OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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¿Por dónde empezar?
El tren aparcó con sumo silencio en una estación algo diferente a la que recuerdo, pero con las mismas proporciones vista desde los ojos de un adulto mucho más alto que el niño que solía caminar por ahí, hace muchos años; un completo extraño. Seth me había cubierto esta vez, sin exigir detalles, apareciéndome en el distrito doce para poder encontrarme con Arianne, quien me llevaría con ella. Con la cabeza gacha y sin hablar con nadie, el viaje en tren fue más una obligación impuesta por mi parte que una necesidad. No deseaba apariciones, ni transladores: necesitaba verlo todo, como hace años no lo hago, con estos ojos que han visto cientos de otras cosas desde la última vez que puse un pie en el distrito cuatro.
A pesar de que la capa de invisibilidad reposa dentro de mi bolsillo y que decidimos que me haría pasar por un esclavo en caso de que alguien hiciera alguna pregunta, nadie se fija en mí a pesar de que no despego la cara del vidrio como si fuese un crío fascinado, hasta que toca bajar. El nudo en mi estómago me mantuvo callado y al borde del colapso mientras andábamos por las calles repletas de personas con un perfil algo diferente al de mi memoria, pero los pasos continúan siendo tan del cuatro que me arrebatan más de una sonrisa nostálgica. Lo más complicado es no señalar: la antigua verdulería, el puesto que solía tener los mejores pescados, la plaza principal donde solía correr jugando a los piratas con mis hermanos. Todo sigue allí, modificado, estructurado para una nueva forma de vida, pero el aire es el mismo. Esto es mi casa.
Lo más difícil llegó cuando bajamos por esa calle que en lugar de asfalto tiene arena y piedras, demasiado cercana a la playa. Lo primero que mis ojos percibieron fue la chimenea de la pequeña casa de un piso que estaba bordeada por un pequeño jardín, pero no hay rastro de los adornos ni de los juguetes que siempre solían quedar en el porche. El garaje incluso está cerrado y no se oyen voces, ni siquiera risas de niños, lo que me deja bien en claro que esta ya no es la casa de los Franco. No lo ha sido en una eternidad. Ni siquiera me detengo a mirar la casa de los Dawson ni la de nuestra vecina cuyo gato Bigotes adoraba a mi hermana; como un espejismo, simplemente me alejo, llevando a Arianne conmigo. No hacen falta las palabras.
El siguiente punto fue ese sitio alejado, cerca del mar, donde hace siglos fueron enterrados los cuerpos de más de mi familia. Los árboles habían crecido lo suficiente como para hacerlo un sitio más denso y oscuro, pero las tumbas continuaban allí, inamovibles, ensuciadas por el paso del tiempo. No hice más que pedirle un momento a solas a mi compañera para poder hablar con ellos como si fuese una sesión de terapia familiar. Hablar de papá, de la nueva familia, de Beverly, de lo bien que se supone que estamos. ¿Estamos bien? Las últimas semanas me han descolocado tanto que necesité huir. Una parte de mí cuerpo empezó a creer que hubiese sido mejor estar descansando con ellos, pero sin embargo, tras un último saludo, decidí marcharme. Y eso fue todo.
Así es como llegué aquí. Dejé mi mochila en la pila de piedras donde Seth, Sophia y yo compartimos nuestro primer cigarrillo y me saqué los zapatos, así que estoy con el pantalón arremangado e ignorando el frío del invierno para mojar mis pies en el agua, con las manos detrás de mi espalda, unidas, en silencio. El sol está empezando a bajar, tiñendo el océano de un brillante color naranja que combina perfectamente con el cielo rosado, mientras respiro con una extraña calma — ¿No crees que es el mejor lugar de NeoPanem? La playa — le comento a Arianne a quien, pobre, arrastré por todos lados el día de hoy. Muevo un poco mis pies para sentir como los dedos se me hunden en la arena, lo que provoca que sonría para mí mismo — Extrañaba incluso el aroma a pescado del puerto. Solo huele — y como si fuese terapia, cierro los ojos e inhalo, soltando al final el aire con una risa jocosa — Nada como el hedor de casa.
El tren aparcó con sumo silencio en una estación algo diferente a la que recuerdo, pero con las mismas proporciones vista desde los ojos de un adulto mucho más alto que el niño que solía caminar por ahí, hace muchos años; un completo extraño. Seth me había cubierto esta vez, sin exigir detalles, apareciéndome en el distrito doce para poder encontrarme con Arianne, quien me llevaría con ella. Con la cabeza gacha y sin hablar con nadie, el viaje en tren fue más una obligación impuesta por mi parte que una necesidad. No deseaba apariciones, ni transladores: necesitaba verlo todo, como hace años no lo hago, con estos ojos que han visto cientos de otras cosas desde la última vez que puse un pie en el distrito cuatro.
A pesar de que la capa de invisibilidad reposa dentro de mi bolsillo y que decidimos que me haría pasar por un esclavo en caso de que alguien hiciera alguna pregunta, nadie se fija en mí a pesar de que no despego la cara del vidrio como si fuese un crío fascinado, hasta que toca bajar. El nudo en mi estómago me mantuvo callado y al borde del colapso mientras andábamos por las calles repletas de personas con un perfil algo diferente al de mi memoria, pero los pasos continúan siendo tan del cuatro que me arrebatan más de una sonrisa nostálgica. Lo más complicado es no señalar: la antigua verdulería, el puesto que solía tener los mejores pescados, la plaza principal donde solía correr jugando a los piratas con mis hermanos. Todo sigue allí, modificado, estructurado para una nueva forma de vida, pero el aire es el mismo. Esto es mi casa.
Lo más difícil llegó cuando bajamos por esa calle que en lugar de asfalto tiene arena y piedras, demasiado cercana a la playa. Lo primero que mis ojos percibieron fue la chimenea de la pequeña casa de un piso que estaba bordeada por un pequeño jardín, pero no hay rastro de los adornos ni de los juguetes que siempre solían quedar en el porche. El garaje incluso está cerrado y no se oyen voces, ni siquiera risas de niños, lo que me deja bien en claro que esta ya no es la casa de los Franco. No lo ha sido en una eternidad. Ni siquiera me detengo a mirar la casa de los Dawson ni la de nuestra vecina cuyo gato Bigotes adoraba a mi hermana; como un espejismo, simplemente me alejo, llevando a Arianne conmigo. No hacen falta las palabras.
El siguiente punto fue ese sitio alejado, cerca del mar, donde hace siglos fueron enterrados los cuerpos de más de mi familia. Los árboles habían crecido lo suficiente como para hacerlo un sitio más denso y oscuro, pero las tumbas continuaban allí, inamovibles, ensuciadas por el paso del tiempo. No hice más que pedirle un momento a solas a mi compañera para poder hablar con ellos como si fuese una sesión de terapia familiar. Hablar de papá, de la nueva familia, de Beverly, de lo bien que se supone que estamos. ¿Estamos bien? Las últimas semanas me han descolocado tanto que necesité huir. Una parte de mí cuerpo empezó a creer que hubiese sido mejor estar descansando con ellos, pero sin embargo, tras un último saludo, decidí marcharme. Y eso fue todo.
Así es como llegué aquí. Dejé mi mochila en la pila de piedras donde Seth, Sophia y yo compartimos nuestro primer cigarrillo y me saqué los zapatos, así que estoy con el pantalón arremangado e ignorando el frío del invierno para mojar mis pies en el agua, con las manos detrás de mi espalda, unidas, en silencio. El sol está empezando a bajar, tiñendo el océano de un brillante color naranja que combina perfectamente con el cielo rosado, mientras respiro con una extraña calma — ¿No crees que es el mejor lugar de NeoPanem? La playa — le comento a Arianne a quien, pobre, arrastré por todos lados el día de hoy. Muevo un poco mis pies para sentir como los dedos se me hunden en la arena, lo que provoca que sonría para mí mismo — Extrañaba incluso el aroma a pescado del puerto. Solo huele — y como si fuese terapia, cierro los ojos e inhalo, soltando al final el aire con una risa jocosa — Nada como el hedor de casa.
« You are confined by the walls you build yourself ».
No podía ser un día más, aunque intentara considerarlo como tal, no lo iba a ser en absoluto. Desde el mismo inicio del día ya se sentía diferente de algún modo que aún no conseguía comprender del todo, una especie de nerviosismo que hacía demasiado tiempo no recorría su cuerpo. Por suerte la lluvia del día anterior había cesado y solo quedaban charcos como un recuerdo de lo ocurrido la noche anterior; el ruido había sido ensordecedor en algunos momentos, relajante en otros. Ahora solo quedaba parte de la tormenta que arreció el distrito cuatro. Bien se podía comparar con su persona.
Era precavida y un par de días antes del encuentro había asistido ella misma al distrito doce, pidiendo al dueño de un local comunicar su chimenea personal con la del lugar para poder usarla el día indicado, después, simplemente, se desvincularían de nuevo. Tenía claro que no llevaría a Benedict hasta el distrito cuatro por medio de polvos flu, pero sería un buen modo de poder ir ella misma sin tener que acabar destrozando su espalda, y su paciencia a la vez, durante las horas que tendría que permanecer encerrada en el tren que debía usar en el caso contrario. En cierto modo en su cabeza se había instaurado el pensamiento de que, igualmente, a él le habría gustado ir en un medio de transporte tradicional. Como así fue.
Permaneció en silencio durante todo el camino, no es que la situación se pudiera tornar diferente ya que no eran los únicos que ocupaban el vagón. Lo observó de reojo, en cierto modo fascinada por la forma en la que, simplemente, disfrutaba de cada árbol que veía pasar frente a las amplias ventanillas, el resto de distritos difuminándose y, finalmente, el océano apareciendo frente a ellos mientras se acercaban a la estación del distrito cuatro. Se levantó primero, conteniendo el impulso de dejarle pasar delante. No podía hacer aquello, no habiendo personas cerca; ellos habían sido relevados a “algo” que siempre debía de caminar tras su amo. Una mera sombra silenciosa que permaneciera allí. Suspiró, caminando en dirección a la salida y pudiendo respirar cuando sus pies volvieron a tocar suelo firme. Casi se sentía como las ocasiones en las que, años atrás, había tenido que mantener a raya su mal genio para no golpear a todos los que lo miraban mal; era extraño como el sentimiento seguía siendo el mismo aunque el tiempo hubiera pasado y la persona que estuviera a su lado no fuera la misma.
En aquella situación se sentía mucho más como si ella fuera la esclava y él el amo que la llevaba de un lado para otro en busca de algo que no alcanzaba a conocer. En su caso tenía una pequeña idea, por las conversaciones que habían mantenido durante los últimos meses, sobre donde quería ir pero aun así se dedicaba a seguir sus pisadas una tras otra. Caminaron hasta una zona cercana al mar, un lugar donde se podían apreciar más viviendas abandonadas que verdaderos hogares, al menos en la actualidad no se podían considerar así. Sus ojos vagaron por las fachadas, recorriéndolas lenta y minuciosamente con su mirar azul claro. Solo dejó que su mirada se posara sobre él cuando le pidió unos segundos a solas y la rubia, tras un minuto de pensamiento, le concedió su deseo, alejándose de él y dejando que su caminar se dirigiera hacia la arena. Lo extrañaba. Marco la apodó sirena cuando era pequeña, raro era el día en el que no corría al mar y olvidaba todo lo que la rodeaba en el mismo momento en el que sus ojos vagaban por las olas.
Volvió el rostro en su dirección cuando apareció de nuevo, habiéndose quitado ya los zapatos y estando con los pies cubiertos de agua hasta los tobillos. Quedó observándolos durante unos segundos hasta que alzó la mirada hacia él. —Creo que es un lugar donde te puedes olvidar de todo— concedió, retrocediendo un par de pasos por temor a que una ola mojara sus zapatos. Sonrió, metiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones vaqueros y permitiéndose disfrutar de un bonito amanecer después de tanto tiempo sin verlo en condiciones. —Disfrutas de pequeñas cosas como esas— habló con cierta envidia. No es que ella ya estuviera tan acostumbrada a todo aquello que ya no fuera algo que disfrutara, es que, simplemente, no era capaz de disfrutar la mayor parte de las cosas. —¿Cómo te sientes ahora mismo?— preguntó, girándose por completo hacia él, si quiera pestañeando a la espera de una respuesta. Ahora era realmente buena leyendo a la personas, descubriendo verdades ocultas dentro de los demás.
No podía ser un día más, aunque intentara considerarlo como tal, no lo iba a ser en absoluto. Desde el mismo inicio del día ya se sentía diferente de algún modo que aún no conseguía comprender del todo, una especie de nerviosismo que hacía demasiado tiempo no recorría su cuerpo. Por suerte la lluvia del día anterior había cesado y solo quedaban charcos como un recuerdo de lo ocurrido la noche anterior; el ruido había sido ensordecedor en algunos momentos, relajante en otros. Ahora solo quedaba parte de la tormenta que arreció el distrito cuatro. Bien se podía comparar con su persona.
Era precavida y un par de días antes del encuentro había asistido ella misma al distrito doce, pidiendo al dueño de un local comunicar su chimenea personal con la del lugar para poder usarla el día indicado, después, simplemente, se desvincularían de nuevo. Tenía claro que no llevaría a Benedict hasta el distrito cuatro por medio de polvos flu, pero sería un buen modo de poder ir ella misma sin tener que acabar destrozando su espalda, y su paciencia a la vez, durante las horas que tendría que permanecer encerrada en el tren que debía usar en el caso contrario. En cierto modo en su cabeza se había instaurado el pensamiento de que, igualmente, a él le habría gustado ir en un medio de transporte tradicional. Como así fue.
Permaneció en silencio durante todo el camino, no es que la situación se pudiera tornar diferente ya que no eran los únicos que ocupaban el vagón. Lo observó de reojo, en cierto modo fascinada por la forma en la que, simplemente, disfrutaba de cada árbol que veía pasar frente a las amplias ventanillas, el resto de distritos difuminándose y, finalmente, el océano apareciendo frente a ellos mientras se acercaban a la estación del distrito cuatro. Se levantó primero, conteniendo el impulso de dejarle pasar delante. No podía hacer aquello, no habiendo personas cerca; ellos habían sido relevados a “algo” que siempre debía de caminar tras su amo. Una mera sombra silenciosa que permaneciera allí. Suspiró, caminando en dirección a la salida y pudiendo respirar cuando sus pies volvieron a tocar suelo firme. Casi se sentía como las ocasiones en las que, años atrás, había tenido que mantener a raya su mal genio para no golpear a todos los que lo miraban mal; era extraño como el sentimiento seguía siendo el mismo aunque el tiempo hubiera pasado y la persona que estuviera a su lado no fuera la misma.
En aquella situación se sentía mucho más como si ella fuera la esclava y él el amo que la llevaba de un lado para otro en busca de algo que no alcanzaba a conocer. En su caso tenía una pequeña idea, por las conversaciones que habían mantenido durante los últimos meses, sobre donde quería ir pero aun así se dedicaba a seguir sus pisadas una tras otra. Caminaron hasta una zona cercana al mar, un lugar donde se podían apreciar más viviendas abandonadas que verdaderos hogares, al menos en la actualidad no se podían considerar así. Sus ojos vagaron por las fachadas, recorriéndolas lenta y minuciosamente con su mirar azul claro. Solo dejó que su mirada se posara sobre él cuando le pidió unos segundos a solas y la rubia, tras un minuto de pensamiento, le concedió su deseo, alejándose de él y dejando que su caminar se dirigiera hacia la arena. Lo extrañaba. Marco la apodó sirena cuando era pequeña, raro era el día en el que no corría al mar y olvidaba todo lo que la rodeaba en el mismo momento en el que sus ojos vagaban por las olas.
Volvió el rostro en su dirección cuando apareció de nuevo, habiéndose quitado ya los zapatos y estando con los pies cubiertos de agua hasta los tobillos. Quedó observándolos durante unos segundos hasta que alzó la mirada hacia él. —Creo que es un lugar donde te puedes olvidar de todo— concedió, retrocediendo un par de pasos por temor a que una ola mojara sus zapatos. Sonrió, metiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones vaqueros y permitiéndose disfrutar de un bonito amanecer después de tanto tiempo sin verlo en condiciones. —Disfrutas de pequeñas cosas como esas— habló con cierta envidia. No es que ella ya estuviera tan acostumbrada a todo aquello que ya no fuera algo que disfrutara, es que, simplemente, no era capaz de disfrutar la mayor parte de las cosas. —¿Cómo te sientes ahora mismo?— preguntó, girándose por completo hacia él, si quiera pestañeando a la espera de una respuesta. Ahora era realmente buena leyendo a la personas, descubriendo verdades ocultas dentro de los demás.
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Un lugar donde te puedes olvidar de todo; bien, creo que esa es una buena definición del cuatro, así que asiento muy lentamente, casi como si fuese una afirmación para mí mismo y no para ella. Intento no reírme de su pequeña huida del mar aunque quedó solo en eso, un intento, aunque lo hago tan bajo que espero que no me haya escuchado — ¿No es mejor que te los quites? — le pregunto haciendo referencia a sus zapatos y solo como si quisiera mostrarle lo genial que es andar sin ellos, muevo mis dedos entre la arena que se escurre entre ellos por el choque de una nueva pequeña ola. Me encojo de hombros porque sí, he aprendido a disfrutar de las pequeñas cosas ahora que no tengo precisamente otras, cuando su siguiente pregunta me hace dudar.
¿Cómo me siento? No lo había pensado. Ladeo la cabeza en su dirección, encontrándome con su mirada azul celeste que aguarda una respuesta, mucho más debajo de lo que recuerdo de nuestra adolescencia, cuando era yo quien debía alzar el mentón para verla mientras daba el estirón. Indeciso, mordisqueo la pielcita de mi labio inferior y remuevo un poco las manos dentro de los bolsillos de mi pantalón hasta que desvío la mirada, otra vez clavándola en el mar que va y viene con su arrullo perfecto — Tranquilo — acabo eligiendo sin pensar, levantando la vista hacia una gaviota cuyo sonido retumba sobre nosotros hasta que se dirige hacia el atardecer — Algo confundido. ¿No te ha pasado nunca que deseabas que suceda algo con todas tus fuerzas y cuando sucede, no sabes como reaccionar? — he aguardado regresar a mi casa durante años, incluso antes de toda esta locura. Ahora que estoy aquí me pregunto qué es lo que debo hacer a continuación, incluso cuando sé que la única opción es marcharme de una buena vez y perseguir otra ambición. ¿Deseo hacerlo? No. Que hunda un poco más los pies en la arena creo que es señal de cuanto deseo quedarme.
Disfruto un minuto de silencio a mi propia resolución y saco las manos de mis bolsillos para frotarme los nudillos contra la palma contraria en un gesto relajado y pensativo a la vez, sintiendo el viento sacudirme el cabello y dejarle algunos granos de arena — De verdad agradezco que te tomes estas molestias por mí. Debe ser toda una ironía ser tú ahora mismo… ¿No? — se me patina una sonrisita y la miro con las cejas arqueadas, sin saber si reírme o no de ella y de lo ridículo que es todo esto. Es una jueza del gobierno que me persigue, por todos los cielos y sin embargo, aquí estamos, como los mocosos que alguna vez fuimos. En serio, alguna vez escribiré un libro sobre mi vida a ver si la gente me cree de como la existencia se me reía en la cara.
Barro un poco la arena con un pie y doy un paso hacia atrás para ser capaz de agarrar una caracola rosada y brillante que estaba medianamente hundida, por lo que espero una nueva ola para lavarla con el agua y como el niño que alguna vez fui, la pego en mi oreja para escuchar el recorrido de mi sangre retumbar, el mismo que alguna vez me dijeron que en realidad era el sonido del mar — Esta noche vas a tener que presentarme a … ¿Moony era su nombre? — aventuro, bajando la caracola y haciéndola rodar entre los dedos — Aunque si quieres, yo me encargo de la cena. Es lo mínimo que puedo hacer y creo que no se me da tan mal — al menos, siendo esclavo he aprendido bastante y lo he implementado en los últimos años. Con una última ojeada, le tiendo el caracol entre mis dedos llenos de agua de mar y granitos de arena — Quedatelo. Luego le pegas una foto mía y te queda un lindo souvenir — bromeo con la risa disimulada en la voz, sacudiendo la cabeza. La verdad es que la única foto que puede conseguir mía debe ser la que está en los carteles viejos de “se busca”.
¿Cómo me siento? No lo había pensado. Ladeo la cabeza en su dirección, encontrándome con su mirada azul celeste que aguarda una respuesta, mucho más debajo de lo que recuerdo de nuestra adolescencia, cuando era yo quien debía alzar el mentón para verla mientras daba el estirón. Indeciso, mordisqueo la pielcita de mi labio inferior y remuevo un poco las manos dentro de los bolsillos de mi pantalón hasta que desvío la mirada, otra vez clavándola en el mar que va y viene con su arrullo perfecto — Tranquilo — acabo eligiendo sin pensar, levantando la vista hacia una gaviota cuyo sonido retumba sobre nosotros hasta que se dirige hacia el atardecer — Algo confundido. ¿No te ha pasado nunca que deseabas que suceda algo con todas tus fuerzas y cuando sucede, no sabes como reaccionar? — he aguardado regresar a mi casa durante años, incluso antes de toda esta locura. Ahora que estoy aquí me pregunto qué es lo que debo hacer a continuación, incluso cuando sé que la única opción es marcharme de una buena vez y perseguir otra ambición. ¿Deseo hacerlo? No. Que hunda un poco más los pies en la arena creo que es señal de cuanto deseo quedarme.
Disfruto un minuto de silencio a mi propia resolución y saco las manos de mis bolsillos para frotarme los nudillos contra la palma contraria en un gesto relajado y pensativo a la vez, sintiendo el viento sacudirme el cabello y dejarle algunos granos de arena — De verdad agradezco que te tomes estas molestias por mí. Debe ser toda una ironía ser tú ahora mismo… ¿No? — se me patina una sonrisita y la miro con las cejas arqueadas, sin saber si reírme o no de ella y de lo ridículo que es todo esto. Es una jueza del gobierno que me persigue, por todos los cielos y sin embargo, aquí estamos, como los mocosos que alguna vez fuimos. En serio, alguna vez escribiré un libro sobre mi vida a ver si la gente me cree de como la existencia se me reía en la cara.
Barro un poco la arena con un pie y doy un paso hacia atrás para ser capaz de agarrar una caracola rosada y brillante que estaba medianamente hundida, por lo que espero una nueva ola para lavarla con el agua y como el niño que alguna vez fui, la pego en mi oreja para escuchar el recorrido de mi sangre retumbar, el mismo que alguna vez me dijeron que en realidad era el sonido del mar — Esta noche vas a tener que presentarme a … ¿Moony era su nombre? — aventuro, bajando la caracola y haciéndola rodar entre los dedos — Aunque si quieres, yo me encargo de la cena. Es lo mínimo que puedo hacer y creo que no se me da tan mal — al menos, siendo esclavo he aprendido bastante y lo he implementado en los últimos años. Con una última ojeada, le tiendo el caracol entre mis dedos llenos de agua de mar y granitos de arena — Quedatelo. Luego le pegas una foto mía y te queda un lindo souvenir — bromeo con la risa disimulada en la voz, sacudiendo la cabeza. La verdad es que la única foto que puede conseguir mía debe ser la que está en los carteles viejos de “se busca”.
Alternó su claro mirar entre su compañía y las olas que bañaban la arena de la solitaria playa. —No quiero enfermarme— fue todo lo que dijo tras unos segundos inmersa en sus pensamientos sobre si sería correcto hacerlo o no, intentando escoger sus palabras para no ser completamente cortante cuando éstas fueran exteriorizadas. Negó con la cabeza, sorprendida ante el hecho de que aunque pudiera lucir como alguien mayor en el fondo no era más que el pequeño Benedict que alguna vez conoció; y, en cierto modo, era un alivio saber que el tiempo, y las adversidades que éste había traído con el, no acabaron con todo.
Asintió con la cabeza a su respuesta, aun escudriñándolo con la mirada y esbozando una pequeña sonrisa antes de sacar una mano de su bolsillo y reacomodar un mechón rubio que se resistía a permanecer en su lugar. Tranquilidad. Una bonita palabra. Incluso se sentía cómoda con la elección de la palabra. El distrito cuatro era un verdadero remanso de paz y tranquilidad, un lugar donde podías apagar las penas y los pensamientos durante el tiempo que permanecieras observando una escena como de la que ellos estaban disfrutando. —Me pasaba— reconoció, meneando la cabeza hacia ambos lados para salir de su ensimismamiento. —, pero simplemente dejé de hacerlo para no acabar decepcionándome— agregó casi sin percatarse del hecho de que sus labios siguieron moviéndose. Prensó los labios contrariada, alejándose un poco más del agua y sentándose en un lugar seguro donde no poder mojarse. —Lo siento, no soy el alma de la fiesta— dijo una vez que se hubo sentado y estirado las piernas al frente. —Espero que esa confusión no conlleve una decepción en tu caso— esbozó una pequeña sonrisa, apoyando las manos sobre sus piernas y girando el rostro hacia él. Muchas cosas habían cambiado pero, en cierto modo, el distrito cuatro se sentía como siempre.
Un bufido se dejó oír. Rodó los ojos a la par que doblaba sus piernas para poder apoyar los codos sobre las rodillas. —Una ironía por demasiadas razones— habló, negando con la cabeza sin ser capaz de reconocerse al haberse visto envuelta en todo aquel embrollo. —, pero el hecho de que tú estés aquí ahora mismo no lo es— encogió ligeramente los hombros antes de seguir hablando. —No te considero un criminal por mucho que una ley diga que sí. Realmente no disfruto de mi trabajo cuando tengo que condenar a personas que moralmente considero que no han hecho nada malo… solo por el mero hecho de nacer ya los consideran delincuentes, no es una verdadera justicia—. Era un gran contra de lo que había escogido ser. Pensar que solamente iba a tener que condenar a verdaderos criminales, que iba a poder esquivar situaciones con humanos, era una utopía
No le gustaba pensar demasiado en aquello. Es más, en el mismo momento en el que ponía un pie dentro de wizengamot, simplemente, desaparecía la persona que era ella y pensaba de modo automático hasta que regresaba a casa y podía volver a respirar de nuevo con normalidad. Aquellos pensamientos le resultaron graciosos. Siempre actuaba fría y distante con los demás, pero lo era aún más cuando estaba en el Capitolio, ¿se convertía en un bloque de hielo? La sonrisa que apareció en su rostro consiguió que sus ojos se achicaran un poco. Carraspeó, retirando la sonrisa de sus labios y asintiendo con la cabeza a la par que se levantaba y sacudía la arena que había quedado adherida a su ropa. —Te advierto que me he vuelto un poco gourmet— habló cuando hubo terminado de sacudirse y casi chocó contra la caracola que le ofrecía. Una risa fue contenida, retumbando en su garganta como si se estuviera ahogando, tomando la caracola con cuidado. —¿Y para qué quiero una foto tuya?— cuestionó arqueando ambas cejas. —Cuando extrañe ver esa fea cara tuya simplemente te llamaré— se burló limpiando la caracola y guardándola con cuidado en uno de los bolsillos de su abrigo.
Sus ojos se alejaron de él, fijándose en el sol casi oculto, como desaparecía poco a poco en la línea del mar, como si éste lo estuviera devorando. —Deberíamos irnos— apremió de súbito. —O al menos no quedarnos aquí parados. Se está haciendo de noche y la seguridad ha aumentado notablemente en las horas nocturnas— explicó tranquila. —Quizás en otros distritos no me conozcan, pero aquí no tengo fama de ser sociable, y mucho menos de tener esclavo, por lo que no quiero arriesgarme—. Verla fuera de casa era casi un milagro obrado por el cielo, mucho más si estaba en compañía de un esclavo cuando hacía años que era la ‘comidilla’ por no tener ninguno después de tantos años de la aparición de éstos.
Asintió con la cabeza a su respuesta, aun escudriñándolo con la mirada y esbozando una pequeña sonrisa antes de sacar una mano de su bolsillo y reacomodar un mechón rubio que se resistía a permanecer en su lugar. Tranquilidad. Una bonita palabra. Incluso se sentía cómoda con la elección de la palabra. El distrito cuatro era un verdadero remanso de paz y tranquilidad, un lugar donde podías apagar las penas y los pensamientos durante el tiempo que permanecieras observando una escena como de la que ellos estaban disfrutando. —Me pasaba— reconoció, meneando la cabeza hacia ambos lados para salir de su ensimismamiento. —, pero simplemente dejé de hacerlo para no acabar decepcionándome— agregó casi sin percatarse del hecho de que sus labios siguieron moviéndose. Prensó los labios contrariada, alejándose un poco más del agua y sentándose en un lugar seguro donde no poder mojarse. —Lo siento, no soy el alma de la fiesta— dijo una vez que se hubo sentado y estirado las piernas al frente. —Espero que esa confusión no conlleve una decepción en tu caso— esbozó una pequeña sonrisa, apoyando las manos sobre sus piernas y girando el rostro hacia él. Muchas cosas habían cambiado pero, en cierto modo, el distrito cuatro se sentía como siempre.
Un bufido se dejó oír. Rodó los ojos a la par que doblaba sus piernas para poder apoyar los codos sobre las rodillas. —Una ironía por demasiadas razones— habló, negando con la cabeza sin ser capaz de reconocerse al haberse visto envuelta en todo aquel embrollo. —, pero el hecho de que tú estés aquí ahora mismo no lo es— encogió ligeramente los hombros antes de seguir hablando. —No te considero un criminal por mucho que una ley diga que sí. Realmente no disfruto de mi trabajo cuando tengo que condenar a personas que moralmente considero que no han hecho nada malo… solo por el mero hecho de nacer ya los consideran delincuentes, no es una verdadera justicia—. Era un gran contra de lo que había escogido ser. Pensar que solamente iba a tener que condenar a verdaderos criminales, que iba a poder esquivar situaciones con humanos, era una utopía
No le gustaba pensar demasiado en aquello. Es más, en el mismo momento en el que ponía un pie dentro de wizengamot, simplemente, desaparecía la persona que era ella y pensaba de modo automático hasta que regresaba a casa y podía volver a respirar de nuevo con normalidad. Aquellos pensamientos le resultaron graciosos. Siempre actuaba fría y distante con los demás, pero lo era aún más cuando estaba en el Capitolio, ¿se convertía en un bloque de hielo? La sonrisa que apareció en su rostro consiguió que sus ojos se achicaran un poco. Carraspeó, retirando la sonrisa de sus labios y asintiendo con la cabeza a la par que se levantaba y sacudía la arena que había quedado adherida a su ropa. —Te advierto que me he vuelto un poco gourmet— habló cuando hubo terminado de sacudirse y casi chocó contra la caracola que le ofrecía. Una risa fue contenida, retumbando en su garganta como si se estuviera ahogando, tomando la caracola con cuidado. —¿Y para qué quiero una foto tuya?— cuestionó arqueando ambas cejas. —Cuando extrañe ver esa fea cara tuya simplemente te llamaré— se burló limpiando la caracola y guardándola con cuidado en uno de los bolsillos de su abrigo.
Sus ojos se alejaron de él, fijándose en el sol casi oculto, como desaparecía poco a poco en la línea del mar, como si éste lo estuviera devorando. —Deberíamos irnos— apremió de súbito. —O al menos no quedarnos aquí parados. Se está haciendo de noche y la seguridad ha aumentado notablemente en las horas nocturnas— explicó tranquila. —Quizás en otros distritos no me conozcan, pero aquí no tengo fama de ser sociable, y mucho menos de tener esclavo, por lo que no quiero arriesgarme—. Verla fuera de casa era casi un milagro obrado por el cielo, mucho más si estaba en compañía de un esclavo cuando hacía años que era la ‘comidilla’ por no tener ninguno después de tantos años de la aparición de éstos.
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No me siento un idiota, al menos, cuando ella dice que al menos le pasó alguna vez. No sé bien por qué se sentiría decepcionada, por lo que la miro con cierto reproche a pesar de que no muestro demasiada seriedad — Deberías de poner un poco de azúcar en tu vida — y sé que es una frase y un chiste pésimo, en especial si consideramos la cantidad de comida que compartimos cuando teníamos la oportunidad de vernos las caras casi todos los días. Es extraño y a la vez morboso, pero en cierto modo siento una ligera nostalgia por esos tiempos, quizá porque irónicamente todo era mucho más fácil.
De todas las cosas que me pueden sorprender en este día, creo que la que más lo hace es el factor de que ella no considere una ironía toda esta locura, por lo que la mirada que le lanzo es de completa sorpresa, acompañada de un dejo de poco disimulado agradecimiento — Bueno… ¿Qué tan segura estás de eso? — le pregunto con un gesto ligeramente sombrío, mirando por un momento a cualquier lado excepto a ella. No voy a decirle justamente ahora lo que ha ocurrido hace unos días con los aurores ni el desastre de diciembre, porque sé muy bien que ella es perfectamente libre de juzgarme a pesar de que una parte de mí sabe que no va a hacerlo. Quizá es mejor que se quede con la versión agradable de mi persona, al menos la que ha aceptado.
Río con cierta gracia, recordando esos platos diminutos y bien decorados que solía odiar cuando iba a eventos con gente adinerada del Capitolio, poniendo por un momento mala cara ante el recuerdo — Si consideras gourmet a la comida liliputiense — mascullo con falsa molestia, arrugando la nariz. A pesar de que se guarda la caracola, sus palabras me provocan un ruedo de ojos que acaba con un suave empujoncito de mi codo hacia su brazo, balanceándola apenas — Pero mi cara fea puede juzgarte desde tu repisa si es una foto. Aunque sí, sé que me espías por las noches con el espejo porque no puedes vivir sin mí — ironizo, alzando el mentón en fingido egocentrismo. Los últimos meses nuestras charlas han sido variadas, siempre cuando encontraba un momento donde podía esconderme lo suficiente como para que nadie pregunte con quien estaba hablando. Quizá solo conversábamos un rato sobre tonterías, pero no voy a negar que venían bien. Ari es en cierto modo un buen escape en busca de oxígeno fresco.
Sé que tiene razón, así que me alejo de mala gana del agua y me agacho para juntar mis zapatos y la mochila que vuelvo a cargarme al hombro, siendo consciente de como el frío empieza a subir por culpa de la oscuridad que aflora sobre nosotros — Dudo que pregunten demasiado al menos que vean esto — levanto apenas la muñeca que tengo cubierta por el abrigo, dando a entender que estoy hablando de la M de muggle — Aunque tienes razón, es mejor prevenir que curar. ¿Tienes miedo de los chismes de las señoras? ¿No llevas a muchos tipos a tu casa? — es una broma inocente, pero estoy tan acostumbrado a gente como Ava que pronto aprieto el paso para apurarme y salirme del rango de un posible golpe.
El camino a la casa de Arianne se me hace corto a pesar de que posiblemente no lo sea; llevo los zapatos en la mano hasta que la arena abandona mis pies y vuelvo a calzarme en medio del paseo, pero el resto me permito a seguir observando las casas que comienzan a encender las luces. Quizá en su momento el distrito cuatro me parecía pequeño, pero luego de años de vivir en el catorce me es imposible no verlo como una enorme magnificencia. Las casas firmes, los jardines bien cuidados, el barullo de lo que todos conocemos como una ciudad viva. Quizá me quedo callado más de lo normal hasta que, por fin, ella se detiene frente a una casa cuyo caminito hace que me fije en las ventanas cerradas, levantando la vista hacia el piso de arriba — ¿Todo esto para ti sola? Hasta hace poco compartía una cabaña minúscula con cuatro personas más y Gigi — y eso que solo contaba con un living-cocina, un intento de mini baño y el dormitorio, separado por un marco que no tiene puerta así que cuenta con una cortina. Para cualquiera no sería mucho, pero para mí es genial.
Apenas estamos dentro, soy el primero que toquetea la pared hasta que siento el botón y al presionar escucho un “click” que me planta una sonrisa idiota que se transforma en un gesto de disculpa al mirarla — Hace años no me doy el gusto de disfrutar de la electricidad, déjame — advierto con gracia. Ya dentro de la casa, todo parece demasiado… bueno, demasiado. Me quedo quieto en la sala, paseando mis ojos por muebles que deseo tocar, aunque por alguna razón siento que si lo hago voy a terminar ensuciando algo. Al final, dejo la mochila con sumo cuidado en un rincón y doy unos pocos pasos, meticuloso para con el ambiente — Es lindo. Incluso más lindo que por el espejo — confieso, levantando los ojos hacia la escalera. Para contenerme, meto las manos en los bolsillos de mi abrigo, girando el rostro hacia ella — ¿Quieres qué…? Bueno… ¿Me lavo las manos? — no es que sea precisamente una mugre, pero he estado tocando la arena y he viajado por el bosque esta misma mañana, además de que nuestras duchas en el catorce son básicamente en las grutas y en invierno no son algo de todos los días si no quieres congelarte en el camino de nieve demasiado seguido — Es tu casa, así que haré lo que digas.
De todas las cosas que me pueden sorprender en este día, creo que la que más lo hace es el factor de que ella no considere una ironía toda esta locura, por lo que la mirada que le lanzo es de completa sorpresa, acompañada de un dejo de poco disimulado agradecimiento — Bueno… ¿Qué tan segura estás de eso? — le pregunto con un gesto ligeramente sombrío, mirando por un momento a cualquier lado excepto a ella. No voy a decirle justamente ahora lo que ha ocurrido hace unos días con los aurores ni el desastre de diciembre, porque sé muy bien que ella es perfectamente libre de juzgarme a pesar de que una parte de mí sabe que no va a hacerlo. Quizá es mejor que se quede con la versión agradable de mi persona, al menos la que ha aceptado.
Río con cierta gracia, recordando esos platos diminutos y bien decorados que solía odiar cuando iba a eventos con gente adinerada del Capitolio, poniendo por un momento mala cara ante el recuerdo — Si consideras gourmet a la comida liliputiense — mascullo con falsa molestia, arrugando la nariz. A pesar de que se guarda la caracola, sus palabras me provocan un ruedo de ojos que acaba con un suave empujoncito de mi codo hacia su brazo, balanceándola apenas — Pero mi cara fea puede juzgarte desde tu repisa si es una foto. Aunque sí, sé que me espías por las noches con el espejo porque no puedes vivir sin mí — ironizo, alzando el mentón en fingido egocentrismo. Los últimos meses nuestras charlas han sido variadas, siempre cuando encontraba un momento donde podía esconderme lo suficiente como para que nadie pregunte con quien estaba hablando. Quizá solo conversábamos un rato sobre tonterías, pero no voy a negar que venían bien. Ari es en cierto modo un buen escape en busca de oxígeno fresco.
Sé que tiene razón, así que me alejo de mala gana del agua y me agacho para juntar mis zapatos y la mochila que vuelvo a cargarme al hombro, siendo consciente de como el frío empieza a subir por culpa de la oscuridad que aflora sobre nosotros — Dudo que pregunten demasiado al menos que vean esto — levanto apenas la muñeca que tengo cubierta por el abrigo, dando a entender que estoy hablando de la M de muggle — Aunque tienes razón, es mejor prevenir que curar. ¿Tienes miedo de los chismes de las señoras? ¿No llevas a muchos tipos a tu casa? — es una broma inocente, pero estoy tan acostumbrado a gente como Ava que pronto aprieto el paso para apurarme y salirme del rango de un posible golpe.
El camino a la casa de Arianne se me hace corto a pesar de que posiblemente no lo sea; llevo los zapatos en la mano hasta que la arena abandona mis pies y vuelvo a calzarme en medio del paseo, pero el resto me permito a seguir observando las casas que comienzan a encender las luces. Quizá en su momento el distrito cuatro me parecía pequeño, pero luego de años de vivir en el catorce me es imposible no verlo como una enorme magnificencia. Las casas firmes, los jardines bien cuidados, el barullo de lo que todos conocemos como una ciudad viva. Quizá me quedo callado más de lo normal hasta que, por fin, ella se detiene frente a una casa cuyo caminito hace que me fije en las ventanas cerradas, levantando la vista hacia el piso de arriba — ¿Todo esto para ti sola? Hasta hace poco compartía una cabaña minúscula con cuatro personas más y Gigi — y eso que solo contaba con un living-cocina, un intento de mini baño y el dormitorio, separado por un marco que no tiene puerta así que cuenta con una cortina. Para cualquiera no sería mucho, pero para mí es genial.
Apenas estamos dentro, soy el primero que toquetea la pared hasta que siento el botón y al presionar escucho un “click” que me planta una sonrisa idiota que se transforma en un gesto de disculpa al mirarla — Hace años no me doy el gusto de disfrutar de la electricidad, déjame — advierto con gracia. Ya dentro de la casa, todo parece demasiado… bueno, demasiado. Me quedo quieto en la sala, paseando mis ojos por muebles que deseo tocar, aunque por alguna razón siento que si lo hago voy a terminar ensuciando algo. Al final, dejo la mochila con sumo cuidado en un rincón y doy unos pocos pasos, meticuloso para con el ambiente — Es lindo. Incluso más lindo que por el espejo — confieso, levantando los ojos hacia la escalera. Para contenerme, meto las manos en los bolsillos de mi abrigo, girando el rostro hacia ella — ¿Quieres qué…? Bueno… ¿Me lavo las manos? — no es que sea precisamente una mugre, pero he estado tocando la arena y he viajado por el bosque esta misma mañana, además de que nuestras duchas en el catorce son básicamente en las grutas y en invierno no son algo de todos los días si no quieres congelarte en el camino de nieve demasiado seguido — Es tu casa, así que haré lo que digas.
Acercó las manos hasta la arena, tomando un pequeña cantidad de ésta y apretándola con fuerza antes de aflojarla y dejar que la dorada y fría arena se escurriera entre sus dedos, amontonándose hasta formar una disimulada montaña que captó su atención, obligándola sonreír y a repetir el procedimiento una vez más, centrando entonces su atención en la caída de ésta y en las cosquillas que le provocaba. Alzó la mirada, dejando que su azul mirar lo recorriera, aprovechando que él prefería enfocar sus ojos en cualquier otro lugar, y parpadeando con completa tranquilidad. —Quizás si has hecho cosas malas en los últimos años— comenzó a hablar —, puede que incluso antes de que todo esto pasara ya hubieras hecho algunas—. Prensó los labios. Nunca fueron la mejor definición de amigos, la mejor palabra para ellos habría sido conocidos. —Cuando nos convierten en criminales por algo tan injusto como nuestra sangre o por nuestros padres… intentas sobrevivir— mordió ligeramente su labio inferior, acariciando la arena, haciendo pequeños círculos que luego rodeaba por otros más grandes y así sucesivamente. —No somos la analogía perfecta, pero hay demasiadas similitudes que hacen que no pueda culparte— se encogió de hombros, esbozando una pequeña sonrisa culpable.
Rodó los ojos, terminando de quitarse la arena que había quedado adherida a su ropa y mirando con aire distraído el mar. Dejó que sus manos quedaran dentro de los bolsillos de su abrigo cuando guardó la caracola, balanceándose ligeramente hacia un lado cuando, sorpresivamente, la empujó con suavidad y provocó que su corazón se acelerara durante unos segundos en los que su mente quedó en blanco. Meneó la cabeza, alejándose apenas un paso, carraspeando pero intentando sonreír con cierta incomodidad. —Vaya, creo que te estoy mal acostumbrando— le regañó a su notable y divertido egocentrismo; no era la primera vez que lo presenciaba, ya que siempre le gustaba dejar caer comentarios como aquel durante sus charlas, y por aquella razón le salía con facilidad un regaño como el pronunciado. Esperó en silencio a que terminara de recoger sus cosas, dando una última mirada al ya oscuro océano y solo alejando la mirada de éste cuando la enfocó en dirección a la M de su muñeca. —Vamos— pidió, no queriendo seguir mirando aquella señal. Realmente le molestaba verla, fuera en la persona que fuera, pero aún más cuando se trataba de alguien de quien se preocupaba. Caminó en silencio, solo mirándolo de soslayo ante su intento de broma. —Pensaba que ya te había dicho que no me interesan las personas, y en ese rango de personas entran los ‘tipos’— hizo comillas con sus dedos, rodando los ojos con despreocupación antes de volver a centrar su atención en el trayecto que aún quedaba para llegar a casa. Nunca se sentía del todo segura cuando iba por la calle, mucho menos en las circunstancias en las que se encontraba.
Su mente estaba en demasiadas cosas como para prestarle la debida atención a su compañía que, cuando lo observó por última vez, no hacía más que recorrer todo su alrededor con la mirada, como si quisiera guardar una enorme panorámica de todo el distrito en su memoria. No podía negar que le apenaba. Ella podía hacer lo que quisiera pero no hacía absolutamente nada, él parecía querer hacerlo todo pero no podía. Simplemente el mundo ya no era algo que le interesara. En su momento luchó por seguir en el mundo, por vivir en el durante más tiempo, pero después éste le había dado tantos golpes bajos que pensaba que no merecía la pena luchar más. Suspiró, deteniendo su caminar frente a su vivienda, pero antes de avanzar hacia esta se percató de la casa que había frente a la propia. Las luces de la entrada estaban encendidas por lo que Marco estaría en casa, solo esperaba que no hiciera una de sus inesperadas visitas. Cuando se hubo percatado de ellos caminó en dirección a la casa, abriendo la puerta pero no teniendo tiempo de encender las luces antes de un ansioso Benedict que buscó los interruptores como si le fuera la vida en ello.
Dejó a un lado el abrigo, observándolo con curiosidad, permitiéndose esbozar una sonrisa divertida en sus labios ante las reacciones y expresiones que se dejaban ver en el rostro de su compañía. —Puedes tocar lo que quieras— ofreció encogiéndose de hombros al verlo parado e indeciso en su lugar. —Primero iremos arriba, quiero enseñarte la habitación que usarás y… bueno, tengo algo de ropa de hombre por si quieres bañarte y ponerte cómodo— continuó hablando a la par que sacaba la varita del abrigo y luego colgaba éste en el perchero. Hizo un gesto con la mano, subiendo escaleras arriba. Pasando frente a dos puertas cerradas y abriendo una tercera. —He intentado quitar todo el polvo acumulado. Hace demasiados años que cerré esta habitación— explicó entrando e inspeccionando que no se hubiera dejado nada fuera de su lugar. Casi era como regresar atrás en el tiempo. Nunca había pasado demasiado tiempo allí, pero recordaba con demasiada facilidad a la persona que la había ocupado durante el tiempo que vivió con ella. Carraspeó, girándose hacia él y señalando la puerta al otro lado del pasillo. —Aquello es el baño, y ahí está la ropa— señaló el amplio armario de color blanco.
Rodó los ojos, terminando de quitarse la arena que había quedado adherida a su ropa y mirando con aire distraído el mar. Dejó que sus manos quedaran dentro de los bolsillos de su abrigo cuando guardó la caracola, balanceándose ligeramente hacia un lado cuando, sorpresivamente, la empujó con suavidad y provocó que su corazón se acelerara durante unos segundos en los que su mente quedó en blanco. Meneó la cabeza, alejándose apenas un paso, carraspeando pero intentando sonreír con cierta incomodidad. —Vaya, creo que te estoy mal acostumbrando— le regañó a su notable y divertido egocentrismo; no era la primera vez que lo presenciaba, ya que siempre le gustaba dejar caer comentarios como aquel durante sus charlas, y por aquella razón le salía con facilidad un regaño como el pronunciado. Esperó en silencio a que terminara de recoger sus cosas, dando una última mirada al ya oscuro océano y solo alejando la mirada de éste cuando la enfocó en dirección a la M de su muñeca. —Vamos— pidió, no queriendo seguir mirando aquella señal. Realmente le molestaba verla, fuera en la persona que fuera, pero aún más cuando se trataba de alguien de quien se preocupaba. Caminó en silencio, solo mirándolo de soslayo ante su intento de broma. —Pensaba que ya te había dicho que no me interesan las personas, y en ese rango de personas entran los ‘tipos’— hizo comillas con sus dedos, rodando los ojos con despreocupación antes de volver a centrar su atención en el trayecto que aún quedaba para llegar a casa. Nunca se sentía del todo segura cuando iba por la calle, mucho menos en las circunstancias en las que se encontraba.
Su mente estaba en demasiadas cosas como para prestarle la debida atención a su compañía que, cuando lo observó por última vez, no hacía más que recorrer todo su alrededor con la mirada, como si quisiera guardar una enorme panorámica de todo el distrito en su memoria. No podía negar que le apenaba. Ella podía hacer lo que quisiera pero no hacía absolutamente nada, él parecía querer hacerlo todo pero no podía. Simplemente el mundo ya no era algo que le interesara. En su momento luchó por seguir en el mundo, por vivir en el durante más tiempo, pero después éste le había dado tantos golpes bajos que pensaba que no merecía la pena luchar más. Suspiró, deteniendo su caminar frente a su vivienda, pero antes de avanzar hacia esta se percató de la casa que había frente a la propia. Las luces de la entrada estaban encendidas por lo que Marco estaría en casa, solo esperaba que no hiciera una de sus inesperadas visitas. Cuando se hubo percatado de ellos caminó en dirección a la casa, abriendo la puerta pero no teniendo tiempo de encender las luces antes de un ansioso Benedict que buscó los interruptores como si le fuera la vida en ello.
Dejó a un lado el abrigo, observándolo con curiosidad, permitiéndose esbozar una sonrisa divertida en sus labios ante las reacciones y expresiones que se dejaban ver en el rostro de su compañía. —Puedes tocar lo que quieras— ofreció encogiéndose de hombros al verlo parado e indeciso en su lugar. —Primero iremos arriba, quiero enseñarte la habitación que usarás y… bueno, tengo algo de ropa de hombre por si quieres bañarte y ponerte cómodo— continuó hablando a la par que sacaba la varita del abrigo y luego colgaba éste en el perchero. Hizo un gesto con la mano, subiendo escaleras arriba. Pasando frente a dos puertas cerradas y abriendo una tercera. —He intentado quitar todo el polvo acumulado. Hace demasiados años que cerré esta habitación— explicó entrando e inspeccionando que no se hubiera dejado nada fuera de su lugar. Casi era como regresar atrás en el tiempo. Nunca había pasado demasiado tiempo allí, pero recordaba con demasiada facilidad a la persona que la había ocupado durante el tiempo que vivió con ella. Carraspeó, girándose hacia él y señalando la puerta al otro lado del pasillo. —Aquello es el baño, y ahí está la ropa— señaló el amplio armario de color blanco.
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Si ella supiera las cosas que he hecho… lo dejo ser, porque no es momento de declaraciones amargas, aunque agradezco su intento de consuelo. También me ahorro el decirle que parecía que su vida era demasiado solitaria como para entender cómo lo soportaba. No estoy aquí para juzgarla del mismo modo que ella parece perdonarme mis defectos, así que por hoy, simplemente vamos a ser Arianne y Benedict sin preguntas ni cuestionarios incómodos. La dejo hacer de guía, quizá demasiado cansado como para molestarme en nimiedades que no deberían interesarme a pesar de que, por momentos, la observo de reojo para chequear su rostro e intentar adivinar algo de lo que pasa por su cabeza, lo que sea.
¿Lo que yo quiera? Ese permitido hace que gire la cabeza en dirección a la escalera y apoyo allí mis manos, asintiendo a sus indicaciones — ¿De hombre tamaño estándar? — bromeo. Quizá cuando nos conocíamos yo tenía una altura un poco más fácil de meter en cualquier prenda, pero supongo que ella ya ha pensado en ese detalle porque tonta no es. Vuelvo a agarrar mi mochila y la sigo, dándome el gusto de observar el camino hacia el piso superior y asomar mi cabeza por el pasillo en primer lugar como si tuviese miedo de que se fuera abajo, pero obviamente es mucho más moderno y estable que las casas del catorce. Al final llegamos a “mi” dormitorio, al cual entro echando un primer vistazo a la cama, que parece cómoda — Es mucho más de lo que esperaba, gracias — admito; hasta había pensado que terminaría en el sofá, lo cual no me molestaba en lo absoluto.
Apoyo la mochila en una silla del rincón y me acerco al armario para abrirlo, encontrándome con algunas prendas masculinas cuya calidad parece mantenerse superior a la mía, lo cual me hace acariciar la tela de algodón ante su pulcritud — ¿Por qué tienes…? Ya, no importa — me ahorro rápidamente el hacer preguntas sobre el anterior dueño de estas ropas y tomo una remera y un pantalón que parece ser lo suficientemente cómodo para estar entre casa, echándolos sobre la cama; sí, creo que el sujeto era alto, así que servirá. Por inercia me quito el abrigo y lo lanzo sobre el colchón, pero con un amago me detengo antes de proceder a quitarme el resto de la ropa cuando recuerdo tres cosas: no estoy solo, la persona que me acompaña es Arianne y dudo mucho que ella quiera ver exactamente este espectáculo. La miro con una sonrisa de disculpa por mi costumbre y apilo la ropa limpia contra uno de mis brazos — Creo que servirá. Estaré listo en cinco minutos.
El baño es tan blanco que por un momento me deja ciego y tengo que decirlo, es la mejor ducha que he tenido en más de diez años, así que esos cinco minutos se extienden por mucho tiempo más del debido. Primero, porque la sensación del agua caliente y corriente dándome en la espalda se siente increíble, segundo porque quitarme la mugre en detalle es un lujo que no me puedo perder y tercero, porque vamos, es una jodida ducha con agua corriente. El haberme afeitado esta mañana hace que, cuando termine, parezca más una persona decente de lo que he parecido en toda mi vida adulta, incluso con un apestoso olor a shampoo y jabón. Para cuando bajo las escaleras, buscando a Arianne, estoy vestido, limpio y extrañamente relajado, como no lo he estado hace siglos.
Aprovecho a correr un poco la cortina para espiar al exterior, todavía tratando de procesar todo lo que ha pasado el día de hoy. Sin embargo, intento no detenerme mucho en ello para volver a cerrarla y entrar a la cocina, donde me encuentro a la dueña de la casa, frente a quien extiendo los brazos para que pueda echar un vistazo — ¿Y bien? — pregunto sonriendo a medias — Un poco más decente… ¿No? — me rasco la nuca, que todavía siento ligeramente húmeda por el pelo mojado y me apoyo en la mesada, observándola detenidamente; por alguna razón, cuando noto que lo estoy haciendo desvío la mirada hacia otro lado — ¿Pensaste qué deseas comer?
¿Lo que yo quiera? Ese permitido hace que gire la cabeza en dirección a la escalera y apoyo allí mis manos, asintiendo a sus indicaciones — ¿De hombre tamaño estándar? — bromeo. Quizá cuando nos conocíamos yo tenía una altura un poco más fácil de meter en cualquier prenda, pero supongo que ella ya ha pensado en ese detalle porque tonta no es. Vuelvo a agarrar mi mochila y la sigo, dándome el gusto de observar el camino hacia el piso superior y asomar mi cabeza por el pasillo en primer lugar como si tuviese miedo de que se fuera abajo, pero obviamente es mucho más moderno y estable que las casas del catorce. Al final llegamos a “mi” dormitorio, al cual entro echando un primer vistazo a la cama, que parece cómoda — Es mucho más de lo que esperaba, gracias — admito; hasta había pensado que terminaría en el sofá, lo cual no me molestaba en lo absoluto.
Apoyo la mochila en una silla del rincón y me acerco al armario para abrirlo, encontrándome con algunas prendas masculinas cuya calidad parece mantenerse superior a la mía, lo cual me hace acariciar la tela de algodón ante su pulcritud — ¿Por qué tienes…? Ya, no importa — me ahorro rápidamente el hacer preguntas sobre el anterior dueño de estas ropas y tomo una remera y un pantalón que parece ser lo suficientemente cómodo para estar entre casa, echándolos sobre la cama; sí, creo que el sujeto era alto, así que servirá. Por inercia me quito el abrigo y lo lanzo sobre el colchón, pero con un amago me detengo antes de proceder a quitarme el resto de la ropa cuando recuerdo tres cosas: no estoy solo, la persona que me acompaña es Arianne y dudo mucho que ella quiera ver exactamente este espectáculo. La miro con una sonrisa de disculpa por mi costumbre y apilo la ropa limpia contra uno de mis brazos — Creo que servirá. Estaré listo en cinco minutos.
El baño es tan blanco que por un momento me deja ciego y tengo que decirlo, es la mejor ducha que he tenido en más de diez años, así que esos cinco minutos se extienden por mucho tiempo más del debido. Primero, porque la sensación del agua caliente y corriente dándome en la espalda se siente increíble, segundo porque quitarme la mugre en detalle es un lujo que no me puedo perder y tercero, porque vamos, es una jodida ducha con agua corriente. El haberme afeitado esta mañana hace que, cuando termine, parezca más una persona decente de lo que he parecido en toda mi vida adulta, incluso con un apestoso olor a shampoo y jabón. Para cuando bajo las escaleras, buscando a Arianne, estoy vestido, limpio y extrañamente relajado, como no lo he estado hace siglos.
Aprovecho a correr un poco la cortina para espiar al exterior, todavía tratando de procesar todo lo que ha pasado el día de hoy. Sin embargo, intento no detenerme mucho en ello para volver a cerrarla y entrar a la cocina, donde me encuentro a la dueña de la casa, frente a quien extiendo los brazos para que pueda echar un vistazo — ¿Y bien? — pregunto sonriendo a medias — Un poco más decente… ¿No? — me rasco la nuca, que todavía siento ligeramente húmeda por el pelo mojado y me apoyo en la mesada, observándola detenidamente; por alguna razón, cuando noto que lo estoy haciendo desvío la mirada hacia otro lado — ¿Pensaste qué deseas comer?
Había pasado demasiado tiempo desde que alguien fuera de su ámbito personal entraba en casa; no le gustaba tener que tratar con los demás, se sentía incómoda en la mayor parte de las situaciones que se desencadenaban cuando tenía que estar cerca de alguien, por lo que eran pocos los que pisaban su casa y mínimas la invitaciones que ella misma realizaba. Claro que había excepciones tales como su madre o Marco que iban allí cuando les parecía bien, o quizás Jasper que intentaba avisarla de antemano pero, en ocasiones, se presentaba frente a su puerta sin venir realmente a cuento. La relación entre ambos se había estrechado como para no molestarse cuando aquello ocurría.
Apoyó la espalda contra la pared, recorriendo con la mirada la habitación en la que se encontraban. —¿Dónde esperabas dormir?— preguntó ante que aquello fuera ‘mucho más de lo que esperaba’, arqueando ambas cejas para luego dejar ir todo el aire que aún quedaba en sus pulmones. Carraspeó, observándolo apenas unos segundos hasta que abrió el armario y prefirió enfocar su mirada en la ventana. Ni se quiera se le había ocurrido subir las persianas de la habitación o dejar las ventanas abiertas durante el día para que el aire se renovara, simplemente la limpió lo más rápido posible y desapareció de allí volviendo a cerrar la puerta tras de sí. Se encogió de hombros. No le molestaba decirle a quien pertenecían, ya que había pasado demasiado tiempo de aquello y solo era un buen recuerdo en su mente, pero tampoco encontraba la verdadera importancia a mencionar el antiguo propietario. —Esperaré abaj— comenzó a hablar, viéndose interrumpida por la súbita reacción de Benedict, que provocó que sus palabras se cortaran y se separara de la pared automática para encaminarse en dirección a la puerta. —Perfecto, genial, de acuerdo— repitió antes de salir más rápido de lo esperado de la habitación y entrar en la propia con cierta urgencia.
Suspiró, desordenando su rizado cabello con ambas manos en un gesto de desesperación del todo olvidado en ella. —Moony, ¿puedes creerlo?— preguntó en voz alta, caminando hasta la jaula donde se encontraba encerrada el ave. Había transportado la jaula hasta su propia habitación durante los días en los que él estuviera allí sino tendría que estar constantemente suelto para evitar sus incesantes gritos, al menos allí estaría en silencio al no ver a nadie. Abrió la puerta, acariciando la cabeza del animal antes de tomar algo de ropa más cómoda y cambiarse en apenas un abrir y cerrar de ojos.
—¿Qué debería hacer de cenar?— cuestionó pensativa, dejando que sus ojos examinaran todas y cada una de las lejas de la despensa, las repisas del refrigerador y las alacenas. Extrañamente era algo en lo que no había pensado, y la molestaba. Le gustaba tener las cosas bajo control cuando estaba sola, mucho más cuando estaba con alguien, para así poder evitar imprevistos. Pocas cosas dejaba al azar o la fortuna. —Quizás…— comenzó a decir, colocando después la mano contra su rostro con frustración. —Entiendo que estés acostumbrada a decir las cosas en voz alta cuando estás sola, pero ahora no es así— se regañó a sí misma, exteriorizando las palabras e inclinándose en dirección a las escaleras para no verse sorprendida en sus momentos de mal hábito. Sacó la varita, realizando un movimiento que cerró cuidadosamente todas las puertas de los armarios que antes había abierto para su inspección previa. Volvió la mirada hacia la entrada, parpadeando un par de veces y luego riendo después de haberlo recorrido con la mirada en apenas un segundo. —Pensaba que tu color de piel había subido un par de tonos, pero veo que no era el caso— se permitió bromear, esbozando una relajada sonrisa ahora que estaba en la seguridad de su vivienda.
Arrastró una silla, sentándose con la espalda recta y volviendo a centrar su atención en los armarios. Habían muchas opciones, había incluso ido a comprar todos los alimentos que cruzaron su mente, y que probablemente se desperdiciarían ya que no comía nunca en casa, para tener un amplio abanico de opciones. —Te ofreciste a cocinar así que lo dejo en tus manos— dijo, ofreciéndole carta blanca a que hiciera lo que prefiriera. —Creo que tengo de todo, compré tanta comida que… te puedes llevar contigo lo que quieras cuando te vayas— aseguró. No era una mala idea, allí se desaprovecharía de todos modos. Cruzó los brazos bajo el pecho, mirándolo con una pequeña y amigable sonrisa que, en los últimos tiempos, se podían contar con los dedos de una mano las veces que la esbozaba.
Apoyó la espalda contra la pared, recorriendo con la mirada la habitación en la que se encontraban. —¿Dónde esperabas dormir?— preguntó ante que aquello fuera ‘mucho más de lo que esperaba’, arqueando ambas cejas para luego dejar ir todo el aire que aún quedaba en sus pulmones. Carraspeó, observándolo apenas unos segundos hasta que abrió el armario y prefirió enfocar su mirada en la ventana. Ni se quiera se le había ocurrido subir las persianas de la habitación o dejar las ventanas abiertas durante el día para que el aire se renovara, simplemente la limpió lo más rápido posible y desapareció de allí volviendo a cerrar la puerta tras de sí. Se encogió de hombros. No le molestaba decirle a quien pertenecían, ya que había pasado demasiado tiempo de aquello y solo era un buen recuerdo en su mente, pero tampoco encontraba la verdadera importancia a mencionar el antiguo propietario. —Esperaré abaj— comenzó a hablar, viéndose interrumpida por la súbita reacción de Benedict, que provocó que sus palabras se cortaran y se separara de la pared automática para encaminarse en dirección a la puerta. —Perfecto, genial, de acuerdo— repitió antes de salir más rápido de lo esperado de la habitación y entrar en la propia con cierta urgencia.
Suspiró, desordenando su rizado cabello con ambas manos en un gesto de desesperación del todo olvidado en ella. —Moony, ¿puedes creerlo?— preguntó en voz alta, caminando hasta la jaula donde se encontraba encerrada el ave. Había transportado la jaula hasta su propia habitación durante los días en los que él estuviera allí sino tendría que estar constantemente suelto para evitar sus incesantes gritos, al menos allí estaría en silencio al no ver a nadie. Abrió la puerta, acariciando la cabeza del animal antes de tomar algo de ropa más cómoda y cambiarse en apenas un abrir y cerrar de ojos.
—¿Qué debería hacer de cenar?— cuestionó pensativa, dejando que sus ojos examinaran todas y cada una de las lejas de la despensa, las repisas del refrigerador y las alacenas. Extrañamente era algo en lo que no había pensado, y la molestaba. Le gustaba tener las cosas bajo control cuando estaba sola, mucho más cuando estaba con alguien, para así poder evitar imprevistos. Pocas cosas dejaba al azar o la fortuna. —Quizás…— comenzó a decir, colocando después la mano contra su rostro con frustración. —Entiendo que estés acostumbrada a decir las cosas en voz alta cuando estás sola, pero ahora no es así— se regañó a sí misma, exteriorizando las palabras e inclinándose en dirección a las escaleras para no verse sorprendida en sus momentos de mal hábito. Sacó la varita, realizando un movimiento que cerró cuidadosamente todas las puertas de los armarios que antes había abierto para su inspección previa. Volvió la mirada hacia la entrada, parpadeando un par de veces y luego riendo después de haberlo recorrido con la mirada en apenas un segundo. —Pensaba que tu color de piel había subido un par de tonos, pero veo que no era el caso— se permitió bromear, esbozando una relajada sonrisa ahora que estaba en la seguridad de su vivienda.
Arrastró una silla, sentándose con la espalda recta y volviendo a centrar su atención en los armarios. Habían muchas opciones, había incluso ido a comprar todos los alimentos que cruzaron su mente, y que probablemente se desperdiciarían ya que no comía nunca en casa, para tener un amplio abanico de opciones. —Te ofreciste a cocinar así que lo dejo en tus manos— dijo, ofreciéndole carta blanca a que hiciera lo que prefiriera. —Creo que tengo de todo, compré tanta comida que… te puedes llevar contigo lo que quieras cuando te vayas— aseguró. No era una mala idea, allí se desaprovecharía de todos modos. Cruzó los brazos bajo el pecho, mirándolo con una pequeña y amigable sonrisa que, en los últimos tiempos, se podían contar con los dedos de una mano las veces que la esbozaba.
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Mis hombros se encogen dos segundos mientras murmuro un “en el sofá…” que espero que ella no tome como ofensa, aunque sí me regaño a mí mismo cuando la veo salir de la habitación tan rápido que me recuerda que en el catorce somos pocos y estamos acostumbrados a desnudarnos para una ducha en las grutas sabiendo que estamos al aire libre, pero las cosas en NeoPanem siguen teniendo un poco más de pudor. No es que vayamos desnudos por la vida, pero a más de uno nos ha pasado el toparnos accidentalmente. Hay cientos de cosas de la vida normal y moderna que se han quedado en el tiempo, para mi desgracia.
Su comentario sobre mi piel me hace reír entre dientes; sé que el invierno no es el caso, pero estar al sol durante el verano siempre ha servido para tomar algo de color, aunque por lo contrario sigo siendo el pálido Ben que he sido toda la vida — Hasta sigo teniendo las pecas y los lunares aunque siempre los confunden con barro — le sigo el chiste, encogiendo los hombros como si estuviese totalmente acostumbrado. Me quedo quieto en mi sitio, observando como ella se sienta y me da total libertad de preparar la comida que se me antoje, lo que en cierto modo me hace sentir un ligero vértigo y alzo las cejas con cierto escepticismo — ¿Lo que yo quiera? — pregunto — Yo… bueno, gracias… — no deseaba sentir que estaba siendo beneficiado con su caridad, pero la parte realista de mí me empuja a aceptar su oferta. En el catorce no podemos darnos el lujo de rechazar comida.
Con un gesto que pide permiso abro la nevera y chusmeo en su interior, analizando las opciones. ¿Carne? Es tonto, pero es común comer eso en casa; luego de una tarde cazando, terminar por cansarte de ella. Lo mismo con el pescado, aunque sea de mis comidas favoritas. Entonces, se me presenta la posibilidad más estúpida y simple de la vida, pero que en casa suele complicarse el cocinarla por el hecho de robarnos harina y utilizarla para otro tipo de comidas — ¿Disfrutas de la pizza? — pregunto, sacando el queso y algunos condimentos para hacer algo bien gordo. ¿Quién no? Aunque hace años no amaso como es debido.
Abriendo despensas y chequeando todo lo que tiene para ofrecer, pronto me encuentro encendiendo el horno y echando algo de harina sobre la mesada, dispuesto a ponerme a hacer la masa — Cuando era niño, ya sabes, esas épocas — le recuerdo, arrugando un poco la nariz ante la picazón que no puedo rascar sin ensuciarme — Papá y yo solíamos amasar pizza todos los sábados, aunque luego se volvió cosa esporádica cada vez que iba de visita cuando vivía en la Isla. Hubo un tiempo donde me ponía un banquito para cocinar — el simple recuerdo me hace negar con la cabeza obviamente divertido, despegándome algo de masa de los dedos, ya que ha empezado a formarse mientras lucho con ella — Ahora cocino de vez en cuando, aunque usamos mucha de la harina que conseguimos para hacer pan, que es más útil. Una buena pizza rellena es algo que no se ve en casa — no sé por qué evito el nombrar el catorce con todas sus letras, pero sé que ella me entiende.
Cuando por fin la mezcla forma una masa perfecta, comienza la parte divertida: el golpearla y amasarla con fuerza para que tome forma. La harina vuela por los aires cada vez que golpea la mesada, aunque poca atención le presto, mucho más concentrado en hablar. Tras unos golpes, consigo dejar que la masa se quede hecha una bola para que repose y se infle, por lo que aprovecho a lavarme los restos de las manos. La salpico amistosamente con los dedos húmedos y me agacho para encender el horno, el cual pronto comienza a calentar la habitación. Al final, sabiendo que debo esperar, me cruzo de brazos y me apoyo en la mesa, observándola — Tengo que admitirlo, Ari. Todo esto es muy extraño — confieso, sonriendo vagamente — No me alcanzarán los días ni las palabras para agradecerte. He deseado regresar hace… bueno, años. Es lindo sentir un poquito de normalidad — aunque sea por un fugaz momento donde puedo darme el lujo de fingir que jamás me he marchado.
Su comentario sobre mi piel me hace reír entre dientes; sé que el invierno no es el caso, pero estar al sol durante el verano siempre ha servido para tomar algo de color, aunque por lo contrario sigo siendo el pálido Ben que he sido toda la vida — Hasta sigo teniendo las pecas y los lunares aunque siempre los confunden con barro — le sigo el chiste, encogiendo los hombros como si estuviese totalmente acostumbrado. Me quedo quieto en mi sitio, observando como ella se sienta y me da total libertad de preparar la comida que se me antoje, lo que en cierto modo me hace sentir un ligero vértigo y alzo las cejas con cierto escepticismo — ¿Lo que yo quiera? — pregunto — Yo… bueno, gracias… — no deseaba sentir que estaba siendo beneficiado con su caridad, pero la parte realista de mí me empuja a aceptar su oferta. En el catorce no podemos darnos el lujo de rechazar comida.
Con un gesto que pide permiso abro la nevera y chusmeo en su interior, analizando las opciones. ¿Carne? Es tonto, pero es común comer eso en casa; luego de una tarde cazando, terminar por cansarte de ella. Lo mismo con el pescado, aunque sea de mis comidas favoritas. Entonces, se me presenta la posibilidad más estúpida y simple de la vida, pero que en casa suele complicarse el cocinarla por el hecho de robarnos harina y utilizarla para otro tipo de comidas — ¿Disfrutas de la pizza? — pregunto, sacando el queso y algunos condimentos para hacer algo bien gordo. ¿Quién no? Aunque hace años no amaso como es debido.
Abriendo despensas y chequeando todo lo que tiene para ofrecer, pronto me encuentro encendiendo el horno y echando algo de harina sobre la mesada, dispuesto a ponerme a hacer la masa — Cuando era niño, ya sabes, esas épocas — le recuerdo, arrugando un poco la nariz ante la picazón que no puedo rascar sin ensuciarme — Papá y yo solíamos amasar pizza todos los sábados, aunque luego se volvió cosa esporádica cada vez que iba de visita cuando vivía en la Isla. Hubo un tiempo donde me ponía un banquito para cocinar — el simple recuerdo me hace negar con la cabeza obviamente divertido, despegándome algo de masa de los dedos, ya que ha empezado a formarse mientras lucho con ella — Ahora cocino de vez en cuando, aunque usamos mucha de la harina que conseguimos para hacer pan, que es más útil. Una buena pizza rellena es algo que no se ve en casa — no sé por qué evito el nombrar el catorce con todas sus letras, pero sé que ella me entiende.
Cuando por fin la mezcla forma una masa perfecta, comienza la parte divertida: el golpearla y amasarla con fuerza para que tome forma. La harina vuela por los aires cada vez que golpea la mesada, aunque poca atención le presto, mucho más concentrado en hablar. Tras unos golpes, consigo dejar que la masa se quede hecha una bola para que repose y se infle, por lo que aprovecho a lavarme los restos de las manos. La salpico amistosamente con los dedos húmedos y me agacho para encender el horno, el cual pronto comienza a calentar la habitación. Al final, sabiendo que debo esperar, me cruzo de brazos y me apoyo en la mesa, observándola — Tengo que admitirlo, Ari. Todo esto es muy extraño — confieso, sonriendo vagamente — No me alcanzarán los días ni las palabras para agradecerte. He deseado regresar hace… bueno, años. Es lindo sentir un poquito de normalidad — aunque sea por un fugaz momento donde puedo darme el lujo de fingir que jamás me he marchado.
No estaba estresada o nerviosa por tener a alguien ‘fuera de lo normal’ en casa, lo estaba por el mero hecho de tener a alguien en casa. Eran escasas las personas que alguna vez habían conseguido estar entre aquellas cuatro paredes desde el mismo momento en el que se convirtió en su residencia fija. Ahuecó un par de cojines del comedor y los dejó caer en sus respectivos sitios antes de internarse en la cocina en busca de algo con lo que entretenerse y alejar los escurridizos pensamientos que penetraban en su mente y la molestaban.
Agradeció volver a tener su compañía cuando terminó de ducharse y con la ropa nueva él mismo fue el que indicó que volvía a parecer una persona. Ahogó una risa, no añadiendo comentario alguno puesto que con su expresión quedaba más que claro que estaba en lo correcto. Se acomodó sobre la silla, cruzando las piernas y apoyando ambas manos sobre las rodillas, a la espera de que escogiera lo que prefiriera hacer. ¿Era descortés pedir que los invitados hicieran la cena? A fin de cuentas él se había ofrecido antes y de aquel modo tendría una mejor vista. Arrugó la nariz contrariada, meneando la cabeza hacia ambos lados, en busca de disipar aquel extraño pensamiento. —Lo que más te apetezca… sepas hacer— habló después de unos segundos de silencio que ya le habían dado tiempo para internarse en la cocina y buscar algunos ingredientes. Inclinó la cabeza, siguiendo cada uno de sus movimientos, intentando descifrar cuál sería su elección antes de que la anunciara, pero no siendo lo suficientemente rápida en su intento.
—¿Pizza?— preguntó en voz alta más para sí misma que para que él la escuchara. —Creo que no he comido pizza desde hace… ¿quizás tres o cuatro años?— acabó por agregar sin preocupación sobre ello. —Y casera no he comido desde hace mucho más tiempo— volvió a hablar con sinceridad. No la había comido porque no le gustara, simplemente casi siempre comí fuera en algún restaurante y un lugar donde sirvieran aquella comida no se encontraba entre sus opciones prácticamente nunca. —Vas a tener muy fácil impresionarme— sonrió descruzando las piernas e inclinándose al frente para apoyar los codos sobre la pequeña isla que había en el centro de la cocina.
Lo observó en silencio, escuchando todas y cada una de sus palabras, el tono que usaba cuando las pronunciaba y las expresiones que dejaba entrever, y ella podía percibir desde el lugar en el que se encontraba. —Son bonitos recuerdos— habló al cabo de unos instantes, retirando la mirada hacia otro lugar. Ella no tenía aquel tipo de recuerdos, quizás si los había tenido y habían sido importantes para ella, la ayudaron en los momento que pensó que no podía más, pero ahora solo se antojaban como mentiras que le repugnaban y dolían más de lo que la mente humana podría imaginar. Aun así intentó esbozar una pequeña sonrisa, asintiendo en la cabeza, comprendiéndolo. Prioridades. Se retiró hacia atrás, temiendo acabar completamente llena de harina o quizás siendo golpeada accidentalmente por el brío con el que trataba la masa. Entrecerró los ojos, juzgándolo con la mirada cuando la salpicó, rodando los ojos seguidamente.
Acomodó su coleta alta, encogiéndose hombros con despreocupación. Puede que otros, en la misma situación, hubieran estado tan preocupados que no pudieran disfrutar del momento, pero a ella le eran indiferentes demasiadas cosas, se podría decir que su seguridad no era del todo una prioridad. —Siempre acabas agradeciéndome algo— se rió con diversión, estirando los brazos hacia arriba en busca de despertar sus adormecidas extremidades, —En ese caso yo también te agradezco este poquito de normalidad, algo de interacción humana fuera de lo estrictamente necesario— concedió, levantándose de la silla y encaminándose hacia el frigorífico de donde sacó dos bebidas. Lo cierto era que se sentía tranquila, la protección de las paredes de su vivienda conseguía que el nerviosismo que la atenazaba cuando se encontraban en el exterior se hubiera disipado hasta, prácticamente, desaparecer sin dejar rastro tras de éste.
—No puedo contener mi curiosidad por más tiempo— reconoció abriendo su bebida y bebiendo apenas un sorbo antes de dejarla sobre la mesa y examinarlo con la mirada. —¿Cómo es vivir así?— preguntó sin rodeo alguno. Realmente tenía curiosidad por saber como era vivir con una inseguridad como aquella, hacer, o al menos intentar, tener un vida normal, actuar como si todo estuviera bien, cuando tenían a medio país en busca de la ubicación concreta del distrito catorce, y a una presidenta que distaba mucho de querer dejar de buscarlos. —Es decir, dijiste que habían... niños, ¿no? ¿Cómo se le explica a un niño la situación? Porque está claro que es mucho más fácil explicárselo a un niño que tiene sangre mágica y está a salvo de todo que a los que no la tienen.— intentó explicarse. No buscaba información en detalle, pero si saciar su curiosidad.
Agradeció volver a tener su compañía cuando terminó de ducharse y con la ropa nueva él mismo fue el que indicó que volvía a parecer una persona. Ahogó una risa, no añadiendo comentario alguno puesto que con su expresión quedaba más que claro que estaba en lo correcto. Se acomodó sobre la silla, cruzando las piernas y apoyando ambas manos sobre las rodillas, a la espera de que escogiera lo que prefiriera hacer. ¿Era descortés pedir que los invitados hicieran la cena? A fin de cuentas él se había ofrecido antes y de aquel modo tendría una mejor vista. Arrugó la nariz contrariada, meneando la cabeza hacia ambos lados, en busca de disipar aquel extraño pensamiento. —Lo que más te apetezca… sepas hacer— habló después de unos segundos de silencio que ya le habían dado tiempo para internarse en la cocina y buscar algunos ingredientes. Inclinó la cabeza, siguiendo cada uno de sus movimientos, intentando descifrar cuál sería su elección antes de que la anunciara, pero no siendo lo suficientemente rápida en su intento.
—¿Pizza?— preguntó en voz alta más para sí misma que para que él la escuchara. —Creo que no he comido pizza desde hace… ¿quizás tres o cuatro años?— acabó por agregar sin preocupación sobre ello. —Y casera no he comido desde hace mucho más tiempo— volvió a hablar con sinceridad. No la había comido porque no le gustara, simplemente casi siempre comí fuera en algún restaurante y un lugar donde sirvieran aquella comida no se encontraba entre sus opciones prácticamente nunca. —Vas a tener muy fácil impresionarme— sonrió descruzando las piernas e inclinándose al frente para apoyar los codos sobre la pequeña isla que había en el centro de la cocina.
Lo observó en silencio, escuchando todas y cada una de sus palabras, el tono que usaba cuando las pronunciaba y las expresiones que dejaba entrever, y ella podía percibir desde el lugar en el que se encontraba. —Son bonitos recuerdos— habló al cabo de unos instantes, retirando la mirada hacia otro lugar. Ella no tenía aquel tipo de recuerdos, quizás si los había tenido y habían sido importantes para ella, la ayudaron en los momento que pensó que no podía más, pero ahora solo se antojaban como mentiras que le repugnaban y dolían más de lo que la mente humana podría imaginar. Aun así intentó esbozar una pequeña sonrisa, asintiendo en la cabeza, comprendiéndolo. Prioridades. Se retiró hacia atrás, temiendo acabar completamente llena de harina o quizás siendo golpeada accidentalmente por el brío con el que trataba la masa. Entrecerró los ojos, juzgándolo con la mirada cuando la salpicó, rodando los ojos seguidamente.
Acomodó su coleta alta, encogiéndose hombros con despreocupación. Puede que otros, en la misma situación, hubieran estado tan preocupados que no pudieran disfrutar del momento, pero a ella le eran indiferentes demasiadas cosas, se podría decir que su seguridad no era del todo una prioridad. —Siempre acabas agradeciéndome algo— se rió con diversión, estirando los brazos hacia arriba en busca de despertar sus adormecidas extremidades, —En ese caso yo también te agradezco este poquito de normalidad, algo de interacción humana fuera de lo estrictamente necesario— concedió, levantándose de la silla y encaminándose hacia el frigorífico de donde sacó dos bebidas. Lo cierto era que se sentía tranquila, la protección de las paredes de su vivienda conseguía que el nerviosismo que la atenazaba cuando se encontraban en el exterior se hubiera disipado hasta, prácticamente, desaparecer sin dejar rastro tras de éste.
—No puedo contener mi curiosidad por más tiempo— reconoció abriendo su bebida y bebiendo apenas un sorbo antes de dejarla sobre la mesa y examinarlo con la mirada. —¿Cómo es vivir así?— preguntó sin rodeo alguno. Realmente tenía curiosidad por saber como era vivir con una inseguridad como aquella, hacer, o al menos intentar, tener un vida normal, actuar como si todo estuviera bien, cuando tenían a medio país en busca de la ubicación concreta del distrito catorce, y a una presidenta que distaba mucho de querer dejar de buscarlos. —Es decir, dijiste que habían... niños, ¿no? ¿Cómo se le explica a un niño la situación? Porque está claro que es mucho más fácil explicárselo a un niño que tiene sangre mágica y está a salvo de todo que a los que no la tienen.— intentó explicarse. No buscaba información en detalle, pero si saciar su curiosidad.
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— Créeme, estoy casi seguro de que es muy difícil impresionarte… — murmuro con una sonrisa amable. La Arianne que yo recuerdo está muy lejos de ser fácil de encandilar y hay algo en ella, en sus actitudes, en su forma de moverse, que me hace pensar que es demasiado complicado siquiera acercarse a ella y por sobre todas las cosas, llegar a causarle aunque sea algo, sea o no solamente la aprobación sobresaliente de una cena.
Bonitos recuerdos, sí, pero solamente eso: recuerdos, memorias de algo que ya terminó y no volverá a pasar. Me defiendo de su acusación sobre siempre agradecerle las cosas con un movimiento de hombros sin siquiera alejarme de la mesada donde me encuentro apoyado, adoptando la postura de que no puede ser de otra manera y que no pienso disculparme por eso — Soy muchas cosas, pero creo que malagradecido no es una de ellas — al menos, desde que nos volvimos a encontrar he intentado mostrarme encantado con todo esto. Sí, es una amistad fuera de lo normal, si es que podemos llamarla así, pero deberíamos ver la imagen completa: dos personas, dos polos opuestos que alguna vez tuvieron el honor de cruzarse, han logrado toparse una vez más y coincidir en total armonía. ¿No es lo que teme el gobierno? ¿No se han esforzado en trazar líneas invisibles que nos separan los unos de los otros? Pues aquí estamos nosotros, compartiendo techo, charlas, sonrisas y próximamente comida. Quizá no estamos haciendo el mismo trabajo que Amber, pero se siente casi como levantar un estandarte — Cuando desees — finalizo. Ella sabe que jamás he puesto peros a nuestra comunicación, incluso cuando pudiesen existir miles.
Estoy por ponerme a chequear cómo se encuentra la masa cuando Arianne pregunta algo que me tome por sorpresa, no porque tenga curiosidad sino porque al fin me hace una pregunta sobre mi modo de vida sacando ella sola el tema, algo que entre nosotros parece ser tabú. Intento ubicarme y incluso levanto un dedo para indicarle que necesito tiempo, pensando con los brazos cruzados y rascando parte de mi cuello y barbilla en el proceso — Es agotador — admito — No siempre tenemos… bueno, ya sabes, los recursos. Y los niños… — la miro, midiéndola con la vista; puedo confiar en ella, lo sé — La mayoría han nacido allí, de modo que tienen todo más que naturalizado. No es tan complicado cuando les enseñas desde siempre lo que ha pasado. No tienen tantos detalles, lo sé, e incluso les cuesta comprenderlo a veces… — no quiero ni imaginarme cómo debe ser para ellos entender por qué alguien querría matarlos o atraparlos cuando se han criado al aire libre, en una armonía medianamente estable — Muchos son curiosos, desean ver el mundo exterior. Hacemos lo que podemos y hasta ahora ha funcionado.
Casi siempre. El solo recuerdo del claro me hace fruncir los labios y me giro, empezando a buscar la fuente donde debo poner la pizza para que se cocine. La dejo a un lado, tomo el queso que he separado y empiezo a cortarlo, aprovechando la cocina para darle la espalda — Son buenos chicos. A veces creo que se merecen mucho más, pero entonces me doy cuenta de que ya lo tienen. ¿No es mejor que crezcan entre el bosque y las montañas y no encerrados? Muchos tienen magia, pero nacieron condicionados por zona geográfica. Un niño de los nuestros sería explotado — Jamie le pondría los dedos encima, lo sé de primera mano. El solo pensar en alguno de ellos bajo las garras de la Ministra me hace temblar, aunque intento disimularlo sacudiendo la cabeza como si estuviese buscando estirarme.
— Alice dice siempre que no entiende como soy tan positivo, pero la verdad es que uno le da muchas vueltas al asunto hasta que se da cuenta de que no tiene otra opción — empujo el queso ya cortado hacia un lado y prosigo con el jamón — Así que creo que ese es el modo en el cual lo hacemos. No está mal, te acostumbras, pero se extrañan las duchas — me río vagamente por esa tonta verdad y ladeo la cabeza sobre mi hombro para verla — Alice es mi… bueno, no sé que es, estamos juntos — o eso se supone, pero no tiene ni idea de dónde estoy ahora. Empiezo a picar el jamón, demasiado rápido, al punto que al terminar hago girar el cuchillo entre mis dedos antes de dejarlo en su lugar y tomar algo de tomate para la salsa; es triste decirlo, pero me he acostumbrado a ese tipo de utensilios, especialmente porque suelo utilizarlos para la caza y no para la cocina — Uno se permite tener esas cosas, a veces.
Bonitos recuerdos, sí, pero solamente eso: recuerdos, memorias de algo que ya terminó y no volverá a pasar. Me defiendo de su acusación sobre siempre agradecerle las cosas con un movimiento de hombros sin siquiera alejarme de la mesada donde me encuentro apoyado, adoptando la postura de que no puede ser de otra manera y que no pienso disculparme por eso — Soy muchas cosas, pero creo que malagradecido no es una de ellas — al menos, desde que nos volvimos a encontrar he intentado mostrarme encantado con todo esto. Sí, es una amistad fuera de lo normal, si es que podemos llamarla así, pero deberíamos ver la imagen completa: dos personas, dos polos opuestos que alguna vez tuvieron el honor de cruzarse, han logrado toparse una vez más y coincidir en total armonía. ¿No es lo que teme el gobierno? ¿No se han esforzado en trazar líneas invisibles que nos separan los unos de los otros? Pues aquí estamos nosotros, compartiendo techo, charlas, sonrisas y próximamente comida. Quizá no estamos haciendo el mismo trabajo que Amber, pero se siente casi como levantar un estandarte — Cuando desees — finalizo. Ella sabe que jamás he puesto peros a nuestra comunicación, incluso cuando pudiesen existir miles.
Estoy por ponerme a chequear cómo se encuentra la masa cuando Arianne pregunta algo que me tome por sorpresa, no porque tenga curiosidad sino porque al fin me hace una pregunta sobre mi modo de vida sacando ella sola el tema, algo que entre nosotros parece ser tabú. Intento ubicarme y incluso levanto un dedo para indicarle que necesito tiempo, pensando con los brazos cruzados y rascando parte de mi cuello y barbilla en el proceso — Es agotador — admito — No siempre tenemos… bueno, ya sabes, los recursos. Y los niños… — la miro, midiéndola con la vista; puedo confiar en ella, lo sé — La mayoría han nacido allí, de modo que tienen todo más que naturalizado. No es tan complicado cuando les enseñas desde siempre lo que ha pasado. No tienen tantos detalles, lo sé, e incluso les cuesta comprenderlo a veces… — no quiero ni imaginarme cómo debe ser para ellos entender por qué alguien querría matarlos o atraparlos cuando se han criado al aire libre, en una armonía medianamente estable — Muchos son curiosos, desean ver el mundo exterior. Hacemos lo que podemos y hasta ahora ha funcionado.
Casi siempre. El solo recuerdo del claro me hace fruncir los labios y me giro, empezando a buscar la fuente donde debo poner la pizza para que se cocine. La dejo a un lado, tomo el queso que he separado y empiezo a cortarlo, aprovechando la cocina para darle la espalda — Son buenos chicos. A veces creo que se merecen mucho más, pero entonces me doy cuenta de que ya lo tienen. ¿No es mejor que crezcan entre el bosque y las montañas y no encerrados? Muchos tienen magia, pero nacieron condicionados por zona geográfica. Un niño de los nuestros sería explotado — Jamie le pondría los dedos encima, lo sé de primera mano. El solo pensar en alguno de ellos bajo las garras de la Ministra me hace temblar, aunque intento disimularlo sacudiendo la cabeza como si estuviese buscando estirarme.
— Alice dice siempre que no entiende como soy tan positivo, pero la verdad es que uno le da muchas vueltas al asunto hasta que se da cuenta de que no tiene otra opción — empujo el queso ya cortado hacia un lado y prosigo con el jamón — Así que creo que ese es el modo en el cual lo hacemos. No está mal, te acostumbras, pero se extrañan las duchas — me río vagamente por esa tonta verdad y ladeo la cabeza sobre mi hombro para verla — Alice es mi… bueno, no sé que es, estamos juntos — o eso se supone, pero no tiene ni idea de dónde estoy ahora. Empiezo a picar el jamón, demasiado rápido, al punto que al terminar hago girar el cuchillo entre mis dedos antes de dejarlo en su lugar y tomar algo de tomate para la salsa; es triste decirlo, pero me he acostumbrado a ese tipo de utensilios, especialmente porque suelo utilizarlos para la caza y no para la cocina — Uno se permite tener esas cosas, a veces.
El tiempo pasaba realmente lento cuando transcurría junto a alguien que así lo transformaba. Sus días, a lo largo de los últimos años, siempre se habían basado en lo mismo, rutinas tras rutinas; rotas, raras veces, por la presencia inesperada de Jasper en casa o la de su propio hermano. El resto del día era todo exactamente igual al anterior. Siempre. Mas demasiadas cosas habían cambiado a su alrededor en, quizás, los últimos meses. No se quejaba de ello, tampoco había nadie con el que poder quejarse del mismo, pero era una ruptura que no aceptaba del todo gustosa, por más que, llegados los momentos, no pudiera evitar sentirse bien. Era un caos incomprensible que ni ella misma alcanzaba a comprender u ordenar. Algo que, realmente, la ponía a pensar en otras opciones, las cuales no eran factibles en el mundo actual que se encontraban.
Entrelazó los dedos sus pálidos dedos en torno al refresco, acariciando con los pulgares la lisa y fría superficie. Manteniendo sus claro ojos fijos en la encimera, como si fuera lo más real de su alrededor en ese instante, como si quisiera atarse a la misma para no dejarse llevar a un lugar que, en cierto modo, la desconcertaba. Escuchó en silencio, interiorizando cada una de las palabras y asintiendo con la cabeza de tanto en tanto. —Es complicado para los adultos, con los niños será más… delicado.— trató de explicarse, alzando la cabeza con gesto pensativo. —Nunca me he parado a pensar como se tienen que sentir las personas estando de ‘un bando u otro’.— Los perseguidores que no se contentaban con estar al poder sino que querían eliminar cualquier amenaza, y los perseguidos. ¿Por qué solo le encontraba pegas a los perseguidores? Quizás porque sentía que eran los que estaban haciendo las cosas más desde el inicio… aunque los perseguidos fueron los que la colocaron en situaciones complicadas en el pasado. Sonrió con ironía. Era todo demasiado complejo y enrevesado, y por ello había preferido, y seguía haciéndolo, permanecer al margen.
Dejó que sus ojos vagaran por la espalda contraria, haciéndolo si siquiera darle un significado, solo porque sí. —Te has convertido en todo un padre para ellos—. Aunque no estuviera viendo sus expresiones mientras hablaba, lo cual le habría dado la oportunidad de leerlo con mayor facilidad, se notaba en sus palabras y la postura que había adquirido. Eran importantes para él. Sintió algo nostalgia por aquella época en la que ella misma se preocupaba más por los demás que por sí misma, como no le importaba andar con cualquier persona, fuera cual fuera su condición, y lo mucho que distaba del presente. Las personas que la conocieron mucho en el pasado podrían sorprenderse por su indiferencia y frialdad… y lo cierto es que no podía negar ninguna de las dos características mencionadas. —La procedencia de esos niños hace que su vida se balancee entre esos dos extremos cuando la realidad actual tiene otras muchas… o al menos eso quieren darnos a entender—. Había libertad pero cuando pensabas diferente eras perseguido. Quizás era una opción más atractiva huir y ser completamente libre… sino tuviera las claras connotaciones negativas que con ello se aparejaba.
Bebió lentamente. Parpadeando un par de veces a la par que dejaba la bebida sobre la encimera. Arrugó los labios, esbozando una diminuta sonrisa seguidamente. —Yo tampoco sé de donde sacas toda esa positividad— secundó las palabras de la que, parecía ser, era su pareja aunque él no supiera bien como definir su relación. No se había parado a pensar en si tendría una; las preguntas personales no eran lo suyo, estaba oxidada en lo relacionado a estrechar lazos con los demás y no sabía cuales eran las preguntas indicadas a pronunciar. Y aún menos tratándose de la relación que mantenían y el hecho de que ella misma prefería no saber detalles concretos. Eran extrañas las duchas, ¿por qué no preguntar si había un río cerca? Prefería no saber, alejar los detalles que cercaran una ubicación de donde se encontraba su hogar.
Suspiró pesadamente. —Me alegro de que tengas a alguien a tu lado— acabó por decir. Quizás su tono sonaba demasiado seco, no reflejaba la felicidad que otras personas exteriorizaban cuando pronunciaban las mismas palabras. —Aunque no creo que a ella le guste que no sepas que tenéis… o quizás mis palabras han sido muy clichés de la mujer que se molesta porque él no sabe que tipo de relación tienen— agregó con un poco más de ánimo en su voz.
En otros momentos sintió envidia de las parejas, después de todo lo que le ocurrió, simplemente, el mero hecho de pensar tener a alguien tan cerca constantemente le producía una adversa reacción. No lo quería para sí misma, lo detestaba. Las terapias siempre se enfocaban en que no había llegado la persona que alejara todos aquellos traumas de su cabeza, que emborronara todos los rostros y recuerdos, y que, en su lugar, apareciera simplemente él. No había escuchado nada más absurdo en toda su vida, Había cosas que eran imposibles de alejar de su mente. Tragó saliva, intentando alejar los pensamientos y, con ellos, la expresión sombría que era más que probable hubiera aparecido en su rostro. Aun así no se esforzó en dar una excusa para ello. Frotó las manos contra su rostro intentando despertar. —Lo siento—. Las palabras salieron sin que quisiera. —Ahm…— quiso agregar algo más para continuar el camino de sus cavilaciones antes de ser interrumpidas. —Debe… ¿ser complicado?— rascó la su nuca, confusa. —Es decir… — quiso agregar algo que no salió de entre sus labios, así que negó con la cabeza. —No me hagas caso, estaba intentando armar la situación pero, después de mucho tiempo, ni siquiera he sido capaz de comenzar— rió con nerviosismo. —Prometo que estoy esforzándome al máximo por... no convertir esto en un monólogo— se señaló a ella y luego a él. Y estaba claro que el monólogo sería por parte de Benedict; intentaba no contestar solo son síes, noes o vagamente... pero había momentos en los que se veía a sí misma incapaz de mantener una simple conversación como aquella.
Entrelazó los dedos sus pálidos dedos en torno al refresco, acariciando con los pulgares la lisa y fría superficie. Manteniendo sus claro ojos fijos en la encimera, como si fuera lo más real de su alrededor en ese instante, como si quisiera atarse a la misma para no dejarse llevar a un lugar que, en cierto modo, la desconcertaba. Escuchó en silencio, interiorizando cada una de las palabras y asintiendo con la cabeza de tanto en tanto. —Es complicado para los adultos, con los niños será más… delicado.— trató de explicarse, alzando la cabeza con gesto pensativo. —Nunca me he parado a pensar como se tienen que sentir las personas estando de ‘un bando u otro’.— Los perseguidores que no se contentaban con estar al poder sino que querían eliminar cualquier amenaza, y los perseguidos. ¿Por qué solo le encontraba pegas a los perseguidores? Quizás porque sentía que eran los que estaban haciendo las cosas más desde el inicio… aunque los perseguidos fueron los que la colocaron en situaciones complicadas en el pasado. Sonrió con ironía. Era todo demasiado complejo y enrevesado, y por ello había preferido, y seguía haciéndolo, permanecer al margen.
Dejó que sus ojos vagaran por la espalda contraria, haciéndolo si siquiera darle un significado, solo porque sí. —Te has convertido en todo un padre para ellos—. Aunque no estuviera viendo sus expresiones mientras hablaba, lo cual le habría dado la oportunidad de leerlo con mayor facilidad, se notaba en sus palabras y la postura que había adquirido. Eran importantes para él. Sintió algo nostalgia por aquella época en la que ella misma se preocupaba más por los demás que por sí misma, como no le importaba andar con cualquier persona, fuera cual fuera su condición, y lo mucho que distaba del presente. Las personas que la conocieron mucho en el pasado podrían sorprenderse por su indiferencia y frialdad… y lo cierto es que no podía negar ninguna de las dos características mencionadas. —La procedencia de esos niños hace que su vida se balancee entre esos dos extremos cuando la realidad actual tiene otras muchas… o al menos eso quieren darnos a entender—. Había libertad pero cuando pensabas diferente eras perseguido. Quizás era una opción más atractiva huir y ser completamente libre… sino tuviera las claras connotaciones negativas que con ello se aparejaba.
Bebió lentamente. Parpadeando un par de veces a la par que dejaba la bebida sobre la encimera. Arrugó los labios, esbozando una diminuta sonrisa seguidamente. —Yo tampoco sé de donde sacas toda esa positividad— secundó las palabras de la que, parecía ser, era su pareja aunque él no supiera bien como definir su relación. No se había parado a pensar en si tendría una; las preguntas personales no eran lo suyo, estaba oxidada en lo relacionado a estrechar lazos con los demás y no sabía cuales eran las preguntas indicadas a pronunciar. Y aún menos tratándose de la relación que mantenían y el hecho de que ella misma prefería no saber detalles concretos. Eran extrañas las duchas, ¿por qué no preguntar si había un río cerca? Prefería no saber, alejar los detalles que cercaran una ubicación de donde se encontraba su hogar.
Suspiró pesadamente. —Me alegro de que tengas a alguien a tu lado— acabó por decir. Quizás su tono sonaba demasiado seco, no reflejaba la felicidad que otras personas exteriorizaban cuando pronunciaban las mismas palabras. —Aunque no creo que a ella le guste que no sepas que tenéis… o quizás mis palabras han sido muy clichés de la mujer que se molesta porque él no sabe que tipo de relación tienen— agregó con un poco más de ánimo en su voz.
En otros momentos sintió envidia de las parejas, después de todo lo que le ocurrió, simplemente, el mero hecho de pensar tener a alguien tan cerca constantemente le producía una adversa reacción. No lo quería para sí misma, lo detestaba. Las terapias siempre se enfocaban en que no había llegado la persona que alejara todos aquellos traumas de su cabeza, que emborronara todos los rostros y recuerdos, y que, en su lugar, apareciera simplemente él. No había escuchado nada más absurdo en toda su vida, Había cosas que eran imposibles de alejar de su mente. Tragó saliva, intentando alejar los pensamientos y, con ellos, la expresión sombría que era más que probable hubiera aparecido en su rostro. Aun así no se esforzó en dar una excusa para ello. Frotó las manos contra su rostro intentando despertar. —Lo siento—. Las palabras salieron sin que quisiera. —Ahm…— quiso agregar algo más para continuar el camino de sus cavilaciones antes de ser interrumpidas. —Debe… ¿ser complicado?— rascó la su nuca, confusa. —Es decir… — quiso agregar algo que no salió de entre sus labios, así que negó con la cabeza. —No me hagas caso, estaba intentando armar la situación pero, después de mucho tiempo, ni siquiera he sido capaz de comenzar— rió con nerviosismo. —Prometo que estoy esforzándome al máximo por... no convertir esto en un monólogo— se señaló a ella y luego a él. Y estaba claro que el monólogo sería por parte de Benedict; intentaba no contestar solo son síes, noes o vagamente... pero había momentos en los que se veía a sí misma incapaz de mantener una simple conversación como aquella.
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¿Cómo se sienten las personas dentro de un bando o de otro? He estado preso, fui esclavizado y fui libre y aún así, todavía tengo conflictos para identificarme dentro de todo este lío. Lo único que sé es que Jamie Niniadis tiene que morir, pero poner en riesgo a mi gente es algo que no voy a hacer mientras pueda evitarlo. Que cuelgue todos los carteles que quiera: el Benedict Franco de quince años, con su cabello largo y cachetes infantiles, ha muerto hace mucho tiempo — Lo que sucede con los niños es que ellos no tienen la culpa de nada — nosotros tampoco la teníamos cuando los Black nos arruinaron la vida. Siempre son los niños los que pagan el precio.
Un padre. La idea me provoca cierta sonrisa cargada de suave ironía. A pesar de Beverly, siempre ha sido complicado para mí el verme como un padre. Quizá porque aún necesito madurar, o quizá porque jamás supe si la rubia es mía o no, o quizá porque nunca fui una buena influencia para Kendrick cuando con Seth le damos cerveza a escondidas. Sin embargo, hay algo que sí sé — Si puedo ayudarlos y cuidarlos, aunque sea a mí manera, lo voy a intentar. Aunque no lo creas, algunas personas me respetan — la miro sobre mi hombro y muevo mis cejas con gracia, como si aquello fuese un alarde. En parte no es mentira: tal vez no tengo un rango muy alto, pero he conseguido volverme parte del consejo y ser el encargado de las exploraciones me ha valido el buen trato de muchos de mis compañeros, en especial de los ancianos que necesitan medicinas.
— ¿Qué otras? ¿Jamie se ha dejado de molestar con su “ellos o nosotros”? — contesto entre divertido y sarcástico. Sin poder evitarlo, me meto un trozo de jamón en la boca mientras cocino — Su política siempre ha sido sencilla, eso me quedó bien en claro — no le voy a contar de las torturas y los malos tratos que me llevé como un bonus extra del mercado de esclavos solo por ser uno de esos humanos que había matado magos en público. Creo que no necesita saberlo en detalles y yo no necesito volver a hablar de eso cuando se supone que estamos teniendo una noche para ser solo nosotros.
No puedo no mirarla con una sonrisa cuando secunda las palabras de Alice — Bueno… si mal no recuerdo, fui yo quien te consoló en el tren — le comentó con gracia — Creo que es una marca distintiva. El idiota que siempre intenta hacer algo positivo cuando los demás andan gruñendo por ahí — o que patea lo malo porque sabe que, si se deja consumir, acabará muerto. Miles de cosas malas han pasado en mis tres décadas de vida y, si me hubiera dejado consumir por ellas, hoy no sería yo y me habría perdido. Puedo quejarme de mucho, pero siempre voy a agradecer que mantengo cierta entereza.
Estiro la masa sobre la pizzera y con algo de salsa va al horno, empezando a inundar la cocina de olor. Con la pila de fiambres lista para ser colocada en cuanto sea el momento, me apoyo contra la encimera y paseo mis ojos por su silueta hasta llegar a chequear su perfil. Confieso que su primer comentario me llama la atención, pero acabo quedándome con el segundo — Hasta donde sé, no le molesta. Creo que cuando llegas a determinada edad no necesitas de títulos o ese tipo de charlas para saber si quieres o no compartir ciertas cosas con alguien. Además, es la primera vez desde que soy un puberto que me meto en un intento de relación — alzo uno de mis hombros — Todos necesitamos algo de eso en algún momento — y creo que la indirecta se me sale por sí sola, así que ruego que no se enoje.
No sé que me extraña más. Si su expresión o los balbuceos. La miro con el rostro paciente, hasta que su explicación me hace sonreír con suavidad y sacudo las manos para que le reste importancia — Nunca fuiste la persona más conversadora, Ari. Admito que era más fácil sacarte una palabra antes — recordar a la Arianne del baile hasta me hace gracia. Jamás hubiese creído que nos encontraríamos en esta situación tantos años después, tan diferentes a lo que éramos en ese entonces. Me giro, saco la pizza del horno y proceso a ponerle el queso, el jamón y la segunda tapa, la cual cubro con más queso y cebolla. Si quería algo obeso, lo estoy logrando — Por el contrario, a mí siempre se me dio bien monologar. Amelie detestaba eso…
Hace mucho que no hablo de Amy en voz alta y recordarla como si hubiese sido ayer me pincha en la culpa. Con la pizza rellena en el horno, ya solo teniendo que esperar a que esté lista, me siento sobre la encimera y observo mis pies colgar, descalzos y más limpios de lo que estuvieron en mucho tiempo — Aún recuerdo las cenas cuando te volvíamos loca. Y nunca te lo dije, pero me había puesto muy nervioso cuando te conocí. Ya sabes, era un mocoso, eras mayor y eras mi pareja de baile. Mi mayor contacto con el mundo femenino habían sido las niñas que me decían parásito en la escuela — bromeo, sacudiendo la cabeza ante esa idea. El distrito cuatro está lleno de memorias y encontrarme en él no hace más que traerlas con demasiada facilidad — Nunca te agradecí por ser buena conmigo esa noche, aunque creo que no quieres que te dé más las gracias por nada, así que me callaré. ¿Ves? — me señalo a mí mismo, encogiendo mis hombros — Jamás tengo problemas para monologar. Mientras no quieras golpearme por hacerlo, estaremos bien.
Un padre. La idea me provoca cierta sonrisa cargada de suave ironía. A pesar de Beverly, siempre ha sido complicado para mí el verme como un padre. Quizá porque aún necesito madurar, o quizá porque jamás supe si la rubia es mía o no, o quizá porque nunca fui una buena influencia para Kendrick cuando con Seth le damos cerveza a escondidas. Sin embargo, hay algo que sí sé — Si puedo ayudarlos y cuidarlos, aunque sea a mí manera, lo voy a intentar. Aunque no lo creas, algunas personas me respetan — la miro sobre mi hombro y muevo mis cejas con gracia, como si aquello fuese un alarde. En parte no es mentira: tal vez no tengo un rango muy alto, pero he conseguido volverme parte del consejo y ser el encargado de las exploraciones me ha valido el buen trato de muchos de mis compañeros, en especial de los ancianos que necesitan medicinas.
— ¿Qué otras? ¿Jamie se ha dejado de molestar con su “ellos o nosotros”? — contesto entre divertido y sarcástico. Sin poder evitarlo, me meto un trozo de jamón en la boca mientras cocino — Su política siempre ha sido sencilla, eso me quedó bien en claro — no le voy a contar de las torturas y los malos tratos que me llevé como un bonus extra del mercado de esclavos solo por ser uno de esos humanos que había matado magos en público. Creo que no necesita saberlo en detalles y yo no necesito volver a hablar de eso cuando se supone que estamos teniendo una noche para ser solo nosotros.
No puedo no mirarla con una sonrisa cuando secunda las palabras de Alice — Bueno… si mal no recuerdo, fui yo quien te consoló en el tren — le comentó con gracia — Creo que es una marca distintiva. El idiota que siempre intenta hacer algo positivo cuando los demás andan gruñendo por ahí — o que patea lo malo porque sabe que, si se deja consumir, acabará muerto. Miles de cosas malas han pasado en mis tres décadas de vida y, si me hubiera dejado consumir por ellas, hoy no sería yo y me habría perdido. Puedo quejarme de mucho, pero siempre voy a agradecer que mantengo cierta entereza.
Estiro la masa sobre la pizzera y con algo de salsa va al horno, empezando a inundar la cocina de olor. Con la pila de fiambres lista para ser colocada en cuanto sea el momento, me apoyo contra la encimera y paseo mis ojos por su silueta hasta llegar a chequear su perfil. Confieso que su primer comentario me llama la atención, pero acabo quedándome con el segundo — Hasta donde sé, no le molesta. Creo que cuando llegas a determinada edad no necesitas de títulos o ese tipo de charlas para saber si quieres o no compartir ciertas cosas con alguien. Además, es la primera vez desde que soy un puberto que me meto en un intento de relación — alzo uno de mis hombros — Todos necesitamos algo de eso en algún momento — y creo que la indirecta se me sale por sí sola, así que ruego que no se enoje.
No sé que me extraña más. Si su expresión o los balbuceos. La miro con el rostro paciente, hasta que su explicación me hace sonreír con suavidad y sacudo las manos para que le reste importancia — Nunca fuiste la persona más conversadora, Ari. Admito que era más fácil sacarte una palabra antes — recordar a la Arianne del baile hasta me hace gracia. Jamás hubiese creído que nos encontraríamos en esta situación tantos años después, tan diferentes a lo que éramos en ese entonces. Me giro, saco la pizza del horno y proceso a ponerle el queso, el jamón y la segunda tapa, la cual cubro con más queso y cebolla. Si quería algo obeso, lo estoy logrando — Por el contrario, a mí siempre se me dio bien monologar. Amelie detestaba eso…
Hace mucho que no hablo de Amy en voz alta y recordarla como si hubiese sido ayer me pincha en la culpa. Con la pizza rellena en el horno, ya solo teniendo que esperar a que esté lista, me siento sobre la encimera y observo mis pies colgar, descalzos y más limpios de lo que estuvieron en mucho tiempo — Aún recuerdo las cenas cuando te volvíamos loca. Y nunca te lo dije, pero me había puesto muy nervioso cuando te conocí. Ya sabes, era un mocoso, eras mayor y eras mi pareja de baile. Mi mayor contacto con el mundo femenino habían sido las niñas que me decían parásito en la escuela — bromeo, sacudiendo la cabeza ante esa idea. El distrito cuatro está lleno de memorias y encontrarme en él no hace más que traerlas con demasiada facilidad — Nunca te agradecí por ser buena conmigo esa noche, aunque creo que no quieres que te dé más las gracias por nada, así que me callaré. ¿Ves? — me señalo a mí mismo, encogiendo mis hombros — Jamás tengo problemas para monologar. Mientras no quieras golpearme por hacerlo, estaremos bien.
Era una especie de círculo vicioso que parecía no tener fin pasaran los años que pasaran. Los que siempre acababan acarreando con lo peor eran los niños; los padres, quizás, podían elegir o esconder lo que pensaban, contenerse ante ciertas situaciones, pero los niños eran un mundo completamente diferente. Ni siquiera quería pensar en tener la obligación de explicarle a uno porqué habían personas que eran perseguidas, simplemente, porque su sangre no era igual que la suya o por haber tenido la mala suerte de ser transformados en alguien diferente. Prensó los labios. Prefería no pensar en ello. Aunque, a decir verdad, prefería no pensar en la mayoría de temas que la pudieran ‘herir’ o hacer ‘pensar demasiado’. ¿Por qué iba a mojarse por alguien? Nadie lo había hecho por ella; se había vuelto lo suficientemente egoísta como para pensar así, las circunstancias de la vida la habían llevado hasta ser de aquel modo.
Sonrió con tristeza, no perdiéndose ni media palabra de las que pronunciaba; actuando como una compañía silenciosa que, aunque no interviniera demasiado, escuchaba con atención todo lo que le tuvieran que decir. Al menos con él prestaba atención, la mayoría de las personas no tenían ese ‘privilegio’, estaba en cuerpo pero sus pensamientos volaban tan lejos como podían. Así era como había sobrevivido a innumerables reuniones o cruces de opiniones que no habían sido pedidas. —Ellos o nosotros— repitió con tono lúgubre pero divertido. Permitió que una alegre sonrisa se instalara en sus labios durante unos segundos. —Por desgracia no ha evolucionado en los últimos años… no al menos por su parte. Supongo que algunos magos ya han ido olvidando la represión anterior y poco a poco van abriendo los ojos con respecto a… todo esto— señaló a su alrededor con un dedo. Al menos esperaba que no hubiera sido solo su impresión después de los altercados que habían estado sucediendo en los últimos tiempos.
Rodó los ojos; ella siempre había estado gruñendo por aquel entonces. Y lo cierto es que tenía razones de peso para hacerlo. Abrió la boca para agradecerle por aquello, por no haberla dejado consumirse en su desesperación en el tren o en el hospital al salir de la Arena, pero, en su lugar, prensó los labios. Quizás si en aquel entonces hubiera desaparecido no habría tenido que acarrear con más verdades de su vida, no habría tenido que soportar el torrente de desgracias que se acumularon una tras otra. Bajó la mirada, arrastrando las manos hasta colocarlas sobre sus piernas y entrelazarlas. —Siempre está bien tener cerca a alguien que señale lo bueno de las cosas y no solo lo malo— se permitió decir. Agradeciendo lo entretenido que estaba con la preparación de la pizza y el hecho de que no preguntaría nada por sus cambios de semblante o sus silencios demasiado largos. Dejó que sus ojos permanecieran en la puerta del horno, regresándolos hasta él cuando volvió a hablar.
¿Qué podía saber ella de aquello? Solo había querido, al menos en ese aspecto, a dos personas en su vida. Uno había muerto en la Arena, y el otro estaba al otro lado de la calle siendo el esclavo de su hermano mayor. Definitivamente su ‘idea’ de relación venía dada por la ingente cantidad de libros de aquella temática que había leído cuando era una enamoradiza niña de catorce o quince años. Posó sus ojos en él, parpadeando un par de veces sin entender donde se dirigía. Arrugó los labios. —¿Y para qué? Luego son todo problemas. A veces lo bueno que te aporta no suple todo lo malo— intervino con naturalidad. Cruzando los brazos frente al pecho a la par que se inclinaba al frente para apoyar los codos en la encimera. Abrió la boca indignada, siguiéndolo con clara estupefacción en su rostro. —No has coincidido conmigo en las mejores épocas— intentó defenderse —, bueno, me conociste en el baile, pero estabas más interesado en bailar con otras personas antes que conmigo, ni siquiera me diste la oportunidad—. Aquellas palabras habrían sido pronunciadas con indignación y cabreo por alguien de otra edad o personalidad, pero la rubia solo las dejó caer como un hecho, como aquel que lee los hechos de una sentencia.
Inclinó la cabeza. Hablaba en pasado de algunas personas por lo que sabía que lo mejor era no preguntar por estas. Entrecerró ligeramente los ojos, moviéndose hacia un lado para una mayor visibilidad de lo que estaba haciendo. Alzó la mirada. —Si me lo hubieras dicho en aquel entonces… creo que no me equivoco si te digo que te habrías comido una zapatilla voladora— bromeó acomodándose en la silla y bebiendo del refresco. —Antes eras una pulga de algún perro, y ahora has pasado a convertirte en un san bernardo— rió por lo bajo, colocando una mano frente a su boca, meneando la cabeza como respuesta a sus palabras. —Hacía mucho tiempo que no me paraba a pensar en todo eso— dijo como respuesta. —Eras un niño pecoso, con cachetes enormes y de esta altura— hizo un gesto con la mano para indicar como era de alto. —, que intentaba ayudar a los demás. Incluso arriesgándose a que le pegaran por pesado— continuó hablando con lentitud.
La sonrisa se fue difuminando poco a poco de su expresión, dejando tras de sí una mueca de quizás algo de melancolía. —Lo siento por no haber hecho nada en aquel entonces—. Cuando salió de la Isla no terminó de preocuparse por nadie, no buscó a nadie o pensó en las circunstancias que rodeaban a los demás, solamente pensó que estaba en casa, que, al menos, había vuelto a casa. De todas formas tampoco es que muchas cosas hubieran estado al alcance de su mano. Carraspeó, meneando la cabeza y echando otro vistazo al horno, antes de volver a hablar. —Hagamos una cosa. Te concedo dos preguntas. Haré lo imposible por contestarlas; no me siento cómoda dejando que solo hables tú, por mucho que te guste—. Cualquiera podría ver que se estaba esforzado y que no parecía ni ella misma. Si Jasper la viera pondría el grito en el cielo ante lo permisiva que estaba siendo con Benedict y lo mucho que le costaba con él.
Sonrió con tristeza, no perdiéndose ni media palabra de las que pronunciaba; actuando como una compañía silenciosa que, aunque no interviniera demasiado, escuchaba con atención todo lo que le tuvieran que decir. Al menos con él prestaba atención, la mayoría de las personas no tenían ese ‘privilegio’, estaba en cuerpo pero sus pensamientos volaban tan lejos como podían. Así era como había sobrevivido a innumerables reuniones o cruces de opiniones que no habían sido pedidas. —Ellos o nosotros— repitió con tono lúgubre pero divertido. Permitió que una alegre sonrisa se instalara en sus labios durante unos segundos. —Por desgracia no ha evolucionado en los últimos años… no al menos por su parte. Supongo que algunos magos ya han ido olvidando la represión anterior y poco a poco van abriendo los ojos con respecto a… todo esto— señaló a su alrededor con un dedo. Al menos esperaba que no hubiera sido solo su impresión después de los altercados que habían estado sucediendo en los últimos tiempos.
Rodó los ojos; ella siempre había estado gruñendo por aquel entonces. Y lo cierto es que tenía razones de peso para hacerlo. Abrió la boca para agradecerle por aquello, por no haberla dejado consumirse en su desesperación en el tren o en el hospital al salir de la Arena, pero, en su lugar, prensó los labios. Quizás si en aquel entonces hubiera desaparecido no habría tenido que acarrear con más verdades de su vida, no habría tenido que soportar el torrente de desgracias que se acumularon una tras otra. Bajó la mirada, arrastrando las manos hasta colocarlas sobre sus piernas y entrelazarlas. —Siempre está bien tener cerca a alguien que señale lo bueno de las cosas y no solo lo malo— se permitió decir. Agradeciendo lo entretenido que estaba con la preparación de la pizza y el hecho de que no preguntaría nada por sus cambios de semblante o sus silencios demasiado largos. Dejó que sus ojos permanecieran en la puerta del horno, regresándolos hasta él cuando volvió a hablar.
¿Qué podía saber ella de aquello? Solo había querido, al menos en ese aspecto, a dos personas en su vida. Uno había muerto en la Arena, y el otro estaba al otro lado de la calle siendo el esclavo de su hermano mayor. Definitivamente su ‘idea’ de relación venía dada por la ingente cantidad de libros de aquella temática que había leído cuando era una enamoradiza niña de catorce o quince años. Posó sus ojos en él, parpadeando un par de veces sin entender donde se dirigía. Arrugó los labios. —¿Y para qué? Luego son todo problemas. A veces lo bueno que te aporta no suple todo lo malo— intervino con naturalidad. Cruzando los brazos frente al pecho a la par que se inclinaba al frente para apoyar los codos en la encimera. Abrió la boca indignada, siguiéndolo con clara estupefacción en su rostro. —No has coincidido conmigo en las mejores épocas— intentó defenderse —, bueno, me conociste en el baile, pero estabas más interesado en bailar con otras personas antes que conmigo, ni siquiera me diste la oportunidad—. Aquellas palabras habrían sido pronunciadas con indignación y cabreo por alguien de otra edad o personalidad, pero la rubia solo las dejó caer como un hecho, como aquel que lee los hechos de una sentencia.
Inclinó la cabeza. Hablaba en pasado de algunas personas por lo que sabía que lo mejor era no preguntar por estas. Entrecerró ligeramente los ojos, moviéndose hacia un lado para una mayor visibilidad de lo que estaba haciendo. Alzó la mirada. —Si me lo hubieras dicho en aquel entonces… creo que no me equivoco si te digo que te habrías comido una zapatilla voladora— bromeó acomodándose en la silla y bebiendo del refresco. —Antes eras una pulga de algún perro, y ahora has pasado a convertirte en un san bernardo— rió por lo bajo, colocando una mano frente a su boca, meneando la cabeza como respuesta a sus palabras. —Hacía mucho tiempo que no me paraba a pensar en todo eso— dijo como respuesta. —Eras un niño pecoso, con cachetes enormes y de esta altura— hizo un gesto con la mano para indicar como era de alto. —, que intentaba ayudar a los demás. Incluso arriesgándose a que le pegaran por pesado— continuó hablando con lentitud.
La sonrisa se fue difuminando poco a poco de su expresión, dejando tras de sí una mueca de quizás algo de melancolía. —Lo siento por no haber hecho nada en aquel entonces—. Cuando salió de la Isla no terminó de preocuparse por nadie, no buscó a nadie o pensó en las circunstancias que rodeaban a los demás, solamente pensó que estaba en casa, que, al menos, había vuelto a casa. De todas formas tampoco es que muchas cosas hubieran estado al alcance de su mano. Carraspeó, meneando la cabeza y echando otro vistazo al horno, antes de volver a hablar. —Hagamos una cosa. Te concedo dos preguntas. Haré lo imposible por contestarlas; no me siento cómoda dejando que solo hables tú, por mucho que te guste—. Cualquiera podría ver que se estaba esforzado y que no parecía ni ella misma. Si Jasper la viera pondría el grito en el cielo ante lo permisiva que estaba siendo con Benedict y lo mucho que le costaba con él.
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Era sabido que no existían rastros de evolución, al menos en el gobierno. Mi modo de vida era la prueba de ello. Acabo haciendo un gesto indefinido, entre un encogimiento de hombros y una expresión de resignación, porque asumo que una vez más me está llamando optimista pero con otras palabras, pero se lo dejo pasar. No vine hasta aquí para hacer un análisis detallado de mi persona ni para hablar de asuntos deprimentes.
De todos modos, me doy cuenta de que la he cagado hablando de parejas porque parece que es un tema incómodo a tratar y me muerdo el interior de las mejillas, dándome el aspecto de un pez consumido por un breve periodo de tiempo. Lo bueno es que ella sigue hablando y me salva de tener que contestar, hasta que pongo mi mejor cara de dolido y me señalo el pecho — ¿Yo? ¿Bailar con otras personas? ¡Te he dado el vals de apertura! — y pronto recuerdo lo sucedido esa noche, quitando la ridícula borrachera. Ahora que lo recuerdo, quizá sí la dejé plantada después de esa pieza — Perdón por eso. Tenía las hormonas por los aires — acabo confesando, mordiéndome la punta de la lengua en un intento de contener la risa por ese detalle olvidado — Nunca fui bueno manteniendo la dignidad frente a las chicas que me gustaban. Ya sabes… — creo que lo que pasaba por mi cabeza en esos tiempos era un secreto a voces, a juzgar por mi ridícula actitud de perro faldero. Qué vergüenza.
Mientras el aroma a la comida va inundando cada rincón de la cocina, mi cerebro está muy lejos, dejándome llevar por una honesta carcajada cuando menciona lo de la zapatilla y empieza con el recorrido del pasado desde su punto de vista — Oh, tienes que creerme, he recibido algún que otro golpe por pesado. ¿Picaba también como una pulga? — le pregunto con una sonrisa socarrona y sin poder contener la vaga curiosidad — Tú también tenías cachetes, aunque te recuerdo mucho más… adolescente que yo — no sé si entiende a lo que me refiero. Arianne me parecía una de esas chicas imposibles e intocables, cuya amistad se encontraba del otro lado de un vidrio. No era solo por la diferencia de edad, de eso estoy seguro.
Su disculpa me descoloca por un breve segundo y tengo que atar cabos para poder darme cuenta de lo que está hablando — Jamás te he culpado por nada de esto — le aseguro con tranquilidad. Sé quienes son los culpables y Arianne no tiene nada que ver. Sea como sea, lo siguiente me sorprende tanto que me quedo mirándola como si fuese la primera vez que lo hago y suelto un silbido largo, saltando de la encimera — ¿Voy a tener el honor de que me calles la boca? Me siento halagado, Jueza Brawn — tomando un repasador, abro el horno con cuidado y chequeo el estado de la cena, cuyo queso se ha derretido y la masa parece estar tomando su tono dorado — Dos preguntas, dos preguntas… — podría meterme en su vida de manera invasiva, pero no es algo que sienta adecuado. Así que simplemente saco la pizza, la coloco sobre una tabla para poder cortarla y… ¡Walá! La cena está lista.
Cortar las porciones eleva el humo y el olor que me recuerda el hambre que tengo. Sin más, la coloco sobre la mesa y le hago un gesto para que se sirva todo lo que quiera — Sumamente light. ¿No? — bromeo, tomando asiento frente a ella. Tomo algo de queso y sin ninguna elegancia me lo enrosco en un dedo y me lo llevo a la boca, pensativo — ¿Por qué tan sola? — pregunto sin poder contenerme — Sé que prefieres la soledad, pero no lo comprendo. No te pareces en nada a los otros magos que he visto… — con sus esclavos detrás de ellos, su actitud de superioridad… — Quiero decir… Soy un hombre lobo, fugitivo y, sin embargo, me dejaste entrar en tu vida. Eres diferente a ellos — y ya sabe de quienes hablo. Sin muchas más vueltas, me llevo una porción a la boca.
La gloria.
De todos modos, me doy cuenta de que la he cagado hablando de parejas porque parece que es un tema incómodo a tratar y me muerdo el interior de las mejillas, dándome el aspecto de un pez consumido por un breve periodo de tiempo. Lo bueno es que ella sigue hablando y me salva de tener que contestar, hasta que pongo mi mejor cara de dolido y me señalo el pecho — ¿Yo? ¿Bailar con otras personas? ¡Te he dado el vals de apertura! — y pronto recuerdo lo sucedido esa noche, quitando la ridícula borrachera. Ahora que lo recuerdo, quizá sí la dejé plantada después de esa pieza — Perdón por eso. Tenía las hormonas por los aires — acabo confesando, mordiéndome la punta de la lengua en un intento de contener la risa por ese detalle olvidado — Nunca fui bueno manteniendo la dignidad frente a las chicas que me gustaban. Ya sabes… — creo que lo que pasaba por mi cabeza en esos tiempos era un secreto a voces, a juzgar por mi ridícula actitud de perro faldero. Qué vergüenza.
Mientras el aroma a la comida va inundando cada rincón de la cocina, mi cerebro está muy lejos, dejándome llevar por una honesta carcajada cuando menciona lo de la zapatilla y empieza con el recorrido del pasado desde su punto de vista — Oh, tienes que creerme, he recibido algún que otro golpe por pesado. ¿Picaba también como una pulga? — le pregunto con una sonrisa socarrona y sin poder contener la vaga curiosidad — Tú también tenías cachetes, aunque te recuerdo mucho más… adolescente que yo — no sé si entiende a lo que me refiero. Arianne me parecía una de esas chicas imposibles e intocables, cuya amistad se encontraba del otro lado de un vidrio. No era solo por la diferencia de edad, de eso estoy seguro.
Su disculpa me descoloca por un breve segundo y tengo que atar cabos para poder darme cuenta de lo que está hablando — Jamás te he culpado por nada de esto — le aseguro con tranquilidad. Sé quienes son los culpables y Arianne no tiene nada que ver. Sea como sea, lo siguiente me sorprende tanto que me quedo mirándola como si fuese la primera vez que lo hago y suelto un silbido largo, saltando de la encimera — ¿Voy a tener el honor de que me calles la boca? Me siento halagado, Jueza Brawn — tomando un repasador, abro el horno con cuidado y chequeo el estado de la cena, cuyo queso se ha derretido y la masa parece estar tomando su tono dorado — Dos preguntas, dos preguntas… — podría meterme en su vida de manera invasiva, pero no es algo que sienta adecuado. Así que simplemente saco la pizza, la coloco sobre una tabla para poder cortarla y… ¡Walá! La cena está lista.
Cortar las porciones eleva el humo y el olor que me recuerda el hambre que tengo. Sin más, la coloco sobre la mesa y le hago un gesto para que se sirva todo lo que quiera — Sumamente light. ¿No? — bromeo, tomando asiento frente a ella. Tomo algo de queso y sin ninguna elegancia me lo enrosco en un dedo y me lo llevo a la boca, pensativo — ¿Por qué tan sola? — pregunto sin poder contenerme — Sé que prefieres la soledad, pero no lo comprendo. No te pareces en nada a los otros magos que he visto… — con sus esclavos detrás de ellos, su actitud de superioridad… — Quiero decir… Soy un hombre lobo, fugitivo y, sin embargo, me dejaste entrar en tu vida. Eres diferente a ellos — y ya sabe de quienes hablo. Sin muchas más vueltas, me llevo una porción a la boca.
La gloria.
Permitió que otra sutil sonrisa asomara a sus labios. Vaya, ¿acaso era el día de las sonrisas de Arianne Brawn? Quizás tendría que salir a la calle y sonreírle a todo el mundo… quizás alguien llamaría a la policía para que la encerraran porque había perdido, finalmente, del todo la cabeza. Inclinó el cuerpo al frente, observando con detenimiento sus expresiones mientras hablaba, centrándose más en ellas que en las propias palabras que pronunciaba. Aquella fue la noche donde se inició la caída de la primera pieza de dominó, la que empujó a la siguiente y así habían continuado, derribándose unas a otras, hasta la actualidad. —Eras un niño que acababa de pasar por una de las peores experiencias a las que te puedes enfrentar a la vida, y te ataste a una persona. No seré yo la que te juzgue por eso— su voz sonó comprensiva. Quien estuviera libre de pecado que tirara la primera piedra.
Carraspeó, intentando dejar a un lado la risa, encaminándose en dirección al horno y parando frente a la puerta de cristal. Entrecerró los ojos, observando con verdadera hambre, como la comida se cocinaba lentamente, el queso burbujear y deslizarse por la superficie. Arrugó el entrecejo y meneó la cabeza hacia ambos lados, queriendo salir del ensimismamiento que le había provocado aquella imagen. Se llevó ambas manos sobre las mejillas. —En mí siguen persistiendo— agregó volviéndose hacia él y casi chocando contra sus piernas. ¿Cuántos metros de piernas tenía? Se rascó un lateral de la nariz, dando un paso a un lado. —Soy mayor que tú, es obvio que tenía que ser más ‘adolescente’— respondió, no entrando en mayores cavilaciones y solo abarcando la base de sus palabras.
Regresó hasta su silla, entrelazando las manos y jugueteando cruzando los dedos. Alzando ligeramente la mirada hacia él e intentando esbozar una pequeña sonrisa que solo quedó en eso, un vago intento. Aun así trató de recobrar la compostura, queriendo dejar a un lado todo lo que golpeaba y recorría su cabeza; aislarlo por solo un día, unas horas, unos minutos. No pedía mucho más. Casi siempre permitía que aquellos pensamientos la acompañaran la mayor parte del tiempo, que la hundieran o sacaran a flote a partes iguales; pero, en aquel momento, no estaba demasiado por la labor de dejarlos campar a sus anchas. Soltó todo el aire en una floja risa. —Callo muchas bocas a lo largo del día— presumió de lo que él mismo había mencionado. Su posición como jueza. —En realidad el honor está en que no seré yo la que pronuncie las preguntas, sino que te cedo el testigo— arqueó ambas cejas, levantándose ligeramente de su silla al ver que se dirigía hacia el horno y sacaba la pizza del interior de éste.
Su tripa crujió. Llevó ambas manos hacia ésta, pidiendo que cesara antes de ser oída. El olor impregnaba cada centímetro de la estancia, sería complicado disimularlo si alguien llegara, de modo inoportuno, allí. Tomó un trozo, a la espera de que saciara su curiosidad con la primera pregunta, pero quemándose ligeramente la mano cuando el queso quiso chorrear por los lados. Un gesto de molestia se dibujó en sus labios, así que la volvió a dejar a la espera de que adquiriera una temperatura, al menos, humana. Tomó una servilleta, arqueando ambas cejas. —Hay muchos tipos de magos, no todos nos… aprovechamos de la situación de supremacía que nos ha sido dada— contestó inicialmente. —Y no me gustan las personas— acabó por responder a la pregunta, y no solo al contexto. —, no consigo confiar en los demás… así que suelo herirlos sin querer— continuó —. Cuando estás con otro debe de ser una relación de dos direcciones. Dar y recibir. No sé recibir y no quiero dar a los demás. Algunas personas, que me he encontrado con el paso de los años, creen que soy igual que antes de todo este lío pero, simplemente, no lo soy en absoluto— mordió su mejilla por dentro, tragando saliva antes de encogerse de hombros.
Bajó la mirada, alcanzando nuevamente una porción y cerciorándose de la temperatura de ésta antes de intentar morderla. Masticó con cuidado, saboreando todos y cada uno de los ingredientes que él había preparado. —Aún me pregunto cómo ha pasado esto— aseguró una vez que hubo tragado. —Reconozco que mi lado ‘kamikaze’ tiene bastante preponderancia… pero el de aislamiento es mucho más fuerte— aseveró. Qué demonios estaba haciendo allí. Aquella era la pregunta del millón; una que, aunque se la hiciera, no podría contestar porque ella misma había tratado de descifrarla sin respuesta alguna. Parecía que, simplemente, había un número de personas que tenían un permiso permanente para entrar en tu vida sin que fueras capaz de hacer algo contra ello.
Carraspeó, intentando dejar a un lado la risa, encaminándose en dirección al horno y parando frente a la puerta de cristal. Entrecerró los ojos, observando con verdadera hambre, como la comida se cocinaba lentamente, el queso burbujear y deslizarse por la superficie. Arrugó el entrecejo y meneó la cabeza hacia ambos lados, queriendo salir del ensimismamiento que le había provocado aquella imagen. Se llevó ambas manos sobre las mejillas. —En mí siguen persistiendo— agregó volviéndose hacia él y casi chocando contra sus piernas. ¿Cuántos metros de piernas tenía? Se rascó un lateral de la nariz, dando un paso a un lado. —Soy mayor que tú, es obvio que tenía que ser más ‘adolescente’— respondió, no entrando en mayores cavilaciones y solo abarcando la base de sus palabras.
Regresó hasta su silla, entrelazando las manos y jugueteando cruzando los dedos. Alzando ligeramente la mirada hacia él e intentando esbozar una pequeña sonrisa que solo quedó en eso, un vago intento. Aun así trató de recobrar la compostura, queriendo dejar a un lado todo lo que golpeaba y recorría su cabeza; aislarlo por solo un día, unas horas, unos minutos. No pedía mucho más. Casi siempre permitía que aquellos pensamientos la acompañaran la mayor parte del tiempo, que la hundieran o sacaran a flote a partes iguales; pero, en aquel momento, no estaba demasiado por la labor de dejarlos campar a sus anchas. Soltó todo el aire en una floja risa. —Callo muchas bocas a lo largo del día— presumió de lo que él mismo había mencionado. Su posición como jueza. —En realidad el honor está en que no seré yo la que pronuncie las preguntas, sino que te cedo el testigo— arqueó ambas cejas, levantándose ligeramente de su silla al ver que se dirigía hacia el horno y sacaba la pizza del interior de éste.
Su tripa crujió. Llevó ambas manos hacia ésta, pidiendo que cesara antes de ser oída. El olor impregnaba cada centímetro de la estancia, sería complicado disimularlo si alguien llegara, de modo inoportuno, allí. Tomó un trozo, a la espera de que saciara su curiosidad con la primera pregunta, pero quemándose ligeramente la mano cuando el queso quiso chorrear por los lados. Un gesto de molestia se dibujó en sus labios, así que la volvió a dejar a la espera de que adquiriera una temperatura, al menos, humana. Tomó una servilleta, arqueando ambas cejas. —Hay muchos tipos de magos, no todos nos… aprovechamos de la situación de supremacía que nos ha sido dada— contestó inicialmente. —Y no me gustan las personas— acabó por responder a la pregunta, y no solo al contexto. —, no consigo confiar en los demás… así que suelo herirlos sin querer— continuó —. Cuando estás con otro debe de ser una relación de dos direcciones. Dar y recibir. No sé recibir y no quiero dar a los demás. Algunas personas, que me he encontrado con el paso de los años, creen que soy igual que antes de todo este lío pero, simplemente, no lo soy en absoluto— mordió su mejilla por dentro, tragando saliva antes de encogerse de hombros.
Bajó la mirada, alcanzando nuevamente una porción y cerciorándose de la temperatura de ésta antes de intentar morderla. Masticó con cuidado, saboreando todos y cada uno de los ingredientes que él había preparado. —Aún me pregunto cómo ha pasado esto— aseguró una vez que hubo tragado. —Reconozco que mi lado ‘kamikaze’ tiene bastante preponderancia… pero el de aislamiento es mucho más fuerte— aseveró. Qué demonios estaba haciendo allí. Aquella era la pregunta del millón; una que, aunque se la hiciera, no podría contestar porque ella misma había tratado de descifrarla sin respuesta alguna. Parecía que, simplemente, había un número de personas que tenían un permiso permanente para entrar en tu vida sin que fueras capaz de hacer algo contra ello.
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Siempre supe que ese encaprichamiento infantil había sido a causa de la necesidad de apego y protección, pero oírlo de alguien más me recuerda lo dolorosa que fue esa época. Gritándole a todo el mundo que no era un niño pero luciendo como uno, sin encontrar a nadie que comprendiese mi dolor hasta que Seth deseó juntar los pedazos. Quizá no estaba solo, pero se sentía como si lo estuviera. Por suerte, Arianne sigue hablando y yo puedo empujar esos recuerdos con un bufido amable — No lo entenderías — confieso con una sonrisa tenue. Ella jamás se había visto como yo lo había hecho y tampoco creo que sea momento de explicarlo. Pasaron diecisiete años.
Admito que siento que estoy siendo un privilegiado con todo esto de tener la palabra y la miro como si deseara saber si ella está segura o no del permiso que acaba de darme. Asumo que sí, así que solo espero a que responda con honestidad. Para mi sorpresa, lo hace y mucho más rápido de lo que hubiese esperado. La veo tratar de comer y quemándose en el proceso mientras a mí el queso caliente no me molesta, masticando quizá más lento de lo normal a causa de mi intento de seguir el hilo de sus explicaciones. — Suena a algo muy general — me atrevo a mascullar cuando asegura que no le gustan las personas — Quizá no te has juntado nunca con la gente correcta. He aprendido, con el tiempo, que por mucho que huyas de las personas y sus afectos acabas cayendo siempre en los brazos de quienes te hacen mejor. Quiero decir… — carraspeo un poco, tratando de pasar mejor la comida — He buscado estar solo y no ha funcionado jamás.
En especial cuando me mordieron. Ganar los juegos fue doloroso, pero busqué aferrarme con locura a Amelie, tal y como ella dijo. La licantropía fue un asunto totalmente diferente, porque creí que no me merecía ser tratado como el resto y que podía destriparlos de la noche a la mañana, por lo que tomé distancia durante mucho tiempo. Es obvio que todos buscaban saber qué me pasaba, pero me encargué de cerrar todas las puertas hasta que no lo soporté más. La primera en entrar fue Eowyn gracias a sus locuras que la convertían en alguien tan excéntrica como yo. El segundo fue Seth cuando toqué su puerta llorando a mitad de la noche. Si ser adolescente ya es doloroso, hay que imaginarse lo que fue para mí.
Termino la primera porción, me hago con un refresco para mí y tomo la segunda mientras Arianne termina de hablar. Siempre he sido de buen comer, pero es la primera vez que reparo en el hambre que he cargado la mayor parte del día — Si te sirve como consuelo, en ningún momento me he sentido rechazado por ti. Todo esto se te da mejor de lo que crees. Un poquito más de cháchara y podrías pasar como una persona normal — es un chiste, mi sonrisa ladeada lo delata y, aunque deseo darle una palmada en la mano, reprimo el impulso. La segunda porción la como con mucha más lentitud, en parte porque ando pensando mi última pregunta — Veamos… ¿Me crees atractivo? — por una fracción de segundo la miro alzando mis cejas con falsa picardía, hasta que me río entre dientes y sacudo la cabeza tan rápido que mi pelo se mueve a pesar de seguir ligeramente húmedo — Solo bromeo. ¿Irías alguna vez a visitarme?
Honestamente, no he pensado esa pregunta de manera propiamente dicha. Fue soltar lo primero que se me ocurrió y que, a mi pesar, tengo que admitir que me salió del alma. Para evitar su mirada de que me he vuelto loco, me concentro en mi cenar mientras trato de explicarme — Ya te he dicho que siento que sería un lugar que te gustaría. Y, si dejas que me atreva a decirlo, podrías sentirte cómoda. Me gustaría que puedas verlo y disfrutarlo. Ya sabes, algo totalmente diferente a esto — ¿Por qué? No tengo ni idea. Pero deseo que Arianne venga, alguna vez, conmigo. Y empujo la vocecita molesta que me dice en el oído que acabo de invitar a una jueza del gobierno al distrito catorce.
Admito que siento que estoy siendo un privilegiado con todo esto de tener la palabra y la miro como si deseara saber si ella está segura o no del permiso que acaba de darme. Asumo que sí, así que solo espero a que responda con honestidad. Para mi sorpresa, lo hace y mucho más rápido de lo que hubiese esperado. La veo tratar de comer y quemándose en el proceso mientras a mí el queso caliente no me molesta, masticando quizá más lento de lo normal a causa de mi intento de seguir el hilo de sus explicaciones. — Suena a algo muy general — me atrevo a mascullar cuando asegura que no le gustan las personas — Quizá no te has juntado nunca con la gente correcta. He aprendido, con el tiempo, que por mucho que huyas de las personas y sus afectos acabas cayendo siempre en los brazos de quienes te hacen mejor. Quiero decir… — carraspeo un poco, tratando de pasar mejor la comida — He buscado estar solo y no ha funcionado jamás.
En especial cuando me mordieron. Ganar los juegos fue doloroso, pero busqué aferrarme con locura a Amelie, tal y como ella dijo. La licantropía fue un asunto totalmente diferente, porque creí que no me merecía ser tratado como el resto y que podía destriparlos de la noche a la mañana, por lo que tomé distancia durante mucho tiempo. Es obvio que todos buscaban saber qué me pasaba, pero me encargué de cerrar todas las puertas hasta que no lo soporté más. La primera en entrar fue Eowyn gracias a sus locuras que la convertían en alguien tan excéntrica como yo. El segundo fue Seth cuando toqué su puerta llorando a mitad de la noche. Si ser adolescente ya es doloroso, hay que imaginarse lo que fue para mí.
Termino la primera porción, me hago con un refresco para mí y tomo la segunda mientras Arianne termina de hablar. Siempre he sido de buen comer, pero es la primera vez que reparo en el hambre que he cargado la mayor parte del día — Si te sirve como consuelo, en ningún momento me he sentido rechazado por ti. Todo esto se te da mejor de lo que crees. Un poquito más de cháchara y podrías pasar como una persona normal — es un chiste, mi sonrisa ladeada lo delata y, aunque deseo darle una palmada en la mano, reprimo el impulso. La segunda porción la como con mucha más lentitud, en parte porque ando pensando mi última pregunta — Veamos… ¿Me crees atractivo? — por una fracción de segundo la miro alzando mis cejas con falsa picardía, hasta que me río entre dientes y sacudo la cabeza tan rápido que mi pelo se mueve a pesar de seguir ligeramente húmedo — Solo bromeo. ¿Irías alguna vez a visitarme?
Honestamente, no he pensado esa pregunta de manera propiamente dicha. Fue soltar lo primero que se me ocurrió y que, a mi pesar, tengo que admitir que me salió del alma. Para evitar su mirada de que me he vuelto loco, me concentro en mi cenar mientras trato de explicarme — Ya te he dicho que siento que sería un lugar que te gustaría. Y, si dejas que me atreva a decirlo, podrías sentirte cómoda. Me gustaría que puedas verlo y disfrutarlo. Ya sabes, algo totalmente diferente a esto — ¿Por qué? No tengo ni idea. Pero deseo que Arianne venga, alguna vez, conmigo. Y empujo la vocecita molesta que me dice en el oído que acabo de invitar a una jueza del gobierno al distrito catorce.
Rodó los ojos. Lo cierto es que había ciertas personas que, con el paso del tiempo, se habían ganado su plena confianza; mas siempre existían reparos por su parte, recuerdos o situaciones que no podría compartir con nadie y que acababan abriendo una brecha entre ellos. Era complicado mantener una amistad, mucho menos una relación, cuando prefieres que mantengan una distancia física, y no das, siquiera, una explicación del porqué sucedía aquello. Simplemente le repulsaba el contacto humano, no soportaba el roce sobre su piel. Comenzaba a recorrerla una picacera que invadía cada milímetro de su cuerpo, enfermándola por segundos. No era ningún tipo de alergia, lo sabía de primera mano, sino las señales que su cerebro enviaba por todo su sistema nervioso, recordándole con demasiada intensidad una serie de recuerdos gráficos que le provocaban arcadas. Todos habían aprendido a convivir con no tocarla. Algunos lo respetaban y achacaban a una alergia, otros presuponían que se trataba de su ego o la fachada que había armado para parecer completamente inaccesible. Ninguna de las acepciones la molestaba.
Luchó por poder tomar otro bocado de la porción, alzando su claro mirar en su dirección una vez que hubo hablado. Había contestado porque estaba tan sola, no iba a entrar en mayores detalles como las razones de su repulsa a las ‘personas’. —No hago distinción entre personas buenas o malas. Me refería en general a todas ellas— contestó limpiándose las manos con una servilleta de papel cuando hubo terminado su primera porción. —Huir… me has recordado a alguien que me decía que siempre estaba tratando de huir de las personas que me hacían bien—. Una tenue sonrisa se dejó ver. Se había pasado casi la mitad de su vida huyendo de un lado para otro; guardando todos sus problemas en una maleta y escapando con ellos a la menor oportunidad. Pero, ¿qué podía hacer? Todos tomaban una serie de decisiones en la vida, y la suya, en cierto modo, le había sido impuesta.
Al inicio le molestaba, se esforzó por tratar de ser, sino la misma, alguien parecido a quien era. Pero todo era demasiado complicado cuando día tras día los recuerdos estaban allí. Quizás hubiera sido más fácil yéndose lejos, alejándose de todo lo que le pudiera traer un recuerdo a su memoria… así algunos de sus problemas habrían desaparecido, pero otros vivían bajo su piel. Suspiró, arrugando los labios con cierta molestia. Un nudo se instauró en su garganta y trató de bajarlo bebiendo lentamente de su refresco. Abrió la boca para replicar su ‘ofensa’ pero solo puso los ojos en blanco antes de alcanzar otro pedazo. —Supongo que— comenzó a hablar, viéndose interrumpida por una pregunta, acompañada de sus correspondientes gestitos, que la cortó. Un carraspeo surgió de su garganta, una mezcla entre aclaramiento de voz e intento de no atragantarse.
¿La verdad? Que no se había parado a pensarlo antes de su broma. Su interés era tan nulo que hacía demasiado tiempo que no reparaba en aquellos aspectos; sí, era humana, y cuando alguien sumamente atractivo aparecía frente a ella no podía evitar mirar. Pero con él solo podía ver a Bennie. —Parece que la pubertad te ha tratado bien y a mí me ha dejado exactamente igual—. No iba a engañar a nadie diciendo algo diferente. Cruzó los brazos bajo el pecho, permitiéndose escanearlo, como si hacía con las personas que tenía confianza o con los que… iba a juzgar, antes de escuchar su pregunta. Sus ojos se quedaron por sus anchos hombros y subieron de inmediato a sus ojos.
—No— fue la respuesta que emergió directamente de sus labios, no dejando que él se explicara antes de dar una contestación. Apretó su coleta, queriendo tener las manos ocupadas, con expresión confusa. Prensó los labios. —No creo que fuera lo más indicado— acabó agregando —. Aunque nosotros tratemos de normalizar esta situación, sabes que no lo es— trató de explicar el porqué de su negativa tan directa —Siento decepcionarte… creo que me aportaría algo diferente, siempre lo he dicho cuando hablabamos por el espejo y tratabas de mostrar un poco de tu alrededor, pero— frunció los labios sin saber que más agregar. Ella era miembro de Wizengamot; se suponía que tenía que juzgarlos por imperativo de la ley, ¿y la estaba invitando a ir? Quizás confiara en ella, pero ella no confiaba en un sistema como el que tenían. —No tiene la misma repercusión que tú vengas aquí a que yo vaya allí. Si me obligaran a hablar de lo que sucede aquí pues, simplemente, puede que nos colgaran a los dos. Si yo fuera allí no serían solo dos personas colgadas— le intentó hacer comprender su punto y en el que, al parecer, él no había pensado demasiado antes de exteriorizar la pregunta.
Luchó por poder tomar otro bocado de la porción, alzando su claro mirar en su dirección una vez que hubo hablado. Había contestado porque estaba tan sola, no iba a entrar en mayores detalles como las razones de su repulsa a las ‘personas’. —No hago distinción entre personas buenas o malas. Me refería en general a todas ellas— contestó limpiándose las manos con una servilleta de papel cuando hubo terminado su primera porción. —Huir… me has recordado a alguien que me decía que siempre estaba tratando de huir de las personas que me hacían bien—. Una tenue sonrisa se dejó ver. Se había pasado casi la mitad de su vida huyendo de un lado para otro; guardando todos sus problemas en una maleta y escapando con ellos a la menor oportunidad. Pero, ¿qué podía hacer? Todos tomaban una serie de decisiones en la vida, y la suya, en cierto modo, le había sido impuesta.
Al inicio le molestaba, se esforzó por tratar de ser, sino la misma, alguien parecido a quien era. Pero todo era demasiado complicado cuando día tras día los recuerdos estaban allí. Quizás hubiera sido más fácil yéndose lejos, alejándose de todo lo que le pudiera traer un recuerdo a su memoria… así algunos de sus problemas habrían desaparecido, pero otros vivían bajo su piel. Suspiró, arrugando los labios con cierta molestia. Un nudo se instauró en su garganta y trató de bajarlo bebiendo lentamente de su refresco. Abrió la boca para replicar su ‘ofensa’ pero solo puso los ojos en blanco antes de alcanzar otro pedazo. —Supongo que— comenzó a hablar, viéndose interrumpida por una pregunta, acompañada de sus correspondientes gestitos, que la cortó. Un carraspeo surgió de su garganta, una mezcla entre aclaramiento de voz e intento de no atragantarse.
¿La verdad? Que no se había parado a pensarlo antes de su broma. Su interés era tan nulo que hacía demasiado tiempo que no reparaba en aquellos aspectos; sí, era humana, y cuando alguien sumamente atractivo aparecía frente a ella no podía evitar mirar. Pero con él solo podía ver a Bennie. —Parece que la pubertad te ha tratado bien y a mí me ha dejado exactamente igual—. No iba a engañar a nadie diciendo algo diferente. Cruzó los brazos bajo el pecho, permitiéndose escanearlo, como si hacía con las personas que tenía confianza o con los que… iba a juzgar, antes de escuchar su pregunta. Sus ojos se quedaron por sus anchos hombros y subieron de inmediato a sus ojos.
—No— fue la respuesta que emergió directamente de sus labios, no dejando que él se explicara antes de dar una contestación. Apretó su coleta, queriendo tener las manos ocupadas, con expresión confusa. Prensó los labios. —No creo que fuera lo más indicado— acabó agregando —. Aunque nosotros tratemos de normalizar esta situación, sabes que no lo es— trató de explicar el porqué de su negativa tan directa —Siento decepcionarte… creo que me aportaría algo diferente, siempre lo he dicho cuando hablabamos por el espejo y tratabas de mostrar un poco de tu alrededor, pero— frunció los labios sin saber que más agregar. Ella era miembro de Wizengamot; se suponía que tenía que juzgarlos por imperativo de la ley, ¿y la estaba invitando a ir? Quizás confiara en ella, pero ella no confiaba en un sistema como el que tenían. —No tiene la misma repercusión que tú vengas aquí a que yo vaya allí. Si me obligaran a hablar de lo que sucede aquí pues, simplemente, puede que nos colgaran a los dos. Si yo fuera allí no serían solo dos personas colgadas— le intentó hacer comprender su punto y en el que, al parecer, él no había pensado demasiado antes de exteriorizar la pregunta.
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— A veces no viene mal distinguirlas — comento con simplicidad. Me es imposible no sentir curiosidad al escucharla hablar con esa sonrisa, preguntándome por un breve instante quién podría causar ese tipo de reacción en alguien como Arianne. Rasgos como aquellos solamente me dan la razón cuando digo que ninguna persona es inalcanzable, incluso aquellas como la señorita Brawn que creen que nadie puede tocarla. Todos caemos, tarde o temprano. Está en nuestra naturaleza como seres sociales.
Más allá de que parece darme vagamente la razón, me fijo más en como casi parece atragantarse por culpa de mi broma y por un momento me acomodo en el asiento en caso de que tenga que levantarme a palmear su espalda. Pero Arianne habla y lo que dice es tan inesperado que me deja con la pizza a medio camino de la boca, poniendo la mejor expresión de sorpresa que soy capaz — No era necesario que respondas eso, pero gracias. Todo un piropo — le contesto, debatiéndome entre la risa y la serenidad al alzar mi porción como si estuviese brindando por ella — No estás exactamente igual. No exageres — pero como no estamos en confianza, no me voy a poner en halagador.
Me esperaba esa respuesta, así que no sé muy bien por qué me afecta. Es un suave pinchazo en el centro del pecho que remarca la decepción o una breve incomodidad, en especial porque sé que tengo que darle la razón en casi todo lo que está diciendo. Esto no es normal cuando debería serlo y, estoy seguro, lo que más me fastidia de la situación es la injusticia. Por un breve momento, puedo comprender mejor a Amber y sus quejas, pero sé que seguirán siendo solo eso: quejas.
Solo asiento una vez y silencioso, termino la segunda porción. Increíblemente, se me ha ido un poco el apetito, aunque tratándose de mí seguramente me durará unos minutos. — Sé que tienes motivos muy válidos, pero somos expertos en esto de movernos por y fuera del país. Así que, si alguna vez cambias de opinión… — por inercia toco mis bolsillos, olvidando por un breve segundo que no se trata de mi ropa así que no tengo escondida mediante magia a la capa de invisibilidad — Sabes que siempre voy a recibirte. Lo mismo si ocurre si alguna vez necesitas… ya sabes — no quiero decir que alguna vez puede llegar a tener motivos para tener que desaparecer, pero creo que me entiende.
Al final, mis ojos se toman la molestia de pasear por sus manos, sus hombros y llegar a sus ojos, esos que reconozco perfectamente después de tanto tiempo. Relamo mis labios, aún saboreando la cena y me acomodo en el asiento, recargándome un poco para verla mejor entre algunos mechones del flequillo — Sé que soy egoísta al venir aquí. Y también que soy egoísta a pedirte que vengas conmigo alguna vez — murmuro, rogando que no se tome a mal mis palabras — Pero no perteneces a NeoPanem, Ari, y sé que lo sabes.
Más allá de que parece darme vagamente la razón, me fijo más en como casi parece atragantarse por culpa de mi broma y por un momento me acomodo en el asiento en caso de que tenga que levantarme a palmear su espalda. Pero Arianne habla y lo que dice es tan inesperado que me deja con la pizza a medio camino de la boca, poniendo la mejor expresión de sorpresa que soy capaz — No era necesario que respondas eso, pero gracias. Todo un piropo — le contesto, debatiéndome entre la risa y la serenidad al alzar mi porción como si estuviese brindando por ella — No estás exactamente igual. No exageres — pero como no estamos en confianza, no me voy a poner en halagador.
Me esperaba esa respuesta, así que no sé muy bien por qué me afecta. Es un suave pinchazo en el centro del pecho que remarca la decepción o una breve incomodidad, en especial porque sé que tengo que darle la razón en casi todo lo que está diciendo. Esto no es normal cuando debería serlo y, estoy seguro, lo que más me fastidia de la situación es la injusticia. Por un breve momento, puedo comprender mejor a Amber y sus quejas, pero sé que seguirán siendo solo eso: quejas.
Solo asiento una vez y silencioso, termino la segunda porción. Increíblemente, se me ha ido un poco el apetito, aunque tratándose de mí seguramente me durará unos minutos. — Sé que tienes motivos muy válidos, pero somos expertos en esto de movernos por y fuera del país. Así que, si alguna vez cambias de opinión… — por inercia toco mis bolsillos, olvidando por un breve segundo que no se trata de mi ropa así que no tengo escondida mediante magia a la capa de invisibilidad — Sabes que siempre voy a recibirte. Lo mismo si ocurre si alguna vez necesitas… ya sabes — no quiero decir que alguna vez puede llegar a tener motivos para tener que desaparecer, pero creo que me entiende.
Al final, mis ojos se toman la molestia de pasear por sus manos, sus hombros y llegar a sus ojos, esos que reconozco perfectamente después de tanto tiempo. Relamo mis labios, aún saboreando la cena y me acomodo en el asiento, recargándome un poco para verla mejor entre algunos mechones del flequillo — Sé que soy egoísta al venir aquí. Y también que soy egoísta a pedirte que vengas conmigo alguna vez — murmuro, rogando que no se tome a mal mis palabras — Pero no perteneces a NeoPanem, Ari, y sé que lo sabes.
Encogió los hombros con sutileza. No iba a ponerse a comentar a quien había tratado mejor los años, quién estaba mejor, ni para por el estilo. Las conversaciones tan superfluas como aquellas la desquiciaban de sobremanera; suficientes había tenido que escuchar las mañanas que tomaba un café y las mujeres, y hombres en otras muchas ocasiones, disfrutaban de criticar a diestro y siniestro o poner por las nubes el hecho de lo bien que se cuidaban. Prefería, por mucho que no le gustara su contenido, repasar mentalmente los artículos de la constitución antes que tener que seguir escuchando la palabrería ajena.
Quizá ella ya no era tan fácil de leer, no al menos la mayor parte del tiempo, pero había desarrollado su don para con los demás. Todos los días tenía que escuchar una serie de retahílas de mentiras por parte de algunos procesados; mentiras que bien podrían ser verdad en el papel, pero que se vislumbraba a la legua la falsedad en el mismo momento en el que se encontraba cara a cara con creador de las mismas. Afrunció los labios, mordiendo ligeramente el labio inferior a la espera de alguna palabra por su parte. Puede que hubiera sido demasiado directa, pero lo cierto es que prefería no irse demasiado por las ramas; en ocasiones pecaba de poco tacto, pero la realidad era una por mucho que las personas intentaran maquillarla de mil y un modos.
Esbozó una diminuta sonrisa triste. Concederle dos preguntas había acabado siendo más incómodo para él que para ella. —No se trata de mi opinión— habló —, a mi me gustaría, ¿por qué no? Pero— hizo un gesto con ambas manos, asemejándose estas a dos balanzas e inclinando una mucho más abajo que la otra. Dejó ir el aire, bajando las manos hasta acabar apoyándolas en el borde de la isla, golpeteando con los dedos la superficie de ésta hasta que acabó alzando la mirada. —Ir a un lugar donde no me conoce más de la mitad de la población… suena más tentador cuanto más lo pienso— intentó bromear para quitarle importancia al asunto.
Era tentador, pero eran lo suficientemente adultos, y responsables, para no tomar decisiones de aquel calibre de buenas a primeras. Aunque, si lo pensaba, ella no estaba siendo ni adulta ni responsable. Primero cedió sin problemas a comprar una serie de cosas que le pidió dos segundos después de reencontrarse, después inventó escusas en su trabajo para usar un traslador del Gobierno y regresar al distrito doce y encontrarse con él, también tenía un espejo que la comunicaba con él y, para colmo, estaba en su casa como si se tratara de lo más natural del mundo. —Creo que he perdido la cabeza definitivamente— masculló más como contestación a sus cavilaciones que en relación a la conversación que estaba manteniendo. Carraspeó, alcanzando el refresco y bebiendo con disimulo de éste.
Una picacera se había instaurado en su garganta conforme hablaba. ¿Acaso necesitaban algo relacionado con ella y por eso insistía? Frotó con cuidado sus ojos, dejando la mano cubriendo estos durante unos segundos. ¿Pertenecer? Ella no pertenecía a ninguna parte, simplemente seguía allí por razones ajenas a su voluntad. Frunció el ceño, volviendo a dejar caer las manos pero esta vez sobre sus piernas. Inclinó su cuerpo hacia él, observándolo detenidamente. —Me gustaría saber por qué confías tanto en mí como para proponerme algo así— pronunció lentamente como toda respuesta a sus palabras. —Quizás entonces yo también podría ser un poco egoísta—.
Quizá ella ya no era tan fácil de leer, no al menos la mayor parte del tiempo, pero había desarrollado su don para con los demás. Todos los días tenía que escuchar una serie de retahílas de mentiras por parte de algunos procesados; mentiras que bien podrían ser verdad en el papel, pero que se vislumbraba a la legua la falsedad en el mismo momento en el que se encontraba cara a cara con creador de las mismas. Afrunció los labios, mordiendo ligeramente el labio inferior a la espera de alguna palabra por su parte. Puede que hubiera sido demasiado directa, pero lo cierto es que prefería no irse demasiado por las ramas; en ocasiones pecaba de poco tacto, pero la realidad era una por mucho que las personas intentaran maquillarla de mil y un modos.
Esbozó una diminuta sonrisa triste. Concederle dos preguntas había acabado siendo más incómodo para él que para ella. —No se trata de mi opinión— habló —, a mi me gustaría, ¿por qué no? Pero— hizo un gesto con ambas manos, asemejándose estas a dos balanzas e inclinando una mucho más abajo que la otra. Dejó ir el aire, bajando las manos hasta acabar apoyándolas en el borde de la isla, golpeteando con los dedos la superficie de ésta hasta que acabó alzando la mirada. —Ir a un lugar donde no me conoce más de la mitad de la población… suena más tentador cuanto más lo pienso— intentó bromear para quitarle importancia al asunto.
Era tentador, pero eran lo suficientemente adultos, y responsables, para no tomar decisiones de aquel calibre de buenas a primeras. Aunque, si lo pensaba, ella no estaba siendo ni adulta ni responsable. Primero cedió sin problemas a comprar una serie de cosas que le pidió dos segundos después de reencontrarse, después inventó escusas en su trabajo para usar un traslador del Gobierno y regresar al distrito doce y encontrarse con él, también tenía un espejo que la comunicaba con él y, para colmo, estaba en su casa como si se tratara de lo más natural del mundo. —Creo que he perdido la cabeza definitivamente— masculló más como contestación a sus cavilaciones que en relación a la conversación que estaba manteniendo. Carraspeó, alcanzando el refresco y bebiendo con disimulo de éste.
Una picacera se había instaurado en su garganta conforme hablaba. ¿Acaso necesitaban algo relacionado con ella y por eso insistía? Frotó con cuidado sus ojos, dejando la mano cubriendo estos durante unos segundos. ¿Pertenecer? Ella no pertenecía a ninguna parte, simplemente seguía allí por razones ajenas a su voluntad. Frunció el ceño, volviendo a dejar caer las manos pero esta vez sobre sus piernas. Inclinó su cuerpo hacia él, observándolo detenidamente. —Me gustaría saber por qué confías tanto en mí como para proponerme algo así— pronunció lentamente como toda respuesta a sus palabras. —Quizás entonces yo también podría ser un poco egoísta—.
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