho hasta que el otro apareció, si no fuera porque su pregunta me descoloca un poco. No porque sea extraña, sino porque pocas veces me he imaginado como padre, a excepción de los momentos donde asumo mi responsabilidad sobre Beverly — Bueno… tal vez es algo ridículo… — para evitar el bochorno de que me esté mirando fijamente, le doy un suave empujón al tenerla agarrada y nos hago avanzar con algo de lentitud, manteniendo los ojos en el suelo — Pero sé que, si tuviese una hija, la llamaría Melanie. Por mi hermana, ya sabes — no tiendo a hablar de los que ya no están, en especial después de tanto tiempo. Pero creo que Alice se ha ganado ese derecho.
No me esperaba esa explicación y creo que lo dejo en evidencia por la cara que le pongo. Al final, creo que es una respuesta muy Alice, aunque no deja de hacerme algo de gracia — solo tú le pondrías un nombre relacionado a un dicho de ese estilo a un hijo. No se me habría ocurrido — confieso con diversión. Pero entiendo, increíblemente, lo que dice sobre sus sentimientos hacia su hija. No puedo decir que me identifico por completo, pero reconozco algunas de esas emociones — Cuando Beverly nació estaba aterrado. No puedes culparme, fue un griterío porque nadie sabía quien era el padre. Y sé que a veces quiero matarla, pero sea mi hija o no, la quiero. Y admiro la imaginación que tiene — lo que me hace pensar que no es mi hija porque no tengo un gramo de creatividad desde que tenía diez años — Mi padre ha estado esperando por años que siente cabeza. Que me junte con alguien y forme una familia. Dice que eso “forjará mi carácter” y hará que pase menos tiempo afuera. Te admiro por como pudiste lidiar con una hija tú sola, Al. Yo jamás hubiera podido.
Y no se lo digo, pero en parte creo que envidio lo que tienen porque, no importa lo que pase, siempre se tendrán la una a la otra. Nuestro camino nos obliga a bordear el claro, caminando cerca de la zona desde la cual se puede escuchar el arroyo y, aún así, no me despego de ella. Es extraño, ya saben, esa sensación de normalidad cuando caminas abrazado a alguien sin que nada te preocupe. No se tienen muchos días como estos en el catorce y creo que Alice tenía razón cuando decía que necesitaba desconectarme. A veces me sorprendo de lo mucho que odio que me gane en cuanto a tener razón se refiere.
Y aún así, sé que debería contarle todo lo que me preocupa. Debería decirle que temo que estemos en peligro. Tendría que contarle que he pasado dos noches en el distrito cuatro en casa de una jueza del gobierno, a quien considero mi amiga. También me gustaría poder contarle otro tipo de incomodidades que soy incapaz de olvidar incluso cuando se supone que debo relajarme. ¿Se enfadará si abro la boca? ¿Se olvidará de que estamos teniendo un buen rato y decidirá dejarme solo en medio del camino? — Al… — mi voz sale dudosa y ni me doy cuenta de que he abierto la boca hasta que reconozco mi tono. Aclaro mi garganta solo por sí las dudas y me aferro un poco más fuerte a ella, por si es que se le ocurre el querer escapar. Y sin embargo, el miedo vuelve — … ¿Quieres que llevemos esto al siguiente nivel?
¿Qué? Eso no era lo que iba a decir, pero mi cerebro entró en pánico y se fue de inmediato algo inmenso como para cubrir a algo todavía más grande. Cuando me doy cuenta, he abierto los ojos tan grandes que acabo soltándola y empiezo a caminar por delante de ella — Olvídalo. No he dicho nada. Solo los niños se preocupan por esas cosas. — ¿Y qué demonios significaba “el siguiente nivel”? De solo pensarla a ella compartiendo una cena con mi padre o algo así en plan “presentación de pareja”, me dan ganas de lanzarme al arroyo y desaparecer.
Su modo de reaccionar a mi improvisado regalo me produce darle un cariñoso apretón en su cintura, ladeando la cabeza para poder verla mejor — Jamás he regalado flores, así que digamos que acabamos de tachar eso de la lista de las cosas que nunca hicimos. Ya perdí la cuenta — me hubiera puesto a pensar en todas las cosas que dijimos que no habíamos hecho hasta que el otro apareció, si no fuera porque su pregunta me descoloca un poco. No porque sea extraña, sino porque pocas veces me he imaginado como padre, a excepción de los momentos donde asumo mi responsabilidad sobre Beverly — Bueno… tal vez es algo ridículo… — para evitar el bochorno de que me esté mirando fijamente, le doy un suave empujón al tenerla agarrada y nos hago avanzar con algo de lentitud, manteniendo los ojos en el suelo — Pero sé que, si tuviese una hija, la llamaría Melanie. Por mi hermana, ya sabes — no tiendo a hablar de los que ya no están, en especial después de tanto tiempo. Pero creo que Alice se ha ganado ese derecho.
No me esperaba esa explicación y creo que lo dejo en evidencia por la cara que le pongo. Al final, creo que es una respuesta muy Alice, aunque no deja de hacerme algo de gracia — solo tú le pondrías un nombre relacionado a un dicho de ese estilo a un hijo. No se me habría ocurrido — confieso con diversión. Pero entiendo, increíblemente, lo que dice sobre sus sentimientos hacia su hija. No puedo decir que me identifico por completo, pero reconozco algunas de esas emociones — Cuando Beverly nació estaba aterrado. No puedes culparme, fue un griterío porque nadie sabía quien era el padre. Y sé que a veces quiero matarla, pero sea mi hija o no, la quiero. Y admiro la imaginación que tiene — lo que me hace pensar que no es mi hija porque no tengo un gramo de creatividad desde que tenía diez años — Mi padre ha estado esperando por años que siente cabeza. Que me junte con alguien y forme una familia. Dice que eso “forjará mi carácter” y hará que pase menos tiempo afuera. Te admiro por como pudiste lidiar con una hija tú sola, Al. Yo jamás hubiera podido.
Y no se lo digo, pero en parte creo que envidio lo que tienen porque, no importa lo que pase, siempre se tendrán la una a la otra. Nuestro camino nos obliga a bordear el claro, caminando cerca de la zona desde la cual se puede escuchar el arroyo y, aún así, no me despego de ella. Es extraño, ya saben, esa sensación de normalidad cuando caminas abrazado a alguien sin que nada te preocupe. No se tienen muchos días como estos en el catorce y creo que Alice tenía razón cuando decía que necesitaba desconectarme. A veces me sorprendo de lo mucho que odio que me gane en cuanto a tener razón se refiere.
Y aún así, sé que debería contarle todo lo que me preocupa. Debería decirle que temo que estemos en peligro. Tendría que contarle que he pasado dos noches en el distrito cuatro en casa de una jueza del gobierno, a quien considero mi amiga. También me gustaría poder contarle otro tipo de incomodidades que soy incapaz de olvidar incluso cuando se supone que debo relajarme. ¿Se enfadará si abro la boca? ¿Se olvidará de que estamos teniendo un buen rato y decidirá dejarme solo en medio del camino? — Al… — mi voz sale dudosa y ni me doy cuenta de que he abierto la boca hasta que reconozco mi tono. Aclaro mi garganta solo por sí las dudas y me aferro un poco más fuerte a ella, por si es que se le ocurre el querer escapar. Y sin embargo, el miedo vuelve — … ¿Quieres que llevemos esto al siguiente nivel?
¿Qué? Eso no era lo que iba a decir, pero mi cerebro entró en pánico y se fue de inmediato algo inmenso como para cubrir a algo todavía más grande. Cuando me doy cuenta, he abierto los ojos tan grandes que acabo soltándola y empiezo a caminar por delante de ella — Olvídalo. No he dicho nada. Solo los niños se preocupan por esas cosas. — ¿Y qué demonios significaba “el siguiente nivel”? De solo pensarla a ella compartiendo una cena con mi padre o algo así en plan “presentación de pareja”, me dan ganas de lanzarme al arroyo y desaparecer.
Es una buena respuesta, sí, definitivamente me gusta creer que, pese a no haber conocido a mi abuelo, al menos las historias y recuerdos que otros han dejado en su memoria pueden recrear mi propia visión de él. Claro que hubiera preferido tener la oportunidad de compartir algo especial con él, he aprendido que es mejor conformarse con poco. – Me parece que estás exagerando. – No creo que su padre lo hiciera con mala intención, así como estoy segura de que su opinión acerca de sí mismo está influenciada por algo que le haya hecho verlo de esa manera. – ¿Por qué es que nunca nos gusta nada de lo que tenemos? – Ya sea por el tipo de pelo, su color, el tener ojos claros u oscuros, uno nunca está conforme con lo que se tiene, especialmente cuando se es niño. Creía que con el tiempo ese pensamiento se disiparía, pero a juzgar por el comentario de Ben me parece que me estoy equivocando.
Asiento levemente con la cabeza una vez, yo también perdí la cuenta, en especial de las cosas que dije que jamás volvería a hacer y que en cosa de pocos meses han pasado a formar parte de mi día a día. Ni siquiera me importa la incertidumbre que recorre mi cuerpo cada vez que pienso en lo que podría pasar de aquí a una semana, un mes, un año… Nada de eso importa porque en los últimos meses he encontrado más paz y estabilidad que la que habría imaginado nunca. – No es nada ridículo, al contrario, me parece un gesto muy bonito. No quiero sonar entrometida, pero estoy segura de que a ella le encantaría, ya sabes, si alguna vez… – Dejo la frase a medias porque los dos sabemos como termina. Son pocas las ocasiones en las que hemos hablado de su hermana, así como también lo son las veces que nos paramos a hablar sobre la gente que hemos perdido y que jamás volverán con nosotros. Quizás sea mejor así.
Le miro con una ceja alzada, tratando de buscar en su rostro alguna pista que vaya a responder a la pregunta que lanzo después. – ¿Qué se supone que significa eso? – Y no es por el hecho de que se esté divirtiendo con mi confesión, o quizás sí, pero me atrevo a imitar su gesto esbozando una sonrisa entre dientes, aunque no espero que se quede con eso y responda seriamente a mi pregunta. – Lo entiendo, puede que el catorce sea un círculo cerrado y todos nos conozcamos unos a otros, pero siempre has tenido una conexión especial con ella. – Que para nada es la misma relación que la que tiene con Seth. – Perdona si suena a intromisión, pero… ¿nunca has tenido curiosidad? – Creo que no hace falta decirlo en voz alta para saber que me refiero al hecho de ser su padre biológico o no. – No tienes por qué responder. – Puede que haya abierto la boca de más atreviéndome a hacer una pregunta tan personal, pero por desgracia no puedo borrar mis palabras.
Hago una especie de sonido con la boca cerrada propio de una persona que está meditando, hasta que me obligo a hablar. – No creo que el hecho de tener pareja te haga ser más sensato, tampoco formar una familia, supongo que depende de las experiencias propias de cada uno y la manera de tomarse las cosas. – Conocí personas que no asentaron la cabeza hasta recién cumplidos los sesenta y otros que con veinte ya poseían el juicio suficiente como para decidir que hacer con su vida. – Creo se trata más de encontrar estabilidad, algunos lo hacen con otra persona, otros con un perro, pero lo que quiero decir es que, cada uno termina por descubrir su propio equilibrio. – Por lo menos es así como lo veo yo. – Solo es cuestión de tiempo. – Como todo, al fin y al cabo.
Frunzo el ceño sin poder evitarlo cuando, después de unos minutos de caminar en silencio, escucho mi nombre de la voz cortada de Ben. Mi mirada se vuelve hacia él en lo que me siento un poco más apretada hacia él, y no es hasta ese momento que me doy cuenta de que hay cosas que se está callando. Apenas tengo tiempo de reaccionar cuando él ya se encuentra a unos metros de mi posición y tengo que tomarme unos segundos para si quiera procesar lo que acaba de decir. Inmediatamente mis pies se mueven en su dirección lo suficiente como para que mi brazo se alargue y alcance a rozar sus dedos en un intento de que frene su velocidad. – Ey… ¿Qué ha sido eso? – Y no me refiero a la pregunta, sino más bien a la forma que ha tenido de escapar de la situación.
Una de mis manos sube a su mejilla en lo que le obligo a parar y ponerse frente a mí, observando aún con el ceño levemente fruncido sus gestos. – ¿Qué es lo que te da miedo exactamente? ¿Que yo no quiera lo mismo para nosotros? – Murmuro sin saber muy bien a lo que se quiere referir su actitud, así como sus palabras. – ¿O es que te sientes forzado conmigo? – Si bien es verdad que nunca nos hemos preocupado por ponerle un título a lo que tenemos, pero siempre he creído que es porque no nos hacía falta hacerlo. Bajo la mano rozando su cuello hasta su pecho, donde mi mirada se vuelve todavía más confusa. Y sé que, o por lo menos eso creo, no hace falta que lo diga, pero en un último segundo de debilidad lo hago igualmente. – Sabes que puedes confiar en mí, si hay algo que te preocupa o quieras decirme. – Apenas suena un susurro, de hecho creo que se escucha más el ruido del agua del arroyo al que hemos llegado que mi propia voz.
Asiento levemente con la cabeza una vez, yo también perdí la cuenta, en especial de las cosas que dije que jamás volvería a hacer y que en cosa de pocos meses han pasado a formar parte de mi día a día. Ni siquiera me importa la incertidumbre que recorre mi cuerpo cada vez que pienso en lo que podría pasar de aquí a una semana, un mes, un año… Nada de eso importa porque en los últimos meses he encontrado más paz y estabilidad que la que habría imaginado nunca. – No es nada ridículo, al contrario, me parece un gesto muy bonito. No quiero sonar entrometida, pero estoy segura de que a ella le encantaría, ya sabes, si alguna vez… – Dejo la frase a medias porque los dos sabemos como termina. Son pocas las ocasiones en las que hemos hablado de su hermana, así como también lo son las veces que nos paramos a hablar sobre la gente que hemos perdido y que jamás volverán con nosotros. Quizás sea mejor así.
Le miro con una ceja alzada, tratando de buscar en su rostro alguna pista que vaya a responder a la pregunta que lanzo después. – ¿Qué se supone que significa eso? – Y no es por el hecho de que se esté divirtiendo con mi confesión, o quizás sí, pero me atrevo a imitar su gesto esbozando una sonrisa entre dientes, aunque no espero que se quede con eso y responda seriamente a mi pregunta. – Lo entiendo, puede que el catorce sea un círculo cerrado y todos nos conozcamos unos a otros, pero siempre has tenido una conexión especial con ella. – Que para nada es la misma relación que la que tiene con Seth. – Perdona si suena a intromisión, pero… ¿nunca has tenido curiosidad? – Creo que no hace falta decirlo en voz alta para saber que me refiero al hecho de ser su padre biológico o no. – No tienes por qué responder. – Puede que haya abierto la boca de más atreviéndome a hacer una pregunta tan personal, pero por desgracia no puedo borrar mis palabras.
Hago una especie de sonido con la boca cerrada propio de una persona que está meditando, hasta que me obligo a hablar. – No creo que el hecho de tener pareja te haga ser más sensato, tampoco formar una familia, supongo que depende de las experiencias propias de cada uno y la manera de tomarse las cosas. – Conocí personas que no asentaron la cabeza hasta recién cumplidos los sesenta y otros que con veinte ya poseían el juicio suficiente como para decidir que hacer con su vida. – Creo se trata más de encontrar estabilidad, algunos lo hacen con otra persona, otros con un perro, pero lo que quiero decir es que, cada uno termina por descubrir su propio equilibrio. – Por lo menos es así como lo veo yo. – Solo es cuestión de tiempo. – Como todo, al fin y al cabo.
Frunzo el ceño sin poder evitarlo cuando, después de unos minutos de caminar en silencio, escucho mi nombre de la voz cortada de Ben. Mi mirada se vuelve hacia él en lo que me siento un poco más apretada hacia él, y no es hasta ese momento que me doy cuenta de que hay cosas que se está callando. Apenas tengo tiempo de reaccionar cuando él ya se encuentra a unos metros de mi posición y tengo que tomarme unos segundos para si quiera procesar lo que acaba de decir. Inmediatamente mis pies se mueven en su dirección lo suficiente como para que mi brazo se alargue y alcance a rozar sus dedos en un intento de que frene su velocidad. – Ey… ¿Qué ha sido eso? – Y no me refiero a la pregunta, sino más bien a la forma que ha tenido de escapar de la situación.
Una de mis manos sube a su mejilla en lo que le obligo a parar y ponerse frente a mí, observando aún con el ceño levemente fruncido sus gestos. – ¿Qué es lo que te da miedo exactamente? ¿Que yo no quiera lo mismo para nosotros? – Murmuro sin saber muy bien a lo que se quiere referir su actitud, así como sus palabras. – ¿O es que te sientes forzado conmigo? – Si bien es verdad que nunca nos hemos preocupado por ponerle un título a lo que tenemos, pero siempre he creído que es porque no nos hacía falta hacerlo. Bajo la mano rozando su cuello hasta su pecho, donde mi mirada se vuelve todavía más confusa. Y sé que, o por lo menos eso creo, no hace falta que lo diga, pero en un último segundo de debilidad lo hago igualmente. – Sabes que puedes confiar en mí, si hay algo que te preocupa o quieras decirme. – Apenas suena un susurro, de hecho creo que se escucha más el ruido del agua del arroyo al que hemos llegado que mi propia voz.
— Debe ser una especie de ley para que el ser humano se muestre disconforme — no tengo idea de si es así, pero es la mejor opción que se me ocurre. Lo que no tengo es una excusa para no sentirme algo tonto mientras ella me consuela, o algo así, cuando el tema de Melanie sale a colación. No he llorado la muerte de mi hermana hace muchos, pero muchos años, pero a veces me es imposible no recordarla con cariño y preguntarme cómo hubiesen sido las cosas si ella siguiese aquí conmigo — Supongo que sí — murmuro, pero eso es todo. No sé qué le gustaría porque me la quitaron de los brazos hace tanto tiempo que parece haber sido irreal.
— Que tienes un modo diferente de pensar las cosas. Es uno de esos detalles que me gustan de ti — el comentario me sale sin rastro de pudor y hasta me atrevo a sonreír en confianza. Creo que hace semanas pasamos ese límite de la timidez a simplemente decir las cosas como un hecho. Como sea, tengo que levantar una mano para que ni se preocupe porque sé que muchos piensan que el asunto de Beverly es algo complicado y delicado, cuando en realidad todos hemos asumido nuestros papeles con el tiempo y se ha transformado en algo natural — No te sientas mal. La verdad es que sí, a veces me muero de curiosidad, pero no es como que tengamos una máquina de ADN y, si te soy honesto, Eowyn parece ser feliz así y Bev también. Me gusta el papel que tengo en su vida — mientras me quieran alrededor, yo no me iré a ningún lado.
Me río de lo que me dice, no porque no crea que tenga razón, sino porque parece que se ha olvidado de quien estemos hablando — Papá siempre ha sido algo tradicional en ese aspecto. Creo que es porque tiene miedo de que termine en una cabaña solitaria espantando a los niños del barrio con mi barba blanca y el mal olor — bueno, al menos eso significaría que tengo mi propia casa en la vejez y eso es decir mucho — Algún día va a aceptarlo y yo también. ¿Sabes, Al? — le lanzo una miradita furtiva, casi como si no quisiera que viese la gracia que me hace — Hablas de mí, pero tú también das buenos consejos.
Ojalá fuese todo risas y comentarios casuales. Haber abierto la boca es una de las cosas que siempre voy a tener como un arrepentimiento constante, en especial cuando se trata de temas a los cuales no sé tratar. No sé como Alice, mucho más menuda que yo, se las arregla para frenarme y creo que es culpa de su tacto el que reduzca la velocidad con tanta facilidad, a pesar de que mis ojos miran a cualquier lado por encima de su cabeza y mis labios se ven raspados por mis dientes nerviosos. — No es eso… — empiezo, pero lo siguiente hace que gire los ojos hacia ella abiertos como platos — ¡No! No, no, jamás me sentiría forzado contigo. Me gusta estar contigo — y que me acaricie de ese modo me lo asegura. Tomo sus manos con cuidado, tratando de no aplastar las flores, y las dejo contra mi pecho, temeroso de intentar una explicación a lo que está pasando por mi cabeza.
No puedo hablar con ella de lo que ha pasado con mi padre porque el asunto de Ava es un tema que sé que no debemos tocar. No puedo decirle que hace meses estoy en contacto con Arianne porque se supone que es un secreto y posiblemente no me mire de buena manera por haberle mentido de esa manera. No puedo contarle de los miedos que sacuden al consejo porque sería generarle más temor, sabiendo que no se lo merece. Y tampoco puedo decirle lo que pienso sobre lo que acabo de decir, porque no sé cómo hacerlo.
— Te quiero, Alice. Lo sabes… ¿Verdad? — suelto sus manos para poder pasar mis dedos por su cuello a modo de mimo, siguiendo con la mirada el recorrido de mis pulgares por encima de su pálida piel — Pero habrá un día en que tú no me quieras a mí. Quiero decir… todos estos años… — ¿Cómo explicarlo sin decirlo? Respiro con lentitud, con el pecho subiendo y bajando rítmicamente, mientras trato de ordenar palabras que terminan saliendo solas como un escupitajo — Todos se van, Al. ¿Por qué tú no habrías de hacerlo? He hecho estupideces y he cometido errores y, alguna vez, los verás con claridad. Y serás otra de las personas que se fue antes de terminar mal. Porque eso es lo que siempre pasa. Los que se quedan, pagan — que pregunte. ¿Quién está sano de todos aquellos que rondan mi existencia? Posiblemente los más jóvenes y tampoco es que tengan la mejor vida de todas. Mis dedos llegan a su pecho y los dejo caer, rozando el contorno de su cintura — Vivir en una cabaña solo fue el mejor modo de luchar contra eso. Y mientras todos tienen familias, yo he crecido como una rama torcida. Puede que por eso le tengo miedo a… bueno, a todo.
Y la dejé entrar a ella a la más pura intimidad. Diferente a Seth, desde luego. Con un suspiro, dos de mis dedos “caminan” por su vientre hacia arriba, presionando con delicadeza las yemas — Sé que voy a perderlo, así que a veces prefiero no poseerlo. ¿Entiendes mi punto? Es la salida cobarde, pero simple— Y eso es solo una parte. Los secretos seguirán siendo secretos.
— Que tienes un modo diferente de pensar las cosas. Es uno de esos detalles que me gustan de ti — el comentario me sale sin rastro de pudor y hasta me atrevo a sonreír en confianza. Creo que hace semanas pasamos ese límite de la timidez a simplemente decir las cosas como un hecho. Como sea, tengo que levantar una mano para que ni se preocupe porque sé que muchos piensan que el asunto de Beverly es algo complicado y delicado, cuando en realidad todos hemos asumido nuestros papeles con el tiempo y se ha transformado en algo natural — No te sientas mal. La verdad es que sí, a veces me muero de curiosidad, pero no es como que tengamos una máquina de ADN y, si te soy honesto, Eowyn parece ser feliz así y Bev también. Me gusta el papel que tengo en su vida — mientras me quieran alrededor, yo no me iré a ningún lado.
Me río de lo que me dice, no porque no crea que tenga razón, sino porque parece que se ha olvidado de quien estemos hablando — Papá siempre ha sido algo tradicional en ese aspecto. Creo que es porque tiene miedo de que termine en una cabaña solitaria espantando a los niños del barrio con mi barba blanca y el mal olor — bueno, al menos eso significaría que tengo mi propia casa en la vejez y eso es decir mucho — Algún día va a aceptarlo y yo también. ¿Sabes, Al? — le lanzo una miradita furtiva, casi como si no quisiera que viese la gracia que me hace — Hablas de mí, pero tú también das buenos consejos.
Ojalá fuese todo risas y comentarios casuales. Haber abierto la boca es una de las cosas que siempre voy a tener como un arrepentimiento constante, en especial cuando se trata de temas a los cuales no sé tratar. No sé como Alice, mucho más menuda que yo, se las arregla para frenarme y creo que es culpa de su tacto el que reduzca la velocidad con tanta facilidad, a pesar de que mis ojos miran a cualquier lado por encima de su cabeza y mis labios se ven raspados por mis dientes nerviosos. — No es eso… — empiezo, pero lo siguiente hace que gire los ojos hacia ella abiertos como platos — ¡No! No, no, jamás me sentiría forzado contigo. Me gusta estar contigo — y que me acaricie de ese modo me lo asegura. Tomo sus manos con cuidado, tratando de no aplastar las flores, y las dejo contra mi pecho, temeroso de intentar una explicación a lo que está pasando por mi cabeza.
No puedo hablar con ella de lo que ha pasado con mi padre porque el asunto de Ava es un tema que sé que no debemos tocar. No puedo decirle que hace meses estoy en contacto con Arianne porque se supone que es un secreto y posiblemente no me mire de buena manera por haberle mentido de esa manera. No puedo contarle de los miedos que sacuden al consejo porque sería generarle más temor, sabiendo que no se lo merece. Y tampoco puedo decirle lo que pienso sobre lo que acabo de decir, porque no sé cómo hacerlo.
— Te quiero, Alice. Lo sabes… ¿Verdad? — suelto sus manos para poder pasar mis dedos por su cuello a modo de mimo, siguiendo con la mirada el recorrido de mis pulgares por encima de su pálida piel — Pero habrá un día en que tú no me quieras a mí. Quiero decir… todos estos años… — ¿Cómo explicarlo sin decirlo? Respiro con lentitud, con el pecho subiendo y bajando rítmicamente, mientras trato de ordenar palabras que terminan saliendo solas como un escupitajo — Todos se van, Al. ¿Por qué tú no habrías de hacerlo? He hecho estupideces y he cometido errores y, alguna vez, los verás con claridad. Y serás otra de las personas que se fue antes de terminar mal. Porque eso es lo que siempre pasa. Los que se quedan, pagan — que pregunte. ¿Quién está sano de todos aquellos que rondan mi existencia? Posiblemente los más jóvenes y tampoco es que tengan la mejor vida de todas. Mis dedos llegan a su pecho y los dejo caer, rozando el contorno de su cintura — Vivir en una cabaña solo fue el mejor modo de luchar contra eso. Y mientras todos tienen familias, yo he crecido como una rama torcida. Puede que por eso le tengo miedo a… bueno, a todo.
Y la dejé entrar a ella a la más pura intimidad. Diferente a Seth, desde luego. Con un suspiro, dos de mis dedos “caminan” por su vientre hacia arriba, presionando con delicadeza las yemas — Sé que voy a perderlo, así que a veces prefiero no poseerlo. ¿Entiendes mi punto? Es la salida cobarde, pero simple— Y eso es solo una parte. Los secretos seguirán siendo secretos.
Al principio me tomo su respuesta como un cumplido, algo de lo que incluso estar orgulloso, pero con el tiempo me doy cuenta de que lo diferente nunca ha acabado de encajar y ya no sé como tomármelo. – Mmm… gracias, supongo. – Aunque no se lo digo, en el fondo siento que lo dice por compromiso. Puedo notar como se me relajan los músculos cuando interpreto su gesto como que mi pregunta no le ha molestado, centrándome en escuchar su respuesta en lo que el viento me sacude el pelo y algunos mechones se me cuelan por la cara. – Tampoco cambiaría nada. El hacer una prueba, me refiero. Lo que tenéis es mucho más fuerte que eso, independientemente de los lazos de sangre. – Lo descubrí por mi propia cuenta con Allen, y eso que al principio le odiaba, no por creer que podía reemplazar a mis padres, sino porque me recordaba lo sola que estaba entonces.
La visión acerca de su futuro me hace la suficiente gracia como para que se me escuche reír, en especial porque jamás me lo hubiera imaginado de esa forma. – Dices de la imaginación de Bev, pero la tuya también es peculiar. – Bromeo. No puedo más que encogerme de hombros cuando dice lo del consejo, sonriendo tristemente de lado. – Me parece que nos estamos haciendo viejos. – Murmuro medio en broma medio tomándomelo en serio. No sé en qué momento pasó el tiempo tan deprisa, pero a veces me permito recordar como eran las cosas antes y no estoy segura de en qué momento se fue todo cuesta abajo.
Pese a su negación, me cuesta no mirarle con cara de no entender nada cuando sujeta mis manos con las suyas, y apuesto lo que queráis a que mi cara de confusión es la misma que la de un perro indefenso. Lo cual odio porque si ese es el caso, estoy dando más pena de la que ni siquiera pretendo dar. Aún más cuando comienza su siguiente frase diciendo que me quiere, casi esperando que el ‘pero’ salga de sus labios, pero no lo hace. Eso todavía hace que me confunda más porque no entiendo a donde quiere ir a parar, ni la reacción que espera que yo tenga hacia lo que me está tratando de explicar. Hasta el recorrido de sus dedos sobre mi piel me confunde. – ¿Por qué te preocupas de eso ahora? Hasta donde yo sé, mañana ni tan siquiera podríamos estar aquí. – Mi voz sale al exterior de forma ahogada y pequeña, de tal manera que me es complicado distinguirla como propia.
Trato de mantener la mente clara, abierta a sus palabras, intentando que no se me vengan encima como una montaña rusa. – ¿Estás dando por hecho que voy a irme? – De todo lo que ha dicho, mi única forma de reaccionar es sacando a la luz esa pregunta, mirándole con el desconcierto reflejado en mis ojos, porque su actitud me parece egoísta, egoísta por no dejarme decidir sobre mi propio juicio. – ¿Crees que yo no tengo miedo? ¿Que vivo tranquila pensando que cualquier día todo esto se puede ir a la mierda? ¿Que se pueden llevar lo poco que me queda? – Que viene siendo muy poco. – Tienes una familia. Tu padre, Seth, Beverly, porque hayas decidido creer que no formas parte de ella no significa que no la poseas. – Las palabras salen de mi boca incluso antes de que me de tiempo a pensarlas en un momento de nerviosismo y debilidad mezclado. – ¿Sabes lo que daría por tener una única conversación con mi padre? ¿O mi mejor amiga? – No es el único que ha visto a las personas que quiere marcharse, porque a mí me encanta ser un imán para las desgracias, eso seguro.
Me tomo un segundo para tomar aire y aclarar mis pensamientos antes de que se me ocurra volver a alzar la voz. – Todos cometemos estupideces, Ben, pero me parece que no estás valorando lo que tienes. – No lo tenemos todo, no poseemos ni un tercio de lo que las personas normales gozan cada día, y aún así, creo que entra en nuestra rutina el poder aprovechar lo poco que se nos ha dado. – La gente se va, y se va a seguir yendo, lo que no puedes hacer es decidir por mí. - ¿Y por qué es que me da la sensación de que me está echando de su vida incluso antes de que yo tenga opción a irme? Me da rabia, me da rabia su actitud y que crea que puede elegir algo que me pertenece.
Entiendo su punto, mucho más de lo que puede creer porque hasta hace unos meses esa era mi forma de pensar ante todo. – Hablas como yo antes de conocerte, pero creía, y sigo creyendo, que tú has cambiado eso. – Trago saliva, mirándole a los ojos una vez más antes de murmurar. – Siento no haber podido hacer lo mismo por ti. – Y tengo que dar unos pasos hacia atrás, apartando la mirada de él y rozando la mano que tengo libre por la nariz, suspirando pesadamente por la rabia que tengo conmigo misma por no haber hecho nada bien.
La visión acerca de su futuro me hace la suficiente gracia como para que se me escuche reír, en especial porque jamás me lo hubiera imaginado de esa forma. – Dices de la imaginación de Bev, pero la tuya también es peculiar. – Bromeo. No puedo más que encogerme de hombros cuando dice lo del consejo, sonriendo tristemente de lado. – Me parece que nos estamos haciendo viejos. – Murmuro medio en broma medio tomándomelo en serio. No sé en qué momento pasó el tiempo tan deprisa, pero a veces me permito recordar como eran las cosas antes y no estoy segura de en qué momento se fue todo cuesta abajo.
Pese a su negación, me cuesta no mirarle con cara de no entender nada cuando sujeta mis manos con las suyas, y apuesto lo que queráis a que mi cara de confusión es la misma que la de un perro indefenso. Lo cual odio porque si ese es el caso, estoy dando más pena de la que ni siquiera pretendo dar. Aún más cuando comienza su siguiente frase diciendo que me quiere, casi esperando que el ‘pero’ salga de sus labios, pero no lo hace. Eso todavía hace que me confunda más porque no entiendo a donde quiere ir a parar, ni la reacción que espera que yo tenga hacia lo que me está tratando de explicar. Hasta el recorrido de sus dedos sobre mi piel me confunde. – ¿Por qué te preocupas de eso ahora? Hasta donde yo sé, mañana ni tan siquiera podríamos estar aquí. – Mi voz sale al exterior de forma ahogada y pequeña, de tal manera que me es complicado distinguirla como propia.
Trato de mantener la mente clara, abierta a sus palabras, intentando que no se me vengan encima como una montaña rusa. – ¿Estás dando por hecho que voy a irme? – De todo lo que ha dicho, mi única forma de reaccionar es sacando a la luz esa pregunta, mirándole con el desconcierto reflejado en mis ojos, porque su actitud me parece egoísta, egoísta por no dejarme decidir sobre mi propio juicio. – ¿Crees que yo no tengo miedo? ¿Que vivo tranquila pensando que cualquier día todo esto se puede ir a la mierda? ¿Que se pueden llevar lo poco que me queda? – Que viene siendo muy poco. – Tienes una familia. Tu padre, Seth, Beverly, porque hayas decidido creer que no formas parte de ella no significa que no la poseas. – Las palabras salen de mi boca incluso antes de que me de tiempo a pensarlas en un momento de nerviosismo y debilidad mezclado. – ¿Sabes lo que daría por tener una única conversación con mi padre? ¿O mi mejor amiga? – No es el único que ha visto a las personas que quiere marcharse, porque a mí me encanta ser un imán para las desgracias, eso seguro.
Me tomo un segundo para tomar aire y aclarar mis pensamientos antes de que se me ocurra volver a alzar la voz. – Todos cometemos estupideces, Ben, pero me parece que no estás valorando lo que tienes. – No lo tenemos todo, no poseemos ni un tercio de lo que las personas normales gozan cada día, y aún así, creo que entra en nuestra rutina el poder aprovechar lo poco que se nos ha dado. – La gente se va, y se va a seguir yendo, lo que no puedes hacer es decidir por mí. - ¿Y por qué es que me da la sensación de que me está echando de su vida incluso antes de que yo tenga opción a irme? Me da rabia, me da rabia su actitud y que crea que puede elegir algo que me pertenece.
Entiendo su punto, mucho más de lo que puede creer porque hasta hace unos meses esa era mi forma de pensar ante todo. – Hablas como yo antes de conocerte, pero creía, y sigo creyendo, que tú has cambiado eso. – Trago saliva, mirándole a los ojos una vez más antes de murmurar. – Siento no haber podido hacer lo mismo por ti. – Y tengo que dar unos pasos hacia atrás, apartando la mirada de él y rozando la mano que tengo libre por la nariz, suspirando pesadamente por la rabia que tengo conmigo misma por no haber hecho nada bien.
¿Por qué me preocupa esto ahora? Porque es el punto donde he guardado tanto que siento que no me alcanza el largo del cuerpo para continuar sin abrir la boca. Porque he pasado, año tras año, preguntándome sobre las cosas que hago bien o las que hago mal y el aceptar que al fin una cosa me hace feliz me convierte en la persona más cobarde y vulnerable que he sido en mucho tiempo. Porque decirle que la quiero no incluye un “pero”, al menos que cuente como uno el miedo que me provoca. La dicha de la comodidad doméstica jamás fue parte de mí y, repentinamente, la tengo en mis manos sabiendo que nada es para siempre. Y saber todo lo que explota a nuestro alrededor mientras jugamos a la casita no es precisamente tranquilizador.
— No… — no sé como explicarle mi punto ni mi vómito verbal, pero cuando asume que estoy dando por hecho que va a dejarme no puedo hacer otra cosa que mover la cabeza de un lado a otro constantemente e intentar agarrar con mayor ímpetu sus manos — Alice, escucha… — pero la he cagado, o eso parece, porque ella no deja de hablar. Habla sobre lo que tengo y que debería gozar y lo entiendo, lo agradezco constantemente, pero creo que no ha entendido mi punto. O quizá ella se está esforzando en ver lo bueno mientras yo me he quedado, por esta vez, con el vaso medio vacío — Jamás dije eso — alcanzo a murmurar, pero no sé si me oye.
— Tú no has cometido las mismas estupideces que yo — refuto con la voz algo más dura de lo que deseaba, clavando mis ojos en ella de manera que dejo bien en claro que jamás va a comprenderme. Oh, porque sí, cuando quiero soy un adolescente que piensa que su vida es una mierda, especialmente porque tengo mis motivos. Siempre intento mantenerme positivo, pero creo que esta vez no ha sabido entenderme — ¡No estoy decidiendo nada por ti, Alice! ¡No pongas palabras en mi boca que jamás he dicho! — y ahí se fue. La suelto porque el tono de voz ha subido hasta el punto que creo que acabo de reaccionar, por vez primera, como una pareja al discutir. Y ya nos habíamos tardado.
Aprovecho que ella se ha apartado para bufar y caminar unos pasos de un lado al otro, rascándome la nuca en un intento de ordenar mis pensamientos mientras la oigo hablar — ¿Por qué tienes que malinterpretar todo lo que he dicho? — farfullo de forma gruñona, echándole un vistazo sin detenerme — No es sobre… no es como si tú no hubieses… ¡Es la primera vez en años que tengo tanta paz estando con alguien! — y es en serio. Creo que la primera y última vez que estuve con una mujer que me hiciera sentir seguro fue con Amelie y eso pasó hace una eternidad — Pero automáticamente tienes que hacerlo sobre ti, Alice, y dices que prácticamente quiero alejarte de mí cuando, justamente, lo que estoy diciendo es que tengo miedo de que llegue el día en el que tenga que perderte — si no hubiese estado tan molesto e incómodo, estoy seguro de que me hubiese subido el calor de la vergüenza. Me detengo entre mis idas y venidas con las manos en las caderas dando algunos golpecitos con los dedos hasta que desarmo mi postura, fastidioso, con un resoplido que me mueve los labios como a los caballos — Es la primera vez que le cuento todo esto a alguien — acabo murmurando en un tono mucho más suave. Mi atención visual, mientras tanto, se encuentra en cualquier punto de las flores del suelo. Seth jamás necesitó que le dijera como me sentía porque él siempre lo supo, así que hablar de estas cosas en voz alta es… horrible — Trato de hacer las cosas bien, Al, y poner buena cara, pero creo que vivo aterrado. No deberías escuchar ni un solo consejo que venga de mi parte.
— No… — no sé como explicarle mi punto ni mi vómito verbal, pero cuando asume que estoy dando por hecho que va a dejarme no puedo hacer otra cosa que mover la cabeza de un lado a otro constantemente e intentar agarrar con mayor ímpetu sus manos — Alice, escucha… — pero la he cagado, o eso parece, porque ella no deja de hablar. Habla sobre lo que tengo y que debería gozar y lo entiendo, lo agradezco constantemente, pero creo que no ha entendido mi punto. O quizá ella se está esforzando en ver lo bueno mientras yo me he quedado, por esta vez, con el vaso medio vacío — Jamás dije eso — alcanzo a murmurar, pero no sé si me oye.
— Tú no has cometido las mismas estupideces que yo — refuto con la voz algo más dura de lo que deseaba, clavando mis ojos en ella de manera que dejo bien en claro que jamás va a comprenderme. Oh, porque sí, cuando quiero soy un adolescente que piensa que su vida es una mierda, especialmente porque tengo mis motivos. Siempre intento mantenerme positivo, pero creo que esta vez no ha sabido entenderme — ¡No estoy decidiendo nada por ti, Alice! ¡No pongas palabras en mi boca que jamás he dicho! — y ahí se fue. La suelto porque el tono de voz ha subido hasta el punto que creo que acabo de reaccionar, por vez primera, como una pareja al discutir. Y ya nos habíamos tardado.
Aprovecho que ella se ha apartado para bufar y caminar unos pasos de un lado al otro, rascándome la nuca en un intento de ordenar mis pensamientos mientras la oigo hablar — ¿Por qué tienes que malinterpretar todo lo que he dicho? — farfullo de forma gruñona, echándole un vistazo sin detenerme — No es sobre… no es como si tú no hubieses… ¡Es la primera vez en años que tengo tanta paz estando con alguien! — y es en serio. Creo que la primera y última vez que estuve con una mujer que me hiciera sentir seguro fue con Amelie y eso pasó hace una eternidad — Pero automáticamente tienes que hacerlo sobre ti, Alice, y dices que prácticamente quiero alejarte de mí cuando, justamente, lo que estoy diciendo es que tengo miedo de que llegue el día en el que tenga que perderte — si no hubiese estado tan molesto e incómodo, estoy seguro de que me hubiese subido el calor de la vergüenza. Me detengo entre mis idas y venidas con las manos en las caderas dando algunos golpecitos con los dedos hasta que desarmo mi postura, fastidioso, con un resoplido que me mueve los labios como a los caballos — Es la primera vez que le cuento todo esto a alguien — acabo murmurando en un tono mucho más suave. Mi atención visual, mientras tanto, se encuentra en cualquier punto de las flores del suelo. Seth jamás necesitó que le dijera como me sentía porque él siempre lo supo, así que hablar de estas cosas en voz alta es… horrible — Trato de hacer las cosas bien, Al, y poner buena cara, pero creo que vivo aterrado. No deberías escuchar ni un solo consejo que venga de mi parte.
Bueno, lo que es obvio es que ninguno de los dos nos estamos entendiendo, y el problema viene de que se ha estado guardando más cosas de las que puede soportar, lo cual es lógico que en algún momento acabe por explotar. Me gustaría decir que le conozco lo suficiente como para decir que me sorprende que haya dejado que sus problemas se acumulen desde un principio, pero al parecer no puedo. No puedo porque jamás me había enseñado esta faceta de cobardía ante lo que puede o no puede llegar a perder, que por un lado me frustra y por otro comprendo. A día de hoy no conozco a nadie que no tenga miedo a lo que pueda desaparecer de sus vidas, y si fuera así nunca nos habría importado del todo.
– ¡No hablo de mí, hablo de las personas en general! ¿O es que esto es una competición de a ver quién ha cometido la peor estupidez? ¡Pues claro que no! Sólo digo que cada uno es responsable de lo que hace, si vas a dejar que una estupidez te defina es que estás perdiendo el tiempo. – Si algo he aprendido con el paso de los años es que el tiempo lo cura todo, otra cosa muy distinta es que uno esté dispuesto a aceptarlo. Dejo caer mis manos cuando las suelta, apretando un labio contra otro mientras mantengo la mirada sobre él sin apenas cambiar de expresión. Si tuviera que contar con los dedos de la mano las veces que hemos discutido este sería el primer o segundo dedo en levantar.
Tanto secretismo me pone enferma porque me hace pensar que debería haber una razón por la que se comporte de esta manera recién ahora. – ¡No tendría que malinterpretar nada si me explicaras con claridad que es lo que tanto te preocupa! – No me vale simplemente que crea que sus malas decisiones pasadas o bien futuras van a hacer que desaparezca, tiene que haber algo muy escondido dentro de sí que no ha querido decirme, vaya él a saber por qué razón. Me tomo un segundo para tomar aire e intentar hablar con tranquilidad antes de volver a ponernos a gritar. – Ben, tus palabras textuales han sido que habrá un día en que dejaré de quererte, metafóricamente hablando o no, me gustaría saber por qué piensas de esa manera. – Aunque pensando en como ha estallado todo en un segundo, ¿de verdad quiero saberlo? – ¿Por qué parece que no puedes hablar conmigo o contarme lo que te preocupa sin que tengas miedo de que vaya a irme? – Porque vale que sea de cristal físicamente, pero creo que estoy más que capacitada mentalmente para soportar lo que sea que tenga que decirme.
No me calificaría como una persona extremadamente sensible, pero tengo que agradecer que el viento me seque los ojos que han empezado a humedecerse ligeramente. Tanteando un poco el terreno y con pasos suaves, me animo a acercarme a él con cautela. – Lo sé. – Murmuro sin más. No necesito decir más para saber que es de las pocas personas hoy en día que verdaderamente se preocupa por hacer las cosas bien, y quizás es una de las razones por las que decidí abrirme a él en un principio. – Si lo dijeras más a menudo te darías cuenta de que no eres el único que se siente de esa manera. Es lo que he estado tratando de decirte, no tienes por qué cargar con todo tú solo, lo sabes, ¿verdad? – Todo este problema viene de que no sabe no cargar con todo el peso de la situación por su cuenta; no se da cuenta de que hay más variables en la ecuación. – Ben… – Susurro tan bajo que mi voz apenas se escucha y dudo que me oiga. – Te quiero, mucho más de lo que he podido querer a nadie en mucho tiempo, por favor… – Y no me atrevo a murmurar más, porque no sé si es el miedo que me ha contagiado a perderle o que hacer esa declaración por primera vez en voz alta me expone al peligro de que me haga daño, pero de cualquier manera no puedo terminar la frase.
– ¡No hablo de mí, hablo de las personas en general! ¿O es que esto es una competición de a ver quién ha cometido la peor estupidez? ¡Pues claro que no! Sólo digo que cada uno es responsable de lo que hace, si vas a dejar que una estupidez te defina es que estás perdiendo el tiempo. – Si algo he aprendido con el paso de los años es que el tiempo lo cura todo, otra cosa muy distinta es que uno esté dispuesto a aceptarlo. Dejo caer mis manos cuando las suelta, apretando un labio contra otro mientras mantengo la mirada sobre él sin apenas cambiar de expresión. Si tuviera que contar con los dedos de la mano las veces que hemos discutido este sería el primer o segundo dedo en levantar.
Tanto secretismo me pone enferma porque me hace pensar que debería haber una razón por la que se comporte de esta manera recién ahora. – ¡No tendría que malinterpretar nada si me explicaras con claridad que es lo que tanto te preocupa! – No me vale simplemente que crea que sus malas decisiones pasadas o bien futuras van a hacer que desaparezca, tiene que haber algo muy escondido dentro de sí que no ha querido decirme, vaya él a saber por qué razón. Me tomo un segundo para tomar aire e intentar hablar con tranquilidad antes de volver a ponernos a gritar. – Ben, tus palabras textuales han sido que habrá un día en que dejaré de quererte, metafóricamente hablando o no, me gustaría saber por qué piensas de esa manera. – Aunque pensando en como ha estallado todo en un segundo, ¿de verdad quiero saberlo? – ¿Por qué parece que no puedes hablar conmigo o contarme lo que te preocupa sin que tengas miedo de que vaya a irme? – Porque vale que sea de cristal físicamente, pero creo que estoy más que capacitada mentalmente para soportar lo que sea que tenga que decirme.
No me calificaría como una persona extremadamente sensible, pero tengo que agradecer que el viento me seque los ojos que han empezado a humedecerse ligeramente. Tanteando un poco el terreno y con pasos suaves, me animo a acercarme a él con cautela. – Lo sé. – Murmuro sin más. No necesito decir más para saber que es de las pocas personas hoy en día que verdaderamente se preocupa por hacer las cosas bien, y quizás es una de las razones por las que decidí abrirme a él en un principio. – Si lo dijeras más a menudo te darías cuenta de que no eres el único que se siente de esa manera. Es lo que he estado tratando de decirte, no tienes por qué cargar con todo tú solo, lo sabes, ¿verdad? – Todo este problema viene de que no sabe no cargar con todo el peso de la situación por su cuenta; no se da cuenta de que hay más variables en la ecuación. – Ben… – Susurro tan bajo que mi voz apenas se escucha y dudo que me oiga. – Te quiero, mucho más de lo que he podido querer a nadie en mucho tiempo, por favor… – Y no me atrevo a murmurar más, porque no sé si es el miedo que me ha contagiado a perderle o que hacer esa declaración por primera vez en voz alta me expone al peligro de que me haga daño, pero de cualquier manera no puedo terminar la frase.
Bueno, técnicamente hay cientos de estupideces que me definen, pero eso ella no tiene que saberlo. Quieto en mi sitio, mis ojos van de ella al césped y del césped a los árboles, no muy seguro de cómo puedo explicarle todo lo que llevo dentro de mí con tanta carga. Ser un rebelde ante las normas del catorce ha empezado a cobrarme factura para con mis nervios y mi comodidad, pero Alice me ha llegado a conocer lo suficiente como para que los secretos pasen a ser molestias. Puedo mentirle al resto porque no paso tanto tiempo con ellos, pero Alice y yo llevamos meses compartiendo lecho en al menos cuatro de los siete días de la semana. Ocultar se ha vuelto una tarea cada vez más difícil, en especial cuando básicamente me ruega que le diga la verdad.
Mi sonrisa se torna cínica por culpa de su pregunta, aunque dura tan solo un breve instante — Tengo mis razones para creer que no va a gustarte — puede que comprenda a la perfección cuando le hable de mis temores hacia los aurores que tan cerca deambulan, pero todo el asunto de Arianne y del cuatro es algo que posiblemente destruya lo que tenemos con más rapidez que los chismes de Eowyn a lo largo y ancho del distrito. Para mí consternación, Alice se toma el atrevimiento de avanzar hacia mí, provocando que mi cuerpo amague a dar un paso hacia atrás antes de relajarse y bajar la guardia, mirándola casi de soslayo. Su voz apenas se oye entre las hojas, pero intento prestarle toda la atención de la que soy capaz al no creerme digno de abrir la boca. Y si no fuese porque me dice que me quiere, hubiera encontrado la excusa para marcharme de aquí a toda velocidad.
La miro con la incredulidad de una persona que está tratando de descubrir si la otra le está mintiendo o no. Sé que ella es honesta, solamente me cuesta creerlo. Opto por dejar caer el peso de mis brazos y suelto un suspiro de resignación, cortando la distancia entre ambos para tomar su rostro con mis manos y dejar un veloz beso en su frente, antes de repetir la acción sobre sus labios — Lo siento mucho, Al — es una doble disculpa. Por las mentiras y por mi carácter — tú no tienes por qué andar soportando mis problemas y, de verdad, te doy las gracias por eso. Es solo que es un poco más complicado de lo que crees — sé que no es idiota, que puede entenderme cuando hablo, pero esto va un poco más allá de la comprensión literal de las palabras.
Aprovecho el poseer su rostro para poder obligarla a mirarme, presionando mis yemas en sus mejillas — Debes prometerme que no le dirás a nadie… ¿De acuerdo? A absolutamente nadie — ¿Confío en ella? Darle un vistazo me responde de inmediato como una afirmación. Lo hago, sé que sí. Mis labios se relamen con algo de ansiedad y tengo que morderme la lengua para masticar las palabras antes de escupirlas — Estuve en el distrito cuatro, Al. Pasé allí un fin de semana completo en casa de una vieja amiga. No puedo decirte su nombre, lo prometí — todo sale tan rápido de mi boca que creo que solamente quiero que pase a toda velocidad sin que ella diga nada — Pero absolutamente nadie lo sabe. No quise… todos creerán que es un problema, que es arriesgado… — que lo es, pero nadie podrá comprender el por qué de mi riesgo. Sin dejarla ir, mi cabeza se apoya suavemente en la suya — Por favor, no preguntes, no te enfades conmigo. Te lo ruego.
Mi sonrisa se torna cínica por culpa de su pregunta, aunque dura tan solo un breve instante — Tengo mis razones para creer que no va a gustarte — puede que comprenda a la perfección cuando le hable de mis temores hacia los aurores que tan cerca deambulan, pero todo el asunto de Arianne y del cuatro es algo que posiblemente destruya lo que tenemos con más rapidez que los chismes de Eowyn a lo largo y ancho del distrito. Para mí consternación, Alice se toma el atrevimiento de avanzar hacia mí, provocando que mi cuerpo amague a dar un paso hacia atrás antes de relajarse y bajar la guardia, mirándola casi de soslayo. Su voz apenas se oye entre las hojas, pero intento prestarle toda la atención de la que soy capaz al no creerme digno de abrir la boca. Y si no fuese porque me dice que me quiere, hubiera encontrado la excusa para marcharme de aquí a toda velocidad.
La miro con la incredulidad de una persona que está tratando de descubrir si la otra le está mintiendo o no. Sé que ella es honesta, solamente me cuesta creerlo. Opto por dejar caer el peso de mis brazos y suelto un suspiro de resignación, cortando la distancia entre ambos para tomar su rostro con mis manos y dejar un veloz beso en su frente, antes de repetir la acción sobre sus labios — Lo siento mucho, Al — es una doble disculpa. Por las mentiras y por mi carácter — tú no tienes por qué andar soportando mis problemas y, de verdad, te doy las gracias por eso. Es solo que es un poco más complicado de lo que crees — sé que no es idiota, que puede entenderme cuando hablo, pero esto va un poco más allá de la comprensión literal de las palabras.
Aprovecho el poseer su rostro para poder obligarla a mirarme, presionando mis yemas en sus mejillas — Debes prometerme que no le dirás a nadie… ¿De acuerdo? A absolutamente nadie — ¿Confío en ella? Darle un vistazo me responde de inmediato como una afirmación. Lo hago, sé que sí. Mis labios se relamen con algo de ansiedad y tengo que morderme la lengua para masticar las palabras antes de escupirlas — Estuve en el distrito cuatro, Al. Pasé allí un fin de semana completo en casa de una vieja amiga. No puedo decirte su nombre, lo prometí — todo sale tan rápido de mi boca que creo que solamente quiero que pase a toda velocidad sin que ella diga nada — Pero absolutamente nadie lo sabe. No quise… todos creerán que es un problema, que es arriesgado… — que lo es, pero nadie podrá comprender el por qué de mi riesgo. Sin dejarla ir, mi cabeza se apoya suavemente en la suya — Por favor, no preguntes, no te enfades conmigo. Te lo ruego.
Puede que sea mi costumbre para desconfiar absolutamente de todo, venga de quién sea, o puede que simplemente su modo de decirlo hace que cierta inseguridad recorra mi cuerpo, pero no puedo evitar que mis cejas busquen juntarse y mis ojos hagan un reconocimiento facial de sus gestos cuando el mismo sospecha que los motivos por los que se ha guardado tantos secretos no van a gustarme. Sinceramente, a estas alturas ya no sé que esperar, y tampoco estoy segura de querer esperar nada. No es como si no estuviera acostumbrada a llevarme disgustos o desgracias, aunque creo que el hecho de que provengan de él es lo que está haciendo que de repente me sienta vulnerable en mi propia piel.
Ni siquiera soy consciente de que atrapa mi rostro entre sus manos porque estoy demasiado concentrada en descubrir por mi cuenta lo que tanto le preocupa contarme. Mi paciencia toma un giro inesperado al esperar, incluso con una tranquilidad que ni sabía que podía estar presente, a que sus labios entren en contacto con mi piel. – Deja de disculparte. – Mi tono de voz suena más brusco de lo que pretendía, lo cual tiene que ver con la cantidad de veces que le he pedido que deje de lamentarse cada vez que sus problemas pasan a ser un tema de conversación. A día de hoy sigue sin entender que no es por aburrimiento por lo que escucho lo que se le pasa por la cabeza, si no porque verdaderamente me importa.
Mis labios se separan para formular una pregunta, algo del estilo ¿qué narices has hecho?, algo que explique su comportamiento, pero me callo en el último momento por si esa interacción le incomoda lo suficiente como para volver a cerrar la boca. En su lugar, me dedico a contemplar sus ojos claros, tragando saliva y asintiendo ligeramente con la cabeza en lo que él parece decidirse entre si contarme lo que está ocurriendo o no. – ¿Qué? – Es lo primero que sale por mis labios cuando soy capaz de formular algo que no sea incredulidad con la expresión de mi cuerpo. Casi como si no hubiera escuchado nada de lo que ha dicho, mis manos se posan sobre sus antebrazos con la intención de soltarme, pero en el último segundo se quedan donde están. – ¿Por qué? ¿Qué es tan…? No lo entiendo… ¿al cuatro? – Intento sacudir la cabeza, absorta en hacer preguntas sin sentido mientras mi cerebro trata de procesar lo que está diciendo.
Me trae sin cuidado que fuera a visitar una amiga, tanto como si ni siquiera se trate de eso, pero el peligro que pudo haber corrido o lo que podía haber pasado si le hubieran pillado, me trastorna lo poco que se ha preocupado por la amenaza que habría supuesto sobre el catorce. Sin embargo, me callo. Me abstengo de decir nada no porque no crea que es un problema, ni que fue algo arriesgado, incluso me atrevería a denominarlo ridículo, sino porque decido respetar su posición, y las razones por las que haya creído que hacer un viaje así fue sensato. Me limito a morderme la mejilla interna al punto de que puedo sentir el sabor dulce de mi sangre, frunciendo el ceño para mí misma cuando nuestras frentes se apoyan una con otra. – No diré nada. – Murmuro sin más, pese a tener muchas más cosas que decir que nada, y muchas más cosas que pensar sobre ello.
Ni siquiera soy consciente de que atrapa mi rostro entre sus manos porque estoy demasiado concentrada en descubrir por mi cuenta lo que tanto le preocupa contarme. Mi paciencia toma un giro inesperado al esperar, incluso con una tranquilidad que ni sabía que podía estar presente, a que sus labios entren en contacto con mi piel. – Deja de disculparte. – Mi tono de voz suena más brusco de lo que pretendía, lo cual tiene que ver con la cantidad de veces que le he pedido que deje de lamentarse cada vez que sus problemas pasan a ser un tema de conversación. A día de hoy sigue sin entender que no es por aburrimiento por lo que escucho lo que se le pasa por la cabeza, si no porque verdaderamente me importa.
Mis labios se separan para formular una pregunta, algo del estilo ¿qué narices has hecho?, algo que explique su comportamiento, pero me callo en el último momento por si esa interacción le incomoda lo suficiente como para volver a cerrar la boca. En su lugar, me dedico a contemplar sus ojos claros, tragando saliva y asintiendo ligeramente con la cabeza en lo que él parece decidirse entre si contarme lo que está ocurriendo o no. – ¿Qué? – Es lo primero que sale por mis labios cuando soy capaz de formular algo que no sea incredulidad con la expresión de mi cuerpo. Casi como si no hubiera escuchado nada de lo que ha dicho, mis manos se posan sobre sus antebrazos con la intención de soltarme, pero en el último segundo se quedan donde están. – ¿Por qué? ¿Qué es tan…? No lo entiendo… ¿al cuatro? – Intento sacudir la cabeza, absorta en hacer preguntas sin sentido mientras mi cerebro trata de procesar lo que está diciendo.
Me trae sin cuidado que fuera a visitar una amiga, tanto como si ni siquiera se trate de eso, pero el peligro que pudo haber corrido o lo que podía haber pasado si le hubieran pillado, me trastorna lo poco que se ha preocupado por la amenaza que habría supuesto sobre el catorce. Sin embargo, me callo. Me abstengo de decir nada no porque no crea que es un problema, ni que fue algo arriesgado, incluso me atrevería a denominarlo ridículo, sino porque decido respetar su posición, y las razones por las que haya creído que hacer un viaje así fue sensato. Me limito a morderme la mejilla interna al punto de que puedo sentir el sabor dulce de mi sangre, frunciendo el ceño para mí misma cuando nuestras frentes se apoyan una con otra. – No diré nada. – Murmuro sin más, pese a tener muchas más cosas que decir que nada, y muchas más cosas que pensar sobre ello.
Sé que me disculpo en exceso, pero también sé que tengo mis razones para hacerlo. He tratado de ser una persona positiva incluso cuando no estoy totalmente seguro de ello y he ocultado algunos de mis movimientos todo por el bien de los demás, pero no creí que tapar todo aquello a los ojos de Alice fuese tan complicado. Sé que no me entiende, lo veo en sus ojos cuando empieza a digerir mis palabras y me aferra de una forma que creo que va a soltarme y dejarme ir, pero no lo hace, lo que en cierto modo me relaja. Asiento con la cabeza solo una vez con firmeza, esperando que nadie haya tenido la idea de abandonar la comodidad de las cabañas y esté demasiado cerca de nosotros como para escuchar — Necesitaba verlo, al menos una vez y al tener la oportunidad… — sé que es arriesgado, pero tuve que hacerlo — A veces temo haber dejado algo atrás, una huella, lo que sea, que los haya guiado hasta aquí — es una confesión infantil porque sé que es un miedo mínimo y muy poco probable, pero desde lo que sucedió en el claro no dejo de preguntarme si he dejado un rastro demasiado fácil de seguir. Soy el único que estuvo ingresando en tanta profundidad a NeoPanem, así que nunca se sabe.
Su promesa hace que mi corazón deje de latir tan rápido, como cuando eres niño y temes ser reprendido por una travesura y repentinamente te encuentras con que ya ha pasado el mal trago. Una sonrisita tímida y agradecida se pinta en mis labios temblorosos y presiono cariñosamente mi frente contra la suya, sabiendo que no me merezco ni una pizca de su trato y cariño hacia mí — No sabes lo mucho que te agradezco — mascullo, moviendo un poco la nariz ante la repentina picazón probablemente producida por el clima — Prometo que alguna vez te explicaré todo, sin omitir detalles. Solo que ahora… bueno, ni he podido decirle todo a Seth. Temo que malinterprete las cosas — discutir con mi mejor amigo no está en mis planes, aunque una parte de mí me dice que él entenderá porque siempre lo hace. Tantos años de amistad no pueden evaporarse por algo como esto.
Me hago con sus manos y las aprieto entre las mías, tratando de darles un poco de calor antes de besarle los nudillos — Siempre tuve miedo de decir algo por temor a lo que puedan pensar de mí. Jamás haría algo que los pusiera en peligro y creo que lo sabes. Todos ustedes son mi familia y mi hogar — el problema es que puedo ser el Benedict del catorce y encontrarme con que el Benedict del cuatro jamás ha muerto del todo. Yo era un niño, sí, pero crecí allí y muchas de mis mejores memorias han quedado entre la calle de arena y la playa. Solía pensar que envejecería en el cuatro, que heredaría el taller, que sería padre y abuelo y, al final, todo corrió en otra dirección. A veces estoy agradecido por todo lo que tengo, pero siempre quedará la duda de lo que habría sido. Y no lo lloro, ya no, pero haber podido saborear el aire del mar al menos un rato se sintió jodidamente bien y ni me puse a pensar en las consecuencias cuando todavía estaba allí. Mi sentimentalismo algún día va a matarme.
Suelto una de sus manos, pero la otra la enrosco con mis dedos y dejo que caigan en unión, tratando de recobrar la compostura que hemos perdido en el último cuarto de hora. Como si nada hubiese pasado, le sonrío y tomo algo de aire, invitándola a seguir caminando con un suave tironcito — ¿Qué dices de acompañarme a pescar? Puedo preparar un buen almuerzo para cuando Murphy vuelva de la escuela. No quiero presumir, pero el pescado con papas se me da de muerte — es solo un cambio de tono y de postura, pero repentinamente parece que podemos volver a la normalidad. Al menos, mientras dure.
Su promesa hace que mi corazón deje de latir tan rápido, como cuando eres niño y temes ser reprendido por una travesura y repentinamente te encuentras con que ya ha pasado el mal trago. Una sonrisita tímida y agradecida se pinta en mis labios temblorosos y presiono cariñosamente mi frente contra la suya, sabiendo que no me merezco ni una pizca de su trato y cariño hacia mí — No sabes lo mucho que te agradezco — mascullo, moviendo un poco la nariz ante la repentina picazón probablemente producida por el clima — Prometo que alguna vez te explicaré todo, sin omitir detalles. Solo que ahora… bueno, ni he podido decirle todo a Seth. Temo que malinterprete las cosas — discutir con mi mejor amigo no está en mis planes, aunque una parte de mí me dice que él entenderá porque siempre lo hace. Tantos años de amistad no pueden evaporarse por algo como esto.
Me hago con sus manos y las aprieto entre las mías, tratando de darles un poco de calor antes de besarle los nudillos — Siempre tuve miedo de decir algo por temor a lo que puedan pensar de mí. Jamás haría algo que los pusiera en peligro y creo que lo sabes. Todos ustedes son mi familia y mi hogar — el problema es que puedo ser el Benedict del catorce y encontrarme con que el Benedict del cuatro jamás ha muerto del todo. Yo era un niño, sí, pero crecí allí y muchas de mis mejores memorias han quedado entre la calle de arena y la playa. Solía pensar que envejecería en el cuatro, que heredaría el taller, que sería padre y abuelo y, al final, todo corrió en otra dirección. A veces estoy agradecido por todo lo que tengo, pero siempre quedará la duda de lo que habría sido. Y no lo lloro, ya no, pero haber podido saborear el aire del mar al menos un rato se sintió jodidamente bien y ni me puse a pensar en las consecuencias cuando todavía estaba allí. Mi sentimentalismo algún día va a matarme.
Suelto una de sus manos, pero la otra la enrosco con mis dedos y dejo que caigan en unión, tratando de recobrar la compostura que hemos perdido en el último cuarto de hora. Como si nada hubiese pasado, le sonrío y tomo algo de aire, invitándola a seguir caminando con un suave tironcito — ¿Qué dices de acompañarme a pescar? Puedo preparar un buen almuerzo para cuando Murphy vuelva de la escuela. No quiero presumir, pero el pescado con papas se me da de muerte — es solo un cambio de tono y de postura, pero repentinamente parece que podemos volver a la normalidad. Al menos, mientras dure.
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