The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Got to make it on my own

Sabía que estaba haciendo mal, realmente mal a decir verdad. Conocedora de los enredados horarios de su progenitora, aquellos que la llevaban a ausentarse de casa en unas horas que causaban que pudieran pasar veinticuatro horas sin ver los respectivos rostros la una a la otra, abandonó la protección de la isla del Capitolio con un cometido que estuvo rondando varios días su inquieta cabeza. El origen de la agitación se encontraba en una lectura sobre una poción de ojos abiertos, sus efectos podían deducirse con el nombre y Lëia sintió deseos de experimentar con su caldero; no obstante, encontró su gozo en un pozo al recorrer diferentes tiendas por la isla sin encontrar dos ingredientes fundamentales para la creación de la poción. Incapaz de retirar su curiosidad, buscó información sobre esa planta, la centunaida, en sus libros de herbología. Entonces el cielo se despejó y un rayo de luz iluminó su camino al saber su localización en Neopanem, sin embargo, había una nueva complicación: era natural de los distritos del norte.

El descubrimiento le llevó días sopesando la idea de ir pero Zoey se negaría a dejarla ir tan lejos y en una zona dominada por personas que no estaban lo que se podría decir conformes con el gobierno de Jamie Niniadis. Finalmente, tomó una decisión.

Y ahora se encontraba a los pies de una estación ruinosa, nada que ver con lo que fue en otro tiempo quizás. Sólo tenía unas horas para encontrar la planta así que no perdió demasiado tiempo en contemplar el entorno, acto que le resultó complicado; era la primera vez que pisaba el Distrito 11 desde que era una niña, según su madre vivieron allí en los albores del cambio de régimen, cuando el desafortunado incidente las separó por meses. La imagen decadente a medida que atravesaba las calles hacía que un fuerte sentimiento se desatara en su pecho, ¿Miedo? ¿Pena? ¿Rabia? ¿Desazón? El nombre de Sebastian Johnson acudió, súbito, a sus pensamientos. Fue en ese mismo distrito donde fue encontrado y detenido por las fuerzas de seguridad, llevado a un juicio que presenció y que le demostró una faceta entre adultos que quebró algo en su interior aunque no lo supiera. Inspiró, acelerando el ritmo de sus zancadas alejándose cada vez más de las calles de la ciudad.

Le llevó un considerable rato pero al fin estaba en las colinas del distrito, con pequeñas zonas de arboledas, ¿Por dónde comenzar? Sabía que adentrarse al bosque sería en vano ya que no crecían por dicha zona así que se dispuso a caminar por los prados abiertos, acercándose a zonas rocosas con la esperanza de advertir los tonos rosáceos de la flor. Ensimismada con su tarea, no prestó atención al entorno ni nada que pudiera acercarse.

Finales de otoño - colinas - Alder
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Got to make it on my own

Alder era, de toda la vida, un hombre dado a la soledad. No solo por su condición actual: desde niño había adquirido la costumbre de perderse por los espesos bosques del distrito Siete, acompañado como mucho de sus hermanas mayores –si estas elegían no molestar demasiado– y disfrutando de lo que el paisaje le enseñaba, nada más. Podría decirse que gracias a esa costumbre, sabía perfectamente como cazar en condiciones donde los sureños no podrían, como borrar su rastro o como encaramarse a lo alto de un árbol de mayor altura que esas casas de ricos del archipiélago sin miedo a caer. No, esas costumbres no las perdería jamás. Lo que sí perdió fue el amor por los espacios cerrados, la tranquilidad que le otorgaba estar a cubierto tras los árboles en cualquier momento. Eso sí fue a causa de su licantropía. Odiaba sentirse encerrado.

Por eso los bosques del distrito Once eran perfectos para él. Pura naturaleza en un espacio abierto. Después de una semana trabajando sin descanso en la mina del Doce, donde su claustrofobia acababa por ahogarlo al final de cada jornada, no era raro verlo huir, casi corriendo, al distrito vecino. Y pasear, sin más. Mirando siempre al cielo, receloso cuando la silueta casi translúcida de la luna al atardecer amenazaba con una nueva noche de terror para él. Por suerte, hacía ya más de una semana de la última. Estaba a salvo. Allí, sentado en una roca entre las colinas y el inicio del bosque, se sentía protegido. El espesor verdoso a su espalda y la inmensidad rojiza frente a él. Una metáfora perfecta para como se sentía siempre, entre dos mundos.

Desde su posición no tardó en ver una figura oscura que se movía entre roca y roca. Alder frunció el ceño y entrecerró los ojos, concentrado en ver de qué se trataba. Parecía una persona y, por sus movimientos, buscaba algo. En cualquier otra circunstancia, habría permanecido inmóvil, ocupando su papel típico de observador. Pero debía volver a casa en algún momento –su estómago rugió con afirmación–, así que se levantó de su asiento y partió hacia la figura, despacio. No era imbécil, bien podía ser un vecino del Once como algún purista toca narices con el que no tendría un buen cruce de palabras. Usando esa habilidad innata de caminar sin hacer ruido, con las manos en los bolsillos y actitud despreocupada, llegó a cierta distancia, hasta que la reconoció. Sí, conocía a aquella cría. Aunque le costó ubicar su figura, sobre todo porque la estaba viendo de espaldas.

¿Lëia?—. Alzó una ceja y se acercó algo más. No había pasado tanto tiempo como para olvidarla, teniendo en cuenta que la chica le había ayudado una vez, cuando se perdió en los distritos sureños y su captura era casi inminente. Pensó, con desagrado, que pese a los intentos de ella por salvarle sin casi conocerlo, poco tiempo después le habían capturado igual. Y como, más de un año después, aún conservaba el ademán de meter la mano por debajo de la chaqueta para alcanzar su varita. Intentó no pensar en ello.

¿Qué haces aquí? No... no es un buen sitio— repuso, sin entrar en detalles. Era obvio a qué se refería, y más teniendo en cuenta con quién hablaba. Estaba siendo serio, como siempre, pero internamente se alegraba de verla. Uno no veía caras amigables con mucha frecuencia.

Finales de otoño - Colinas - Lëia
Anonymous
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