The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Estoy agotado y no precisamente hablo del significado físico, sino también mental. Han pasado pocos días desde la luna llena y todavía no tengo una charla con mi padre para hablar de hombre a hombre por todo lo que ha pasado en la última cena familiar, lo que significa que he estado evitando a varias personas la última semana con tal de no escuchar quejas o más rumores estúpidos. He buscado la compañía de Seth en más de una ocasión y ha sido de ayuda, en especial porque hace tiempo que no tenemos una charla los dos con Sophia como en las viejas épocas, pero su casa está poblada y no puedo quedarme a dormir como hacía antes. Eso significa que mi otra opción de compañía es Alice pero cuando la busco está teniendo una charla con Murphy de vaya a saber qué cosa, así que no me meto y es de noche cuando todavía sigo tirado en el césped en medio de las granjas.

Es una noche fresca, de esas donde no sopla el viento pero que el simple ambiente te da a entender que el invierno está cada vez más cerca y que la chaqueta que llevo puesta se está encargando de que no termine con un resfrío insoportable el día siguiente. Puedo escuchar a los caballos a pocos metros sin siquiera tener la necesidad de prestar atención y los grillos parecen estar montándose una orquesta mientras mis ojos se mantienen fijos en el cielo despejado, mucho más estrellado de lo que es dentro de NeoPanem, mientras mis dedos dan golpecitos en el pecho a un ritmo desconocido que me ayuda a encontrar la paz. Me gusta estar solo, pero ahora mismo me encantaría poder hablar con alguien ajeno a toda esta locura, a pesar de que creo que es básicamente imposible...

Momento, no lo es. Mis dedos se quedan quietos cuando me doy cuenta de ese detalle y muevo los ojos como si estuviese en medio de una encrucijada, hasta que me atrevo a tantear mi abrigo, primero lento luego con más urgencia, hasta chocar con los bordes del espejo comunicador que llevo en el bolsillo interno. Lo saco con cuidado y lo observo, moviendo un poco en un intento de ver cómo funciona hasta que le doy un suave golpecito en el cristal. Siempre que uso estas cosas es con Seth y ya tenemos la confianza como para sentir que la comunicación es automática, pero con Arianne... ¿Y qué si ella no quiere hablarme? Básicamente no quiere saber nada de mí si no es una emergencia y no puedo decir que esta sea una, pero se supone que somos amigos. ¿No? Al menos lo pienso mientras froto por un segundo la bufanda que llevo puesta y que ella me ha regalado.

Sin levantarme me pego el espejo al ojo como si así pudiese ver dónde lo ha metido y miro a ambos lados en un intento de chequear que nadie me está escuchando, hasta que suspiro y carraspeo un poco para aclararme la garganta — ¿Ari? — intento llamarla, no muy seguro de que va a escucharme. ¿Qué hora es? ¿Estará cenando o ya durmiendo? ¿O ninguna de esas cosas? — Arí... ¿Estás ahí? — y repito su nombre unas cuantas veces, hasta chiflo y la llamo como si fuese un perro, hasta que me estoy por dar por vencido y tirar el espejo por ahí cuando aparece de una vez, lo que me hace sonreír a medias — Lo siento. ¿Mal momento?
Benedict D. Franco
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Dejó caer tanto su abrigo como el pequeño maletín sobre el sillón más cercano a la entrada de su vivienda, caminando con un cansado arrastre de pies en dirección a la jaula de Moony y abriendo la jaula de la pequeña ave y encaminándose en busca de algo que se convirtiera en su primera comida en condiciones de todo el día. Si es que aquello se podía considerar el mismo día. Desde el momento en el que se emitió el juicio, al menos la parte que al gobierno le interesó mostrar a sus ciudadanos, la seguridad se había intensificado, los arrestos y los ‘chivatazos’ acontecían con tanta frecuencia que se veían sobrepasados en demasiadas ocasiones, no teniendo el tiempo, si quiera, en el que poder disfrutar de una adecuada comida a mitad del día. Se buscaban soluciones rápidas, procesamientos rápidos para poder pasar al siguiente y despachar todo en el mínimo tiempo posible.

Frunció el ceño, observando el interior de su refrigerador, en busca de algo que captara su atención. Aun habiendo pasado tantas horas desde que consumió algo, la visión de los alimentos no era algo que la llenara, nada conseguía saciar, al menos visualmente, su hambre. Acabó optando por recorrer los armarios hasta dar con una bolsa de patatas fritas que se convertiría en su salvación del momento. Se inclinó en dirección a la puerta, esperando que el timbre sonara en cualquier momento y, cuando abriera la puerta, apareciera un Marco en busca de la razón por la que llegaba tan tarde a casa en los últimos días. Era una especie de ‘reo’. Encerrada en su propio cuerpo por voluntad propia, pero también en su vivienda. Daban igual los años que transcurrieran, los logros que alcanzara o la visión que diera de sí misma al exterior, siempre sería tratada como una persona de cristal por las personas que más la conocían.

Llevó una patata hasta su boca, sintiendo como su mascota la alcanzaba y, al instante, intentaba quitársela de la boca, agarrándola y volando hasta la puerta más cercana. —Hasta tú me restringes la comida— ironizó tomando otra y comiéndosela con rapidez a la par que se dejaba caer sobre el sofá. Estirado las piernas al frente y ayudándose con los pies para quitarse los zapatos mientras seguía comiendo. Sabía que si cerraba los ojos un solo segundo acabaría por dormirse, sucumbir al cansancio; y quizás no era una mala idea del todo. Los cerró. Tragó saliva, disfrutando del silencio que se vio interrumpido de la forma más confusa posible. ¿Ari? Sus ojos se abrieron y se dirigieron, automáticamente, a la puerta y luego a la ventana. Meneó la cabeza, desechando la idea de haber escuchado realmente una voz hasta que ésta se repitió de nuevo obligándola a levantarse y caminar sin un destino fijo hasta que consiguió ubicar la voz de su interlocutor y arqueó ambas cejas abriendo su maletín y buscando en uno de los bolsillos hasta dar con el pequeño espejo que mantenía envuelto en una tela de color marrón oscuro. —¿Ben?— preguntó retirando la tela y mirando el reflejo de éste en la grisácea superficie.

Después de preguntar se sintió algo estúpida, era obvio que tenía que ser él. —Oh, no, solo no sabía si era mi imaginación o realmente una voz me nombraba— se permitió decir encaminándose hacia el sillón y sentándose con cuidado de no realizar movimientos bruscos. —¿Ha pasado algo?— las palabras salieron instintivamente de sus labios, no siendo capaz de procesarlas antes de ser pronunciadas. En el momento que lo vió no surgió la idea en su mente, pero ella misma le había pedido que la llamara solo cuando sucediera algo. Había colocado aquella barrera de forma voluntaria.
Arianne L. Brawn
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Hay algo en su rostro que me dice que estoy interrumpiendo un momento muy parecido al sueño, por lo que intento mostrarme lo más arrepentido que puedo a pesar de la sonrisa, encogiéndome un poco en mi lugar como si me estuviese consumiendo la culpa — el mismo que viste y calza — respondo cuando dice mi nombre, aunque creo que no es necesario aclararlo porque yo le he dado el espejo así que dudo que pudiese ser otra persona. Intento no reírme de ella cuando dice que posiblemente estuviese delirando y ensancho los labios para mostrarle todos los dientes en un gesto genuino — Quizá tomaste mucho alcohol y por eso tienes esa cara. ¿Dormías? — pregunto tratando de no sonar muy jocoso. Quizá en algún momento tuvimos la confianza para las bromas o reuniones nocturnas, pero esta dinámica es completamente nueva y es casi como conocernos de nuevo. No puedo decir que sigamos siendo las mismas personas de nuestra adolescencia a pesar de que nuestra esencia siga allí.

Oh, no, no ha pasado nada — creo que sueno tan despreocupado que hasta debería darme vergüenza el llamarla y coloco mi mano debajo de mi cabeza para poder verla mejor, hasta que me doy cuenta de que estoy básicamente posando y me acomodo para tener una postura más casual. ¿Por qué mierda estoy posando? Acomodo el espejito para que no se note y muevo un poco para ayudarme con la luz de la luna y el reflejo de la iluminación del otro lado del cristal, en un intento de que no sienta que está hablando con una silueta sin sentido — Solo estaba... bueno. Estoy aburrido y necesitaba una cara amiga para sentirme mejor. No ha sido una buena semana.

Creo que sería muy estúpido el confesarle que estuve teniendo problemas que incluyen mujeres y mi familia, así que me voy al menos vergonzoso de todos — Los días posteriores a la luna llena son un poco molestos — le explico — y deseaba chequear que no te habías metido en problemas por mi culpa. ¿Ha estado ocurriendo algo en NeoPanem? — quizá Jamie Niniadis decidió que había que quemar a los bebés muggles o algo así. Siento un mujido a lo lejos y giro la cabeza, suspirando — shh, Bessie, cállate — le ordeno en un murmullo insistente a la vaca, quien se mueve en la oscuridad — lo siento por eso. No es como si esto fuese precisamente como la gran ciudad.
Benedict D. Franco
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
De camino hacia el sofá intentó acomodar su cabello, colocándolo hacia atrás en un intento de no parecer que acababa de despertarse y aparecía allí de la primera manera que había pillado. Aunque no fue lo suficientemente rápida, o quizás era demasiado evidente al tratarse de la hora que se trataba. —Ojalá fuera producto del alcohol— dijo con un leve guiño en su rostro. Al menos habría estado entretenida o lo habría hecho porque lo deseaba, pero su expresión de cansancio no era especialmente por aquello. Aun así negó con la cabeza, sentándose en el sofá con las piernas estiradas y sosteniendo el espejo con una mano.

Él se trataba de la única persona con la que usaba un medio como aquel para comunicarse, con el resto de personas que la rodeaban era mucho más… ¿fácil? En general no era fácil poder hablar con ella, pero sin duda era diferente a aquello. El hecho de que lo llevara siempre con ella le daba la importancia suficiente. Esperaba no tener que escuchar su voz en cualquier momento por varias razones; llevarlo con ella era demasiado peligroso, aún más si de golpe hablaba y aparecía al otro lado de la imagen, y mucho más porque le pidió que solo lo utilizara cuando fuera estrictamente necesario. Alzó ambas cejas en una extraña mezcla de preocupación y sorpresa. —Oh— fue lo único que alcanzó a decir a sus palabras. Tomó un mechón de pelo, recogiéndolo tras su oreja, escuchando la razón por la que se trataba de una mala semana. Ni siquiera recordaba que ya hubiera pasado la luna llena, su cabeza estaba tan llena de tarea que ni recordaba, realmente, el día en el que vivía. —¿Cómo fue? No creo que sea lo mismo las breves descripciones de los libros con la realidad— se permitió preguntar, observando, con notable curiosidad, la imagen de Benedict en el espejo. —No te preocupes por mí, puedo controlar todo… esto— En realidad no podía controlar nada, pero se trataba de su propia vida la que no controlaba, el exterior era relativamente más fácil. Negó con la cabeza, apoyando la espalda contra el respaldo en un intento de estar más cómoda.

—¿Eso era una vaca?— cuestionó con cierta diversión en sus facciones. Le gustaban los animales, eran realmente los únicos seres vivos a los que trataba bien por completo, pero no se imaginaba en mitad de la noche con alguna… vaca cerca. —Tiene que ser curioso vivir allí, y un gran cambio— aseveró. No conocía las circunstancias en las que vivían ni nada de lo que los rodeaba, pero estaba segura de que no tenía ni punto de comparación con la NeoPanem. —¿Te importa que coma algo?— preguntó entonces inclinándose al frente para tomar la bolsa de patatas y casi metiéndose dentro del espejo por lo poco acostumbrada que se encontraba al objeto
Arianne L. Brawn
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Si no es producto del alcohol, entonces la he atrapado en medio del sueño y hago una muequita de culpa. En la oscuridad que me rodea puedo centrarme muy bien en como se arregla el pelo y no puedo evitar sentir cierta envidia a la comodidad de una casa común y corriente con electricidad, agua corriente y comodidades a las cuales estaba muy acostumbrado antes de terminar en este lugar. Y en medio de esos pensamientos, su pregunta sobre mi luna llena me deja un momento fuera de sitio porque la verdad no estoy muy acostumbrado a esas dudas, lo que me hace abrir los ojos de par en par — Fue... bueno, no recuerdo mucho. Es como cuando tienes una noche de borrachera muy intensa y solo recuerdas fragmentos de cosas que hiciste sin estar controlando tus acciones o pensamientos — intento sonar mucho más natural de lo que me siento, porque creo que no es cosa de todos los días el explicarle a una chica como es lo de transformarse en una bestia peluda asesina una vez al mes — solo he estado en las montañas y tengo algún que otro rasguño. Nada grave, aunque te mueres de cansancio y hambre cuando regresas — y ni hablemos de los cambios de humor.

Me siento aliviado cuando prácticamente me dice que está todo bien y sonrío suavemente, empujando con mi mano libre el suelo para sentarme con un envión — me alegra oírlo — admito, no solo por mí sino también por ella. Me sacudo algo de pasto del pelo y me río por lo bajo cuando me doy cuenta de que ha escuchado perfectamente a la vaca, sabiendo lo ridículo que se debe ver desde su punto de vista — Oh, sí. Ya te la presento — me siento un idiota pero me pongo de pie con rapidez y tanteo en busca de una linterna hasta que encuentro la que llevo colgada al cinto y enciendo la luz — Depende. ¿Vas a convidarme un poco? — ironizo. Avanzo unos pocos pasos tratando de iluminar mi camino hasta que llego al corral donde están las vacas durante la noche, moviendo el espejo para que en vez de verme a mí, vea la cara de la pobre Bessie que parece quejarse un poco por mi interrupción a la oscuridad — Ella es Bessie, Bess para sus amigos. Tuvo un ternero hace poco. Tenemos vacas, caballos, cerdos, algunas gallinas... perdimos muchos animales en una tormenta hace semanas pero podremos con eso — nuestra granja se ha reducido considerablemente pero aumentar las horas de caza está ayudando a que podamos tener menos problemas de alimentación. Algo así — No sé si es un gran cambio. Pero si tienes estrés... bueno, aquí nadie va a molestarte.

Apago la luz un poco y giro de nuevo el espejo hacia mi en un intento tanto de verla como para no dejarla hablando con una vaca, apoyándome apenas en las maderas del corral — A que nunca me creíste un granjero — bromeo, rascándome la barbilla despreocupadamente — Aunque la verdad es que no lo soy. No me ocupo tanto de los animales, salvo que necesiten de mi ayuda... aunque bueno, suelo ser de los que pescan  — quizá le estoy dando demasiada información, pero es que soltar las palabras es demasiado fácil con ella. Es la primera amiga en mucho tiempo con la que puedo contar mis cosas sin sentir que sabe todo de mí  — ¿Sabes? He estado usando tu bufanda estos días. Creo que tuviste una buena idea ahora que no falta mucho para que empiece a nevar. No es como si la ropa nos sobrase — y aunque estamos compartiendo las prendas con todos, su regalo es algo que solo yo he utilizado.
Benedict D. Franco
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Estiró las piernas al frente, golpeándose en mitad de una de estas y provocando que una mueca de dolor se dibujara en su rostro a la par que inclinaba su cuerpo, desapareciendo del reflejo del espejo durante unos segundos que se estiró masajeando con la mano la zona en la que se había golpeado. Casi se sentía como una manca teniendo todo el rato la diestra ocupada sujetando el ovalado objeto. Limpió con el pulgar una pequeña mancha en el fino marco, centrando su mirada allí hasta que comenzó a explicarle como era la realidad de una transformación como aquella, enfocando entonces su cansado y azul mirar en dirección a su rostro, asintiendo con la cabeza cada pocas palabras. “Solo que es más fácil controlar a un borracho” quiso comentar inicialmente, acabando por morder su labio inferior contrariada. No era bonito algo como aquello. —Tiene que ser duro— acabó por decir, acomodándose como buenamente pudo. —, y no me refiero solo al durante y al después, sino saber que se acerca el día y va a pasar quieras o no— intentó explicarse, frunciendo los labios compungida.

Meneó la cabeza, dejando ir el aire y volviendo a inclinarse para, en aquella ocasión, tomar la bolsa de patatas y mirar en ambas direcciones en busca del modo de colocar todo lo que tenía entre manos. Aprovechando que se levantara en busca del animal dejó el espejo a un lado, cruzando las piernas y colocando la bolsa en el hueco que quedó en éstas, tomándolo de nuevo con la diestra e intentando que quedara recto apoyado en sus pies. Era una postura algo extraña, y de la que estaba segura se cansaría en pocos minutos, pero al menos no tenía las manos ocupadas todo el tiempo. —No creo que puedan atravesar el espejo pero…— habló tomando una de las patatas y acercándola en dirección al oscuro reflejo, chocando con éste. —Nadie dirá que no lo intenté— bromeó llevándosela a la boca y sin retirar su mirada del espejo hasta que, de súbito, el rostro del animal apareció sobresaltándola y provocando que el espejo casi cayera al suelo. Sus oxidados reflejos salvaron el momento sujetándolo con ambas manos e intentando recolocarlo. —Hola Bessie— saludó acariciando con un dedo el rostro reflejado de la vaca. —Un lugar donde poder desconectar de todo. No suena mal del todo— indicó con seguridad tomando otra patata y masticándola lentamente antes de ser atacada por una prominente tos que precipitó a acallar llevando una mano a su boca. Irónicamente no lo imaginaba con la imagen actual sino al pequeño Benedict con un mono vaquero y una camisa a cuadros; la típica escena de granjeros, la que todos tenían por no haberse animado a ir a los distritos que se ocupaban de aquello.

—Nunca se deja de ser del distrito cuatro— puntualizó con seguridad, carraspeando y dejándolo todo a un lado para poder ir hasta la cocina y tomar algo de bebida que bajara el nudo de su garganta. Esbozó una pequeña y sincera sonrisa, de esas que pocas personas veían con asiduidad. —Si necesitas algo solo tienes que pedirlo, aunque las cosas están algo complicadas podría encontrar el modo de hacértelo llegar— anunció abriendo el frigorífico y tomando un envase de zumo que vertió en un vaso. —Parece un tour por mi casa, pero no es nada premeditado— aseguro bebiendo antes de ser atacada por Moony que revoloteó a su alrededor y acabó por apoyarse sobre su cabeza.
Arianne L. Brawn
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
No quiero decirle que es duro porque lo es, pero admitirlo en voz alta por alguna razón me pone en la situación de volver a lamentarme por algo que ya me ha hecho gruñir lo suficiente, valga la ironía, así que suelto un "meh" y muevo la cabeza de un lado al otro en un gesto de "mas o menos".  No quiero darle pena y creo que no la he llamado precisamente para llorar mis problemas, sino para olvidarlos un momento. Pero Ari aparece y desaparecer un momento y por la expresión de su cara, intento no reírme para preguntar: — ¿Estás bien? — quizá se la dio con la mesa o algo. ¿Tiene una mesa ahí?

Veo la papita chocar contra el espejo en un acto tan infantil y genuino que empiezo a reírme rasgando la mirada, rogando que mis risas no floten en la oscuridad hasta llegar a las casas y que me tomen por loco por estar hablando solo, o incluso peor, que intenten averiguar quien me mantiene a estas horas reaccionando de esa manera — Deliciosa, la mejor papa frita que he probado en mi vida — bromeo alegremente y es penoso, pero creo que es la alegría más honesta que he tenido estos días. Estiro la mano para acariciar la trompa de la vaca en cuanto ella sacude la cabeza antes de darle la espalda al saludo de Arianne y suelto un chistido — es una maleducada — lo digo como si de verdad estuviese decepcionado y desaprobando la actitud del animal aunque acabo sonriendo hacia ella una vez más, ignorando los movimientos pacíficos de las criaturas a mis espaldas que están más preocupadas en dormir que en mi presencia — No, la verdad es que no suena mal para nada. A ti te gustaría, Ari, hay mucho verde — tengo que admitir que  con los años he aprendido a admirar el catorce con nuevos ojos y no solamente con los de una persona agradecida por tener donde mantenerse con vida. Quitando la falta de algunas comodidades, es un sitio increíble para vivir. Como sea, la línea de pensamientos que voy teniendo es interrumpida por la tos de mi amiga y apego un poco hacia mí el espejo como si eso hiciera alguna diferencia — espero que no te mueras conmigo en plena comunicación o seré testigo de tu homicidio efectuado por una papa frita.

Pero parece que el asesinato no llega a cumplirse porque Arianne se levanta y sigue con su camino, haciéndome un recorrido involuntario por su casa de la cual puedo ver las paredes, algún que otro cuadro o ventana y entonces parpadeo ante la luz de una cocina — No, el cuatro jamás se va — coincido quedamente, frotándome el puente de la nariz para alcanzar a apretarme los ojos con los dedos por el cambio repentino de iluminación — Quizá podamos vernos alguna otra vez. ¿Te crees que no tengo mis métodos para que nadie me vea? — y por primera vez sonrío como si fuese el dueño del mayor secreto del estado, aunque estoy seguro de que muchos políticos amarían saber cómo es que nos colamos entre ellos tan fácilmente. Por inercia, mi mano libre aprieta el bolsillo encantado donde entra toda mi capa de invisibilidad.

Ver que anda bebiendo me da una repentina sed y me relamo los labios en un intento de contenerla, haciendo un gesto para que no se preocupe — Tienes una casa linda. Si pudiera mostrarte la mía te horrorizarías, pero está llena de gente durmiendo — otro de los problemas que me dan estrés pero tampoco quiero hablarle de eso. La interrupción del ave me toma por sorpresa y me echo un poco hacia atrás involuntariamente para verla mejor, moviendo la cabeza hacia un lado como un perro curioso — Hola, tú — saludo automáticamente al animal intruso — ¿Quién es tu amigo, Ari?

Quizá es tonto, pero esta situación me resulta extrañamente agradable, en especial porque hace mucho tiempo que no me vinculo con alguien que parece estar dentro de una casa común y corriente; sería más reconfortante si olvidase que estoy tratando con ella desde el otro lado de un cristal. Me separo del corral y avanzo algunos pasos hasta sentir el césped más suave, donde me siento en plena oscuridad, con la orquesta de grillos y animales haciéndome compañía. Todo muy diferente a su realidad — Estás en el cuatro. ¿No es cierto? — pregunto, levantando un momento la vista hacia la calma de la noche, fijándome principalmente en lo claro de la luna — No tienes idea de lo mucho que extraño ese lugar. Todavía me acuerdo del olor del océano, la sensación de la arena en los pies... diablos, hasta el hedor del puerto — me río por lo bajo al recordar ese detalle algo desagradable y suspiro, soplando hacia arriba y haciendo que mi flequillo vuelve un momento en el aire — ¿Cómo es ahora? — le pregunto, bajando el tono de voz porque aunque nadie puede escucharme, siento esto como un secreto — El cuatro. No he ido desde antes de la caída de los Black. ¿Cuánto ha cambiado en todos estos años? ¿El señor Appleton sigue a cargo de la heladería de la plaza principal o eso tampoco existe ya?
Benedict D. Franco
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Asintió con la cabeza, realizando a la vez un leve movimiento con la diestra para quitarle importancia. Siempre estaba golpeándose con todo lo que la rodeaba, al menos cuando estaba en casa sola, lo cual era un consuelo bastante grande no hacerlo frente a los demás. En alguna ocasión había aparecido la idea de limar todas las esquinas de los muebles de la vivienda para ahorrarse momentos dramáticos como al última vez que se golpeó con la cabeza contra la esquina de la puerta de un armario abierto; ni siquiera sabía por qué no había tenido que ir al hospital en más de una y dos ocasiones. Esbozó una pequeña sonrisa cogiendo otra patata frita y masticándola con tranquilidad; la extraña sensación que pocas veces la recorría cuando mantenía una conversación con otra persona. Era cómodo poder hablar de aquel modo, sin tener que preocuparse por un paso o acercamiento en falso, no teniendo que estar pendiente de cada una de sus reacciones, del tic nervioso que siempre se instauraba en su cerebro ante la cercana presencia de alguien más. Desgraciadamente inevitable. Mas la costumbre propia y los que la rodeaban era tal que casi ni tenía que rehuir en situaciones, ya que éstas no se daban.

Dio un par de golpecitos con un dedo sobre el rostro del animal, quedándose dándoselos en la cola cuando le dio la espalda y aún no había aparecido el rostro de Benedict en el reflejo. Vaya. —Me ha caído bien— contestó con voz ligeramente animada y alejando la mano del espejo. Tomó otra patata, llevándola hasta sus labios pero quedando a medio camino y arqueando ambas cejas. —¿Crees que me gustaría? Lo cierto es que estoy reprimiendo mi curiosidad por lo que te rodea— se declaró culpable en unas cuantas palabras. ¿Cuándo había sido la última vez que aquello pasó? Los años habían pasado sin que nada se apoderara de su interés, realizando día tras día la misma monótona rutina que ella misma había elegido pensando que podría hacer algo bueno pero, simplemente, teniendo que acabar siguiendo los pasos de los demás los considerara justos o no.

Tosió un par de veces, intentando que la comida dejara de atorar su garganta, caminando y tomando el primer envase de zumo que se cruzó en su mirada. La risa se mezclaba con la tos y la ahogaba más de lo que le hubiera gustado, lo miró entre divertida y como reprimenda antes de verte algo del contenido en un vaso y beber. —¿Puedo decir algo?— se atrevió a preguntar cuando hubo terminado y dejado el vaso a un lado. No dejó que contestara con una afirmación o una negación, solo iba a contestar cuando Moony hizo acto de presencia y se posó sobre su cabeza. Volvió la mirada hacia arriba, recordando lo ridícula que se debía de ver en aquel momento y mirando hacia un lado, alzando la mano en dirección al pájaro que se agarró a su dedo. —No sé si podría estar con mucha gente, este pequeño es mi única compañía en casa— aseveró acariciándolo con el dedo pulgar e intentando hacerlo girar para que lo viera mejor. —Este es Moony, y te aseguro que con los desconocidos es mucho menos amable que Bessie— terció colocándolo sobre su hombro con cuidado. La llegada de Moony la había interrumpido, pero tampoco estaba molesta por ello ya que, quizás, sus palabras no habrían sido demasiado acertadas de ser pronunciadas.

Carraspeó esbozando una pequeña sonrisa y encaminándose hacia el sofá, de nuevo. Se dejó caer, volviendo a cruzar las piernas y apoyando el espejo para poder volver a comer. Quizás, por el momento, el sueño había desaparecido pero el hambre se instauraba en la boca de su estómago bramándole  con insistencia. Asintió, volviendo el rostro hacia la ventana. Por desgracia no era una de las viviendas desde las que se pudiera ver el mar, pero se conformaba. Inclinó la cabeza hacia un lado, sorprendiéndose a sí misma al encontrar en sus gestos, palabras y voz a la pequeña persona que había conocido demasiados años atrás. Quizás estaba muy cambiado físicamente pero seguía siendo su Bennie. —Han cambiado de lugar algunas ubicaciones y… bueno, muchas de las personas que antes estaban aquí ya no lo están— maquilló sus palabras. Personas que ya no están. Se podía tomar como que habían muerto por alguna razón o que habían sido llevados arrastras de allí por no poseer magia recorriendo sus venas. —A decir verdad hacía mucho tiempo que no caminaba por el cuatro, e ir a comprar lo que me pediste fue mi primera ‘excursión’ quizás en años— reconoció sin problema alguno, alcanzando otra patata y llevándola hasta su boca con despreocupación, ni siquiera le resultaba extraño aquello se sentía demasiado cómoda hablando.
Arianne L. Brawn
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
No voy a decirlo pero es obvio que le ha caído bien, porque Bessie siempre me ha parecido un animal genial para observar. Por un instante intento imaginarme a Arianne en el distrito catorce, muy lejos de los trajecitos con los cuales la vi las últimas veces y las normas estresantes de un lugar como NeoPanem; por alguna razón que desconozco, suelto una pequeña sonrisa — Claro que te gustaría. Ojalá pudieras verlo — es un deseo utópico, pero honesto. Traer a alguien externo al catorce es algo que no hacemos al menos que sea alguien en problemas y creo que ella no entra dentro de esa posición.

Toda su pantomima por culpa de la tos me hace la gracia suficiente como para tratar de no hacer ruido por mi cuenta, aunque cuando me pregunta si puede decir algo muevo la mano frente al espejo en un gesto de invitación a que proceda con lo que quiere decir. No recuerdo a Arianne como la persona más sociable del mundo así que no me sorprende cuando habla de su poca capacidad para estar con muchas personas, por lo que muevo la cabeza de un lado al otro junto con el cristal en un intento de verlo mejor cuando ella trata de mostrármelo — Moony. Le queda el nombre — confieso, sacudiendo mi mano frente al espejo como si el animal pudiese devolverme el saludo y pronto me siento un ridículo, así que abro y cierro los dedos hasta rascarme la cabeza en un intento de disimular el gesto.

Que se mueva de un lado al otro me causa gracia y curiosidad y en más de una ocasión me tienta el preguntar qué tan incómodo es su sofá, pero como empieza a hablarme del cuatro me olvido muy rápido de sus posturas y me muevo en mi sitio para sentarme más derecho como cuando mamá me contaba cuentos a la hora de dormir. Sentado con las piernas cruzadas como un indio, apoyo el codo en mi rodilla para sostener con más facilidad el espejo, usando mis nudillos de la mano contraria para recargar mi cabeza. No sé como sentirme al respecto cuando me dice que ha cambiado porque ya me lo imaginaba, pero de todos modos me es inevitable no sufrir de cierto pesar — ¿Ah, sí? — pregunto — ¿Por qué no sales? El cuatro es genial para pasear. No sabes de lo que te estás perdiendo — o quizá yo lo añoro porque ya no lo tengo, es como una especie de ley el querer lo que no puedes tener.

El viento sopla con suavidad y me revuelve el pelo, pero lo que más me fastidia son algunas hojas caídas que llegan hasta mí y se me pegan, por lo que me muevo para quitármelas de encima en un intento de no sacudir tanto el espejo como para no marearla — Lo siento — pido, tratando de estabilizar la imagen — Esto de estar al aire libre a estas horas siempre da un poco de viento de más. Te estaba diciendo... — ¿De qué le estaba hablando? Ah, sí — Si vas por la playa principal al norte del distrito y ves una casa pequeña en una esquina, cerca de una arboleda... entre la seis y la siete, esa es mi ex casa — intento dibujarle un mapa random en el aire con los dedos y cuando me doy cuenta que no sirve de mucho, sacudo la mano como si pudiese borrarlo — Mi familia está enterrada cerca de allí. Siempre he querido, ya sabes... volver — no sé por que bajo la mirada y arranco algo de césped, evitando así el prestarle atención mientras me entretengo con la hierba que crece a mi alrededor — Pero bajar tanto sería demasiado arriesgado. Quizá no puedan verme, pero si encuentran a un muggle paseando sin un amo y llegan a descubrir quien soy, estoy muerto — quizá ahora soy un adulto y ellos reconocerían a un niño, pero mis huellas dactilares y mi sangre me delatan. No es como que puedo arriesgarme a que me arresten.
Benedict D. Franco
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Ni siquiera ella misma se reconocía cuando hablaba del pequeño animal que tanta compañía le proporcionaba. Las relaciones con otras personas eran demasiado complicadas y su vida, al menos desde los últimos meses en los que lo tenía junto a ella, giraban en torno a él. Prestándole todas las atenciones posibles y pasando las horas intentando enseñarle alguna canción o, simplemente, viéndolo dormir apaciblemente en cualquier lugar que marcaba como ideal. Acarició al animal con un dedo, esbozando una pequeña y triste sonrisa. La idea no había aparecido ni por un segundo en su mente. ¿Ella allí? Era un deseo demasiado imposible por su parte, y algo surrealista para ella. Quizás no lo demostraba, pero tenía personas que quería a su alrededor y no tendría, si quiera, un pensamiento que los pudiera poner una situación complicada.

Dirigió su clara mirada hacia el espejo en el momento que él saludaba al ave. Prensó los labios intentando no reír, retirando su mirada en otra dirección ante lo adorable de la escena que acababa de presenciar. Mordió con sutileza su labio inferior, intentando apresar las palabras que luchaban por ser pronunciadas pero ella misma se negaba a dejarlas salir. Estaba siendo más natural y expresiva de lo que se permitía ser desde hacía casi diez años, las pocas personas que disfrutaban de aquello irrisorios momentos eran Alexander o, quizás, Jasper en raras situaciones en los que ambos estuvieran completamente solos y en determinado escenario. Era extraño que él consiguiera aquello después de tantos años alejados el uno del otro, de lo diferentes que eran los mundos en los que vivían y de lo distantes que eran sus propias personalidades. Sentirse cómoda tan rápido con alguien era tan extraño que no llegaba a creérselo del todo.

Se encogió de hombros restándole importancia a su decisión de no frecuentar el distrito. Sonrió, colocándose en la misma postura que él y tomando otra patata. —Hubo otra época en la que disfrutaba cada centímetro del distrito; pero las personas y las circunstancias cambian—. Ella se encerró en casa, inicialmente, por miedo a los comentarios sobre haber sido la asesina de Alexander, luego cuando descubrió todo lo relacionado con su verdadera familia. No temía las miradas de los demás, ya habían dejado de importarle los chismes sobre su persona, pero sabía que no sería capar de caminar por los lugares que trajeran a su mente recuerdos que prefería alejar. Era mucho más fácil estar rodeada por el silencio y las blancas paredes de su vivienda. —Las ocasiones que se dan son para ir a trabajar o ir a ver a Alexander— explicó, dándole a entender que veía la luz del día de tanto en tanto, pero su camino era siempre el mismo.

Permaneció en la misma postura, la cual le había acabado resultando cómoda, observando el tenue reflejo de él en el espejo. Negó con la cabeza, sonriendo. —¿Hace mucho frío ahí?— preguntó antes de verse interrumpida por sus explicaciones, e intento de guía, hasta que se acabó dando por vencido. Parpadeó confusa, dejando de lado la cómoda postura e incorporándose hasta colocarse recta con la espalda apoyada en el respaldo del sofá. Lo observó apenada, prensando los labios e inclinando la cabeza en busca de su mirada, aun a sabiendas que era imposible buscarla cuando solo era un reflejo. —No, no puedes bajar hasta aquí— reaccionó automáticamente, sintiendo activarse un click en su cabeza en el mismo momento en el que la más mínima idea de ello surgió. El Gobierno estaba deseando pillar a los traidores fuere como fuere, él no era simplemente alguien más, y eso era un hecho. Aun así, tras unos segundos pensando en lo peligroso que era aunque no lo vieran, fue cuando se percató en el hecho de no ser visto. —¿A qué te refieres con que no puedan verte?— preguntó tras un pequeño silencio que se dejó ver entre ambos.

Hacer tantas preguntas la contrariaba. No quería saber nada pero, a la vez, no podía evitar que las preguntas surgieran y fueran pronunciadas. —Lo siento, esto parece un interrogatorio— se disculpó dejando ver en su expresión un gesto de culpa por ser así.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Mi boca forma un "oh" mudo cuando menciona a Alexander y recuerdo haberlo visto en la televisión hace años, aunque jamás logré comprender del todo lo que ocurrió allí — ¿Cómo está Alex? Desearía poder enviarle un saludo — confieso con cierto pesar, más apenado por el hecho de meterla en problemas en caso de tener que admitir que sabe de mí que el creer que un antiguo amigo pudiese traicionarme, aunque lo dudo mucho — ¿No es un poco aburrido caer en la rutina? — acabo preguntando de golpe. Jamás he tenido un verdadero trabajo a excepción de ser mentor y no puedo decir que fuese algo rutinario en lo absoluto, todo estaba en las posibilidades.

Me encojo de hombros por su pregunta y observo a mi alrededor como si de esa manera pudiese encontrar una respuesta, fijándome en la lejana silueta de las montañas que apenas se ven desde aquí y luego en las copas de los árboles sacudirse a su antojo — Algo. Estamos bastante descubiertos por la falta de edificios y no hay asfalto que absorba el calor, así que es fresco. Aunque el verdadero sufrimiento es en invierno. Una vez la nieve nos cubrió tanto que tenía que salir de mi casa por la ventana hasta que pude limpiar la entrada — el recuerdo de esa anécdota de hace algunos años me causa cierta gracia, en especial por lo ridículo que había sido.

Su repentina preocupación me obliga a levantar un poco el espejo para verla más de frente, deseando por un instante el tenerla cerca para poder picar su rostro de manera amistosa para que quite esa arruga que se le forma en la frente — Te ves tierna toda preocupada — me burlo — pero no soy tan estúpido. Al menos que te quieras hacer pasar por mi ama — la idea es una estupidez y lo dejo caer como una broma, pero por un segundo efímero considero la opción. ¿Eso sería posible? ¿Podríamos fingir al menos durante el camino hasta estar a salvo dentro de su casa o algo así? Intento eliminar la idea de inmediato para no hacerme ilusiones sobre una locura cuando por suerte ella hace una pregunta que me apresuro a responder — así — tanteo en mi bolsillo y tiro, sacando de allí la capa de invisibilidad que coloco sobre mis hombros, esos que desaparecen de inmediato — y mira esto — la estiro hasta cubrirme la cabeza, sabiendo que no puede verme hasta que abro un poco la separación de la tela para que asome solamente mi rostro, de los ojos hasta la boca como si fuese una monja — Es una capa de invisibilidad. No sé mucho de ellas, solo que son muy raras. La heredé de mi abuelo, creo que su abuelo fue un mago o algo así — sé que hubo sangre mágica en la línea de los Franco hace algunas generaciones, aunque sé perdió entre squibs y muggles. Quizá eso fue de ayuda junto con la sangre de Seth para no haber muerto tras la mordida del hombre lobo — La llevo siempre conmigo, no tienes idea de lo útil que es. Jamás han conseguido siquiera saber que estaba allí — entras al país es básicamente pan comido cuando la llevamos con nosotros, cuando esos límites siempre están más que vigilados. Estúpida frontera.

Su disculpa me hace reír y me quito la capa, empezando a enroscarla con torpeza al usar solo una mano — No te preocupes, lo entiendo. Yo también tengo miles de preguntas para hacerte — y miles que tampoco me animo a hacer. Cuando consigo meter una vez más la capa en mi bolsillo, me echo sobre el césped para volver a estar cómodo y acomodo el espejo justo encima de mi cara — ¿Por qué elegiste seguir una carrera de leyes? No me lo hubiese imaginado de ti — le pregunto, más por la curiosidad de una elección tan aburrida que un reproche en sí — ¿Y por qué nunca te casaste? Siempre creí que tendrías una familia armada o algo así. Ya sabes, las cosas que no se ven tanto por aquí. ¿Decidiste dedicarte al trabajo?
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Frunció los labios. Todo lo relacionado con Alexander era complicado, incluso habiendo transcurrido tantos años desde su regreso. —Está… bien. Lleva a su manera todas las cosas que han pasado— aseveró después de unos segundos sin saber cómo definir exactamente la vida de Alexander desde el momento en el que se supo que no estaba muerto. Aun así, no le gustaba hablar de él más que en las ocasiones en las que estaba con el mismo.

Alejó su claro mirar del espejo, cerciorándose de que la chimenea seguía encendida y no necesitaba algo más de madera, cuando una de las preguntas más famosas y repetidas a su alrededor, apareció. No pudo evitar esbozar una sonrisa, regresando su atención hasta él. —A veces— reconoció —, pero me ayuda a tener un control de mi vida y a que mi mente sea estable— las palabras brotaban de sus labios con demasiada naturalidad, ni siquiera había mentado aquello en las ocasiones que Marco le preguntaba por ello, solamente le respondía que era bueno tener una rutina para tenerlo todo en orden sin más. —Mejor no preguntes sobre ello— agregó trazando una línea insalvable entre ambos. Su control emocional era algo que solo a ella le interesaba y no pretendía comenzar a compartirlo con los demás; nunca lo había hecho, y aún no era el momento de hacerlo. Se encogió un poco, acurrucándose en contra una esquina del sofá y apoyando el codo en el reposabrazos. Alzó ambas cejas sorprendida por su anécdota y la facilidad con la que había dejado ella misma su pequeña tensión a un lado para poder sonreír a sus palabras. —Habría sido digno de verte salir por la ventana— bromeó haciendo relevancia a su tamaño. Ella podría salir con facilidad pero él era diferente.

Alcanzó un par de patatas y masticó con pesar, queriendo que su preocupación desapareciera con cada mascar. Rodó los ojos. La ligereza con la que se tomaba las cosas la ponía nerviosa; ella se preocupaba pero él parecía tener todo bajo control, o al menos eso es lo que intentaba proyectar al exterior. Dejó ir el aire, negando con la cabeza lentamente. A cada palabra surgía algo más disparatado. —No sería buena idea— indicó mientras él rebuscaba en sus bolsillos en busca de algo —, creo que si alguien te empujara o te dedicara una mirada condescendiente, acabaría golpeándolo— le reconoció sin pudor alguno. Era pacífica, quizás tanto que rozaba la indiferencia con respecto a los demás, pero en alguna parte de ella quedaba esa Arianne que no pensaría demasiado antes de usar la fuerza bruta. Mientras hablaba había posado la mirada en el fuego, por aquella razón, cuando sus ojos regresaron hasta el espejo éste casi rodó de sus manos de la impresión. Entrecerró los ojos, acercando más el rostro al reflejo, como si así fuera capaz de ver mejor lo que estaba ocurriendo. —¿Entras a NeoPanem con una capa de invisibilidad?— preguntó atónita —¿Sabes lo peligroso que es? Incluso venden capas de ese tipo, pero su efecto solo dura un par de horas antes de dejarte al descubierto— le advirtió, sintiéndose como si fuera su madre regañándole por ponerse en el blanco tan fácilmente.

Dejó caer la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y dejando caer las manos sobre sus piernas provocando con esto desaparecer de la imagen y que en ésta solo se viera el techo de la vivienda. Ni siquiera tenía, del todo, porqué preocuparse pero lo hacía; inicialmente pensando que la razón principal era porque si fuera capturado su nombre podía salir de los labios de él, pero desechándola casi al instante. Simplemente era algo innato. Permaneció así durante unos segundos, apretando los párpados con fuerza. Suspiró. Dejando escapar hasta el último ápice de aire que vagaba por sus pulmones. Un inaudible hazlas surgió de sus labios. Era más fácil que él supiera cosas de ella que a la inversa. —Quería proteger a las víctimas— dejó ir desde la misma postura, no apareciendo frente al espejo hasta que frotó su rostro con ambas manos y lo volvió a tomar. —, pensaba que sería más fácil desde esta posición, pero es más frustrante que verlo desde fuera—. Su vida se basaba en un constante querer y no poder. Aun con la preocupación y la seriedad que persistía en ella, se permitió alzar una ceja.

—Bueno— comenzó a decir frotándose los ojos con cuidado —, no me interesan las personas— sentenció. En realidad no era del todo así, le interesaban ciertas personas pero no en el sentido de llegar a casarse o poder mantener una relación. —Es decir, tú mismo has tenido que percatarte de la diferencia abismal que hay en mantener una conversación conmigo así— señaló el espejo y la obvia distancia que los separaba — y en persona— se encogió de hombros. —No he antepuesto mi trabajo a casarme, solo… no estoy hecha eso— intentó explicar, sin saber si había sido capaz de exteriorizar bien sus pensamientos. Nunca nadie le había preguntado por aquello, y ella tampoco le había dedicado más tiempo del necesario. —Por el contrario… tú si has debido de interesarte en ello teniendo una hija— o la sospecha de que era suya. Era complicado si lo intentaba pensar mucho.
Arianne L. Brawn
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Escuchar hablar de Alex y la vida que han llevado en el cuatro sin mi presencia se siente extraño, como si se tratase de una verdad que siempre has dado por sentada pero que no toma verdadera forma hasta que consigues verlo con tus propios ojos. Opto por no ponerme sentimental ni empezar a lamentarme por las cosas que nunca fueron en un movimiento amistoso de la mano para darle a entender que la he escuchado, meditando un instante esa declaración sobre la rutina —  Si eres feliz... —  dejo caer con calma. ¿No es eso al fin de cuentas lo que todos buscamos? ¿Felicidad? En la forma que sea, pero lo hacemos. Me sonrío, no sé si por sus palabras o por los hilos que se van trazando en mi cabeza, hasta simplemente dejar que la conversación siga — Una vez me quedé atorado tratando de escapar de un oso entre dos rocas — confieso repentinamente y por alguna razón, no sé si por haberlo dicho o por el recuerdo de esa ridiculez, se me escapa una risa. Si no hubiese sido por Seth...

Me muestro sorprendido cuando asegura que golpearía a alguien que me tratase de mala manera y mis cejas se alzan en dos arcos perfectos, echando un poco la cabeza hacia atrás para poder verla mejor — ¿Sigues solucionando las cosas con violencia? — la molesto con gracia — Esperaba que solo te hubieras limitado a los pastelitos contra la pared — el recuerdo de esa noche es demasiado lejano y siento como si le perteneciera a alguien más, pero me es imposible no reconocer a esa misma rubia en el espejo a pesar de todo. Su espanto sobre mis métodos para meterme en el país me hace cierta gracia y la miro como si disfrutase de ello — No, no, no, no entiendes — intento explicarme, haciendo énfasis en mis palabras moviendo la cabeza — He visto las capas que tú dices y no tienen nada que ver con esta. Jamás me ha fallado. Es como si... no sé explicarlo, pero ha estado en mi familia por cientos de generaciones y es impecable — las capas con hechizos desilusionadores u otras cosas pierden su magia, lo sé. Esta es diferente, así que no debería preocuparse — por alguna razón que desconozco por completo.

Arianne desaparece de mi campo de visión y aún recostado en el césped intento mover el espejo como si eso fuese de utilidad para volver a verla, pero sigo escuchando su voz hasta que una vez más aparece, aunque creo que ahora puede ver mi ceño fruncido en la semi oscuridad — Debe ser deprimente — acabo soltando con una nueva suavidad. Una de las cosas más frustrantes que he vivido incluye el querer hacer algo y no tener la capacidad; vivir de eso debe ser incluso peor.

No sé por qué pero me sorprende su declaración y no me percato de que tiene razón hasta que señala la diferencia entre nuestros contactos de las últimas veces. Estiro mis piernas y cruzo mis pies, saboreando un poco mis pensamientos antes de hablar — ¿Por qué empujas a las personas? — acabo preguntando en tono sospechoso — Ni siquiera yo lo hago —  y motivos me faltan, aunque seamos personas diferentes con distintos tipos de reacción y modos de sentir. Me río con desgano por su modo de ver mi relación con el asunto del matrimonio y me muerdo los labios, no muy seguro de cómo explicar esto así que intento encontrar el modo más simple — Cuando era chico mis padres siempre me habían metido, ya sabes, la idea de una familia feliz. Luego las cosas cambiaron y jamás lo he buscado de veras — ni siquiera una pareja. Así de deprimente — No hay muchas opciones para mí. No sería ni un buen marido ni un buen padre con todo lo que llevo encima. Y en cuanto a Beverly... — dejo caer el nombre de la niña con total naturalidad y trago algo de saliva — La quiero, de verdad lo hago, pero jamás busqué su nacimiento. Era adolescente, muy estúpido y su madre era la única chica con la cual podía... ya sabes, acostarme — la sonrisa que le dedico deja bien en claro que no puedo hacer otra cosa que reírme de mis hormonas de puberto — Como jamás estuve con ella de veras, otros también la tuvieron. Jamás supimos quien es el padre y nunca hemos sido una familia. Por lo que respecta, soy solo un tipo que le ha enseñado una cosa o dos y ha ayudado a cambiarle los pañales.

No sé a qué punto me afecta todo esto pero por algún motivo me quedo callado, desviando la vista hacia el cielo y dejando caer el espejo un momento sobre mi pecho. Un grillo se mueve cerca de mi cabeza y pasa de largo por lo que ni me molesta, hasta que con un suspiro que hace subir y bajar mi torso vuelvo a mover el cristal para buscarla una vez más — Si las cosas fuesen diferentes, me hubiese encantado poder tener una familia. Pero supongo que tampoco estoy hecho para eso — la mueca apagada que le hago llegar es una simple imitación de una sonrisa, porque creo que los dos sabemos que cualquiera en mi posición está destinado a solamente sobrevivir y no a poder echar raíces — ser libre tiene su precio, supongo.
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Controló sus labios antes de que un irónico ¿feliz? surgiera de sus labios y llevara a más preguntas de las que no disponía de una respuesta sin hablar más de lo que era necesario en el momento; más de lo que quería hablar con los demás. Simplemente la mantenía centrada. La rutina conseguía que día tras día diera los mismos pasos seguros, no arriesgándose a tropezar o resbalarse ante lo desconocido. Su curiosa mente había sido relevada en tantos sentidos que hasta ella misma, en ocasiones, se intentaba encontrar a si misma cada mañana en su reflejo. Aun así, sonrió. Inclinó la cabeza, observándolo con una mirada divertida, y una sonrisa que acompañaba a la misma, escuchando el curioso e inverosímil relato. En sus labios se pudo leer un vaya que no fue pronunciado realmente. Ni siquiera sabía si estaba alegre de sus extrañas experiencias o triste por haberse visto envuelto en una vida como aquella y haberlas tenido que sufrir.

Rió, negando con la cabeza pero, finalmente, encogiéndose de hombros con delicadeza. —Uso más el silencio o la indiferencia— le reconoció tornándose su expresión en un gesto pensativo, mirando en otra dirección mientras mordisqueaba su labio inferior inmersa, por unos segundos, en sus propios pensamientos. —, pero sigo teniendo mal temperamento y poca paciencia—. Quizás no se hubieran conocido durante demasiado tiempo, quizás las pocas conversaciones que mantuvieron no fueron del todo esclarecedoras de sus vidas, pero no podía negar que ella había sido en cada momento ella misma. El recuerdo de la primera cena que compartieron todos juntos en el Capitolio afloró en su mente; como, con facilidad, había perdido la paciencia y gritado lo primero que cruzó en su mente antes de irse como la reina del drama que era, pero, ¿cómo no serlo? Estar encarcelada por un delito ajeno y luego acabar allí habría frustrado a cualquiera. Frunció los labios. Hacía muchos años que todos aquellos recuerdos no invadían su mente, que los había mantenido a raya de algún modo que ella misma aún desconocía por completo.

Pero tenerlos de regreso, aunque no todos fueran dolorosos por completo, conseguían que la molestia la embargara. Cerró los ojos con fuerza, presionando ambas manos contra su cara, dejando de lado el necesario oxígeno. Se suponía que su explicación debía de serenarla, pero no lo conseguía en absoluto. Confiaba su vida a una vieja capa de invisibilidad que ni siquiera tenía un origen concreto. Suspiró, abriendo los ojos y fijándolos en la lámpara apagada que colgaba del techo; inclinó su cuerpo, hasta quedar recostada sobre el costado y observó el fuego antes de tomar el espejo e intentar no seguir  con aquel mal presentimiento rondando por su cabeza. Ni siquiera quería seguir hablando de aquella capa, por lo que prefirió contestar sus preguntas sin volver al tema. —Lo es— aseguró suspirando con cansancio, dejando que, aunque el espejo la enfocara de nuevo, su atención siguiera en las titilantes llamas. —pensaba que mi época de hacer cosas horribles había acabado— agregó casi en un hilo de voz. Nadie había escuchado eso de sus labios, quizás las personas que más la conocían lo sabían, pero nunca lo había pronunciado en voz alta. Meneó la cabeza, saliendo del momentáneo ensueño y regresando su atención hasta él, siendo incapaz de contener la risa irónica que se escapó de su garganta. —Porque las personas son peligrosas, da igual si es alguien a quien amas o no, siempre lo son—. No necesitaba explicar mucho más; aquel era el sentimiento que la recorría siempre que lo pensaba. Nadie más tenía porqué entrar su vida o romper su espacio personal; por fuera la veían como alguien fría y distante con los demás, en realidad si alguien se atreviera a intentar tocarla podría ver como se desarmaba en un suspiro.

Aprovechó el más mínimo resquicio para preguntar sobre su relación y así alejar el tema de ella, observando todas y cada una de las expresiones que surcaban su rostro mientras hablaba, viéndose tan ensimismada en su labor que ni siquiera se percató de que su voz se había apagado hasta pasados unos segundos. Entonces su imagen había desaparecido del reflejo. Parpadeó confusa, sin saber si la comunicación se había cortado que era lo que había sucedido hasta que el sonido a su alrededor le advirtió de lo contrario. Esbozó una pequeña sonrisa. —Todos pensábamos que tendríamos una familia feliz y todo sería más fácil… luego crecimos— una nostálgica sonrisa se dejó ver. —Seas su padre o no, le has ayudado en lo que has podido, eso es lo que cuenta, Ben— aseguró entonces con cierta pena por sí misma. Ojalá poder aplicárselo a su propio caso. Aunque la situación de él era… ¿curiosa? Ni siquiera tenía claro con que palabra poder definirla sin dejar algún cabo sin atar.

Dio un par de golpecitos con un dedo en el cristal, esperando a que apareciera de nuevo en el reflejo, cuando lo hizo. Movió la cabeza hacia un lado, provocando que su rubio cabello cayera sobre su hombro derecho. Asintió lentamente con la cabeza, torciendo el gesto contrariada. —¿Alguna vez has deseado haber nacido con sangre mágica?— preguntó de súbito, sintiendo curiosidad por ello. —Pensado que… siéndolo no habrías tenido que vivir así para poder ser libre—. Muchos de los magos no eran libres, eran presos de sus propias vidas pero, al menos, no eran buscados por la justicia, la diferencia era, desgraciadamente, demasiado abismal.
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No me sorprende — confieso con respecto a las actitudes que preserva, en especial porque quizá no nos conocimos demasiado, pero sí lo suficiente y en situaciones donde el conocer a alguien suele ser un poco más profundo que la vida cotidiana. Por un momento fugaz, ese donde habla de épocas que tendrían que quedar atrás, deseo poder estar allí para poder poner una mano sobre su hombro, a pesar de que la idea resulte extraña considerando que recuerdo su modo de reaccionar ante mi tacto. Y hubiese dicho algo al respecto, si no hubiese terminado la charla asumiendo que las personas son peligrosas — ¿Por qué lo dices? Y creía que yo era pesimista... — murmuro, alzando una de mis cejas con cierto cinismo — No todas las personas son una mierda, así como tampoco todas son un rayo de luz. Lo importante es encontrar las personas correctas — y quizá tenemos diferentes modos de verlo, pero yo no me arrepiento de la gente que tengo conmigo.

Es extraño estar hablando de Beverly y todo lo que eso conlleva con Arianne, pero me resulta inevitable la pequeña sonrisa que nace solo por convencerme a mí mismo de que no está diciendo tonterías — Supongo que tienes razón. No es perfecto, pero es algo — como básicamente toda la existencia en el distrito catorce. Nosotros simplemente existimos e intentamos hacer lo mejor con eso y a veces, aunque sea difícil de creer, podemos ser felices a nuestra manera. Me quedo pensando en esos detalles cuando su pregunta me toma por sorpresa y bajo la mirada hacia ella con los ojos abiertos como platos, seguro que incluso en la distancia puede escuchar a mi cerebro trabajar.

Me mordisqueo el labio inferior en un intento de ayudarme a pensar y levanto un dedo frente al espejo para darle a entender que lo estoy considerando, hasta que me doy cuenta de que no tengo una respuesta demasiado concreta — No lo sé. Hubiese sido criado muy diferente y quizá hoy en día no tendría que huir, pero para como están las cosas... — hago una mueca acompañada con un gesto de la mano que deja bien en claro que da igual — La ironía de todo el asunto es que no importa que gobierno esté en el poder, mi sangre no encaja en ningún lado. ¿Me hace un muggle ser hombre lobo pero no poder hacer magia? ¿Me hace más despreciable si los magos no estuviesen en el poder? Qué sé yo —intento no mostrarme afectado pero creo que el movimiento de mis ojos para evitar los suyos me delata, así que suelto un gruñido de mala gana — No hay lugar en cualquier sociedad para monstruos como yo o cualquiera que sufra de una condición similar — supongo que ella lo ve seguido, trabaja en la ley, debería saberlo casi tan bien como yo.

Pero yo sí me considero libre. Al menos en lo que cabe e importa — aclaro, obligándome a relajar el tono de mi voz a un murmullo mucho más suave, casi regresando al tono habitual tras ese instante de frustración — Quizá no puedo ir a NeoPanem sin temer a que me corten la cabeza, pero me levanto todos los días en mi propia casa, tengo a mi gente y puedo decir que estoy en paz. Me pregunto si Jamie Niniadis puede decir lo mismo — ¿Esa mujer encontrará la paz alguna vez con todas las asquerosidades que ha hecho? Lo dudo mucho. He cometido mis delitos en la vida, no puedo negarlo, pero no me considero una persona vil como ella.

¿No tienes miedo de que alguien se entere de esto?  — acabo soltando de golpe y casi de inmediato me siento culpable, sonriéndole a medias en un modo de disculpa  — Sé que es egoísta continuar manteniendo contacto contigo, Ari, pero no voy a negar que me gusta esto. Es casi como volver a una época un poquito más simple  — jodida, sí, pero donde vernos al menos no era ilegal. Por inercia, mi pulgar frotar el marco del espejo, rozando apenas el vidrio en una suave caricia  — ¿Podré volver a verte o vas a evitar que eso suceda de nuevo?  — y no solo por los riesgos obvios, sino que creo que queda muy en claro en el tono de mi voz que también me refiero a su obvia incomodidad ante mi persona — Mi sugerencia del cuatro sigue en pie.
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No pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa. Algunas cosas no cambiaban, por desgracia aquella lista era demasiado reducida; casi todo se había visto alterado de un modo u otro. —Contestar a esa pregunta conduciría la conversación hacia un nuevo interrogante que no creo poder responder— fue todo lo que dijo cuando volvió a abrir la boca, dando, en cierto modo, por sentado que no quería seguir hablando de ello y que había sido un error sacar el tema inicialmente. Tenía razones para no confiar en los demás, quizás no le habían tocado todas las manzanas podridas del cesto, pero le tocó una de la más dolorosas y difíciles de olvidar o superar.

Suspiró, negando la cabeza más como intento por ordenar sus pensamientos como que para que él tuviera en cuenta aquel gesto. Alzó la mirada, asintiendo con la cabeza cuando aceptó sus palabras de aliento. Quizás no estaba en las mejores condiciones, pero incluso sin saber si era realmente suya no se había hecho a un lado excusándose en las ‘hormonas’ que él tanto mencionaba y tanta gracia le provocaba a ella. Todos se refugiaban en aquella palabra, y ella no podía negar que era divertido que reconocieran que en algunas ocasiones solo se dejaban guiar por la mente incorrecta. O quizás era demasiado amable denominarlo como cabeza también. Apoyó la mano libre contra el rostro, frotándose los ojos. El cansancio la hacía delirar y sus pensamientos divagaban hacia caminos tan extraños como el que transitaba en los precisos instantes que transcurrían.

—Simplemente eres una persona— lo interrumpió —, y todos tenemos derecho a vivir sin importar nuestra condición—. Sus palabras salieron, quizás, demasiado precipitadas de sus labios. No llegó a procesarlas, pensar en si estaba en lo correcto o no, en si habrían errores incorregibles en lo dicho; pero, simplemente, había quedado pronunciado lo que pensaba. Aunque… —Creo que acabo de ser demasiado cínica— reconoció con voz culpable, bajó la mano, apoyándola sobre su rodillas y dirigiendo su claro mirar hacia el primer cuadro cercano. —, mi parecer antes no era el mismo. También creía que erais un peligro para la sociedad, seres… peligrosos que merecían esta encerrados. Pero irónicamente algo no me deja seguir pensando de ese modo. De ahí el cinismo de mis palabras iniciales… por mucho que ahora sea la idea que se está instaurando en mi mente— las palabras salieron solas de sus labios. Pocas eran las ocasiones en las que una verborrea como aquella brotaba sin filtro alguno.

Ella misma había sido parte de un tribunal que juzgó a algún licántropo, había leído todo lo relacionado con ellos para poder tener más información cuando se encontraba con un caso como aquel, pero, los golpes de la vida, e ocasiones, eran más certeros de lo esperado. Doce años de callada tranquilidad que no eran más que un telo fino y frágil que se podía destruir con la mayor naturalidad del mundo. Permaneció en silencio, escuchando sus palabras y permaneciendo completamente neutra hasta que nombró a la Ministra. —Poca gente puede decirlo— aseveró con calma. No conocía lo suficiente a la Ministra, ni siquiera se había interesado demasiado por ella y el único ‘contacto’ real que pudieron tener fue durante el juicio del traidor, donde quedó claro que los métodos de ambas eran discordantes. Prensó los labios, ligeramente molesta ante el mero recuerdo, pero sintiendo como cada músculo se destensaba en un instante. Parpadeó varias veces seguidas, intentando descifrar si realmente había preguntado aquello. Las palabras quedaron atoradas al inicio, provocando que tuviera que carraspear para aclarar su garganta. —Siento más preocupación que miedo— puntualizó cuando el aire regresó a ella.

Acomodó su cabello hacia atrás, apoyando la espalda contra el respaldo del sillón, con la vista al frente y bajándola lentamente al espejo. —¿Cuándo lo he evitado?— preguntó entonces, alzando ambas cejas. Estaba acostumbrada a lidiar con las personas, no permitir que se acercaran más de lo debido, y no dejaba que aquello se interpusiera entre lo que deseaba hacer. —Quieres venir al centro de NeoPanem, al distrito cuatro aun sabiendo la seguridad que hay… ¿qué esperas de mí?— no pudo evitar dejar ir la pregunta. Ella y su curiosidad acerca de él iban a perturbar su vida demasiado.

—Creo que deberías descansar— sentenció de súbito, torciendo los labios. Ella también estaba cansada y dudaba que durara mucho más tiempo en aquella extraña llamada.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Abro la boca con la intención de burlarme de su modo pomposo y correcto de hablar por haber utilizado la palabra "interrogante" cuando me doy cuenta que posiblemente no sea el modo de contestarle a un adulto hecho y derecho como se supone que yo debería serlo, así que solamente muevo una mano para darle a entender que no voy a seguir preguntando sobre el tema por mucha curiosidad que me presente. No he visto a Arianne en mucho tiempo y posiblemente esos años crearon una barrera entre nosotros donde la total confianza no es real y debamos volver a ganarla, a pesar de saber en cierto modo que podemos contar el uno con el otro.

Quizá mis ojos se abren demasiado hasta ocupar toda la pantalla cuando se pone a hablar de los hombres lobo como jamás creí escuchar a ningún juez, lo que me hace acercar el cristal a mi cara casi retándola a que me diga que es una mentira y que en verdad no piensa así.  No sé muy bien cómo se supone que debo sentirme con lo que me está diciendo, notando cierto sabor agridulce en mis labios, hasta que me atrevo a sonreír con suavidad — ¿Dejaste de pensarlo antes o después de saber que me habían mordido? — le pregunto, moviendo un pie por inercia para frotarlo sobre la pierna herida, esa que jamás sanó del todo, como todo mi cuerpo.

Ignoro su comentario sobre Jamie porque creo que no es momento de ponerme a insultar a la Ministra de Magia, pero sí me dejo llevar por lo siguiente — No van a saberlo — le aseguro con seriedad, aunque no sé si quiero convencerla a ella o a mí mismo — Lo prometo. ¿Y cuándo te fallé una promesa? — quizá nos hemos peleado hace mucho tiempo, pero siempre he hecho lo posible para estar para ella como había dicho que haría. Ahora es exactamente igual, aunque estamos mucho más viejos.

Me río bobamente por su pregunta y niego — No lo has evitado, pero no puedes decirme que te gusta la idea de ir yendo y viniendo por todo NeoPanem conmigo — sé que lo hace para protegernos, pero no puede decirme que está encantada con la idea.  Lo siguiente me hace meditar, entornando la mirada como si pudiese leer su mente incluso del otro lado del espejo, hasta que rompo el silencio que yo he fundado por al menos un minuto — Que me metas en el país, que me lleves contigo al menos por unos días. Prometo que nadie puede saberlo ni van a verme. Y si lo hacen... No estaría paseando sin un mago al lado... ¿No? — levanto la mano para que pueda ver la marca del mercado de esclavos en mi muñeca — ya estoy marcado, no me reconocerían. Solo deseo verlo una vez más — y luego, no regresar a NeoPanem. ¿Qué excusa puedo meter en el catorce para desaparecer por tantos días? ¿Seth me apoyaría?

Su sugerencia me hace creer que quizá ella piense que ando delirando, pero me es inevitable no observar como parece agotada. Con un suspiro, asiento muy de mala gana — ¿Puedo volver a llamarte en estos días? — no solo por lo del cuatro; hablar con ella ha sido más que refrescante — O cuando no tengas nada que hacer... bueno, sabes que estoy aquí. ¿Verdad?

A cientos de kilómetros, viviendo una vida opuesta a la suya, pero siempre aquí al fin de cuentas.
Benedict D. Franco
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Apoyó la espalda contra el respaldo del sofá, sintiéndose ligeramente liviana tras sus palabras. Quizás había sido demasiado directa hablando sobre aquel tema, diciendo lo que siempre había pensado en relación a los licántropos, lo que había visto que hacían y lo dañinos que eran si quería conseguir una sociedad medianamente estable. Suficientes injusticias y muertes habían como para tener unos seres como aquellos en completo descontrol. Frunció el ceño, contrariada. ¿Por qué sentía que alguna parte de ella seguía pensando con intensidad aquello? Alzó la mirada en dirección al espejo, parpadeando confundida por unos segundos. —Después— reconoció sin pudor alguno. —, aún una parte de mi cabeza piensa que lo son, hay quienes disfrutan de su condición— explicó como si con aquello tuviera ciertas razones para apoyar que todos eran un peligro real y no solo potencial. Prensó los labios apenas unos segundos, escudriñándolo con la mirada en un intento de descifrar sus pensamientos tras lo que acababa de decir y el hecho de que él mismo fuera uno.

Carraspeó, intentando dejar a un lado los pensamientos relativos a los licántropos y las situaciones que había tenido que revisar debido a ‘accidentes’. Suspiró, dejándose llevar por un encogimiento de hombros, pero señalándolo hasta acabar por golpear con el dedo índice su frente en el reflejo. —Cumpliste la más importante— terció con seguridad, una pequeña y sincera sonrisa se dibujó en sus labios mientras alejaba el dedo del espejo y se acomodaba un rubio mechón detrás de la oreja. Aun así algo la molestaba, una idea rondaba su mente más de lo que reconocería en voz alta. Idea que tenía quedó en un segundo plano tras sus palabras. —Me gusta la idea de ir contigo, pero no los peligros que ello supone para ti— puntualizó con completa tranquilidad —Igual tienes que recordar que fui al distrito doce un par de días después de un ejecución televisada, cuando la zona estaba siendo más vigilada de lo normal. Creo que no lo he evitado en ningún momento— casi le faltó colocarse una medalla en el pecho tras tremenda hazaña. Se rió ante la imagen de una imaginaria medalla colgando de su chaqueta por algo como aquello.

Mas la comedia de ello quedó aislada, una vez más, por razones más que inesperadas. —Directo— concedió con voz incrédula. —Paso la mayor parte del tiempo en el Capitolio… y yo no paseo por el cuatro, sería extraño— le recordó torciendo el gesto pero acabando por dejar escapar un suspiro. Presionó el puente de su nariz, casi masticando el aire que se espesaba en su boca. —¿Tanto…?— comenzó a decir pero cesando en su hablar para corregirse a sí misma. —Dos días, ni uno más— acabó concediendo a regañadientes. Siempre podría comprar alguna poción multijugos o… no. Era una idea disparatada, no iba a ir al Distrito cuatro. Arrastró la mano por su cara, tapándose los ojos en un intento de controlarse. —Vas a volverme loca, ¿lo sabes? Y si no lo sabes, ya te lo digo yo— lo acusó sin miramiento alguno,

Cerró los ojos, mezcla entre la frustración y el cansancio que pesaba en su cuerpo, provocando que acabara cediendo en cosas como aquellos sin sentidos. Sin abrirlos, sin siquiera estar cerca el uno del otro, podía sentir su mirada clavada en ella mientras hablaba. —Los fines de semana estoy en casa y el resto de días suelo volver tarde— informó de su simple horario, advirtiéndole, en cierto modo, cuando podía nombrarla frente a aquel espejo comunicador. —No está mal dejar a un lado la rutina si es de éste modo—. Su vida era siempre lo mismo, quizás por aquella razón era cómoda hablar con alguien fuera de todo lo que le rodeaba, con quien pudiera actuar con una naturalidad que creía más que perdida con el transcurso de los años.
Arianne L. Brawn
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Es un poco tonto, pero no sé si debería sentirme sorprendido o conmovido por su confesión, aunque tengo la sensación de lo que se agita en mi pecho es una mezcla de ambas. — Sabes que yo no lo disfruto... ¿Verdad? — le pregunto en un murmullo que pretende ser un secreto a pesar de que no haya nadie cerca para oírnos a excepción de los animales de la granja — Sé que tiene lógica que nos controlen para evitar una masacre, pero creo que ese control es extremista. Solo un criminal podría disfrutar de una condición como esta y debería ser juzgado por sus crímenes, no por su maldición — hay cientos de hombres lobos inocentes como yo que no debemos pagar por los errores de los demás. Ha decir verdad, he cometido más pecados siendo un simple muggle que una criatura.

Tengo que admitirlo, me gusta mucho su sonrisa; se siente como un gesto honesto de volver a tenerme en su vida incluso cuando creí que odiaría hacerlo. Acabo riendo entre dientes por su insistencia y muevo la mano de forma negativa frente al espejo para que se detenga ahí — Ya, sí, te lo concedo y de verdad, entiendo y agradezco que te preocupes. Pero no me han atrapado en quince años... ¿No? No pueden empezar ahora — han dejado de buscarme, o al menos eso parece y creo que la única persona que me puede recordar con rencor es Jamie Niniadis y algún que otro de sus chupaculos — Ellos buscan al niño que alguna vez fui, no a mí. Ni tú me reconociste — no puede negarlo, a veces ni yo lo hago.

Se me pinta una sonrisa orgullosa porque me llama directo, algo que siempre he admirado de mí mismo en mi capacidad de decir las cosas de un tirón, sin decir ni una palabra porque puedo ver el conflicto en sus facciones. Al final, la mueca se me ensancha cuando me concede la oportunidad y mi interior se sacude en una extraña emoción que hace mucho tiempo no sentía, probablemente conectada con un factor único: dos días, solo dos días, pero voy a volver a casa — Eres la primera mujer que me dice eso, así que gracias — bromeo con un sarcástico murmullo que me tuerce los labios hacia un costado — Dos días está más que bien. No podría conseguir mucho más tiempo — coincido, aunque pronto debo decir algo urgente — Gracias, Ari.

Veo sus ojos cerrarse y por inercia toco el espejo como si pudiese despertarla con ese simple gesto, pero que siga hablando me mantiene concentrado en sus palabras hasta que toman sentido en mi cabeza — Fines de semana y muy tarde en las noches. Entendido — coincido en un tono que deja bien en claro que es para mí y no para ella  — No, no está nada mal. Es bueno volver a tenerte — si consideramos lo reducido que fue mi grupo social en los últimos años, es casi un milagro. Vuelvo a sentarme de muy mala gana y le chisto para que me preste atención — Te dejaré dormir. ¿De acuerdo? — prometo — Te hablaré el próximo sábado por la noche. Tenemos algunas cosas que concretar — el tono de mi voz, quizá pícaro, deja bien en claro que estoy hablando de mi futura visita al país — Gracias por no dejarme hablando solo con un espejo. Que tengas unas buenas noches.

Tras una despedida que por alguna razón se me hace difícil de dar, tardo unos minutos en la oscuridad en volver a ser capaz de moverme. El camino a la cabaña se me hace demasiado corto por culpa de mi cerebro apenas registrando la nueva información, pero sí me doy cuenta que cuando estoy listo para acostarme y me acomodo entre las sábanas, lo hago con una sonrisa estúpida que se me planta en la cara mientras duermo, centrado en que al fin, volveré a pisar el sitio que considero propio.
Benedict D. Franco
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