OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Aparezco en el living de mi casa con tanto escándalo que mi gato se despierta del susto y sale disparado en dirección a la cocina como la bola gorda de pelos que es, pero no me preocupo por él porque tengo asuntos más urgentes que atender. Las luces se encuentran apagadas y la oscuridad solo es interrumpida por algún que otro foco de la calle, pero la sensación de seguridad de estar por fin lejos de todo y no oír absolutamente nada más que nuestras respiraciones es lo suficiente como para suspirar de alivio a pesar de que sé que la noche no ha terminado.
Suelto la mano de Andy aunque no deseo hacerlo y enciendo una lámpara que tiñe la sala de un color cálido, apresurándome a correr las cortinas para que nadie ande husmeando en caso de que deseen averiguar qué hace un humano sin sus amos en mi casa, esa a la que absolutamente nadie entra. Sé que deberían ser genios como para adivinar que se trata de un muggle, pero es mejor prevenir chismes que curarlos. Mis pies descalzos, esos que han corrido por todos lados, empiezan a sentirse adoloridos ahora que la adrenalina ha bajado, pero en lugar de chequearlos regreso hacia mi amigo y lo tomo por el rostro para asegurarme que se encuentre bien, buscando alguna herida visible — Dime que no te han hecho mucho daño — murmuro, tanteando por su cuello y luego pasando a sus brazos.
Me sorprende el paso del tiempo cuando me doy cuenta de que Anderson ahora ocupa mucho más espacio del que recuerdo, algo que noto especialmente cuando paso mi mano por el centro de su pecho. Mis dedos continúan siendo delgados y pequeños en comparación a pesar de que he crecido algunos centímetros, pero me es inevitable sentirme pequeña. Una parte de mí quiere romper en llanto pero la otra, la Jolene de todos los días, me obliga a mantener los labios quietos y mirarlo con suavidad, alzando mi rostro hacia esos ojos cálidos que había extrañado.
Abro la boca pero no sale nada de mí así que vuelvo a cerrarla. Quiero ofrecerle agua, vendas, una cama para descansar, pero parece que no soy capaz de moverme ni de decirlo. Al final, cuando por fin me sale la voz, parece una acción involuntaria y los ojos se me llenan de lágrimas que ya no puedo contener después de más de dieciséis años — Lo siento tanto. Perdóname por todo — y sin poder contenerme, me pongo a llorar como cuando teníamos ocho años, a los pies de una fuente que hoy en día es una pila de rocas sin agua.
Suelto la mano de Andy aunque no deseo hacerlo y enciendo una lámpara que tiñe la sala de un color cálido, apresurándome a correr las cortinas para que nadie ande husmeando en caso de que deseen averiguar qué hace un humano sin sus amos en mi casa, esa a la que absolutamente nadie entra. Sé que deberían ser genios como para adivinar que se trata de un muggle, pero es mejor prevenir chismes que curarlos. Mis pies descalzos, esos que han corrido por todos lados, empiezan a sentirse adoloridos ahora que la adrenalina ha bajado, pero en lugar de chequearlos regreso hacia mi amigo y lo tomo por el rostro para asegurarme que se encuentre bien, buscando alguna herida visible — Dime que no te han hecho mucho daño — murmuro, tanteando por su cuello y luego pasando a sus brazos.
Me sorprende el paso del tiempo cuando me doy cuenta de que Anderson ahora ocupa mucho más espacio del que recuerdo, algo que noto especialmente cuando paso mi mano por el centro de su pecho. Mis dedos continúan siendo delgados y pequeños en comparación a pesar de que he crecido algunos centímetros, pero me es inevitable sentirme pequeña. Una parte de mí quiere romper en llanto pero la otra, la Jolene de todos los días, me obliga a mantener los labios quietos y mirarlo con suavidad, alzando mi rostro hacia esos ojos cálidos que había extrañado.
Abro la boca pero no sale nada de mí así que vuelvo a cerrarla. Quiero ofrecerle agua, vendas, una cama para descansar, pero parece que no soy capaz de moverme ni de decirlo. Al final, cuando por fin me sale la voz, parece una acción involuntaria y los ojos se me llenan de lágrimas que ya no puedo contener después de más de dieciséis años — Lo siento tanto. Perdóname por todo — y sin poder contenerme, me pongo a llorar como cuando teníamos ocho años, a los pies de una fuente que hoy en día es una pila de rocas sin agua.
No soporto las apariciones. Cuando mis pies vuelven a tocar suelo por un instante me separo de ella porque creo que voy a vomitar. Cada vez que Jess se ofrece a hacer ese tipo de cosas por mi (o incluso Liam), no suelo dejarlos. A medias porque no quiero meterlos en problemas, pero ¿siendo sincero? la mayoría de esas veces porque no soporto como esa cosa te gira las entrañas y luego pretendes que vivas con eso el resto de tu existencia.
Pero al final no vomito. Tal vez sea por la adrenalina que acaba apaciguando ese vuelterío, o las manos de Jolene que de repente tengo apretando mis mejillas. Desde luego, por un instante, me corta la respiración. — No hagas eso. — Susurro a modo de súplica, y no estoy seguro de si es porque eso me revuelve algo por dentro, o por lo que significaría que alguien nos viera. Sé que ha cerrado las ventanas, pero eso no importa. Hace tiempo que aprendí que el gobierno tiene ojos que miran a través de las cortinas.
Al principio ni siquiera tengo aliento para resistirme, pero eventualmente llevo mis manos a las suyas. Aún son más pequeñas que las mías. También me he dado cuenta de esa estupidez. — Te lo dije. Te seguí en cuanto te encontraron. Toda la historia. Todos los juicios. Sé por lo que has pasado para estar ahora aquí, en paz. No voy a dejar que lo arruines por una preocupación que solo puede ser unilateral — Era mi deber asegurarme de que ella estuviera bien; pero no así mismo el suyo sobre mi estado. Esbozo una sonrisa y ladeo la cabeza. Eso probablemente iba a ser lo más difícil, después de pasarnos toda la vida acostumbrados a un mundo donde podíamos ser amigos, acabábamos de entrar a uno donde eso podría matarnos.
Me río. No puedo evitarlo. Siento como si el mundo se hubiera pasado toda la vida intentando matarnos. — Está bien. No fue tu culpa. — Huir sin mi le salvó la vida. Si la atraparan después de haber huído conmigo, ni ella ni yo estaríamos con vida.
Por un instante me permito ser débil, porque no puedo dejarla llorando sin más, así que la abrazo con suavidad y acaricio su espalda. Algo tan simple como eso, a lo que en el pasado no le había dado importancia, ahora se transforma en algo que llevaba deseando hacer una eternidad. — No llores. Estás viva. Eso es más de lo que puede decir la mitad de las personas que pasaron por un juicio como el tuyo. — Había tenido suerte, lo sabía; por eso quería evitar a toda costa estropear todo lo que había conseguido. Porque se lo merecía.
Pero al final no vomito. Tal vez sea por la adrenalina que acaba apaciguando ese vuelterío, o las manos de Jolene que de repente tengo apretando mis mejillas. Desde luego, por un instante, me corta la respiración. — No hagas eso. — Susurro a modo de súplica, y no estoy seguro de si es porque eso me revuelve algo por dentro, o por lo que significaría que alguien nos viera. Sé que ha cerrado las ventanas, pero eso no importa. Hace tiempo que aprendí que el gobierno tiene ojos que miran a través de las cortinas.
Al principio ni siquiera tengo aliento para resistirme, pero eventualmente llevo mis manos a las suyas. Aún son más pequeñas que las mías. También me he dado cuenta de esa estupidez. — Te lo dije. Te seguí en cuanto te encontraron. Toda la historia. Todos los juicios. Sé por lo que has pasado para estar ahora aquí, en paz. No voy a dejar que lo arruines por una preocupación que solo puede ser unilateral — Era mi deber asegurarme de que ella estuviera bien; pero no así mismo el suyo sobre mi estado. Esbozo una sonrisa y ladeo la cabeza. Eso probablemente iba a ser lo más difícil, después de pasarnos toda la vida acostumbrados a un mundo donde podíamos ser amigos, acabábamos de entrar a uno donde eso podría matarnos.
Me río. No puedo evitarlo. Siento como si el mundo se hubiera pasado toda la vida intentando matarnos. — Está bien. No fue tu culpa. — Huir sin mi le salvó la vida. Si la atraparan después de haber huído conmigo, ni ella ni yo estaríamos con vida.
Por un instante me permito ser débil, porque no puedo dejarla llorando sin más, así que la abrazo con suavidad y acaricio su espalda. Algo tan simple como eso, a lo que en el pasado no le había dado importancia, ahora se transforma en algo que llevaba deseando hacer una eternidad. — No llores. Estás viva. Eso es más de lo que puede decir la mitad de las personas que pasaron por un juicio como el tuyo. — Había tenido suerte, lo sabía; por eso quería evitar a toda costa estropear todo lo que había conseguido. Porque se lo merecía.
¿Qué no haga qué? ¿Qué no lo toque? Por un momento hace que quiera apartarme con miedo de haberlo ofendido, pero pronto sus manos toman las mías y todo parece volver a la normalidad; y no hablo de esa normalidad falsa que vivo todos los días, sino a la vida de hace años atrás, cuando éramos niños y solamente contábamos el uno con el otro. Que reproche mi preocupación, aunque sé de dónde proviene ese pensamiento, hace que sacuda la cabeza — Tú sabes que no es así… — quizá el gobierno quiere que seamos solamente esto, pero nadie puede borrar años de historia.
Hace años que no oigo a Andy reír y a pesar de llanto, me atrevo a imitarlo con una risita vaga, ahogada por los espasmos deformes de las lágrimas. Mi cabeza se sacude primero de arriba a abajo y luego hacia los costados debatiéndose entre una afirmación y una negación, porque sí fue mi culpa; yo decidí irme en un acto egoísta, en una venganza ridícula que me valió años lejos de ellos cuando más me necesitaban. Y sí, hablo en plural porque los dos sabemos bien que habían más personas, solo que ahora todos ellos están muertos.
Estar nuevamente en los brazos de Andy se siente tan bien que aunque no obedezco su orden de detener el llanto, cierro los ojos y respiro con lentitud acomodándome contra él. Escondo mi cabeza entre su cuello y su pecho, apoyando mis manos allí donde puedo sentir el latir real de su corazón y como se eleva ante cada respiración — No es eso… — murmuro — Te he extrañado, Andy. Lamento haberme equivocado como lo hice… — sé que ya no tiene sentido decir nada, puesto que pasó mucho tiempo, pero tengo que sacármelo de adentro. Que al menos sepa que no he querido jamás hacerle daño.
Me separo con mucho cuidado, dejando caer poco a poco las manos hasta que me encuentro de pie frente a él. La imagen se me hace tan absurda que me río con nerviosismo, atreviéndome a tocar su cabello, quitando algunos mechones de su frente — Vas a quedarte pelado, tienes entradas — pico sus sienes con los dedos casi midiendo el tiempo que ha pasado entre nosotros y le dedico una sonrisita, bajando los dedos hasta presionarte una mejilla — pero éstas siguen igual de pellizcables — no le pido disculpas por mirarlo de pies a cabeza, llevándome la mano a la nuca para rascarme torpemente — ¿Quieres…? ¿Necesitas agua, una ducha, lo que sea? Tengo un botiquín si estás herido — ¿Cómo se supone que tienes una conversación después de todo lo que ha pasado?
Hace años que no oigo a Andy reír y a pesar de llanto, me atrevo a imitarlo con una risita vaga, ahogada por los espasmos deformes de las lágrimas. Mi cabeza se sacude primero de arriba a abajo y luego hacia los costados debatiéndose entre una afirmación y una negación, porque sí fue mi culpa; yo decidí irme en un acto egoísta, en una venganza ridícula que me valió años lejos de ellos cuando más me necesitaban. Y sí, hablo en plural porque los dos sabemos bien que habían más personas, solo que ahora todos ellos están muertos.
Estar nuevamente en los brazos de Andy se siente tan bien que aunque no obedezco su orden de detener el llanto, cierro los ojos y respiro con lentitud acomodándome contra él. Escondo mi cabeza entre su cuello y su pecho, apoyando mis manos allí donde puedo sentir el latir real de su corazón y como se eleva ante cada respiración — No es eso… — murmuro — Te he extrañado, Andy. Lamento haberme equivocado como lo hice… — sé que ya no tiene sentido decir nada, puesto que pasó mucho tiempo, pero tengo que sacármelo de adentro. Que al menos sepa que no he querido jamás hacerle daño.
Me separo con mucho cuidado, dejando caer poco a poco las manos hasta que me encuentro de pie frente a él. La imagen se me hace tan absurda que me río con nerviosismo, atreviéndome a tocar su cabello, quitando algunos mechones de su frente — Vas a quedarte pelado, tienes entradas — pico sus sienes con los dedos casi midiendo el tiempo que ha pasado entre nosotros y le dedico una sonrisita, bajando los dedos hasta presionarte una mejilla — pero éstas siguen igual de pellizcables — no le pido disculpas por mirarlo de pies a cabeza, llevándome la mano a la nuca para rascarme torpemente — ¿Quieres…? ¿Necesitas agua, una ducha, lo que sea? Tengo un botiquín si estás herido — ¿Cómo se supone que tienes una conversación después de todo lo que ha pasado?
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