OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Aunque muchos se quejen de lo complicada que nos hace la vida el invierno, a mí me gusta. La nieve hace que pueda patinar en un lago cercano a donde nos dejan ir y además le tiro bolas a Jared en la cara cada vez que se distrae, así que se basa en tener un entretenimiento extra además de los entrenamientos y las clases. He ayudado a papá a cocinar algunas cosas cálidas y ricas para mantenernos contentos y fuertes durante las horas temblando, así que ahora mismo tengo el estómago lleno y un buen humor que creo que nada va a arruinármelo, ni siquiera el saber que no he terminado mis deberes para mañana. Eso puede esperar (siempre termino haciéndolos en la cama antes de irme a dormir) así que he decidido que quizá hoy, puedo ver qué hacer afuera.
Ha dejado de nevar y mis huellas dejan un camino firme con mi andar, aunque cuando paso por la casa de Jared me informan que no está así que voy a buscarlo, porque a decir verdad no hay muchas opciones donde pueda haberse metido. La bufanda que rodea mi cuello hasta mi nariz es tan larga que uno de sus extremos se arrastra detrás de mí y el sombrero de lana me aplasta el cabello y las orejas, así que prácticamente mi campo de visión es bastante incómodo porque literalmente lo único que tengo a la vista son los ojos, los pómulos y bueno, obviamente la nariz. Parezco un muñeco relleno, pero no me importa mucho porque eso me permite caminar sin morirme.
Estoy considerando si ir a las grutas o para las granjas cuando me doy cuenta de que he llegado al cementerio y paso delante de la tumba más vieja, observando como la luz del día hace brillar el viejo anillo que decora la cruz de madera. Su resplandor hace que me cubra por un momento los ojos, fastidioso ante la insistencia del reflejo, por lo que me detengo a verla. ¿Alguna vez alguien ha sacado ese anillo de ahí o hace cuanto lo pusieron? Quizá es una estúpida curiosidad, pero por alguna razón miro a ambos lados en busca de algún rostro que desapruebe mi accionar y me inclino, tomando la joyita entre mis dedos. Está oxidada y vieja, así que la levanto delante de mi nariz para chequearla, tratando de entender las inscripciones que tiene en su lado interior. ¿Son letras? ¿Qué era lo que decía antes de que el tiempo las hiciera tan complicadas?
Estoy tratando de descifrar lo que dice cuando escucho pasos detrás de mí y me giró tan rápido que creo que la bufanda me ahorca, pero me importa poco porque estoy más que ocupado buscando parecer inocente y escondiendo mis manos detrás de mi espalda. Entonces, cuando veo aparecer a Zenda, suspiro aliviado — Me diste un susto — le confieso, aflojando un poco los músculos al sonreír — ¿Qué haces aquí?
Ha dejado de nevar y mis huellas dejan un camino firme con mi andar, aunque cuando paso por la casa de Jared me informan que no está así que voy a buscarlo, porque a decir verdad no hay muchas opciones donde pueda haberse metido. La bufanda que rodea mi cuello hasta mi nariz es tan larga que uno de sus extremos se arrastra detrás de mí y el sombrero de lana me aplasta el cabello y las orejas, así que prácticamente mi campo de visión es bastante incómodo porque literalmente lo único que tengo a la vista son los ojos, los pómulos y bueno, obviamente la nariz. Parezco un muñeco relleno, pero no me importa mucho porque eso me permite caminar sin morirme.
Estoy considerando si ir a las grutas o para las granjas cuando me doy cuenta de que he llegado al cementerio y paso delante de la tumba más vieja, observando como la luz del día hace brillar el viejo anillo que decora la cruz de madera. Su resplandor hace que me cubra por un momento los ojos, fastidioso ante la insistencia del reflejo, por lo que me detengo a verla. ¿Alguna vez alguien ha sacado ese anillo de ahí o hace cuanto lo pusieron? Quizá es una estúpida curiosidad, pero por alguna razón miro a ambos lados en busca de algún rostro que desapruebe mi accionar y me inclino, tomando la joyita entre mis dedos. Está oxidada y vieja, así que la levanto delante de mi nariz para chequearla, tratando de entender las inscripciones que tiene en su lado interior. ¿Son letras? ¿Qué era lo que decía antes de que el tiempo las hiciera tan complicadas?
Estoy tratando de descifrar lo que dice cuando escucho pasos detrás de mí y me giró tan rápido que creo que la bufanda me ahorca, pero me importa poco porque estoy más que ocupado buscando parecer inocente y escondiendo mis manos detrás de mi espalda. Entonces, cuando veo aparecer a Zenda, suspiro aliviado — Me diste un susto — le confieso, aflojando un poco los músculos al sonreír — ¿Qué haces aquí?
Zenda odiaba el invierno y no precisamente por el clima, si no por tener que usar prendas enormes que le pesaban demasiado y que encima disminuían la agilidad en sus movimientos. Día tras día era una lucha constante con su madre y al final siempre perdía.
Estaba aburrida, tenía frío y hambre, pero se negaba a seguir comiendo frutas secas o enlatadas, ¿qué mejor manera de entretenerse, entrar en calor y encima tal vez cazar algún sabroso conejo?
Con el correr de las semanas, poco a poco conseguía ser más sigilosa y escurridiza, ya no se escapaba tan seguido y hacía las tareas en tiempo y forma sólo para mantener la apariencia. Claro que a veces le daba la locura y volvía loco a Ben persiguiendolo por todo el distrito con su auto y peleaba con Bev a los puños.
Aquella mañana había bebido una taza de café caliente y con tal de no soportar a todas las personas dentro de la casa, que cada vez se sentía más diminuta, desapareció.
Pasó algunas horas entrenando con su varita y armas, luego otras más leyendo y tratando de comprender el libro de runas que Seth le había prestado para mejorar su habilidad.
Le costaba demasiado poner la mente en blanco y mucho más para ella que era una niña volátil, pero cada día mejoraba un poco más...Si estaba tranquila.
Cuando terminó el capitulo que le tocaba, salió con su arco y flechas para distraerse, deseaba tanto poder cazar al menos una ardilla, sin embargo con el clima y la nieve rodeándola, no tenía mucha fe.
Con las manos vacía y una pequeña bolsita con hojas que servirían para hacer té, regresó hacia el distrito, pero antes se desvió hacia la parte que servía como cementerio. Ya no recordaba el nombre del hombre que había muerto en el incendio, pero jamás se olvidaría de su rostro.
Alguien se le había adelantado y no se sorprendió cuando vio a Ken allí, tratando de actuar normal. —¿Estabas rompiendo alguna regla que te asusté?— Respondió soltando una pequeña sonrisa y ladeó la cabeza para ver que ocultaba. —Lo mismo te pregunto yo a ti, ¿qué tienes ahí?— No le interesaba lo que guardaba, sólo le gustaba molestarlo. —No importa, no tienes que decírmelo.— Se apresuró a responder y se encogió de hombros temblando, tanto tiempo dando vueltas que ya se estaba enfriando y como no prestaba atención, poco a poco su cabello pasaba de color azul y se iba destiñendo hasta quedar blanco nieve.
Estaba aburrida, tenía frío y hambre, pero se negaba a seguir comiendo frutas secas o enlatadas, ¿qué mejor manera de entretenerse, entrar en calor y encima tal vez cazar algún sabroso conejo?
Con el correr de las semanas, poco a poco conseguía ser más sigilosa y escurridiza, ya no se escapaba tan seguido y hacía las tareas en tiempo y forma sólo para mantener la apariencia. Claro que a veces le daba la locura y volvía loco a Ben persiguiendolo por todo el distrito con su auto y peleaba con Bev a los puños.
Aquella mañana había bebido una taza de café caliente y con tal de no soportar a todas las personas dentro de la casa, que cada vez se sentía más diminuta, desapareció.
Pasó algunas horas entrenando con su varita y armas, luego otras más leyendo y tratando de comprender el libro de runas que Seth le había prestado para mejorar su habilidad.
Le costaba demasiado poner la mente en blanco y mucho más para ella que era una niña volátil, pero cada día mejoraba un poco más...Si estaba tranquila.
Cuando terminó el capitulo que le tocaba, salió con su arco y flechas para distraerse, deseaba tanto poder cazar al menos una ardilla, sin embargo con el clima y la nieve rodeándola, no tenía mucha fe.
Con las manos vacía y una pequeña bolsita con hojas que servirían para hacer té, regresó hacia el distrito, pero antes se desvió hacia la parte que servía como cementerio. Ya no recordaba el nombre del hombre que había muerto en el incendio, pero jamás se olvidaría de su rostro.
Alguien se le había adelantado y no se sorprendió cuando vio a Ken allí, tratando de actuar normal. —¿Estabas rompiendo alguna regla que te asusté?— Respondió soltando una pequeña sonrisa y ladeó la cabeza para ver que ocultaba. —Lo mismo te pregunto yo a ti, ¿qué tienes ahí?— No le interesaba lo que guardaba, sólo le gustaba molestarlo. —No importa, no tienes que decírmelo.— Se apresuró a responder y se encogió de hombros temblando, tanto tiempo dando vueltas que ya se estaba enfriando y como no prestaba atención, poco a poco su cabello pasaba de color azul y se iba destiñendo hasta quedar blanco nieve.
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A veces no entiendo por qué demonios siempre me encuentro a Zenda en los lugares y momentos más inoportunos y en más de una ocasión me he preguntado si es una treta que tiene el tío Ben o mi papá para mantenerme vigilado y así evitar que haga alguna otra estupidez. La miro con sospecha, con el cuerpo alerta como si tuviese que salir corriendo, hasta que le sonrío con mi mejor gesto de pura y total inocencia — No. Nadie dijo que fuese ilegal estar aquí… ¿No? — no tengo idea de si robar de las tumbas también está prohibido porque nadie lo dijo específicamente, solo se dio por entendido como esas cosas que todos sabemos que están bien o que están mal solo por saberlo. En cierto modo eso me causa una tonta adrenalina en el estómago.
Su movimiento de cabeza me obliga a mantenerme quieto para no levantar sospechas, pero como quien no quiere la cosa deslizo mis manos dentro de mis bolsillos y dejo caer allí el anillo, con intenciones de parecer lo más natural posible. ¿Por qué lo estoy robando? No lo sé, solo quiero echarle un vistazo, desconozco los motivos. Ella igual le quita importancia y voy a abrir la boca cuando veo como le cambia el color de pelo, así que me acerco a ella desenroscando la bufanda de mi cuello — Ten. Si te enfermas gastarán los pocos medicamentos en ti así que tenemos que ahorrar — bromeo, colocando el pedazo de tela alrededor de su cuello, dándole varias vueltas — ¿Qué haces aquí? Creí que era el único que había decidido salir con la nieve.
No es que todos se quedasen encerrados en sus casas todo el invierno, pero había días y días. Con el cuello descubierto, me subo el abrigo para poder cubrirme y me abrazo a mí mismo, echando un vistazo alrededor — ¿Vienes aquí seguido? — le pregunto por curiosidad — Me refiero al cementerio — del catorce no podemos salir así que no tenemos otra opción, ambos lo sabemos bien.
Su movimiento de cabeza me obliga a mantenerme quieto para no levantar sospechas, pero como quien no quiere la cosa deslizo mis manos dentro de mis bolsillos y dejo caer allí el anillo, con intenciones de parecer lo más natural posible. ¿Por qué lo estoy robando? No lo sé, solo quiero echarle un vistazo, desconozco los motivos. Ella igual le quita importancia y voy a abrir la boca cuando veo como le cambia el color de pelo, así que me acerco a ella desenroscando la bufanda de mi cuello — Ten. Si te enfermas gastarán los pocos medicamentos en ti así que tenemos que ahorrar — bromeo, colocando el pedazo de tela alrededor de su cuello, dándole varias vueltas — ¿Qué haces aquí? Creí que era el único que había decidido salir con la nieve.
No es que todos se quedasen encerrados en sus casas todo el invierno, pero había días y días. Con el cuello descubierto, me subo el abrigo para poder cubrirme y me abrazo a mí mismo, echando un vistazo alrededor — ¿Vienes aquí seguido? — le pregunto por curiosidad — Me refiero al cementerio — del catorce no podemos salir así que no tenemos otra opción, ambos lo sabemos bien.
Siempre le causaba risa las expresiones que Ken usaba para salirse con la suya, para parecer inocente o para ocultar algo. Pasar el tiempo juntos, en clases, en entrenamientos y en la misma casa, le había abierto los ojos y en silencio se dedicaba a mirarlo para poder leerlo o entenderlo luego. No sólo a él, a Bev, a su madre, a su padre e incluso a Echo, de quien cada vez sospechaba más por la forma en que miraba a Arleth. —Nadie dijo eso, pero cuando haces eso de parecer agradable, es porque estabas haciendo algo ilegal...Como sea, ya te dije que no me importa.— Respondió restandole protagonismo a las acciones de su amigo.
Estaba por seguir su camino cuando él amablemente la envuelve con la bufanda, que si bien le proporciona la calidez que necesitaba, también la sofoca y le impide mover la cabeza con normalidad. —No me enfermaré, he estado evitando acercarme a quienes estornudan. Además, ¿sabías que si nos abrigamos en exceso tenemos mayores posibilidades de enfermarnos? Nuestro cuerpo se acostumbra a la calidez y cuando a penas nos da una pequeña brisita, ¡Bum! Gripe y fiebre.— Se sonrojó un poco al notar que estaba hablando demasiado y que tal vez a él no le interesaba, así que levantó la mano y agitó la bolsa de hojas. —Necesitaba salir y cambiar de aire, tenía esperanzas de al menos encontrar una ardilla congelada pero no hay nada, sólo hojas para hacer té.
La pregunta hace que Zenda observe una por una las pocas tumbas. —Es triste luchar tanto y luego acabar aquí.— Susurró en voz baja y con bastante vergüenza se volvió para mirarlo. —Ken, ¿alguna vez has pensado en eso? ¿Si vale la pena seguir aquí encerrados y terminar así...o si darías la vida por vivir un par de minutos allá afuera?— Mantuvo la voz baja, ya que no pretendía escapar ni nada de eso, pero últimamente el distrito parecía tan pequeño y aburrido. —Es silencioso, me gusta.— Agregó al final en respuesta a su pregunta.
Estaba por seguir su camino cuando él amablemente la envuelve con la bufanda, que si bien le proporciona la calidez que necesitaba, también la sofoca y le impide mover la cabeza con normalidad. —No me enfermaré, he estado evitando acercarme a quienes estornudan. Además, ¿sabías que si nos abrigamos en exceso tenemos mayores posibilidades de enfermarnos? Nuestro cuerpo se acostumbra a la calidez y cuando a penas nos da una pequeña brisita, ¡Bum! Gripe y fiebre.— Se sonrojó un poco al notar que estaba hablando demasiado y que tal vez a él no le interesaba, así que levantó la mano y agitó la bolsa de hojas. —Necesitaba salir y cambiar de aire, tenía esperanzas de al menos encontrar una ardilla congelada pero no hay nada, sólo hojas para hacer té.
La pregunta hace que Zenda observe una por una las pocas tumbas. —Es triste luchar tanto y luego acabar aquí.— Susurró en voz baja y con bastante vergüenza se volvió para mirarlo. —Ken, ¿alguna vez has pensado en eso? ¿Si vale la pena seguir aquí encerrados y terminar así...o si darías la vida por vivir un par de minutos allá afuera?— Mantuvo la voz baja, ya que no pretendía escapar ni nada de eso, pero últimamente el distrito parecía tan pequeño y aburrido. —Es silencioso, me gusta.— Agregó al final en respuesta a su pregunta.
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“Parecer agradable”. No consigo reprimir el ruedo de ojos que hago durante un segundo porque es irónico que lo haya dicho antes de que esté buscando cuidarla del frío, pero me ahorro el empezar a discutir. Le tengo cariño a Zenda, no voy a decir que no, pero sé que tiene una habilidad increíble para hacerme enojar cuando se lo propone y estoy seguro de que funciona igual a la inversa.
Su sonrojo no me pasa desapercibido pero no lo comprendo así que decido ignorarlo, alzando uno de mis hombros — Bueno, pero al menos no sufres el frío — señalo, levantándole la bufanda hasta la nariz. Me acomodo el gorro por inercia, echándole un vistazo a su bolsita con hojas — Nunca he sido muy fanático del té, pero porque nunca consigo hacer que quede como a mí me gusta — no sé que le puso Arleth una vez a una taza que quedó sumamente dulce y me pareció delicioso, pero aunque intenté imitar todas sus recetas jamás lo conseguí de la misma forma. Debe ser el ingrediente especial de las señoras que son mamás.
El pensamiento que recorre Zenda hace que me gire a ver las tumbas, pasando mis ojos una a una hasta llegar a la del abuelo Louis Franco, cuyos cuentos son más que entrañables. Su pregunta me hace fruncir el ceño debajo de mi pelo y el gorro, rascándome la nariz con el dorso de la mano — Puede ser. No sé. Me preocupo más por la vida que por la muerte — le explico — Quiero conocer, sí. Quiero encontrar a mis padres y preguntarles por qué. ¿Por qué me dejaron atrás? — opciones hay miles, pero ninguna va a ser la verdadera hasta que alguien me lo diga — Dicen que allá afuera van a matarnos o vendernos a todos. No sé si podríamos sobrevivir pero, al menos, quisiera asomarme…
Bufo con frustración aunque trato de sacarme de la cabeza la idea de que soy un pobre desgraciado porque volveré a quejarme por milésima vez de lo mismo cuando debería estar agradecido. El catorce es mi hogar y la gente de aquí es mi familia. Pero hay tantas cosas que quiero saber…
Asiento porque sí, tiene razón; es silencioso y tranquilo y las tumbas, lejos de darme miedo, me proporcionan una extraña sensación de compañía y seguridad. Meto la mano en mi bolsillo y toco nuevamente el anillo, haciendo que lo saque para verlo una vez más. Ya no me importa si lo ve, total es una tontería. Lo ruedo entre mis dedos y se lo tiendo — ¿Alcanzas a ver qué dice dentro? — le pregunto. Son letras ya borradas por el tiempo, pero al menos una esperanza… — Siempre me dio curiosidad esa tumba. La del anillo — le confieso — Pero nunca supe bien de quien es.
Su sonrojo no me pasa desapercibido pero no lo comprendo así que decido ignorarlo, alzando uno de mis hombros — Bueno, pero al menos no sufres el frío — señalo, levantándole la bufanda hasta la nariz. Me acomodo el gorro por inercia, echándole un vistazo a su bolsita con hojas — Nunca he sido muy fanático del té, pero porque nunca consigo hacer que quede como a mí me gusta — no sé que le puso Arleth una vez a una taza que quedó sumamente dulce y me pareció delicioso, pero aunque intenté imitar todas sus recetas jamás lo conseguí de la misma forma. Debe ser el ingrediente especial de las señoras que son mamás.
El pensamiento que recorre Zenda hace que me gire a ver las tumbas, pasando mis ojos una a una hasta llegar a la del abuelo Louis Franco, cuyos cuentos son más que entrañables. Su pregunta me hace fruncir el ceño debajo de mi pelo y el gorro, rascándome la nariz con el dorso de la mano — Puede ser. No sé. Me preocupo más por la vida que por la muerte — le explico — Quiero conocer, sí. Quiero encontrar a mis padres y preguntarles por qué. ¿Por qué me dejaron atrás? — opciones hay miles, pero ninguna va a ser la verdadera hasta que alguien me lo diga — Dicen que allá afuera van a matarnos o vendernos a todos. No sé si podríamos sobrevivir pero, al menos, quisiera asomarme…
Bufo con frustración aunque trato de sacarme de la cabeza la idea de que soy un pobre desgraciado porque volveré a quejarme por milésima vez de lo mismo cuando debería estar agradecido. El catorce es mi hogar y la gente de aquí es mi familia. Pero hay tantas cosas que quiero saber…
Asiento porque sí, tiene razón; es silencioso y tranquilo y las tumbas, lejos de darme miedo, me proporcionan una extraña sensación de compañía y seguridad. Meto la mano en mi bolsillo y toco nuevamente el anillo, haciendo que lo saque para verlo una vez más. Ya no me importa si lo ve, total es una tontería. Lo ruedo entre mis dedos y se lo tiendo — ¿Alcanzas a ver qué dice dentro? — le pregunto. Son letras ya borradas por el tiempo, pero al menos una esperanza… — Siempre me dio curiosidad esa tumba. La del anillo — le confieso — Pero nunca supe bien de quien es.
Una pequeña carcajada escapó de su boca cuando lo vio rodar los ojos, si bien estaban en todos lados juntos, poco era el tiempo que se mantenían en una conversación tolerable y sin discusiones. Lo que a Bev le parecía adorable acerca de Ken, a Zenda le parecía fastidioso e irritante.
—Buen punto. Sería peor estar en el bosque sin abrigo, claro.— Volvió a acomodarse la bufanda para poder respirar, hablar y al mismo tiempo calentarse. —Bueno, yo no soy muy fanática del café, pero igual lo bebo cuando es lo único que hay. El té es más dulce y si tenemos la suerte de tener un poco de miel y peperina, queda excelente.— Con el pasar de los minutos, el color blanco nieve de su cabello vuelve a teñirse de el rubio dorado que la caracterizaba.
Dando cortos y lentos pasos, se acercó a una de las tumbas adornadas con flores, la de su abuelo y limpió la nieve que se había acumulado encima. —Recuerdo algunas historias, pero lo demás se está borrando, incluso la imagen de su rostro. Sé que a papá le cuesta mucho hablar de él y por eso no pregunto.— Volvió hasta donde estaba Ken y sonrió. —Supongo que cuenta lo que hagamos en vida, aunque con el tiempo todo quede en el olvido.— Asintió ante las palabras de él. —Lo sé, yo quiero lo mismo...
El chico se volvió para entregarle algo y Zenda no perdió el tiempo, le entregó la bolsa de hojas para que las sostuviera y puso su completa atención en el anillo desgastado. Al principio no pudo ver nada, pero poco a poco sus ojos se fueron adaptando gracias a su habilidad. —Sólo consigo ver una “C” grabada en el interior, lo demás está muy borrado por el tiempo y el clima.— Una idea se formó en su mente, Ken ya sabía que ella tenía su varita así que no había problema de sugerir. —¿Tal vez algún hechizo? ¿Conoces alguno que pueda restaurar un poco esto?
—Buen punto. Sería peor estar en el bosque sin abrigo, claro.— Volvió a acomodarse la bufanda para poder respirar, hablar y al mismo tiempo calentarse. —Bueno, yo no soy muy fanática del café, pero igual lo bebo cuando es lo único que hay. El té es más dulce y si tenemos la suerte de tener un poco de miel y peperina, queda excelente.— Con el pasar de los minutos, el color blanco nieve de su cabello vuelve a teñirse de el rubio dorado que la caracterizaba.
Dando cortos y lentos pasos, se acercó a una de las tumbas adornadas con flores, la de su abuelo y limpió la nieve que se había acumulado encima. —Recuerdo algunas historias, pero lo demás se está borrando, incluso la imagen de su rostro. Sé que a papá le cuesta mucho hablar de él y por eso no pregunto.— Volvió hasta donde estaba Ken y sonrió. —Supongo que cuenta lo que hagamos en vida, aunque con el tiempo todo quede en el olvido.— Asintió ante las palabras de él. —Lo sé, yo quiero lo mismo...
El chico se volvió para entregarle algo y Zenda no perdió el tiempo, le entregó la bolsa de hojas para que las sostuviera y puso su completa atención en el anillo desgastado. Al principio no pudo ver nada, pero poco a poco sus ojos se fueron adaptando gracias a su habilidad. —Sólo consigo ver una “C” grabada en el interior, lo demás está muy borrado por el tiempo y el clima.— Una idea se formó en su mente, Ken ya sabía que ella tenía su varita así que no había problema de sugerir. —¿Tal vez algún hechizo? ¿Conoces alguno que pueda restaurar un poco esto?
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Ver a Zenda de ese modo con respecto a su abuelo me hace sentir que estoy observando una escena familiar de la que no formo parte, así que desvío la mirada hacia otro lado como si estuviera viendo algo prohibido a pesar de que escucho lo que me dice y asiento para darle la razón — Las grandes figuras no quedaron en el olvido. Por eso algún día quiero ser grande — ¿Cómo? No tengo idea, pero el distrito catorce empieza a quedarse pequeño. ¿Por qué nadie entiende que debe haber más que este lugar y NeoPanem para visitar? Podríamos mudarnos y empezar de cero en un lugar mucho más lejos.
Me muerdo los labios ansioso al ver como no se queja de que haya robado a una tumba y parece tan curiosa por el mismo objeto que yo, pero aparentemente no soy el único que logre ver algo más que un garabato. Bufo con frustración, sacudiendo la cabeza porque no tengo ni idea de algún hechizo que nos pueda ser útil — Debe ser la “C” de Coco. Como la tumba. Pero siempre creí que había algo más — parece más largo, ya que da toda la vuelta al interior del anillo. Entonces se me prende la lamparita.
Doy un aplauso al aire y le saco el anillo con brusquedad producto de la repentina adrenalina — ¡Ven! Vamos a robarle un libro a Seth — él es más come libros que mi papá, así que de seguro tiene alguno con hechizos que pueda sernos de utilidad. Avanzo con velocidad y eso provoca que me tropiece como un idiota, así que me incorporo patosamente con toda la dignidad de la que soy capaz — Vaya, que nieve estúpida — digo orgullosamente. Llegar a la casa de los Niniadis no es muy complicado, así que salto la pequeña cerca y espero a que Zenda haga lo mismo. Para cuando me asomo por la ventana de la sala me doy cuenta de que no hay nadie en casa, pero puedo ver de inmediato la estantería con libros — Tú eres más delgada — observo, echándole una mirada a mi amiga — Métete tú y yo te hago de campana.
De ahí a que sepa qué hechizo buscar no tengo idea; ella fue quien lo mencionó en primer lugar.
Me muerdo los labios ansioso al ver como no se queja de que haya robado a una tumba y parece tan curiosa por el mismo objeto que yo, pero aparentemente no soy el único que logre ver algo más que un garabato. Bufo con frustración, sacudiendo la cabeza porque no tengo ni idea de algún hechizo que nos pueda ser útil — Debe ser la “C” de Coco. Como la tumba. Pero siempre creí que había algo más — parece más largo, ya que da toda la vuelta al interior del anillo. Entonces se me prende la lamparita.
Doy un aplauso al aire y le saco el anillo con brusquedad producto de la repentina adrenalina — ¡Ven! Vamos a robarle un libro a Seth — él es más come libros que mi papá, así que de seguro tiene alguno con hechizos que pueda sernos de utilidad. Avanzo con velocidad y eso provoca que me tropiece como un idiota, así que me incorporo patosamente con toda la dignidad de la que soy capaz — Vaya, que nieve estúpida — digo orgullosamente. Llegar a la casa de los Niniadis no es muy complicado, así que salto la pequeña cerca y espero a que Zenda haga lo mismo. Para cuando me asomo por la ventana de la sala me doy cuenta de que no hay nadie en casa, pero puedo ver de inmediato la estantería con libros — Tú eres más delgada — observo, echándole una mirada a mi amiga — Métete tú y yo te hago de campana.
De ahí a que sepa qué hechizo buscar no tengo idea; ella fue quien lo mencionó en primer lugar.
A pesar de que puso toda su atención y concentración en el anillo, en la posible frase e inscripciones, negó con la cabeza al no poder dar otra respuesta que la anterior. —Lo siento, ni siquiera mis ojos gatunos pueden distinguir algo.— Aún con la mirada perdida dentro del objeto que en algún momento debió valer bastante, volvió a preguntar. —¿Por qué te importa tanto el saber qué dice? ¿No te pondrás a cavar un agujero para buscar otra pista dentro de la tumba verdad?
La expresión de preocupación no se borró de su rostro, menos cuando le arrebató el anillo de manera brusca y dijo algo acerca de “robar a Seth”, sin embargo aquello sería lo más emocionante que le estaba pasando en días y no se podía quedar atrás.
Iba a empezar a correr para seguirlo pero se detuvo, claro que no ocultó la carcajada que le produjo la caída de Ken en medio de la nieve y aprovechó el momento para adelantarse un poco. —¿La nieve o tú?— Bromeó.
Una vez cruzada la cerca que rodeaba una de las pocas casas todavía en pie, se puso en puntas sobre sus zapatos para intentar ver algo a través de la ventana. Odiaba ser tan baja, pero no perdía las esperanzas de crecer. —¿Seguro que no hay nadie? No alcanzo a ver nada.— Su corazón le palpitaba con rapidez y al escuchar las últimas palabras del chico, frunció el ceño. —¿Por qué yo? Ve tú.— Susurró en voz baja por si alguien los escuchaba, segundos después recordó la emoción y gruñendo le entregó su arco y flechas, la bolsa con hojas de té y su sombrero. —Esta bien, hazme pie.— Pidió y sin esperar, se aferró a sus hombros y se subió encima de la espalda de Ken. Posteriormente colocó cada una de sus piernas en los hombros de él y ahí si estuvo a la altura necesaria para abrir la ventana. —Acércate un poco más.— Estirándose, pasó una extremidad y luego otra hasta estar en el interior de la casa.—Si viene alguien, me avisas. Buscaré entre los libros el que sea más útil, espero encontrar algo.— Y sin más corrió en silencio hasta la estantería.
La expresión de preocupación no se borró de su rostro, menos cuando le arrebató el anillo de manera brusca y dijo algo acerca de “robar a Seth”, sin embargo aquello sería lo más emocionante que le estaba pasando en días y no se podía quedar atrás.
Iba a empezar a correr para seguirlo pero se detuvo, claro que no ocultó la carcajada que le produjo la caída de Ken en medio de la nieve y aprovechó el momento para adelantarse un poco. —¿La nieve o tú?— Bromeó.
Una vez cruzada la cerca que rodeaba una de las pocas casas todavía en pie, se puso en puntas sobre sus zapatos para intentar ver algo a través de la ventana. Odiaba ser tan baja, pero no perdía las esperanzas de crecer. —¿Seguro que no hay nadie? No alcanzo a ver nada.— Su corazón le palpitaba con rapidez y al escuchar las últimas palabras del chico, frunció el ceño. —¿Por qué yo? Ve tú.— Susurró en voz baja por si alguien los escuchaba, segundos después recordó la emoción y gruñendo le entregó su arco y flechas, la bolsa con hojas de té y su sombrero. —Esta bien, hazme pie.— Pidió y sin esperar, se aferró a sus hombros y se subió encima de la espalda de Ken. Posteriormente colocó cada una de sus piernas en los hombros de él y ahí si estuvo a la altura necesaria para abrir la ventana. —Acércate un poco más.— Estirándose, pasó una extremidad y luego otra hasta estar en el interior de la casa.—Si viene alguien, me avisas. Buscaré entre los libros el que sea más útil, espero encontrar algo.— Y sin más corrió en silencio hasta la estantería.
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¿Buscar una pista dentro de una tumba? Es una idea genial, pero quizá para otro día donde no haya tanta nieve encima de la tierra. Que se burle de mí me hace poner morritos que intento disimular porque es una niña y las niñas no deberían verme tropezar como un estúpido, pero consigo mantener la dignidad que me queda sin decir ni una sola palabra al respecto y mostrándome completamente digno y despreocupado; sí, mostrarme maduro y genial siempre ha sido un buen método para verme bien delante de los demás.
Ruedo un poco los ojos cuando me discute, por un lado porque odio que me busquen pelea y por el otro porque creí que la idea era obvia, hasta que ella acepta y mi rostro cambia por completo a una sonrisa — De acuerdo — le digo con entusiasmo creciente. Me inclino un poco para poder hacerle de envión sin mucho miedo porque de caernos nos iríamos a la nieve y no al piso, pero en lugar de su pie me encuentro con la pila de cosas que me tiende y atajo como si fuese un malabarista. Me abrazo a sus cosas contra el pecho porque es la única forma que tengo de sostener todo y me mantengo inclinado hacia delante, sintiendo como ella se trepa sobre mí haciéndome soltar algún que otro quejido, en especial cuando sin querer me da con un dedo en el ojo — ¡Me vas a dejar ciego! — me quejo entre divertido y frustrado, acercándome como ella me ha pedido. Vaya, hacía días que no hacía algo de verdad interesante.
Zenda está pronto dentro de la casa y yo asomo mis ojitos por el marco de la ventana, aunque estoy seguro que desde adentro solo se ve un enorme y desacomodado sombrero de lana con dos bolitas marrones asomando — Fíjate en la lista de hechizos prácticos. Sé que el “aparecium” es para revelar mensajes en tinta invisible, pero tiene que haber otro por el estilo… — me giro por inercia cuando siento movimiento a mis espaldas pero solo es Gigi, la perra de Ben, que pasa cerca de nosotros para echarme un vistazo y seguir camino, posiblemente a su cabaña, por lo que ni me preocupo — Hechizos de revelación, hechizos de revelación… diablos, deberían enseñarnos esas cosas en la escuela.
Posiblemente no lo harían porque saben que abusaríamos de ello, pero igual. Me pongo de puntitas para verla mejor y observar como revuelve las estanterías, parando mis orejas en caso de escuchar que alguien se acerca — ¿Sabes? Eres mucho más agradable cuando no discutes por todo — le comento y en caso de que lo tome como una ofensa, le sonrío para que entienda que solo estoy siendo honesto.
Ruedo un poco los ojos cuando me discute, por un lado porque odio que me busquen pelea y por el otro porque creí que la idea era obvia, hasta que ella acepta y mi rostro cambia por completo a una sonrisa — De acuerdo — le digo con entusiasmo creciente. Me inclino un poco para poder hacerle de envión sin mucho miedo porque de caernos nos iríamos a la nieve y no al piso, pero en lugar de su pie me encuentro con la pila de cosas que me tiende y atajo como si fuese un malabarista. Me abrazo a sus cosas contra el pecho porque es la única forma que tengo de sostener todo y me mantengo inclinado hacia delante, sintiendo como ella se trepa sobre mí haciéndome soltar algún que otro quejido, en especial cuando sin querer me da con un dedo en el ojo — ¡Me vas a dejar ciego! — me quejo entre divertido y frustrado, acercándome como ella me ha pedido. Vaya, hacía días que no hacía algo de verdad interesante.
Zenda está pronto dentro de la casa y yo asomo mis ojitos por el marco de la ventana, aunque estoy seguro que desde adentro solo se ve un enorme y desacomodado sombrero de lana con dos bolitas marrones asomando — Fíjate en la lista de hechizos prácticos. Sé que el “aparecium” es para revelar mensajes en tinta invisible, pero tiene que haber otro por el estilo… — me giro por inercia cuando siento movimiento a mis espaldas pero solo es Gigi, la perra de Ben, que pasa cerca de nosotros para echarme un vistazo y seguir camino, posiblemente a su cabaña, por lo que ni me preocupo — Hechizos de revelación, hechizos de revelación… diablos, deberían enseñarnos esas cosas en la escuela.
Posiblemente no lo harían porque saben que abusaríamos de ello, pero igual. Me pongo de puntitas para verla mejor y observar como revuelve las estanterías, parando mis orejas en caso de escuchar que alguien se acerca — ¿Sabes? Eres mucho más agradable cuando no discutes por todo — le comento y en caso de que lo tome como una ofensa, le sonrío para que entienda que solo estoy siendo honesto.
—No te quejes que nos oirán, ha sido sin querer.— Le gruñó mientras intentaba alcanzar la ventana para pasar su torso y luego de conseguir dar el envión con sus piernas, terminó dentro de la casa de Seth.
Era la primera vez que entraba y no por la puerta, y tenía que admitir que así era mucho más emocionante. Gracias Ken.
Al quedar frente a la enorme estantería de libros, empezó a leer uno por uno los títulos, no muy segura de cual los ayudaría con el anillo. —Recuerdo el hechizo Illegibilus, hace que cualquier oración o texto sean invisibles, ¿debe estar el contrario no?— Le preguntó en un susurro a su compañero, sin dejar de rebuscar entre las tapas viejas y amarillentas.
Zenda estaba atenta a no pasarse ningún ejemplar que les fuera de utilidad, pero también a los ruidos que provenían de todos lados, si los atrapaban dentro sin permiso, seguro estarían limpiando estiércol durante seis meses seguidos.
La voz de Ken la sacó de su concentración y se volteó algo confundida, no sabía si hablaba en serio o sólo era una nueva provocación, ¡Encima de que lo estaba ayudando! Pero al ver su rostro y la sonrisa, entendió que al menos esta vez no era una ofensa. —Y tú eres mucho más agradable cuando no me gritas por intentar unirme en una travesura.— Le respondió casi riendo y regresó a la búsqueda. —No veo nada, hay mucho de medicina y hombres lobos y esas cosas...No encuentro nada.
Era la primera vez que entraba y no por la puerta, y tenía que admitir que así era mucho más emocionante. Gracias Ken.
Al quedar frente a la enorme estantería de libros, empezó a leer uno por uno los títulos, no muy segura de cual los ayudaría con el anillo. —Recuerdo el hechizo Illegibilus, hace que cualquier oración o texto sean invisibles, ¿debe estar el contrario no?— Le preguntó en un susurro a su compañero, sin dejar de rebuscar entre las tapas viejas y amarillentas.
Zenda estaba atenta a no pasarse ningún ejemplar que les fuera de utilidad, pero también a los ruidos que provenían de todos lados, si los atrapaban dentro sin permiso, seguro estarían limpiando estiércol durante seis meses seguidos.
La voz de Ken la sacó de su concentración y se volteó algo confundida, no sabía si hablaba en serio o sólo era una nueva provocación, ¡Encima de que lo estaba ayudando! Pero al ver su rostro y la sonrisa, entendió que al menos esta vez no era una ofensa. —Y tú eres mucho más agradable cuando no me gritas por intentar unirme en una travesura.— Le respondió casi riendo y regresó a la búsqueda. —No veo nada, hay mucho de medicina y hombres lobos y esas cosas...No encuentro nada.
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Asiento porque lo que me está diciendo tiene lógica, aunque también es un apremio a que empiece a apresurarse y lo encuentre de una vez. No sé a donde han ido los Niniadis, pero dudo mucho que estén muy lejos, si consideramos lo pequeño del distrito y la nieve que hay por todos lados; incluso pueden estar simplemente durmiendo la siesta. ¿Seth se enojaría mucho si nos viera? ¿Jared se nos uniría y sería de ayuda? Técnicamente no estamos haciendo nada malo, a pesar de que muchos de los adultos esquivan absolutamente todo cuando se trata de hacer preguntas. No voy a entender jamás de dónde sale ese odio y rechazo hacia el pasado.
Ruedo un poquito los ojos por ese comentario pero no elimino la sonrisa, bufando de modo que mi flequillo se me va para arriba por encima de la lana del sombrero — Yo no te reto por unirte, te reto por tu carencia de lógica. Eres demasiado mandada — le explico con toda la honestidad que soy capaz, sin importarme si se ofende o no — Creo que por eso tu hermano no confía en ti. Deberías aprender cómo piensa así te ganas su confianza — he visto a Zenda querer saltar hacia el peligro sin medir las consecuencias antes y jamás lo he comprendido, por lo que siempre me he diferenciado de ella en ese aspecto. Sí, ambos deseamos salir del catorce, la clave está en qué hacemos para conseguirlo.
Como ella dice que no encuentra nada me doy por vencido, apoyo mis manos en el marco de la ventana y usando la pared para impulsarme, trepo con mucha más facilidad que ella y me meto dentro de la casa con obvia impaciencia. Haciendo puntitas, me acerco para tomar un libro y empiezo a hurgar en él — ¿Crees que de verdad duela tanto? — pregunto, mostrándole las ilustraciones de un libro sobre licantropía, que muestra la transformación como algo sumamente doloroso — Siempre quise saber cómo debe ser ponerse en la piel de un animal. Algún día me gustaría aprender animagia — admito, cerrando con fuerza el libro y volviendo a ponerlo en su estante. Claro que hay una diferencia entre un hombre lobo y un animago, pero bueno, la idea va por ahí — ¿A ti te afecta? Tu metamorfomagia, digo — es mera curiosidad. Me agacho, chequeando los tomos más bajos, aunque sigo hablando sin mirarla — Yo creo que es algo genial. Podrías sacarle mucho provecho en combate si aprendes a usarla.
Ruedo un poquito los ojos por ese comentario pero no elimino la sonrisa, bufando de modo que mi flequillo se me va para arriba por encima de la lana del sombrero — Yo no te reto por unirte, te reto por tu carencia de lógica. Eres demasiado mandada — le explico con toda la honestidad que soy capaz, sin importarme si se ofende o no — Creo que por eso tu hermano no confía en ti. Deberías aprender cómo piensa así te ganas su confianza — he visto a Zenda querer saltar hacia el peligro sin medir las consecuencias antes y jamás lo he comprendido, por lo que siempre me he diferenciado de ella en ese aspecto. Sí, ambos deseamos salir del catorce, la clave está en qué hacemos para conseguirlo.
Como ella dice que no encuentra nada me doy por vencido, apoyo mis manos en el marco de la ventana y usando la pared para impulsarme, trepo con mucha más facilidad que ella y me meto dentro de la casa con obvia impaciencia. Haciendo puntitas, me acerco para tomar un libro y empiezo a hurgar en él — ¿Crees que de verdad duela tanto? — pregunto, mostrándole las ilustraciones de un libro sobre licantropía, que muestra la transformación como algo sumamente doloroso — Siempre quise saber cómo debe ser ponerse en la piel de un animal. Algún día me gustaría aprender animagia — admito, cerrando con fuerza el libro y volviendo a ponerlo en su estante. Claro que hay una diferencia entre un hombre lobo y un animago, pero bueno, la idea va por ahí — ¿A ti te afecta? Tu metamorfomagia, digo — es mera curiosidad. Me agacho, chequeando los tomos más bajos, aunque sigo hablando sin mirarla — Yo creo que es algo genial. Podrías sacarle mucho provecho en combate si aprendes a usarla.
Zenda leyó las portadas de libro tras libro, muchas veces tenía que sacarlos y hojear el interior ya que, al ser tan viejos, estaban consumidos por el tiempo y leerlos resultaba tarea complicada.
Las palabras de Ken no le afectaron en lo más mínimo, sabía que tenía razón y no iba a discutir aquello. Muchas personas se lo repetían sin parar, todos en el distrito mantenían los ojos sobre ella para evitar que hiciera alguna travesura y por esto mismo es que Mia era tan mandada, sólo para hacerlos enojar y molestar.
—Nadie confía en mi.— Le replicó sacando un libro de runas de la estantería, pasó la manga de su abrigo sobre la portada para quitar el polvo acumulado y entrecerró los ojos. Todavía intentaba aprender a leerlas, Seth continuamente le ayudaba, pero aquella edición era algo avanzada para ella.
Cuando Ken volvió a hablar, observó las imágenes plasmadas en las hojas y un pequeño escalofrío recorrió su cuerpo de pies a cabeza. Odiaba imaginar a su hermano pasando por aquel dolor cada maldito mes.
Se puso de puntas de pies para alcanzar los estantes más altos y atrapó con algo de dificultad una enciclopedia, o más bien un enorme libro de historia. —Siempre he querido convertirme en un animal para acompañar a Ben y Seth durante la luna llena, pero no lo consigo. A veces puedo hacer cosas increíbles pero no por mucho tiempo, mi cabeza empieza a doler bastante.— Intenta explicar pasando los capítulos hasta que uno en particular llama su atención. No estaba escrito con computadora muggle como el resto y la tinta tampoco era vieja ni desteñida. Alguien estaba escribiendo la historia del distrito 14. —Ken...— Alcanzó a susurrar pero entonces oyó las voces que se aproximaban hacia la puerta.
Las palabras de Ken no le afectaron en lo más mínimo, sabía que tenía razón y no iba a discutir aquello. Muchas personas se lo repetían sin parar, todos en el distrito mantenían los ojos sobre ella para evitar que hiciera alguna travesura y por esto mismo es que Mia era tan mandada, sólo para hacerlos enojar y molestar.
—Nadie confía en mi.— Le replicó sacando un libro de runas de la estantería, pasó la manga de su abrigo sobre la portada para quitar el polvo acumulado y entrecerró los ojos. Todavía intentaba aprender a leerlas, Seth continuamente le ayudaba, pero aquella edición era algo avanzada para ella.
Cuando Ken volvió a hablar, observó las imágenes plasmadas en las hojas y un pequeño escalofrío recorrió su cuerpo de pies a cabeza. Odiaba imaginar a su hermano pasando por aquel dolor cada maldito mes.
Se puso de puntas de pies para alcanzar los estantes más altos y atrapó con algo de dificultad una enciclopedia, o más bien un enorme libro de historia. —Siempre he querido convertirme en un animal para acompañar a Ben y Seth durante la luna llena, pero no lo consigo. A veces puedo hacer cosas increíbles pero no por mucho tiempo, mi cabeza empieza a doler bastante.— Intenta explicar pasando los capítulos hasta que uno en particular llama su atención. No estaba escrito con computadora muggle como el resto y la tinta tampoco era vieja ni desteñida. Alguien estaba escribiendo la historia del distrito 14. —Ken...— Alcanzó a susurrar pero entonces oyó las voces que se aproximaban hacia la puerta.
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— Que melodramática — le reclamo porque hasta donde yo sé, no es que no confíen en sus intenciones, sino en sus decisiones; ya sabes, como cuando todos sabemos que lo haces de buena gana pero que terminas haciendo una estupidez porque no tienes ni idea de cómo hacerlo — Si no te gustan los resultados, deberías cambiar de técnica — le aconsejo simplemente e inflo el pecho porque sí, soy el mayor, por lo tanto los mejores consejos van por mi cuenta.
— Tengo entendido que esos poderes tardan años en desarrollarse y controlarse. Conseguir ser un animago no es tarea fácil y en cuanto a los metamorfomagos… bueno, hasta donde sé pueden ser adultos entrenados y no controlar del todo bien sus poderes — o algo así escuché que explicaban una vez en una de esas clases donde quieren explicarnos por qué somos todos iguales a pesar de haber nacido con diferentes cualidades físicas. Como si tuviese el don de la palabra y el consejo, le doy una amistosa palmada en el hombro — Todavía eres una niña, ya aprenderás a hacerlo bien.
No alcanzo a ver qué es lo que está leyendo cuando oigo perfectamente lo que creo que ella ya ha notado: alguien se acerca. El corazón da un brinco en su lugar a causa de la repentina adrenalina y la urgencia que me atrapa, por lo que le arranco el libro de las manos y lo pongo bajo mi brazo porque es prácticamente el último que no hemos visto y, cualquier cosa, podremos devolverlo — Rápido, a la ventana — es una de esas órdenes que me gustaría gritar pero que termino diciendo en murmullos de exaltación y ni me preocupo en ser un caballero cuando salgo disparado hacia nuestra salida. Paso una pierna, luego la otra, salto del marco y caigo sobre la nieve sin hacer ruido, corriéndome hacia a un lado antes de que Zenda me caiga encima. Sin pensarlo, la tomo de la mano y tiro de ella, corriendo lejos de la casa y levantando copos a nuestro paso con los zapatos, hasta que consigo escondernos detrás de unos arbustos.
Recupero el aliento respirando con fuerza y apoyándome contra el tronco más cercano, sintiendo como mis latidos golpetean contra mi pecho y me hacen vibrar las orejas. Me es inevitable no reírme, muerto de alivio y suelto su mano tan rápido que parece que por un momento me he olvidado de hacerlo, aprovechando a hurgar entre las páginas que nos hemos robado — Bah, es una de las historias tontas de Beverly. Mira — le señalo las frases pomposas que he visto en sus ensayos escolares y ruedo los ojos — Seth debe habérselo quitado. Tengo entendido que ellos les sacan las cosas cuando… — y entonces recuerdo qué clase de historias crea la rubia, así que cierro en libro con fuerza, sintiendo mis orejas enrojecer — Olvídalo — me asomo por el tronco, esperando ver algo que me indique podemos alejarnos sin ser vistos, no muy seguro de cómo devolver el libro. Ha sido una misión sin sentido, pero al menos, ha sido divertida — Gracias por eso — termino agregando, no muy seguro de haber hablado con voz clara; no sé hasta cuanto quiero que ella me oiga.
— Tengo entendido que esos poderes tardan años en desarrollarse y controlarse. Conseguir ser un animago no es tarea fácil y en cuanto a los metamorfomagos… bueno, hasta donde sé pueden ser adultos entrenados y no controlar del todo bien sus poderes — o algo así escuché que explicaban una vez en una de esas clases donde quieren explicarnos por qué somos todos iguales a pesar de haber nacido con diferentes cualidades físicas. Como si tuviese el don de la palabra y el consejo, le doy una amistosa palmada en el hombro — Todavía eres una niña, ya aprenderás a hacerlo bien.
No alcanzo a ver qué es lo que está leyendo cuando oigo perfectamente lo que creo que ella ya ha notado: alguien se acerca. El corazón da un brinco en su lugar a causa de la repentina adrenalina y la urgencia que me atrapa, por lo que le arranco el libro de las manos y lo pongo bajo mi brazo porque es prácticamente el último que no hemos visto y, cualquier cosa, podremos devolverlo — Rápido, a la ventana — es una de esas órdenes que me gustaría gritar pero que termino diciendo en murmullos de exaltación y ni me preocupo en ser un caballero cuando salgo disparado hacia nuestra salida. Paso una pierna, luego la otra, salto del marco y caigo sobre la nieve sin hacer ruido, corriéndome hacia a un lado antes de que Zenda me caiga encima. Sin pensarlo, la tomo de la mano y tiro de ella, corriendo lejos de la casa y levantando copos a nuestro paso con los zapatos, hasta que consigo escondernos detrás de unos arbustos.
Recupero el aliento respirando con fuerza y apoyándome contra el tronco más cercano, sintiendo como mis latidos golpetean contra mi pecho y me hacen vibrar las orejas. Me es inevitable no reírme, muerto de alivio y suelto su mano tan rápido que parece que por un momento me he olvidado de hacerlo, aprovechando a hurgar entre las páginas que nos hemos robado — Bah, es una de las historias tontas de Beverly. Mira — le señalo las frases pomposas que he visto en sus ensayos escolares y ruedo los ojos — Seth debe habérselo quitado. Tengo entendido que ellos les sacan las cosas cuando… — y entonces recuerdo qué clase de historias crea la rubia, así que cierro en libro con fuerza, sintiendo mis orejas enrojecer — Olvídalo — me asomo por el tronco, esperando ver algo que me indique podemos alejarnos sin ser vistos, no muy seguro de cómo devolver el libro. Ha sido una misión sin sentido, pero al menos, ha sido divertida — Gracias por eso — termino agregando, no muy seguro de haber hablado con voz clara; no sé hasta cuanto quiero que ella me oiga.
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