'Podríamos irnos', le dijo a su hermano, con el ceño fruncido. No hablaban mucho sobre, bueno, irse, pero, ¿qué mejor opción había? Eran miserables allí: Al menos a Alex, todo le recordaba a sus padres. Qué bueno que no vivían en el destruido once, porque las historias que su padre les había contado sobre los en ese entonces rebeldes, abundaban en ese distrito. Le dio un sorbo al jugo de naranja que había tomado de la cafetería de la escuela, y luego se lo dio a su hermano. Todos los días agarraba jugo, y todos los días lo compartía con su hermano. Era una especie de ritual que, al final de cada día escolar, se sentaran al fondo del depresivo "jardín" del orfanato—un terreno sin hierba, con dos árboles grandes muertos hasta el final, y otros más pequeños, apenas sobreviviendo, repartidos por allí.

Giró la cabeza y por un momento de pánico creyó que los estaban escuchando, pero, ¿a quién le importaba, realmente, la conversación de los gemelos? A nadie, probablemente. Se recargó en el tronco y tomó un palito del suelo, arrugando la nariz. 'Tendríamos que ser importantes', murmuró, 'mamá y papá hicieron al menos lo mismo que todos los demás min... agh', negó con la cabeza, y por poco no rompe el palito contra el suelo. Se puso a dibujar círculos en la tierra, y luego miró a su hermano, sus labios apretados. 'Podríamos irnos, ¿no?', le preguntó, ladeando la cabeza con curiosidad pura. De repente, su mente se llenó de ideas para irse, para llegar a algún otro lugar, para cualquier otra cosa que no fuese estar allí.

Estiró su mano, pidiendo el jugo silenciosamente. Suspiró, y luego hizo una mueca. Si se iban, claro, dejarían de ver a su madre: Se trasladaba continuamente entre los distritos del norte, por lo que la veían de vez en cuando. Si se iban, perderían por completo aquello, y Alex no estaba dispuesta a entregar la penúltima cosa que le quedaba en la vida. 'Espero que papá vuelva pronto', terminó, con la voz triste, y le dio un trago al jugo, que de pronto ya no sabía tan dulce como hacía unos momentos atrás.