OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Some things aren't random
Mi nombre nunca salió en la prensa, nunca me metí en problemas, nunca fui famosa; eso me pone en ventaja con el resto de repudiados a quienes se les ve de lejos quienes son y los líos en los que están metidos. Alguien le vio utilidad a eso, así que cuando se trata de hacer recados en distritos donde sería imposible colarse sin ser detectado, han empezado a usarme. Estas cosas no me gustaban al principio, no quería acabar en Alcatraz habiendo escuchado las historias que había escuchado acerca de ese lugar, pero después de pasar el control por primera vez, incluso con lo nerviosa que estaba, ese miedo pasó a un segundo plano. Ahora me muevo por el resto de distritos como si hubiera vivido allí toda la vida, lo cual facilita el acceso a los informantes.
Esta vez voy al distrito 8 a recoger una bolsa de medicamentos que necesita un niño del barrio donde vivo. Esto no es una misión ni nada por el estilo, solo un favor a una persona desesperada cuyo hijo pequeño se anda muriendo de diabetes y que tiene la suerte de tener una amiga dispuesta a jugarse el cuello consiguiéndole lo que necesita. No es la primera vez que voy, pero si la primera que me muevo por un lugar tan vigilado como el distrito 8, ya que la persona que estoy buscando tiene una botica y por cuestiones personales no pudo acercarse a donde habitualmente solemos quedar (a las afueras del distrito 4).
Mantengo el perfil bajo, ropa holgada, pinta de niña rica indeseable, el cabello suelto por completo que debido al viento que se ha levantado a veces me cubre la cara (y aunque esto es una casualidad, me viene bastante bien) y avanzo por las calles parándome de vez en cuando en los escaparates para echar un vistazo y fingir del todo que solo estoy comprando. El camino hacia la botica es largo, así que también cambio de calle, me metro entre algunos callejones y acabo en plena plaza, en un mercado donde todas las cosas fuera de temporada se están vendiendo casi regaladas.
Me parece reconocer el pelo de Ethan entre la multitud y se me hace un nudo en la garganta al verlo girarse. Su mirada conecta con la mía un instante y reacciono tarde al huir. Si hubiera sido un poco más rápida, no habría expuesto mi cara para él de esa manera; porque tal vez no sea famosa para nadie en este puto país, pero él y yo crecimos juntos. Aprovecho la mareada de gente para perderme entre ella y ocultarme con la mayor rapidez posible; no sé que historia les habrá contado Riorden con mi desaparición, pero hay una parte de mi deseando que no hubiera sido la verdad.
Finales de Noviembre - Comercios - Ethan Weynart
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Some things aren't random
El Distrito 8 nunca ha sido de mi agrado, pero he de reconocer que lo veo con otros ojos desde que me encontré hace poco más de un mes con la mismísima Jolene Yorkey en una cafetería. El olor a fábrica y que se dedican al sector textil es lo que siempre ha hecho que lo vea como un distrito aburrido y horrible, por lo que he evitado venir siempre que he podido. Sin embargo, últimamente vengo más de lo que estoy acostumbrado. Me gustaría poder decir que es porque he quedado con Jolene, pues me dio su número de teléfono antes de despedirnos, pero no. Si he vuelto a poner un pie en este distrito, es otra vez por orden de mi padre adoptivo... Y esta vez para mirarle una túnica nueva para algo de no sé qué gala benéfica que se hará la semana que viene.
En realidad no sé ni para qué me manda al Distrito 8 teniendo buenas tiendas de ropa en el Capitolio, pero bueno. Teniendo en cuenta que sé que le hubiera gustado que fuera a la gala, pero que no voy a ir porque prefiero quedarme trabajando en Trophy 2.0, no le he dicho nada sobre que por qué no iba él. Además, sé que está bastante ocupado con el evento porque estuvo buscando diseñadores de interiores, organizadores, y todas esas cosas que se necesitan pero que no entiendo de ese mundillo.
Al final he acabado cogiendo la más decente que he visto, que también termina siendo una de las más caras, y decido pasearme un rato por la zona comercial del distrito antes de coger el traslador de vuelta. Por un instante la multitud de gente me resulta agobiante, pues estando las fechas navideñas tan cerca, parece que todos decidan ir a comprar a la vez. La gente es una de las razones por las que nunca me ha gustado tener que ir a comprar, pero por muy agobiado que esté, también agradezco el barullo y el jaleo porque es algo que falta en la Isla Ministerial.
Ni siquiera sé cómo alcanzo a reconocerla teniendo en cuenta que a cada paso que doy, me encuentro con dos personas más. La cuestión es que lo hago, porque probablemente nunca olvide ese cabello, esos ojos y ese rostro en general que tan familiar me es. Literalmente, porque crecimos juntos y solo nos llevamos dos años. Por un instante me quedo congelado cuando miro directamente a Joyce, quien aunque la diferencia de edad sea poca y más bien fuéramos como primos, legalmente era mi tía porque su padre era mi abuelo. O su padre adoptivo. Es complicado todo lo que pasó. Riorden nunca entró en detalles exactos y solo se limitaba a decir que su padre biológico no era Ludovic, que era una sangre sucia de padres muggles. Sé que no están bien vistos dentro de nuestra sociedad, pero eso no era excusa para echarla de la familia y repudiarla, por muy en secreto que se hiciera.
En cuanto reacciono, me hago paso entre la multitud para llegar hasta ella, y agarrarla con cuidado de la muñeca, temiendo que decida marcharse porque ahora me odie o algo por el estilo. — No te vayas, por favor. — Porque ya la perdí una vez, y no quiero volver a hacerlo.
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Huyo de Ethan como si no hubiera mañana, pero nada es suficiente. Me atrapa por la muñeca pero al menos hemos conseguido acabar en un callejón sin miradas indiscretas. No digo que me freno en seco, porque sería mentira; lucho contra su agarre por inercia sin mirarle, tirando de mi muñeca incluso si eso me lastima, pero eventualmente me acabo rindiendo, más que nada por su petición suplicante. La duda de qué les contó Riorden acude a mi cabeza otra vez. ¿Les dijo que me fui porque quise? Espero que nadie haya sido tan idiota como para tragarse algo así. Amaba esa casa, más de lo que incluso amé la mía original. — ¿Como no voy a irme? — Nunca pensé en qué haría si una situación así se me presentaba; pero había perdido toda la esperanza desde que salí de casa solo con una pequeña mochila, dos mudas de ropa y una elfa doméstica que me siguió por pura lealtad.
Pongo mi mano sobre la suya y me ayudo de la fuerza extra para soltarme, pero al final, no escapo; solo recupero mi mano. — Ethan, no puedes ir por ahí haciendo estupideces así, relacionándote con personas como yo — Le reclamo. Escupo las palabras como si fuera un sermón, pero creo que nunca tuve derecho a darle ninguno. Pero siempre fue el pequeño; aunque solo fueran dos años los que habían entre nosotros, era el pequeño. — Ahora ya no estamos juntos. Estamos en bandos distintos. Cosas así podrían costarte la vida. Riorden te matará. — Ni siquiera sé porqué todo este tiempo he estado susurrando, como si temiera que alguien que no debía nos oyera. Y aunque hablo de Riorden como si fuera un monstruo, ambos sabemos que exagero; como exageraba cuando estaba haciendo algo que no debía y usaba esa misma frase. Siempre fue la máxima autoridad entre nosotros dos, porque Ludovic nunca ejerció ninguna. — No sé que te habrá dicho, pero hizo lo que tenía que hacer para protegeros a todos. —
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No sé cómo responder a su pregunta aunque sea una retórica. Me gustaría poder soltarle que no tiene que huir de mí, que no la juzgo y que me da igual las cosas que Riorden dijera porque para mí sigue siendo la misma persona con la que crecí, independientemente del tipo de sangre que corra por sus venas. Es la misma Joyce que en más de un cumpleaños me despertó de un tartazo en la cara; la misma con la que hacía trastadas cuando no éramos más que unos críos. Que técnicamente fuera mi tía nunca importó, porque con la poca diferencia de edad, era más como una prima o la hermana mayor que nunca tuve. — Solo quiero hablar contigo — acabo respondiendo mientras suelto su mano después de un rato en el que ella intenta que la deje libre. Nada me garantiza que no vaya a salir corriendo, pero siempre he confiado en ella, y ahora no va a ser menos por mucho que las circunstancias hayan cambiado.
No voy a negar que me sorprende ver cómo me echa la bronca porque es una faceta suya que hasta ahora nunca había visto. Normalmente siempre que alguien me decía que hacía algo mal, ella estaba a mi lado escuchando el mismo sermón que yo. — No sabes si estamos en bandos diferentes — replico en voz baja, pero lo suficientemente alto como para que me escuche. Nunca he creído tener los mismos ideales que Riorden y el resto de mis tíos, por mucho que todos den por hecho que sí simplemente por mi apellido. En realidad no sé ni cuáles tengo. Siempre he evitado hablar de política pero, sinceramente, algunas cosas de los últimos meses están haciendo que cada vez me distancie más. He estado creyendo que simplemente era porque el juicio de Sebastian Johnson me había recordado al de mis padres, pero supongo que va mucho más allá de eso y es un cúmulo de cosas como el haber tenido que separarme de Joyce porque su sangre es muggle, o incluso ver cómo tratan a los squibs como Keiran o Violet, o la gente como Jolene. Son demasiadas cosas. — Sé que hizo lo que debía hacer políticamente hablando, pero eso no quita que esté bien. Eres de la familia, Joy, y a ti no te estaba protegiendo cuando lo hizo. — No culpo a Riorden porque podríamos habernos metido en un lío si hubiéramos seguido como si nada. La culpa de esto es de la constitución estúpida que tenemos.
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No sabes si estamos en bandos diferentes
Odiaba cuando hacía eso. Odiaba cada vez que solo por discutir empezaba a enreversar todas las cosas y a hacerlo todo mucho peor. Le pego inmediatamente en un puñetazo contra el hombro, después de que varios "no" agudos y seguidos, salieran de mis labios con una voz bastante aguda y casi inaudible. — ¡Esto no es un juego, ethan! — Porque estoy deseando que esas palabras hubieran salido solo porque quería llevarme la contraria, como cuando era yo quien le llevaba la contraria en lo que pasó en libros que leímos a destiempo y solo le decía cosas erróneas por fastidiar; donde el mayor problema de mi existencia era con qué iba a molestarlo ese día. — Ethan. No puedes hacerle esto, no puedes hacerte esto — Mi voz se tensa, mientras las palabras salen atropelladas. Le suplico un por favor muy inteligible y luego me centro en no perder el ritmo normal de mi respiración.
¿Y si no está mintiendo? ¿Qué voy a hacer si no está mintiendo?
Me llevo las manos al cabello para alisarlo hacia atrás, de alguna forma eso me relaja lo suficiente como para poder pensar. Escuchar esas palabras de él no me es para nada cómodo; hay una parte de mi gritando que tengo que obligarlo a callarlo, mientras que hay otra parte que grita en mi cabeza que él tiene razón. Excepto porque yo no soy una Weynart. Nunca lo fui en realidad. — A veces hay que sacrificar a alguien para salvar a la mayoría — No me importaba ser esa persona; era la elección obvia. — Podría haber sido peor. ¿Sabes? Podría haberme enviado a prisión. Yo no soy como vosotros. Yo no soy como tú, Ethan. — Ni siquiera lo miro al hablar, solo suelto las palabras y retrocedo hasta que mi espalda choca contra la pared mugrosa de aquel callejón. — Tienes que dejar de hacer esto. Personas murieron para que tu tuvieras la oportunidad de vivir una vida como la que tienes; no seas hereje. No desperdicies esas vidas de esa forma, como si no valiera nada. — Además, en el fondo, me aterra que le pase algo.
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Me repatea que se piense que lo digo en broma, como si no fuera lo suficientemente mayor como para darme cuenta de lo que está en riesgo. Conozco a la gente que está al poder del país desde que tengo uso de razón, y sé perfectamente lo que dirían si ahora mismo me estuviera escuchando. — ¡No soy un crío! — suelto hablando en un tono de voz más alto ahora. Siempre me han tratado como si lo fuera por ser el más pequeño de los chicos, y ya estoy harto. — Tengo conciencia propia como para saber lo que hago y si está mal o no. No puedes decirme lo que puedo creer o no — protesto, esta vez en un tono más tranquilo y algo más calmado. Hablar de malas maneras no nos va a llevar a ningún punto, y no quiero discutir con ella, no después de tanto tiempo sin verla y sin saber cómo está. — Quitando todo eso, solo quiero que formes parte de mi vida otra vez. No te pido que te vengas a vivir con nosotros, pero... ¿por qué no podemos vernos de vez en cuando? — Probablemente me suelte alguna chorrada, pero con sentido, de que es un riesgo, pero no me importa.
Tengo que contar hasta diez para no soltar una burrada cuando me empieza a dar la explicación sobre que algunos murieron para que el país estuviera como está ahora. Lo sé perfectamente porque yo estuve dentro de todo el meollo, y yo mismo sufrí algunas de esas consecuencias cuando me tiré en coma más de un año por culpa de un disparo que no iba para mí. — Lo sé, ¿vale? Pero eso no es lo único que importa en esta vida, porque la familia debería ser lo primero. — Primero perdí a mis padres, y luego a Alec. No puedo dejar que ella también se vaya. — A veces daría todo lo que tengo para que pudiéramos ser una familia normal todos, y los que se han ido estuvieran todavía. — Ella no conoció a Alec, pero a mis padres sí, pero supongo que se imagina que lo digo por los tres. Nunca me ha importa el dinero, ni siquiera vivir en esa maldita Isla apartada del resto de distritos.
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Ya sé que no es un crío, ese es el problema. Ojalá lo fuera. Ojalá todavía pudiera ordenarle que comiera o que hiciera los deberes (aunque yo tuviera que hacer los míos casi al mismo tiempo que él). Nunca tuvimos una relación tía-sobrino como es debido, y en realidad la sangre Weynart no corre por mis venas, pero crecí con ellos, los quiero lo bastante como para preferir que se queden en casa durmiendo que en medio de un conflicto que ni siquiera yo entiendo. Haría lo que fuera por poder darle órdenes y eso me frustra. Quiero golpearlo pero al final solo aprieto mis puños con fuerza y suelto una queja exasperada, como si solo acabara de abrir mi diario privado. — Ya lo sé. ¡Ya lo sé! — Intento que se calle, porque entre más habla más me doy cuenta de que quizá si debería haber prestado a atención a esas miradas hacia la ministra a la que no le di importancia, o a esos comentarios aleatorios entre dientes que nunca escuchaba nadie excepto yo, cuando estaba junto a él. Quizá lleva demasiado tiempo dándole vueltas a esos pensamientos que ahora le están poniendo en riesgo. — ¡Me da igual lo que pienses, Ethan! ¡aquí no andas escogiendo ropa! Elegir la opción incorrecta podría... podría... — No puedo ni decirlo. Podría acabar preso, o lo que es peor, muerto.
Estoy tan desesperada en ese instante que suelo un grito frustrado, doy un golpe en el suelo con uno de mis pies y me llevo la mano a la frente, pegando no solo una palmada sino también pasándola hacia atrás bruscamente. Me hago daño, pero eso de alguna manera me devuelve la claridad al cerebro. — No podemos. Es peligroso. — Murmuro suavemente, ni siquiera estoy segura de si me oyó. — Ya sé que quieres ser mayor. Pero esto no va de edades. Todos te queremos, Ethan. ¿Lo sabes, verdad? ninguno de nosotros quiere que te pase nada. — Y quizá a veces lo tratemos como un crío precisamente por eso. — ¿Qué harás si te relacionan con los terroristas solo por venir a verme? — Ahogo esas palabras recordando mi primera noche en el distrito cinco, una noche que daría cualquier cosa por que hubiera sido la última.
Pero yo también le echo de menos. Ojalá solo dependiera de nosotros. — Eso es lo que ha hecho Riorden, poner a los Weynart por delante. — Doy un paso hacia él, ese que retrocedí furiosa, y tomo una de sus manos entre las mías. Las recordaba más pequeñas, pero seguramente sea solo mi imaginación. No ha pasado tanto tiempo desde la última vez que nos vimos. — Está bien. No estoy molesta con él, y tu tampoco deberías. Él solo quiere manteneros a salvo a todos y yo también, aunque tenga que irme, aunque ya no pueda veros más. — Me miento a mi misma, porque aunque sé que eso es verdad (pondría mi mano al fuego por ello), sé que lo hizo porque era su deber y yo no le importo en lo absoluto. Duele, pero puedo superarlo. — La gente nunca se va del todo siempre que la recuerdes. Pero ¿sabes? para recordarlos debes seguir respirando. — Bromeo con eso último, aunque creo que me sale como el culo. — Lo siento. — Me disculpo por el chiste. — Y si me prometes que de verdad solo quieres verme, puedo hacer algo... —
Finales de Noviembre - Comercios - Ethan Weynart
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Acabo llevándome las manos a los rizos para revolverme el cabello; un gesto que suelo hacer cuando estoy nervioso e intento ordenar las prioridades. Y un gesto que probablemente ella reconozca porque llevo haciéndolo desde bien pequeño. Estamos un callejón más o menos ancho, pero incluso así, me siento como si estuviera enjaulado entre cuatro paredes y noto el impulso de empezar a andar de un lado a otro, como si eso fuera a solucionar los problemas que tengo ahora mismo. — Solos nos llevamos dos años, Joy — acabo diciendo como si eso lo explicara todo. Nunca la vi como una tía, a diferencia de a Elle, por ejemplo. Nos llevamos tan pocos años que siempre resultó extraño verla como a alguien a quien debía obedecer. Si a veces ya me cuesta con Keiran o Annie cuando con ellos me llevo seis y siete años, con ella es peor porque la diferencia se reduce a solamente dos. — Tú también podrías acabar en peligro. — Porque entiendo lo que quiere decir, pero eso no quita que ella corra riesgo. Me da igual que tuviera que irse.
Que nombre a los terroristas me descoloca por un segundo, y la miro con el ceño fruncido, intentando comprender lo que quiere decir. — ¿Terroristas? Tú no eres una terrorista. — Se supone que esa gente vive en el tan misterioso Distrito 14, ¿no? No entiendo qué tiene que ver que Joyce viva fuera, lejos de la Isla Ministerial, y que sea de familia muggle para que eso signifique que esté relacionada con terroristas. — ¿Por qué dices eso? — Intentar deducir yo solo a lo que se refiere no me va a llevar a ninguna parte, así que es mejor que pregunte directamente. A estas alturas no pierdo nada por intentar que me dé alguna explicación.
Llegamos a un punto en el que nuestra conversación parece el pez que se muerde la cola porque no paramos de volver a las mismas cosas. Mientras que ella dice que Riorden hizo lo que debía hacer por los Weynart, yo continúo diciendo que ella también es una de nosotros. Claro que comprendo que era mejor que se llevara todo en secreto, que se marchara antes de ser juzgada y de que la hubiera metido en Alcatraz o algo por el estilo por hacer ver que tenía otra sangre mágica. Pero sigo molesto y... en realidad ni siquiera sé cómo explicarlo. — Riorden también te echa de menos — digo, y me muerdo el labio. No me lo ha dicho directamente, pero he crecido con él y le conozco. — Guarda todos los regalos de cumpleaños que le diste y tus fotos. Y el otro día le pillé mirando el álbum familiar. — Sé que no estaba mirando simplemente las fotos del resto porque cerró el álbum en cuanto me vio entrar. Exagerado. — ¿De verdad? ¿Podemos vernos? — Me fío de su palabra, pero teniendo en cuenta el encuentro que hemos tenido, no puedo evitar sorprenderme.
Finales de Noviembre - Comercios - Joyce Henderson
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