The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Aldair Kendall
Finales de Otoño del año 2.466

Los brazos y piernas le pesaban, cada paso dolía como si tuviese piedras atadas en los pies. Había olvidado la razón por la que tenía que andar y andar sin descanso, aún así seguía adelante porque de todos modos quedarse quieto era lo mismo que dejarse morir. Su estomago rugía, tenía mucha hambre y sed. Y precisamente esta sensación fue lo que le despertó. Aldair se incorporó a medias, mirando a su alrededor asustado. Estaba recostado en una cama, en una habitación pequeña que no reconocía, ¿Dónde se encontraba? ¿Lo habían encontrado los aurores? Esa no era la casa del Ama así que definitivamente no se encontraba allí. ¿Acaso era cierto que existía el Distrito 14 y de algún modo había logrado llegar hasta allí?

Se miró a si mismo, le habían quitado las ropas rotas y empolvadas y vestido de playera y pants. También tenía una venda bajo que presionaba su torso, allí dónde se había encajado la rama del árbol. Debía ser de noche pues todo estaba muy oscuro, aunque una luz que debía venir de una vela se colaba por debajo de la puerta.

De pronto un ruido afuera de la habitación lo alertó, se levantó de un brinco, arrepintiéndose de inmediato por el dolor que el brusco movimiento el causo, abrió la ventana para que pensara que se había colado por allí y se metió bajo la cama. Una táctica muy infantil, pero ese era el truco justamente, ¿quién imaginaría que alguien de 14 haría algo como eso?

Por la puerta entro una chica castaña. ¿Quién era ella? De una cosa estaba seguro, no se parecía en nada a un auror.
Aldair Kendall
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Zenda M. Franco
Fugitivo
Zenda se había sorprendido al ver a su hermano llegar de la exploración, con el cuerpo de un niño en brazos. Aquella era cosa que no sucedía todos los días y por eso mismo desconfiaba demasiado del débil e inconsciente, nuevo integrante del famoso distrito 14.  
Su madre fue la encargada de curar las heridas y vestirlo con prendas acordes al clima, no eran la última moda y tampoco algo sin usar, pero servía para lo necesario y nadie se quejaba de ello. Excepto Zenda por supuesto, siempre sus prendas eran cuatro talles más de lo necesario y en los entrenamientos resultaban muy incómodos.

¿Pero por qué se tiene que quedar aquí? No nos ha visto, lo curamos y ahora lo podemos dejar fuera.— Susurró en voz baja como si el niño en la otra habitación pudiera oírla. Arleth en aquel momento la fulminó con la mirada y le entregó una bandeja con un vaso de agua, un emparedado de pollo y una manzana. No había mucho gracias al incendio que los había sorprendido meses atrás y con la próxima llegada del invierno todo estaría peor. —Es una boca más que alimentar...— Se calló, no tenía sentido pelear contra la manada.

Bufando, la niña se dirigió al dormitorio donde el nuevo descansaba y al ingresar cerró la puerta con cuidado. Si bien la ventana abierta le pareció extraño, luego de dejar la bandeja sobre la mesa de luz, se acercó y la cerró. —Si te has escondido debajo de la cama eres más tonto de lo que pensé.— Le dijo y agachándose, lo observó cambiando sus ojos a los de un gato. —¡Bu!
Zenda M. Franco
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Aldair Kendall
Estaba bastante seguro de que la chica echaría un vistazo por la ventana, entonces Aldair correría a esconderse en otro lugar y no saldría de allí hasta asegurarse de que estaba en el Distrito 14 de verdad. Las cosas sin embargo resultaron de un modo bien diferente de como las había pensado. Apenas se estaba arrastrando para salir de debajo de la cama, la niña se asomó mirándolo con pupilas alargadas y ojos amarillos como las de un gato.

-¡Ay!- el susto le hizo brincar y golpearse la cabeza contra la base de la cama. Apretó los dientes mordiéndose la lengua sin querer. La boca se le llenó de un sabor metálico. -¡No hagas eso!- el enojo por un momento sobre paso el miedo. Salió de debajo de la cama y se le echó encima, sujetando sus muñecas contra el piso. ¿Quién lo diría? Estaba sacando fueras de flaqueza gracias a la adrenalina. La chica no parecía un auror pero podía haber otros cerca. -¿Dónde estamos? ¿Quién eres tú?.- miró hacia la puerta y luego de nuevo a ella. -No voy a volver ¿vale? Pase lo que pase no volveré.-
Aldair Kendall
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Zenda M. Franco
Fugitivo
El grito asustado del chico y luego su intento por mantenerla contra el suelo, sólo le causaron carcajadas, todo lo contrario al temor.
Zenda recuperó la forma y el color de sus ojos azules y de un sólo veloz movimiento quedó encima del desconocido. Tal y como le habían enseñado durante años en los entrenamientos, puso toda su fuerza en sujetarlo inmovilizando sus piernas y brazos y sin perderlo de vista, sacó su varita y la apoyó en el cuello del recién llegado. —¿Crees que aquí importa lo que tú quieras?— Sólo lo estaba intimidando, obviamente no iba a hacerle daño...Aún.

Dime tú nombre, de dónde vienes, por qué estabas sólo en el bosque y lo más importante...¿Cuales son tus intensiones?— Le gritó y presionó aún más fuerte la varita contra la piel del chico, para que entendiese que no estaba bromenado, se estaba tomando su papel de inquisidora muy bien. —Empieza a hablar.— Y para poner más fuerza a sus palabras, convirtió sus dientes en los de un feroz lobo y volvió a gruñir.
Zenda M. Franco
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Aldair Kendall
La chica-gato se empezó a reír de sus intentos de interrogatorio, sus ojos volvieron a la normalidad y entonces él estaba debajo de ella, inmovilizado y con una varita en el cuello. Para ser sinceros no era la primera vez. Ella tenía razón en algo, lo que él quería nunca había importado, ¿sería igual en el Distrito 14? Intentó quitársela de encima pero las pocas fuerzas que logró reunir ya se estaban desvaneciendo.

Aldair miró a la chica con tozudez, no iba a decirle nada. Tendrían que azotarlo primero. Los dientes de la chica cambiaron, parecía que le iba a arrancar el cuello en cualquier momento con ellos.

-Mi nombre es Aldair.- cerró los ojos con fuerza, no quería ver sus dientes afilados. -S-soy un esclavo....siempre he estado solo.- se apresuró a responder. -La vieja Yilda me dijo que caminara hacia...hacia el norte... ¡Sólo quería ser libre!- exclamó atreviéndose a mirarla por fin, entonces la empujó con más fuerza de la que imaginó que tenía, se incorporó, abrió la ventana y tomando un segundo para tomar valor, saltó. En la caída se torció un pie, aún así se esforzó en levantarse y cogear hasta los árboles. Sólo llegó hasta el más cercano porque empezó a ver borroso. Se ocultó al pie de este, agazápandose e intentando no hacer ruido.
Aldair Kendall
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Ava E. Ballard
Fugitivo
Todavía me sentía incómoda cuando iba a la casa de su madre, al punto de que la comparación más cercana que tenía a lo que sentía, era ir caminando sobre conchas de mar o cáscaras de huevo: iba en puntillas y estaba siempre a dos segundos de soltar una puteada. Sin embargo, esta vez iba con fines totalmente bienintencionados e incluso iba a dejar que me atosigase con sus típicos sermones de madre preocupada.

O al menos ese era mi plan hasta que vi al recién llegado escabullirse corriendo desde la misma casa a la que me estaba dirigiendo, para terminar en una arboleda tan chica, que por más de que así lo quisiera, jamás podría huir sin que lo detecten. Apresurando el paso hasta dónde creía que se encontraba el muchacho, procuré no hacer demasiados bruscos y, en lugar de buscarlo me dejé caer en uno de los troncos. - No es que vaya a decirte por dónde es. Pero la salida no se encuentra por aquí. - indiqué en voz alta, recostando la cabeza hacia atrás y acomodándome mejor.
Ava E. Ballard
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Aldair Kendall
Abrazó sus piernas metiendo la cabeza entre las rodillas, haciéndose lo más pequeño que podía. Si estaba en otro lugar que no fuera el distrito 14 podía darse por muerto, ningún esclavo llegaría muy lejos después de "atacar" a un mago. Daba igual quién hubiese empezado el pleito. Si por alguna extraña casualidad éste se trataba de verdad del famoso 14, entonces sí que había iniciado con el pie izquierdo. Tal vez ahora no le admitirían por que pensarían que se trataba de un buscapleitos. Aldiar de verdad esperaba que al menos le dejaran contar su versión de los hechos antes de imponerle cualquier castigo o peor, de que lo expulsaran para siempre.

El ruido de unas pisadas lo sacó de sus pensamientos. Respió aliviado, el ruido se detuvo a cierta distancia de él. Seguramente no le habrían visto ¿no? La voz que le habló a continuación mató toda esperanza de pasar desapercibido.

-Yo no hice nada.- se defendió hablando bajito, cómo si esperara que nadie más se diera cuenta de su presencia y aquella chica simplemente se alejara. -La niña con ojos de gato me saltó encima... y yo sólo corrí... - hizo una mueca. Echarle la culpa a la otra no era la mejor manera de empezar. -No fue mi intención.- se apresuró a decir. -Me disculparé con ella.- prometió, sopeando la posibilidad de ofrecerse voluntario para servirle un par de días a cambio de su perdón.
Aldair Kendall
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Ava E. Ballard
Fugitivo
Mi espalda golpeteaba suavemente contra el árbol mientras me reía ante las explicaciones del chico. Me daba ternura en cierta forma, y me recordaba a cuando Kendrick creía que había hecho algo malo y se excusaba con ese tono de nene inocente que daban ganas de perdonar lo que sea. Algo que mi hermana quería lograr, pero solo por el hecho de ser mi hermana, solía mostrarme un poco escéptica.

Tranquilo, no te estoy diciendo que hayas hecho nada malo. — le aclaro mientras busco con la mirada encontrar el lugar de dónde sale su voz. No era muy difícil adivinar su posición, e incorporándome con todo el cuidado que me habían dado años de ser exploradora, me acerco con sumo cuidado al árbol en el que creía que se refugiaba el muchacho.— No tienes que disculparte con nadie. Te asustaste, es todo... y Zenda... mi hermana por cierto, tiende a ser un poco impulsiva con algunas personas.

Apareciendo al lado del muchacho que se encontraba agazapado en la base del árbol me agaché frente a él procurando no asustarlo y saco un par de bayas que tenía en el bolsillo. Extendiendo mi mano en señal de ofrecimiento, le regalo una sonrisa mientras trato de analizarlo. —¿Cómo te llamas?
Ava E. Ballard
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Aldair Kendall
La joven se reía aparentemente entretenida con las palabras de Aldair, no parecía que quisiera atraparlo para arrastrarlo de vuelta a la casa ni que lo delataría con la niña-gato o con nadie más. Eso picó su curiosidad. El chico sacó la cabeza de entre las rodillas atreviéndose a mirar de reojo en dirección a dónde escuchaba que estaba la mujer que le hablaba. Entre las ramitas de los arbustos pudo verla, era mayor que él pero no por mucho, tenía cabellos rubios y ojos claros, la piel muy blanca. Era difícil asegurarlo desde allí pero la muchacha se parecía un poco a la niña que le había saltado encima un momento antes.

La rubia le tranquilizó entonces, Aldiar estaba a salvo de cualquier castigo o eso decía ella. El chico contuvo la respiración cuando la vió acercarse, a ella no le costaría nada encontrar dónde estaba pues el árbol no era un muy buen escondite. Después la chica le explicó quién era la niña de ojos raros. Así que tenía razón, la niña-gato... es decir Zenda, era hermana de la rubia.

Finalmente la chica apareció frente a él, le sonrió y le ofreció unas bayas. Él se sintió como un bobo por tener miedo de ella, tomó una de las bayas con lentitud y luego con un poco más de seguridad se atrevió a mirarle a los ojos.

-Gracias.- susurró. -Aldair, me llamo Aldair.- replicó aclarándose la garganta. -¿Usted quién es?- preguntó. Estaba acostumbrado a hablarle de "usted" a todos los que no fueran esclavos, como él... Más bien como él solía ser. Aldair le dio una mordidita a su baya mirando alrededor antes de volverse a fijar en ella. -Se parece mucho a su hermana.... ¿Qué es este lugar? Estamos en el distrito 14 ¿verdad?-
Aldair Kendall
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Ava E. Ballard
Fugitivo
Gigi ya era grande cuando la conocí, y no es que tuviésemos los lujos necesarios en el distrito como para permitirnos tener más bocas de las necesarias para alimentar como era el caso de los perros en general; pero la expresión y el modo de actuar del muchacho me recordaban muchísimo a los de un cachorro indefenso al que habían pateado repetidamente en la calle antes de dejarlo tirado por ahí, y mucho era el esfuerzo que tenía que hacer para no revolverle los cabellos como a un perrito.

Bonito nombre, nunca lo había escuchado... Me llamo Ava. No te será demasiado difícil recordarlo... — Me presento, y acto seguido me llevo yo también unas cuantas bayas a la boca. Claro que siempre soy un desastre comiéndolas, y el jugo termina resbalándose por la comisura de mi labio, haciendo que tenga que apretar más fuerte la boca para evitar que el resto de la fruta se me escape por las ganas que me dan de reírme siempre que me pasa uno de estos accidentes.

Mi hermana se parece a mí, yo vine primero. — Le guiño un ojo luego de que contesto tras haber tragado las bayas, y mientras me limpio la cara con el reverso de la manga.— De momento solo te puedo decir que en este lugar no te harán daño, ni siquiera Zenda con sus ademanes un poco bruscos. No soy la persona adecuada para contarte mucho de por aquí, pero si puedo compartirte un poco más de estas. ¿Quieres?— Extendiendo nuevamente la mano, le indico que tome las bayas restantes y me dejo caer adelante de él. —¿Por qué no me cuentas primero qué te trajo hasta aquí?
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Zenda M. Franco
Fugitivo
Soltando varias carcajadas dejó que el niño escapara por la ventana, sabiendo que muy lejos no llegaría. Con un suave suspiro se puso de pie, guardó su varita dentro del abrigo y tomando el sándwich en su mano, lo envolvió en una servilleta y bajó las escaleras. —Ya vuelvo, má.— Le gritó a una Arleth ocupada en preparar algunas infusiones para pasar el invierno y salió al frío exterior.

Las pisadas la dirigieron hacia el punto exacto donde se encontraba el chico nuevo y para su sorpresa, también estaba su hermana. Ya se había metido en problemas si le contó lo que hizo para divertirse un rato con él. —Ava.— Saludó con su mejor sonrisa, poniendo los ojos que sabía que derretían a la rubia mayor. —Veo que ya conociste a mi amigo, al que por cierto hay que enseñarle mucho, no sabe si quiera ocultar sus propias huellas.— Señaló las marcas sobre la nieve y luego extendió el sándwich hacia él. —Es de parte de mamá.

Esperó a que Aldair lo tomara y guiñándole un ojo hizo cambiar su cabello de rubio a rosa chicle. —Soy Zenda y no temas, sólo te estaba molestando.— Con cuidado tomó asiento junto a su hermana y la miró con verdadera preocupación. —Antes me dijo que quería ser libre, Ava…¿Él es un esclavo como lo fue Ben?
Zenda M. Franco
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Aldair Kendall
Hizo amago de sonreír por el comentario sobre su nombre más se recompuso rápidamente y se puso serio de nuevo. La vieja Yilda fue quién le puso así, según ella por que de pequeño le recordaba a un potro, flaco y nervioso, pero fiel y noble a la vez. Aldair significa "lugar de caballos", por eso casi desde que empezó a caminar le empezó a llamar así.

"¿Por qué no tengo apellido como los demás?" le había preguntado una vez a la vieja picando la última de una torre de patatas. Tenía 6 años y se había dado cuenta hacía unos meses que todos los demás, incluso los esclavos del ama, tenían apellidos. ¿Es que sus padres no le habían querido dar ninguno?

"Querían que escogieras el que tu quisieras, cuando fueras mayor" le había respondido ella mientras revolvía la sopa.
"¿Soy mayor ahora?" repuso él dejando por un momento su tarea abandonada.
"El próximo otoño lo serás. Así que piensa bien cuál quieres ¿eh?" replicó ella guiñándole un ojo.
"Eso es fácil... quiero el tuyo"

Aldair parpadeó volviendo al presente.

-Gracias.- farfulló. La chica había dicho que se llamaba Ava. Le gustaba, sonaba como "Ave", las aves eran uno de sus animales preferidos. Frunció los labios para evitar reírse por la forma en que escurría el jugo de las bayas por el mentón de la rubia. Observó su mano extendida y cogió unas cuantas bayas más, con mayor confianza esta vez. Comió un par antes de contestar. -La vieja Yilda me dijo que fuera libre. Ella murió hace... - se detuvo, sabía cuanto tiempo había pasado. -Me dijo que viniera aquí. El ama se enojará mucho si sabe que me he escapado.- hizo una mueca. -¿También puede cambiar sus ojos como ella? ¿Cómo Zenda?- se animó a preguntar justo en el momento en que llegó la chica. Miró el camino por dón había venido, y claro allí estaban sus huellas. Era un milagro que hubiese llegado tan lejos sin que nadie le viera. Se fijo en Zenda, ya no tenía los ojos de gato, eran más como los de Ava ahora. Sin aquellos rasgos raros, se veía bonita. Observó el sándwich con desconfianza pero al final lo tomó. Estaba hambriento. -Está bien, no me asuste tanto.- mintió y entonces devoró el emparedado junto con las vayas, entreteniéndose un rato en comer.
Aldair Kendall
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Ava E. Ballard
Fugitivo
La mirada de mi hermana me decía que la pequeña diablillo era perfectamente consciente de lo que había hecho y pese a que no me serviría de nada regañarla, no puedo evitar rodar los ojos ante su actitud. — Ajá, habla la que todavía no cubre sus huellas en tierra seca... Acaba de llegar, dale un tiempo. — Volviendo la vista hasta el muchacho, trato de recordar durante un segundo lo que me había preguntado. — Nah, ni siquiera tengo magia, mucho menos esa habilidad.

Frunzo el ceño ante la pregunta de Zenda, primero porque lo que le pasó a Ben es algo que le concernía solo a él, y segundo porque realmente no era algo que se preguntase así como así. Claro que con sus referencias a ser libre, y el haber dicho que su ama se enojaría era obvio que el muchacho era esclavo, y aún así no podía no sentir que era horrible lo que les hacían... — No me preguntes a mí, enana. Aldair es quien debe responder si es que desea hacerlo. — Me aseguro de dejarle en claro que es su decisión el decir o no cosas de su pasado. Al menos a nosotras, mi madre seguro querría interrogarlo luego.
Ava E. Ballard
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